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RAQUEL RODAS

DOLORES CACUANGO
Pionera en la lucha por los derechos indígenas

Gobierno del Ec. Rafael Correa Delgado - 2007


COMISIÓN NACIONAL PERMANENTE
DE CONMEMORACIONES CÍVICAS

Doctor Wankar Ariruma Kowii Maldonado,


Presidente de la CNPCC.
Doctor Claude Lara,
Vicepresidente Ejecutivo de la CNPCC.
Doctora Cumandá Campi,
Miembro, Representante de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
Coronel E.M.C. Arturo Cadena Merlo,
Miembro, Representante de las Fuerzas Armadas.
Doctor Guillermo Bustos,
Miembro, Representante del Ministerio de Educación.
Doctor Carlos Joaquín Córdova,
Miembro Asesor, Representante de la Academia Ecuatoriana de la Lengua.
Economista Fabiola Cuvi Ortiz,
Miembro Asesor, Representante del Instituto Ecuatoriano de Capacitación
e Investigación de la Mujer.
Doctor Manuel de Guzmán Polanco,
Miembro Asesor, Representante de la Academia Nacional de Historia.
Soc. Fabián Bedón Samaniego, Secretario (e), Jimmy Chung, Asistente.

Comisión Nacional Permanente de Conmemoraciones Cívicas


Av. Amazonas 477 y Roca, Telfax: 2 502 770 - 2 231 596
conmeciv@mmrree.gov.ec
Biblioteca electrónica de la CNPCC: www.conmemoracionescivicas.gov.ec
Libros: www. c o n m e m o ra c io n e s c iv ica s . g o v. ec /libros .html
Cuadernos: www. c o n me mo rac io n e s c iv ica s . g o v. e c /c c .html
© Comisión Nacional Permanente de Conmemoraciones Cívicas
DOLORES CACUANGO
Pionera en la lucha por los derechos indígenas
Raquel Rodas

ISBN- 978-9978-92-516-4

Fotografías: Archivo gráfico, Diario El Comercio.


Diseño, diagramación, impresión
CREAR GRÁFICA - EDITORES
097793525

Quito, marzo de 2007


D
Pionera en la lucha por los derechos indígenas

olores Cacuango, cabecilla de la zona de Cayambe


y Secretaria General de la primera organización
indígena nacional, la Federación Ecuatoriana de Indios, tuvo
relevante actividad política entre la tercera y la sexta década
del siglo XX. Su vida corrió paralela a importantes eventos
del país.
Para analizar su trayectoria, divido a este trabajo en cua-
tro partes correspondientes a igual número de etapas de la
historia nacional.
La primera parte está marcada por la irrupción del libera-
lismo que trae el planteamiento explícito de trasformar la situa-
ción deplorable del indigenado, sujeto a la propiedad latifun-
dista de la Sierra. Las continuas tormentas políticas que tiene
que aplacar el general Eloy Alfaro talvez le impidieron concre-
tar sus ideas de emancipación de los indígenas, a pesar de lo
cual su imagen se impregnó en la conciencia de los pueblos
indios como esperanza de salvación. De manera particular,
Dolores Cacuango, nacida, crecida y sufrida en la hacienda de
los padres mercedarios, en Cayambe, recurrirá con frecuencia
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al legado alfarista para enfatizar la necesidad y pertinencia de


la insurgencia indígena. Incluye este capítulo el interregno
correspondiente a los gobiernos plutocráticos, 1912-1925, años
que representaron la larga agonía del alfarismo.
La segunda parte está inscrita en el período que va de la
revolución juliana a la revolución de mayo. Gracias a las leyes
decretadas por los gobiernos liberales se produce en este pe-
ríodo un clima favorable a la organización y la protesta de los
trabajadores del campo. Estos utilizan inéditos instrumentos
de expresión de sus demandas como el sindicato, la huelga y
el pliego de peticiones. El acompañamiento de los líderes de
izquierda (socialistas y comunistas) insertos en las comunida-
des de Cayambe, colabora con el crecimiento de la organiza-
ción indígena. Entre 1926 y 1944, Dolores Cacuango desplie-
ga una serie de acciones que, al tiempo que revelan las cuali-
dades de gran líder del pueblo indio, evidencian las contra-
dicciones existentes en un modelo de producción que pone
énfasis en la rápida rentabilidad, sin detenerse a mirar cómo
deteriora el capital humano.
La tercera parte comprende el lapso que va desde la revo-
lución del 28 de mayo de 1944 hasta la promulgación de la
Reforma Agraria en 1964. Aquí se destaca el papel protagóni-
co que tienen Dolores y la dirigencia indígena en estos acon-
tecimientos. Comprende esta parte, el nacimiento de la
Federación Ecuatoriana de Indios, FEI, y las ejecutorias de
Dolores como Secretaria General de esta organización.
En esta sección se enfatiza el interés de Dolores en la edu-
cación, y la creación de las primeras escuelas indígenas bilin-
gües, enseñadas por maestros quichuas, escuelas que duran
hasta el advenimiento de la dictadura militar.
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La cuarta y última parte se refiere a los últimos días de


Dolores, su decepción de la Reforma Agraria que tantas
expectativas había producido, y el abandono en que muere.
Circulan en todo el texto pedazos del discurso de Dolores
que, gracias a entrevistas realizadas por su amiga y coidearia,
Dolores Gómez de la Torre y por el Instituto de Estudios
Indígenas, ya desaparecido, testimonian su profunda sabidu-
ría, expresada muchas veces poética y proféticamente.
El presente trabajo está basado en las investigaciones que
dieron lugar a la Biografía de Dolores Cacuango, obra publi-
cada inicialmente en 1992 por el Proyecto EBI-GTZ y reedita-
da por el Banco Central del Ecuador, el año 2006. Con base en
dicho documento, y organizado de manera diferente, el texto
actual incluye nuevos datos y apreciaciones.

La autora
Quito, enero de 2007.
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PRIMERA PARTE

Fin del siglo XIX y principios del siglo XX:


bloques de poder que luchan por la supremacía

A finales del siglo XIX triunfaba el liberalismo en el país.


Las ideas liberales habían aparecido desde finales de la colo-
nia pero durante los primeros gobiernos republicanos no
alcanzaron a consolidarse. Por décadas se mantuvo el enfren-
tamiento entre conservadores, y librepensadores. Los prime-
ros querían que el Estado mantuviera inamovible la organiza-
ción social. Los segundos proclamaban la necesidad de una
transformación. Consideraban que la emancipación política
debía tener como correlato la independencia mental.
Para los más fieles seguidores de las nuevas ideas, el
levantamiento del 5 de junio de 1895 ocurrido en Guayaquil,
anunciaba el cierre definitivo de una época y la apertura a un
cambio fundamental y definitivo en los modelos de pensa-
miento y en las estructuras de la sociedad.
Eloy Alfaro, el Viejo Luchador, el General de Montoneras,
el General de las Mil Batallas, el Caudillo Liberal, desde los 22
años líder de varias insurrecciones, fue al fin proclamado Jefe
Supremo cuando contaba 53 años. En calidad de Jefe
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Supremo entró en Quito, sede del gobierno central, el 4 de


septiembre de 1895. Las milicias conservadoras, sin embargo,
siguieron obstaculizando su labor. El 10 de enero de 1897,
después de dieciséis meses de sofocar revueltas y levanta-
mientos en su contra, la Convención Nacional lo ratificó en el
poder, como Presidente Constitucional de la República del
Ecuador.

Alfaro y la causa indígena


La llegada del general Alfaro abrió el escenario social y
político a otros estratos sociales que habían peleado junto a él.
Soldados de baja extracción, campesinos de la Costa, negros
y mulatos esmeraldeños, montubios macheteros, habitantes
pobres de las ciudades y pueblos, cabecillas y peones indíge-
nas pusieron sus expectativas en el nuevo gobierno. La buena
nueva se propagó por la manigua y por los Andes.
Los hacendados de la Sierra y sus círculos de influencia
fuertemente molestos por esta remoción social se alistaron a
defender sus privilegios. Tachaban al General de “indio
Alfaro”. Él, no se inhibía de llamar a los indios sus hermanos.
Expresó públicamente su propósito de acabar con la ignomi-
nia que pesaba sobre los infelices indios desheredados e injusta-
mente vilipendiados. Sus enemigos veían en él cualidades como
“astucia y reserva” que provenían de su origen indígena.
Cuando se encontraba en Guamote (agosto de 1895) cabe-
cillas indígenas de las provincias centrales al frente de un
grupo numeroso, preguntaron por él. Querían saber si en ver-
dad era indio como decían. Aunque le encontraron físicamen-
te diferente a ellos, no dejó de convencerles su humanidad
por el trato digno que les brindó. Tal vez pensaron: si no es
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indio de cara, sí lo es de sangre. Inmediatamente, Alfaro les


incorporó al ejército nombrando a los dos jefes Alejo Saes y
Manuel Guamán, General y Coronel, respectivamente. Desde
entonces, mientras duró la campaña militar, Alfaro contó con
el respaldo en refuerzos, víveres e información que podían
proporcionarle los indios de la serranía.
Conforme a su preocupación, el 20 de agosto de 1895, por
recomendación suya, el Consejo de Ministros expidió el
Decreto por el cual se mandaba que a los indios se les dé las
consideraciones debidas a todo “ciudadano ecuatoriano” y
que se suprima la contribución territorial, el trabajo subsidia-
rio y el maltrato. Estas decisiones fueron ratificadas el l9 de
abril de 1896 con el Decreto de Protección a la Raza indígena.
El conocimiento de este Decreto fue recibido en el altiplano
con el grito de ¡Viva Alfaro! La supresión del concertaje se
dará más tarde en el gobierno liberal de Alfredo Baquerizo
Moreno, pero las bases de este proyecto las sentó Alfaro
mediante el Decreto Ejecutivo del 12 de abril de 1899 en el
cual se puntualizó que el “concertaje de por vida es nulo”.
Existen muchos testimonios que demuestran la gratitud
que profesaron los indios al general Alfaro. Floresmilo
Romero cuenta de un indio que expresó: “General, voy a
pelear mi libertad. Después del triunfo me darás una papele-
ta para no ser más indio concierto”. El mismo testimoniante
expresa: “Eloy Alfaro peleó junto al indio de la Sierra y al
indio de la Costa. Por eso hasta ahora dicen: Taita Alfaro me
sacó de la esclavitud”. Según contaba Marieta Cárdenas: “En
la Casa del Obrero ubicada en el centro de Quito había un
gran retrato de Alfaro. Muchos indios, cuando entraban en la
sala, iban directamente hacia el retrato, se arrodillaban y san-
tiguaban frente a él”.
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Nacimiento de Dolores Cacuango Quilo


Por esa época turbulenta, de enfrentamiento entre fuerzas
políticas tan disímiles, nació Dolores Cacuango, en San Pablo
Urco, una parcialidad de la hacienda de Moyurco, que los
frailes mercedarios tenían en el cantón Cayambe, de la pro-
vincia de Pichincha. Otros feudos vecinos pertenecían a los
jesuitas y a los dominicanos.
El paisaje de estas tierras era hermoso: amplios campos de
cultivo en tonalidades verde y oro, rodeados de colinas
cubiertas de bosques, arroyos que bajaban del nevado. En el
horizonte se levantaba el monte majestuoso, al que los cam-
pesinos llamaban con respeto el “Señor Blanco”. Todo era
magnífico y predisponía para una vida de paz y armonía.
En medio de ese entorno privilegiado de la naturaleza,
cuando la peonada se aprestaba a las siembras, nació Dolores.
Era el 26 de octubre de 1881.
Dolores, hija de Andrea Quilo y de Juan Cacuango, peo-
nes conciertos, tenía 14 años cuando triunfó la revolución
liberal. El apellido paterno de Dolores señala un ascendiente
de prestigio. Dolores provenía de los antiguos caciques de la
zona y por lo tanto debería ser “señora principal”. Uno de los
trece ayllus que se mencionan en el Informe de visita de
Andrés de Sevilla, Comisionado del Presidente de la Real
Audiencia de Quito, al repartimiento de Cayambe, en 1632, es
el de los Caogango. Dos siglos y medio después, las condicio-
nes de trabajo y esclavitud a que habían sido sometidas las
familias indígenas, ubicaron a la familia de Dolores entre la
gente que vivía en extrema pobreza como todos los peones
conciertos de la hacienda agrícola de la Sierra.
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La hacienda serrana:
un mundo de abundancia y de miseria
Las fuerzas conservadoras que se oponían al proyecto
liberal representaban a los terratenientes de la Sierra, posee-
dores de grandes extensiones de cultivo, hatos, rebaños y
además, dueños de peones y de sus familias que trabajaban
en las condiciones más inhumanas.
La hacienda serrana tenía un sistema de estratificación
muy marcado. En la cúspide estaba el dueño de la hacienda,
quien normalmente había heredado a través de generaciones
la propiedad de la tierra y de cuyo producto vivía con holgu-
ra y lujo. Después venía el administrador: un mestizo que
ganaba un sueldo y ostentaba la representación del amo que
no se molestaba en vivir en el campo. Tenía todo el poder
dentro de la hacienda. Luego, estaba el mayordomo que era
un indio “apatronado” encargado de hacer cumplir las órde-
nes del administrador y disponer quién, dónde y cuándo
habían de cumplir las labores los trabajadores del latifundio.
Después estaba el cuentayo, indio responsable de los bienes
de la hacienda. Si la hacienda era grande requería de varios
cuentayos: uno de troje, otro de ganado, otro de tejería, etc.,
según las especializaciones que tuviera el fundo. Más abajo se
ubicaban los peones libres que trabajaban en los meses de
mayor demanda (siembra o cosecha) y ganaban un jornal por
cada día de labor. Los yanaperos que vivían cerca de la
hacienda trabajaban gratis, en ciertas épocas de año, a cambio
de hierba, agua, leña que la hacienda les permitía tomar. Al
final de la escala estaban los conciertos o gañanes y sus fami-
lias que no podían salir de la hacienda. Trabajaban gratis por
el préstamo de un pequeño trozo de tierra, al que llamaban
huasipungo, que les proporcionaba lo mínimo para sobrevi-
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vir. Tenían derecho además a la leña del monte y al agua.


Como esos ínfimos recursos eran insuficientes para cubrir las
necesidades materiales y rituales, pedían plata al patrón y por
ello estaban continuamente endeudados. Esa dependencia les
volvía esclavos de la hacienda. Se llamaban indios conciertos
porque habían hecho un pacto tácito o explícito con el patrón
para trabajar bajo ese régimen. Imperaba aún el decreto del
Presidente Juan José Flores por el cual se les conminaba a los
indios a “cumplir religiosamente con las obligaciones con la
hacienda sin serles permitido quebrantar el contrato por nin-
gún motivo”, como dice Leopoldo Benitez. Eran analfabetos
todos y tenían un grado de desnutrición alarmante. En una
mísera choza habitaba una familia extensa de la que sobrevi-
vían solo los más fuertes. La choza era de barro y paja que con
los vientos y las lluvias dejaba filtrar el agua y era muy fría.
A las condiciones de trabajo excesivo que comprendían un
trabajo obligatorio y otro adicional “voluntario”, se añadían
el trato humillante, el castigo físico por cualquier leve motivo,
la advertencia continua de confiscarles sus incipientes bienes
como pago por cualquier pérdida u objeto dañado en el tra-
bajo, de tumbarles la casa, de quitarles el huasipungo, de
echarles fuera de la hacienda y separarles de la tierra que era
su antigua herencia, de la madre tierra que les identificaba
como grupo humano. El Estado también les obligaba a dar
trabajo gratuito para obras públicas o entregar productos de
subsistencia para los ejércitos.
En la misma hacienda existía una cárcel donde por una
falta al trabajo, la muerte de un animal, una respuesta consi-
derada atrevida, se les retenía en condiciones deplorables. Si
la infracción se consideraba grave pasaban a la cárcel de la
cabecera cantonal. La dependencia se acentuaba con la obli-
gación de mantener los servicios y las fiestas religiosas con
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erogaciones en dinero o en especie. La costumbre de los diez-


mos y primicias obligaba a entregar al cura la décima parte de
todo lo que producía el huasipungo: papas, mazorcas, ovejas,
gallinas…
A la última categoría de trabajadores pertenecía Juan
Cacuango, su esposa Andrea Quilo y su familia. Dolores sin-
tió desde niña hambre, soledad y tristeza. Ella recordaba:
Los indígenas vivíamos en choza húmeda, sin sol,
sin luz. Nos alumbrábamos con la llama de la tull-
pa. Sí existían velas en ese tiempo pero no teníamos
con qué comprar. Allí mismo dormíamos, cocinába-
mos y teníamos nuestros cuycitos. Y en el soberado
teníamos nuestros granitos, nuestra ropita. La
cama era en el suelo cerca de la tullpa para recibir
calor. Plata no veíamos en ese tiempo. Solo fuete y
fuete.

La hacienda de los Padres Mercedarios


Los campos de Moyurco, donde había nacido Dolores,
formaba junto con la hacienda de La Chimba y la de Pesillo
un juego de haciendas de propiedad de los padres merceda-
rios. Ellos los habían recibido como donación del gobierno
colonial y lo habían incrementando con donaciones sucesivas
que hacían los “fieles cristianos” a cambio de la salvación de
sus almas. Las haciendas de los mercedarios poseían bosques
y pastizales donde se criaba ganado vacuno, lanar y caballar.
Los molinos producían harina de muy buena calidad. La
agropecuaria producía quesos, lana y cueros. Las cosechas de
cereales: maíz, trigo, cebada y de leguminosas eran abundan-
tes. Por ser tan de buena calidad, los granos se vendían en la
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misma hacienda a los comerciantes que a su vez los llevaban


a los mercados de Quito, Ibarra y Colombia. El producto de la
venta se remitía al convento principal de la Merced en Quito.
Cada quince días salían los arrieros con seis mulas que carga-
ban las cajas de monedas de plata y los productos para la sub-
sistencia de la comunidad. La riqueza también quedaba en
parte en la hacienda. Se daba especial importancia al patrimo-
nio de la iglesia de Pesillo a la que se le dotaba de accesorios
de alto valor en plata y oro, de tal manera que dieron en lla-
marla la “Escorial del Ecuador”. No por estar regentada por
frailes, las condiciones de trato y trabajo eran mejores. Los
monjes fueron amos crueles, terribles.

