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Pos sí, las vilipendiadas alianzas electorales funcionaron, demostraron ser efectivo

veneno contra los cacicazgos estatales. De las cinco alianzas suscritas entre la
derecha y la izquierda en busca de gubernaturas, tres se ganaron (Sinaloa, Oaxaca y
Puebla) y las dos restantes, Hidalgo y Durango, lograron tal cantidad de votos y
fueron tantas las irregularidades cometidas en su contra que la decisión final habrá
de dictarla el TRIFE.

Ahora se explica la ofensiva que desató el PRI en contra de tales alianzas y cobran
dimensión y sentido las posturas asumidas por sus preclaros dirigentes y
representantes. Dom Beltronne las declaró “alianzas contra-natura”; mientras que
uno de los porros que sirven a Sor Beatriz, el ahora diputado Levín Coppel, las
bautizó como “alianzas gay”. La propia dirigente nacional del tricolor adelantó que “…
las alianzas nos hacen los mandados…”.

La lista de damnificados por la tormenta electoral del pasado domingo 4 incluye a


Fernando Gómez Mont, el Secretario de Gobernación, y a Enrique Peña Nieto, el
gobernador mexiquense, que fueron protagonistas del Pacto de Bucareli, ese
incalificable acuerdo entre “cappos” que intentaron revestir con los intereses de la
Patria a fin de imponérselos a sus respectivos partidos.

Pero más allá de las alianzas y de sus resultados electorales, la jornada dominical
dejó otras secuelas, a cuan más importantes. Una de ellas, que con la excepción de
Tamaulipas (con el hermano del candidato asesinado) y de Quintana Roo, entidades
en las que candidatos impuestos por el gobernador en turno sí lograron el triunfo en
las urnas, en Veracruz (otro caso que resolverá el TRIFE), en Aguascalientes, en
Zacatecas y en Tlaxcala, los “delfines” del tiburón o de la tintorera en turno cayeron
arponeados de manera efectiva y mortal (incluyendo Veracruz, en donde habrían de
realizarse nuevas elecciones ya sin la oscura influencia del Fidelato).

Se argumenta, con razón, que el PRI logró colocar gobernadores en las 12 entidades
que disputaban el cargo, toda vez que en aquéllas donde perdió el tricolor, los
candidatos ganadores son de origen priísta, más inmediato o más remoto, pero todos
priístas al fin. Lo que no se dice es que esos candidatos, que le ganaron al partido al
que pertenecieron, no tienen la trayectoria de corrupción y autoritarismo que
caracteriza al PRI y a sus dirigentes más connotados. Tampoco dicen que, aún
teniendo los méritos y de contar con el reconocimiento ciudadano para ser y
aparecer como candidatos del PRI, los intereses facciosos que privan en el tricolor
les impidieron convertirse en candidatos de ese partido, llevándolos a la ruptura.
Decisión de rechazo a una imposición extra-partidaria que conlleva la abierta
reprobación a la corrupción y al autoritarismo, vicios ancestrales del “viejo PRI” que
han sido retomados con mexicana alegría y con tricolor cinismo por la mafia
FEUDERAL que regentea al “nuevo PRI”.

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