inyertir la jerarquia de valores generalmente aceptada y pro-
poner otra concepcién del hombre y desu mundo. Y én esta
‘empresa, Ducasse no se hallaba solo: su Maldoror seguia las
hucllas de otros héroes literarios: los que Lewis y Mathurin
concibieron en el género de la novela negra, tan de moda
entre los escritores romanticos; los que estos tiltimos recrea-
ron en los personajes de Fausto, de Manfred, de Me-
fistofeles, de Han d’Islande, de Falthurne, y tantos otro
‘A todos les animaba el mismo individualismo irreducti-
ble, el mismo deseo de arremeter contra la ley, de traspasar
todo limite. Imitadores de figuras mitoldgicas (Prometeo,
Orfeo) o del Cain biblico, se sienten fuertes para medirse
con el mismo Dios. Su simpatia hacia Satin, el Rebelde por
excelencia, les mantiene unidos como eslabones de una
misma cadena: la de la afirmacién del individuo frente a la
sociedad y la expresién del absoluto en la negacién, En esta
zona audaz. de lo saténico, entendido como la recuperacién
romantica del héroe del Mal condenado por un Dios injus-
to, se debe situar la lucha denodada de Maldoror contra «el
Gran Adversario».
Yes entonces cuando el Poeta, cémplice de su héroe, ve
realizado su suefio de sublevarse contra todo lo que le cons-
trite, y se transforma en demiurgo de un universo esencial-
mente inestable, poblado de seres anémalos y mutables:
solo frente al mundo, el escritor imagina un Génesis alter-
nativo sobre la base de elementos fantasticos y de impossit
lia que pretenden convencer al lector de que existen otros
posibles y de que queda mucho por conquistar. Esa «sed de
infinito», ese anhelo de aventurarse por dominios raramen-
te transitados, que Ducasse compartia con Rimbaud, el otro
gran umaldito», sittian los Cantos de Maldoror alli donde la
literatura se codea con la locura y la muerte.
12
CANTOI
Larhounerk, Coako
ag Cbdorst. Teed
Bree. Mawes Mele
Nisoe, (149.Plazca al cielo que el lector, envalentonado y por un ins-
tante feroz. como lo que lee, encuentre sin desorientarse su
camino abrupto y salvaje a través de las ciénagas desoladas
de estas paginas sombrias y repletas de ponzofia; pues, a
‘menos que no aporte a su lectura una Iégica rigurosa y una
tensién espiritual similar como minimo a su desconfianza,
Jas emanaciones mortales de este libro embeberin su alma
como el agua el azticar. No es bueno que todo el mundo lea
estas paginas que siguen; sélo algunos saborearin este fruto
amargo sin peligro. Por consiguiente, alma timida, antes de
adentrarte en semejantes landas inexploradas, escucha bien
Jo que te digo: dirige tus talones hacia atrés y no hacia ade~
Tante, como os ojos de un hijo que evita sexpatuosamente la
contemplacién augusta del rostro materno; 0 mejor, como
‘el lejano angulo que forman las temblorosas y meditabun-
das grullas durante el invierno al volar enérgicamente ras-
gando el silencio, a toda vela, hacia un punto determinado
del horizonte, donde nace un viento extrafio y fuerte, pre-
ludio de tempestades. La grulla mas vieja, la que avanza en
la vanguardia, al ver esto sacude la cabeza como una perso-
na razonable, hace castafietear su pico consecuentemente, y
No se muestra contenta (yo tampoco lo estarfa en su lugat),
mientras que su viejo cuello, despojado de plumas y con.
temporaneo de tres generaciones de grullas, se remueve en
ondulaciones irritadas que presagian la tormenta cada vez
mds cercana. Después de mirar con sangre fria'a si alrede-
dor, con ojos que encierran la experiencia, prudentemente,
la primera (pues es ella quien tiene el privilegio de mostrar
las plumas de su cola a las otras grullas inferiores en inteli
gencia), con su grito vigilante de melancélico centinela,
para rechazar al enemigo comtin, gira con flexibilidad la
15punta de la figura geométrica (es quizés un tridngulo, pero
hho se ve el tercer lado que forman en el espacio estos curio-
aves de paso), a babor 0 a estribor, como un habil capi-
tin; y maniobrando con alas que no parecen més grandes
que las de un gorrién, porque no es tonta, toma asi otro
camino filoséfico'y mas seguro.
jLector, quizds lo que ti quieres es que invoque el odio
al comienzo de esta obra! ;Quién te dice que tt, bafiado en
infinitas voluptuosidades, no aspirarés hasta saciarte sus
rojas emanaciones, lenta y majestuosamente, con tus narices
ongullosas, anchas y afiladas, revolcindote sobre tu vientre
como un tiburén en el aire bello y negro, como si com-
prendieras la importancia de este acto y la importancia no
menor de tu apetito Icgitimo? ;Te aseguro que los dos agu-
jeros amorfos de tu hediondo hocico gozarén con ellas, oh
‘monstruo, si te aplicas con antelacién a respirar una y mil
veces la conciencia maldita del Eterno! Tus narices, desme-
suradamente dilatadas de gozo inefable, de éxtasis inmévil,
ya no pedirin nada mejor al espacio, ahora impregnado de
perfumes ¢ inciensos; pues estarén hartas de una felicidad
completa, como los angeles que moran en la magnificencia
y la paz de los agradables cielos.
Estableceré en unas cuantas lineas cémo Maldoror fue
bueno durante sus primeros afios, en. que vivi6 feliz; esto
pasd. Se dio cuenta enseguida de que habia nacido malva-
do: jqué extraordinaria fatalidad! Escondié su carécter tanto
com pudo, durante muchos afios; pero finalmente, como
resultado de esta concentracién que no era natural en él,
16
cada dia la sangre asaltaba su cabeza hasta que, al no poder
soportar semejante vida, se lanzé resueltamente a la carrera
del mal... ;qué dulce atmésfera! ;Quién lo hubiera dicho!
cuando abrazaba un nifio de rostro rosado, hubiera querido
arrancar sus mgjillas con una cuchilla, y lo hubiera hecho
muy a menudo si Justicia, con su amplio cortejo de castigos,
no se lo hubiese impedido a cada momento, El no era men-
tiroso, confesaba la verdad y decia que era cruel, ;Humanos,
habéis ofdo? ; y se atreve a repetirlo con esta pluma temblo-
rosa! De modo que existe una fuerza mas potente que la
voluntad... ;Maldicién! :Querria la piedra sustraerse a las
leyes de la gravedad? Imposible. Imposible si el mal qui
ra aliarse con el bien. Es lo que yo habia di
ho mas arriba.
martificiales, pero que han comenzado
con el hombre; terminarén con ¢l, zAcaso el talento no
puede aliarse con la crueldad en las resoluciones secretas de
la Providencia, 0 es que porque se es cruel no se puede se
genial? En mis palabras se verd la prueba; es usted libre de
escucharme, si asi lo desea... Perdén, tenia la impresin de
que se me habian erizado los cabellos, pero no pasa nada,
pues con mi mano he logrado fécilmente devolverlos a su
primitiva posicién. Aquel que canta no pretende que sis
cébalas sean algo desconocido; al contrario, se precia de qui
los pensamientos altaneros y malvados de su héroe se|
encuentren en todos los hombres.