Dolores, bajo la luz materna


Mama Andrea Quilo enseñó a la hija las labores de la casa
y el cultivo de la tierra. De su madre aprendió a convertir en
hilo la lana de las ovejas para hacer la “cushma” y el refajo.
Dolores creció en medio del dolor propio y de los suyos. La
vida era dura, miserable, diría siempre que recordaba sus pri-
meros años. Pero mientras muchos se resignaban y aceptaban
las condiciones de servidumbre, ella aprendió directamente
de su madre a luchar contra los mandos de la hacienda. Doña
Andrea no aceptaba el maltrato. Protestaba, defendía a los
débiles que no osaban levantar la cabeza. Dolores, desde que
tuvo uso de razón, compartió sentimientos y reflexiones con
la madre. También ella reclamó en alta voz y soñó con que un
día debían cambiar esas costumbres.
Cuando murió el padre, la miseria familiar se acentuó
porque según las leyes de la hacienda el huasipungo no lo
heredaban las mujeres. Por lo mismo, tampoco tenían dere-
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cho de recibir los “socorros” en granos y ropa que los patro-


nes entregaban a sus peones en el día de los difuntos. La fami-
lia pasaba a ser “arrimada”, sin ninguna posibilidad de reci-
bir protección. La situación hizo pensar a Dolores en salir de
la hacienda en busca de trabajo que le permitiera colaborar
con la sobrevivencia de su madre y de su hermana. Pero los
Padres habían decidido cooptar para su servicio a la vivaz
muchacha y de ese modo asegurar su permanencia en la
hacienda.

La primera trasgresión de Dolores


Jovencita aún, fue presionada por los frailes propietarios
para que tomara un hombre, para que se casara como toda
mujer “debía hacerlo”, a fin de procrear una familia y aumen-
tar la mano de obra que la hacienda requería. Esta orden fue
motivo para que Dolores se rebelara terminantemente. No
aceptó la imposición de los monjes patrones y antes que
casarse con un hombre que no concordaba con ella, prefirió
huir de la hacienda. Había concebido ya un plan. Se iría a
Quito. Conocería cómo es ese lugar a donde iba la plata y
dónde estaba el reino de los despóticos amos.
Aprovechó un viaje de los arrieros amigos a Quito y se coló
en la caravana. Hizo el trayecto de tres días y dos noches que
tomaba recorrer el camino: subiendo cerros y bajando cuestas,
atravesando quebradas y bordeando ríos; parando en los pue-
blos del camino: Cayambe, Guayllabamba y Calderón, para
descansar, refrescarse o pasar la noche. Al llegar a la capital, los
arrieros le dejaron en la casa de un militar en Quito cuya espo-
sa siempre les había rogado que le consiguieran una “longa”
que se hiciera cargo de las labores domésticas.
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Dolores trabajó como sirvienta en silencio y con responsa-


bilidad. Aunque no recibió maltrato explícito, esa casa, esa
familia, esa ciudad no la hicieron feliz. Mientras cumplía la
rutina que comenzaba a la madrugada y terminaba cerca de
medianoche, añoraba su nevado y sus campos de pasto
verde, muy verde. Pensaba en el destino de los suyos, en su
propia condición de nueva servidumbre, en las discrimina-
ciones, en las distancias que separaban a las personas que
vivían en la ciudad y en el campo, entre los que tenían dine-
ro y los que carecían de él, pero sobre todo entre los que ha-
bían ido a la escuela y los que no conocían “la letra”. Su esta-
día en la capital de la república le sirvió para desmitificar ese
Quito que habitaba en su imaginario como una ciudad de
rejas y de torres, de plazas anchas y de calles estrechas; de
faroles que se prendían solos y de agua que chorreaba de las
piedras labradas.
Ese Quito es una ciudad convulsa y la gente es desconfia-
da. No se quieren los unos con los otros. Es una ciudad que
huele a pólvora y destila rumores y sospechas. En la casa del
militar se habla a gritos unas veces y otras el cuchicheo atra-
viesa el ambiente como una boa. No se entera bien de lo que
pasa pero sospecha que algo se está quebrando. El nombre de
Alfaro se repite con frecuencia. Dolores aprovecha la estadía
en la capital para aprender la lengua de los blancos, movili-
zarse por los barrios de la ciudad y para intuir que hay un
mundo que está más allá de la preocupación por el hambre
diaria.
Este período en la ciudad de Quito lejos de cambiarle sus
afectos, los vigoriza; agudiza sus percepciones y afianza sus
anhelos humanos. No quiere permanecer más tiempo lejos de
su llacta. Vuelve a San Pablo Urco. Reencuentra a su madre, a
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la única hermana que le queda y a ese joven huasipunguero


por quien su corazón se agita como pajonal al viento de
medio día.

Las piedras parecen cambiar de color:


reformas del liberalismo
Alfaro, el Viejo Luchador, aspira a modernizar el Estado
y la sociedad. Una élite de intelectuales de formación huma-
nista le apoya. Todos intentan transformar las condiciones
de vida y las relaciones entre ciudadanos ecuatorianos. El
gobierno liberal radical quiere poner fin al Estado desorga-
nizado y a la sociedad desunida por razones geográficas,
económicas, políticas y culturales. Quiere colocar hondos
cimientos para un país integrado y próspero. Varios avances
materiales que provienen de los afanes liberales, el viejo
patriarca los puede ver con inmensa satisfacción. Se unen el
mar y los Andes mediante el ferrocarril, Guayaquil se ade-
centa, nuevos caminos unen las ciudades y los pueblos, se
oye el bullicio de los niños y las niñas en las escuelas (diur-
nas y nocturnas) van jóvenes a los colegios e instituciones de
formación artística o científica, se abren las puertas de cole-
gios y oficinas para las mujeres.
El sueño alfarista es un proyecto de grandes alcances.
Convertir a la economía de consumo interno en economía
mercantil, lo cual significa centrar la atención en la plantación
costeña más que en la hacienda serrana. Desarrollar la bur-
guesía comercial y financiera superando el omnímodo poder
terrateniente y aristócrata concentrado en la Sierra. Erradicar
la influencia de la Iglesia propietaria de enormes extensiones
de terreno; pero sobre todo propietaria de las conciencias y
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arsenal ideológico de las fuerzas conservadoras. Por eso son


necesarias algunas reformas en el plano simbólico que debili-
ten el poder del clero. Es necesario decretar la separación de
la Iglesia y el Estado, instaurar el laicismo, dar educación al
pueblo, permitir el matrimonio civil y el divorcio. Sólo así la
Iglesia dejará de controlar las decisiones de la gente en todos
los aspectos de la vida privada: matrimonio y familia, educa-
ción de los hijos e hijas, cultos y creencias, transmisión de los
bienes. Los objetivos económicos se mezclan con los objetivos
políticos y culturales. Y para que tengan vigencia real, es
importante difundir las ideas liberales en el pueblo para que
éste sostenga –con la vida si es necesario- la transformación
iniciada.
Y hay que actuar con prisa y sin pausa. Con la Ley de
Patronato se prohíbe el pago de los servicios religiosos y la
expresión pública de la fe a través de las procesiones religio-
sas. Se crea el Registro Civil. El censo de las personas corres-
ponde ahora al Estado y no a las parroquias eclesiales donde
se inscribían a los recién nacidos, a los cónyuges y a los difun-
tos. En 1902 se expide la ley del matrimonio civil y en 1910 la
del divorcio. Se dicta la ley de Libertad de Cultos y se supri-
men los diezmos para la iglesia. Se dicta la ley de educación
predial. De acuerdo a este mandato oficial los hacendados
estaban obligados a escolarizar a la niñez indígena. Debían
crear una escuela en su predio para la educación de los hijos
e hijas de los peones.

La Ley de Manos Muertas


El mismo año en que llega el ferrocarril a Quito (1908) se
dicta la Ley de Beneficencia conocida como Ley de Manos
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Muertas, que Dolores y más indígenas la conocían como “Ley


de Manos Negras”. Por efecto de esta ley, se incautan las tie-
rras de las comunidades religiosas. Las rentas que producen
estos bienes se destinan a sufragar los gastos de las casas de
beneficencia: asilos de huérfanos y de ancianos, maternidades
y casas cunas, hospitales y centros de asistencia social dispen-
sados hasta ese momento por la Iglesia.
El liberalismo propone enfáticamente la emancipación
indígena. Se piensa en instrumentos legales que permitan rom-
per las ataduras que mantienen a los indios ligados de por vida
a la hacienda serrana. La propuesta beneficiaría al indigenado
y favorecería a la nueva economía que necesita mano de obra.
Ya la Constitución de 1897 prohibió la confiscación de bienes y
la recluta forzosa. Fueron los primeros pasos que apuntaron a
la supresión del concertaje, lo que dada la envergadura de la
medida en contra de los hacendados prepotentes, sólo llegará
a decretarse más tarde (1918) y el establecerse como práctica
tomó muchos años más. El problema indígena pasa a ser un
tema de discusión que involucra el posicionamiento de los
bandos opuestos. Quienes se oponían a supresión de la “ley de
indios conciertos” argumentaban que defendían la agricultura.
Los que estaban por la desaparición del concertaje esgrimían el
principio de la libertad como derecho fundamental de todo ser
humano.

Matrimonio de Dolores
Rafael Catucuamba se llamaba el gañán que Dolores esco-
gió como compañero de su vida. Él era hijo de José
Catucuamba y de Juana Chirana, muertos los dos tras duras
jornadas de trabajo. Dolores y Rafael entraron en noviazgo. El
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15 de agosto de 1905, cumpliendo los rituales comunitarios


de rigor, esposa y esposo se inscribieron en el Registro Civil.
Luego celebraron la boda religiosa en la iglesia principal de
Cayambe. Ella se sentía ilusionada por el acontecimiento y
hubiese querido certificarlo en el papel pero ese gozo le está
impedido porque no sabe leer ni escribir. Como los contra-
yentes y todos sus familiares, incluso los testigos, unos arte-
sanos conocidos del pueblo son analfabetos, los empleados
del Registro Civil suscriben el acta en nombre de los contra-
yentes. Pese a esta sensación de desvalimiento por no poseer
el don de la palabra escrita, un cierto orgullo y satisfacción le
acompaña. Dice Dolores: Ese Alfaro que está sepultado en San
Diego, sepultado con la bandera. Ese Alfaro que quitó las haciendas
a los frailes. Ese también hizo matrimonio civil. Yo primerita hice
matrimonio civil en Cayambe.
No se equivocó Dolores al escoger a Rafael. Fue dulce,
firme y leal compañero en las buenas y en las malas. Ella lo
decía: Él me quiso y yo le quise y desde entonces no volví a salir de
Cayambe.
Juntos cuidaron del huasipungo heredado por Rafael en
Yanahuaico y juntos desempeñaron las labores de la vida
hogareña. Tuvieron nueve hijos pero solo uno llegó a la
madurez. Los demás fueron muriendo, víctimas de la pobre-
za y la marginalidad. Las frecuentes ausencias de su madre
dirigente también les afectaron. Mi hijita, mi hijito murieron de
la pena, decía Dolores, cuajado su rostro en llanto.
El único hijo que le acompañó en sus jornadas de lucha y
en la concreción de sus sueños, que fue su secretario y el pri-
mer maestro bilingüe, este hijo llamado Luis Catucuamba
recordaba la relación amorosa que veía entre su madre y su
padre:
DOLORES CACUANGO 23

Si ella hilaba, él tejía. Si él torcía la cabuya, ella


cosía el pantalón. Si ella tostaba el grano, él molía
en la piedra. Si él amarraba, ella emparejaba la
yunta. Desde el tiempo en que eran peones en la
hacienda iban juntos a la siembra, al deshierbe y a
la cosecha. Juntos al pastoreo y al molino.

Desde el momento en que ella empezó a despuntar como


cabecilla, Rafael no tuvo reparo en hacerse cargo de las labo-
res agrícolas y del cuidado de los vástagos. Cocinaba, lavaba
y se hacía cargo de todos los menesteres. Jamás le impidió
entregarse a la lucha por los intereses de su comunidad ni
tuvo celos de su prestigio. Todo lo contrario, si creía que su
apoyo era necesario, no dudaba en acompañarla. Los dos
compartían todas las angustias y penalidades que ocasiona-
ban la defensa de los derechos conculcados.
A mi padre le decían: Vos no sigas a tu mujer, vos deja. A ella
al archipiélago vamos a mandar. A vos vamos a quedar el huasipun-
go, recordaba su hijo Luis.
Los chantajes no le hacían cambiar de idea. El apoyo a su
mujer fue incondicional. Dice Dolores: Yo decía vos quédate no
más. Yo donde quiera he de morir. Pero él no. Atrás, atrás seguía,
pobrecito.
En medio de los sinsabores de la lucha se daban tiempo
para llevar flores a las cruces blancas, debajo de las cuales
reposaban sus hijos muertos. Inspirándose en esta imagen de
amor y fidelidad la cantautora Judith Hurtado compuso una
canción que expresa:
Tierra y sol largo camino / nos fuimos juntos
andando / el maíz fue un niño nuestro / como el tri-
24 RAQUEL RODAS

gal y el arado / y así acunamos la vida / de un


pequeño pueblo hermano // ¿Por qué temer las espi-
nas / si tú estabas a mi lado / si te escogí contra el
viento / de la sinrazón mi amado?/¿Si tú acompa-
ñaste tierno alegrías y fracasos?//Con la estrella y a
la aurora / los dos tejimos cantando / en telar de
vida nueva / el poema más humano / de recobrar
para el indio dignidad, tierra y trabajo // No nos
quebró la pobreza / ni la crueldad de los amos / ni
la injusticia o miseria / ni los hijos que enterramos
//¡ La fe en la vida sembramos hombre y mujer de la
mano!

Don Eloy sacrificado en la “hoguera bárbara”


Por sus obras y sus años el Viejo Luchador se había vuel-
to un anciano venerable. Siempre fue bueno y magnánimo
con amigos y enemigos. Lo que no niega que haya sido un
guerrero fogoso, que peleara y dirigiera combates con valen-
tía asombrosa, incluso con temeridad, dicen sus biógrafos.
Pero fuera del fragor de la campaña era bueno, blando inclu-
so. Un demócrata convencido que rehusó convertirse en dic-
tador aun cuando esta medida hubiera facilitado la consolida-
ción del proyecto liberal. Honesto y pulcro en el manejo de
los fondos públicos vivió en austeridad y murió en pobreza
habiendo dado a la causa liberal toda su fortuna lograda en el
comercio. Convencido americanista, puso a disposición su
patrimonio económico para financiar la propagación de las
ideas liberales y crear una América Latina que se opusiera a
la hegemonía del país del norte. El acendrado patriotismo de
sus años mozos se mantuvo incólume. En su vida privada y
en su vida pública ejerció una moral sin tacha. Estaba lleno de
DOLORES CACUANGO 25

sueños y quería transformar al país en una nación próspera y


moralmente sana. Eso le enfrentó a fuerzas poderosas que
minaron la unidad del partido, que malinterpretaron sus ini-
ciativas y sembraron desconfianza en el pueblo manipulable.
Esas fuerzas oscuras, la Iglesia incluida, fraguaron su muerte.
Para vergüenza histórica el Viejo Soñador fue sacrificado (28
de enero de 1912) en un acto sanguinario que espeluzna con
solo recordarlo. Ese fue “el día de decapitación de la última
esperanza”, dijo con razón, Leopoldo Benitez Vinueza.

Levantamientos indígenas en Cayambe


La Ley de Beneficencia obligó a los mercedarios a dejar las
propiedades que mantenían en Pesillo. La gente indígena se
alegró porque los frailes eran patrones crueles, pero por efec-
to de la ideología también se sentían desprotegidos. Al salir
de las haciendas no sólo que fueron echando pestes contra los
liberales, “masones, herejes, enemigos de Dios”, sino que les
engañaron diciendo que las tierras volvían a los indígenas. Y
ellos se lo creyeron porque de hecho recordaban cómo fueron
despojados de esas tierras ancestrales. Dice Dolores: A un
indio Guatemal con engaños han quitado los frailes. Han hecho fir-
mar escrituras... Como el Guatemal no ha sabido leer ni escribir…
Cuando los nuevos patrones llegaron, no estaban muy
dispuestos a obedecerles y empezaron a buscar apoyo fuera
de la hacienda. Querían saber qué pasaba y cómo podían
defenderse de la prepotencia de los patrones. Así se dieron los
primeros contactos.
Durante los años 1908 a 1913 la Asistencia Pública, enti-
dad creada para organizar la caridad pública, administró sin
mayor atención las haciendas incautadas. La poca experiencia
26 RAQUEL RODAS

en el manejo de los nuevos bienes del Estado, obligó a buscar


intermediarios que administraran esas tierras. Se las dio en
arrendamiento. La “mama” hacienda de Pesillo fue dividida
en tres predios: Pesillo, Moyurco y La Chimba, y entregada a
diferentes arrendatarios. Más tarde, cuando la nueva forma
de administración se admitió, las haciendas fueron reagrupa-
das bajo la conducción de Luis Delgado que las usufructuó
por más de veinte años.

La primera rebelión en Pesillo,


cuando las lomas y el agua se tiñeron de rojo
En 1919 estalló la primera rebelión en la hacienda de
Pesillo contra el primer arrendatario, un colombiano llamado
Ernesto Fierro. La leyenda de Andón Guatemal y de su espo-
sa Soforina, propietarios de esas tierras sonsacados por los
frailes, según lo decía Dolores Cacuango, les dio impulso
para oponerse al nuevo amo. Alentados por las admoniciones
de los frailes que al ser botados de la hacienda les habían
dicho que las tierras volvían a su legítima propiedad, los peo-
nes se negaron a bajar al trabajo.
Hacía un año que se había decretado la abolición del con-
certaje y la prisión por deudas. A pesar de los cuidados que
ponían los terratenientes para mantener oculta esta informa-
ción, de alguna manera se había filtrado entre la peonada
inconforme, golpeada pero que sabía cómo resistir la injusti-
cia y los ultrajes.
Se había legislado a favor de los indios. Esas disposicio-
nes legales apenas eran conocidas por ellos como un rumor.
Los más insumisos averiguaron por su cuenta. Realmente
fueron mujeres las primeras que salieron fuera de los predios.
DOLORES CACUANGO 27

En busca de información y asesoramiento llegaron hasta los


despachos de quillcas y tinterillos. Primero indagaron en
Cayambe, después en Ibarra y más tarde en Quito. Así se per-
cataron que sí era cierto que “había ley para indios”.
El indigenado aprovechó la oportunidad para aglutinarse
y repensar su situación. El nuevo patrón no era ya represen-
tante del orden divino, ni siquiera un “cristiano” sino un mor-
tal común enviado por los “masones” liberales enemigos de
Dios. Esa ambigüedad contribuyó a debilitar el prestigio del
patrón frente al conjunto de trabajadores de la hacienda y por
lo mismo a desafiar su autoridad. Las contradicciones de la
época también se manifestaron en las altas esferas del poder.
El presidente liberal Alfredo Baquerizo envió tropas para
reprimir el alzamiento y defender los intereses del nuevo
patrón y del Estado.
Para la comunidad de indios defender la tierra era pri-
mordial. Existía en ellos una ancestral adhesión a la tierra de
sus mayores, a su tierra, ligazón que les había mantenido en
la hacienda, a pesar de la servidumbre y la pobreza.
Corría 1919 cuando las lomas de Pesillo se tiñeron de rojo.
Las quipas y churos sonaron. Los indios protegidos por sus
enormes sombreros rojos y haciendo flamear sus ponchos
bajaron con el puño alzado hasta la hacienda. Después, fue la
sangre que tiñó de rojo la tierra y el agua del arroyo. La refrie-
ga entre soldados provistos de armas de fuego, y la gente
campesina armada de piedras y palos, dio como resultado
treinta personas muertas, y heridas en ambos bandos, a más
de huérfanos y viudas. Entre las heroínas de la jornada desta-
caron Juana Calcán, Mama Cipriana, Rosa Colcha y
Encarnación Colcha. Con esta lucha los peones y peonas con-
siguieron por primera vez que el pago del salario se hiciera en
28 RAQUEL RODAS

dinero y no en especie ( 0,20 de peso al día para los hombres


y 0,10 para las mujeres).

