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Cuentos con humanos, androides y robots J99| antolo: Q a syeau A EDICIONES COLIHUE Cuentos con humanos, androides y robots / antologia. reimp. - Buenos Aires : Colihue, 2012. 240 p. ; 18x13 cm.- (Leer y Crear) ISBN 978-950-581-141-0 1 ed. 5° 1, Narrativa en espaol CDD 863 Seleccién, péslogo, notas y propuestas de trabajo: Prof. ELENA BRACERAS Agradecemos la colaboracién prestada por la profesora Cristina Leytour. Disefo de coleccion: Alejandra Getino Composicién y armado: EME & PE Hustracién de tapa: “Foule II”, Jean-Michel Folon, 1979, (detalle). Aguafuerte y aguatinta. “Todas los derechos reservados Esta publicacin no puede ser reproducida, total o parcialmente, i registada en, o transmit pos, un sitema de recuperacién de infracin en ninguna forma npr ning medio, scameinco, LAFOTBBOPA fegimio, cnc, magni, eeapico, por fecpine WAC Apet cualquier ovo, sn permis previo por ecto del editorial Solo se aurora la reproducién de la tpa, contrarapa, indice y pgina de legales, complens, de la presente obra exlusivamente para fines promocionale ode registro bibliogrfico. 1" edicién / 5* reimpresion LS.B.N.-13: 978-950-581-141-0 © Ediciones Colihue S.R.L. Av. Diaz Vélez 5125 (C1405DCG) Buenos Aires - Argentina www.colihue.com.ar ecolihue@colihue.com.ar Hecho el depésito que marca la ley 11.723 IMPRESO EN LA ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA La ciencia ficcién La ciencia ficcién es uno de los mas significativos mitos de la cultura actual que, al mismo tiempo que ha entronizado como idolos de exigente adoracién a los avances cientificos y tecnolé- gicos, ha puesto en evidencia una inconsciente aspiracién del hombre contempordneo por el rescate de la humanidad frente a siva mecanizaci6n y a la tendencia a una esclavitud tecno- légica desenfrenada. La liberaci6n de la irreversibilidad temporal, el acceso a nuevos mundos, el pasaje a realidades paralelas, la dominacién de las leyes fisicas y naturales son temas reveladores de ciertos deseos y tendencias vigentes que hacen que el género se consti- tuya como un modelo representativo de las fantasfas dominantes del presente y las ponga en escena. La ciencia ficcién recupera el placer por la narracién de aventuras extraordinarias y responde al desco de acceder a lo desconocido por medio de fos recursos mas inverosimiles y sobre- humanos. El género ha dado un impulso a la narrativa del siglo XX y ha renovado el hechizo que siempre tenemos los lectores frente al relato de una historia interesante. Criterio de seleccién Los cuentos fueron seleccionados teniendo en cuenta las diferentes tapas historicas que tuvo el género en nuestro pais, desde los precursores hasta nuestros dias, y son presentados en orden cronolgico de autores. Al final se ubican dos textos de autores extranjeros. eS La figura humana se paré ante el circulo de luz turbia, Metié una mano en el circulo, La mano no salié por el otro lado. El resto de la figura humana se introdujo en el circulo sin salir por el otro lado. Transcurrié un momento. Las luces se apagaron. El recinto quedé en silencio. Los defensores Philip K. Dick EL AUTOR Nacié en Chicago, EE.UU., en 1928 y murié en California en 1982. En treinta anos de carrera, publicé treinta y cuatro novelas y mds de un centenar de cuentas. En 1963 recibié el premio Hugo por su admirable novela El hombre en el castillo. Entre otros desus titulos sambién se cuenta Flayan mis ligrimas, dijo el policia. Los defensores* ‘Taylor se reclin6 en la silla para leer el periddico de la mafiana EI calor de la cocina y el aroma a café se mezclaban con la tranquilidad de saber que aquel dia no irfa a trabajar. Estaba en su Periodo de Descanso, el primero durante mucho tiempo, y se