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La Comarca Agrícola, Ganadera y Minera ENSAYO 02MAY
La Comarca Agrícola, Ganadera y Minera ENSAYO 02MAY
La Comarca Agrícola, Ganadera y Minera ENSAYO 02MAY
CAPITULO TRES
(...)
(...)
Con el regreso de Serra, el anuncio de una nueva expedición por tierra desde Sonora, la
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llegada de las cuatro naves, todo hacía presagiar que la temporada de lluvias haría
germinar las semillas y que las conversiones y bautizos aumentarían. Pero un
acontecimiento inesperado vino a empañar la tranquila vida de las misiones y presidios.
Fue éste el ataque de los indios a la misión de San Diego el 5 de Noviembre de 1775.
La misión estaba a cargo de los padres Luis Jaime (11) y Vicente Fuster que como se ha
visto, habían trasladado la misión a su nuevo lugar. Se ha dicho que el ataque fue
totalmente inesperado pero hay abundantes pruebas que los franciscanos debieran
haber tomado algunas precauciones. Para empezar, existía el constante resentimiento de
los frecuentes ultrajes de las mujeres indias por parte de los soldados. Los franciscanos
habían azotado a algunos de los neófitos por haber asistido a un baile pagano. Se había
aprehendido también al indio Carlos, jefe indiscutido de los conversos y a su hermano
Francisco para castigarlos por haber robado pescado de una de sus propias mujeres. Los
dos presos se habían escapado con otros cinco indios. Los soldados lograron capturar a
dos de éstos y se supo que los indios rebeldes andaban alborotando a todas las
rancherías para acabar con los misioneros y los soldados. Había pues bastante motivo
de alarma y sin embargo, no se había apostado un centinela.
Fuster escribió más tarde que fue sorprendido a la una de la madrugada por un griterío
que provocaban unos 600 salvajes que habían cercado la misión. Los indios entraron a
la iglesia, la desvalijaron y la incendiaron. Luego comenzaron a atacar los edificios uno
por uno. En un cuarto en que se guardaba la pólvora, se refugiaron los soldados, Fuster
y dos muchachos, uno de los cuales era el hijo de Ortega. Gran profusión de flechas
hacían blanco en las paredes y muchos tizones ardiendo caían sobre el techo, mientras el
fraile tapaba con sus hábitos el barril de la pólvora. Al incendiarse el techo de tule, fue
necesario abandonar también aquél refugio. Fuster trató de encontrar al padre Luis y
aunque logró penetrar al cuarto donde dormía, encontró la cama vacía y tuvo que salir
amenazado como estaba por el humo y las llamas. Los cuatro soldados formaron cuadro
en el medio del patio y allí se les unió uno de los herreros que a balazos se había abierto
camino no pudiendo evitar la muerte de su compañero José Arroyo. La cocina era una
estructura de adobe cuyas paredes alcanzaban apenas a la altura del pecho. Los
cocineros habían construido sobre estos toscos muros una enramada. Hasta allí llegaron
los sitiados arrastrando el saco de pólvora. Llenaron el boquete de la puerta con bultos
de mercaderías probablemente los que contenían ropas. Mientras el fraile protegía la
pólvora con sus hábitos, dos soldados heridos y los muchachos cargaban las escopetas,
de manera que el herrero y el soldado sano pudieran continuar disparando casi sin
interrupción. Era una noche de luna llena y las llamaradas de los edificios incendiados
permitían a los defensores elegir sus tiros en la dantesca escena. Al salir el sol, los indios
se retiraron. Aparecieron entonces los indios cristianos que se habían mantenido en sus
chozas amenazados por los atacantes. Los dos soldados aunque heridos de gravedad, se
curarían. Pocas ocasiones presenta la historia de una defensa más exitosa. Tres soldados
de cuera habían sobrevivido con éxito, por más de seis horas, el ataque continuo de más
de 600 indios.
El cuerpo del padre Luis Jaime fue encontrado en un arroyo seco no muy lejos de la
misión. Su cadáver estaba desfigurado, la cara deshecha y por lo menos siete flechas
habían atravesado su cuerpo. Crespí escribiría más tarde que Jaime había buscado su
propio martirio al abandonar su cuarto y salir al encuentro de los indios pidiéndoles que
amaran a Dios.
Informado Ortega de los sucedido abandonó sus planes y regresó a San Diego en cuyo
presidio, con guardias redobladas se refugiaban ahora los franciscanos, artífices y
sirvientes. A medida que se conocían más detalles del plan indígena, más crecía su
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preocupación. Más de mil indios se habían congregado para el ataque que debería ser
simultáneo al presidio y a la misión, pero el grupo destinado al presidió se alarmó al ver
las llamas de la misión y escapó. Pasaron varios días antes de que Ortega se atreviera a
desprenderse de uno de sus hombres para dar la alarma a las otras misiones y a
Monterey.