Sombras nefastas enturbian el cielo de la Patria


La muerte del general Alfaro interrumpió muchos pro-
yectos de desarrollo del país. La agonía del alfarismo duró
muchos años.
Con la exportación de cacao, “la pepa de oro”, las clases
poderosas del país quisieron abrirse al mundo. Pretendieron
que el país dejara de ser una aldea grande prendida a las
montañas y mantuviera relaciones comerciales que la hicie-
ran rica y poderosa. En poco tiempo las ilusiones de progreso
nacional se desinflaron. La I Guerra Mundial produjo un efec-
to desastroso para la exportación del cacao. Por último, la
plaga de la “monilla” asoló las plantaciones. El nuevo centro
mundial de mercado de cacao pasó de Europa a Nueva York,
y esto inició la dependencia comercial de Ecuador a los
Estados Unidos. Y como si eso fuera poco, las pretensiones de
crecimiento se enredaron entre las mezquindades de ciertos
grupos de poder. Los ricos de la Sierra y los de la Costa, se las
arreglaron bien. Habían creado sus propios bancos. Uno de
estos grupos, el más ambicioso de todos, era propietario del
Banco Comercial y Agrícola, en Guayaquil, institución que en
poco tiempo llegó a tener más dinero que las cajas fiscales y a
emitir sus propios billetes lo que le convirtió en acreedor usu-
rero del Estado.
De 1912 a 1925, años que comprenden la época de los
gobiernos plutocráticos fueron tiempos muy convulsionados
y de fuerte depresión económica. No sólo la guerra mundial,
la caída de los ingresos por disminución de la venta del cacao
DOLORES CACUANGO 29

en el exterior, sino los intereses encontrados de las clases


altas: terratenientes y banqueros, exportadores e importado-
res, que vivían en derroche permanente a costa de la explota-
ción a trabajadores del campo y la ciudad. La pobreza gene-
ralizada, y su consecuencia: las huelgas de obreros y campe-
sinos generaron una época de caos casi incontrolable.
Ocurrió en este período, la manifestación de una multitud
formada por los trabajadores de los gremios de carros urba-
nos, luz eléctrica y otros que salieron el 15 de noviembre de
1922 a reclamar por la carestía de la vida. Sus cadáveres, o
cuerpos vivos, abiertos para que no flotaran, fueron botados
en la ría que amaneció teñida de sangre.
También la educación sintió el impacto de los vaivenes
políticos. Dice Carlos Paladines:
Conforme avanzó la serie de gobiernos plutocráti-
cos quedó sepultado el espíritu radical de la revolu-
ción alfarista, la desnacionalización se profundizó y
la educación laica quedó entrampada entre su ver-
tiente nacional y la supeditación o acoplamiento al
proyecto burgués, a pesar de los esfuerzos de algu-
nos maestros por incentivar el sentido nacional en
sus aulas.

En aquella época, aún las ciudades importantes como


Quito y Guayaquil tenían incipiente desarrollo. La mayoría
de las calles eran de tierra. El Ecuador tenía mala reputación
en cuanto a higiene y sanidad. Las condiciones de insalubri-
dad y aseo eran deprimentes. El Ministerio de Instrucción
Pública hubo de obligar al baño semanal en 1930. Práctica que
tardó en consolidarse. Otra disposición incitaba al uso del cal-
30 RAQUEL RODAS

zado prohibiendo el ingreso de personas descalzas a los mer-


cados, escuelas y otros lugares públicos. Más de la mitad de
las familias ecuatorianas (de 6 a 12 personas) se alojaban en
una sola pieza.
El acaparamiento de la riqueza pública en manos de los
plutócratas, limitó la construcción de obras públicas que
beneficiaran a la mayoría de la población. En Quito, ciertos
adelantos tecnológicos, como el teléfono, la luz eléctrica, el
cinematógrafo y el tranvía, contrastaban con la suciedad de
los barrios y las acequias por donde corrían las aguas servi-
das. De Guayaquil, dice Bruno Andrade, era una ciudad de
sobrevivientes, que se debatían entre la pobreza y el matonis-
mo.
DOLORES CACUANGO 31

SEGUNDA PARTE

Cambio de mando: de los civiles a los militares

La situación económica inestable y dudosa en lo político


fue causa de la irrupción del poder militar a través del cuar-
telazo ocurrido en Guayaquil, y respaldado en Quito, el 9 de
julio de 1925, golpe de Estado que con el nombre de
Revolución Juliana acabó con el liberalismo plutócrata.
Cuadros jóvenes del ejército con cierta influencia de las ideas
socialistas derrocaron al último presidente plutócrata,
Gonzalo Córdova, y asumieron el poder en “nombre de las
clases oprimidas”. De alguna manera buscaban una exculpa-
ción de la matanza protagonizada por el ejército, el fatídico 15
de noviembre. Pero la verdad es que más bien facilitaron la
recuperación de la clase terrateniente derrotada en 1895,
parte de la cual se transformaba en débil burguesía industrial,
especialmente en la rama textil.
El Estado carecía de organización administrativa y de fon-
dos que permitieran canalizar las necesidades de la pobla-
ción. El cuartelazo de 1925 intentó instaurar ciertas innova-
ciones para manejar de forma metódica las rentas fiscales y la
obra social, crear una entidad pública que controlara la emi-
32 RAQUEL RODAS

sión y el flujo de la moneda nacional y estos procedimientos


no fueran un privilegio más de los grupos de poder de ambos
lados de los Andes.
Como consecuencia de toda la convulsión vivida, apare-
ció en esos años una nueva intelectualidad que, renunciando
a las ventajas de clase, empezó a adentrarse en el conocimien-
to del país profundo y a constituirse en portavoz de la pobla-
ción miserable que no existía para la ley, el pensamiento ni el
arte. Otros actores: cholos, indios, montubios; y otros paisajes,
fueron develados a través de la literatura y la plástica e incor-
porados a una visión más completa del país. En los años
treinta dejaron su impronta los escritores del Grupo de
Guayaquil formado por “cinco como un puño”: Joaquín
Gallegos Lara, Alfredo Pareja D. Enrique Gil G. Demetrio
Aguilera M. y José de la Cuadra. En la Sierra incursionaron
con una mirada similar escritores y artistas, como Jorge Icaza,
Pablo Palacio, Nicolás Kingman, Benjamín Carrión, Pío
Jaramillo. Todos abogaron por la construcción de una nueva
sociedad y el nacimiento de un nuevo “hombre”.
No obstante, con la revolución juliana no se logró el equi-
librio anhelado. Contrariamente, se inició un período de la
mayor inestabilidad que ha conocido la nación. Un “torbelli-
no”, una “confusión política”, un “revoltijo político”, “locu-
ra”, “orgía”, “permanente pugna” de poderes se manifestó
entre Costa y Sierra, entre exportadores e importadores, entre
terratenientes e industriales incipientes, entre los poderes
legislativo y ejecutivo. De 1925 a 1947 pasaron por la presi-
dencia veintitrés individuos, ora conservadores, ora liberales.
Los Jefes de Estado, llámense presidentes, interinos, encarga-
dos del poder, jefes supremos o provisionales se sucedían
como en una pasarela. Los socialistas que habían nacido for-
DOLORES CACUANGO 33

malmente a la vida política en 1926, no fueron ajenos a este


juego y metieron la mano hasta donde les dejaron. Como
secuela de esta “intromisión” también sufrieron las conse-
cuencias debidas a su menor experiencia.
Los análisis sobre este período bien se pueden concluir
con el juicio de Quintero y Silva: “Hasta medio siglo después de
la revolución liberal la nación ecuatoriana no existía (...) El Ecuador
de los años treinta y cuarenta albergaba una sociedad problema...
Una situación que no había vivido ninguno de los países vecinos”.
En un país disgregado, dislocado, frágil, inseguro, la
población se debatía en la frustración, la zozobra, el pesimis-
mo. Carecían de un sentido de identidad y de pertenencia.
“Era un Estado sin nación”. José Llerena atribuye este senti-
miento generalizado de confusión, pérdida y desconfianza, a
la invasión del Perú y los desmembramientos del territorio
que de aquella se derivaron.
La sensación de impotencia y carencia se trocaba en rebel-
día, en inconformismo, en descontento contra las autoridades
de turno. Ante la insurgencia de los grupos populares los sec-
tores de poder pedían volver a la prudencia, a la cordura, a
“su” cordura. Nada era visto como la voz del hambre, la des-
igualdad, la necesidad de justicia sino solamente como caos,
anarquía y comunismo.
La época juliana termina con otro golpe militar que derro-
ca al presidente Ayora (1931) Corresponden a los últimos
años de esta etapa histórica, dentro del gobierno del general
Alberto Enríquez Gallo, algunas disposiciones legales a favor
de las clases pobres como la Ley de Comunas, el Código del
Trabajo y la creación de la Caja de Previsión Social. Es de
entender que estos logros no fueron bien vistos por los
34 RAQUEL RODAS

Dolores Cacuango 1968.


DOLORES CACUANGO 35

empresarios burgueses que incitaron continuamente a accio-


nes de desestabilización del orden gubernamental. El discur-
so burgués atribuía cada cambio a la presencia de los “bolche-
viques”. Incluían estos sobresaltos las sublevaciones indíge-
nas a lo largo del callejón interandino.

El levantamiento de Changalá
En la época juliana, en Cayambe se produjo un importan-
te alzamiento que contribuyó a definir el nacimiento de la
organización indígena. La rebelión acaeció en los primeros
meses de 1926. A causa de una intención de venta de las tie-
rras comunales que, desde tiempos coloniales, habían sido
concedidas a indígenas de la parcialidad de Juan Montalvo y
a los habitantes del pueblo de Cayambe, unos y otros se
levantaron para impedir esa negociación por parte de la fami-
lia García Alcázar, hacendada de la zona.
También en esa ocasión las mujeres tuvieron un papel
relevante. Mestizas cayambeñas provistas de tambores reco-
rrieron las calles y los caminos convocando a la gente.
Petrona Barriga, Lucinda Baroja, Rafaela Torres, Ana Valdivia
y la negra Beltrana comandaron a la población alzada por
más de un mes. Dando ejemplo de coraje se colocaron al fren-
te y con su pecho hacían retroceder a los caballos de los sol-
dados. Como las mujeres no se movían, los hombres tuvieron
que permanecer con ellas en la lucha todo el tiempo de la
sublevación. Esta fue sofocada al fin con la intervención de
los batallones Carchi e Imbabura. Con la interposición de la
Iglesia las mujeres protagonistas fueron encarceladas y luego
condenadas al ostracismo y al silencio.
36 RAQUEL RODAS

Por el lado de los indígenas, la rebelión de Changalá puso


en alto el liderazgo de Jesús Gualavisí, un carismático y recio
indígena de la comunidad de Juan Montalvo quien, a partir
de este enfrentamiento y durante más de tres décadas, repre-
sentó con inteligencia y dignidad, al naciente movimiento
indígena, en el marco de la organización popular.

Las ideas socialistas alientan la organización indígena


El liberalismo ideológico signado por los principios de
igualdad, libertad y fraternidad, había colapsado y ese fraca-
so abrió el camino a las propuestas socialistas. Privilegiando
solo la libertad empresarial, el liberalismo se había identifica-
do totalmente con los intereses de la burguesía comercial y
bancaria. Los intelectuales y militantes inconformes con la
decadencia de las ideas liberales que se distorsionaron y
devaluaron en un ejercicio corrupto y prepotente del poder,
se adhirieron a la propuesta filosófica y política del socialis-
mo, con la esperanza de construir un país más equilibrado en
lo económico y más humano en lo social.
La efervescencia de las ideas socialistas dio lugar a la for-
mación de células organizativas en diferentes puntos de la
Sierra y la Costa ecuatorianas. Desde el siglo XIX, los trabaja-
dores pagados y artesanos que trabajaban por cuenta propia,
habían empezado a organizarse. Este desarrollo continuó en
el siglo XX. Al ritmo del desarrollo capitalista surgieron los
primeros núcleos obreros en Guayaquil formados además de
los artesanos, por cacahueros y trabajadores de las incipientes
industrias.
DOLORES CACUANGO 37

Socialistas e indígenas
El socialismo aparecía como una nueva tendencia política
promovida por jóvenes intelectuales y profesionales que pre-
conizaban propuestas más avanzadas. Los socialistas agrupa-
dos alrededor del periódico “La Antorcha” fueron los prime-
ros en abanderarse abierta y decididamente a favor de la
población indígena.
A partir de su nacimiento institucional (1926), el socialis-
mo tuvo carta abierta para influir en los procesos organizati-
vos del pueblo. La alianza con los indios permitió remover los
antiguos prejuicios e intereses que mantenían en esclavitud a
la población indígena, al mismo tiempo que ampliaron las
bases populares que el Partido necesitaba para sostenerse. El
I Congreso Socialista reunido en Quito, puntualizó como una
aspiración primordial del socialismo la liquidación del problema
del indio, como señala en su libro, Germán Rodas.
Entre los años veinte y treinta el movimiento indígena
siguió alimentando la fogata donde habrían de quemarse los
esquemas de dominación. Cabecillas como Gualavisí,
Ambrosio Laso y Dolores Cacuango se afirmaron en la esce-
na nacional reclamando justicia.
La presión social obligó a crear en 1927 la Junta Protectora
de Indios que nunca llegó a funcionar. Milton Luna dice que
para el indio, a pesar de los discursos líricos, en la década del vein-
te no cambió nada. Se refiere sobre todo a la supresión del con-
certaje que debía aplicarse inmediatamente conforme obligaba
la ley pero que en la práctica fue desconocida por la parte
patronal. Sin embargo el indigenado protagonizó varias accio-
nes y mantuvo la atención en torno a su emergencia.
38 RAQUEL RODAS

Los primeros sindicatos agrícolas


y el frustrado Congreso Indígena
En Cayambe se formaron células de artesanos y campesi-
nos, núcleos que recibieron el apoyo teórico y operacional de
connotados militantes socialistas como Ricardo Paredes, Luis
F. Chávez, Rubén Rodríguez y Alejandro Torres. El cabecilla
Gualavisí que había sido cofundador del Partido, en repre-
sentación del indigenado, participó decididamente en el sos-
tenimiento de la organización indígena que admitía expresa-
mente su carácter socialista. En la tierra de Gualavisí, la
parroquia Juan Montalvo, se formó el primer sindicato agrí-
cola. Los siguientes se formaron en las comunidades de
Pesillo, La Chimba y Moyurco.
En estas últimas, los sindicatos se enfrentaron prontamen-
te con los patrones arrendatarios de las haciendas de la
Asistencia Pública, en el año de 1930. Al mismo tiempo, Juan
Montalvo, cuna de Jesús Gualavisí, fue escogida para la reali-
zación del Primer Congreso Indígena que debía llevarse el 8
de febrero de 1931. Este inusitado evento, que preveía la pre-
sencia de 2000 indígenas que venían en representación de por
los menos 100.000, no llegó a efectuarse. El gobierno central
presidido por Isidro Ayora, destacó al batallón Carchi para
impedir que llegaran los indígenas convocados desde las pro-
vincias centrales y del norte del país. Según O. Albornoz, los
soldados taponaron con sus cuerpos todas las entradas a
Cayambe. Este fue un suceso inédito que alarmó sobremane-
ra a los poderes establecidos. ¿Qué podía pasar a la Nación si
despertaban las comunidades indígenas que representaban el
cincuenta por ciento de la población ecuatoriana y que hasta
ahora habían sido ignoradas por las leyes, por los mandata-
rios y despreciada por el resto de la gente? ¿Qué se ponía en
DOLORES CACUANGO 39

juego si se levantaba esa gente que había sido repudiada, a la


par que explotada, por la clase terrateniente, tremendamente
poderosa, amparada en antiguos e inicuos privilegios?
Los gamonales se indignan ante este hecho sorpresivo, se
estremecen de ira pero también de temor. Al frustrar el
Congreso Indígena el Ministro de Gobierno informa a la
Nación La república estaba próxima a estallar en la más desastrosa
de las conmociones sociales, recuerdan Quintero y Silva. En
cambio el Senador Leopoldo Chávez, favorable a la causa
indígena, en su Informe exclama: No es un sueño ni un imposi-
ble el mejoramiento del indio.

Dolores, una líder infatigable


Dolores fue introducida a la actividad gremial por un
compañero de su comunidad, el viejo astuto y rebelde, Juan
Albamocho.
Dolores Cacuango cabecilla de San Pablo Urco empezó a
comprometerse, cada vez más intensamente, con la defensa
de las reivindicaciones indígenas, en especial de las mujeres
servicias y ordeñadoras que trabajaban en jornadas comple-
tas sin remuneración ninguna. Dolores se desplazaba de San
Pablo Urco a Moyurco, de Moyurco a Pesillo, de aquí a la
Chimba. No le importaba si era de día o de noche. Caminaba
aprisa, como iluminada, por pajonales y chaquiñanes.
Mientras tanto su esposo Rafael se hacía cargo de las tareas
domésticas.
Quienes incursionan en la política necesitan energía, for-
taleza, claridad, competencia, empatía, comunicación fluida y
firme. Todos esos atributos caracterizaban a Dolores. Ella era
40 RAQUEL RODAS

ágil para comprender y para responder. Tenía a su favor la


palabra lúcida y vehemente. El don de convocar y convencer,
y el corazón receptivo a los clamores de la gente:
Entonces de ahí ca, hablando, hablando, ya reu-
niendo uno, dos, tres, cuatro, cinco, ajustando diez,
ñuca clavé sindicato con un secretario general
secretario para que trabaje, secretario sindicato,
otro propaganda, otro tesorero, cinco dirigentes
poniendo. Elé así formé sindicato hablando con
campesinos.

En su hijo Luis Catucuanba ha quedado impregnada la


imagen de su madre que despertaba respeto y temor:
Desde su juventud, mi mamita había dedicado su
tiempo a organizar a los indígenas, a las familias
para que luchen unidos y consigan mejoras en el
salario, en el trato. Se paraba duro contra cualquier
empleado, con el palo le hacia correr. Por eso desde
joven fue fichada por los patrones, ya en ese tiempo
eran arrendatarios de la Asistencia Publica que orde-
naban a los demás indígenas- a esa india picara no le
dejen hablar con ninguna. Es india bandida.

