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Judios kazaros La tribu n° 13 Arthur Koestler PARTE | GRANDEZA Y DECADENCIA DE LOS KAZAROS En Kazaria, corderos, miel y ju- dios se hallan en abundancia. Muoapasst Descripcién del imperio de los mu sulmanes (siglo X). INICIOS E En la época en que Carlomagno se hacia coronar empera- dor de Occidente, el extremo oriental europeo que va desde el Caucaso al Volga, se hallaba dominado por un Estado judio, conocido por el nombre de Imperio kazaro. En su apogeo, en- tre los siglos vir al x, dicho Estado representé un importante papel por su contribucion a estructurar el destino de la Euro- pa medieval —y moderna, en consecuencia—. Sin duda este hecho lo comprendia muy bien el emperador-historiador de Bizancio, Constantino VII el Porfirogéneta (901-959), quien se- fialaba en su Libro de las Ceremonias' como las cartas dirigi- das al papa de Roma, al igual que las destinadas al emperador de Occidente, llevaban un sello de dos monedas de oro, mien- tras que los mensajes destinados al rey de los kazaros debian llevar un sello de un valor de tres monedas de oro. ¢Adulacién? No. Realismo, mas bien Realpolitik. En el siglo 1x «es proba- ble que para la politica exterior de Constantinopla el khan _ de los kazaros no tuviera menos importancia que el propio Carlomagno y sus sucesores».? El pais de los kazaros, pueblo étnicamente turco, ocupaba una estratégica posicién entre el Caspio y el mar Negro, so- bre los extensos caminos de paso en que confluian las poten- cias orientales de la época. Servia como Estado-tapén para Bizancio, a quien protegia contra las invasiones de las rudas 1. Les belles lettres, Paris, 1935. : 2. J. B. Bury, A History of the Eastern Roman Empire, Londres, 1912, p. 402. 17 tribus barbaras de las estepas septentrionales: bulgaros, ma- giares, etc., y mas adelante vikingos y rusos- Pero hubo algo tan importante, si no mas, al menos desde el punto de vista de la diplomacia bizantina y de la historia europea, y es el hecho de que los ejércitos kazaros pudieran contener la ava- lancha drabe en sus primeros momentos, los mas devastadores, e impedir asi la conquista musulmana de la Europa del Este. Un especialista de la historia de los kazaros, el profesor Dun- lop, de la Universidad de Columbia, resume en algunas lineas este episodio decisivo y, generalmente, tan poco conocido: El territorio kézaro... se extendia a través de la linea normal de avance drabe. Algunos afios después de la muerte de Mahoma (el afio 632 después de J.C.) los ejér- citos del califato se habfan lanzado hacia el norte ba- rriendo los escombros de los dos imperios y, material- mente volando de victoria en victoria, alcanzaron Ja gran barrera montafiosa del CAucaso. Franqueada esta barre- rra, la ruta de las Hanuras de la Europa oriental queda- ban libres. En la linea del Caucaso, los arabes se encon- traron con fuerzas de una potencia militar organizada que, de hecho, les impidieron sus conquistas en dicha direccién. Las guerras de arabes y kazaros, que duraron mas de cien afios, por muy desconocidas que sean, tie- nen por ello una importancia histérica considerable. En la campafia de Tours, los francos de Carlos Martel pu- sieron término a la invasién drabe. Hacia la misma época las amenazas que pesaban sobre la Europa del Este no eran menos graves... Los victoriosos mulsulmanes fueron. contenidos por los ejércitos del reino kézaro... Es indu- dable que, de no haber estado los kazaros en la region norte del Caucaso, Bizancio, muralla de la civilizacion europea en Oriente, se hubiera visto desbordada por los arabes: es probable que la historia de la cristiandad y del islam hubieran sido en adelante muy distintas a las que conocemos.* i Pi M. Duntop, The History of the Jewish Khazars, Princeton, 1954, Pp. Be 18 Por ello no es sorprendente, dadas las circunstancias, que tras una resonante victoria de los kazaros sobre los arabes, el futuro emperador Constantino V desposara a una princesa kazara. Fruto de dicho matrimonio seria un hijo que habria de convertirse en el emperador Leon IV, apodado «el Kazaro». Algunos afios mas tarde, sin duda hacia el 740, el rey, su corte y la clase militar dirigente se convertian al judaismo, que paso a ser la religion oficial de los kazaros. Es cierto que sus ‘contemporéneos quedaron tan extrafiados de esta decision como los eruditos modernos al descubrir el testimonio en fuen- tes arabes, griegas, rusas y hebreas. Respecto a este tema, uno de los comentarios mds recientes lo encontramos en un histo- riador marxista, Antal Bartha, autor de un libro sobre la so- ciedad hingara de los siglos octavo y novedo.* Diversos capi- tulos de esta obra conciernen a los kazaros, quienes durante la mayor parte de esta época fueron los soberanos de los hin- garos; pero su conversién al judaismo es objeto de un unico parrafo por parte del autor, en el que se adivina una indecisién bastante evidente. He aqui lo que leemos: Si bien los problemas relativos a la historia de las ideas quedan fuera de nuestro propésito, debemos, no obstante, atraer la atencién sobre el problema de la reli- gion del Estado en el reino kazaro. El judaismo paso a ser la religién oficial de las capas dirigentes de la socie- dad. Indudablemente, la aceptacién del judaismo como religion de Estado de un pueblo étnicamente no judio podria ser objeto de interesantes especulaciones. Sin em- bargo, nos limitaremos a sefialar que esta conversién ofi- cial —desafio al proselitismo cristiano de Bizancio y a la influencia musulmana venida del Este, y a despecho de las presiones politicas de ambas potencias— a una re- ligién que no tenia el apoyo de ninguna potencia politica, siendo, por el contrario, perseguida casi por doquier, ha sido una sorpresa para todos los historiadores que se han 4. Bartaa, ANTAL, A IX-X Szazadi Magyar Tarsadalom, Akademiai Kiado, Budapest, 1968. 19 interesado por los kazaros; esta conversion no puede ser una casualidad: es preciso considerarla como un signo de la politica independiente llevada por este reino. Este hecho consigue aumentar atin mas nuestra perplejidad. Pero, en cualquier caso, aunque las fuentes difieren sobre de- terminados detalles, los hechos fundamentales son incuestio- nables, En cambio, lo que si puede discutirse es la suerte de los kdzaros judios tras la destruccion de su reino, hacia los si- glos x11 o xII. En este punto las fuentes muestran una gran debilidad. No obstante, se mencionan distintos establecimien- tos kazaros, a fines de la Edad Media, en Crimea, Ucrania, Hun- gria, Polonia y Lituania. De las diferentes referencias fragmen- tarias podemos obtener una vision de conjunto: la de una mi- gracién de tribus y grupos kazaros hacia las regiones de la Europa oriental —principalmente Rusia y Polonia—, exacta- mente donde habrian de encontrarse, al alba de los tiempos modernos, las mayores concentraciones de judios. De ahi la hipotesis formulada por varios historiadores, segun la cual buena parte, si no la mayoria, de los judios de Europa orien- tal —y, en consecuencia, de los judios del mundo entero— serian de origen kazaro, y no semita. Las consecuencias de semejante hipétesis irfan muy lejos, lo que posiblemente explique las precauciones que toman los historiadores al abordar este tema —cuando no lo evitan de- liberadamente—. Asi, en la edicidn de 1973 de la Encyclopaedia Judaica, el articulo «Kazaros» esta firmado por Dunlop, mien- tras que en otra seccién que trata de «los judios kazaros tras la caida del reino», firmada por los editores, la redaccién per- sigue la intencién evidente de ahorrar emociones a los lecto- res que crean en el dogma del pueblo elegido: Los karaitas (secta tradicionalista judia), de lengua turca de Crimea, Polonia y otros lugares, han afirmado que estaban emparentados con los kazaros, lo que posible- mente confirmen los testimonios extraidos del folklore y de la antropologia, como también de la lengua. Parece 20 existir una considerable cantidad de indicios que atesti- guan la presencia continua en Europa de descendientes de los kazaros. ¢Cual es la importancia, en términos cuantitativos, de esta «presencia» de los hijos caucasianos de Jafet en los campos de Sem? Uno de los mas radicales abogados del origen kaza- ro de los judios, A. N. Poliak, profesor de historia judia me- dieval en la Universidad de Tel Aviv, pide en la introduccién de su libro Kazaria,* publicado en hebreo en 1944, y con se- gunda edicién en 1951: Que se aborde con un nuevo espiritu tanto el proble- ma de las relaciones entre la juderia kazara y el resto de las comunidades judias como la cuestién de saber en qué medida puede considerarse a dicha juderia «kazara» como el micleo de los grandes centros judios en Europa orien- tal... Los descendientes de dichos centros, tanto los que alli han permanecido como los emigrados a Estados Uni- dos u otros paises, y los que se han instalado en Israel, constituyen hoy dia la gran mayoria de los judios del mundo entero. Estas lineas fueron escritas en una época en la que todavia no se conocia la extensién del holocausto nazi, pero esto en nada cambia el hecho de que la gran mayoria de los judios supervivientes proceden de la Europa oriental y que, conse- cuentemente, es muy posible que sean de origen kazaro. Esto significaria que los antepasados de estos judios no procederian de las orillas del Jordan, sino de las llanuras del Volga, no vendrian de Cand, sino del Caucaso, donde se ha localizado la cuna de la raza aria; genéticamente estarian mas emparenta- dos con los hunos, con los magiares, que con la simiente de Abraham, de Isaac, de Jacob. Si esto fuera asi, la palabra «anti- semitismo» careceria de sentido: unicamente testimoniaria un 5. Edicién revisada y corregida, con el titulo de Kazaria, Historia de un reino judio en Europa, Mossad Bialik, Tel Aviv, 1951. 