7
@Durante toda mi vida, yo he visto a los hombres de hom-
bros estrechos, a todos ellos sin excepcién, cometer nume-
rosos actos esttipidos y embrutecer a sus semejantes y per-
vertir las almas por todos los medios. Ellos apelan a la glo-
ria como justificance de sus acciones. Cuando vi estos espec-
téculos, quise reir como los demés; pero esto, extrafia imi-
tacién, me era imposible. Cogi un pufial de cuchilla afilada
y me abri las carnes alli donde se reiinen los labios. Por un
instante cre{ que lo habia conseguido. ;Contemplé en un
espejo esta boca mutilada por mi propia voluntad! Era un
error! La sangre que manaba abundantemente de las dos
heridas me impedia ademds distinguirt sise trataba de la risa
de los otros. Pero después de algunos momentos de compa-
racién, comprobé que mi risa no se parecfa a la del resto de
os humanos, es decir, que yo no refa. Yo he visto a los hom-
bres, de horrenda cabeza fea y de terribles ojos hundidos en
la drbita oscura, superar la dureza de la roca, la rigidez del
acero fundido, la crueldad del tiburén, la insolencia de la
juventud, el furor insensato de los criminales, las traiciones
del hipécrita, a los comediantes més extraordinarios, la for-
taleza de cardcter de los sacerdotes; a los seres mas escondi-
dos en su apariencia, los mis frfos de los mundos y del cielo;
Ies he visto aburrir a los moralistas al intentar descubrir su
corazén y hacer recaer sobre ellos la célera implacable de lo
alto. Yo los he visto a todos a la vez, unas veces con el pufio
mis robusto dirigido hacia cl ciclo como el de un nifio pe
verso ya contra su madre, probablemente azuzados por
algun espiritu del infierno, con los ojos cargados de un
remordimiento acuciante y odioso al mismo tiempo, en un
silencio glacial, no atreverse a emitir las meditaciones vas-
tas e ingratas cobijadas en su seno, hasta tal punto estaban
Ilenas de injusticia y de horror, y entristecer al Dios miseri-
cordiosos otras veces, los he visto, a cualquier momento del
dia, desde su infancia hasta su vejez, propagar anatemas
18
inctefbles, sin sentido comin, contra todo aquello que res-
pira, contra ellos mismos y contra la Providencia, prostituir
a mujeres y nifios y deshontar asf las partes del cuerpo con-
sagradas al pudor. Ahora los mares alzan sus aguas, dlevoran
en sus abismos los maderos; los huracanes y los terremotos
derriban las casas; Ia peste, toda suerte de enfermedades
diezman las familias suplicantes. Pero los hombres no se dan.
cuenta. Yo los he visto también enrojecer 0 palidecer de ver
giienza por su conducta sobre esta tierra, pero esto excep
cionalmente. ‘Tempestades, hermanas de los huracanes, fir~
mamento azulado cuya belleza no admito, mar hipécrita,
imagen de mi corazén, tierra de seno misterioso, habitantes
de las esferas, universo entero; ;Dios! a ti que lo has creado
con magnificencia te invoco: jmuéstrame un hombre que
sea bueno! ... Pero que tu gracia decuplique mis fuerzas
naturales; pues ante el especticulo de semejante monstruo
puedo morir de exerafieza; por menos se muere.
Hay que dejarse crecer las ufias durante quince dias. Oh!
jqué dulce resulta arrancar brutalmente de su lecho a un
hitfio que no tiene todavia nada sobre el labio superior y, con
los ojos muy abiertos, simular una suave caricia sobre su
frente, retitando sus cabellos! Después, de repente, cuando
menos se lo espera, hundir las largas ufias en su pecho blan-
do, de manera que no muera; pues si muriera, no contarfa-
mos més tarde con el aspecto de sus miserias. Luego se le
sorbe la sangre lamiendo sus heridas; y durante este tiempo,
que deberia durar tanto como dura la eternidad, el nifo
llora. No hay nada mejor que su sangre obtenida del modo
que acabo de narrar y caliente todavia, salvo sus légrimas,
amargas como la sal. Hombre, :no has probado nunca tt
sangre cuando por casualidad te has cortado el dedo? Bs
19Ueliciosa, no es cierto2% porque no tiene ningtin sabor.
Ademds ;no re acuerdas del dia en que, en medio de higu-
bres reflexiones, posaste tu mano, con la palma céncava
obre tu rostro enfermizo mojado pot lo que cafa de tus
ojos; que enseguida dicha mano se dirigia inevitablemen-
te hacia la boca y ésta bebia las kigrimas a largos sorbos en
D esta copa temblorosa como los dientes del alumno que mira
de soslayo a aquel que nacié para oprimirle? Son deliciosas,
wwerdad?, porque tienen el sabor del vinagre. Parecen ligt:
mas de aquella que més ama; pero las légrimas de nifio
resultan mas agradables al paladar. El no traiciona porque
no conoce todavia el mal: quien ama traiciona més pronto
mis tarde... lo adivino por analogia, aunque ignoro lo que
¢s la amistad, el amor (incluso es probable que no lo acepte
rnunea, al menos de la raza humana) Ast pues, como tu san-
Js grey tus légrimas no te disgustan, mtitrete, ntitrete con con-
VY fianza de las lagrimas y de la sangre del adolescente, Tapale
los ojos mientras le desgarras sus carnes palpitanies; y tras
haber ofdo horas y horas sus gritos sublimes semejantes a los
alaridos taladradores que emien en una batalla los gaznates
de heridos agonizantes, entonces, apartindote como una
avalancha, te precipitarés desde la habitacién vecina y fingi-
rs que llegas para socorrerle, Le soltards las manos, de ner-
Vios y venas ya hinchadas, le devolverds la vista a sus ojos
extraviados al lamer sus lagrimas y su sangre. ;Entonces si
que el arrepentimiento es verdadero! La chispa divina que
mora en nosotros y que aparece tan raramente se muestra
ahora; ;demasiado tarde! El corazén se desborda al poder
consolar al inocente sobre quien se ha hecho el mal:
jAdolescente que acabdis de suftir crueles dolores, quién ha
podido comerer un crimen tan incalificable! ;Desgraciado!
Cémo debéis de suftir!Y si vuestra madre supiera esto, no
Se encontraria tan cerca de la muerte, que tanto abominan
los culpables, como yo mismo lo estoy ahora. ;Ay! ;Qué son
20
pues cl bien y el mal! zAcaso son una misma cosa mediante
Ja cual testimoniamos con rabia nuestra impotencia y la
pasién de alcanzar el infinito incluso por los medios més
insensatos? ;O bien son dos cosas diferentes? Si... quiz4 se
trate de una misma cosa... pues de lo contrario, gqué serfa
de mi el dia del juicio? Adolescente, perdéname; el que esta
ante tu rostro noble y sagrado es quien ha roto tus huesos y
desgarrado las carnes que cuelgan de diferentes partes cle tt
cuerpo. ;Qué es el lo que me ha empujado a cometer este
crimen, acaso un delirio de mi razén enferma, 0 un instin-
to secreto que no depende de mis razonamientos, similar al
del aguila que desgarra a su presa? ;Y sin embargo, tanto
como mi victima.suftia yo! Adolescente, perdéname.