Desde joven se había distinguido por su rebeldía y coraje. A


palazos impidió una vez que el mayordomo de la hacienda con-
sumara la violación de su hija. Muchas veces obstaculizó que
maltrataran a sus compañeros de faena. Había desarrollado una
especial percepción para captar el sufrimiento de su pueblo
sometido a explotación, humillación, pobreza, e incluso a tortu-
ra. Cuando volvía a sus recuerdos, Dolores comentaba:
DOLORES CACUANGO 41

Elé contra patrones luché yo, ca. Patroncito no


paga ni medio ni calé no paga. ¿Cómo ha de ser así?
De noche, ca, con guardia civil viniendo y rompien-
do puertas, allá dentro ca, pegaba hecho una lásti-
ma. Otro atajaba la puerta y guardia civil en la
puerta y otro pegando. Otro día, yo ca visitaba así
rutu sangre empapado yendo a policía. Policía
decía: bueno trae agradito, trae agradito para defen-
der. Yo decía porque voy a estar pagando, obliga-
ción tuya es.

Dolores, hermana
La gente iba a la casa de Dolores a contarle sus sufrimien-
tos, a pedirle que le acompañara en sus reclamos, a llevar las
quejas a Quito, a buscar ayuda en el sindicato: “En mi casa han
organizado no más. En otras partes tam han organizado no más,
porque duro parando, duro parando. A mí ca no hacía nada ningu-
no. Por eso a mí jamás cogió”.
De entre los muchos incidentes en los que testificó con sus
propios ojos, Dolores contaba de esta manera:
Yendo con agradito, todo eso amontonado, cargan-
do indio roto cabeza, cargando toditos los indígenas
yendo. Entonces ahí el político (Teniente Político)
sabía decir: Bueno, yo voy a salir a favor. Yo voy a
mandar a Quito. Estando así, ca ya vino patrón y
viendo a este pobre campesino así tapado, todito
ensangrentado, sentado así, dijo patrón: Ah, ah, ah,
bandido así hay que tener a estos indios. Y el polí-
tico decía: - Patroncito es que usted no sabe que...
Bueno, bueno, para después ha de quedar; que vaya
nomás al trabajo.
42 RAQUEL RODAS

Pero más que receptar las quejas, procuraba que las cos-
tumbres empleadas en las haciendas cambiaran a una situación
más humana, que se reconocieran a los indígenas como seres
de derechos, como personas. La posibilidad de agruparse y
presentar ante las autoridades la voz colectiva le enardecía.
Y nosotros ca, decíamos: más mejor a patrón viejo
de Moyurco vamos a avisar. Pero pior, viejo ca
cerrando las puertas castiga. Ninguno era favora-
ble a nosotros pobres. Por eso yo ca ya vine con la
noticia del sindicato y avisé a la gente. Entonces ca,
nosotros, yo formé, de noche no más, de noche.
Cuando llegaron a saber que estaba formando sin-
dicato dijeron: Ve la india bandida. Y a mí mismo
otros indígenas decían: No te metas con socialistas,
no te metás. Este ca, demonio son, hereje son. No
vale. A vos ca, patrón ha de mandar al penal. Yo ca
vuelta contestaba: Entonces por qué pega, por qué
maltrata al pobre natural. ¿Para qué? Habiendo un
borreguito, al patrón dinvalde. Habiendo un chan-
chito, al patrón dinvalde. Gallinita habiendo, al
patrón dinvalde. Huevos recogiendo a Quito. Todo.

Le dolía la situación de sus hermanas. Las mujeres indíge-


nas que trabajaban como servicias o huasicamas en la casa de
hacienda estaban obligadas a trabajar sin pago y sin horario.
Dice Tránsito Amaguaña: “Después de trabajar todo el día, ya a
las nueve de la noche venía la patrona a dar harina para cernir o qui-
nua para lavar. Ve longa fiera no has limpiado bien. Con candilito
chiquito ni se podía ver”.
A pesar de la poca valoración que se daba a las mujeres,
su cuerpo –no importaba si fueran núbiles o casadas- estaba
DOLORES CACUANGO 43

expuesto a la lascivia de los patrones y empleados. La apro-


piación de sus cuerpos, el asalto a su virginidad, la crueldad
del trato sexual, eran sufrimientos que afectaban hondamen-
te a las mujeres indígenas.
Por todo esto en el conjunto de aspiraciones de Dolores
figuraba el respeto a la dignidad de sus hermanas. La inva-
sión al cuerpo de las mujeres había dado lugar a la prolifera-
ción de hijos mestizos no reconocidos que aumentaban la
miseria de las comunidades. Por eso Dolores proclamaba:
“Queremos que indias sepan de quién paren, para que nunca más
sean violadas por tanto diablo patrón, para que nunca más nazcan
guaguas sin padre y sean hijos despreciados”.

El gran estallido de 1931 en Pesillo


La orientación de los cuadros socialistas -Ricardo Paredes,
en primer lugar- llevó a los sindicatos constituidos en las
haciendas de Pesillo, la Chimba y Moyurco a plantear sus exi-
gencias mediante instrumentos tácticos novedosos para el
campo. Pusieron sus reclamos en un Pliego de Peticiones y se
lo presentaron a los patrones. Luchar contra el sistema hacen-
dario era oponerse al poder establecido, enfrentarse a los apa-
ratos de control con que los latifundistas contaban. Los hua-
sipungueros arriesgaban el todo por el todo.
Dadas las circunstancias, se tomaba el máximo de precau-
ciones para realizar las reuniones. Cuando se hubo discutido
lo suficiente y previendo las consecuencias, se decidió enca-
rar el asunto, de una vez por todas. El pliego de peticiones
contenía varias reivindicaciones que eran, en verdad, elemen-
tales derechos que se debían reconocer a los trabajadores y
trabajadoras del campo. La rebelión había estallado nueva-
44 RAQUEL RODAS

mente y esta vez tenía increíbles proporciones. Las chispas se


dispersaban con rapidez y amenazaban alumbrar el panora-
ma o consumirlo todo.
Cuenta Mercedes Prieto que en el pliego de peticiones se
solicitaba:
- que cesen los maltratos
- se suprima el trabajo obligatorio de las mujeres
- se supriman las huasicamías y servicias para ayudantes
y mayordomos
- se supriman los diezmos y primicias
- se provea de herramientas a los trabajadores
- se rebaje el número de ovejas a cargo del cuentayo
- se incremente el salario para los huasipungueros y peo-
nes libres
- se asignen huasipungos a los apegados
- se disminuyan las jornadas extras destinadas a la hacienda
- se elimine la reposición de ganado muerto
- se realicen las cuentas anualmente con presencia de un
representante de los trabajadores
- se pague el jornal cada quincena.

El patrón desconoció en absoluto las peticiones de los


demandantes. Entonces estos se declararon en huelga. No
salieron a trabajar. Terminaba el año 1930 cuando ocurrió el
gran levantamiento de los sindicatos de Pesillo.
El patrón Luis Delgado pidió auxilio al gobierno de Ayora
para acabar con los huelguistas, que según decía, estaban
bien tratados y sólo actuaban así porque estaban azuzados
por los comunistas. La prensa capitalina también sorprendida
por la medida de hecho clamó por mano dura contra los alza-
dos que quitaban la paz y sembraban un mal ejemplo de fata-
DOLORES CACUANGO 45

les e impredecibles consecuencias. Mientras la prensa socia-


lista celebraba el despertar de la raza vencida.
Un piquete se hizo presente en la hacienda de Pesillo para
presionar que los trabajadores indígenas retomaran las labo-
res del agro. Tres meses resistieron sin moverse de sus casas.
Mientras los cabecillas de la revuelta permanecían escondi-
dos o con orden de arresto y juicio. Dolores estaba en cinta e
igual desafiaba los peligros.

Cuando venían a querer coger, campesinos ca, com-


prendiendo, levantando con palos, de noche, levan-
taban. Estando así mismo, bonita, ya llegaron los
dolores, ahí mismo, más, más, más. Después ca, ya
vinieron con tropas de batallón de policía, entonces
con eso para agarrar, para coger. Pero no hicimos
coger, no hicimos agarrar. Únicamente los emplea-
dos aconsejaban: -Ve, Dolores, no te metás, no te
metás, a vos ca, van a pelar viva, a vos ca, van a
desollar viva, no te metás en esa cosa. Pero yo casi
siempre decía: -Entonces ca, por qué llevan todos
los animales, todo llevan, y no dejan descansar ni
un día. Por qué. Más que haga lo que quiera yo ca,
no he de dejar. Yo he de ir a saber en Quito, porque
en Quito hay sindicato grande de trabajadores.

La conciencia de su estado de dominación aumentaba y


consecuentemente se fortalecía su rebeldía, el contrapoder de
su presencia insurrecta en las calles de la ciudad de Quito que
un día despertó sobresaltada porque el tumulto de cientos de
indígenas en las estrechas arterias del centro colonial, de la
pequeña y recoleta Quito de entonces, hacía “temblar las
46 RAQUEL RODAS

calles”, según lo recordaba un testimoniante. “Así paramos para


ir a Quito, a poner conocimiento. Entonces campesinos ya reunie-
ron para sacar colecta. Entonces ya me fui a Quito, para trabajar en
prensa volante y con ese volante viniendo a trabajar y de ahí, cre-
ciendo, creciendo, creciendo, dice Dolores.

Su liderazgo se impone
Un grupo de mil indígenas, engañados por el Jefe Político
de Cayambe, había llegado a Quito. Supuestamente iban a
conferenciar con el presidente Ayora. Entraron a Quito con-
mocionando la ciudad. Era inusitado mirar a un inmenso
conjunto de indios que no venían amarrados como antes, ni
arrastrados, ni agachados, sino con paso firme y el puño alza-
do. Al frente del grupo estaba la valiente e ingeniosa Dolores.
Había entrado sin que los perseguidores se percataran. “El
pesquisa andaba buscando a mí en Cayambe, en Guachalá, en
Calderón, en El Ejido, queriendo cogerme. Yo tiznada la cara, negra,
negra, trapuda, trapuda, estera poniendo encima, por medio de las
patas de caballo, voy pasando”.
Una vez que llegaron a la capital les condujeron al cuartel
de policía y les notificaron que quedaban prisioneros. Allí
fueron golpeados y ultrajados. A pesar de eso insistieron en
hablar con el presidente Isidro Ayora. Al fin permitieron que
una comisión se movilizara a la casa de gobierno. Les recibió
el secretario quien se limitó a aconsejarles que vuelvan a la
hacienda, pidan perdón al patrón y se pongan a trabajar.
Regresaron escoltados por el ejército. Como dice
Mercedes Prieto, el diario El Comercio insistía en asombrarse
de las osadas pretensiones de los indígenas que habían aban-
donado la característica de los sencillos hijos de Atahualpa. Al
respecto, cuenta Neptalí Ulcuango:
DOLORES CACUANGO 47

Vinimos en febrero a la capital, a implorar justicia


al señor Presidente de la República y no fuimos
atendidos con justicia, ni siquiera con compasión,
se nos trató sin piedad y después de inferirnos vejá-
menes se nos ordenó que regresáramos a las hacien-
das.

Lo único que consiguieron fue que una comisión viniera


a juzgar los hechos. Antes que cualquier indemnización llegó
la represión institucionalizada.
Era Semana Santa. Como se acostumbraba, había un seve-
ro recogimiento religioso en todos los espacios de la hacien-
da. De pronto irrumpieron las tropas que venían a aplastar el
levantamiento y arremetieron con cuanto encontraron a su
paso. Un piquete de cincuenta soldados se desplazó a cada
hacienda. En el patio de la hacienda de Pesillo encerraron a
los animales que tenían los huasipungueros y los quemaron.
Después procedieron a desbaratar sus casas y torturar a los
cabecillas. Neptalí Ulcuango, un niño en ese momento, más
tarde profesor de la escuela de La Chimba, escribió a partir de
sus reminiscencias:
El Director de la Asistencia Pública, Augusto Egas
y el Jefe de Pesquisas con un piquete de tropas lle-
garon a las haciendas no a solucionar el conflicto
laboral suscitado sino a amedrentarnos, a imponer-
nos, por el temor, sumisión a despóticos amos y,
para demostrar el poder que tenían, hicieron des-
truir nuestras casas de los que suponían cabecillas
y así nos arrojaron, sin pan ni abrigo, a las incle-
mencias de la vida.
48 RAQUEL RODAS

También Dolores recordaba entre lágrimas: “Había manda-


do a Yaguachi para que queme casita, huasipunguito con animalito
y todo: chanchito, vaquita, borreguito, gallinita, cuycito; trastecito,
granito, ropita, todo limpio quemaron”.

Persecución y amenazas contra Dolores y las comunidades


Los soldados tomaron presos a varios de ellos. A otros les
colgaron de los dedos pulgares hasta que declararan dónde
tenían las armas, inexistentes. No les importó ver que los gua-
guas y menores lloraran, chillaran y que de rodillas clamaran
que no maltrataran más a sus padres. A vista de ellos, les lati-
guearon en la piel desnuda hasta que les brotaba sangre. Dice
Dolores:
Habían mandado a Yaguachi, habían mandado para
que queme casita y así quemaron casa como huasi-
punguito, había animalito, había chanchito, vaco-
nita, vaquita, torete, borreguito, gallinita, cuycito,
trastecito, granito, ropita. Todo limpio quemaron.
Yaguachi, ca limpio quemaron. Y quemando así a
Yaguachico le digo. –Por qué hicieron tudu así. Por
qué quemaron mi casita. Quién mandó. –No sé,
mandado somos, mandado somos, mandado fui-
mos-, ellos decían.

Los soldados se solazaron echando al suelo las pertenen-


cias de las familias, sus escasas ropas, los granos de la tierra
que guardaban en el soberado de las casas. Hecho que dolía
y asombraba a los indígenas. ¿¡ Cómo podían derramar los
granos de la tierra y pisar a los pobres cuyes!? Las pocas per-
tenencias de valor que tenían las familias: una máquina de
DOLORES CACUANGO 49

moler o una alcancía, despertaban la codicia de los soldados


que se robaban a vista y sufrimiento de los afectados.
Cuarenta y seis casas fueron desbaratadas e incendiadas en
las tres comunidades.
Cuando llegó a Pesillo, el Director de la Asistencia Pública
no vino a ofrecer indemnizaciones ni compasión. Lo que le
interesaba era averiguar quién dirigía el movimiento. Cuenta
Dolores:
Entonces ya, bueno, quemado casa, vino el Director
de Asistencia. Entonces ya vinieron tuditos de
Quito, a trabajar, a reunir con alguacil, con
Yaguachi. Todo ese gentío que ya vino. Comisario,
policía a reunir en la hacienda de Pesillo. Y hacien-
do parar por grupo a campesino así en el aire pre-
guntaron: ¡A ver! ¿Quién mandó a Quito, levanta-
do?¿ Quién te mandó? -Una doña longa había
patroncito. Mama Dolores enganchó.

Contestó algún atemorizado campesino, según refirió


Dolores. La respuesta despertó la indignación del funcionario
quién sentenció: “Ah, india del diablo. Por aquí es tu camino. Ahora no
has de dentrar. No has de dentrar. Ahora por este camino tenés que seguir
donde quiera, india bandida. Si te encuentro yo mismo te mato”.

La represión había calado bien hondo. Lo habían perdido


todo. Estaban maltratados en cuerpo y alma. Las amenazas
del todopoderoso representante de la Asistencia Pública debi-
litaron la unidad campesina. Bajo amenaza Dolores se quedó
sola, perseguida y agredida. Lo dice su testimonio:
50 RAQUEL RODAS

-Ay india bandida del diablo. Por aquí es tu cami-


no. Esa india puñetera no ha de volver acá. Toditos
los campesinos sí quieren trabajar.
-Si hemos de trabajar, si hemos de trabajar contes-
taron los indios.

El desarraigamiento
En previsión de represalias, Dolores tuvo la buena idea de
esconderse. Cuando vinieron a llevarla a la madrugada, no la
encontraron porque huyó al cerro de la Compañía.
Los hijitos querían ir conmigo pero no podía llevar-
les. Mi hermanita dijo: -Espera mamita lleva un
cucaíto, maíz tostado voy a hacer. Yo, no dije, así no
más, me voy. Echando pañuelito botado a los hom-
bros, salí a las cuatro de la mañana, por cerro. En
hueco de loba ahí amanecí. No dejé coger. A las
cinco de la mañana había venido guardia civil con
empleado y no halló a mí. Buscando en sembrado,
en quebrada, sin hallar.

En la cueva de los lobos permaneció hasta el día siguien-


te cuando los soldados se habían alejado. Para no sentirse
burlados, los soldados secuestraron a un hijo y una hija de
Dolores, ambos menores de edad. Les hicieron montar en el
anca del caballo y les llevaron. Esperaban que Dolores apare-
ciera en busca de sus guaguas. Dolores, ignorando el secues-
tro, permaneció en su escondite de la montaña. Imaginando
que el peligro había pasado, regresó a la casa y se encontró
con la terrible noticia. Emprendió una búsqueda infatigable.
DOLORES CACUANGO 51

Cuando ya todo parecía consumado, les encontró tristes y


abandonados, pasando el pueblo de Cayambe, cerca de Río
Blanco.
Los soldados después de haber cumplido la consigna se
retiraron a la cabecera cantonal en previsión de nuevos acon-
tecimientos. El batallón “Sucre” de infantería, el regimiento
“Quito” de artillería, los escuadrones “Yaguachi” y “Carchi”
de caballería, quedaron acantonados largo tiempo en
Cayambe.
Con este respaldo al poder latifundista, era obvio que las
cosas no mejoraran para los indígenas. Por largo tiempo más
siguió la explotación y el abuso, la humillación, el maltrato y
la intimidación. Pero siguió latiendo el espíritu de rebelión.
Cuenta Luis Catucuamba: “A mi madre le ofrecían desollar, pelar
viva, pero ella no hacía caso. Seguía no más”.
Los campesinos desposeídos del huasipungo vagaban sin
rumbo por Pisambilla, Cancagua, Tabacundo, o Alegría.
Entre ellos, también Dolores sin casa, sin tener qué comer, ni
qué vestir. Continuaba perseguida por los patrones que ame-
nazaban con encerrarla en el Penal o confinarla en la colonia
penal de Galápagos. Los expulsados de las haciendas logra-
ron ubicarse en covachas precarias, a la vera del camino
público que llevaba a Cayambe, lo más cerca posible de su
antiguo domicilio.
Las necesidades primarias de los trabajadores campesinos
no fueron satisfechas. El Ministro de Gobierno aprobó que se
les pagara por las pertenencias destruidas pero esa disposi-
ción nunca se cumplió. El Ministro de Previsión y Trabajo,
mandaba de tiempo en tiempo a inspeccionar, supuestamen-
te para dar trámite a los reclamos; mas, a pesar de las prue-
52 RAQUEL RODAS

bas, siempre se ponía de lado del patrón. El informe decía que


todo estaba bien, que no se les maltrataba y que los campesi-
nos querían trabajar en paz.