21 malentendido compartido a partes iguales por victimas y ver- dugos. A medida que emerge lentamente del pasado, la aventu- ra del Imperio kazaro comienza a parecernos una farsa, la mas cruel que la Historia haya nunca representado. i Después de todo, Atila no fue mds que el rey de un pueblo némada. Su reino desaparecié —mientras que la ciudad de Constantinopla, que él tanto desprecié, conser- v6 su poderio—. Las tiendas se desvanecieron, pero las ciudades permanecieron. El imperio de los hunos fue un torbellino...* Tal era el juicio de un orientalista del siglo xrx, Paulus Cas- sel, en el supuesto de que los kazaros hubieran tenido, por idénticas razones, la misma suerte que los hunos. Pero las hordas de Atila tan sélo se mantuvieron en la escena europea durante ochenta afios,’ mientras que el reino de los kazaros permanecié casi cuatro siglos. Ciertamente, los kazaros vivian en tiendas de campafia, pero también formaron grandes aglo- meraciones: eran una tribu de némadas guerreros en plena evolucién, en trance de convertirse en agricultores, ganaderos, pescadores, viticultores, comerciantes y artesanos. Los arqueé- logos soviéticos han hallado los restos de una civilizacién rela- tivamente avanzada, totalmente diferente del como término peyorativo, mientras que, en mi Hungria natal, se ensefiaba a los esco- Jares a enorgullecerse patridticamente de «sus gloriosos antepasados, Jos hunos». En Budapest, un club de remeros muy distinguido se llama- ma «Hunnia», y Atila es siempre un nombre de moda. 26 los hunos como los kazaros eran pueblos «turcos».* Se cree que los k4zaros hablaban un dialecto que actualmente sobre- vive en la reptblica soviética auténoma de Chuvachiev (de los chuvascos), entre el Volga y el Soura. Efectivamente, di- chos habitantes pasan por ser los descendientes de los bulga- ros, que hablaban un dialecto parecido al de los kazaros. Pero estos parentescos son todos bastante engafiosos: tienen su fundamento en deducciones mds o menos hipotéticas de la filologia. Todo cuanto puede decirse con exactitud es que los kazaros eran una tribu de lengua «turca», que aparecieron en las estepas asidticas, probablemente en el siglo v de nuestra era. En cuanto al origen del nombre de «kazaros», y de ciertas palabras de él derivadas, se han formulado ingeniosas hipote- sis. La mds verosimil apunta hacia la raiz turca gaz: «errar, vagar>: asi pues, la palabra querria decir, simplemente, «nd- mada». Posiblemente, los profanos se hayan interesado mas por otras palabras de diferentes origenes, que se usarian mas tarde: entre otras, la rusa kosak (cosaco) y la hungara huszar (hisar), ambas significativas de caballeros belicosos o mili- tares,? y también la alemana ketzer, que significa «hereje> o «judio». Si estas etimologias son correctas, todo parece indicar que los kazaros excitaron la imaginacién de mas de una region de la Edad Media. IV En algunas crénicas persas y arabes encontramos una cu- riosa mezcla de leyendas mitolégicas y periodismo sensacio- nalista: la narracién podria muy bien comenzar en la Creacién para concluir con diversos hechos insignificantes. Asi, Yaqubi, historiador arabe del siglo x, hace remontar a los kazaros hasta Jafet, hijo de Noé. Por otra parte, el tema de Jafet se da cita frecuente en la literatura, aunque otras leyendas prefieren 18. A diferencia de los magiares, cuya lengua pertenece al grupo finés-hingaro. 19. La palabra huszar, o husar, probablemente proceda del griego, a través del servo-croata. 27 relacionar a los kazaros con Abraham o con Alejandro el Grande. Una de las mds antiguas alusiones a los kazaros se encuen- tra en la cronica siria llamada de «Zacarias el Retdrico», que data de mediados del siglo vi: ** su nombre se cita en una rela- cién de pueblos que habitaban la regién del Caucaso. Otras fuentes indican que ya un siglo antes eran bien conocidos, ha- llandose en estrechas relaciones con los hunos. En el 448, el emperador de Bizancio, Teodosio II, envid a Atila una emba- jada en la que figuraba una famoso retérico, llamado Priscus. Este completaria un diario en el que detallaba no solo las ne gociaciones diplomaticas, sino también las intrigas de la corte y el espectdculo de los suntuosos banquetes de Atila: se trata, verdaderamente, de la obra de un perfecto cronista mundano, y, de hecho, continua siendo una de nuestras principales fuen- tes de informacién sobre los habitos y costumbres de los hu- nos. Pero Priscus narra también algunas anécdotas referidas a un pueblo vasallo de los hunos, que él llama los akatzirs, y que, con gran probabilidad, se trata de los ak-khazars, es decir, de los «kazaros blancos» (por oposicién a los «negros» o kara- khazars.** Cuenta como el emperador de Bizancio intenté en vano sobornar a estos guerreros violentos: su jefe, llamado Karidach, juzg6 insuficiente el ofrecimiento, y prefirid perma- necer en el bando de los hunos. Pero en su propio pueblo tenfa rivales; Atila los aplast6, hizo de él el unico sefior de los akat- zirs y le invité a su corte. Karidach se deshizo en palabras de agradecimiento, y afiadid: «Seria demasiado duro para un mortal contemplar a un dios cara a cara. Pues, al igual que no se puede mirar al sol de frente, no es posible sin quebranto 20. En realidad, debida a un compilador anénimo, y designada con el nombre del autor de la obra original resumida. 21. Los «akatzirs» son igualmente citados como pueblo guerrero, un siglo después, por el historiador godo Jordanés; en la anénima Geo- grafia de Rdvena se les asimila expresamente a los kdzaros. Esto esta admitido por la mayoria de los autores modernos (Marquart es una excepcién; su opinién queda refutada por Duntor, op. cit, p. 7 y ss.). Cassel, por ejemplo, muestra cémo la pronunciacién y la ortografia de Priscus siguen a la armenia y a la georgiana: khazir. 28 alzar los ojos hacia el rostro del mas grande de los dioses». Tal exposicién debio ser del agrado de Atila: Karidach se man- tuvo en el poder. La crénica de Priscus confirma, pues, que los kazaros hi- cieron su aparicién en Europa hacia mediados del siglo v, formando parte de las tribus sometidas a la soberania de los hunos: puede contemplarselas, junto a los magiares y otras muchas tribus, como vastagos de las grandes hordas de Atila. Vv El hundimiento del pueblo de los hunos, tras la muerte de Atila, dejé una vez més a Europa oriental abierta a las suce- sivas invasiones de los némadas del Este, siendo por aquel en- tonces los mds notables los uigures y los 4varos. Parece ser que, durante la mayor parte de este periodo, los kAzaros se dedicaron alegremente a realizar sus incursiones por las ricas regiones de Transcaucasia, Georgia y Armenia, y a acumular de esta forma preciosos botines. Durante la segunda mitad del siglo vt adquirieron una auténtica hegemonia entre las tribus situadas al norte del Caéucaso. Muchas de aquellas tribus (sabi- ros, saragures, samandares, balandjares, etc.) desaparecieron de las crénicas por esa misma época: habian sido sometidas 0 absorbidas por los kazaros. Aparentemente, fueron los bul- garos quienes opusieron la mds encarnizada resistencia. Pero también ellos sufririan una aplastante derrota, hacia el 641, tras la que su nacién quedaria escindida: parte emigré al Oes- te, hacia el Danubio, para infiltrarse en la actual Bulgaria, mientras que el resto remonté el camino del nordeste, hacia el medio Volga, y permanecid bajo el dominio kazaro. Tendre- mos ocasién de encontrar con frecuencia, a lo largo de esta narracién, tanto a los bilgaros del Danubio como a los del Volga. Pero antes de acceder a la soberania, los kazaros todavia tendrian que completar su aprendizaje bajo otra efimera po- tencia, llamada a veces Imperio de los turcos occidentales o reino turkut. Se trataba de una confederacién reunida en tor- 29 no a un monarca llamado kagan o khagan,* t{tulo que adop- tarian mas tarde los jefes kazaros. Este primer Estado turco, si asi puede llamarsele, duré aproximadamente un siglo (550- 650), para desplomarse seguidamente sin dejar rastro. En cual- quier caso, tan sdlo tras el establecimiento de este reino, la palabra «turco» fue empleada para designar una nacién espe- Cifica, distinta de los demas pueblos de lengua turca, como ka- zaros o bulgaros.