Cuando salgamos de esta vida pasajera, deseo que estemos
eternamente entrelazados, formando un tinico ser, con mi
boca a la tuya pegada. Incluso de esta manera mi castigo no
seré completo. Enronces tt me desgarrarés, sin tregua, con
los dientes y las ufias a la ver. Adornaré mi cuerpo de guir~
naldas perfumadas para este holocausto expiatorio; y sufti-
remos los dos, yo al ser desgarrado por ti, y tt por desga-
rfatme a mi... con mi boca a la tuya pegada. Oh adolescen-
te, de rubios cabellos y de dulces ojos, zharas ahora lo que
te aconsejo? A pesar tuyo, quiero que lo hagas, y ast devol-
verds la felicidad a mi conciencia. ‘Tras haber hablado asf,
habrés hecho mal a un ser humano y al mismo tiempo serés
por él amado: es la felicidad més grande que pueda conce-
birse. Mas tarde, podris ingresarlo en el hospital pues el
tullido no podré ganarse la vida. Te llamaran bueno y las
coronas de laurel y las medallas de oro escondern tus pies
desnudos, diseminados sobre tu gran tumba de aspecto
envejecido {Oh joven, cuyo nombre no quiero escribir en
esta pagina que consagra la santidad del crimen, sé que tu
perdén fue inmenso como el universo Pero yo existo toda
vial
21CANTO II:Dénde ha ido a parar este primer canto de Maldoror,
desde que su boca, repleta de hojas de belladona, lo deja-
ra escapar a través de los reinos de la célera, en un momen-
to de reflexidn? Dénde ha ido a parar este canto ... No lo
sabemos con certeza. Ni los arboles ni los vientos lo han
guardado. Y la moral, que pasaba por ese lugar, al no pre-
sagiar que hallaria en esas pAginas incandescentes un enér-
gico defenson, lo ha visto dirigirse con paso firme y recto
hacia los recovecos oscuros y las fibras secretas de las con-
ciencias. Al menos, lo que la ciencia da por asumido es que
desde aquel tiempo el hombre con cara de sapo ya ni se
reconoce a si mismo y cae a menudo en crisis de furor que
le asemejan a una fiera de los bosques. La culpa no es suya.
Siempre habia creido, con los parpados plegados bajo las,
resedas de la modestia, que no estaba compuesto mas que
de bondad y de una minima cantidad de mal.
Bruscamente yo le ensefié, al sacar a la luz su corazén y sus
tramas, que por el contrario sélo se compone de maldad,
y de una minima cantidad de bondad que los legisladores
dificilmente logran mantener en pie. Quisiera que no sin
tiera hacia mi, que no le ensefio nada nuevo, una ver-
giienza eterna por mis amargas verdades: pero la realiza-
Cidn de este deseo no seria conforme a las leyes de la natu-
raleza. En efecto, atranco la méscara a su rostto traidor y
Ileno de barro, y hago caer una a una, como bolas de mar
fill en un estanque de plata, las mentiras sublimes con las
que se engafia a si mismo: se comprende entonces que no
ordene a la calma imponer sus manos sobre su rostro,
incluso cuando la razén disperse las tinieblas del orgullo.
Por eso el héroe que saco a escena se ha ganado un odio
irreconciliable al atacar a la humanidad, que se creia invul-
55erable, por la brecha de absurdas parrafadas ilantrépicas;
éstas se amontonan, como granos de arena, en esos libros
que algunas veces, cuando la razén me abandona, he esta.
do a punto de considerar por su lado cémico y al mismo
tiempo tedioso. El lo habfa previsto. No basta con escul.
Pir la estatua de la bondad en el front6n de los pergami-
hos que contienen las bibliotecas {Oh ser humaho! jhete
aqui, ahora, desnudo como un gusano, en presencia de mi
espada de diamante! Abandona tu método; ya no es hora
de hacerse el orgulloso: elevo hacia ti mi oracién, en acti.
tud de prosternacién. Hay alguien que observa los més
himios movimientos de tu culpable vida; estds rodeado de
las sutiles redes de su perspicacia encarnizada, No te fies de
él, cuando vuelve la espalda; pues te mira; no te fies de él
cuando cierra los ojos, pues te sigue mirando. Es dificil
suponer que, en lo que respecta a astucia y a maldad, tu
terrible decisin sea la de ayentajar a la criatura de mi ima-
ginacién. Sus menores golpes hieren. Con ciertas precau-
iones, es posible ensefiar a aquel que cree ignorar que los
lobos y los bandidos no se devoran entre ellos: quizé no
sea esa su costumbre. En consecuencia, deja sin miedo
entre sus manos la tutela de tu existencia; él la conducira
Por camino que ya conoce. No confies en la intencién de
Corregirte que él manifiesta con la clatidad de la luzs pues
ti le interesas slo medianamente, por no decir menos; y
atin asi no me acerco a la verdad total, benévola medida de
ini verificacién. Pero es que a él le gusta hacerte datio, por
la legitima conviccién de que ci llegards a ser tan malvado
como él y de que le acompafiards por el abismo hueco del
infierno, cuando suene su hora. Su sitio esté marcado
desde hace tiempo, en el lugar en que se halla una horea
de hierro, de donde cuelgan cadenas y argollas. Cuando el
destino le conduzca alli, el fiinebre hoyo no habré proba-
do nunca presa més sabrosa, ni l habrd contemplado
56
do deli-
da més adecuada. Me parece que habla de mo
boradamenee paternal que la usaf none der
cho a quejarse.
jPero no,
ee los
no, la pluma permanece inerte! ... Pro ad por
camposalrelimpago que brill lo jos. La tormenta reco-
rre el espacio. Llueve... Sigue loviendo... ;Cémo llueve!
El rayo ha estallado ... Se ha abatido sobre mi ventana entre-
abierta y me ha tendido en el suelo de un golpe en la Ge
te. ;Pobre muchacho! {Ta rostro esté ha
mmaguillado por ls arugas precoces y po la deformidad de
nacimiento para encima asumir esta larga cicatriz sulfurosal
(Acabo de suponer que la herida esté curada, cosa es
sucederd pronto) Por qué esta tormenta, y por qué ae
Isis de mis dedos® {Es acao una adverrencia de ls aura
paraimpedirme que esriba,y para que reconsidere los peli
gros alos que me expongo al dejar fluir la baba de mi boca
cuadrada? Pues esta tormenta no me ha asustado. (Qué a
importarfa una legién de tormentas! Estos agentes de la
policia celestial cumplen con celo su penoso deber, a juzgar
por mi frente sucintamente herida. No tengo por qué agra-
decer al Creador su pasmosa habilidad; él ha enviado a
de tal manera que me ha cortado el rostro en dos desde i
frente, lugar donde la herida es més peligrosa: ;que otto le
felicite! Pero las tormentas atacan a alguien més fuerte que
578 divulgado. Le conozco, al ‘Todopoderoso..., y él también
debe conocerme. Si por casualidad caminamos por el
mismo sendero, su. mirada penetrante me ve llegar desde
lejos: jtoma un arajo para evitar el triple dardo de platino
que la naturaleza me dio por lengua! Tendrés la bondad, oh
Creador!, de permitir que dé rienda suclta a mis sentimien-
tos. Manejando las terribles ironias, con mano firme y fria,
te advierto que mi corazén las contendré en niimero sufi.
lente para atacarte hasta el fin de mi existencia. Golpearé
tu esqueleto huieco; pero con tanta fuerza que me encargo
de extraer de él las parcelas restantes de inteligencia que no
has querido dar al hombre, porque hubieras sentido celos al
convertirlo en tu igual, y que habfas escondido descarada-
mente en tus tripas, astuto bandido.