La lucha continúa a pesar de todo


Pasado el descomunal espanto, recuperada en parte de su
dolor, la gente seguía reuniéndose a escondidas y fortalecién-
dose en su posición, decidida a continuar con la lucha. Las
asambleas campesinas no desmayaron. Aunque todas las
demandas laborales seguían en pie, los motivos emergentes
eran recuperar el huasipungo y volver a levantar las casas.
Los cabecillas no pudieron reintegrarse enseguida a sus
lugares de origen. Algunas personas como Dolores nunca
más lo hicieron. Mientras tanto, los sindicatos continuaron
presionando por mejores condiciones de salario y mejor trato.
Con el tiempo, por la necesidad de evitar mayores pérdidas y
ante la presión de los indígenas, los patrones concedieron
algunos puntos del pliego de peticiones, entre ellos nuevos
salarios:
- a cuarenta centavos el del peón suelto con derecho a
tener animales
- treinta centavos el jornal de los hombres, con derecho a
huasipungo y a chucchir1 pago de veinte centavos para las
mujeres ordeñadoras.
Creyendo que habían recuperado el poder sobre los traba-

1 Chucchir: recoger el grano suelto que quedaba en las eras.


DOLORES CACUANGO 53

jadores y que los ánimos estaban calmados, los patrones


tomaron represalias contra los más luchadores. Instituyeron
un descuento de tres sucres anuales por el uso del huasipun-
go y despidieron a los que percibían como los nuevos cabeci-
llas. Esto provocó otro estallido. Los campesinos respaldaron
a sus dirigentes y fueron a Cayambe a pedir justicia.
Presionaron para que les reembolsaran el dinero descontado.
Los arrendatarios volvieron a solicitar el auxilio de la
Iglesia. Los curas fieles al sistema de poder hacendario,
encontraron nuevos motivos para intimidar a los rebeldes. Su
pertenencia a los sindicatos y su amistad con los grupos de
izquierda les valía la sentencia de “ser negados de Dios, socialis-
tas, comunistas, condenados en vida”, como dice Tránsito
Amaguaña. El comunismo era, según su versión, un temible
monstruo que se había metido en las entrañas de los indios.

La compañera Dolores
El reclamo de las casas de los cuarenta y seis líderes de las
haciendas de la Asistencia Pública, los reunió en un esfuerzo
mancomunado que no cesó pese a las amenazas, a la persecu-
ción y a la diáspora. En esa lucha Dolores conoció a Tránsito
Amaguaña, hija de Venancio Amaguaña y Rosa Alba, uno de
los matrimonios desposeídos de la vivienda. Dolores tenía
cuarenta años, Tránsito dieciséis, pero ya estaba casada y era
madre de familia. Rosa Alba, su madre, fue una de las precur-
soras de la rebelión indígena en Cayambe. La primera que fue
en busca de luces a Ibarra para enfrentar la extorsión. Tránsito
junto a su madre se unió a los cabecillas. A la muerte de Rosa
Alba, la hija realizó una ceremonia comunal muy significati-
va exaltando su liderazgo ejemplificador.
54
RAQUEL RODAS

Dolores Cacuango al frente de las escuelas indígenas bilingúes. Sesión con las familias, 1952
DOLORES CACUANGO 55

Dolores, Tránsito y Angelita Andrango constituyeron un


trío de mujeres combativas, inteligentes y tenaces a las que
cupo, al menos quince años, conducir la organización sindical
y las reivindicaciones de los campesinos y campesinas expul-
sados de las haciendas. Tránsito Amaguaña sobrevive aún.
“En Pesillo había una compañera que se llamaba Angelita
Andrango. Tránsito Amaguaña y Angelita Andrango llegaron a ser
dirigentes, andando con mamita Dolores”, dice Luis
Cutucuamba.
Dolores buscó refugio en Santa Rosa, antes llamado
Yanahuaico, donde organizó un nuevo sindicato que se convir-
tió en el centro de operaciones.
Los familiares íntimos de Dolores, su esposo, hijo e hija,
volvieron a depender de la bondad de los allegados o de la
gente de buen corazón que les permitía “chucchir” en las
cosechas. “Déjenlos no más, decían algunos buenos mayordomos
de las haciendas vecinas, no vienen por ladrones...”, cuenta
Tránsito.
Por su lado, los camaradas comunistas les demostraron
que la amistad con los “mishus”2 era posible. Llegaron a tener
gran confianza en su palabra y en el ejemplo de su vida.
Ricardo Paredes, Director del Partido Comunista y Senador
por la Raza Indígena, Luisa Gómez de la Torre, Nela Martínez
y muchos otros militantes comunistas, eran ejemplos intacha-
bles de lealtad y solidaridad con la causa del conglomerado
indígena. Lo testimonia Miguel Lechón:

2 Mishus: blancos, extraños.


56 RAQUEL RODAS

Cuando vinieron los chapas yo alcancé a conocer al


finado Juan Albamocho de Pesillo y a la finada
compañera Dolores Cacuango y había también un
doctor Chávez, el chiquito, que era también lucha-
dor por los campesinos. Había otro compañero,
Rubén Rodríguez, él también era bueno. Pero el
más primero era el camarada Ricardo Paredes, el no
era ateo para los compañeros. Él dio la conciencia al
indio. Él ayudó, él defendió. Él dio clase. Yo siento
el alma de mi compañero. El doctor Ricardo
Paredes, fue padre y madre para nosotros los obre-
ros, los campesinos, los humildes.

Intentar comprensión de las autoridades de la Asistencia


Pública les significaba desplazarse con frecuencia a la capital.
Varias mujeres formaban parte de la iniciativa, entre ellas
Dolores y Tránsito. De esas visitas no lograban casi nada. Su
presencia en la ciudad, si bien llamaba la atención, también
irritaba a las autoridades de la Asistencia Social y al gobierno
que no quería alteraciones del orden público.
DOLORES CACUANGO 57

Mama Dulu Cacuango, madre del pueblo indio

Nosotros somos como los granos de quinua


si estamos solos, el viento lleva lejos
pero si estamos unidos en un costal,
nada hace el viento, bamboleará, pero no nos hará caer.
Dolores Cacuango.

Palabras como estas hicieron célebre el discurso de


Dolores Cacuango. Al frente del grupo: diez, veinte, cincuen-
ta o más indios, Dolores debía intervenir con firmeza ante los
representantes del poder. Debía exponer razones y defender
planteamientos. Ella llevaba la voz de su pueblo y lo hacía
con profundidad, belleza y elocuencia.
El liderazgo de Dolores se impuso nítidamente. La lucha
inédita que sostenían los indígenas contra la prepotencia e
injusticia de los patrones requería de personas fuertes y fir-
mes. A esas cualidades, Dolores añadía una personalidad
carismática y una gran pasión por las causas que defendía.
Tenía gran vehemencia al hablar. Era clara y directa en sus
intervenciones.
Permanecer en la capital, días o semanas, hasta un mes,
no garantizaba el éxito de la misión. Casi siempre volvían
desalentados, frente a la indiferencia de los políticos y gober-
nantes que no comprendían, o no querían, la validez de sus
reclamos. Aún así, continuaban en su empeño. Insistía
Dolores: “Yo he luchado compañero aquí. Tanto, tanto ensangren-
tado. No salía a favor, nadie, nadie. Ni policía, ni comisario, ni capi-
tán de Quito, nadie. Peor en Quito”.
58 RAQUEL RODAS

Además, Dolores seguía visitando las comunidades, bus-


cando respaldo, de noche si era necesario. Repartiendo volan-
tes, hablando en las asambleas, oyendo las quejas de la gente.
Las mujeres eran las que más se animaban a denunciar:
“Patrón todo quita.... marido no dice nada, a él contenta con trago”.
“A marido enfermo de la cama van sacando que venga a trabajo”.
Siguió recorriendo, sin parar. De Pucará a La Chimba, de
La Chimba a Moyurco, de Moyurco a Pesillo. Consolidando
los sindicatos, arengando a los indígenas, aleccionando a la
niñez y a la juventud. A Cayambe también iba a las sesiones
con Jesús Gualavisí y Rubén Rodríguez.
Por sesionar con los sindicatos no tenía descanso.
De San Pablo Urco pasaba a Pesillo, de Pesillo a la
Chimba, de la Chimba a Chaupi y así. Unas veces a
pie, otras a caballo, daba la vuelta. Solo en Zuleta
no pudo formar sindicato. De gana quieren meter a
socialistas, patrón Galo no molesta a nadie, dizque
decían, refiere Luis Catucuamba.

Persecución y amenazas
Dolores, junto a otros líderes y lideresas, continuaba orga-
nizando, levantando el ánimo, explicando los objetivos de la
lucha, robusteciendo la conciencia. Yendo y viniendo de
Quito, hablando con las autoridades, buscando nuevas entre-
vistas con los funcionarios de Gobierno, de Previsión Social y
de Trabajo, de Fomento, de Educación. Continúa el testimo-
nio de Luis:

Así luchaba mi mamita, organizando a la gente,


yendo de un lugar a otro. Ochenta y cinco viajes
DOLORES CACUANGO 59

hizo a pie, a pie lluchito a Quito a buscar justicia.


Por eso los patrones no le querían, decían: Ve a la
india comunista, formando sindicatos. Voy a que-
marle viva. Busca a la india, sácale los ojos, rómpe-
le la cabeza, déjale sin dientes, no permitas que
hable con nadie, decía el mayordomo.

Dolores no se inmutó frente a las amenazas ni a los chan-


tajes. Su compromiso abarcaba el presente y el futuro: Si
muero, muero; pero otros han de venir para seguir, para continuar,
decía muy convencida. En una época de política huracanada
ella vislumbraba la necesidad de crear una patria para igua-
les, iniciar una ciudadanía fraterna.
Cierta vez, los patrones de Cayambe, valiéndose de los
curas, intentaron sobornarle ofreciendo dinero en efectivo
que –de aceptarlo- le habría permitido cambiar radicalmente
sus condiciones de vida. El cura de Cayambe la esperó en el
camino. Dolores venía con Tránsito Amaguaña, a quien
corresponde el testimonio: “-Toma, Dolores, cinco mil sucres”.
(Una cantidad asombrosa si se toma en cuenta que el salario
diario estaba en treinta centavos. Sin tener deudas con el
patrón –cosa imposible- se necesitaban más de treinta años de
trabajo para reunir esa cantidad). “-Dolores deja, no estés andan-
do así. Coge la plata. Les doy eso para que no sean revoltosas, poli-
tiqueras, para que no sean luchadoras, no anden en sesión, para eso
les pago. Para que estén quietitas, para que no sean socialistas,
comunistas”.
Tránsito se apresuró a descalificar la dádiva corruptora: -
No cojas mamita Dolores, cinco sucres ha de dar, no cinco mil.
60 RAQUEL RODAS

A lo que el cura respondió amenazante: “-Calla india comu-


nista. Cuando mueras, no has de entrar a la iglesia, en la quebrada
te hemos de botar”.
Esta frase en boca del cura significaba una maldición por-
que según las creencias ancestrales, la quebrada era un lugar
tenebroso, donde moraba el rabudo.
Dolores, lo mismo que Tránsito y los demás dirigentes,
siguió su línea de vida intachable, incorruptible, libre de
ambiciones personales. Ceder, congraciarse significaba retro-
ceder, entregar la lucha a los enemigos de siempre.
Significaba dejar de ser un dique para ellos, para sus futuros
propósitos. Manteniendo su dignidad, su verdad, prefirió
seguir siendo una amenaza y no una gracia.
Las retaliaciones no lograron amedrentarla. Al contrario,
templaron más su espíritu rebelde, su fe en la lucha necesaria.
Dolores solía decir tocándose en la mitad del pecho: “Yo, aun-
que ponga la bala aquí, aunque ponga fusil aquí, tengo que reclamar
donde quiera. Tengo que seguir luchando. Para vivir siquiera liber-
tad en esta vida”.
DOLORES CACUANGO 61

TERCERA PARTE

Los años cuarenta

Al final de los tumultuosos años treinta subió al poder


como encargado Carlos Alberto Arroyo del Río, abogado libe-
ral vinculado a empresas multinacionales y poco grato a la
clase trabajadora cuyas preocupaciones siempre había mini-
mizado. Las elecciones le otorgaron la Presidencia Constitu-
cional del Ecuador para el período 1940-1944. Arroyo es uno
de los presidentes más tristemente célebres de la historia
republicana porque en su gobierno, el Ecuador firmó la
cesión de la mitad de su territorio en el Oriente, donde se
habían detectado prometedoras perspectivas de explotación
petrolífera. Además manejó con descuido los intereses nacio-
nales, ocupado más en mantener sus contactos a nivel inter-
nacional y sostenerse en el poder. Los datos del libro de Jenny
Estrada son reveladores.
Un pueblo herido y decepcionado salió a las calles y, en
dos días y dos noches de insurgencia, abatió al Jefe de Estado.
La sublevación convocó a gentes de todas las clases e ideolo-
gías que expresaron unánimemente su protesta. Esta revolu-
ción popular, conocida como La Gloriosa, marcó el tramo
final de una etapa ingrata para la nación.
Delegación Ecuatoriana al Segundo Congreso de Trabajadores Latinoamericano realizado en Cali, Colombia,
realizado del 10 al 15 de diciembre de 1944.
DOLORES CACUANGO 63

Pensando cambiar de panorama, la agrupación política


que encabezaba la revuelta, Alianza Democrática
Ecuatoriana, ADE, integrada por dirigentes de diversos parti-
dos políticos, buscó a un líder nuevo, independiente, carismá-
tico. Hombre culto, ajeno a las contingencias económicas,
fogoso orador que predicaba la vuelta a la armonía y a la
reconciliación e invocaba la salvación de la patria. Era José
Velasco Ibarra, exilado en Colombia a raíz de su fugaz desem-
peño como Presidente electo, entre el 34 y el 35, cuando se
anticipó a pedir apoyo a los cuarteles para nombrarse dicta-
dor y estos le dejaron que se cayera “sobre las bayonetas”.
Con Velasco se inicia el populismo en el país. Una forma
de hacer política sin una doctrina y un programa que lo res-
palden sino amparado en un pueblo que lo siga feligresamen-
te. Por tanto, se inaugura un estilo de gobierno sustentado en
vagos ofrecimientos que, al no ser cumplidos causan descon-
tento y confusión popular.
El intelectual impulsivo, apasionado y personalista pron-
to dejó de lado al hombre público sereno y sagaz. Velasco
rompió con quienes le habían exaltado y quiso gobernar a su
manera rodeándose de seguidores fieles que no siempre
garantizaban solvencia y honestidad. Después de haber dado
paso a una Constituyente (1945) que elaborara una nueva
Carta Magna, conforme a la demanda de los sectores progre-
sistas, la rompió y llamó a una nueva Constituyente. Velasco
no logró acabar su período porque el pueblo se rebeló y lo
echó de la presidencia pero seguiría intentando en otras oca-
siones llegar al palacio de Carondelet y gobernar a este pue-
blo “díscolo y anárquico”, según sus palabras.
64 RAQUEL RODAS

Dolores militante comunista


La primera división del Partido Socialista (1931) dio lugar
al nacimiento del Partido Comunista, identificado con los
principios y estrategias de la Internacional Comunista. Lo
lideraba Ricardo Paredes. Los sindicatos de Cayambe, forma-
dos por él, se mantuvieron leales a su conducción.
Dolores asumió la formación que el Partido le ofrecía y
cumplió con las tareas asignadas, como la más leal militante.
No a partir de una obediencia ciega sino en la medida que la
doctrina socialista-comunista se identificaba con sus propios
valores y las necesidades de su pueblo. En tanto militante,
predicó y mantuvo fidelidad con los principios y prácticas del
Partido. Aconsejaba a sus compañeros mantenerse siempre en
el mismo camino, sin virar la cabeza. No obstante esta formación.
en su discurso jamás utilizó términos ni conceptos ajenos a su
propio sistema de comprensión del mundo.
A “pesar de todos los pesares”, Dolores continuó luchan-
do por su causa, porque sabía que era “justa y necesaria”.
Estaba convencida de que había llegado el momento de no
ceder ante el predominio de los patrones que los habían atro-
pellado inmisericordemente todo el tiempo. Pensaba que los
indios tenían derecho a vivir bien y a ser respetados. Ochenta
y cinco viajes hizo a pie desnudo, para buscar justicia y
demandar atención a las necesidades de su pueblo:
Devolución de la tierra, respeto a la organización, buen trato,
educación, salarios justos.
La emergencia indígena fue favorecida por la coyuntura
social latinoamericana, pues desde la década del treinta, y
con más fervor en la del cuarenta estaba abierta la polémica
sobre la situación de las masas indígenas. En palabras de
DOLORES CACUANGO 65

Albornoz: “el temor al hacendado se había diluido y cualquier ciu-


dadano podía criticar las actuaciones desacertadas e injustas de los
terratenientes”. La cuestión indígena constituía en ese momen-
to una preocupación continental. Se habían dado varios con-
gresos indigenistas en México, Perú, Bolivia, Guatemala, a la
luz del pensamiento de Carlos Mariátegui, Moisés Sáenz y
otros. El Ecuador no podía abstraerse de un debate funda-
mental. Después de haber sido durante centurias “indio” una
palabra inventada para excluir y sojuzgar, como dicen
Quintero y Silva, lo indio dejó de ser adjetivo peyorativo
para ocupar el lugar de concepto sustancial.