* Asi pues, los kazaros estuvieron primero bajo la tutela de los hunos y més tarde de los «turcos». Tras el eclipse de estos tiltimos, acaecido a mediados del siglo vir, les llegé el turno de mando a los «reinos del norte», empleando la expresién que llegé a ser corriente entre persas y bizantinos. Segun una tra- dicién persa,™ el gran rey Khusraw (Cosroes) Anushirwan (el Bienaventurado) tenia en su palacio tres tronos de oro, que re- servaba pensando en los emperadores de Constantinopla, de China y de los kazaros. Ninguno de los citados potentados hizo jamas una visita oficial, y los tres tronos de oro, si existieron en realidad, debieron servir como meros simbolos. Pero, le- yenda o verdad, esta historia concuerda perfectamente con lo que escribiera el emperador Constantino sobre el triple sello de oro reservado al soberano de los kazaros por la cancilleria imperial. VI De este modo, durante los primeros decenios del siglo vir, justo antes de que la tempestad musulmana se desencadenara en Arabia, el Oriente Medio estaba dominado por un triangulo 22. © kaqan, khaqan, chagan, etc. Los orientalistas poseen particu- Jares idiosincrasias respecto a las grafias (véase anexo 1). Me he incli- nado por kagan, menos ofensivo para los lectores occidentales. No obs- tante, la h de khazar es de uso corriente. 23. Lo que no impidé que la palabra «turco» se aplicara indistinta- mente a todo tipo de némadas de las estepas, como eufemismo de bdrbaro o como sinénimo de huno. De aqui han surgido innumerables confusiones en la interpretacién de las fuentes antiguas. 24, Ibn al Barxart, Fars Namah. 30 de grandes potencias: Bizancio, Persia y el Imperio de los turcos occidentales. Las dos primeras, que se combatian inter- mitentemente desde hacia cien afios, parecian ambas a punto de hundirse; mds tarde, Bizancio se repuso, pero el reino persa conoceria su caida, apareciendo los kazaros entre los que ini- ciaron el ataque. Por aquel entonces atin se hallaban nominalmente bajo la soberania del reino de los turcos occidentales, del que sin duda constituian el elemento mds vigoroso y a los que pronto suce- derian. Por esta razén, en el afio 627, el emperador Heraclio concluy6 con ellos una alianza militar —que seria el primero de una serie de acuerdos—, punto importante en sus prepara- tivos de la campafia decisiva contra los persas. Existen distin- tas versiones sobre el papel representado por los kazaros en esta campafia —que, por otra parte, parece que no fue exce- sivamente gloriosa—, pero los hechos fundamentales han que- dado perfectamente establecidos. Los k4zaros aportaron al bando de Heraclio 40.000 caballeros comandados por un tal Ziebel, que participé en la invasién de Persia para después, probablemente hastiado de la prudente estrategia de los grie- gos, dar media vuelta y acudir a poner sitio a Tiflis, empresa que comenz6 fallida pero que finalizé victoriosa al afio siguien- te. Tras esto, los caballeros kdzaros se unieron de nuevo al ejército de Heraclio para entrar a saco en la capital de Georgia y regresar a sus hogares con un considerable botin. Gibbon nos ha dejado (siguiendo a Tedfanes) una descripcién muy colo- rista de la primera entrevista mantenida por el emperador ro- mano y el jefe kazaro,** ... A la liga hostil que Cosroes habia formado con los avaros, el emperador romano opuso la alianza util y ho- norable de los turcos.”* Siguiendo su generosa invitacion, la horda de los chozars transporté sus tiendas de las Ila- nuras del Volga a las montafias de Georgia; Heraclio los 25. Edward Greson, Histoire du Déclin et de la Chute de l'Empire romain, trad. francesa. Delagrave, 1880. * 26. Como se demuestra.a continuacién, «Turcos» tiene el significado aqui de «kazaros». 31 recibié en las cercanias de Tiflis y, si creemos a los grie- gos, el kan y sus nobles pusieron pie en tierra y se pros- ternaron para adorar la ptirpura del César. Este volunta- rio homenaje, y una ayuda tan importante, merecieron los més calurosos agradecimientos; y el emperador, alzando su diadema, la deposité en la cabeza del principe turco para, a continuacion, abrazarle tiernamente y llamarle hijo. Tras un suntuoso banquete ofrecio a Ziebel la va- jilla y los ornamentos, el oro, las piedras preciosas y la seda que habian servido en la mesa imperial y, con sus propias manos, distribuyé ricas joyas y pendientes a sus nuevos aliados. En el transcurso de una reunién secreta, mostro el retrato de su hija Eudoxia, condescendio a ha- lagar al barbaro con la promesa de una bella y noble esposa y obtuvo una inmediata ayuda de cuarenta mil caballos... Eudoxia (o Epifania) era la unica hija del primer matri- monio de Heraclio. Esta promesa de darsela al «turco» mues- tra una vez més la importancia que la corte de Bizancio con- cedia a la alianza con los kazaros. Afiadamos, de paso, que semejante enlace jams llegé a celebrarse: Ziebel moria antes de que Eudoxia y su séquito pudieran reunirse con él. Pero, en otro relato de Tedfanes, hallamos una equivoca informacién, segtin la cual Ziebel habria ofrecido al emperador a «su hijo, un muchacho imberbe...» ¢Un préstamo con devolucién? Una cronica armenia contiene otro pintoresco pasaje que cita una especie de orden de movilizacién general lanzada por el soberano k4zaro ante la segunda campaiia contra Persia; esta llamada estaba dirigida a «todas las tribus y todos los pueblos (bajo el dominio kazaro) habitantes de montes y lla- nuras, vivieran bajo techo o al aire libre, tuvieran la cabeza rasurada o exhibieran largos cabellos».” Aqui apreciamos un primer indice del mosaico étnico que componia el heterogéneo Imperio de los kazaros. Los «verdaderos kazaros» que gober- naban dicho imperio fueron siempre, con toda probabilidad, 27. Moise de Kalantatuk, citado por Duntop, p. 29. 32 una minoria, como mas tarde lo serian los austriacos en el Imperio austro-hungaro. VIE El Estado persa jamds se repuso de la rotunda derrota que le infligiera el emperador Heraclio en el 627. Hubo revolucion, asesinato del rey a manos de su hijo, y muerte del parricida algunos meses después; un nifio fue puesto en el trono y, tras una decena de arios de caos y anarquia, las primeras tro- pas arabes que hicieron su aparicién asestaron el golpe de gra- cia al viejo imperio. Por la misma época, la confederacién de los turcos occidentales se desmembraba, recuperando cada tribu su independencia. Un nuevo tridngulo de grandes poten- cias aparecia: el Califato islamico, el Imperio cristiano de Bi- zancio y, recién nacido, el Reino Kazaro del Norte. A este ultimo le incumbio sostener los primeros asaltos arabes y pro- teger de la invasion a las llanuras de la Europa oriental. Veinte afios después de la Hégira (afio 622: huida de Maho- ma a Medina y comienzo de la era mahometana) los 4rabes ha- bian conquistado ya Persia, Siria, Mesopotamia y Egipto, y formaban alrededor del Imperio bizantino (la actual Turquia) un temible semicirculo que se extendia del Mediterraneo al Caucaso y a las orillas meridionales del Caspio. Formidable frontera natural, el Caucaso no era mds desagradable de lo que serian los Pirineos para los musulmanes : podia franquear- se por el paso de Dariel,?* o bien rodearle por el desfiladero de Darband, a lo largo del Caspio. Este desfiladero fortificado, que los arabes llamaban Puerta de las Puertas, Bab-el-Abwad, fue una especie de postigo histd- rico que, de siempre, bandas de saqueadores (de las que los kazaros no ocuparian el ultimo lugar) intentaban utilizar para atacar a los paises del sur. y conseguir una pronta retirada. Ahora les tocaba el turno a los arabes. En numerosas ocasiones, entre el 642 y el 652, se adentraron por el desfiladero de Dar- band y penetraron en territorio kazaro, con intencién de con- 28. Actualmente, paso de Kasbek. 