El flamante teniente coronel había recibido órdenes del virrey de dirigir una nueva
expedición a California. Esta vez tenía recursos monetarios adecuados y el respaldo real
con órdenes específicas para facilitar su tarea. Anza reclutó 30 soldados con sus familias
para trasladarlas a California. Pudo vestirlos y equiparlos a todos y el 23 de octubre
rompía la marcha desde el presidio de Tubac. Viajaban con él 235 personas, de las cuales
207 estaban destinadas a California. La tropa se componía del teniente coronel, un
capellán, el padre Pedro Font y diez soldados del presidio de Tubac que deberían
regresar con el comandante. La tropa que permanecería en California estaba formada
por el alférez José Joaquín Moraga, el sargento Juan Pablo Grijalva y 28 soldados, 8
veteranos de la guarnición del presidio y 20 reclutas. Las mujeres de los soldados
sumaban 29 y el resto lo componían los niños, arrieros, vaqueros y cuatro familias de
colonos.
Fue recibido amigablemente por Palma que había construido unas ramadas para servir
de albergue a los viajeros. El río Colorado venía crecido y Anza no quiso arriesgarse a
cruzarlo en balsas. Tuvo pues que buscar un vado y vino a encontrarlo en un lugar en
que el río se dividía en tres brazos. Aún así no fue tarea fácil. Después de dejar al padre
Garcés y su acompañante, el padre Eixarch, en las márgenes del río donde se pensaba
establecer una misión, la columna emprendió la larga marcha a la costa de California.
Anza con su escolta que servía de exploradores y vanguardia, marchaba al frente. Luego
el padre con las mujeres y los niños con una escolta de soldados. La retaguardia la
guardaba Moraga con el último grupo de soldados y atrás el ganado, 320 cabezas, la
caballada con 340 bestias y las recuas de mulas custodiadas por arrieros y vaqueros que
sumaban 165 animales.
Anza había invertido bien los dineros del Rey. Llevaba varias carpas, amplias
provisiones, ropa adecuada y otros útiles y enseres. En el campamento de San Olalla,
Anza que conocía bien la ruta, decidió dividir la caravana en tres secciones de manera
que los escasos pozos de agua que existían en la peor parte del desierto, tuvieran
oportunidad de recuperarse. La primera jornada no ofrecía dificultades para las
columnas de Anza y del sargento Grijalva, pero la tercera al mando de Moraga,
encontró mal tiempo, nieve, frío y viento y tardó tres días en llegar. Pero no se había
sufrido pérdidas de vida. Sólo Moraga dice haber perdido el sentido del oído en esa
ocasión y haber quedado sordo para el resto de su vida. En nochebuena de 1775 en medio
de un frío terrible nacía un niño, el tercero que aumentaba el grupo. El día de los
Inocentes tuvieron que descansar. Llovía intensamente. Hacía frío y tronaba. Un
temblor de tierra vino a añadirse a las calamidades naturales. El día de año nuevo Anza
enviaba a sus dos exploradores a avisar de su llegaba a San Gabriel lo que ocurrió el 4
de enero de 1776, a los 73 días de salir de Tubac.
Tomado del libro: El Ejercito Real de la Californias, Capítulo Tres, de Carlos López
Urquiza
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y fortunas que fueron y vinieron, y en gran medida, que tal como se
dieron se perdieron, y la más de la veces inmersas en grandes
tragedias y desolación, aun cuando también, amasando para sólo
algunos, grandes fortunas en la entusiasta colonización de los
“paraísos prometidos”, que se insiste, la mayoría de las veces no lo
fueron tanto, pero que sí nos legaron las simientes poblacionales en
los que se edificarían después los pueblos, ciudades, municipios y
estados y desde luego las naciones, las unas políticas y jurídicas, pero
las más, sólo como aglutinantes sociológicas en eterno proceso y
cambio.
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caso del concepto comarcano que hoy se reencuentra en el devenir
histórico en la conurbación; solo que, si antes fueron ranchos, hoy son
ciudades y municipios que se reúnen nuevamente. Antes eran pocos
con mucha tierra, hoy muchos con poco espacio entre ellos, pero todo
circunscrito a una sola nación...en dos países.
Este nuevo reino apenas recién ocupado por fray Junípero Serra
y los miembros del Colegio de San Fernando de la ciudad de México,
de la hermandad de San Francisco de Asís, se proponía con urgencia
crecer al norte y era franqueado al oeste por el Océano Pacífico y al
este por una cadena montañosa que naturalmente la hacía imposible
de extenderse más que en aquel mismo sentido que lo venia haciendo
desde la fisnisterre peninsular, hasta acá, donde ya se convirtió en
California Continental, pero duplicándose en sus formas Norte-Sur.
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(Tía-Juana), Milijó, San Antonio de los Buenos, El Nacional, El Rosario,
San Isidro Ajolojol, Tecate, El Carrizo, Santo Domingo, Cueros de
Venado, El Rosario, El Refugio, Poza del Encino, rancho García, rancho
Santa Fe y Jamul.