sentia feliz. Pasé la pagina con un suspiro de satisfaccin. Qué pasa? —pregunté Mary, de pie junto a la estufa. —Arrasaron Moseti anoche ~aprobé Taylor con un movimien- to de cabeza~. Les dieron una buena paliza: una bomba R-H. Ya era hora. Agit6 la cabeza de nuevo; todo contribu‘a a su buen humor: el ambiente confortable de la cocina, la presencia de su atractiva esposa, la visién de los platos del desayuno y el café. A esto se le podia llamar reposo. Y, ademés, las noticias sobre la guerra eran buenas, buenas y satisfactorias. Lo llenaban de orgullo: la satisfac~ cin del deber cumplido. Después de todo, él era una parte integrante del programa de guerra, no un vulgar obrero de los que arrastran una carretilla cargada de cascores, sino un técnico, uno de los que prevén y planifican Ia espina dorsal de la guerra. —Dice que los nuevos submarinos son casi perfectos. Espera a que entren en accién -sabores el éxito por adelantado-. Menu- da sorpresa se llevarin los soviéticos cuando los empiecen a bombardear desde el fondo det mar. stin haciendo un trabajo magnifico ~asintié Mary sin demasiada conviecién-. gSabes lo que vimos hoy? Nuestro equipo ha conseguido un plomizo para ensefdrselo a los nifios de la escuela. Lo vi un momento. Es estupendo que los nifios vean el resultado de sus esfuerzos, gno crees? Martinez Roca, 1993. * En Cuentos completos 1, Agut yace el sub, Buenos Aix Paseé la mirada a su alrededor. —Un plomizo -murmuré Taylor. Baj6 poco a poco el periédi co-. Bien, pero conviene asegurarse antes de que haya sido descontaminado a conciencia. Es mejor no arriesgarse —Oh, siempre los bafian antes de bajarlos ~dijo Mary-. No se Jes ocurrirfa hacerlo de otra forma, ~Ticube6 ante el impacto de un pensamiento- Don, eso me recuerda. —Lo sé ~asintié él. Adivinaba sus pensamientos. En los primeros dias de la guerra, antes de que empezaran a evacuarlos de la superficie, habfan visto un tren hospital que descargaba a los heridos, gente afectada por radiaciones atémicas. Recordaba su aspecto, la expresién de sus rostros, lo que quedaba de ellos. No fuc un espectaculo agradable. Fueron muchos los afectados antes de que se completara el traslado a los subterraneos, Y, como habia muchos, no era dificil recordar. Taylor mir6 a su esposa, Se habia pasado los tiltimos meses pensando excesivamente en aquello. Claro que todos lo hacfan. —Olvidalo ~dijo-, pertenece al pasado. Arriba solo quedan los plomizos, y a ellos no les importa. —Por cso mismo espero que tomen las suficientes precaucio- nes cada vez que dejan bajar a uno. Imagina que atin siga radiactivo. —Olvidalo -ri6 él, levanténdose de la mesa. Vivimos un momento maravilloso. Estaré en casa durante los dos préximos turnos. Mi tinica preocupacién serd descansar y tomarme las cosas con calma, Hasta podriamos ir al cine, ¢qué te parece? —iAl cine? gCrees que vale la pena? Estoy harta de ver destruccién y ruinas. A veces veo lugares que recuerdo, como San Francisco. Bombardearon San Francisco, el puente se partié y cayé al agua. Me puse enferma. No me gusta ver esas cosas. —2No quicres saber lo que est pasando? Los seres humanos ya no sufren dafios. —iPero es horrible! No, Don, por favor ~suplicé con el rostro contrafdo en un rictus de dolor. Don Taylor recogié su periédico con expresin malhumorada. —De acuerdo, pero no hay muchas cosas que hacer. Y no lo olvides, sus ciudades atin lo estan pasando peor. 146 Ella asintié con un gesto. Taylor volvié las ésperas y delgadas paginas del periddico, Habia perdido e! buen humor. :Por qué se pasaba el tiempo lloriqueando? Tal como iban las cosas, no podfan quejarse, sobre todo considerando que vivian bajo tierra, con un sol artificial y comida artificial. Por supuesto que era irritante no ver el sol, carecer