33 quistar la ciudad mds préxima, Balandjar, y asegurarse asi una cabeza de puente sobre los flancos europeos del Caucaso. En el curso de este primer estadio de las guerras arabes-kaza- ras, fueron repelidos una y otra vez, en particular en la ultima gran batalla del 652, en la que se utilizaron dos filas de catapul- tas y de balistas. Cuatro mil arabes, entre ellos su general Abd- al-Rahman ibn Rabiah, fueron muertos; el resto huyd desor- denadamente por las montafias. Transcurrieron cuarenta afios sin que los drabes intentaran introducirse en las plazas fuertes del pais kazaro; durante este periodo dirigieron contra Bizancio sus principales asaltos. En distintas ocasiones asediaron Constantinopla por tierra y mar;*” si hubieran podido rodear la capital pasando por el Caucaso y el mar Negro. sin duda se habria asistido al fin del Imperio bizantino. Por aquel entonces los kdzaros, que habian subyu- gado a bilgaros y magiares, proseguian su expansion hacia el oeste, por Ucrania y Crimea. Pero ya no se trataba de simples razzias desordenadas encaminadas exclusivamente a conseguir botines y cautivos; ahora Ilevaban a cabo verdaderas expedi- ciones armadas, instalandose e incorporando los pueblos con- quistados a un imperio provisto de una administracién esta- ble, gobernada por el poderoso kagan, quien nombraba go- bernadores de provincias para hacer que reinara el orden y recaudar impuestos. A comienzos del siglo vim, su Estado es- taba lo suficientemente estructurado como para que pudieran pasar a una ofensiva contra los drabes. Con més de mil aiios de perspectiva, contemplamos el pe- riodo de intermitentes guerras que siguié (la Hamada «segunda guerra arabe», del 722 al 737), como una serie de episodios monétonos y localizados, basados todos en el mismo modelo: la caballeria kazara, revestida de hierro, desfilaba por el paso de Dariel o por la Puerta de Darband para invadir los domi- nios del califa, situados al sur. Después, perseguidos por los arabes, desandaban el camino, redesfilando en direccién al Volga..., y vuelta a empezar. Mirandolo asi, por el lado ancho del telescopio, uno piensa en la vieja cancién del noble duque 29. En el 669, 673-678, 717-718. 34 de York, quien tenia diez mil soldados «para hacerles subir la cuesta y, una vez arriba, ordenarles descender». De hecho, los historiadores arabes (quienes, realmente, exageran frecuente- mente) hablan de ejércitos de cien mil e incluso trescientos mil hombres por bando; en consecuencia, probablemente mds nu- merosos que los que decidieron, por la misma época, la suerte del mundo eccidental en la batalla de Tours. El fanatismo de estas guerras llegaba al desprecio de la misma muerte; algunas anécdotas lo testimonian, como la del suicidio de todo un pueblo kazaro, que prefirié sucumbir en llamas antes que rendirse, el envenenamiento de los pozos de Bab-el-Abwad por un general arabe, o la tradicional exhorta- cién que impedia las derrotas y prolongaba las batallas hasta el menor halito del ultimo combatiente: «jAl Paraiso, oh mu- sulmanes, y no al hogar! »: las maravillas del cielo quedaban aseguradas para todo combatiente caido en la Guerra Santa. Una vez, en el transcurso de estos quince afios de luchas, los kazaros atravesaron Geoigia y Armenia para infligir, en el afio 730, una dura derrota a los arabes cerca de Ardabil, en Iran, y avanzar hasta Mosul y hasta Diarbekir: alli se encon- traban a mitad de camino de Damasco, capital del califato. Pero los musulmanes reclutaron tropas de refresco para con- tenerles, obligando a los kazaros a deshacer el camino. Al si- ° guiente afio, Maslamah ibn-al-Malik, famoso general que habia dirigido el sitio de Constantinopla, se apoderé de Balandjar y avanz6 hasta Samandar, otra gran ciudad kazara situada mas al norte. Todo inttil: una vez mas, los invasores fueron obli- gados a recruzar el Cducaso. El suspiro de alivio que exhalaron en Bizancio tuvo como resultado la alianza dindstica que co- mentdbamos anteriormente: el heredero del trono debia ca- sarse con una princesa barbara, y el hijo fruto de la unién habria de gobernar el imperio bajo el nombre de Ledn el Kazaro. EI futuro califa Marwan II dirigiria la ultima campafia 4ra- be, que terminaria en una victoria, en Pyrrhus. Hizo un ofreci- miento de alianza al kagan de los kazaros para, seguidamente, atacar por sorpresa, penetrando por los dos pasos del Caucaso. Incapaz de reaccionar ante el primer choque, el ejército kazaro 35 retrocedié hasta el Volga y el kagan hubo de solicitar armisti- cio. Siguiendo la costumbre observada en otros territorios conquistados, Marwan exigié que el vencido se convirtiera a la verdadera fe. El kagan consintio pero, probablemente, su con- version fue puramente formal, pues no vuelve a encontrarse més adelante mencion alguna en fuentes drabes o bizantinas, lo que contrasta con los duraderos efectos de la adopcion del judaismo como religién de Estado, que tendria lugar algunos afios mas tarde.*® Satisfecho por los resultados obtenidos, Mar- wan dijo adids a los kazaros y condujo su ejército mas alla del Caucaso, sin dejar nada tras él, ni gobernador, ni guarnicién, ni administracién. Por el contrario, poco después negocid con los kazaros una nueva alianza contra las tribus rebeldes del sur. Los kazaros habian salido con bien de su derrota. Los mo- tivos de la aparente magnanimidad de Marwan invitaban a hacer conjeturas, como tantos otros misterios de este capitulo de la historia. Es probable que los arabes comprendieran que, a diferencia de otros pueblos relativamente civilizados, como los persas, armenios 0 georgianos, no lograrian contener a es- tos feroces barbaros del norte con la sola ayuda de una peque- fia guarnicién y de un farsante principe convertido al islam. Por otra parte, Marwan tenia necesidad de todo su ejército para sofocar las grandes revueltas de Siria y otras regiones del Califato omeya, que estaba a punto de hundirse. Marwan seria el principal jefe militar en el curso de las guerras civiles que siguieron y, en el 744, se convirtié en el ultimo califa omeya (seis afios después seria asesinado y el Califato pasaria a la dinastia abasi). En semejante situacién, evidentemente Mar- wan no estaba en disposicién de agotar sus fuerzas en largas ° expediciones por tierras kazaras. Debié contentarse con darles una leccién y descorazonarles respecto de futuros intentos de incursiones mas alld del Caucaso. Asi, el gigantesco movimiento atenazador que los musulma- nes habian establecido al oeste, mas alla de los Pirineos, y al este, mas alla del Caucaso, se encontraba bloqueado, casi si- 30. La fecha probable de la conversién se sitia en el afio 740 (véase mas adelante). 36 multaneamente, en ambos extremos. Igual que los francos de Carlos Martel salvaron la Galia y Europa occidental, los kaza- ros impidieron las marchas orientales hacia el Volga, el Danu- bio y el propio Imperio de Bizancio. Al menos sobre este punto, tanto el arquedlogo-historiador soviético Artamonov, como el historiador americano Dunlop se hallan de total acuerdo. De este ultimo ya he citado una frase sobre «Bizancio, muralla de la civilizacién europea en el Oriente, se habria visto desborda- da por los arabes» y sobre la Historia, que indiscutiblemente habria seguido entonces otro curso. Artamonov es de la misma opinidn: Kazaria fue el primer Estado feudal de Europa orien- tal capaz de medirse con el Imperio bizantino y el Califa- to arabe... Gracias a los poderosos ataques kazaros, re- chazando los embates de los ejércitos arabes hacia el Caucaso, Bizancio pudo mantenerse...** Finalmente, Dimitri Obolensky, profesor de historia rusa en la Universidad de Oxford, afiade: «La principal contribucién de los kazaros a la historia mundial fue haber conseguido man- tener el frente del Cducaso ante el asalto septentrional de los arabes». Marwan no sdlo fue el wltimo general arabe que atacara a los kazaros, sino también el ultimo califa que prosiguid una politica de expansién animada por la idea, al menos en teoria, de hacer triunfar el islam en todo el mundo. Con el advenimien- to de los abasies las guerras de conquista tocaron a su fin, se inicié una nueva primavera de la antigua cultura persa que suaviz6 el clima y, en algunos afios, dio a luz los esplendores del Bagdad de Harun al-Rachid. VI En el transcurso de la larga tregua que medio entre la pri- mera guerra arabe de la segunda, los kazaros se vieron mez- clados en uno de los episodios mas siniestros de la historia bi- 31. Op. cit. 32. Ogotensky, 1971, p. 172. 