Estos actos en los que emergía el poder del Estado actuando con
todo el imperio del voluntad del soberano, por conducto de Real
Comisionado, secularizando los dominios, terrenal y espiritual
remitiendo cada una a su esfera, llevó no tan solo a separar los
“asientos” sino que, trató de establecer principios de orden y acción,
mediante normas, decretos, acuerdos, que luego fueron conocidos
como “Las ordenanzas de Gálvez”.
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La fuerza militar al cuidado de las temporalidades del clero y de
su seguridad personal, constantemente amenazada por los nativos, no
quedó exenta de la acción reformista de aquel abogado José de
Gálvez y Gallardo, quien finalmente sería ungido como Marqués de
Sonora. Entre muchas de las cosas que estableció se encuentran los
derechos de “indemnización” para que los “soldados de cuera” que
habiendo causado baja en las líneas por lesiones tenidas en campaña,
que se tradujeran en la entrega de tierras, aperos y ganado para el
sostenimiento del soldado en baja y de su familia, fomentando con ello
la colonización tan necesaria ante las amenazas de los rusos e ingleses
que asediaban aquellas costas.
Esta cita tiene una gran relevancia en nuestra Comarca del Río
Tijuana, ya que la gran mayoría de las superficies de terrenos de los
grandes ranchos, provienen de entregas de tierras a quienes fueron en
su tiempo soldados de cuera.
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llevamos fuera de aquel idílico e inmaculado paraíso que los europeos
arrebataron a los kiliwas o yumanos , que bien ha valido el disgregarse
en la reflexión, todo por reencontrar: “La historia de un provenir” que
aquí buscamos.
Los últimos años del Siglo XVIII, primeros del dominio español,
fueron un autentico paradigma, de increíble vigencia en la historia
contemporánea inclusive, dejar que las cosas se fueran dando por sí
solas, fue lo que permitió que se desarrollaran los grandes ranchos, al
grado tal que por falta de formas de embarque y comercialización, ya
que estaban cerrados los puertos al comercio, literalmente millones de
cabezas de ganado vacuno se podrían porque sólo se aprovechaba el
cuero y el cebo.
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1857, dejó su huella indeleble en las Californias, tan así, que para ese
entonces llegó la mitad solamente.
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Enlisto y ubico los principales ranchos nacidos en este entorno
idílico campesino de esta mancomunidad sandieguina, para ocuparme
luego, de describir la evolución de los que comprenden la Comarca de
la Cuenca del Río Tijuana.
Por cuanto hace al sur de la línea divisoria están; Tía Juana, San
Antonio de Los Buenos , San Antonio de Machado, Morro Uno, Morro
Dos, Tecate, Jacume, El Refugio, El Carrizo, El Carricito, Álamo Bonito,
Poza del Encino, García, Pie de La Cuesta, Cueros de Venado, Santo
Domingo, El Rosario (hoy Rosarito), Cañada del Carrizo (hoy Valle de
Las Palmas), Vallecitos e Italia.
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histórico de la región, tienen algunos de estos grandes ranchos, dada
la enorme cantidad de información que cada caso reporta, He escogido
de ellos, ese algo, que los hace merecedor de ocupar un espacio, aun
breve, en este ensayo, en espera de mejor oportunidad de adentrarnos
en ellos un poco más. No será cronológico el orden ni alfabético.
Este pasaje histórico tiene mucho que ver con diversos hechos
muy importantes de nuestro pasado, razón por la cual he juzgado
pertinente reasaltar ahora que en esta foja histórica tratamos de
comprender en todo su valor la importancia de perfilar el provenir no
como una consecuencia de la suerte, sino como una resultante del
esfuerzo histórico de una comunidad por su identidad, como es el caso
de la comarca de Tijuana y sus hombres.
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bahía en dos, circunstancia ésta que no consintieron los estrategas
norteamericanos y alteraron el tratado y resultó que los Estados
Unidos se quedaron con un gran parte del estado de Arizona. El hecho
es que nuestra ciudad y puerto fronterizo y el rancho de Tía Juana
propiedad de Santiago Argüello, debería estar mucho más al Norte de
lo que hoy están.
Del rancho San Isidro Ajolojol.- Sin lugar a dudas, más allá de
la suerte o destino del “centro civico” o de “ciudad” que le tocó al
rancho Tía Juana por estar en el cruce de camino y la frontera, que
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luego puerta, de todos aquellos que fueron parte de la “Comarca del
Río Tijuana” es San Isidro Ajolojol el rancho que más romanticismo y
sinsabores acumuló en su accidentada historia, honrado por un Titulo
Primordial signado de puño y letra por Benito Juárez García en 1862,
honor que en esta zona, sólo comparte con “La Colonia Tecate”.
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