de libertad de movimientos y contemplar siempre un paisaje de paredes metilicas, enormes y ruidosas fabricas, cuarteles y arsenales, pero era preferible a vivir en la superficie. Algin dia se terminarfa y regresarfan Nadie queria vivir asf, pero era necesario, Volvié la pagina con rabia, y el papel de mala calidad se rasgo, Maldita sea, el papel era cada vez peor, asi como la impresién y la cinta amarillenta... Bien, todo se destinaba a la guerra, ya deberfa saberlo. zAcaso no era uno de los cerebros? Sc autodisculpé y pas6 a la otra habitacién. La cama seguia sin hacer, Valdria la pena arreglarla antes de la inspeccién de las siete. Era un cubjculo perfecto y. El vide6fono zumb6. Se inmoviliz6. ;Quién seria? Volvi6 sobre sus pasos y establecié la comunicacién. —2Taylor? -Un rostro se form6 en la pantalla, un rostro ajado, grisiceo y ceftudo-. Soy Moss. Lamento molestarte durante cu Periodo de Descanso, pero ha ocurrido algo-. Agit6 unos pape les, Quiero que venga aqui ahora mismo. —iQué pasa? “Tan urgente es? -Los tranquilos ojos grises le observaron, inexpresivos y frios-. Si me necesita en el laborato- rio, iré. Me pondré el uniforme.. jo, no hace falta. ¥ no vaya al laboratorio. Nos encontra- remos en la segunda planta cuanto antes. Si utiliza el elevador rapido, Hegara en media hora, Nos veremos alll La imagen se disipé. —2Quién era? ~pregunté Mary desde el umbral de la puerta. —Moss. Me necesita. —Sabia que ocurriria —Bueno, de todas formas no te apetecta hacer nada. ;Qué importa? -La amargura se transparentaba en su voz. Siempre es, lo mismo, dia tras dfa. Te traeré algo. Subo a la segunda planta. Quizé me acerque lo bastante a la superficie como para 147 —jNo! jNo me traigas nada! jNo deseo nada de la superficie! —De acuerdo, no lo haré. Y no digas mas conterfa Ella lo miré calzarse las botas sin decir nada, Moss lo saludé y Taylor unié su paso al del anciano. Trenes de carga herméticamente cerrados ascendfan sin cesar hacia la super ficie por una rampa, y desaparecfan por una abertura que comu- nicaba con la planta superior. Taylor contemplé los vagones cargados de maquinarias cubulares, armas nuevas, sin duda, De~ cenas de obreros uniformados de gris se afanaban por todas partes, cargando, levantando y gritando. El ruido en la planta era infernal. —Buscaremos un sitio para hablar ~dijo Moss-. Aqui no puedo darle més detalles. ‘Tomaron un ascensor, mientras un montacargas se zambullia en el vacio con gran estrépito. Al cabo de un momento Hlegaron a una plataforma de observacién situada junto al Tubo, el amplio tiinel que conducia a la superficie, a quinientos metros apenas de sus cabezas, —iDios mfo! -exclamé Taylor, mirando sin querer hacia abajo~. |Qué caida! —No mire -rié Moss. Abrié una puerta y entraron en un despacho. Un oficial de Seguridad Interna estaba sentado tras un escritorio. —En seguida estoy contigo, Moss ~estudié a Taylor con una mirada-. Habéis Hegado pronto. —El comandante Franks -informé Moss a Taylor fue el primero en hacer el descubrimiento. Yo me enteré anoche. Indicé un envoltorio que sostenfa bajo el brazo. —Lo he traido conmigo. Franks fruncié el cefio y se puso de pie. —Subamos a la primera planta. Discutiremos alli. —ZA la primera planta? -repitié Taylor, nervioso. Los tres se introdujeron en un pequefio ascensor al que conducfa un pasillo lateral-. Nunca he estado arriba, Todo va bien? No es radiactivo, iverdad? —Usted es como todos ~dijo Franks~. Cuentos de viejas. Las radiaciones no alcanzan la primera planta, Esté blindada con piedra y plomo y todo lo que desciende por el Tubo se limpia. 