Dolores en la CTAL
Corría el año 1942. Había una preocupación generalizada
en los países latinoamericanos azotados por las consecuen-
cias de la guerra mundial. Ecuador había sufrido la derrota y
la usurpación de sus tierras a manos de la diplomacia com-
prometida con los intereses de Estados Unidos, país que
comandaba el bloque de los aliados en contra de los países
del Eje germano-nipón.
En octubre de ese año visitó el país Vicente Lombardo
Toledano, Presidente de la Confederación de Trabajadores de
América Latina, CTAL. El sindicalista fue invitado a
Cayambe donde Dolores Cacuango y Jesús Gualavisí prepa-
raron su recibimiento con una multitud de indígenas, hom-
bres y mujeres, que le aclamaron. La visita de Toledano fue un
motivo más para que Arroyo del Río pusiera de manifiesto su
poco aprecio a la clase trabajadora a la vez que su escondido
temor a la sublevación popular.
66 RAQUEL RODAS

Desde esa histórica visita Dolores tuvo un proceso de


rápido crecimiento en su desenvolvimiento público. Ella
poseía una gran capacidad de aprendizaje, reflexión y expre-
sión. Con el apoyo de los camaradas incrementó su formación
política y desenvolvimiento personal. Pasó de ser la mujer
sufrida, abrumada por su condición de mujer pobre y analfa-
beta, a la líder segura, altiva, clara y contundente.
Esos ojos cansados de mirar la huida de los días infinitos,
profundos aunque sombríos se volvieron astros de fulgor
penetrante, fogón de chispas que calcinaban a los otros. Esa
lumbre y ese fuego recorrieron campos y ciudades predican-
do la unidad, buscando la justicia. Dice Dolores: “Yo en toda la
nación he luchado. Yo he ido al Congreso. He ido a Bogotá. He ido a
Cali. He ido a Guayaquil. Todos los compañeros he cogido yo.
Negros y mulatos he cogido yo. Por todos he luchado”.
La visita del líder sindicalista la catapultó a nivel nacional
e internacional. En medio de una numerosa delegación ecua-
toriana, junto con otros sindicalistas como Pedro Saad y Nela
Martínez, Dolores fue invitada al Congreso Latinoamericano
que se realizó en Cali (1944). Era la primera vez que una indí-
gena pudo exponer a la conciencia latinoamericana la reali-
dad en que vivían los trabajadores del campo, la lucha inicia-
da frente a los gobiernos de turno y sus más hondas aspira-
ciones. Continúa Dolores:
Allí en Congreso de Cali todo planteé, para que
conozcan cuál es la situación de los indios. Todo
dije. Cómo hemos sufrido, cómo hemos llorado.
Hecho una lástima por servir de huasicama, de
vaquero, a punte palo.
DOLORES CACUANGO 67

Nosotros necesitamos tierra, necesitamos casita,


necesitamos qué vestir, qué comer, qué alimentar-
nos. Somos humanos, queremos que nos traten
bien, así dije, todo eso dije en Congreso de
Trabajadores.
El evento agrupó a los líderes populares más representa-
tivos del continente. En ese foro internacional, Dolores recal-
có la necesidad de apoyar la organización indígena como vía
para acabar con las circunstancias de explotación y sufrimien-
to de las inmensas masas de campesinos pobres que trabaja-
ban para sostener las fortunas de los terratenientes incrusta-
dos en las esferas del poder, mientras las condiciones de la
vida de los indios seguía deteriorándose por falta de alimen-
tación adecuada, exceso de trabajo e insalubridad.
Muriel Crespi, una investigadora extranjera que entró por
los años sesenta, en la zona de Olmedo, cuando aún vivía
Dolores, y en tanto las vivencias de los hechos y sobre los per-
sonajes estaban totalmente frescas, comentó con inusitado
entusiasmo el rol jugado por Dolores. Esta mujer exploró fron-
teras sociales que hasta entonces habían sido inaccesibles a cualquier
residente de las haciendas, de cualquier sexo.

La loca Dolores
Después de haber cumplido decorosa y lúcidamente su
misión en Colombia, Dolores contó con el respaldo total de la
izquierda ecuatoriana para sus proyectos. En contraste dio
ocasión a improperios y burlas entre algunos mestizos de
Cayambe que veían con mezquinos ojos el papel protagónico
de la “india” Dolores. Su combatividad y fervor le valieron el
calificativo de la “loca” Dolores. Un epíteto común aplicado a
68 RAQUEL RODAS

todas las mujeres transgresoras, a las que adquirían notorie-


dad más allá del cerco doméstico, a las que produjeron ruptu-
ras excepcionales con el mundo establecido.
Dolores era capaz de movilizar miles de personas en
dirección a Quito. Cuando el sonido del churo y la bocina
retumbaban por el aire y las lomas se vestían de rojo con el
flamear de las banderas socialistas, la gente del pueblo de
Cayambe tornaba a esconderse, murmurando: ¡Ahí viene la
loca! En cambio, artesanos de militancia socialista, iban a
esperarla en la quebrada de Ayacuchu y le acompañaban en
su peregrinaje.
El cura, el jefe político, el director de escuela tuvieron
oportunidad de escucharle, de conocer sus planteamientos.
Ellos –aun a su pesar- dieron testimonio de su coraje, de su
valor y de su talento. Mama Dolores tenía credibilidad. La
temían pero la respetaban, con es admiración que despiertan
las personas que portan en sí autoridad intrínseca, genuina.
Era temible, pero conversando con ella buena era y también inteli-
gente, la doña, enfatizaba el director de la escuela de
Cayambe.

Dolores y la Revolución de Mayo


Su espíritu ardoroso y temerario llevó a Dolores a coman-
dar un intento de asalto al cuartel “La Remonta”, de
Cayambe. Centenares de indios e indias de las comunidades
de Cayambe rodearon el cuartel hasta entrada la noche para
presionar la caída de Arroyo del Río, en la famosa revolución
del 28 de mayo de 1944, conocida como La Gloriosa. Por ello
cuando Velasco Ibarra llegó de Colombia, con dirección a la
capital, saludó con Dolores y los demás cabecillas y compar-
DOLORES CACUANGO 69

tió el balcón municipal desde donde el gran orador señalaba


con su palabra inflamada y su dedo acusador los males que
iba a derrotar para siempre cuando asumiera el poder por
segunda oportunidad.
Por primera vez el indigenado participó como actor en
una transformación política nacional. Se cuenta que las prin-
cipales lideresas indígenas que se integraron a las acciones de
Cayambe fueron introducidas en el palacio de gobierno.
La revuelta de mayo favoreció el establecimiento legal de
varias expresiones de organización popular entre ellas la
Central de Trabajadores Ecuatorianos, CTE. Esta organiza-
ción declaró enfáticamente su interés y preocupación por
vencer la oprobiosa situación de los trabajadores del campo. Dio
especial importancia a la superación de la población indígena
que en ese entonces todavía era la mitad de toda la población
nacional.
El papel conductor de Ricardo Paredes, la presencia com-
bativa de Dolores y el peso de las comunidades indígenas en
los acontecimientos de mayo lograron la creación de la prime-
ra organización indígena, la Federación Ecuatoriana de
Indios, FEI.

La fundación de la FEI
La lucha de los sindicalistas del campo presionó a los
políticos que se vieron obligados a discutir en otro tono la
cuestión indígena. Entonces se escuchaban en el Parlamento
frases como éstas que difundían los periódicos de la época:
- El problema del indio es un problema nacional
- Todos los problemas del país se resumen en el indio
70 RAQUEL RODAS

- Es hora de que cambien radicalmente sus condiciones. Es


hora de que se haga justicia a quienes han alimentado con su sudor
y su sangre la fortuna de muchos potentados.

Otros querían introducirles rápidamente a los intereses


del mercado, los veían como potenciales consumidores. -Los
indios más que tierra lo que necesitan es circulante. ¡Dinero, ese es
el asunto!
Pero, como es de suponerse, muchos políticos se negaban
a considerar un asunto prioritario. Sin analizar debidamente
la situación, sostenían alevosamente que el indigenado era un
peso muerto, un lastre nacional, que no valía la pena poner
interés en el tema. -Tan solo son indios, no se puede discutir sobre
ello tanto tiempo cuando hay otros asuntos importantes para la
República, decía un Honorable Legislador, en el seno del
Congreso. Como reflexiona A. Muyulema: La integración a la
cultura nacional, a la civilización era vista como la única forma de
redención de la raza indígena, mediante un acto sacrificial de su cul-
tura propia, de su propio proyecto civilizatorio.
No faltaron quienes, queriendo defender a los indios,
construían horrendas descripciones de su persona y de su
vida, que más bien producían el efecto contrario. Creaban
una especie de repudio acerca de ellos como si la naturaleza
les hubiese condenado a ser seres abyectos y por tanto su des-
tino fuese fatalmente inmutable.
La creación de la FEI dejaba de lado estas absurdas creen-
cias y concedía status social a la masa campesina de la Sierra
formada en su mayoría por indígenas quichuas. Las líneas
programáticas de la FEI, expresadas en su Manifiesto a la
Nación ponían en el tapete un conjunto de principios y orde-
DOLORES CACUANGO 71

namientos congruentes, factibles y de urgente aplicación si


realmente se quería procurar el mejoramiento del indigenado.
La FEI no pedía, exigía públicamente, por primera vez el tras-
paso de la tierra a quienes la cultivaban, la parcelación de las
tierras, como paso previo a la Reforma Agraria. Esto significa-
ba en primer lugar la parcelación de las tierras de la Asistencia
Pública y de las tierras baldías. Del mismo modo exigían: la
inmediata regularización de las jornadas de trabajo y de los
salarios de hombres y mujeres que laboraban en la hacienda; la
supresión de las “obligaciones” consideradas connaturales a su
estadía en la hacienda; el establecimiento de servicios de salud,
educación, vivienda; la tecnificación de la agricultura; la defen-
sa de su lengua y su cultura y la incorporación de la población
indígena a la vida democrática del país.

La “lucha unidad” de Dolores,


Secretaria General de la FEI
Después de Gualavisí, correspondió a Dolores Cacuango
Quilo, la dirección de la máxima agrupación indígena nacio-
nal. En tal sentido recayó en su gestión la defensa de los
indios e indias de la nación. Fiel a sus convicciones de unidad
nacional Dolores continuó visitando, convocando a la inte-
gración a otras organizaciones y sectores populares que
requerían exigir atención a sus “derechos”. Sin haber utiliza-
do nunca este término, que se impuso en décadas posteriores,
Dolores fue precursora en la lucha por los derechos humanos.
En lo más profundo de su pensamiento estaba la certidumbre
de que todas las personas, sin importar la procedencia étnica,
regional, el color de la piel, el sexo, la edad debían ser consi-
derados seres humanos, como ahora se reconoce: “sujetos de
derechos”.
72 RAQUEL RODAS

Con el patrocinio del Partido Comunista, Dolores contri-


buyó a que se fundara la FETAL, Federación de Trabajadores
del Litoral. Estaba clara de la necesidad de la lucha-unidad. Lo
dijo así:
En mi lucha, ca hasta sirviente ha apoyado y ha
entendido.
Y tenemos que reclamar aunque castigue patrón.
(Ahora) No soy sola, no soy huérfana, no soy bota-
da. Así formando, poniendo idea en la cabeza. Con
eso he dado fuerza para avanzar en la lucha.

En calidad de Secretaria General de la FEI, Dolores hubo


de cumplir tareas especiales que correspondían a su cargo, en
un momento en que la organización indígena debía afianzar-
se y justificar su existencia. Esto significaba fortalecer los sin-
dicatos ya constituidos, crear otros, ampliar las fronteras de la
Federación y representarla en las gestiones o eventos que exi-
gían su participación. El liderazgo de Dolores se impuso lim-
pio y arrollador. Su presencia tenía gran poder de convocato-
ria. Su palabra vibrante estremecía a los auditorios. Muchos
habitantes de Quito recuerdan, por ejemplo, su intervención
en el Paraninfo de la Universidad Central, otros en el Teatro
Sucre o en la Plaza Arenas. Ante un público heterogéneo com-
puesto por estudiantes, sindicalistas, maestros, profesionales,
la gran líder cargada de santa indignación fue haciendo un
recuento de los dolores de su pueblo postergado por muchos
siglos. Todas las humillaciones y atropellos provenientes de
los hacendados, de los jueces, de los curas, de los tenientes, de
los abogados, de los chulqueros que habían usufructuado de
su dolor y su pobreza, que habían construido riqueza a costa
DOLORES CACUANGO 73

del trabajo de los indios. Hablaba de la situación de las muje-


res indias ofendidas y esclavizadas, de los niños que morían
“porque sí”. De la insensibilidad de la gente que se había
acostumbrado a tratarles como si los indios no fueran seres
humanos. Recalcó sobre la lucha incesante por cambiar las
condiciones de vida y lograr reconocimiento en el ámbito
social.
En aquellas ocasiones las palabras de Dolores tuvieron la
fuerza de un látigo y la luminosidad de un rayo. La descrip-
ción de la situación indígena adquiría otro peso y ganaba
fuerza al ser hecha con la sapiencia y la contundencia de
quien era parte sufriente de ese dolor y esa injusticia. Y para
muchos de los presentes era la primera vez que pudieron, a
través de la palabra de Dolores, aquilatar la enorme profun-
didad y belleza que la concepción indígena guardaba en su
pensamiento y en su filosofía ancestral. “Somos como la paja,
más que el viento nos mueva de un lado para otro no podrá arran-
carnos. Somos como la paja del cerro que se arranca y vuelve a cre-
cer y de paja del cerro cubriremos el mundo”.
Las palabras de Dolores sonaban como un Magnificat
indio pronunciadas al amanecer de una nueva era. El camino
de la lucha se había iniciado peleando por un mundo nuevo
donde los oprimidos recuperaran su voz y su palabra, y los
hambrientos y marginados pudieran alzar la cabeza y recono-
cerse con respeto a sí mismos y ante los otros seres de con-
ciencia. “Con la pasión que hablaba de su pueblo, del sufrimiento
de su gente, nos hacía estremecer de coraje. Nos hacía hasta llorar
con ella”, evocaba Marieta Cárdenas.
Cuando hablaba, salía a relucir su experiencia de vida: su
conocimiento y su dolor. Al mismo tiempo sus palabras anun-
ciaban del advenimiento de una nueva era que parecía estar-
74 RAQUEL RODAS

se gestando en las entrañas mismas de la tierra. No era el dis-


curso frío que calculaba cada palabra para engatuzar, ni el
discurso demagógico prefabricado según las consignas
aprendidas mecánicamente. Hablaba como sentía, decía lo
que creía A través de ella hablaba la voz de los mayores, de
sus contemporáneos y de los renacientes. Era la voz de todo
un pueblo oprimido por siglos y para ese pueblo clamaba una
justicia legítima.
Dolores desplegó todo su esfuerzo apoyando la forma-
ción de nuevos sindicatos en la Sierra y en la Costa. Siempre
con la consigna: no hay que dejar, hay que seguir luchando.
Donde había un reclamo ante el patrón, allí estaba
Dolores. Donde había un conflicto de tierras, donde había que
formar un sindicato; donde se necesitaban empuje, fortaleza,
solidaridad, allí estaba ella con fuerza impresionante aplacan-
do las oposiciones innecesarias, ajustando cuentas, exigiendo
cumplimiento incluso a sus propios compañeros. “Brava era,
enérgica, dura. Nos exigía, pero ha sido para nuestro bien”. Así la
recordaba Miguel Lechón, el sindicalista que le sucedió en la
representación indígena ante la Federación Ecuatoriana de
Indios, FEI.
Su lucha no tenía fronteras. Recalcó siempre la necesidad
de la unidad, de la solidaridad entre desposeídos: “No soy
solo, no soy huérfano, no soy botado. Ahora la lucha-unidad para
todos igualito. Por todos hemos luchado, por pobres, negros, mula-
tos, carpintero, panadero, peluquero. Buscando futuro para todos”.
Ella creía en la acción mancomunada, en la minga huma-
nitaria. “Así también todo obrero, todo artesano, peluquero, todo
panadero, están con campesinos. Todo trabajador luchando para
conseguir futuro para todos”.
DOLORES CACUANGO 75

Mientras tanto, debía continuar su labor de vigilancia


porque, a pesar de las regulaciones sobre el trabajo indígena,
continuaban las dificultades de entendimiento entre latifun-
distas y trabajadores. La terquedad de los patrones y las tra-
bas burocráticas desanimaban a los indígenas y bajaban el
nivel de participación en la organización. En esos casos, la
acción de Dolores se volvía necesaria y tenaz. Muchos evocan
su firmeza y compromiso inquebrantable. “Lisiadita era, opera-
da la pobre, pero así seguía. Juntas íbamos a Quito, a donde quiera
que había que ir”, dice Tránsito Amaguaña.
Y si cundía el desaliento o retornaba el miedo que parali-
za las acciones, Dolores tenía la imprecación precisa y ardoro-
sa: “Por qué van a estar así con la cabeza gacha y el corazón de cuy
¡Párense duro, compañeros!”

Dolores, formadora
Dolores, ya madura en edad y experimentada en la lucha
asume que su ciclo terminará pronto. Con paciencia, con
amor y responsabilidad se apresta a traspasar el mandato.
Forma gente a través del discurso clarificador, de la frase
ardorosa, del consejo oportuno y a través de su ejemplo de
vida de mujer valerosa, honesta, inclaudicable. La doctrina
socialista empata con sus creencias sociales, con sus aspira-
ciones. Los líderes “renacientes” comprenden que: “Mama
Dulu Cacuango, de San Pablo Urco, por tanto maltrato hablaba del
socialismo que es a favor del campesino”.
“Yo de la mano de Mama Dolores aprendí la lucha. Desde
jovencito ella me llevó para que aprenda cómo hay que hablar con los
doctores, con las autoridades”, dice Miguel Lechón.
76 RAQUEL RODAS

Cumpliendo su rol de dirigenta fue educadora, comuni-


cadora y propagandista. Sabía que la lucha recién había
comenzado y que se necesitaba foguear a nuevos dirigentes.
Fue un paradigma para Tránsito Amaguaña y tantas otras
mujeres. Nunca escatimó información ni ocultó su juicio.
Estaba ubicada en una posición política y en una posición
humana trascendental. En esa convicción educó a los dirigen-
tes que vendrían después de ella.
Miguel Lechón: Yo solo oyendo la voz de la com-
pañera Dolores no más seguía. Yo aprendí con ella,
porque ella me andaba llevando a mí desde chico.
Muchachito de catorce años andé a Congreso, cono-
ciendo Partido. Entonces ya desde ahí seguí traba-
jando, trabajando, luchando, luchando, luchando.
Florentino Nepas: Yo solo por mama Dolores
entré al Sindicato. A ella yo seguía, ella me enseñó
desde que era longo chico cómo se ha de hablar,
cómo se ha de dirigir a los compañeros.
Luis Catucuamba: Ustedes son jóvenes. Ustedes
aprendan que yo ya me he de morir, decía mi mamita.

Los sindicalistas indígenas, aleccionados por los compa-


ñeros del Partido, trataron que la lucha que mantenían se con-
cretara en la expedición de leyes y decretos.
Para Dolores, que se convirtió en la voz autorizada de los
indígenas de Cayambe, eso significaba movilizarse continua-
mente a la capital, para hablar con las autoridades. La Casa
del Obrero era su posada habitual y en otras ocasiones, el
hogar de alguna camarada, en especial, el de Luisa Gómez de
la Torre.
DOLORES CACUANGO 77

Dolores envejeció en la lucha sin declinar un solo momen-


to. El final de la vida no le asustaba. La muerte llegaría en
cualquier momento. Lo que le preocupaba era que la misión
no estuviera comprendida y que la palabra no hubiera pasa-
do a otras bocas. Si muero, muero, pero uno siquiera ha de quedar
para seguir, para continuar.

La recuperación de los huasipungos


En 1946, después de quince años de insistencia, y presio-
nado por la FEI, el gobierno de Velasco Ibarra decretó que
fueran devueltos los huasipungos a los cabecillas de la huel-
ga indígena de 1931. Conjuntamente con este logro, la FEI
alcanzó la conquista de muchos de los derechos que habían
motivado dicho levantamiento. Las comunidades de las
haciendas de Pesillo en Olmedo consiguieron:
fijar la jornada de trabajo en ocho horas diarias, el descan-
so de fin de semana, subir el salario a dos sucres cincuenta
centavos (S. / 2,50)

- suprimir las servicias


- pagar por las huasicamías
- suprimir el trabajo gratuito de las mujeres
- erradicar los maltratos.