Jame la muerte
Para me arrepienta de mi audacia: descubro mi pecho y
espero con humildad. ;Apareced pues, irtisorias envergadu-
ras de castigos eternos!... enfiticos despliegues de atributos
en demasia pondetados! Ha manifestado su incapacidad
para detener la circulacién de mi sangre, que se burla de él.
Sin embargo, tengo pruebas de que no vacila en ahogar, en
|a flor de la vida, el aliento de otros humanos, cuando ape-
nas han saboreado los goces de la existencia. Es sencilla-
mente atroz, ;pero sélo segtin la debilidad de mi opinién!
jHe visto al Creador, para espolear su intitil crueldad, abra-
zar incendios donde perecian los ancianos y los nifios! No
soy yo quien empieza el ataque; es él quien me fuerza a
hacerle girar , como una peonza, con el litigo de las cuerdas
de acero, ;acaso no es él quien me proporciona acusaciones
contra si mismo? ;No callaré més mi verba espantosa! Esta
se nutre de las insensatas pesadillas que atormentan mis
60
insomnios. A causa de Lohengrin se ha escrito lo que ante-
cede; volvamos pues a él. Por temor a que se volviera como
los otros hombres, yo habia decidido en principio matarlo a
cuchilladas, cuando hubiera traspasado la edad de la ino-
cencia, Pero reflexioné y he abandonado a tiempo y sabia-
mente mi resolucién. El no sospecha que su vida estuvo en
peligro durante un cuarto de hora. Todo estaba preparado y
el cuchillo habja sido comprado. Dicho estilete era gracio-
so, pues me gusta la gracia y la elegancia incluso en los ins-
trumentos de la muerte; pero era largo y puntiagudo. Una
simple herida en el cuello, perforando cuidadosamente una
de las arterias cardtidas, y yo creo que ya hubiera bastado.
Estoy contento de mi conducta; me hubiera atrepentido
luego. Asi pues, Lohengrin, har. lo que quieras, actiia como
te plazca, enciérrate toda la vida en una oscura prisién, con
escorpiones por compafieros de cautividad, o arréncame un
é nunca or
ojo hasta que caga al suelo, yo no te haré munca cl menoe
todavia es bello dar la vida por un ser humano y de este
modo conservar la esperanza de que no todos los hombres
son malvados, puesto que por fin existe uno que ha sabido
atraer a la fuerza hacia si las recelosas repugnancias de mi
simpatia amargal
(aie: tnetishoche dake ¥e pani un. solo Smnipugeleam
Bastilla hasta la Madeleine. Me equivoco; he aqui uno que
aparece de repente, como si saliera de debajo de la tierra.
Los escasos transetintes rezagados lo miran atentamente,
pues no se parece a ningtin otro. En el imperial estén senta-
61y
los dos hombres de ojo inmévil como el de un pez muerto
Se apretujan unos contra otros y parecen haber perdido la
vida; por lo demés, el niimero reglamentatio no ha sido
rebasado. Cuando el cochero da un latigazo a sus caballos,
dirfase que es el létigo el que hace mover su brazo, y no su
brazo el létigo. agarrarte por las picrnas,
hacerte girar a mi alrededor, como una honda, concentrar
mis fuerzas para describir la ultima circunferencia y lanzarte
66
contra la muralla. ;Cada gota de sangre se estamparia sobre
tun pecho humano, para espantar a los hombres y poner
ante ellos el ejemplo de mi maldad! Ellos se arrancarin sin
tregua jirones y jirones de came; pero la gota de sangre per
manecerd imborrable, en el mismo sitio, y brillaré como un
diamante, Queda tranquila, daré a media docena de sir-
wientes In orden de guarda los venerados restos det cer
po y de preservarlos del hambre de los perros voraces. Sin
duda, el cuerpo se ha quedado pegado a la mutalla, como
una pera madiura, y no se ha caido al suelo; pero los perros
saben dar saltos elevados, si no se tiene cuidado con ellos.
Este nifio, que esta sentado en un banco del jardin de las
“Tallerias, qué amable es.
8, que esté sentado en un banco del jardin de las
Tallerfas, ;qué amable es!. Un hombre, impulsado por un
eculto propésio, se acaba de senar su lado, en el mimo
Wadia (Gaituca Novae 4
banco, con trazas equivocas. Quién es? No necesito dec
roslo; pues lo reconoceréis por su tortuosa conversacién.
Escuchémosles, no les molestemos:
—;En qué piensas, nifio?
—Pienso en el cielo.
—No, pero todos prefieren el cielo a la tierra.
Pues bien, yo no. Ya que a ciclo ha sido hecho por
67que hubiese vencido al Creador, se me acercé por la espal-
da, de puntillas, pero no tan suavemente como para que no
lo oyese. No vi nada, durante un instante que no fue muy
largo. Esta punzante daga se clavé, hasta la empufiadura,
entre las dos paletillas del toro de las fiestas, y su osamenta
se estremecié, como un temblor de tierra. La cuchilla se
adhiere tan fuertemente al cuerpo que nadie, hasta hoy, ha
podido extraerla. Los atletas, los mecdnicos, los fildsofos, los
édicos han intentado, uno tras otro, lo:
iedios
fc perdonado [a profundidad de su igno-
rancia innata, y les he saludado con los parpados de mis
ojos. Viajero, cuando pases cerca de mi, no me dirijas, te lo
suplico, palabra alguna de consuelo: debilicards mi valor.
Déjame avivar mi tenacidad con la llama del martirio
voluntario. Vete..., que yo no te inspire ninguna piedad. El
odio es més extrafio de lo que piensas; su conducta es inex-
plicable, como la apariencia quebrada de un palo metido en
el agua. Tal como me ves, atin puedo hacer excursiones
hasta las murallas del cielo, al frente de una legién de ases
nos, y volver a adoptar esta postura, para meditar, una vez
ms, sobre los nobles proyectos de la venganza. Adiés, no te
entretendré mas; y para instruirte y guardarte, jreflexiona
sobre el destino fatal que me ha conducido a la rebeldia,
siendo que quiza habia nacido bueno! Contarés a tu hijo lo
que has visto; y, cogiéndole de la mano, hazle admirar la
belleza de las estrellas y de las maravillas del universo, el
nido del petirrojo y los templos del Sefior. Te asombrarés al
yerlo tan décil ante los consejos de la patetnidad, y le
recompensards con una sontisa. Pero cuando se dé cuenta
de que no se le observa, fija tus ojos en él y lo verds escupir
su baba sobre la virtud; ése que ha descendido de la raza
humana te ha engafiado, pero no te engafiard mas: en ade-
ante sabrés en qué se convertiré. Oh padre infortunado,
162
prepara, para acompafiar los pasos de tu vejez el patibulo
indeleble que cortara la cabeza de un criminal precoz y el
dolor que te mostrara el camino que conduce a la tumba.