148 —;Cuil es la naturaleza del problema? —pregunté Taylor-. Me gustaria saber algo mas. —Espere un momento. Subieron en el ascensor. Desembocaron en un vestibulo abarrotado de soldados, armas y uniformes. Taylor parpaded, sorprendido. jAsi que esto era la primera planta, el nivel subte- rriéneo mas préximo a la superficie! A continuacién sélo habia piedra, piedra y plomo, y los enormes tubos que se alzaban como madrigueras de gusanos. Piedra y plomo, y en el extremo de los tubos, ms arriba, se abria la vasta extensién que ningtin ser humano habia visto en los dltimos ocho afios, las ruinas sin fin que una vez habjan sido la cuna del hombre, el lugar en el que ‘Taylor vivia ocho afios atras. La superficie era ahora un desierto mortifero, un desierto de escoria y nubes que vagaban de un sitio a otro ocultando el sol rojo. En ocasiones, algo metdlico se movia entre los restos de una ciudad, cruzando la tierra torturada de los campos. Un plomizo, un robot de superficie, inmune a las radiaciones, construido a toda pris antes de que la guerra aleanzara su punto culminante. Los plomizos, criaturas que podfan sobrevivir alli donde la vida era imposible, se movian sobre la tierra, surcaban los océanos, y los cielos, figuras de metal y de plistico que libraban una guerra concebida por los hombres, que ahora se vefan imposibilitados de luchar entre sf. Los seres humanos habfan inventado la guerra, inventado y fabricado las armas, incluso los figurantes, los lucha- dores, los actores de la guerra. Sin embargo, solo podian asistir como espectadores. Ningtin ser humano poblaba la capa de la tierra, ni en Rusia, ni en Europa, ni en América, ni en Africa. Vivian bajo la superficie, en refugios sepultados a gran profundi- dad que habfan sido disefiados y construidos cuidadosamente cuando cayeron las primeras bombas. Fue una brillante idea; de hecho, la nica idea plausible. Los plomizos recorrfan la devastada superficie de lo que una vez habia sido un planeta vivo y combatfan en lugar de los hombres. Y bajo la superficie, en las entraftas del plancta, los seres humanos trabajaban incansablemente para fabricar las armas imprescindibles para continuar la contienda, mes tras mes, afio tras afio. 49. —Primera planta ~anuncié Taylor con cierto malestar—. Casi hemos llegado a la superficie. —Atin no —dijo Moss. Franks los guié entre los soldados hacia el borde del tinel. —Dentro de pocos minutos, un ascensor bajard algo de la superficie -explicé-. Ha de saber, Taylor, que de vez en cuando Seguridad examina e interroga a un plomizo de la superficie para confirmar algunas cosas. No podemos conformarnos con la simple informacién televisada, necesitamos también entrevistas en di- recto. Los plomizos ejecutan su tarea de forma satisfactoria, pero queremos asegurarnos de que todo funciona segin nuestras previsiones. El ascensor bajar a un plomizo de clase A. En la sala contigua hay una cémara de entrevistas con una placa de plomoen el centro, a fin de evitar que los interrogadares se vean expuestos a radiaciones. Es mds sencillo que bafiar al plomizo. No lo entretendremos mucho, pues debe volver a su trabajo. Hace dos dias interrogamos a un plomizo de clase A. Yo mismo dirigi la sesién, Estébamos muy interesados en una nueva arma de los soviéticos, una mina automética que persigue cualquier objeto en movimiento. Los militares nos dieron instrucciones para obtener todo tipo de informacién sobre la mina. El plomizo nos proporcio- 26 ciertos datos, asf como las habituales peliculas e informes. Luego le ordenamos que volviera a la superficie. Cuando se dirigia hacia el ascensor, sucedié algo extrafio. Creo que Franks se interrumpié. Una luz roja parpadeaba, —Elascensor ha llegado-hizo un gesto a los soldados~. Vamos a la cémara. El plomizo se reunira con nosotros dentro de un momento. —Un plomizo de clase A -murmuré Taylor-, He visto entre- vistas en los noticiarios. —Es