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Ciencias sociales y democracia1

Pierre Bourdieu (1999)

Se dicen y escriben muchos disparates sobre las ciencias sociales: que no sirven para
nada, que son deterministas, o sea hechas para desalentar y desmovilizar, que
favorecen el relativismo, es decir desencantan, incluso el irracionalismo o el
nihilismo, que dan armas a los enemigos del pensamiento libre, de la crítica, de la
democracia, a propagandistas, publicitarios, demagogos. Entre otros argumentos, la
mayoría tan viejos como las ciencias sociales mismas, y frecuentemente
contradictorios, incansablemente invocados con el nombre usurpado de filosofía y
bajo la apariencia de defender los derechos sagrados de la libertad y de la unidad de
la persona “creativa” en la cual los intelectuales, consolidados o aprendices, gustan
identificarse.

En un vuelco extraordinario, la ciencia es considerada responsable de la necesidad,


psicológica o social, que pone a la luz, cuando en cambio, proveyendo los medios de
su conocimiento, da la chance de liberarse de ella. Y algunos, a favor de un clima
político de restauración, propugnan hoy en día un terrorismo del antiterrorismo hasta
identificar el cuidado por la coherencia y la verificación con una forma de
dogmatismo y autoritarismo. De hecho, lejos de inclinar al desencantamiento
escéptico, generador de indiferencia y oportunismo, la ciencia, y especialmente la
ciencia social, provee sus mejores instrumentos al ejercicio normal de la crítica de
las ilusiones sociales que es condición necesaria de elecciones democráticas, al
tiempo que permite fundar un utopismo realista, tan lejos del voluntarismo
irresponsable como de la resignación científica frente al orden establecido.

En la medida en que no hay objeto que pueda, lógicamente, escapar a su acción de


objetivación y al esfuerzo por poner a la luz los resortes ocultos de la producción y
reproducción de las relaciones del orden constitutivo del orden social, ella ejerce —
incluso sin necesidad de quererlo— una función de crítica totalmente determinante.
Función que es cada vez más indispensable en un momento en que los poderes
económicos y políticos dependen cada vez más de usos abusivos de la ciencia para
ser ejercidos: a través del imperio creciente que el veredicto del rating ejerce en la
televisión y a través de ella sobre todo el campo periodístico, y a través también de
la influencia de los sondeos de opinión que el mundo político dedica cada vez más al
ejercicio de una demagogia miope, la ley del mercado trata de imponerse cada vez
más completamente sobre microcosmos sociales relativamente autónomos como son
los mundos del arte, de la literatura, o de la ciencia e incluso el mundo político.
¿Cómo no temer, en efecto, que cínicamente utilizados como instrumentos de
demagogia o de marketing, todos los instrumentos ficticios de medición de este
artefacto que es la opinión pública no vayan a reducir a los electores o a los oyentes
al estado de simples consumidores esclavizados por una producción capaz de ajustar
por adelantado sus productos a necesidades cada vez más esclavizantes, o de
producir e imponer la necesidad de sus propios productos?

Contra-poder crítico, capaz de poner a la luz los mecanismos que explotan aquellos
que trabajan por la esclavización individual y colectiva, la ciencia social también
puede brindar medios realistas de contrarrestar las tendencia inmanentes al orden
social y permitir encontrar en su justa evaluación las chances de éxito o fracaso de
estrategias tendientes a servirse del conocimiento de las leyes sociales para
contrariar sus efectos, como el ingeniero que se apoya en la ley de la gravedad para
construir máquinas volantes que la desafíen.

1
Texto publicado en Nouveau manuel de Sciences Economiques et Sociales, La
Découverte, 1999. Reproducido en http://www.troisieme-culture.com/Sciences-sociales-et-
democratie.html?lang=fr. Traducido por Axel Eljatib, docente de la Facultad de Ciencias
Sociales de la UBA.
En cuanto al conocimiento de la relatividad de las tradiciones y de las costumbres,
lejos de conducir, como lo creen los poco hábiles, a un relativismo desencantado,
más bien nos libera del pesimismo conservador que extrae de la creencia en una
naturaleza inmutable la convicción de que no hay nada nuevo bajo el sol, y que es
por ende inútil tratar de modificar aquello que sea el orden vigente. Enseñando que
las pretendidas “naturalezas”, especialmente las masculina y femenina, son el
producto de la historia, y que lo que la historia ha hecho, la historia puede
deshacerlo, abre inmensas posibilidades a una acción tendiente a hacer de los
hombres y las mujeres, sea lo que fueren, “maestros y dueños” de su historia
colectiva e individual.

Queda por último la cuestión del ánimo que la ciencia social daría al relativismo,
especialmente al cinismo o al nihilismo. ¿Cómo aquellos que consideran la
pertenencia del historiador a la historia y del sociólogo a la sociedad como un
obstáculo insuperable para la cientificidad de una y otra ciencia, pueden ignorar que
las ciencias sociales tienen el privilegio de poder tomar por objeto su propia génesis
y su propio funcionamiento social? ¿Y que ellas son así capaces de poner a la luz las
coerciones que gravitan sobre la práctica científica y de servirse de la conciencia y
del conocimiento que poseen de la historia y la estructura de los campos sociales en
que se producen para tratar de remover algunos de los obstáculos sociales a su
avance? Lejos de destruir, como se dice de manera reiterada, sus propios
fundamentos, una ciencia reflexiva semejante puede, por el contrario, proveer los
principios de una Realpolitik tendiente a instaurar las condiciones sociales del
progreso de la razón científica, es decir, una cierta forma de justicia, o de
democracia, en el microcosmos científico. Un principio de esta política, i.e., la
defensa de la autonomía contra toda intrusión de poderes extra-científicos (por ende
tiránicos), capaces de alterar las condiciones en que las construcciones científicas
son producidas, comunicadas, discutidas, criticadas, evaluadas, es una contribución
fundamental a la democracia —incluso si a veces, por su apariencia de elitismo,
contradice la representación más frecuente de la democracia—: ella es en efecto la
condición sine qua non del ejercicio de este cuarto poder, puramente crítico, que
sólo la ciencia social es capaz de ejercer plenamente hoy en día y sin la cual no es
posible una verdadera democracia.

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