Sobre la pared de mi habitacién, ;qué sombra dibuja,
con una potencia incomparable, la fancasmagérica proyec=
cién de su silueta cornial? Cuando pongo en mi corazén
esta interrogacién delirante y muda, ¢s menos por la majes-
tuosidad de la forma que por la imagen de la realidad, por
Io que la sobriedad del extlo se conduce asf, Quienquiera
que seas, defiendete; pues voy a dirigir contra tila honda de
tuna terrible acusaci6n: estos ojos no te pertenecen... inde
los has cogido? Cierto dia, vi pasar ante m{ una mujer chia
ella los tenia parecidos a los tuyos: tt se los has arrancado.
Veo que quictes que crean en tu bellezas pero a nadie engax
fiaris; y a mi menos que a cualquier otto. Te lo digo para
tue no me tomes por tonto. Toda una serie de aves rapaces,
aficionadas a la came ajena y defensoras de la utilidad de la
persecucién, bellas como esqueletos que deshojan los pano-
Cos de Arkansas, revolotean alrededor de tu frente, cual ser
vidores sometidos y complacidos. ;Pero, es una frente? No
¢s dificil vacilar a la hora de creerlo. Es tan estrecha que
resulta imposible verificar las pruebas, numéricamente ex
guas, de su existencia equivoca. No te digo esto para diver-
Tirme, Quizé no tienes frente, ttt que paseas por 1 sabe
como simbolo mal reflejado de una danza fantéstica el febril
bailoteo de tus vértebras lumbares. ¢Quién te ha escalpado,
entonces? Si es un ser humano al que encerraste, durante
veinte afios, en una prison, y que se escapé para preparar
una venganza digna de sus represalias, ha hecho lo que
dba, y le aplauds per, hay un eperom mo fue suficiente
mente severo. Ahora te pareces a un Piel-Roja prisionero, al
163menos (aclarémoslo previamente) por la carencia expresiva
de cabellera. No es que no pueda volver a crecer, ya que los
fisidlogos han descubierto que incluso los cerebros extirpa-
dlos reaparecen a la larga en los animales; pero mi intencién,
detenida ante una simple comprobacién que no esta des.
Provista, por lo poco que yo veo, de una voluptuosidad
enorme, no llega, incluso en sus consecuencias més audaces,
hasta las fronteras de una rogativa por tu curacién y se
detiene, por el contrario, baséndose en la practica de una
neutralidad mds que sospechosa, en considerar (0 al menos
en desear), como presagio de desgracias mayores, lo que no
puede ser pata ti sino una privacién momenténea de la picl
que recubre la parte superior de tu cabeza. Espero que me
hayas comprendido. E incluso si el azar te permitiera, por
tun milagro absurdo, pero no, alguna vez razonable, recupe-
rar esta piel preciosa que la religiosa vigilancia de tu enemi-
g0 ha custodiado, cual recuerdo embriagador de su victoria,
es casi extremadamente posible que, aun cuando no se
hubiera estudiado la ley de probabilidades més que bajo su
aspecto matemaitico (pues ya se sabe que la analogia trans-
porta ficilmente la aplicacién de esta ley a otros dominios
de la inteligencia), tu temor legitimo, pero un tanto exage-
rado, a un enfriamiento parcial 0 total, no rechazaria la im-
portante, e incluso tinica, ocasién que se presentaria de un
modo tan oportuno, aunque repentino, de preservar las
diversas partes de tu cerebro del contacto con la atmésfera,
sobre todo durante el invierno, con un tocado que con todo
derecho te pertenece, ya que es natural, y que te permitiria,
ademas (serfa incomprensible que lo negases) conservar
constantemente sobre la cabeza, sin correr los riesgos, siem-
pre desagradables, de violar las reglas més sencillas de un
decoro elemental. ;No es cierto que me escuchas con aten-
cin? Si me escuchas més, tu tristeza no podré despegarse del
interior de tus natices rojas. Pero como soy muy imparcial y
164
como no te detesto tanto como debiera, (si me equivoco,
dimelo) pests, a tu pes atencién. ai discus, eomo
empujado por una fuerza superior. No soy tan malvado
como tii: por eso tu genio se inclina espontaneamente ante
. Y ahora, zqué veo? ;Todes sus habitantes han
muerte! Tengo ranto orgullo como cualquier oto y 0
constituye un vicio de més, si se tiene, quizd més que los
otros. Pues bien, esctichame... esctichame si la confesién de
un hombre que recuerda haber vivido medio siglo bajo la
forma de un tiburén en las corrientes submarinas que bor-
dean las costas de Africa te interesa tan profundamente
como para prestarle tu atencién, ya que no con tedio, al
menos sin la torpeza irreparable de mostrar el asco que te
inspiro. No afrojaré a tus pies la méscara de la vito a
aparecer ante tus ojos tal como soy; pues no la he Ilevado
(si es que esto sitve de excusa); y desde los primeros
a( |
momentos, si te jas en mis rasgos con atencién, me reco=
noceriés como tu respetuoso discipulo en la perversidad,
ero no, més bien como tu temible rival. Ya que no te dis-
puto la palma dea maldad no creo que nai lo hagas antes
tendrfa que igualarse a mi, lo que no es facil... Escuchay a
menos que seas la frdgil condensacién de una niebla (escon-
des tu cerpo en algona parte yno puedo encontarlo) cer
ta mafiana, cn que vi a una nifia que se acercaba a un lago
para coger un lore rosa, asguré ss pet con una experen-
cia precoz; se inclinaba hacia las aguas cuando sus ojos
encontraron mii mirada (cierto es que, por mi parte, no
dejaba de haber premeditacién). De inmediato, vacilé
como el torbellino que engendra la marea en forno a una
roca, sus piernas flaquearon y, visin maravillosa, fenémeno
que ocurrié tan cierto como que estoy hablando contigo,
ella cayé. al fondo del lago: consecuencia extrafia, ya no
165cogié mas ninfeaceas. Qué hace abajo? ... No me he infor-
mado, ;Sin duda alguna, su voluntad, que se ha alistado
bajo la bandera de la liberacién, libra combates encarniza-
dos contra la podredumbre!
acabo de ser testigo de un
s ? ~~ la montafia ya no est4 con-
tenta... se queda sola como un anciano. Es verdad, las casas
cexisten; pero no es una paradoja afirmar , en vor baja, que
ti no podrias decir lo mismo de quienes ya no existen. Ya
Iegan hasta mi las emanaciones de los cadaveres. ;No los
hhucles? Mira a esas aves de rapifia que esperan a que nos ale-
jemos para comenzar esta gigantesca comida; se acerca una
nube perpetua desde las cuatro esquinas del horizonte. ;Ay!