una experiencia fascinante ~observé Moss-. Son casi humanos. Se introdujeron en la cimara y tomaron asiento tras el muro de plomo. Una seftal luminosa relampague6, y Franks movié las manos. Se abrié la puerta que habia detrés del muro. Taylor miré a través su rendija de observacién. Una esbelta figura metélica avanz6 con lentitud, con los brazos caidos a lo largo del cuerpo, 150 hasta situarse al otto lado del muro de plomo. Permanecié de pie, esperando. —Nos interesa saber una cosa ~dijo Franks-. Antes de que empiece el interrogatorio, stiene algo especial que comentar sobre la situacién en la superficie? —No. La guerra contintia -la voz del plomizo era automatica ¢ inexpresiva~. Necesitamos mas aviones de persecucién indivi- dual. Podrfamos utilizar —Lo sabemos, pero hay otros asuntos més importantes. Nos comunicamos con usted solo por televisi6n, puesto que jamais subimos a la superficie. Dependemos de aseveraciones que no podemos comprobar. Algunos miembros de la cipula dirigente empiezan a pensar que hay demasiado margen de error. —jError? —pregunté el plomizo-. {De qué tipo? Confirma- mos todos nuestros informes antes de enviarlos. Mantenemos un contacto constante con ustedes; transmitimos cualquier dato, por insignificante que sea. Las armas que vemos emplear al enemigo. —Lo sé -se impacienté Franks-, pero quiz valdria la pena que lo comprobsramos por nosotros mismos. Hay alguna zona limpia de radiaciones lo bastante amplia como para que una patrulla de hombres ascienda a la superficie? Equipados con trajes de plomo, jsobrevivirfan para examinar la situacién y obtener una informacién directa? La maquina vacilé antes de responder. —Lo dudo. Tomen muestras de aire y decfdanlo. Desde que bajaron hace ocho aitos las condiciones han empeorado. No tienen ni idea de lo que sucede arriba. Cada vez es mis dificil que un objeto mévil sobreviva mucho tiempo. Existen proyectiles sensi- bles al movimiento. La nueva mina no sélo reacciona ante los movimientos, sino que persigue al objeto hasta darle alcance. Y no hay ninguna zona libre de contaminacién. —Entiendo ~Franks se volvié hacia Moss con los ojos entor- nados-. Bien, esto es lo que queria saber. Ya se puede ir. La maquina se dirigié a la salida, pero antes de llegar se detuvo. —Cada mes aumenta la cantidad de particulas letales en la atmésfera. El ritmo de la guerra. —Lo sé -Franks se levanté. Extendié la mano y Moss le entregé el envoltorio-. Antes de que se vaya, quiero que examine un nuevo tipo de metal blindado. Le pasaré una muestra por el conducto de comunicacién. Franks deposité el paquete en el conducto. El mecanismo se puso en marcha y lo traslad6 al otro lado. El plomizo lo tomé, lo desenvolvié y sostuvo la plancha metilica en sus manos para examinatla De pronto, quedé inmévil —Perfecto -dijo Franks. Empujé cl muro con el hombro y una seccién se desliz6 a un lado. Taylor tragé saliva: {Franks y Moss corrfan hacia el plomizo! —jDios mio! ;Tengan cuidado, es radiactivo! El plomizo continuaba paralizado, aferrando el metal. Los soldados irrumpieron en la camara. Rodearon al plomizo y reco- rrieron su cuerpo con un contador. —Muy bien, sefior ~informé uno de ellos a Franks-. Esta mas frio que una noche de invierno. stupendo. Estaba seguro, pero no querfa arriesgarme. —Como ve -dijo Moss a Taylor, este plomizo ya no es radiactivo, a pesar de que vino directamente de la superficie y no fue descontaminado. —2Cémo se lo explica? ~pregunté Taylor. —Quizé sea un accidente -dijo Franks. Siempre hay la posibilidad de que un objeto en concreto se salve de las radiacio- nes. Pero es la segunda vez que sucede, segiin nuestras noticias. ‘Tal vez haya habido mas. —iLa segunda vez? —Nos dimos cuenta en la entrevista anterior. El plomizo no era