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3. Intimidad en la guerra: el deseo revolucionario ‘Muchas de las narraciones que han formado la visién publica de la Revolucién ‘mexicana han sido paradigméticas en a construccién de la idea de la masculinidad nacional. Narrar la saga de la guerra civil es tambien reconocer el significado funda- ‘mental de los hombres heroicos que formularon el proyecto nacional de la era postevolucionaria, La descripcin de las relaciones entre los hombres revolucionarios, en estos relatos nos conduce al andlisis del vinculo homosocial como un sistema intimo que estructura el poder de las relaciones que engrendra el Estado. Mi lec- tura de la novela El deuilay a serpiente (1928), de Martin Luis Guzman, prerende descibir este sistema intimo. La segunda parte de este capitulo revisa las contto- versias acerca de la construccién de una culeura nacional que tuvieron lugar en la ciudad de México durante los afios veinte y treinta del siglo Xx. Intento explicar ccémo el Estado mexicano trata de convertirse en una insticucién viril mediante el rechazo del afeminamiento y el revestimiento de los temas piblicos —esto es, el Estado revolucionario— con una significacién de género. Aun cuando la homo- fobia define el proyecto nacional, las conductas homosociales, que se describen como formas de afecto entre hombres, y el afeminamiento, juegan un importante papel en la construccién del Estado revolucionario mexicano. Las estrategias para ‘mantener este lazo homosocial, contenido dentro de los limites homof¥bicos, son cruciales para entender la masculinidad mexicana en este periodo, Bestias adorables: la intimidad masculina en E/ 4guila y la serpiente de Martin Luis Guzmén ‘Camino a Sonora, México, donde se encontrarfan con las fuerzas armadas de la Divisién del Norte, Martin Luis Guzman y Alberto Pani se detienen en San Anto- nio, Texas. José Vasconcelos, ahi exiliado, los recibe en la estacién del ferrocarril, con gritos euféricos celebrando el triunfo de Francisco “Pancho” Villa en Ciudad Judrez contra el ejército federal: “Ahora si ganamos! Ya tenemos hombre!” (Guz- ‘man, 1928: 35). El éxito militar del mitico guerrero, Villa es el tema de una mi- riada de historias que pretenden hacer visible la construccién simbélica de la na- 6 2 Hector Dominguez Ruvacaba cin revolucionaria, En su entusiasmo épico, coronado con lemas que incitan alas Pa rmasas a castigar alos enemigos publicos, los discursos revolucionarios revisten Je los cuerpos masculinos con una serie de virtudes. Estos, en vez de referirse a valo- ca res rebeldes, materializan una suerte de erotismo belicoso que traslada las habili- los dades militares a un cuerpo que seduce, ataca y penetra, como puede observarse P repetidamente en las descripciones de las escenas de batallas en las novelas de la én. El dguila y la serpiente es un viaje autobiogréfico de Martin Luis Guz- ‘min que empieza con su huida de la ciudad de México después del asesinato del presidente Francisco I, Madero. Guzmén viaja con Alberto Pani de Veracruz a La Habana y de ahi a Nueva Orleans, para luego unirse al ejército revolucionario en. el norte de México. La novela esté construida como un recuento veraz de las acti- vidades politics y militares de la Divisién del Norte, desde sus primeras batallas ‘en Ciudad Juétez (1911) hasta su fragmentacién con la derrota de Pancho Villa (1915), con quien colabora Guzmén en la mayor parte de su trayectoria, y termi- na cuando se ve obligado a abandonarlo después de ser derrotado por Obregén. vor Taeexclamacién de Vasconcelos asus sorprendidos visitantes en la estacibn del jetode tren de San Antonio proclama que se ha alcanzado la justicia histérica, mientras represe ‘que ala nacién se le materializa o imagina como un cuerpo que ha sido poseido ruccié cerdticamente por el héroe. “Ya tenemos hombre” es la frase que conlleva un ero- héroe e tismo mitico capaz de darle nacimiento ala patra. Lejos de entender estas image rato 0 nes con un recato retérico, quisiera subrayar el entusiasmo desplegado por Vascon- una for ccelos y sus visitantes como un ejemplo de erotismo heroico. En El dguila y la que res serpient, donde se narra esta anéedota, el narrador autobiogréfico nos presenta una viertal visién intimista del campo de batalla, Para esta novela, contar a Revolucién es El natrar el contacto entre los cuerpos de los hombres que dan nacimiento a la na- ronces cién.’ Se observa un intercambio emocional en la mirada que comparten los per- norma sonajes masculinos, una mirada que es mucho més que una alegoria de la nacién, cermin El narrador, en ET dguila y la serpiemte, intenta presentarnos la imagen del héroe erética como un cuerpo deseable, compuesto con la mirada que cuféricamente venera al como 1 gran hombre de la patria. Mientras los criticos han hablado con frecuencia de héroea ‘otorgatle una apariencia de santidad en un {cono sagrado, esta mirada, en conttas- los mis te, exalta los atributes viriles de los héoresy, por lo tanto, erotiza su veneracisn, nos de tratado los sen Ciuda 7 Bau sudo sbee a evluciin de Nicaragua, lean Rodguer propone qu erica evoluclo- oe aria se artcula con un "yo" masculino que “obstruye la representacion democritia”(1996:XV). En forall Jn Revolucién mencana eencuenrs una asimilacén emejene de lo masculino en el discus del no nacibneevolucionara. con lag LS Intimicla en guerra: deseo revaluconario 3 Pani admiraba yaa Obregén y se senta araido por el temple autortario del Primer Jefe, Por Obregén, desde luego, su simpatiaera tanta que de él llevaba entonces en la ‘cartera un retrato en tarjeta postal... ya menudo, rebosante de sinceto patriotismo, lo sacaba para mirarlo, mientras deci: —Con tres hombres ast a dinde llegarfa México? (1928: 35-36). La veneracién de Pani por Obregén coloca al pequefio retrato entre los sim- bolos de la nacién. Guzman presenta a la patria como el destino de su entusiasmo y laimagen de Obregén como el elemento que media entre Pani y la nacién, La relacién t6pica entre Obregén y la nacién establece la imagen autoritaria que ex- plica la exclamacién de Vasconcelos, “ya tenemos hombre” que, en el plano del Léxico, erotiza la relacién entre los héroes y aquellos que los significan como tales. Para Mijail Bajtin, la mirada del narrador abarca al héroe (1982: 13) 0, para usar una metifora paralela, la construccién del significado del héroe depende de la vor que se enfoca en él. La exterioridad del hétoe define su codicién como ob- jeto de deseo. De ahi que sea posible convertirse en hétoe, gracias ala mirada que lo representa, De manera semejante, el mecanismo que podemos observar en la cons- truccién de la imagen heroica de Obregén nos permite reconocer que el deseo del héroe es el deseo de su autoridad de la misma manera en que se inscribe en el re- {rato oculto en la carrera de Pani. El concepto de la nacién aparece, entonces, como tuna forma de remplazar la fascinacién con la virilidad. Este es un recurso alegérico ue restablece la esencia, esto es, la idea nacional, antes de que la homofobia con- Vierta la veneracién de Pani en culpa. El deseo por la virilidad se suspende antes de llegar a su consumacién; ¢s en- tonces cuando el deseo se interrumpe por un pénico homofébico; por lo tanto, la norma genérica que contexualiza a El dguilay la serpiemte tiene que entenderse en. términos de una nacién homofdbica. Desde esta concepcidn, cualquier sugerencia erética en la descripcién del cuerpo masculino debe ser constrefida, lo que da como resultado la nacionalizacién del erotismo y la traduccién del cuerpo del héroe a una idea abstracta de nacidn, como puede verse en frases como “retozaban los misteriosos resortes de la nacionalidad” (1928: 40) o “el corazén iba bailndo- ros de gozo conforme ls races de nuestra alma encajaban como en algo conocido, tratado y amado durante siglos” (1928: 40). Tales expresiones reflejan algunos de los sentimentos de Pani y Vasconcelos, mientras cruzan el Rio Bravo de El Paso a ‘Ciudad Judea, en su camino a encrevistarse con Francisco Villa. En este encuentro ‘con la patria, el verbo “retozat” y la penetracién gozosa experimentada por el narra dot nos remiren al campo semantico del erotismo. El deslizamicnto comenzado ‘con la etotizacién del cuerpo del héroe termina con la del cuerpo de la nacién, de 64 Hector Dominguez Ruvaeaba ‘manera que complera un circulo