Habjan Ilegado ya antes, porque yo habia visto cémo sus
alas rapaces trazaban , por encima de ti, el monumento de
las espirales, como para excitarte a que apresurases «ui cri-
men. zAs{ que tu olfato no recibe el menor efluvio? El
impostor es s6lo eso... Tus nervios olfativos se ven al fin
sacudidos por la percepcién de étomos aromiticos; éstos se
clevan sobre la ciudad aniquilada, aunque no hay necesidad
de ensefidttelo... Querria abrazar tus pies, pero mis brazos
no estrechan mas que un transparente vapor. Busquemos
ese cuerpo inencontrable que mis ojos, sin embargo, vis-
lumbran: él merece, por mi parte, innumerables signos de
una admiracién sincera, El fantasma se ric de mf: me ayuda
a buscar su propio cuerpo. Si le hago sefias de quedarse en
su sitio, él me devuelve la misma sefia... El secreto se ha des-
velado; pero, lo digo con franqueza, no para mi mayor satis-
faccién. Todo queda aclarado, los grandes detalles y los
pequeftos; éstos tiltimo:
1 zAcaso no recordaba
yo que también. habia sido escalpado, aunque sélo fuera
durante cinco afios (no estoy seguro del tiempo exacto), ¥
que habia encerrado a un ser humano en una prisiny para
set testigo del especticulo de sus suftimientos, porque me
habia negado, con jstcia, una amistad que no se entre a
seres como yo? Ya que finjo ignorar que mi mirada pues
provocar la muctte, incluso en Tos planetas que gran en ¢
espacio, no se equivocard quien afirme que no poseo Ia
facultad de los recuerdos. Lo que me queda por hacer es
romper este espejo en pedazos, por medio de una piedra..
Me habia quedado dormido sobre el acantilado. Aquel
que, durante todo un dia, ha perseguido al avetruza través
del desierto sin lograr alcanzarlo, no ha tenido tiempo
tomar alimento y de cerrar los ojos ,
ero cuando fa te
calmente un navio, con la palma de su mano, hasta el fondo
del mar; si, sobre la balsa no queda de toda la tripulacién
mis que un solo hombre, deshecho pot las fatigas y las pri-
vaciones de todo tipo; si la ola le zarandea como a un pecio
durante unas horas mis lagas que la vida humana y si una
fragata que surca mis tarde ess paajes de desolacign con la
quilla hendida otea al desdichado que pasea por el océano
su carcasa descarnaday le ofece un socoro asi aro, cro
que ese nufrago adivinard_adin mejor a qué grado habia
llegado el sopor de mis sentidos. El magnetismo y el cloro-
formo, cuando se lo proponen, saben engendrar a veces
167instintos perversos. Consecuentemente, decidié acercarse a
Jas aglomeraciones humanas, convencido de que, entre tan-
tas victimas a su disposicin, sus pasiones diversas hallarian
ampliamente con qué asic SSE
(SAREE bscads con peseveranci desde
fa muchos afios, y que un auténtico ejército de agentes y
de espias iba continuamente pisindole los talones. Sin con-
seguir encontrarle, no obstante. Hasta tal punto su asom-
brosa habilidad despistaba, con una suprema elegancia, los
ardides més indiscutibles desde la perspectiva de su éxito, y
las estrategias mds meditadas. ‘Tenfa una facultad especial
para adoptar formas irreconocibles a los ojos adiestrados.
jDisfraces soberbios, si hablo como artista! Indumentarias
de aire realmente mediocre cuando pienso en la moral. En
Jeste punto, casi rozaba lo genial. No se ha fijado usted en
|la gracilidad de un bonito grillo, de vivos movimientos, en
las cloacas de Paris? No hay més que uno asi a)
‘Al magnetizar las florecientes capitales con un fluido perni-
cioso, las deja sumidas en un estado letérgico durante el cual
se sienten incapaces de cuidarse a s{ mismas como serfa con-
veniente. Estado atin mds peligroso por cuanto que no es
sospechado, Hoy esta en Madrid; mafiana estard en San
Petesburgo; ayer se encontraba en Pekin. Pero afirmar con
exactitud el lugar que Ilenan de terror las hazafias de este
pottico Rocambol resulta un trabajo por encima de las fucr-
zas posibles de mi denso raciocinio. Este bandido se halla,
quizd, a siete leguas de este pais; 0 quiz esti a unos pasos
de usted. No es facil hacer perecer enteramente a los hom-
bres, y- las leyes estan ahi; pero se puede, con paciencia,
exterminar una por una a las hormigas humanitarias. Pues,
desde el momento de mi nacimiento, en que yo vivia con
los primeros antepasados de nuestra raza, sin haber experi-
mentado atin la desazén de mis asechanzas; desde los tiem-
pos remotos, situados més alld de la historia, en que, con
224
sutiles metamorfosis, devastaba, en. diferentes épocas, las
comarcas del globo con conquistas y masacres, y difundia la
guerra civil entre los ciudadanos, ;no he aplastado ya bajo
mis pies, miembro por miembro o colectivamente, @ gene-
raciones enteras, cuya innumerable cifra resulta dificil de
concebir? El radiante pasado ha hecho brillantes promesas
al futuro; las cumpliré. Para el rastrillaje de mis frases
emplearé forzosamente el método natural, retrocediendo
hasta el dominio de los salvajes, para que ellos me den lec-
ciones. Caballeros simples y majestuosos, su boca graciosa
ennoblece todo lo que mana de sus labios tatuados. Acabo
de probar que nada es risible en este planeta. Planeta bur-
lesco, pero magnifico. Aduefiandome de un estilo que algu-
nos encontraran ingenuo (cuando en realidad es muy pro-
fundo), lo convertiré en instrumento de interpretacién de
ideas que, desgraciadamente, quiz4 no parezcan grandiosas!
Por ello, despojindome del cariz ligero y escéptico de la
ordinaria conversacién, y lo suficientemente prudente
como para no plantear.. y ome
qui sia se encuentra por todas partes
no existe la sontisa, esttipidamente burlona, del hombre de
cara de pato. Primero voy a sonarme la nariz, porque lo
necesito; y después, poderosamente ayudado por mi mano,
cogeré de nuevo el portaplumas que mis dedos habfan deja-
do caer. {Cémo pudo el puente del Carrusel conservar la
constancia de su neutralidad cuando oyé los gritos desga-
rradores que parecia emitir el saco!
Las tiendas de la calle Vivienne alardean de sus riquezas
ante los ojos deslumbrados. Tuminados por numerosos
225faroles, los cofres de caoba y los relojes de oro difunden a
través de los escaparates haces de luz cegadora. Han sonado
Jas ocho en el reloj de la Bolsa: jno es tarde! Apenas se ha
oido el iiltimo golpe de martillo, la calle, cuyo nombre ya
ha sido citado, se pone a temblar y sacude sus cimientos
desde la Plaza Real hasta el bulevar Montmartre. Los pase-
antes apresuran el paso y se retiran pensativos a sus casas.
