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THORNTON WILDER La Cabala gi La mujer de Andros EDHASA ‘Tavlos originales The Cable y The Wom of Andror ‘Traducciin de The Cable Maria Fills Mart Teaduesin de The Women of Andre Maria Martines Sierra Primera edcin: octubre de 1991 © Thornton Wilde, 1954 y 1958 (© de traduire Maria Faiella Marti, 1991 (por La Cabal) {© de a presente edisim Edhasa, 1991 ‘Avda: Diagonal, 519521, 08029 Barcelona "Tei 4395108" ISBN: £4380-08207 Deposit lepakB. 73-1991 Quen rgroumene probs, sn a arian cia de oars dl Capps no suo ears nas eyen upon pc oat ‘Etats pr cagus mio precede compress arpa Yel eunsot norm dustin de empl! dels Inert ser pram pale. Inpro por RomanyiValls Verdaguer,Capllades (Barcelona) Ienpresoen Espa "Printed in Spin mis que suposiciones, todo tu cuerpo se agita cuando respi- +as, todos tus sentimientos son enfermizos, y ta mente siem- preesté repleta de los vapores de una u otra pasin. Ah! Qué suftimiento ser humano! ;Apresirate a morit! Adis, Virgilio. Elespectro reluciente se desvanecié ante las estrellas, y los motores que tenia bajo los pies rugian impacientes hacia el nuevo mundo y hacia la iltima y més grande de todas las, ciudades. La mujer de Andros Laprimera parte de esta novela esté basada sobre la ‘Awpria, comedia de Terencio, que a su vez bas6 su cobra sobre dos comedias griegas de Menandro que, para nosotros, se han perdido, Latierra suspiré al girar en su curso. La sombrade la noche repté gradualmente sobre el Mediterrineo, y Asiaquedéen a oscuridad. El gran peitén que un dia habria de llamarse Gibraltar retuvo largo tiempo un rayo derojo y anaranjado, mientras en la orilla frontera las montafias del Atlas mos- traban bolsas azules en sus brillantes vertientes. Las cuevas que rodean el golfo napolitano se hundieronen sombramas profunda, y cada una lanz6 desde la oscuridad su campani- lleante sonar 0 su estampido.... Habia ya pasado el triunfo para Grecia y la sabiduria para Egipto, pero con el llegar de Ianoche parecieron recobrar sus honores perdidos,y la tie- rra que pronto habia de llamarse Santa preparaba en la os- curidad su carga maravillosa. E] mar era lo suficientemente ‘grande para dar cabida a tiempos diversos: una tormenta ju- gueteaba en torno a Sicilia y sus humeantes montafias, pero en la boca del Nilo el agua se tendia como un pavimento mojado. Grata brisa danzarina rizaba el las de Grecia sentian frescor nuevo al declinar el dia, Byrnos, la mis feliz, y una de las menos famosas de las islas, daba la bienvenida a la brisa, El atardecer habia sido largo. Durante algiin tiempo, el sonar de las olas que choca- ban vivamente contra el muro del pequefio puerto, estuvo cubierto por el parlotear delas mujeres, el chillarde los mu- 163 cchachos y el balar de los corderos. Cuando aparecieron las primera luces, las mujeres se retiraron; cuando el aire se llené con el ruido de los ableros de las tiendas que iban co- locando en su lugar para cerrarlas, cesaron las voces de los, muchachos;y por fin, slo el murmullo de los hombres que cn las tabernas jugaban con fichas de marfil se mezcl6 con los sones del mar. Confusa luz de las estrellas, ya temerosas, dela luna que atin no se habia alzado, cay6 sobre las filas de casitas que cubrian la vertiente y sobre los tortuosos tramos de escalera que servian de calles entre ellas Las tabernas se alzaban en la plaza mal empedrada a la orilla del agua, y en una de ellas los cinco o seis principales padres de a isia estaban sentados jugando. Cuando se alz6 ia luna, s6lo dos de ellos, Simé y Chremes, permanecian, aiin sentados después de la marcha de sus compaiieros. Simé era propietario de dosalmacenes; era