de transfiguraciones en los que héroe y nacién se yyuxtaponen en la misma manifestacién de deseo. La descripcién del cuerpo como una presencia téctil permite momentos inti- mos entre los hombres. La homosociedad del hombre revolucionario permanece en el umbral del goce, nunca nombrado, pero siempre experimentado como un acto sensorial. Cuando llegan a la habitacién donde los recibe Villa, el personaje narrador Martin Luis Guzman describe el encuentro de la siguiente manera: “yo, atinvitacién del guerrllero, me habia sentado ya en el borde del catre, a un dedo del cuerpo que lo ocupaba. El calor de aquel lecho penetré mi ropa y me llegé a la carne” (1928: 45). ‘Mientras el rettato de Obregén instiga un proceso de alegorizacién que termi- nna con la erotizacién del héroe y la nacién, este encuentro con Villa, el héroe carnal concreto, no parece oftecer ningiin escape retérico hacia el emblema. Se trata de tun cuerpo matetilizado que es deseado y temido al mismo tiempo, cuyo signifi- cado describe al guerrillero como un “jaguar a quien pasibamos la mano acaricia- dora por el lomo, temblando de que nos tirara un zarpazo” (1928: 46), Este cuer- po temido y descado crea una frontera que suspende el deseo sin consumarlo, La frase de Vasconcelos, “ya tenemos hombre”, vuelve ala mente de Guzman, después de su entrevista con Francisco Villa, slo que en este momento regresa sin el filero alegérico de la naciéns por el contratio, el cuerpo de Villa se ubica en el umbral entre el erotismo y la politica que define el deseo en esta novela. Esta liminalidad narrativa, al mismo tiempo, proporciona un momento de cerotizacién, un escape del cucpo del héroe por medio de una alegoria (tal como lo ‘vemos en la veneracién de Pani por Obregén), asi como un espacio de peligro y atraccién (como en la entrevista con Villa). En ambos casos observamos la cons- ‘truccién de una estrategia para evitar la consumacién del deseo erético, Esto le ‘otorga a la narrativa de El dguila y la serpiente una economia que produce un ape- tito infnito y alegérico por el héroe, como una busqueda interminablemente di- ferida del objeto del deseo que nunca se posee y por el cual, por otta parte, nunca se profesa una apetencia per se. Nombrar el anhelo del cuerpo del héroe abriria el camino al movimiento opuesto: su abyeccién y condena; porlo tanto, quedarse en la liminalidad del deseo ¢s una postura que se mantiene dentro del marco de la norma social que impone la homofobia como una condicién necesaria de la higie- ne nacional. Nombrar la sexualidad, tal como se entiende en las proclamaciones de las politicas de la identidad sexual desde la segunda mitad del siglo xx, es definir los ccuerpos de acuerdo con las précticas privadas, a contracorrience de la prohibicién de su exhibicién piblica c incluso a ser nombradas por parte de las normas domi- nantes tales co ras des guile sexuale seesca lidad l deran el terre ‘mente lidacié antes q Eh més re (quien en lac Guzmé ternurs modo i deasen Dias de tristey 1a pued todo el entre V gui, qui fuga qu tales ca En Luis G frecuen Yo: sig ‘ini as Intimidad onl quar: deseo revluconario 65 nantes heterosexuales. A partir de esa definicén, se han producido clasificaciones tales como homosexual, lesbiana, bisexual, transexual y transgénero, como postu- ras desde las cuales se lucha por el respeto de los estos de vida alternativos. £ Aguila y la serpiente dificilmente propone los cuerpos masculinos como entidades sexitales; mas bien evade cualquicr definicién, Estén constituidos por précticas que se escapan ala denominacién y construyen lo que Marjorie Garber llama “bisexua- lidad latina’, que se refiere a pricticas homoerdticas entre hombres que se consi- deran a si mismos heterosexuales (2000: 30). En lugar de definirse asi mismos en cl terreno de las identidades alternativas (que, en tiempos de la novela, prictica- mente no existian), el deseo del héroe aqui expresado parece contribuir a la conso- lidacién de la imagen viril as, enemas que leelo como una homofilia virilizadora, antes que como una politica de grupos excluidos. El escape de Villa de la cércel de Santiago Tlatelolco es uno de los episod més relevantes de la