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No fue el fruto de una enseanza recibida de los mayores lo que me proporcion

las palabras, siguiendo un orden metdico, como deban hacerlo poco despus con el
alfabeto; no; yo me instrua solo gracias a la inteligencia que me habis dado, oh Dios
mo, cuando quera lanzar al exterior los sentimientos de mi alma, con gemidos y gritos
diversos, una gesticulacin variada, para que obedeciesen a mis voluntades; sin
embargo, no consegua hacerme comprender por cuanto quera, ni de todos aquellos que
yo quera. Recoga las palabras con mi memoria, cuando nombraban cualquier objeto, y
que la palabra articulada determinaba un movimiento hacia aquel objeto; observaba y
retena que a aquel objeto corresponda el sonido que se dejaba or, cuando queran
designarlo. El deseo de los dems me era revelado por los gustos del cuerpo, por aquel
lenguaje natural a todos los pueblos, traductores de la expresin del rostro, los guios de
los ojos, los movimientos de los dems rganos, el sonido de la voz, por donde se
manifiestan las impresiones del alma, segn pida, quiera poseer, rechaza o desea evitar.
As, por aquellas palabras, que volvan a su lugar en las diversas frases, y que yo oa
frecuentemente, iba comprendiendo de qu realidades eran signos, y me servan para
enunciar mis voluntades con boca ya experta a formarlos. De este modo yo comunicaba
los signos, intrpretes de mis voluntades, a aquellos entre los cuales yo viva; y sujeto a
la autoridad de mis padres, al albedro de mis mayores, entr ms a fondo en las
agitaciones tormentosas de la sociedad humana.

San Agustn de Hipona, Confesiones, Libro I Cap. 8

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