Cuando la noticia fue debidamente confirmada, los hua-


sipungueros de Pesillo llegaron al patio de la hacienda con la
banda de música, a anunciar el fin de la esclavitud. Entraron
de golpe a la casa de hacienda y sacaron a las servicias. Solo
dejamos una para el patrón principal, ya que tanto rogó, cuenta
Tránsito Amaguaña. Luego, expusieron al patrón cuáles eran
78 RAQUEL RODAS

las nuevas condiciones de trabajo. Ante la solidez de su exi-


gencia, el patrón temblaba como una hoja de árbol. A regañadien-
tes, tuvo que aceptar que los indígenas eran trabajadores con
derechos.
No obstante, el cambio en las relaciones de trabajo no se
dio automáticamente. Transcurrieron semanas y meses y
muchos enfrentamientos verbales y conatos de huelga, antes
de que fuera reconocido el derecho a un salario y trato justos.
El patrón Delgado prefirió salir de la hacienda, renunciar al
arrendamiento. Antes de irse, y oculto en las sombras de la
noche, tomó revancha una vez más. Dispersó químicos en los
suelos para que perdieran su capacidad productiva.
Estaba pendiente el cambio de relaciones con la Iglesia. La
gente estaba harta de ese sistema de explotación.
Reflexiona Luis Catucuamba:
El cura no trabajaba nada y recibía la décima parte
de todo lo que cultivábamos. De diez huachos de
papas él se llevaba uno. De cada diez costales de
maíz, él tenía derecho a uno. De cada diez gallinas,
a él había que darle uno, huevos, quinua y así.
Cuando ya suprimimos los diezmos, él ya no venía
a quitar. A una mujer había vendido. Ella venía a
cobrar. Elé, nosotros no entregábamos nada.

Y Tránsito Amaguaña lo confirma


Como el cura de Cayambe seguía cobrando los diez-
mos, fuimos con la Dolores y otros más, donde el
Cardenal Carlos María de la Torre. Dijimos: -
“Pobre campesino no tiene ni para él mismo ni para
DOLORES CACUANGO 79

guaguas propios. No hay derecho que la Iglesia


quite más”. –“Bueno, bueno, que sea voluntario”
dijo.
Como era de esperarse la supresión de los diezmos causó
conmoción. El cura de Cayambe no aceptó de buena gana la
dispensa del Cardenal. Arguyó un falso levantamiento para
pedir que el ejército viniera a reprimir a los indígenas. Ellos
fueron directamente a Quito y presentaron sus quejas ante la
máxima autoridad eclesiástica.
Habían conseguido atacar el poder económico del patrón
y el poder ideológico de la iglesia. ¡Eran fuertes! Venían otros
tiempos, nuevos tiempos que Dolores con su imagen y su
palabra contribuyó notablemente a modelarlos.
Esa misma Dolores temeraria y loca, como decían sus
enemigos, nunca usó más armas que su discurso conmove-
dor, su arenga incisiva y la orden oportuna y firme. Esa
misma loca Dolores era la ternura anhelante, era un copo de
algodón frente a los niños y niñas, a las mujeres golpeadas,
a los indios sin techo. Era como la flor y el espino lo retrata
Oswaldo Albornoz. Ternura y fuerza, nieve y fuego al
mismo tiempo.
Muriel Crespi, afirmó: Esta notable mujer se convirtió en uno
de los más celebrados héroes culturales de los trabajadores rurales, y
a mi entender, en su única heroína.
Muy cerca a Dolores, otra líder de recia personalidad y
vibrante discurso estaba formada. Sería su continuadora. Se
trataba de Tránsito Amaguaña.
80 RAQUEL RODAS

Su pasión por la educación


Junto con la tierra, la organización y la educación, el gran
objetivo de la lucha de Dolores Cacuango fue insertar en la
conciencia de los ajenos, la idea de la dignidad de los indios
e indias, su calidad de seres humanos valiosos y respetables.
Para eso era necesario que tuvieran las mismas oportunida-
des de adelanto. Desarrollo que pasaba necesariamente por la
educación.
Esta visionaria mujer tuvo siempre gran confianza en
los efectos de la escolarización que, de alguna manera,
daban carta de ciudadanía a la gente, concedían cierta res-
petabilidad que la diferenciaba del común de los pobres
que nunca habían pisado la escuela. Con el convencimiento
en la acción redentora de la educación se la vio muchas
veces recorrer los caminos, visitar las comunidades llevan-
do bajo su rebozo hojas volantes para distribuirlas entre los
campesinos.
Los campesinos ya reunieron, ya sacaron colecta
para que yo vaya a poner en conocimiento.
Entonces ya me fui a Quito para trabajar en pren-
sa volante y con esa volante viniendo a trabajar y
así ¡creciendo, creciendo, creciendo...!

Confiaba en el poder de la palabra escrita sobre la que se


podía volver las veces que se requirieran, o preguntar hasta
entender el mensaje que contenía. Con gran avidez Dolores
inquiere, aprende todo cuanto puede servir para fortalecer su
lucha. Ella, en primer lugar, y los demás compañeros sindica-
listas indígenas contribuyen con una módica suma de dinero
para la impresión del periódico Ñucanchic Allpa que dirigía
DOLORES CACUANGO 81

Nela Martínez. Material que mirado a través de la óptica de


Paulo Freire era nada menos que instrumento de educación
liberadora.
Dolores sintió más de una ocasión la invalidez de no
conocer la lengua escrita de los blanco-mestizos. Pero eso no
le inhibió para buscar oportunidades de aprender.
Lamentablemente cuando quiso entregarse de lleno a ese
aprendizaje ya era tarde, le habían salido cataratas en los ojos.
No obstante pidió a una compañera del Partido Comunista
que le leyera, una y otra vez, el Código de Trabajo. Lo apren-
dió de memoria y cuando cierta vez se entrevistó con la máxi-
ma autoridad de la Cartera de Previsión, que daba vueltas al
asunto sin resolverlo, ella le increpó: Vos, Ministro mientes que
has arreglado problema de indios. Cambias contenido de Código de
Trabajo porque estás de parte de patrones. Y ante la estupefacción
del Ministro, le citó el artículo exacto que correspondía a sus
reclamos.

Las escuelas indígenas bilingües


Cansada de solicitar atención de los poderes centrales a
la educación del indigenado, la gran trasgresora que fue
Dolores mientras ejercía la alta dirigenta de la FEI decidió
fundar por su cuenta escuelas para los niños y las niñas
indígenas. Estos establecimientos enseñarían en kichwa y
castellano.
Siempre entendí el valor de la escuela, por eso le
mandé a mis hijos a la escuela para que aprendan la
letra. Yo hablé en la Federación Ecuatoriana de
Indios y sabiendo que la compañera Lucha Gómez
era maestra le pedí que nos ayude. Ella hizo una
82 RAQUEL RODAS

visita a mi choza y allí discutimos con más compa-


ñeros la mejor forma de que estas escuelas funcio-
nen, de que tengan bancas y material para la ense-
ñanza. Con toda voluntad aceptó el pedido y desde
ese momento empezó a dar clases, primero a los que
iban a ser maestros de esas escuelas de indios.

Se consiguió que las Madres Lauritas facilitaran el texto


Mi cartilla Inca que habían elaborado para la escuela kichwa
de Otavalo. La innovación introducida por Dolores consistió
en que estas escuelas bilingües estuvieran dirigidas por maes-
tros que tenían el kichwa como lengua materna. Esto permi-
tía mayor facilidad y empatía con el alumnado. La relación
con maestros de sus propias comunidades establecía lazos de
mayor fraternidad, comprensión y respeto entre docentes y
estudiantes.
La primera escuela se fundó en 1946 en Yanahuaico, junto
a la humilde choza de Dolores: A mi hijo Luis le pedí que deje los
trabajos del campo y se dedique a ayudar a los niños de su raza
haciendo funcionar una escuelita aunque sea en la choza miserable
que teníamos para vivir.
Después se fundaron otras tres escuelas en la Chimba, en
San Pablo Urco y en Pesillo. Se buscaron jóvenes indígenas
que habían estudiado. Dos de ellos eran graduados en el
Normal Rural de Uyumbicho. Estos primeros maestros fue-
ron Neptalí Ulcuango, José Amaguaña y Luis Tarabata.
Al principio las escuelas no poseían mubles ni útiles. Se
utilizaban troncos de árboles, piedras o el mismo suelo para
sentarse. Los profesores no ganaban sueldo. Luisa les ayuda-
ba pagando de su escasa pensión de profesora jubilada.
DOLORES CACUANGO 83

Rememora Luis Catucuamba: Yo trabajé durante dieciocho años


sin ganar sueldo. La compañera Luisa nos regalaba de su voluntad
veinte sucres al mes, después de trabajar tres o cuatro años de balde.
Las escuelas incorporaron a su currículo además de las
materias básicas: lengua, matemática, ciencias naturales y
sociales, otros elementos que provenían de su cultura: cultivo
de la tierra, confección de cedazos, tejido de fajas. Daban
importancia a la música y el baile nativos. Lo que producía el
alumnado se vendía para solventar algunos gastos de las
escuelas y se les pagaba a los niños y niñas para que conocie-
ran el valor del dinero.
Los hacendados hostigaban de diferentes formas para
evitar que las escuelas funcionaran y que los niños continua-
ran sus estudios. Tenían miedo de que ya educados, se rebe-
laran, como así sucedió. Los patrones ya no podían hacerles
trampas, testimoniaba Luisa Gómez de la Torre.
Dolores vigilaba, estimulaba y estaba pendiente del fun-
cionamiento de las escuelas. Frente a cada amenaza de los
patrones, Dolores y Luisa se ingeniaban para despistarlos
mediante novedosos recursos como ocultar la escuela con
tapias, construir pupitres desarmables que se podían escon-
der en cuanto veían venir a los enemigos. Otra táctica fue
poner a funcionar las escuelas por la noche. Para que no
sepan en dónde funcionaba la escuela todas las chozas per-
manecían alumbradas mientras duraba el tiempo de las cla-
ses.
Las escuelas lograron éxito a pesar de la animadversión
de patrones y también de profesores fiscales que acudían con
sus quejas a la Dirección de Educación pidiendo su supresión
porque no eran legales y no contaban con lo necesario. Cualquier
84 RAQUEL RODAS

cosa. Pero lo que no pudo el Ministerio de Educación con las


facultades que le competen, lo logró la Dictadura Militar de
Castro Jijón que en 1964 mandó a clausurar las escuelas por
considerarlas focos de sedición comunista.
DOLORES CACUANGO 85

CUARTA PARTE

La Reforma Agraria

El país había vivido doce años de relativa paz y orden


(1948 - 1960) debido a los beneficios económicos que propor-
cionaba la exportación de balsa, caucho, quina y otros pro-
ductos necesarios en un momento de conflagración bélica de
grandes proporciones (II Guerra Mundial y conflictos subsi-
guientes). También contribuyó a mantener ese clima de
calma, la apertura de mercados al banano ecuatoriano. Todo
eso cambió bruscamente en los años sesenta.
Los años sesenta son especialmente célebres en el mundo
occidental y en América. Intelectuales mayores, y jóvenes de
varios países quisieron tomar el mundo por asalto. Romper
las viejas estructuras y dar paso a muchas libertades que las
instituciones políticas y culturales habían cercenado. Es la
década de la revolución de los estudiantes de París, de los
hippies de los Estados Unidos, de Luther King y el adveni-
miento del Black Power.
Los vientos más radicales y originales de cuantos hayan
existido antes circularon por el mundo. Cuba afirmaba su
revolución socialista iniciada en 1959. La imagen del Che con-
vertida en un icono provocador inflamaba las conciencias.
86 RAQUEL RODAS

Estados Unidos vio amenazada su hegemonía y buscó afian-


zar su apoyo en Latinoamérica. Desplegó programas sociales
de emergencia y apoyó el advenimiento de dictaduras que
dejaron trágicas secuelas.
En esa onda de pánico político, en el Ecuador se implanta
un cuadriunvirato militar para impedir que la efervescencia
popular llegara a estadios incontrolables. Con el fin de sosegar
las demandas populares se proclama la Reforma Agraria (1964).
Durante los años cincuenta, la cuestión de la Reforma
Agraria fue tópico común de los políticos de derecha e
izquierda. La clase política tomó para sí el asunto y lo mane-
jó, como siempre, según sus intereses. Al interior del
Congreso Nacional fue objeto de interminables discusiones.
El asunto convocó a grupos de diversas tendencias. Claro que
los menos consultados fueron los indígenas. Había que hacer
alguna reforma en el régimen de tenencia y usufructo de la
tierra, para detener la ofensiva de los campesinos rebeldes y
precautelar las haciendas. Se produjo, entonces, un proceso
de liquidación voluntaria de las relaciones de huasipungue-
ría. Esta entrega anticipada, realizada en un marco de absolu-
ta ilegalidad e imprevisión, liberó a los terratenientes de las
obligaciones patronales y disipó el peligro inminente de
redistribución de la tierra.
Como era previsible, cuando se dictó la Ley, la opción
adoptada fue la que beneficiaba a las sociedades de agriculto-
res, esto es a sostener el poder terrateniente. A pesar de ello,
no todos los latifundistas estuvieron de acuerdo con las nue-
vas políticas. Se resistieron a eliminar las relaciones precaris-
tas de producción y más aún a repartir las tierras. La situación
dio lugar a un largo período de enfrentamiento en el campo.
La FEI tuvo un arduo trabajo en varias provincias del país,
DOLORES CACUANGO 87

sobre todo en la Sierra-centro, nos recordaba Estuardo Walle


(último presidente de la FEI), asesorando las acciones jurídi-
cas pertinentes. Al mismo tiempo, se dictaron medidas com-
pensatorias que trataron de distraer la atención del motivo
principal, el contenido manipulado de la ley. Mientras las
nacientes empresas agrícolas capitalistas se conformaban, las
débiles concesiones a los campesinos descomponían paulati-
namente el movimiento indígena sindical.
Los amigos socialistas y comunistas, habían introducido
en el discurso la toma del poder total que pondría la tierra en
las manos de quienes realmente la cultivaban. Los sectores
campesinos, ya bastante deteriorados políticamente, no inte-
riorizaron el discurso, por eso, a la hora de la hora, se conten-
taron con beneficios inmediatos en disminución de la jornada
de trabajo, mayor salario, menos obligaciones laborales, una
parcela mínima de tierra y otras conquistas fragmentarias.
La Reforma Agraria que sancionó el Estado nada tuvo
que ver con los derechos de los campesinos e indígenas. La
nueva política agraria canalizó su acción a favor de las media-
nas y grandes propiedades capitalistas en el campo que esta-
ban ampliando su base de producción o cambiando la línea
de cultivo, con miras al mercado, por eso enfatizó la imple-
mentación de medidas que sirvieran para tecnificar y moder-
nizar las haciendas de mayor productividad. Con toda inten-
ción se impulsó la colonización de las tierras vírgenes del sub-
trópico y de los bosques de la amazonía. Fue una manera de
extender la frontera agrícola y desplazar a grandes grupos de
población hambrienta que reclamaba tierra para cultivar o
simplemente un lugar para vivir.
Las propiedades agrarias más vulnerables para implantar
una seudo reforma agraria, fueron las tierras del Estado, o
88 RAQUEL RODAS

sea, las haciendas de la Asistencia Pública. Solamente en años


posteriores la acción se extendió a los latifundios privados.
Para el Fisco, ajustar las deudas no pagadas en salario y la
seguridad social no cubierta durante tantos años a la masa de
trabajadores agrícolas era más oneroso que deshacerse de la
hacienda. Los huasipungueros se vieron impelidos a comprar
las enormes propiedades, sus tierras ancestrales, antes de
proceder a la repartición individual o implementar la estruc-
turación de procedimientos de administración colectiva.

La repartición de tierras en Olmedo


Las primeras haciendas en ser parceladas por el Instituto
Ecuatoriano de Reforma Agraria y Colonización, IERAC, fue-
ron las haciendas de Olmedo: Pesillo, Moyurco y demás, con-
sideradas centro de agitación y disconformidad. Para la entre-
ga de los huasipungos fue necesaria una nueva huelga. Era el
tiempo del patrón Fausto Cordovez. Todo el período anterior
a la expedición de la Ley de la Reforma Agraria, entre 1945 y
1964 se mantuvo una fuerte tensión entre los sucesivos patro-
nes que arrendaban las haciendas y los trabajadores indíge-
nas que reclamaban pagos oportunos y cancelación de los
fondos de seguridad social. En 1965, la efervescencia indíge-
na en la zona llegó a un punto de máxima conflictividad.
Todas las haciendas del cantón Cayambe se solidarizaron con
la huelga de los peones de Pesillo.
Acompañadas de un despliegue de publicidad política, se
comenzó a entregar a los huasipungueros, las escrituras de la
posesión de las tierras de la Asistencia Pública, ya no tan fér-
tiles como antes debido a la sobreexplotación de los arrenda-
tarios. Se dejaron las tierras lotizadas en manos de los nuevos
DOLORES CACUANGO 89

propietarios, los campesinos adjudicatarios. Estos, sin dinero,


sin semillas y sin instrumentos de labranza tuvieron serias
dificultades para hacerlas producir. Los indígenas más viejos
no sabían quién era este “señor IERAC” y qué mismo era lo
que se proponía hacer dividiendo el hacendón enorme en
lotes insignificantes.
He aquí las palabras de Dolores dichas después del des-
concierto que produjo la promulgación de la ley y luego de la
implantación de la reforma agraria:
La Ley de Reforma Agraria ha creado en nosotros
grandes ilusiones. La entrega del huasipungo que
durante toda la vida hemos querido que sea propio,
cuando se hizo realidad en el primer momento fue
de gran alegría.
Al principio estábamos contentos sabiendo que ya
no podían amenazarnos con quitarnos cada vez que
querían que trabajemos más horas. Pero cuando
pasó el tiempo vimos que no había pasado nada.
Por el contrario, estábamos más fregados que antes
porque el patrón ya no nos tomaba en cuenta para
el trabajo y por lo mismo, no teníamos la semana de
salario, no teníamos el suplido y solamente tenía-
mos que vivir del huasipungo y esto no alcanza
para la familia.
Adicionalmente a la imposición de una ley inconsulta, se
implantó un sistema de organización totalmente nuevo, basa-
do en la acumulación del dinero que producían las cosechas.
Como cualquier otro sistema capitalista, acorde a las leyes del
mercado, el Cooperativismo degeneró en una lucha de ambi-
ciones por el poder, por el gobierno de las cooperativas y por
90 RAQUEL RODAS

la mayor riqueza personal. Hasta el año 1971, en Pesillo se


habían formado siete cooperativas con resultados desiguales.
Al margen de ellas quedaba un buen número de campesinos
absolutamente desposeídos. Los valores de reciprocidad, de
mesura, de solidaridad fueron desplazados por otros de com-
petencia, agresividad e individualismo sin que las condicio-
nes de vida mejoraran para todos. Al contrario, se detectó
aumento de desempleo, migración, desnutrición, alcoholismo
y desorganización familiar.
Dolores avistó bien lo que se avecinaba. Una nueva forma
de pobreza y desamparo:
Cuando nuestros hijos ya están grandes y se casan
se quedan apegados al huasipungo de los padres y
la situación se vuelve más pobre, más miserable.
Los niños no crecen pronto y son muy flacos porque
no hay que darles de comer. La mama no tiene leche
en los pechos para darles de mamar.

