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Bonomini
Ledo por Mara Encabo.
En el colegio empez a dibujar torres octogonales que guardaban su secreto. Con delirante
fantasa lleg a verse escondido detrs del mostrador durante una noche entera, concretar el
robo y no tener despus cmo salir del negocio. Para ese momento, denunciada su ausencia,
la polica lo buscaba. Hasta que de pronto un vigilante entraba en el almacn y bajo el
poderoso foco de la linterna policial era sorprendido con el chocolate en la mano. Y vuelta otra
vez a la odiada y temida prisin con el uniforme y la soledad.
Una maana, la madre repiti el encargo: una latita de azafrn El Riojano. La reiteracin del
hecho, sumada a la fortuita coincidencia de que ese da tambin haba un sol muy pleno, se le
manifest a Barrio al principio como un signo inextricable. Pronto lo interpret como el fin de
su condena: deba robar la tableta.
Pidi el azafrn. No estaban sino el almacenero y l en el local. Barrio se encontraba junto a la
pila y pens fugazmente que almacn debera llamarse el lugar donde se encuentra el alma.
El viejo se agach detrs del mostrador. Barrio tom la tableta y la larg por la abertura de su
camisa. El paquete se desliz contra su pecho y qued retenido por el cinturn. En el
momento en que el objeto robado recorra su piel, el almacenero se levantaba. "Qu ms?",
pregunt el hombre. "Nada ms", respondi el ladrn.
Con las piernas flojas, que no obedecan a su voluntad sino a su costumbre, sali del
almacn. Se meti en su casa. Desde la puerta de la calle hasta la de su departamento se
alargaba un estrecho y profundo corredor. Tambin por all lo llevaron de memoria sus piernas.
Apenas acept la realidad de que el corredor estuviera desierto cuando, antes de meterse en
el departamento, se volvi seguro de ver a los mil veces imaginados vigilantes. Entreg el
azafrn a su madre y se encerr en el bao. Primero se lav las manos y la cara. No quiso
mirarse en el espejo por miedo de haber cambiado de rostro. Se sent en el borde de la
baadera y sac el paquete que se haba calentado por el contacto con su cuerpo. Lo abri
cuidadosamente. Primero, la cobertura amarilla que ostentaba la imagen de un guila con las
alas desplegadas, despus el papel plateado. Pero no haba chocolate. Era una tableta de
madera.