negociante, y te nia tres barcos que circulaban continuamente entre las va- vias islas. Los hombres habian terminado de jugar. Las f- cchas yacfan sobre la mesa entre ellos, y ellos suspiraron sobre sus barbas como si estuvieran pensando en el largo ccaminar entre los fantasméticos olivares hasta sus casas. Simé estaba més cansado que de costumbre; aunque la ley de la moderacién nos ensefia que la mente no puede em- plearse sin mengua mas de tres horas diarias sobre merean- cias y nimeros, aquel dia habia gastado més de cinco en dis- cusiones y tratos comerciales. —Simé —dijo Chremes de pronto, con expresin de hombre que estd tomando aliento para una tarea desagrada- bley largamente diferida—, tu hijo ya ha cumplido los vein- ticinco... Simé gruié, al veracercarse elasunto que nunca seatre- viaa afrontar. —Cuatro afios hace —continué Chremes—, dijiste por 164 primera vez que un muchacho no debe decidirse al matri- monio forzado por sus padres. Y, ciertamente, nadie ha in- tentado forzara Pamphilus. Pero za que esta esperando? Te ayuda en el almacén;trabajaen el campo; come en casa dela andriana. . Pero aquella noche, hasta aquella excitaciGn le faltaba, Sus huéspedes le parecian mas jOvenes y mis remotos que nunca, yasu vezella sentiase caprichosa y casi irritable. Por tanto, era de esperar que la conversacién tomaria rumbos poco susceptibles de reconfortarla 1 Niceratus, uno de los més seguros de sus huéspedes, le pregunt6 qué clase de vida existrfa dentro de dos mil aos. —iOh! —respondid inmediatamente—, jentonces ya no habri mis guerras! No me gustaria vivir en un mundo en que no hubiese guerra ~respondié él— Seria una edad de mujeres. Ahora bien, Chrysis era muy celosa de la dignidad de las mujeres y no perdia ocasidn de combatir tan apresura- dos desdenes. Se incliné un poco hacia adelante y pregunto amabilisimamente: —gDe modo, Niceratus, que deseas servir al Estado? —Lo deseo. =2Y admiras el valor? —Lo admiro, Chrysis. —Entonces ve. engendrarhijos—replicd, dando media vuelta. ANiceratus le parecié descortés la respuesta, y salié de lacasa(Noassti6 alos dos banquetes siguientes pero des- pués volvié y le pidid perdén por haber convertido en agra- vio personal una diferencia de opinién. Las confesiones de error siempre causaban gran placer a Chrysis.«Felices —de- «ia— son las asociaciones que nacen de una falta y de un perdén) La conversacién recayé después sobre las obras dramé- ticas que se refieren a Medea y a Fedra, que les habia leido en un banquete anterior, y sobre todas las manifestaciones de la pasién desordenada. Los j6venes opinaron que el pro- blema no era tan complicado como parecia, y que a seme- jantes mujeres habria que haberlas zzotado como a esclavas desobedientes y encerrado en una habitacién con una jarra de agua y un poco de alimento ordinario hasta que se les domase el orgullo. Le volvieron a contar, a media voz, el ‘cuento de una muchacha de una aldea en el otro extremode 183 Ia isla cuyo comportamiento habia llenado de consterna- cién a su familia ya sus amistades. La muchacha habia per- severado algiin tiempo, al parecer, vanagloriindose de sus desérdenes, hasta que una mafiana, levantindose muy tem- prano, se habia encaramado a un alto acantilado cerca de su casa y se habia arrojado al mar. Todos los comensales calla- ron de pronto, pero luego se volvieron hacia Cheysis, pi digndole que les diese la explicacin de tal cambio. Y se dijoa si misma: «No intentes explicérselo, Habla de otra cosa. La estupidez estd en todas partes yesinvencible». Pero la insistencia de los j6venes acabé por vencerla. Pare- cié lucharinteriormente un momento, profundamente tur- bada, y luego empezé a decir en voz. queda: Una vez, el gran ejército de las mujeres se reunié en asamblea. Ya ésta reunion invitaron a un hombre, un poeta trigico. Le dijeron que querian enviar un mensaje al mundo deloshombres, y que él habia de ser su abogado y su porta- voz. «Diles —rogaron con ansiedad— que s6lo én aparien- cia somos inestables. Diles que es porque estamos dura- ‘mente sujetas y en amarga esclavitud a la naturaleza, més que de corazén... y les pedimos que escuchen con pacien- cia...; Somos tan firmes y tan valientes y tan varoniles como, ellos.» El poeta sont tristemente, diciendo que a los hom- bres que sabjan esto no haria sino avergonzacles oitlo decie una vez.mis, y que los que no lo sabian no habian de enten- deelo s6lo por oielo repetir. Pero consintié en transmitirel mensaje. Los hombres, al principio le escuchaban en silen- cio, mas luego, uno tras otro, se echarona reir. Y mandaron al poeta que volviese al ejécito de las mujeres con estas pa- labras: «Diles que no se angustien y que no perturben sus lindas cabezas con tales asuntos. Diles que su popularidad no declina, y que no quieran echarla a perder poniéndose heroicas». Cuando el poeta repitié tales palabras las muje- 184 res, algunas enrojecieron de vergiienza y otras de ira. Algu- nas se pusieron en pie suspirando cansadamente: «Nunca hubiéramos debido hablarles», dijeron. Volvieron a acer- carse a sus espejos y empezaron a peinarse el cabello; y ‘mientras se peinaban el cabello, lloraban. Apenas Chrysis habia terminado el cuento, cuando un joven que hasta entonces habia tomado poca parte en la conversacién, de pronto se lanz6 a condenar violenta- ‘mente los medios que empleaba para ganarse la vida. El tal joven era uno de esos cuyo temperamento losllevaa querer modelar abruptamente las vidas ajenas conforme a ciertas, rnormas que él ha elegido. Dijo a Chrysis imperiosamente «que mejor hasia en dedicarse a ser costurera sirvienta. Los otros comensales empezaron a murmurar entre ellos y a apartar el rostro lenos de confusién y de ira, pero Chrysis se qued6 mirindole alos ojos centelleantes y admirando el ardor con que hablaba. Era una especie de lujo para ella el afiadir una mortificacin externa a su desesperacidn inte- rior. Ya estaba trastornada por el decepcionante comporta- miento de Niceratus, y se decidié a ser magnanima, Se puso en pie y se acercé al muchacho fandtico; tomindole la ‘mano, le sonrié con geave afecto, y dijo, dirigiéndose alos demés: —Es cierto que de todas las formas del genio, la bondad esa que tiene la edad tonta més larga Pero tales incidentes no eran muy a propésito para dis- traer su mente de la opresin del dia. «Vano. Vacio. Transi- torion, repetiale la voz interior. Mas precisamente cuando estaba a punto de terminar el dia con el sumario completo deque no tenia nada que prestara lavida y de que no existia puesto que ella pudiese lenar, cayeron sus ojos sobre Pam- philus. Acostumbraba, por falta de confianza en si mismo, ‘ocupar el iltimo lugar en el extremo mas remoto de la es- 185 tancia. Los comensales reconocian su presencia entre ellos, pero cuando una vez quisieron elegirle rey del banquete, furtiva y furiosamente les comunicé sunegativa, ylos votos pasarona otro, Sin embargo, los ojos de Chrysis, a menudo, como ahora, se habjan posado sobre aquella cabeza incli- nada hacia adelante para acechar cada una de sus palabras y que las recibia con tan intenso fruncir del ceiio. «Esto es algo!s, se dijo de pronto, y durante un mo- mento le dej6 de latir el corazén. Habia tenido intencin de recitarles Las nubes, de Aris: t6fanes, en aquella velada, pero entonces cambid de opi- Sinti6 necesidad de alimentarse el corazén y satisfa- cer a aquellos ojos avidos con algo elevado y hondamente sentido, Acaso lo que ella lamaba slo clevado> fuera en este mundo meramente una forma hermosa de falsedad, que en- gaiabaal corazén, Pero queria hacer un intento masaquella, noche y ver si, después de un dia tan decepcionante, podia despertar aiin un movimiento de conviccién. «Qué reci- taré2>, se pregunté mientras estaban quitando las mesas. «Algo de Homero?... ;Priamo pidiendo a Aquiles el cuer pode Héctor? No... No... Ni tampoco entenderian el Edi- po.en Colona... sEl Alceste?sEl Alceste?