Dolores, fuera ya de la dirigencia de la FEI, percibió que


el nuevo sistema de trabajo, impuesto desde el Estado y los
grupos de poder, no empataba con el carácter de la lucha indí-
gena ni con sus verdaderas necesidades. Una vez más com-
prendió la situación de desigualdad que imperaba entre la
sociedad de los blancos-mestizos instruidos y los indios
expuestos a sus tejes y manejes. Volvió a insistir sobre la nece-
sidad de mejorar la educación: Yo pienso que no habría Reforma
Agraria mientras nosotros no aprendamos bien las letras para com-
prender lo que dice la Ley y exigir.
Esa misma sensación de duda, de tomadura de pelo, dife-
rente a cuanto había vislumbrado la lucha indígena, aparece
DOLORES CACUANGO 91

en el testimonio de Tránsito Amaguaña frente a la Reforma


Agraria: Tanto preguntar, tanto averiguar entendí qué era eso de la
Reforma Agraria.
El cambio en el régimen de la propiedad de la tierra que
la revolución liberal no intentó modificar, logró imponerlo la
lucha de los indígenas organizados; pero no fueron ellos los
que los disfrutaron sino los dueños del poder, los mismos que
habían reprimido a bala y cárcel las movilizaciones indígenas.

Dolores en la gloria y el olvido

Esta es la vida,
un día mil muriendo, mil naciendo,
mil muriendo, mil renaciendo...
Dolores Cacuango

En el pequeño lote de terreno que le adjudicaron, Dolores


pasó sus últimos días, en compañía de Rafael, su hijo Luis, su
nuera y sus nietos. No obstante que ya había carretera, venía
poco a Quito, en ocasiones muy especiales.
Por los años setenta, la FEI había perdido fuerza en
Olmedo y en gran parte de la sierra ecuatoriana. En el VI
Congreso de la FEI los dirigentes se lamentaban de la soledad
en que habían quedado los pocos sindicalistas como Newton
Moreno, Manuel Oña, Pedro Ortiz y Modesto Rivera que eran
los únicos que sostenían el movimiento. También en el parti-
do Comunista las viejas figuras habían sido desplazadas por
la dirigencia más joven. Pedro Saad más conciliador reempla-
zaba al socialista radical Ricardo Paredes. Dolores fue juzga-
da con tanta acritud como injusticia. En torno de ella se levan-
taron calumnias inculpándola de ansia de protagonismo.
92 RAQUEL RODAS

Era el hecho que Dolores no tenía reparos en expresar lo


que pensaba y en pedir explicaciones de las cosas que no le
parecían absolutamente claras. Eso le valió para ser tachada
de querer mantener su influencia indefinidamente y de tener
actitudes cuadillistas y divisionistas.
Luisa Gómez de la Torre se levantó para defender a su
amiga y coidearia porque la conocía de sobra y podía poner
las manos al fuego por ella, segura como estaba de su inco-
rruptibilidad, transparencia y lealtad con la causa indígena.
La anciana figura de Ricardo Paredes que vivió toda la vida
para los trabajadores y los indios tampoco pudo hacer algo
porque también estaba alejado del Partido.
Dolores fue ladeada del Partido. Pasó sus últimos meses de
vida junto a los suyos. En su lugar, el Partido acrecentó la figu-
ra de Tránsito, pretendiendo opacar la estela de Dolores. Pero
Dolores brillaba ya límpida y tranquilamente. De ella se había
construido una imagen imperecedera, única, con sólido basa-
mento histórico. Runakunapac pushak-guía política y espiritual
mujer, atributos que apropiadamente le asigna el antropólogo
Armando Muyulema. Mama Dulu Cacuango, era la madre del
pueblo indio que portaba en sí toda la grandiosidad de la
madre tierra. Dijo Juan Paz y Miño: Era una mujer cósmica, telú-
rica, como si la misma Pachamama se expresara por su voz.
Cuando la televisión sueca recorría América entrevistan-
do a los líderes del indigenado que más se habían destacado
en el continente, buscó a Dolores y la encontró en su humilde
choza, en Yanahuaico, cerca de Ayora. Rolf Blomberg, viva-
mente emocionado la recordaba:
Era un montoncito de paja seca sobrecogido por el
frío. Pero cuando tuvo que hablar de su pueblo, de
DOLORES CACUANGO 93

los sufrimientos que su gente había pasado, de las


aspiraciones para mejorar su futuro, entonces...
¡era increíble! Ese montoncito de paja seca se con-
vertía en una hoguera, se inflamaba y crepitaba
como un volcán. De pronto se convirtió en una lla-
marada. Era como si renaciera desde las entrañas
de la tierra.

Escritores, políticos, comunicadores plasmaron en sus fra-


ses el impacto que Dolores les había producido. Hernán
Pernet Yépez expresaba:
... esa joven campesina dotada de un juicio y una
lucidez moral extraordinarios se afirma en el cami-
no de su existencia de tal forma que su espíritu por
ser incorruptible es casi perfecto; la campesina esta-
blece ante su propia conciencia un juicio claro y
definitivo de lo que es la justicia y lucha por llegar
a ella como meta final de su existencia… Dolores
no ha sido reconocida por la Patria, ese oscurantis-
mo absurdo de aquellos bastardos que escriben la
historia, le ha querido negar un capítulo completo
en la lucha que nuestro campesinado ha efectuado
por su redención. Dolores la revoltosa, Dolores la
hereje, Dolores la comunista, Dolores la maldita
asistió en 1931 rodeada de tres niños al incendio de
su choza que los patrones lo decidieron pensando
que el fuego apaga el fuego.
Ricardo Paredes ensayó escribir versos para perpetuar su
admiración por su camarada y amiga del alma.
Dolores: de tu pueblo y de tu raza;/ alto nevado en
los Andes te transformaste en mujer./India excelsa
94 RAQUEL RODAS

acunada en el Cayambe,/ que te dio sangre volcáni-


ca/ para tu amplio corazón.

Pero quien la ha descrito con profundo fervor es Oswaldo


Albornoz, historiador de las luchas del pueblo. Él fue el pri-
mero en dejar para de los sobrevivientes la memoria de la
inigualable líder.
Ternura fijada en sus facciones, blanda y suave ter-
nura, como copo de lana o escarcha matutina. No es
una ternura sola, es ternura colectiva, que abarca
los afectos de los ayllus serranos, transparente diá-
fanos y purificados en el crisol del sufrimiento que
contiene encerrado en vasija de barro para que no se
escape el tierno arrullo de las madres indias rítmi-
co y grave como canto de tórtolas campestres.
Rasgos de dura firmeza, coexistiendo con la mansa
dulzura como la flor al lado del espino. Fortaleza
con consistencia de granito y resistente a los golpes
más furiosos, como el puño del martillo de los amos
o el rayo lanzado por los dioses... Temple de inque-
brantable roca porque es de fe su basamento.
Porque es certidumbre pegada a la piel y grabada en
la mente de reconquistar la tierra arrebatada, para
que ya poseída acariciar los surcos y acariciar y
besar el brote de las mieses. Y entonces clamar con
voz potente, para que retumbe con el eco, el viejo
grito de guerra y de victoria ¡Ñucanchic Allpa!
Mirada potente y penetrante, hecha para romper la
niebla espesa de los cerros nativos, para distinguir
entre la paja de la puna la sierpe de los chaquiña-
nes. Mirada prestada por los cóndores andinos,
DOLORES CACUANGO 95

para avizorar también, desde la cumbre, el camino


y la meta de combate emprendido, ese mundo feliz
con tierra propia, que titila en los horizontes del
futuro, irradiando claridad como una estrella!
Barro arrugado-mama pacha-ternura y firmeza
confundidas, ojos en éxtasis mirando hacia la auro-
ra, esa es Dolores.

Los años, las jornadas de lucha, cayeron con su peso sobre


el sufrido cuerpo de Mama Dolores que se postró en su lecho
por muchos años, quizá evocando, cosa que frecuentemente
lo hacía: Todo lo que yo he sufrido, todo lo que yo he padecido. Toda
la lástima que hemos vivido los indios.
Un velo de sombras cubrió los últimos días de Dolores,
pagaba su tributo al implacable tiempo. Las piernas se le
entumecieron, las carnes se le pegaron a los huesos, mil hili-
llos de pena le recorrían las quebradas del rostro, el candil de
los ojos se replegaba al interior para calentar las oquedades
de la soledad y la tristeza... Solo resurgía cuando algún diri-
gente venía hasta su choza para pedir su consejo o algún bus-
cador de estrellas llegaba a recoger la historia de su pueblo.
Tardó en apagarse, allí reclinada sobre un humilde camas-
tro de paja. Decidida a entregar su vida para conquistar bien-
estar y respeto para los indios, Dolores había dicho antes:

Ñuca mañana, ahura mismo, puedo ir muriendo.


Todos tenemos que caminar por este camino a la
muerte, toda nuestra vida.
Taita Diosito él ha de llevar, él ha de recoger. Esa es
la vida. Tiene Dios así. No vivimos no más, nos-
otros.
96 RAQUEL RODAS

La hora del enfrentamiento final, del enfrentamiento con


ella misma, con su historia, con su esencia, había llegado.
Cayó al suelo su rústico bastón de palo de monte. Ya no era
necesario en su libre camino a la trascendencia. Cerró los ojos
y recogió en un suspiro todos los senderos, todos los chaqui-
ñanes, todos los caminos y las calles, los rostros de la gente
que amó y combatió, todas las palabras que pronunció y escu-
chó, todos los anhelos y las penas, las conquistas, las derrotas,
los amaneceres sonrientes y las noches tempestuosas.
Devolvió al padre sol los colores y los gritos repartidos por las
lomas y al fin musitó: Sólo tengo una pena, mi hijito que se queda
sin pan ni abrigo y empezó a desprenderse de la allpa mama
mascullando su memorable proclama:

Esta es la vida. Un día mil naciendo. mil respon-


diendo.
Una noche mil naciendo, mil respondiendo. Así
está la vida.

Cuando la noche cayó sobre sus ojos, hasta ese momento


luminosos, centellantes, junto a su lecho estaban su hijo Luis,
su nuera y su nieta. Nadie más. La primera camarada en ente-
rarse fue Luisa que emprendió su viaje a Cayambe para
acompañar a su amiga de lides y de sueños. Como diría tiem-
po después O. Albornoz:
Esa obstinada perseguidora de una estrella -el
socialismo- ha desaparecido de la escena de la vida.
Los ojos que avizoraban el porvenir lejano, se cerra-
ron para siempre.
Y así, en nívea paz, la paz de los nevados, Dolores se rein-
tegró al infinito.
DOLORES CACUANGO 97

Murió tan pobre como había nacido. Hasta último


momento lamentaba que su hijo se quedaba sin pan ni abri-
go. Ella que había luchado tanto, tanto por la recuperación de
la tierra no tenía que heredar a su hijo. La pobreza no es un
mérito, pero en casos como éste, sirve para probar la honesti-
dad de las acciones, la incorruptibilidad de la verdadera auto-
ridad, la respetabilidad de la representación, y también el
olvido que frecuentemente acompaña a las personas visiona-
rias que abren caminos de luz en medio de las tinieblas.
A la mañana de día siguiente -24 de abril de 1971- un
pequeño cortejo compuesto por sus familiares íntimos, sus
vecinos y unos pocos camaradas, llevaban a depositar sus
despojos en una humilde tumba del cementerio de Olmedo,
donde reposan sus últimos restos rodeados de hierbas y flo-
res silvestres.
El IERAC, ese monstruo que Dolores repudiaba, se incli-
nó ante su nombre y publicó una condolencia a la FEI, por la
muerte de la “Señora Dolores Cacuango”, el 31 de abril de
1971. Fue la única nota de prensa que lamentó su partida.
Seis meses más tarde, Rafael Catucuamba su fiel compa-
ñero, recogió a las hebras de su voz regadas en el viento del
Ande: Una noche mil muriendo, mil reponiendo.
Años después, el movimiento popular asumió sus pala-
bras como slogan poético político. Su rostro, pintado por
Guayasamín, apareció en el mural del Palacio Legislativo
junto a los de Rocafuerte y Alfaro, forjadores de la nacionali-
dad, como dijo Jorge Enrique Adoum.
Para 1990, el movimiento indio había crecido tanto que era
capaz de paralizar el país. Se cumplía la profecía de Dolores: Si
muero, muero, pero otros han de venir para seguir, para continuar.
98 RAQUEL RODAS

La presencia de Dolores en el escenario nacional -el pen-


samiento disidente de Dolores, de acuerdo al antropólogo
Muyulema- obligó a muchos de estos a repensar sus juicios
sobre la supuesta inferioridad de una “raza”.
A través del ejemplo vivo de Dolores se evidenciaba la
riqueza genotípica que existía en las y los indígenas. Siendo
indígena, mujer, pobre y analfabeta, Dolores demostró poseer
capacidad intelectual, carisma y valores humanos por encima
de todas las limitaciones impuestas. Ella no representaba la
excepción a la regla, era la expresión de la plenitud de las
posibilidades humanas impedidas de expresarse normalmen-
te por la marginación social. Su profundo ideal por recuperar
el respeto para los indios, el reconocimiento de su dignidad,
lo concretizó a partir de ella misma, en la primera mitad del
siglo pasado y abrió camino a otras posibilidades de expre-
sión y reivindicación.3

3 Para el año 1990, el movimiento indígena formado ya no solamente por los kichwas de
la sierra y el oriente sino por las otras trece etnias organizadas a través de la Confederación
de Nacionalidades Indígenas, CONAIE, paralizó el país con un levantamiento nacional.
Aunque su afán de insertarse prontamente en “la vida democrática del país” ha dado lugar
a graves errores y divisiones al interior del movimiento, hay que reconocer que ya no se
puede ignorar la existencia de una sociedad multicultural. Han sido notorias algunas con-
quistas obtenidas en los últimos años. Varios indígenas han llegado al Congreso Nacional.
Luis Macas fue el primero. Una indígena Nina Pacari, fue vicepresidenta de la Legislatura
y luego, en el gobierno de Lucio Gutiérrez ejerció temporalmente la representación del país
como Canciller de la República. Hombres y mujeres indígenas han ejercido Subsecretarías
de Estado. Sus intereses específicos son impulsados desde el Consejo Nacional de los
Pueblos Indígenas, CODENPI. Los gobiernos locales han contado con varios alcaldes fren-
te a los municipios. El gobierno de Auki Tituaña, alcalde de Cotacachi, es paradigmático en
muchos aspectos. Tituaña es un prospecto interesante con opción de llegar a la primera
magistratura del país. El acceso a las universidades nacionales y extranjeras ha dotado al
país de profesionales de excelente nivel en las diferentes ramas del saber humano. Luis
Macas dirige la Universidad Indígena. El mismo Macas, fue en el 2006 candidato a la
Presidencia de la República. El presidente Rafael Correa ha integrado a indígenas mujeres
a importantes funciones dentro del Estado
DOLORES CACUANGO 99

Fuentes bibliográficas

Textos:

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DOLORES CACUANGO 101

Diarios:

- ULTIMAS NOTICIAS, (Hernán Pernet Yépez), 1985


- EL DÍA, 31 de abril de 1971, p.1

Entrevistas:

- Entrevista en audio grabada por Luisa Gómez de la Torre en 1969 (aprox.)


y facilitada a la autora por Mercedes Prieto.
- Dolores Cacuango, en trevista en texto escrito, Instituto de Estudios
Indígenas, IEI, s,f.’
- Luisa Gómez de la Torre, entrevista por Mercedes Prieto, 1969.

Y todos los testimonios recogidos por la autora a: Luis


Catucuamba, Luis Guzmán, Neptalí Ulcuango, Miguel Lechón,
Marieta Cárdenas, Florentino Nepas, Juan Paz y Miño, Rolf
Blomberg. Luis Jarrín.

Archivos:

- Familia Costales Paredes.


- Federación Ecuatoriana de Indios.
- Registro Oficial, Nº 16 del 28 de agosto de 1895
102 RAQUEL RODAS
DOLORES CACUANGO 103

ÍNDICE DE TEMAS

DOLORES CACUANGO
Pionera en la lucha por los derechos indígenas 5

PRIMERA PARTE

Fin del siglo XIX y principios del siglo XX:


bloques de poder que luchan por la supremacía 9
Alfaro y la causa indígena 10
Nacimiento de Dolores Cacuango Quilo 12
La hacienda serrana:
un mundo de abundancia y de miseria 13
La hacienda de los Padres Mercedarios 15
Dolores, bajo la luz materna 16
La primera trasgresión de Dolores 17
Las piedras parecen cambiar de color:
reformas del liberalismo 19
La Ley de Manos Muertas 20
Matrimonio de Dolores 21
Don Eloy sacrificado en la “hoguera bárbara” 24
Levantamientos indígenas en Cayambe 25
La primera rebelión en Pesillo, cuando las lomas
104 RAQUEL RODAS

y el agua se tiñeron de rojo 26


Sombras nefastas enturbian el cielo de la Patria 28

SEGUNDA PARTE

Cambio de mando: de los civiles a los militares 31


El levantamiento de Changalá 35
Las ideas socialistas alientan la organización indígena 36
Socialistas e indígenas 37
Los primeros sindicatos agrícolas y el frustrado
Congreso Indígena 38
Dolores, una líder infatigable 39
Dolores, hermana 41
El gran estallido de 1931 en Pesillo 43
Su liderazgo se impone 46
Persecución y amenazas contra Dolores
y las comunidades 48
El desarraigamiento 50
La lucha continúa a pesar de todo 52
La compañera Dolores 53
Mama Dulu Cacuango, madre del pueblo indio 57
Persecución y amenazas 58

TERCERA PARTE

Los años cuarenta 61


Dolores militante comunista 64
Dolores en la CTAL 65
La loca Dolores 67
Dolores y la Revolución de Mayo 68
La fundación de la FEI 69
La “lucha unidad” de Dolores,
DOLORES CACUANGO 105

Secretaria General de la FEI 71


Dolores, formadora 75
La recuperación de los huasipungos 77
Su pasión por la educación 80
Las escuelas indígenas bilingües 81

CUARTA PARTE

La Reforma Agraria 85
La repartición de tierras en Olmedo 88
Dolores en la gloria y el olvido 91

Fuentes bibliográficas 99

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