radiactivo. Estaba tan frio como éste. Moss recuperé la placa metilica de manos del robot. Pos6 la mano sobre la superficie y la colocé de nuevo entre los rigidos y obedientes dedos. —Decidimos engaftar a éste para comprobarlo directamente, Se recobrara dentro de un momento. Seré mejor que nos parape- temos tras el muro. Retrocedieron, y el muro de plomo se cers6 a sus espaldas. Los soldados abandonaron la cémara, 4152 —Dentro de dos periodos -dijo Franks-, una pattulla estard spuesta para subir a la superficie, Subiremos en el Tubo prote- gidos con trajes especiales... El primer grupo de hombres que pisard la tierra después de ocho afios. —Quizd nos engafiemos —dijo Moss-, pero lo dudo. Algo extrafio est pasando, El plomizo nos dijo que ninguna forma de vida podia existir en la superficie sin arriesgarse a perecer abrasa da. Las piezas no encajan. Taylor asintié con un gesto. Mir6 por la rendija de observacién a la figura de metal inmévil. El plomizo comenzaba a moverse. Diversas partes de su estructura estaban melladas y torcidas, ennegrecidas y chamuscadas. Habia servido en la superficie durante mucho tiempo; habia sido testigo de la guerra y de la destruccién, una destruccién tan enorme que nadie era capaz de imaginar su alcance. Deambulaba por un mundo contaminado y muerto, un mundo en el que la vida era imposible. iY Taylor lo habia tocado! —Usted vendra con nosotros ~le espeté Franks-. Quiero que nos acompaiie; iremos los tres. Mary lo miré con expresién compungida y temerosa. —Lo sé. Vas a ir a Ia superficie, verdad? Ella lo siguié hasta la cocina. Taylor se sent6 sin atreverse a decir nada. —Es un proyecto secreto ~esquiv6-. No puedo decirte nada. —No hace falta, Lo sé. Lo supe desde el momento en que entraste, Vi algo en tu rostro, algo que no veia desde hacfa mucho tiempo. Se acercd, tomé el rostro de Taylor entre sus manos tembloro- sas y lo oblig6 a mirarla. Sus ojos brillaban, febriles. —Pero spor qué vi? Nadie puede vivir ahi arriba. jLee, lee esto! Le arrebaté el periddico y lo desplegé frente a él., —Mira esta fotografia: América, Europa, Asia, Africa... un mont6n de ruinas. Lo vemos cada dia en los noticiarios. Todo destruido, contaminado. Abi es donde te envian. :Por qué? Ni siquiera la hierba crece. La superficie est arrasada, no? 0 no? —Es una orden ~Taylor se levant6~. Desconozco los motivos. me a una patrulla de reconocimiento, es lo tnico que sé. 153 Estuvo mucho rato de pie, mirando a la lejania, Después recuperé el periédico y lo examiné a Ia luz de la impara. —Parece real -murmuré-. Ruinas, escoria, destruccién. Es muy convincente. Informes, forografias, peliculas, muestras de aire. Sin embargo, nunca hemos subido a comprobarlo. —2De qué escis hablando? —De nada -dejé caer el periédico-. Me iré en cuanto termine el proximo Perfodo de Suefio. Vamonos a la cama, —Haz lo que quieras ~se resigné Mary, con las facciones crispadas-. Ojala subiéramos todos para morir de una vez, en lugar de ir muriendo lentamente como gusanos. Taylor nunca habfa percibido la amargura de Mary. {Qué sentfan los demas? {Qué sentian los obreros que trabajaban dia y noche en las fibricas? {Qué sentfan esos pilidos y encorvados hombres y mujeres que se esforzaban penosamente, parpadeando bajo la luz incolora comiendo productos sintéticos...? —No te lo tomes asi -acerté a decir, —Me lo tomo asi porque sé que nunca volverds -le dio la espalda-. La iltima vez que te vea sera cuando salgas por la puerta, —;Por qué? Cémo puedes decir algo semejante? Ella no respondi6. Lo desperté el ruido de los altavoces exteriores, que pregona- ban las diltimas noticias. “[Boletin especial! | El ejército de superficie informa de un masivo ataque soviético con armas desconocidas! jRetirada de posiciones clave! ;Que todos los trabajadores se dirijan a las fabricas cuanto antes!” Taylor se frot6 los ojos. Salté de la cama y se precipité al vide6fono para comunicar con Moss. —Escuche, gsabe algo de ese ataque? Abandonamos el pro- yecto? Veia el escritorio de Moss cubierto de informes y documentos. —No -respondié Moss-, todo sigue igual. Venga en seguida Pero. —No me discuta -Moss arrugé furiosamente un puftiado de informes-. Todo es una farsa, Muévase! 