> Uno de los comensales mas timidos, viéndola meditar ena eleccién, pidiéle con timidez que recitase el Fedro de Platé: —iAy amigo! —respondié—. Hace afios que no leo ese libro. Tendria que improvisar largos fragmentos. {No podrias... no podrias recitar el principio y el fin? =Lo intentaré por ti —replied. Y poniéndose en pie, entamente, compuso los pliegues de su tinica. Los sirvientes salieron, y se hizo el silencio. Este era el momento (en veladas mis felices) que més le agradaba: aquella quietud, aquella ansiedad, aquel carifio 186 levemente burlén. «¢Qué es lo que los arrastra —se pregun- taba a veces— para que en los quince aiios que si de juventud, se conviertan en seres tan sin gr posos o tan envidiosos o tan atareadamente girrulos?» Alprincipio todo marché bien. Los muchachos oyeron con deleite el relato de cémo otros mancebos se reunian en las calles o en la palestra de Atenas para escuchar los argu- mentos de Socrates. Mientras escuchaban, se les antojaba aque nada debiera estimarse enel mundo tanto como una di- sertaciOn bien ordenada. Siguid la descripcién del paseo que por el campo dieran Sécrates y Fedro. «Este es, verdade- ramente, exquisito lugar de descanso. Este plétano no silo es ali, sino frondoso y amplio, y este agnocasto esta en el punto ‘mismo de su florecer y su somibra y su aroma harin gratisima nwesiraestancia, Estas imagenes y esta ofrendas votivas nos di- cen que ellugarestéseguramente consagrado algunas ninfasy algin dios fluvial. En verdad, Fedro, eesun guiaadmirable» De ali, salté al final, «Pero ahora, vdmonos, que ya ha pasado el calor del dia =SocnaTas, - No stariabien, antesque nos marchésenos, oftendar una plegariaa los dioses de este lugar? »Fepko. ~ Silo estaria, Socrates. »Socrates. — Amado Pan y vosotros todos los dems dioses que frecuentiis este ugar, concededme que pueda llegar a ser belioen elhombre interior, y que todo cuanto posea por defuera ‘esté en armonia con lo que lleva dentro; que no tenga por rico sino al hombre sabio. ¥ que mi riqueza en oro se tal como slo la saben llevar los buenos Fedro, ses menester quedigamos algo ‘mas? Por mi parte, ya he orado bastante, »Fepro. ~ Que la misma plegaria sirua para mi, porque ‘6s son las cosas que los amigos comparten.» Todo fue bien hasta esta frase. Entonces Chrysis, la se- rena, la felizmente muerta, viendo las lagrimas que asoma- 187 bana los ojos de Pamphilus, no pudo continuar, y, delante de todos ellos, lloré como llora alguien que, después de wna ausencia de necedad y voluntarioso amor propio, vuelve a un lugar muy amado y a una antigua lealtad. Era verdad, verdad més alld de toda duda, tragicamente verdad, que el mundo del amor y de la virtud y de la sabiduria era el mundo verdadero, y que sufracaso en era, por tanto, mas aplastante. Pero no estaba sola; él también veia como ella la guerra larga y perdida de antemano: y leamaba por primera ‘ez, como nunca se puede volver amar. Eso estaba sellado; eso estaba asentado para siempre. Pasados breves momentos, se dominé y tranquilizé a los hhuéspedes que se habian levantado preocupados por ell. ~Sentaos, amigos, ya estoy bien —dijo sonriendo—. Os voy