Una mujer se_desvanece y cae sobre el asfal
Tevanca:
ze d ro
muy pronto la noticia del fendmeno se difunde por las otras
capas de la poblacién y un silencio tétrico planea sobre la
augusta capital. Qué ha sucedido con los faroles? ;Qué ha
sido de las vendedoras de amor? Nada Gz:
Una lechuza, que volaba en direccién rectilinea y
que tenia rota la pata, pasa por encima de la Madeleine y
emprende el vuelo hacia la barrera del Trdne, exclamando:
«Se prepara una desgracia». Pues en ese lugar que mi pluma
(ese verdadero amigo que me sirve de cémplice) acaba de
tornar misterioso, si mira usted por el lado en que la calle
Colbert se cruza con la calle Vivienne, verd, en el angulo
formado por la encrucijada de estas dos vias, a un persona-
je que ensefia su silueta y que dirige su paso ligero hacia los
bulevares. ;Pero si nos acercamos més, sin llegar a llamar la
atencién del transetinte, nos damos cuenta, con agradable
asombro, de que ec joven GEREN bie
226
io. Soy experto en leer la edad en
las lineas fisiognémicas de la frente: jtiene diecistis afos y
cuatro meses! Es bello como la retractilidad de las garras de
las rapaces; 0 incluso como la incertidumbre de los movi-
mientos musculares en las heridas de las partes blandas de
regién cervical posterior; 0 mejor como esa perpetua tram,
pa para ratas, siempre reactivada por el animal apresado,
que puede por si sola cazar indefinidamente roedores y fun-
cionar incluso escondida bajo la paja; iy sobre todo, como
el encuentro fortuito, sobre una mesa de diseceién, de una
rubia Inglaterra, acaba de recibir tna leccién de esgrima en
casa de su profesor y, envuelto en su tartin escocés, regresa
a.casa de sus padres. Son las ocho y media y espera llegar a
su casa las nueve: es un presuncién por su parte eso de fin-
gir que estd seguro de conocer el futuro. No puede ocuttir
acaso que un obsticulo imprevisto le estorbe.en.el camino?
'Y esta circunstancia, ;serfa tan inhabitual como para que él
Ja considerase una excepcidn? Por qué no juzgar ms bien
como un hecho anémalo la oportunidad que ha tenido de
sentirse desprovisto de inquictud y, por asi decitlo, feliz?
2Con qué derecho preenderia llegar indemne a su morada
cuando alguien le acecha y le sigue por detrés como su futu-
ra ptesa? (Demostraria conocer muy poco la profesién de
esctitor sensacionalista si como minimo no presentase por
delante las restrictivas interrogaciones tras las que viene
inmediatamente la frase que estoy a punto de terminar).
Usted ha reconocido al héroe imaginario que, desde hace
largo tiempo, quebranta con la presién de su individualidad
mi desgraciada inteligencia! Unas veces Maldoror se acerca
a Mervyn para grabar en su. memoria los rasgos de este ado-
lescente; otras veces, con el cuerpo retitado hacia atris,
rettocede sobre si mismo, como el bumerin de Australia
en el segundo periodo de su trayecto, 0 mejor como una
227maquina infernal. Indeciso sobre lo que debe hacer. Pero su
conciencia no experimenta sintoma alguno de una extrema
emocién embriogénica, como equivocadamente se podria
usted imaginar. Le vi alejarse un momento en direccién
opuesta: zestaba abatido por el remordimiento? Pero volvié
sobre sus pasos con un nuevo empefio. Mervyn no sabe por
qué sus arterias temporales palpitan con fuerza y acelera el
‘Paso, atormentado. por un pavor cuya causa buscdis en vano
ély.usted. Es de destacar su tesén para descubrir el enigma.
@Por qué no se da la vuelta? Asi lo comprenderfa todo.
@Habri alguien que piense alguna vez en los medios m:
simples para dar término a un estado alarmante? Cuando
un merodeador de arrecifes atraviesa un suburbio de las
afueras, con un cuenco de vino blanco en el gaznate y la
blusa hecha jirones, si en el rincén de un mojén percibe a
un gato musculoso, contempordneo de las revoluciones a las
que han asistido nuestros padres, contemplando melancéli-
camente los rayos de la luna postrados sobre la llanura ador-
mecida, él se adelanta tortuosamente describiendo una linea
curva y le hace una sefial a un perro patizambo, que alli se
precipita. El noble animal de la raza felina espera a su adver-
sario con valor y lucha con alto precio por su vida. Mafiana
algiin trapero comprard una piel electrizable. :De qué hufa
pues? Era tan facil. Pero, en el caso que nos preocupa actual-
mente, Mervyn complica atin més el peligro por su propia
ignorancia. Tiene ciertas luces, excesivamente raras, es cier-
to, sobre las que no me detendré a demostrar la vaguedad
que las envuelve; sin embargo, le resulta imposible adivinar
la realidad. No es profeta, no digo lo contrario, y no se
adjudica la facultad de serlo. Una vez llegado a la gran arte-
ria, gira a la derecha y atraviesa el bulevar Poissonniére y el
bulevar Bonne Nouvelle. En este punto del camino, se
aproxima a la calle del Faubourg Saint-Denis, deja atrds el
embarcadero_ del. ferrocarril de Estrasburgo, y se detiene
228
ante un portico elevado, antes de alcanzar la superposicién
‘perpendicular de la calle Lafayette, Ya que usted me acon-
seja terminar en este punto la primera estrofa, quiero, por
esta vez, obtemperar vuestro deseo. zSabe usted que cuando
pienso en la argolla de hierro oculta bajo la piedra por la
mano de un maniaco, un invencible escalofrfo me pasa por
los cabellos?
ul
‘Tira del pomo de cobre y el pértico del hotel moderno
gira sobre sus goznes. Recorte el patio, salpicado de arena
fina, y franquea los ocho peldafios de la escalinata. Las dos
estatuas, colocadas a derecha y a izquierda como guardianes
de la aristocrética mansién, no le cierran el paso. Aquel que
hha renegado de todo, padre, madre, Providencia, amor,
ideal, para no pensar més que tinicamente en él, se ha cui-
dado mucho de no seguir los pasos que precedian. Le ha
visto entrar en un espacioso salén del entresuelo, con un
revestimiento de cornalina. El hijo de la familia se echa
sobre un sofi y la emocién le impide hablar, Su madre, con
vestido largo y con cola, se muestra solicita con él y le rodea
con sus brazos. Sus hermanos, menores que él, se agrupan
alrededor del mueble, cargado de un fardos ellos no cono-
cen la vida lo suficiente como para hacerse una idea clara de
la escena que acontece. Por fin, el padre alza su bastén y
dirige a los asistentes una mirada lena de autoridad.
‘Apoyando la mufieca sobre el brazo del silldn, se aleja de su
asiento habitual y avanza, con inquietud, aunque debilitado
por los afios, hacia el cuerpo inmévil de su primogénito.
Habla una lengua extranjera y todos le escuchan con un
recogimiento respetuoso: «Quién ha dejado al muchacho
en este estado? El brumoso Témesis arrastraré arin una
229delabro. ;Plazca al cielo que el buey de mar se retina a tiem-
po con la caravana de peregrinos y les cuente en cuatro
palabras el relato del|trapero de Clignancourt!