37 zantina —episodio caracteristico tanto de la época como del papel representado por los kazaros en esta historia. En el 685, Justiniano II se convirti en emperador romano, a la edad de dieciséis afios. Gibbon” ha esbozado el retrato de este joven con su inimitable estilo: Sus pasiones eran violentas; su inteligencia débil; se hallaba dominado por un insensato orgullo... Sus minis- tros favoritos eran los dos seres menos susceptibles de humana simpatia: un eunuco y un monje; el primero corregia a la reina madre a fuerza de latigazos, mientras que el segundo suspendia a los tributarios insolventes, boca abajo, sobre brasas humeantes... Tras diez afios de intolerable reinado, estallo una revuelta, y el nuevo emperador, Leoncio, condené a Justiniano a mutila- cién y destierro: ** La amputacion de la nariz y, posiblemente, de la len- gua, le fue ejecutada imperfectamente; la despierta agili- dad del lenguaje griego le supo imponer el mote de Rhi- notmete (nariz cortada), y el tirano mutilado fue deste- rrado a Cherson, en Crimea, colonia aislada de donde se importaba trigo, vino y aceite como mercancias de lu- jo... Durante su exilio, Justiniano no cesé de organizar complots, con el fin de recuperar su trono. Al cabo de tres afios vio como Ja suerte le sonreia: Leoncio, destronado, también perdiéd su nariz. Justiniano abandoné Cherson y, sin salir de Crimea, fue 33. GrBon, p. 79. 34. Grpg0n, p. 180. 35. El tratamiento infligido a Justiniano fue observado como un acto de clemencia; la tendencia general era humanizar el derecho cri- minal, sustituyendo la pena capital por la mutilacién: amputacién de una mano en caso de robo, de la nariz para los fornicadores, etc. Los emperadores bizantinos se dedicaron igualmente a la practica de vaciar los ojos de los rivales y pretendientes peligrosos y perdonar, magna- nimamente, sus vidas. 38 a refugiarse a la ciudad k4zara de Doros, donde mantuvo una entrevista con el kagan, el rey Busir (o Bazir). Sin duda este Ultimo pensé aprovechar la ocasién de participar en el sabroso pastel de la politica dinastica de Bizancio, pues concluyé una alianza con Justiniano y le dio a su hermana en matrimonio. Esta princesa, bautizada con el nombre de Teodora y, mas tarde, coronada en regla, al parecer, fue el unico personaje decente de estos sérdidos dramas, y parece que amo sincera- mente a su desnarigado marido, el cual apenas contaba treinta afios. La pareja y su banda de partidarios fueron transporta- dos a Phanagoria (hoy Taman) por la orilla oriental del estre- cho de Kertsch, que tenia un gobernador kézaro. Alli prepara- ban la invasién de los Estados de Bizancio contando con la ayuda de los ejércitos kazaros que, al parecer, el rey Busir les habia prometido; pero unos emisarios del nuevo emperador Tiberio III persuadieron al rey kazaro de cambiar de bando, asegurandole una rica provision de oro si entregaba a Justi- niano vivo o muerto. En consecuencia, Busir ordené a dos de sus hombres, llamados Papatzes y Balgitres, que degollaran a su cuiiado. Pero la fiel Teodora tuvo noticias del complot, advirtiendo inmediatamente a su esposo. Justiniano invitd se- paradamente a Papatzes y a Balgitres a sus aposentos, estran- gulandolos sucesivamente. Tras lo cual se hizo a la mar, nave- g6 hasta la desembocadura del Danubio, y esta vez se alié con una poderosa tribu bilgara. El rey de ésta, Trebolis, se mostré de momento més digno de confianza que el kagan de los kaza- ros y, en el 704, procuré a Justiniano 15.000 caballeros para ir al ataque de Constantinopla. ¢Habian olvidado los bizantinos, al cabo de diez afios, las atrocidades del reinado de Justinia- no? ¢Acaso encontraban peor, incluso, a su sucesor? Cualquie- ra que fuera la razén, el hecho es que pronto se sublevaron contra Tiberio y reinstalaron a su antiguo sefior en el trono. Como recompensa, el-bilgaro recibié «una pila de piezas de oro, que midié con su latigo escita» y, tras ello, regresé a su tierra —donde pasé algunos aiios antes de verse mezclado en una nueva guerra contra Bizancio. El segundo reinado de Justiniano (704-711) fue ain mas es- pantoso que el primero: «consideré el hacha, la cuerda y el 39 patibulo como los tnicos instrumentos de su monarquia».®* Desequilibrado y loco de odio hacia los habitantes de Cherson, donde pasara los mas duros afios del exilio, envio una expe- dicién contra aquella localidad. Numerosos nobles de la misma fueron quemados vivos, otros fueron ahogados, y se consiguid un auténtico aluvién de prisioneros..., pero todo eso no logré calmar la sed de venganza del emperador, que lanzé una nueva expedicién con el unico fin de arrasar la ciudad por completo. Pero, en esta ocasién, sus tropas encontrarian un poderoso ejército kazaro; ante lo cual, el representante de Justiniano en Crimea, un tal Bardanes, cambié de campo y se pasé al bando kazaro. Desmoralizadas, las tropas bizantinas repudiaron, a su vez, a Justiniano y, para sustituirle, eligieron a este Barda- nés, que tomé el nombre de Filipico. Como se hallaba en ma- nos de los kazaros, los insurrectos tuvieron que pagar un fuerte rescate al kagan para que éste les devolviera a su nuevo emperador. Después de conseguirlo, regresaron a Constanti- nopla, donde asesinaron a Justiniano y a su hijo, y Filipico, acogido y aclamado como emperador, ocupé el trono. Dos afios mas tarde habria de abandonarlo con los ojos saltados. EI interés de estas higubres historias radica en mostrar la influencia que, en esta época, ejercian los kazaros sobre los destinos del Imperio Romano de Oriente, independientemente de su papel de defensores por sus marchas caucasianas contra los mulsulmanes. Bardanes-Filipico fue emperador por obra y gracia de los kazaros, y el terrible Justiniano debio su caida a la intervencién de su cuiiado, el kagan. «No parece exagera- do», escribe Dunlop, «decir que, en aquellos momentos, el kagan estaba practicamente en condiciones de ofrecer un nue- vo sefior al imperio griego».”” Ix Si seguimos la cronologia, el acontecimiento del que ten- driamos que hablar a continuacién seria la conversién de los kazaros al judaismo, acaecida hacia el 740. Pero para situar 36. Grpgon, p. 182. 37. Op. cit, p. 176. 40 semejante hecho en su justa perspectiva, convendria tener una idea, al menos aproximada, de los usos y costumbres de los kazaros antes de su conversién. Desgraciadamente, no poseemos ninguna nota tomada en vivo por algun observador ocular: no tenemos nada compara- ble a la descripcidn de la corte de Atila por Priscus. Principal- mente, tenemos narraciones de segunda mano y compilaciones de cronistas arabes y bizantinos, pero que tocan nuestro tema de forma esquematica y fragmentaria. Sin embargo, hay dos excepciones: una carta proveniente de un rey kazaro, de la que hablaremos en el capitulo 2, y uma crénica de viaie de- bida a un buen observador drabe, Ibn Fadlan, quien, como Priscus, era un diplomatico enviado oficialmente al pais de los barbaros del Norte por una corte civilizada. Esta corte era la del califa al-Muktadir, y la misién diplo- matica partia de Bagdad y atravesaba Persia y el Estado de Bukhara, para dirigirse a la tierra de los bulgaros del V El pretexto oficial de tan largo recorrido era una invitacion hecha por el rey de dichos bulgaros, en la que suplicaban al califa: a) enviarle predicadores para convertir a su pueblo, y b) construirle una fortaleza a fin de poder desafiar a su so- berano, el rey de los kazaros. Semejante invitacién —prepara- da, sin duda, en contactos diplomaticos anteriores— propor- cionaba también la ocasién de hacer propaganda entre los poblados turcos cuyos territorios atravesaria la misién, pre- dicando el mensaje de El Cordn y distribuyendo liberalidades contantes y sonantes. La narracién que nuestro viajero hace comienza en estos términos:** Este es el libro de Ahmad ibn al-Abbas ibn Rasid ibn Hammad, realizado en servicio de Mohammed ibn Sulay- man, embajador de al-Muktadir ante el rey de los bulga- ros, y en el que se relata lo que ha visto en las tierras de los turcos, de los kazaros, de los rusos, de los bilga- 38. Las siguientes citas estén sacadas de las traducciones alemana, de Zeki Validi Togan e, incluso, inglesa, de Blake y Frye. 4t ros, de los bachkirs y otros, sus diversas clases de reli- gion, la historia de sus reyes y de sus conductas en nu- merosas circunstancias. La carta del rey de los biilgaros Ilegé al Comendador de los Creyentes, al-Muktadir; el rey le pedia que le en- viara a alguien para instruirle en la religidn y hacerle conocer las leyes del islam, y construirle pulpito y mez- quita, a fin de que él pudiera cumplir su deber de con- vertir a toda la poblacién de su pais; también pedia al califa le edificara una fortaleza para defenderse de los reyes enemigos.” El califa accedié a todo cuanto el rey pedia. Yo fui elegido para leer el mensaje del califa al rey, para entregarle los