arecitar Las nubes, de Arist6fanes Pero pasé algiin tiempo antes que se alzase la risa entre los lechos, la risa que era tributo justo al divino ingenio del poeta de Las nubes. Byrnos se levant6 con la aurora, y no pasaron muchas horas antes que estuviese terminado el trabajo de la ma fiana. Varios dias después de la conversacién arriba regis- trada, Pamphilus, que habia ayudado a su padre en el alma- én y no estaba con ganas de trabajar en el campo, se fue a ppasear por el lugar mas alto de la isla, Era el principio de la primavera. Un viento fuerte habia barrido todas las nubes del cielo y el mar estaba cubierto de movedizas olillas blan- cas. Sus ropas saltaban y se hinchabanen torno suyo y hasta el cabello se le arremolinaba en la cabeza. Las gaviotas, como si se apoyasen en las mismas rifagas de viento, se des- cuidaban de cuando en cuando y eran arrojadas de una a otra con las plumas alborotadas, y lanzaban chillidos escan- dalizados al cenit azul-violeta. Pamphilus levaba su vida ‘con mucha preocupacién y autoexamen,y todo el alborozo, del viento y del sol no lograba arrojar de su mente el angus- tiado afecto con el cual daba vueltas a sus pensamientos acerca de Chrysis y de Philumela y de los cuatro miembros de su familia. Vagaba entre las rocas y los lagartos y los des- cuidados olivos enanos, cuando de pronto atrajo su aten- cidn un incidente en la loma que estaba a su izquierda. Un grupo de muchachos del pueblo se dedicaba aatormentar a tuna muchacha. Ella retrocedia andando hacia atris loma arriba acercindose a un huerto abandonado, y gritaba con altaneria a sus perseguidores. La malicia de los muchachos se habia convertido en ira; le respondian acaloradamente y arrojaban contra ella unas cuantas piedras que no la alcan- zaban. Pamphilus se acercé al grupo y con un ademan or- dend a los muchachos que bajasen la loma. La muchacha, sofocada y desconfiada, se quedé en pie, apoyada en el tronco de un arbol, yesperd a que él se acercase. Se miraron en silencio un momento. Por fin, Pamphilus dijo: = Qué es ello? ~iQué va a ser! Son chicos del pueblo. En su vida han visto a nadie que no haya nacido en su miserable Byrnos. Y después de decirlo, movida por la rabiay el disgusto, rompié a llorar desesperadamente. Pamphilus la estuvo mirando agin tiempo, y luego le pregunté adénde iba A ninguna parte. Sali nada més que a dar un paseo y me siguieron desde el pueblo. No puedo hacer nada. No puedo ir a ninguna parte... No les hacia mal ningu- no. No querfa més que pasear sola, y siguieron insultin- dome. Subieron hasta aqui detris de mij yo los insulté a ellos y entonces empezaron a tirarme cosas. Eso es todo. —Crei que conocia a todos los habitantes de la isla —dijo Pamphilus, pensativo—, pero a ti nunca te habia visto. @Llevas aqui mucho tiempo? 189 Si, casi un aiio —respondié; y aiiadié en voz muy baja—: Pero no salgo casi munca, {No sales casi nunca? =No.—Se tiré dela falda y se puso miraral mar, conel cefio fruncido. “—Debieras procurar conocer a algunas muchachas y sa- lir con ellas. Esta vez se volvié y le miré a la cara. =No conozco a ninguna muchacha. Yo... vivo en casa yno me dejan salir de ella a no ser cuando salgo a pasear de ‘noche con Mysis—volvid a sollozar, pero se arreglo elcabe- lloyy los pliegues de la ropa—. No sé por qué me tienen que tirar piedras —aiadio. Pamphilus la miro, callado, gravemente, Luego, consi- guid serenarse y dijo: —Ahi arriba hay una piedra grande y lisa. (Quieres su- bir y sentarte? Le siguic hasta la piedra, siempre arreglindose el cabe- lo y pasindose los dedos por los ojos y las mejillas. Tengo una hermana de tu misma edad —

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