CW aniet
Mv
En un banco del Palais Royalj en el lado izquierdo y no
lejos del estanque, un individuo que ha salido de la calle
Rivoli ha venido a sentarse. Tiene los cabellos en desorden y
sus ropas desvelan la accién corrosiva de una indigencia pro-
longada. Ha horadado un agujero en la tierra con un troz0
de palo puntiagudo y ha rellenado de tierra el hueco de su
mano, Se ha llevado este alimento a la boca y lo ha escupi-
do con precipitacién. Se ha levantado y, apoyando la cabeza
sobre el banco, ha orientado sus piernas hacia arriba. Pero,
como esta situacién funambulesca esté fuera de las leyes de
la fuerza de atraccién que rigen el centro de gravedad, se ha
caido pesadamente sobre la tabla, con los brazos colgando,
Ja gorra ocultandole la mitad de la cara y golpeando con las
piernas la grava en una situacién de equilibrio inestable,
cada vez menos tranquilizadora. Permanece mucho tiempo
en esta postura. Por la entrada que linda con el norte, al lado
de la rotonda que contiene una sala para tomar café, el brazo
de nuestro héroe est apoyado sobre la verja. Su vista reco-
‘Tela superficie del recténgulo, para no dejar escapar ningu-
| na perspectiva. Sus ojos vuelven sobre si mismos al término
| de la investigacién y percibe, en medio del jardin, a un hom-
‘bre que hace gimnasia ticubeante con un banco sobre el que
|incenta consolidarse, realizando milagros de fuerza y de
\habilidad. Pero la mejor intencién, desplegada al servicio de
una causa justa, zqué fuerza posee contra los desenfrenos de
la alienacién mental? El se ha acercado hacia el loco, le ha
ayudado con benevolencia a colocar su dignidad en una
240
situacién normal, le ha tendido la mano y se ha sentado a su
lado. diseuicsinkoumni
pmamag No bey niacons leccién mas fecunda, Incluso si
A ningiin acontecimiento verdadero para exponer,
inventaria relatos imaginarios para trasvasarlos a su cerebro,
Pero el enfermo no se ha convertido-en_tal_por gusto; y-la
sinceridad de sus informes se alia de.maravilla con la.credu:
Tidad del lector. «Mi padre era un carpintero de la calle de la
‘Verrerie— ;Que la muerte de las tres Margaritas recaiga
sobre su cabeza y que el pico del canario le roa eternamente
el ¢je del bulbo ocular! Habia contraido la costumbre de
emborracharse; en esos momentos, cuando regresaba a casa
tas haber recorrido la barra de los cabarets, su Furia se con-
vertia en inconmensurable y golpeaba indistintamente los
objetos que se le presentaban a la vista. Pero muy pronto,
ante los reproches de sus amigos, se corrigié completamen-
te y se volvié de un humor taciturno, Nadie podia acercir-
sele, ni siquiera nuestra madre. Ocultaba un secreto resenti-
miento contra la idea del deber que le impedia comportarse
a su antojo. Yo habia comprado un canario para mis tres
hermanas; para ellas habia comprado yo el canario. Lo habi-
an encerrado en una jaula, encima de la puerta, y los trans
tintes se detenfan siempre a escuchar el canto del pajaro, a
admirar su gracia fugitiva y a estudiar sus modales amaes-
trados. Mas de una vez mi padre habia dado la orden de
hacer desaparecer la jaula y su contenido, pues se figuraba
que el canario se burlaba de su persona al lanzarle el rami-
Ilete de los trinos aéteos de su talento de vocalista. Fue a des-
colgar la jaula del clavo y resbalé de la silla, cegado por la
célera. Una ligera excoriacién en la rodilla fue el trofeo de su
241hazafia. Después de permanecer unos segundos presionando
la parte hinchada con una corteza, se bajo el pantalén, con
el cefo fruncido, tomé més precauciones, puso la jaula bajo
su brazo y se dirigié hacia la trasera de su taller. Alli, a pesar
de los gritos y de las stiplicas de su familia (est4bamos muy
unidos a este p4jaro que era para nosotros como el alma de
Ja casa), aplasté con sus talones herrados la caja de mimbre,
mientras que una garlopa, girando alrededor de su cabeza,
mantenfa a distancia a los asistentes. Quiso el azar que el
canario no muriera en el acto; este copo de plumas atin
vivia, a pesar de la mancha sanguinea. El carpintero se alejé
y cerré la puerta con ruido. Mi madre y yo nos esforzamos
en mantener la vida del péjaro, lista para escaparses estaba
alcanzando su fin y el movimiento de sus alas no se oftecia
a la vista mas que como el espejo de la suprema convulsién
de agonfa. Durante este tiempo, las tres Margaritas, cuando
se dieron cuenta de que se habia perdido toda esperanza, se
cogieron de la mano, de comtin acuerdo, y Ia cadena vivien-
te marché a acurrucarse, después de haber retirado unos
pasos un barril de grasa, dettis de la escalera, al lado del
cubil de nuestra perra. Mi madre no interrumpfa su labor y
mantenfa al canario entre sus dedos, para calentarle con su
aliento. Yo corria como loco por todas las habitaciones, gol-
peindome contra los muebles y los utensilios. De vez en
cuando una de mis hermanas ensefiaba la cabeza por debajo
de la escalera para informarse de la suerte del desgraciado
péjaro y la retiraba con tristeza. La perra habia salido de su
cubil y, como si hubiera entendido la dimensién de nuestra
pérdida, lamfa con la lengua del estéril consuelo el vestido
de las tres Margaritas. No le quedaban al canario més que
unos instantes de vida. Una de mis hermanas, a su ver (la
mis joven), mostré la cabeza en la penumbra formada por
la rarefaccién de luz. Ella vio que mi madre palidecia y el
péjaro, tras haber levantado el cuello, en una exhalacién,
242
como tiltima manifestacién de su sistema nervioso, recayé
entre sus dedos, inerte para siempre. Ella dio la noticia a sus
hermanas. Estas no dejaron oir el rumor de ninguna queja,
de ningin murmullo. El silencio reinaba en cl taller. No se
distingufa més que el crujido entrecortado de los fragmen-
tos de la jaula que, en virtud de la elasticidad de la madera,
recuperaban en parte la posicién primordial de su construc
cidn. Las tres Margaritas no dejaban fluir ldgrima alguna y
su rostro no perdia en absoluto su frialdad purptirea; no.
tan solo permanecian inméviles. Se arrastraron hasta el inte-
rior del cubil y se acostaron sobre la paja, una al lado de otra;
mientras que la perra, testigo pasivo de su maniobra, las
miraba actuar con asombro. En varias ocasiones mi madre
les llamé; ellas no emitieron el sonido de ninguna respuesta.
;Cansadas por las emociones precedentes, probablemente
dormian! Registré todos los rincones de la casa sin encon-
trarlas. Siguié a la perra, que le tiraba del vestido, hacia el
cubil. La mujer se agaché y colocé la cabeza en la entrada.
El especticulo del que tuvo la posibilidad de ser testigo,
dejando aparte las exageraciones malsanas del miedo mater-
no, no podia ser sino lastimoso, segiin los célculos de mi
razén. Encendi un candil y se la oftect; de este modo no se
le escapé detalle alguno. Sacé la cabeza, cubierta de briznas
de paja, de la tumba prematura y me dijo: «Las tres
Margaritas estan muertas. Como no podfamos salir de este
lugar, pues, recordad bien esto, ellas estaban estrechamente
abrazadas entre si, fui a buscar al taller un martillo, para
romper la morada canina, Inmediatamente comencé el tra
bajo de demolicién y los transetintes pudieron pensar, a
poca imaginacién que tuvieran, que el trabajo no conocia
descanso en nuestra casa. Mi madre, impaciente por estas
tardanzas que, sin embargo, eran indispensables, se rompia
las ufias con los tablones. Por fin, la operacién de la libera-
cidn negativa se acabé; el cubil resquebrajado se abrié por
243