presentes que el califa le envia- ba y para vigilar el celo de los maestros e intérpretes de la ley... (a continuacién siguen detalles sobre la financia- cién de la misién y la nominacién de sus miembros). Y asi, abandonamos la Ciudad de la Paz (Bagdad), el jue- ves 11 safar del afio 309 (21 de junio del 931). Como se podra observar, la expedicién tuvo lugar mucho después de los acontecimientos narrados en el apartado ante- rior. Pero por lo que concierne a las costumbres e institucio- nes de los paganos vecinos de los kazaros, estos dos siglos de diferencia probablemente no cambien gran cosa; y la aprecia- cién que se nos da de la vida de estos pueblos némadas nos procura, cuando menos, una idea de lo que pudo ser la exis- tencia de los kazaros antes de su conversién, cuando se halla- ban adheridos a una forma de chamanismo semejante al que todavia practicaban sus vecinos en tiempos de ibn Fadlan. La mision progresé lentamente y, al parecer, sin dificul- tades hasta la provincia de Khorezm, frontera del Califato al sur del mar Aral. El gobernador de esta provincia intenté de- tenerla, exponiendo que existian, entre su pais y el reino de los bulgaros, «mil tribus de infieles» deseosos de acabar con los viajeros. Probablemente esta advertencia no fuera mds que un 39. Mas adelante, un pasaje indica que se trata del rey de los kazaros. 42 pretexto para desobedecer al califa: en realidad, el gobernador adivinaba que la misién estaba indirectamente dirigida contra los kazaros, con los que mantenia excelentes relaciones comer- ciales. Pero, finalmente, debid doblegarse y dejar que los en- viados prosiguieran su camino hacia Gurganiya, en la desembo- cadura del Amt-Daria. Alli invernaron durante tres meses, como consecuencia de un intenso frio —ese frio que tan rele- vante lugar ocupa en multitud de narraciones de viajeros arabes. El rio permanecio helado durante tres meses y, mi- rando a nuestro alrededor, pensamos que las puertas del gélido infierno se habian abierto ante nosotros. En rea- lidad, vi como las calles y la plaza del mercado estaban totalmente desiertas a consecuencia del frio... Un dia, nada més bafiarme, al regresar a casa comprobé que mi barba se habia convertido en un bloque de hielo, que tuve que fundir ante el fuego. Permaneci varios dias en una casa construida dentro de otra (gen el interior de una ~ concesién?) y en la que habia una tienda turca. Asi pues, permaneci en esta tienda envuelto en abrigos y pieles y, a pesar de ello, recuerdo mis mejillas heladas sobre el almohadén. Por fin Ilegé el deshielo hacia mediados de febrero. La mi- sién decidié unirse a una gran caravana de 5.000 hombres y 3,000 animales de carga, no sin antes haberse procurado las provisiones indispensables: camellos y barcas para atravesar los rios, bastante trigo, mijo y carne sazonada para tres meses. Los indigenas les anunciaron un clima todavia més terrible en el norte, y les dieron consejos para el equipamiento: Asi, cada uno de nosotros se proveyé de una camiso- la, ademas de un caftan de lana, de vestimentas forradas de piel, y de un abrigo de piel para llevar encima de todo ello; nos proporcionaron un gorro de piel que tan sdlo dejaba los ojos al descubierto; sobre el calz6n nos pu- simos calzones dobles y, encima, un pantalén; pantuflas 43 de zapa en el par de botas; y, cuando subiamos al ca- mello, no podfamos ni movernos a causa de todas estas ropas. Arabe delicado, Ibn Fadlan no sentia mayor carifio por los habitantes de la regién que por su clima: Tanto por el idioma como por la constitucién, son gen- tes de lo mas repugnante. Su lenguaje recuerda el piar de jos chorlitos. A un dia de marcha se encuentra un villo- rrio llamado Ardkwa, cuyos habitantes se denominan kar- dal; su lengua hace exactamente un ruido idéntico al croar de las ranas, La caravana se puso en marcha el 3 de marzo e hizo alto, por la noche, en una posada de caravanas en Zawgan, a la en- trada del territorio de los turcos ghuzz. A partir de alli, la misi6n se hallaria en un pais extrafio, «dejando su suerte en ma- nos del Muy Alto y Todopoderoso». Un dia, ‘en el transcurso de las numerosas tempestades de nieve que hubieron de sopor- tar, Ibn Fadlan marchaba sobre su camello junto a un turco que no dejaba de quejarse: «¢Qué quiere de nosotros el Sefior del Mundo? Nos hace reventar de frio». «Todo lo que él desea, declaré Ibn Fadlan, es que digdis, todos vosotros, que no hay mas dios que Dios.» Entonces el turco, riendo, repuso: «Si estuviéramos seguros, lo diriamos». Hay diversos incidentes de este tipo que el autor narra sin llegar a apreciar el espiritu de independencia que reflejan. El enviado de la corte de Bagdad tampoco puede decirse que ad- mirara algo mas el radical desprecio a la autoridad de estos ndémadas. El siguiente episodio sucedié también en la region de los temibles ghuzz, que pagaban tributo a los kazaros y con los que, segtin ciertas fuentes, estaban estrechamente em- parentados.** A la mafiana siguiente, uno de los turcos acudid a nues- tro encuentro. Constituia una horrible visién: sucio de 40. Zeki Vatwr, Exkurs 36a. 44 apariencia, de maneras brutales, inmundo por naturale- za. Avanzdbamos penosamente bajo la Iluvia. El grit «jAlto!», y toda la caravana se detuvo. Entonces, dijo: «Nadie tiene derecho a avanzar». Todos nos quedamos quietos, obedeciendo sus érdenes.‘ Nosotros le repusi- mos: «Somos los amigos del kudarkin» (vice-rey). El se puso a reir: «gEl kudarkin? Yo me cisco en sus barbas». A ccontinuacion, dijo: «jPan! ». Yo le entregué numerosas hogazas. Tomandolas, dijo: «Proseguid vuestro camino, tengo piedad de vosotros». Los métodos democraticos que seguian los ghuzz cuando era preciso tomar una decision, todavia dejaban mas perplejo a nuestro digno representante del poder teocratico: Son némadas, viven bajo tiendas de fieltro. Permane- cen algun tiempo en un lugar y luego se van. Se ven sus tiendas dispersas aqui y alla por toda la Ilanura, a la ma- nera némada. Aunque llevan una dura existencia, se con- ducen como asnos extraviados. No tienen religién que les una a Dios, no se guian por la raz6n; no veneran nada. Por el contrario, llaman a sus jefes «sefior»; cuando uno de ellos consulta a su jefe, pregunta: «Oh sefior, ¢qué debo hacer en tal o cual asunto?». Deciden su consulta to- mando consejo entre ellos; pero cuando han decidido sobre una medida a tomar y se hallan dispuestos a lle- varla a cabo, el mas humilde, el mas pequefio de entre ellos, puede modificar la decision... Las costumbres sexuales de los ghuzz y de las tribus em- parentadas con ellos ofrecen una notable mezcla de salvajismo y liberalismo: Sus mujeres no Ilevan velos en presencia de los hom- bres, ni tan siquiera de los extrafios. Por otra parte, ellas 41. Los jefes de la caravana deseaban, evidentemente, evitar a cual- quier precio un conflicto con los ghuzz. 45 no ocultan sus cuerpos ante los demas. Un dia nos halla- bamos en la vivienda de un ghuzz, sentados; su mujer se encontraba presente. Mientras conversabamos, su mujer descubrié sus partes vergonzosas para rascarse, a la vis- ta de todo el mundo. Inmediatamente, nosotros oculta- mos el rostro, diciendo: «Que Dios nos perdone». El ma- rido se eché a reir, y dijo al intérprete: «Explicales que mostramos esto en vuestra presencia para que podais ver y dominaros; pero es intocable. Es mejor esto que cu- brirlo y permitir que se toque». El adulterio les es desco- nocido; pero, si descubren que un hombre es culpable del mismo, lo cortan en dos. Lo llevan a cabo aproximan- do las ramas de dos arboles; atan al hombre a las ramas y las sueltas, de forma que queda desgarrado en dos. El autor no nos dice si la mujer adultera sufria idéntico castigo. Mas adelante, hablando de los bulgaros del Volga, des- cribe un suplicio no menos salvaje que se administraba, por la misma falta, tanto a hombres como a mujeres. Sin embargo, hace notar con extrafieza que los bulgaros de ambos sexos nadan juntos totalmente desnudos; su pudor no es superior al de los ghuzz. Por lo que respecta a la homosexualidad, ge- neralmente admitida en los paises arabes, Ibn Fadlan remar- ca que «los turcos la consideran como un terrible pecado». Pero como final del tinico episodio que relata en apoyo de esta afirmacién, el seductor de un «muchacho imberbe» queda en libertad mediante una multa de cuatrocientos corderos. Habituado a los magnificos bafios publicos de Bagdad, nuestro viajero se queda estupefacto ante la mugre de los turcos. «Los ghuzz jamds se lavan tras haber orinado o defe- cado, ni tras las poluciones u otras emisiones de semen. Re- husan todo contacto con el agua, principalmente en