154 Corté la comunicacién. Taylor, confundido y rabioso, se vistié a toda prisa. Se ape6 del coche media hora més tarde y subié corriendo la escalera del edificio de Productos Sintéticos. Hombres y muje~ res se apresuraban por los pasillos. Entré en el despacho de Moss. —Ya era hora -dijo Moss, que se levant6 al instante~. Franks nos espera en el punto de salida. Subicron en un vehiculo de Seguridad. Hizo sonar la sirena y los obreros se apartaron a su paso. —2Qué sabe del ataque? -pregunt6 Taylor. Moss encogié los hombros. —Estamos seguros de que les hemos obligado a actuar prematuramente. Les hemos sacado venraja Descendieron en la conexién con el Tubo, y un momento después se clevaban a gran velocidad hacia la primera planta, Irrumpieron en un escenario pleno de actividad. Soldados embutidos en trajes de plomo corrian en todas direcciones, se gritaban unos a otros y se pasaban fusiles e instrucciones. Taylor miré atentamente a uno de ellos. Iba armado con la temible pistola Bender, un modelo recién salido de la linea de montaje. Algunos de los soldados parecfan muy asustados. —Espero que no cometamos ningtin error -murmuré Moss. Franks fue a su encuentro. —EI plan consiste en que primero subiremos nosotros tres, y los soldados nos seguirén pasado un cuarto de hora. —zQué les diremos a los plomizos? -pregunté Taylor, preocupado-. {Lo han pensado? —Queremos presenciar el préximo ataque soviético -sonrié Franks con ironia-, pues parece que va en serio. —2Y luego, qué? —Dependera de ellos. Vamos. Un pequefioascensor impulsado por émbolos antigravitatorios se clevé hasta la superficie. Taylor miraba abajo de vez en cuando, La distancia aumentaba a cada instante. Sudaba dentro de su traje y agarraba la pistola Bender con dedos inexpertos. ePor qué lo habjan elegido a él? Pura casualidad. Moss le habia pedido que se incorporara al departamento. Después, Franks lo enrolé sin pensar. Y ahora iban camino de la superficie a velocidad vertiginosa, Un panico profundo, cultivado a lo largo de ocho afos, se infiltré en su mente. Contaminacién, una muerte cierta, un mundo devastado y mortifero ‘Taylor se sujet6 a las barandillas del ascensor y cerré los ojos. Ya faltaba poco. Eran los primeros seres vivos en remontar la primera planta, en prescindir de la proteccién de plomo y piedra. Le sacudfan oleadas de horror. Todos sabjan que se dirigian hacia la muerte. Lo habfan visto miles de veces en las peliculas: las ciudades, las nubes radiactivas.. —Ya queda poco -indicé Franks. Estamos Ilegando. No nos espera nadie en la torre de superficie; di érdenes de que no se enviara ninguna sefal. EI ascensor ascendia con gran estrépito. A Taylor le daba vueltas la cabeza; apreté con fuerza los ojos. Arriba, arriba... El ascensor fren6. Abrié los ojos. Se hallaban en una amplia caverna iluminada con focos fluorescentes, atestada de equipos y maquinaria alineados en filas interminables, Los plomizos trabajaban en silencio, conduciendo camionetas y carretillas. —Plomizos -observé Moss, palido-. No cabe duda de que estamos en la superficie. Los plomizos trasladaban de un sitio a otro fusiles, piezas, municiones y suminiscros enviados a la superficie, Esta era una de las numerosas estaciones de recepcién; cada tubo tenia la suya. ‘Taylor mité nerviosamente a su alrededor. De