Safari accidental
Juan Villoro
Joaquin Mortiz, 2005
ORNITORRINCOS
Notas sobre la cr6nica
PERIODISTAS ¥ LITERATURA
La vida ext hecha de malentendidos: los slteros y los casados se
envidian por razonestristemente imaginarias. Lo mismo ocurre
com esritoresy perioistas. El fabulador “puro” sueleenvidiar las
energias que el eportero absorbe dela realidad, la forma en que
ces reconocido por meseros yazafatas, incluso su chalecode cores-
pponsal de guerra (leno de bolas para rollos fotogrficos y pape-
les de emergencia. Por su part, el curtido periodista sueleadmi-
rar el lento calvario de los narradores, entre otras cosas porque
‘nunca se sometera ad. Ademés est el asunto del prestigio. Due-
fiodel presente, “ider de opinin” sabe que la posteridad,siem-
pre dramitica, prferird al misintropo que perdié la salud y los
nervios al servicio de sus voces interiores.
Excritoresy periodista escriben por fatalidad,el clarin interior
{quelos lama ilas, pero unos pretenden refutarel tiempo y otros
confirmar ls urgencias de la ccasin propica. Entre las musas que
cortejan lls reportetos, ninguna estan visible como el jefe de re
daccin, humanista a contrarreloj para quien el textoes el reme-
dio que impide que se le reviente a leera.
‘Aunque el whisky sabe igual en las redacciones queen lacasa,
quien reparte su ecrtura entre la verdad y la fantasia suele vvie
la experiencia como tn conflict; se siente mas escindido que du-
plicado. "Una felicidad es toda la felicidad: dos feicidades no son
‘ninguna felicidad”, dice el protagonista de Historia del soldad, la1 Sarat acconra, Juan Villoro
trama de Ramiuz que musializ6 Stravinski. Ellema se refiere a
imponbilidad de sr leal a dos reinos, pero se apica 2 otras tena
\doras dualdades, comenzando por ls rubias y las morenas on-
cluyendo po los ofcios de reportero y fabulador.
“Eatudien, muchaches,ovan ascabar de periodisas”, ns deta
‘un profesor cuando yo estudiaba Sociologfa. Esto ocurria hacia
1976, épacacn que el reporter ocupaba un modesto escaBioen la
vida en comGn, Elearicaturista Abel Quezada habia inmor-
talizado la imagen del redactorfamélico, sentado ante una m