invierno...» Cuando el general en jefe se despojé de su abrigo de brocado para revestirse con el nuevo traje que la misién le habia lleva- do, vieron como sus ropas interiores «cafan a jirones entre la mugre, pues su costumbre consistfa en no quitarse jamds la camisa que llevaban sobre su piel, hasta que se desintegrara». Otro pueblo turco, el de los bachkirs, «se afeitan la barba y 46 comen sus piojos. Escarban entre los pliegues de sus vestidu- ras, retirando los piojos y comiéndoselos»: Como Ibn Fadlan se quedara mirando a un bachkir absorto en dicha ocupacion, un hombre le comenté: «Es delicioso». En resumen, el cuadro no es precisamente encantador. Por otra parte, el profundo desprecio que estos barbaros inspira- ban a nuestro disgustado viajero se concretaba primordialmen- te en su suciedad y en sus maneras, que juzgaba impudicas; pero la crueldad de sus suplicios y sacrificios le dejaban total- mente indiferente. Por ello, describia friamente, absteniéndose de sus frecuentes expresiones de indignacién, el castigo que los bulgaros infligian a un homicida: «Fabrican un cofre de abedul, dentro encierran al homicida, clavan la tapa tras ha- ber colocado junto al hombre tres panes y un cantaro de agua y suspenden el cofre entre dos postes elevados, diciendo: “Le dejamos entre el cielo y la tierra, que quede expuesto al sol y ala lluvia, y que la divinidad, tal vez, jle perdone!”. Y asi queda suspendido hasta que el tiempo le pudre y los vientos dispersan sus restos...>. Ibn Fadlan también describe, con idéntica calma, un sacri- ficio fanebre en el que se degiiellan centenares de caballos y rebafios enteros de otras especies animales antes de proceder, ritualmente, ante el féretro del sefior difunto, a la horrible in- molacién de una joven esclava rhus.“* Poco hay que decir sobre las religiones paganas. Sin embar- go, el culto falico de los bachkirs despierta nuestro interés; con ayuda de un intérprete, interroga a un indigena sobre las razones que le impulsan a venerar un pene de madera, y anota la respuesta: «Es que yo he salido de una cosa parecida, y no conozco ninguna otra cosa que me haya creado». Afiade que algunos bachkirs «creen en doce divinidades: un dios para el invierno y otro para el verano, uno para la lluvia, uno para el viento, uno para los Arboles, uno para los hombres, uno para los caballos, uno para el agua, uno para la noche, uno para el dia, un dios. de la muerte, un dios de la tierra; y que el dios 42, Rhus o varegos: fundadores suecos de los primeros estableci- mientos rusos. Véase, mas adelante, en el capitulo 3. 47 que reside en el cielo es el mds grande, pero que averigua la opinion de los otros y, asi, todos ellos se muestran satisfechos con lo que cada uno hace... Hemos visto, entre estas gentes, un grupo que glorifica a las serpientes, otro a los peces, un tercero a las grullas...». Entre los bilgaros del Volga, Ibn Fadlan descubrié una ex- trafia costumbre, que ha dado lugar a comentarios atin mas extrafios: Cuando observan un hombre que sobresale por su sa- biduria y la vivacidad de su espiritu, se dicen: «Para éste, lo mas apropiado es que sirva al Sefior». Lo prenden, le pasan la cuerda alrededor del cuello y lo cuelgan de un arbol, dejandole allf hasta que se muere... El orientalista turco Zeki Validi Togan, indiscutible auto- ridad en lo concerniente a Ibn Fadlan y su tiempo, escribe a propdsito de este pasaje: ‘* «Nada hay de misterioso en el cruel tratamiento infligido por los bulgaros a las personas ma- nifiestamente demasiado inteligentes. Se fundamentaba en el simple y reflexivo razonamiento de los ciudadanos medios que tan sdlo aspiraban a llevar una vida que juzgaban normal, evitando los riesgos y aventuras a las que el “genio” podria arrastrarless. Y cita, a continuacidn, un proverbio tartaro: «Si sabes demasiado, se te prendera; si eres demasiado modesto, te pisaran». Concluye que «no conviene considerar simplemen- te a la victima como un sabio, sino.mds bien como un genio avieso, una persona maligna». Desde este punto de vista pasa- mos a creer que la costumbre podria considerarse como una medida de proteccién social contra el cambio: el castigo a los noconformistas, a los innovadores en potencia.“* Pero, mas ade- lante, el orientalista propone otra interpretacién: Ibn Fadlan no describe una simple ejecucién de los hombres demasiado inteligentes, sino mds bien una cos- 43. Ibn Fadlans Reisebericht. 44. En apoyo a su argumento, el autor adjunta citas turcas y 4rabes sin traducirlas, desagradable costumbre, muy extendida entre los es- pecialistas. 48 tumbre pagana: el sacrificio humano por el que los me. Jores debian ser sacrificados a Dios. La ceremonia, proba- blemente, era llevada a cabo no por los bulgaros (del pue- blo), sino por sus tabib 0 brujos, o encantadores, cuyos homélogos entre bulgaros y rhus tenian también poder sobre la vida y la muerte de las personas, en nombre de su culto. Seguin Ibn Fadlan, el brujo de los rhus tenia el derecho de atrapar a cualquiera, rodearle el cuello con una cuerda y colgarle, para invocar la misericordia divi- na. Hecho esto, decian: Es una ofrenda a Dios. Probablemente, ambas motivaciones se combinarian: «Ya que es preciso hacer sacrificios, sacrifiquemos a los perturba- dores...». Veremos que los kazaros también practicaban los sacrifi- cios humanos, particularmente la muerte ritual de los reyes al término de su reinado. Se puede imaginar que existieran mu- chas otras afinidades entre sus costumbres y las de las tri- bus que describe Ibn Fadlan. Desgraciadamente, a este tltimo le impidieron visitar la capital kazara y tuvo que conformarse con informes recogidos en los territorios vasallos, particular: mente en la corte bulgara. x La misién drabe necesité casi un afio (del 21 de junio del 921 al 12 de mayo del 922) para llegar a su destino, el pais de los bulgaros del Volga. La ruta directa, a partir de Bagdad, pasa por el Caucaso y Kazaria: por esta raz6n tuvieron que dar un inmenso rodeo por la orilla oriental del Caspio, el «mar de los kazaros». Incluso asi la proximidad de este pueblo, y sus amenazas, se hacia sentir constantemente. Un episodio caracteristico tuvo lugar durante la estancia con el jefe ghuzz (el personaje de la lamentable ropa interior). En el primer momento, los enviados fueron bien recibidos, e incluso se les ofrecié un banquete. Pero, a continuacién, los dirigentes se pusieron a reflexionar, teniendo en cuenta sus re- 49 laciones con los kazaros. Para decidir sobre la conducta a se- guir, el jefe reunid a los notables: El mas distinguido e influyente era el tarkhan; se tra- taba de un personaje cojo, ciego y lisiado de una mano. El jefe le dijo: «Estas gentes son mensajeros del rey de los érabes, y no me considero capacitado para autorizar- les el paso sin consultaros». El tarkhan tomo la palabra: «Estamos ante algo como nunca habia visto ni oido; ja- mas un embajador del sultan ha viajado por nuestro pais desde que nos encontramos aqui, ni en tiempos de nues- tros antepasados. Sin duda alguna, el sultan quiere en- gafiarnos: realmente, estas gentes se dirigen hacia los kazaros con el fin de lanzarlos en contra nuestra. Lo me- jor que podriamos hacer es cortar en dos a cada uno de estos mensajeros y confiscar todos sus bienes». Pero otro repuso: «No, tomemos sus bienes y que regresen total- mente desnudos a su punto de origen». Y un tercero pro- puso: «No, dado que el rey de los kazaros tiene varios rehenes nuestros, enviémosle a estos individuos a modo de rescate». Las deliberaciones duraron siete dias, mientras los miem- bros de la expedicién temian lo peor. Finalmente, los ghuzz les dejaron proseguir, sin que Ibn Fadlan nos diga el porqué. Probablemente, Ilegaron a la conclusion de que, en realidad, la misién estaba dirigida contra los kdzaros. Anteriormente habian combatido junto a ellos contra un pueblo turco, los petchenegos, pero desde entonces sus relaciones con los ka- zaros eran hostiles: de ahi los rehenes en manos kazaras. Durante todo el viaje, la amenaza kazara se mantenia en el horizonte. Al norte del Caspio, la misién debié dar otro gran rodeo antes de alcanzar los campamentos bilgaros situadds cerca de la confluencia del Volga y el Kama. El rey y sus gue- rreros les esperaban llenos de impaciencia: en cuanto finali- zaron los festejos y ceremonias de acogida, el rey ordené que se personara Ibn Fadlan para hablar de negocios. Entonces recordé con firmeza —«su voz resonaba como si hablara desde 50 el fondo de un tonel»— el motivo principal de la embajada, es decir, el dinero que debia entregarle «a fin, afiadid, de que pueda construir una fortaleza para protegerme de los judios que me han puesto bajo su dominacién».