modo que era cierto: habjan llegadoa la superficie, donde se disputaba la guerra. —Vamos. Un guardia de la clase A nos espera, Bajaron del ascensor: un plomizo se acercé répidamente. Se detuvo ante ellos y les examiné con su arma preparada. —Pertenezco a Seguridad -declaré Franks~. Que se presente un clase A al instante. EI plomizo vacil6. Otros guardias de clase B se aproximaban, alarmados y vigilantes. Moss eché un vistazo alrededor. —jObedezca! ~grité Franks-. jAcaba de recibir una orden! El plomizo se volvié, inquieto. Una puerta se abrié al otro lado del edificio. Aparecieron dos plomizos de clase A y caminaron con 156 parsimonia hacia ellos: se distinguian de los otros por una franja pintada en su rostro —Forman parte del Consejo de la Superficie ~indicé Franks-- Estén preparados Los dos plomizos se detuvieron a corta distancia y los exami naron de arriba a abajo. —Soy Franks, de Seguridad, Hemos venido desde los subte- rraneos para —Es increfble —Io interrumpié uno de los plomizos friamen- te~. No saben que no pueden sobrevivir aqui? La superficie es mortifera. No se pueden quedar. —Llevamos un traje protector -explicé Franks-. De todas formas, no es su problema, Exijo una entrevista ahora mismo con el Consejo para informarme de la situacién. 2Es posible? —Los seres humanos no pueden sobrevivir aqui. El nuevo ataque soviético se produciri en esta zona. El peligro es inmi: nente. —Lo sabemos. Por favor, ordene que se retina el Consejo ~ Franks paseé la vista por la amplia sala, iluminada por kimparas que colgaban del techo. Su voz se quebré-. ¢Es de dia o es de noche? —De noche —dijo uno de los plomizos de clase A tras una pausa-, Amanecer dentro de dos horas. —Nos quedaremos ~afirmé Franks-. Como una especie de concesién a nuestro sentimentalismo, gnos indicaré un lugar desde el que poder observar el amanecer? Le estarfamos muy agradecidos. | Un estremecimiento recorrié a los plomizos. —Un espectéculo muy desagradable -comenté el portavoz— Ya han visto las fotos, saben lo que van a presencia. Nubes de particulas flotantes que encurbian la luz, masas de escoria, la tierra destruida. Una visi6n aterradora, mucho peor de lo que reflejan las peliculas y las fotos. —Queremos verlo, a pesar de todo. {Transmitird la orden al Consejo? —Siganme. : Los dos plomizos, algo reticentes, se dirigicron hacia la pared del almacén. Los tres hombres los siguicron. Sus pasos resona- 157 ban cn el hormigén. Al Hegar al muro, los dos plomizos se detuvieron. —Esta es la entrada a la Sala del Consejo. Hay ventanas, pero la oscuridad reina en el exterior, por supuesto. Ahora no verin nada, pero dentro de dos horas. “Abra la puerta ~ordend Franks. La puerta se destizé a un lado. Entraron en una sala pequefia y limpia. En el centro habfa una mesa redonda, circundada de sillas. Los tres se sentaron en silencio, seguidos de los dos plomizos. Los miembros de! Consejo Ilegarén en seguida. Han recibi- do cl anuncio de su presencia y no tardaran. De todas maneras, les ruego que regresen a los subterrineos. Es imposible que resistan las condiciones imperantes. Inclusa a nosotros nos cuesta sobre- vivir. {Cémo piensan hacerlo? —Estamos sorprendidos y perplejos -declaré el plomizo que parecfa Ilevar la iniciativa-. Pese a que les debemos obediencia, les advertiré que si permanecen aqui. —Lo sabemos dijo Franks con impacienci vamos a quedarnos, al menos hasta el amanecer. Si insiste. Sc hizo el silencio. Los plomizos conferenciaron entre si, pero los tres humanos no captaron ni una palabra, —Por su propio bien ~dijo el plomizo-, vuelvan abajo. Hemos legado a la conclusién de que su comportamiento es perjudicial para sus propios intereses. —Somos seres humanos -

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