novela sobre esta atraccién homofilica. Carlitos Jéuregui (quien se convirti6 en su asistente después de este episodio), conoce al guerrillero en la corte cuando transcribe su testimonio. Jauregui le describe este encuentro a Guzman de la siguiente manera: “Lo que s{ conservaba idéntico era el toque de ternura que asomaba a sus ojos cuando me vefa, Esa mirada que se grabé en mi de ‘modo inolvidable, la descubri desde la primera ocasién en que el juez me encargé de ascntar en el expediente las declaraciones que Villa iba haciendo” (1928: 164). Dias después, desde las reas, Villa lo aborda para interrogarlo sobre su semblance triste y le promete sacarlo de sus penas. Jéuregui lo visita todos los dias y ni siquie- ra puede dormis, preocupado por no estar en condiciones de corresponderle. En todo el episodio, un doble discurso hace visible y a la vez encubre una atraccién centre Villa y Jéuregui. Las miradas y las expresiones afectivas de Villa hacia Jéure- gui, quien es nombrado en diminutive a lo largo de la novela, son el marco de una faga que da inicio a una relacién intima, aun cuando ésta se defina en términos tales como solidacidad y lealtad, siempre al servicio dela lucha revolicionaria. En Memorias de Pancho Villa (1960), una biografia también escrta por Martin Luis Guzman, la voz de Villa se refiere al periodo en que Jiuregui lo visitaba con frecuencia en la prisién: Yo segu{ yendo a verlo al juzgado cuando caleulaba encontrarlo soo [..] y Carlitos siguiévisicndome en mi cuarto. As se acrecentaron nuestasligas de amistad, y de «ese modo, cuando yale habia dado yo espontineamente més de quinientos pesos, con 4nimo de que me cogiera carfio, estuve cierto de la lealtad suya y de su desinterés (1960: 160-161), 66 Héctor Dominguez Ruvaleabs En las frecuentes visitas con la intencién de preparar una fuga dela prsién, el desarrollo de un afectointimo se pone en evidencia con frases como “asi se acrecen- taron nuestras ligas de amistad” o “con dnimo de que me cogiera carifio”. Finalmen- te, yaen Toluca, Villa interroga a Carlitos sobre las mujeres, después de su escape —2¥ qué tal es usted para las muchachas, amiguito? —jPara las muchachas, mi general? —Si, amiguito, para ls muchacha. No sé, mi general. —Pues ahora lo vamos a saber (1960: 170). Las preguntas de Villa ponen en evidencia que Carlitos no ha tenido experien- cias sexuales con mujeres. Villa sospecha que es un novato. En este didlogo, vemos que no hay un reproche sobre esta falla, sino una suerte de padrinazgo para la iniciacién de Jéutegui en sus obligaciones virile. La pregunta “zy qué ta es usted. para las muchachas, amiguito?” se refierea la experiencia sexual con mujeres, como si fuera una virtud fisica al igual que ser un buen jinete 0 un buen corredor. En ese sentido, la relacién con las mujeres, en el universo viril de Villa —cuando ‘menos, la que podemos observar en este interrogatorio—, puede explicarse como ‘una competencia erdtica, mds que como un afecto que empez6 y se desarrollé en el terreno de la amistad, la lealtad y el cari. Sin embargo, preguntar sobre las habilidades erdticas también puede interpretarse como una insinuacién sexual. ‘Ante los ojos de sus bidgrafos, Francisco Villa aparece como un hombre incl nado al afecto, mds que como el revolucionario cruel que describen sus detractores. ‘A pesar de que Friedrich Kate —el historiador mas renombrado especializado en la revolucin de Villa— reduce la importancia del papel de Carlitos Jéuregui y no ‘menciona la relacién afectiva que contextualiza el episodio de su escape, su trabajo incluye muchas referencias alas expresiones afectivas que Villa le dirige a su tropa ¢ incluso a sus enemigos. Casi todas sus cartas, entrevistas y otros documentos lo reportan. Villa se dirige a los hombres de su ejército como “mis muchachitos que tanto quiero” (Katz, 1998: 217); en sus cartas al presidente Madero, quien lo en- carcel6 —aun cuando fe uno de los guerreros clave en la revolucién maderista su iltimo pétrafo concluye: “con afecto y respeto, como siempre” (Katz, 19 215). Las normas de lealtad observadas en las relaciones entre los revolucionarios

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