** Desgraciadamente, debido a complicaciones burocraticas, los 4.000 dinares pro- metidos no habian sido confiados a la misién; los enviarian més adelante... Al escuchar esto, el rey (personaje de impre- sionante presencia y corpulento) pareciéd sumirse en la deses- peracién. Sospeché del embajador y de la misién entera: ¢Qué pensarias ti de un grupo de hombres a los que se conffa una suma de dinero destinada a un pueblo dé- bil, asediado, oprimido, y que malversan este dinero? Yo respondi: «Eso esta prohibido; esos hombres se- rian malditos». El pregunté: «gEs una opinion o el asentimiento ge- neral?», Yo respondi: «Es el asentimiento general». Poco a poco, Ibn Fadlan supo convencerle de que la entre- ga era un hecho, aunque diferido,** sin que con ello lograra calmar la ansiedad del rey, que no cesaba de repetir que todo el sentido de su invitacién radicaba en la construccién de una fortaleza «porque tenia miedo del rey de los kazaros».‘’ Temor, al parecer, muy justificado, como nos explica Ibn Fadlan: El hijo del rey bulgaro era rehén del rey kazaro. Re- firieron a este ultimo que el rey bulgaro tenia una hija muy bella. Envié a un mensajero para pedirla en matri- monio, pero el padre encontré pretextos para rehusar. Entonces, el kazaro envié a un segundo mensajero para llevarse a la muchacha a la fuerza, a pesar de que él era judio y ella musulmana;. pero ella murié en su corte. El 45. P. 47. 46, Parece ser que, finalmente, legé, pero de ello no se habla des- pués, 47, P. 81. 51 kazaro envié a un segundo mensajero para pedir a la se- gunda hija. Pero, al tiempo que dicho emisario Hegaba, el rey bulgaro se apresuré a darla en matrimonio al prin- cipe de los askil, que era vasallo suyo, por miedo a que el kazaro la tomara a la fuerza como habia hecho con la primera. Este episodio explica por qué el rey bulgaro en- tré en correspondencia con el califa y le rogé le constru- yera una fortaleza, dado el temor que le inspiraba el rey de los kazaros. Es un auténtico estribillo. Por otra parte, el viajero nos ofrece precisiones sobre el tributo que los bilgaros debian pa- gar anualmente al temible soberano: un abrigo de marta por familia. Por aquella época, la marta bulgara era particular- mente apreciada por doquier. Si a eso afiadimos que el ntimero de familias o «tiendas» estimadas era de 50.000, comprendere- mos lo «pesado» que se hacia el tributo.“* XI Por lo que concierne a los kazaros, las informaciones de Ibn Fadlan se fundan, como ya dijimos anteriormente. en noticias recogidas durante el camino y, principalmente, en tierras bulgaras. A diferencia del resto de la narracién, alimen- tada de observaciones «en vivo», nos encontramos aqui con informaciones de segunda o tercera mano, frecuentemente de escaso interés. Ademas, los informadores no se ven libres de prejuicios: hay que tener en cuenta la comprensible enemis- tad del rey de los bulgaros hacia su soberano, y también los resentimientos del califato hacia un reino que habia abrazado una religion rival. Aqui, la narracién pasa bruscamente de una descripcidén de la corte de los rhus 0 varegos, a la de los kazaros: Por lo que respecta al rey de los kazaros, cuyo titulo es el de kagan, no aparece en ptiblico mas que una vez 48. P. 190. 52 cada cuatro meses. Se le llama Gran Kagan. Su adjunto recibe el tratamiento de Kagan Bek; él es quien manda y cuida de los ejércitos, arregla los asuntos de Estado, aparece en publico y dirige las guerras. Los reyes vecinos acatan sus Grdenes. Se presenta diariamente ante el Gran Kagan, con respeto y modestia, descalzo y con una rama en la mano. Muestra sumision, prende fuego a la ra- ma y, uma vez consumida, toma asiento en el trono a la derecha del rey. Después de él, por orden jerarquico, esta un hombre llamado k-nd-r Kagan, y, a continuacién, el Jawshyghr Kagan. Es costumbre del Kagan no tener ninguna relacién con sus stibditos, no hablarle ni admitir a nadie ante su presencia, salvo los que acabamos de mencionar. El poder de unir y desunir, ordenar los castigos y gobernar al pais pertenece a su vicario, el Kagan Bek. Otra costumbre del Gran Kagan consiste en que, cuan- do muere, se le eleva un vasto edificio con veinte aposen- tos, y en cada uno se excava una tumba. Machacan pie- dras hasta reducirlas a polvo, que luego extienden por el suelo y lo recubren con resina. Bajo el edificio serpentea rapido y caudaloso un riachuelo. Hacen pasar el mismo por encima de la tumba, y dicen que esto se hace asi para que ni hombre, ni demonio, ni gusano, ni criatura ram- pante pueda Legar hasta él. Tras ser enterrado, los sepul- tadores son decapitados, a fin de que nadie pueda saber en qué aposento se encuentra su tumba. Esta recibe el nombre de «paraiso», y tienen costumbre de decir: «Ha entrado en el paraiso». Todos los aposentos estan tapiza- dos con brocados de seda tejidos con hilos de oro. Es costumbre del rey kazaro poseer veinticinco espo- sas; cada una de ellas es hija de un rey que le deba fide- lidad. Las consigue, bien de buen grado, o, simplemente, por la fuerza. También dispone de sesenta concubinas, todas ellas de exquisita belleza... Ibn Fadlan se sumerge, entonces, en una descripcién bas- tante fantasiosa del harén, en el que cada una de las ochenta 53 y cinco damas posee su «palacio», y nos habla de un servidor © eunuco que, a peticién del rey, leva a ja elegida en un «san- tiamén» a la alcoba principesca. Tras otras diversas y dudosas observaciones referentes a las «costumbres del kagan (sobre las que volveremos mas adeiante), ion Fadlan da, al fin, algunas referencias validas sobre el pais: El rey posee una gran ciudad que se extiende sobre las dos riberas del Itil (Volga). En una orilla habitan los musulmanes, mientras que la otra es ocupada por el rey y su corte. Los musulmanes son gobermados por uno de los oficiales del rey, también musulmén. Este oficial es quien se ocupa de los pleitos de los musulmanes que resi- den en la capital de los kazaros, asi como también de los mercaderes que vienen del exterior. Nadie se interfere en sus asuntos ni pretende juzgarles. La narracion de Ibn Fadlan, tal como se ha conservado, termina con estas palabras: Los kazaros y su rey son todos judios. Los bulgaros y todos sus vecinos les estan sometidos. Tratan al rey con obediencia y veneracién. Algunos piensan que los kaza- ros son el pueblo de Gog y de Magog. xIr” He citado con bastante profusién la odisea de Ibn Fadlan, no tanto por'las débiles informaciones que nos procura sobre los propios kazaros, como por la luz que arroja sobre el mun- do que les rodeaba; y sobre la barbarie de los poblados que le circundaban, barbarie que nos da una ‘idea del pasado del eo cstr i " 49: Esto resulta exagerado, dado que existfa una. comunidad musul- mana en la capital. En consecuencia, Zeki Validi: suprime la palabra «todos», Se impone pensar que por «kazaros> designa aqui a la tribu dominante en el,mosaico étnico de Kazaria, y que los musulmanes, si bien gozaban de atitonomia juridica y religiosa, no eran considerados como «verdaderos kazaros». 54 pueblo kazaro antes de la conversion. Hay que tener-en cuen- ta que, en tiempos de la visita de Ibn Fadlan a los bulgaros, Kazaria era un pais extrafiamente moderno en comparacién a sus vecinos. El contraste existente apareceria en las narraciones de otros historiadores arabes,*° y se manifestaba a todos los niveles, desde el habitat hasta la administracion de justicia. Los bulga ros todavia vivian exclusivamente bajo tiendas, y, ni el mismo ey conocia otro abrigo, si bien la tienda real era «vastisima, conteniendo un millar de personas o mas».*' Por el contrario, el kagan de los kazaros habitaba un castillo con muros de la- drillo cocido, y nos dicen que sus mujeres ocupaban «palacios con techados de teca»,* y los musulmanes ‘poseian diversas mezquitas, entre las que se citaba «una con un minarete que se eleva en los alrededores del castillo real».** En las regiones fértiles, sus tierras cultivadas abarcaban una extensidn continua de mas de ciea kildmetros. Eran fre- cuentes grandes vifiedos. «En Kazaria, nos dice Ibn Hawkal, existe una ciudad llamada Asmid (Samandar) que posee jar- dines y huertos tan numerosos que desde Darband a Serir to- das las regiones se encuentran cubiertas de cultivos y planta- ciones pertenecientes a la citada ciudad. Se dice que hay alre- dedor de cuarenta mil. Gran numero de estos campos producen uva».** La regién del norte del Caucaso siempre ha sido muy fértil, En el atio 968, Ibn Hawkal encontré a un viajero que la habia visitado tras una razzia‘eslava:

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