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Acerca de la opresién psicolégica Alicia Lombardi IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina Queda hecho el depésito que previene la ley 11.723 Disefo de tapa: Gustavo Macri Motivo de tapa: Fragmento de “Las sefioritas de Avignon”, P. Picasso. Impresién de tapa: Impresos Graficos JC Carlos Maria Ramirez 2409; Buenos Aires la. edicién en Paidés, 1988 © Copyright de todas las ediciones en castellano by Editorial Paidés S.A.L.C.F. Defensa 599; Buenos Aires, Ediciones Paidés Ibérica S.A. Mariano Cubi 92; Barcelona y Editorial Paidés Mexicana, S.A. Guanajuato 202 A: México D. F. La reproduccién total o parcial de este libro. en cualquier forma que sea, idéntica o modificada, escrita a maquina, por el sistema “multigraph”, tm- reso, por fotocopias, fotoduplicacién, etc., no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier utilizacién debe ser previamente so- licitada. ISBN 950-12-7018-1 INDICE Prélogo 1, Un mensaje de madres a hijas La opresi6n psicolégica ... Nosotras, las mujeres, 16 Psicoterapia y opresi6n La red vincular i La generaci las madres. Contexto sociohis- térico, 21. Siglo XIX: las nuevas madres, 22. La psi- cologia apoya la mistica de la feminidad, 24. Las madres en la Argentina, 25. Las madres en los me- dios de comunicacién, 27. Un mensaje de madres a hijas, 32. La “trampa del sacrificio”. Madres mar- tires e hijas culpables, 34. gSimbiosis “natural” o dispositivo vincular de encierro?, 36. La hipoteca de las hijas, 39. Un apreciado ideal: ser “buena”, 40. La madre asexuada, 41. Consecuencias en las hijas, 43. Orfandad de las hijas, orfandad de las madres, 44. Hijas nutricias, 44. Hostilidad y des- truccién, 45. Vivencias de maldad y locura, 46. Es- pacios cerrados, espacios abiertos, 48. Referencias bibliograficas 2. La culpa y las tendencias depresivas en las mujeres ...... 50 Horror al parecido con Ja madre: herencia del descontento ... El precio del cambio: la culpa capa y supery6 ... La culpa: herencia de mujer La paradoja del ideal .. Mania de empequefiecimient E] desafio de crecer ....... La hostilidad: criticar o dafiar Madre rica del psicoandlisis-Madre pobre de Ja realidad ... ¢Rivalidad o confrontaci6n‘ La liberaci6n del vinculo positivo con las otras y consigo misma .. La culpa en el espejo Culpa y diferenciaci6n. Mecanismos Dependencia y proceso de individuacion La culpa frente a una misma .. Referencias bibliograficas .... Delirios de grandeza 3. La identidad de género Cuerpo biolégico, cuerpo Naturalismo y diferencia sexual Aprendizaje y recreacién del género Alienacién gpoder o sometimiento? Un nuevo modelo de relaci6n . Género y sexo . La mujer nace y Los modelos de identificaci6én y un poco | de historia personal Referencias bibliograficas 4. Historias y testimonios .. Una historia de vida: Rosa Comentarios sobre la identidad de las mujeres, Un momento de cambio: Ana Acerca del vinculo hombre-mujer. Un nuevo tipo de relacién .. 139 Reubicacién del conflicto, 139. Idealizaci6n-des- idealizaci6n del marido, 140. La mujer en proceso de cambio, 141. Denigraci6n. Idealizacién negativa, 142. Miedo a la pérdida de la figura idealizada, 143. Dar o actuar para el cambio-Un nuevo modelo, 145. Otra sesién de Ana, 151. Referencias bibliograficas ... S855 58 SSBSeeeeree eexsna BR BREeses 5. Didlogos con mi colega Liliana Greco _ 155 6. Otra vuelta por el mensaje 164 El tercero social ... 164 La fuerza convocada 165 La queja, una conciencia velada . 166 Mensaje contradictorio ......... 167 Las hijas: posibles agentes de cambio . 169 Una sola culpable: la sociedad ......... 170 La madre: sujeto de su propia historia 172 Si te defiendo, me defiendo 172 Identidad reactiva ........ 179 Referencias bibliograficas 182 7. La tercera imaginaria ... Freud: una teoria falocéntrica . El feminismo lee a Freud ... El conflicto es con la madre total y no sélo con la mama preedipica ade 195 La triangularidad femenina 199 Relaciones entre mujeres. Tercera ideal subversiva ...... 200 La cultura nos pertenece. En cada madre hay una mujer oprimida 202 La tercera terapeuta ... La relacién entre mujeres: amistad, hermandad Referencias bibliograficas .. a0 Apéndice Terapia y feminidad psicosocial .. La paciente ideal es femenina . Pasividad, magia, miedo, culpa, y altruismo ... .. 216 Naturalmente femeninas o desnaturalizadas 217 Personalidad y vinculos 219 Transicién y cambio . 219 El ideal maternal, de Alicia Lombardi y Judith Graschinsky ... ey 221 A. Hacia un modelo nuevo de comprensién de la maternidad 221 B. El ideal maternal 226 C. Patologia reactiv: Referencias bibliograficas 228 231 A mi madre, que supo sembrar en mi la semilla de la rebelion A Hebe Molinuevo, quien me ayud6 a nacer distinta A Silvia Garcia, con quien compartimos en estos dificiles ahios la “hermandad” que siempre despierta la vivencia de una pasion en comtn, en este caso la pasi6n critica a todo tipo de pensamtento tradicional acerca de nuestro género A mis pacientes, que me ayudaron a crecer dejandose ayudar por mi Agradezco especialmente la valiosisima colaboracién de Hebe Solves, quien significd para mi un apoyo afectivo, vital, reflexivo y critico que me acompané durante el proceso de la escritura de este libro A mi hijo: con la esperanza de que viva en un mundo mis justo Escribir y poner en evidencia un hecho es tanto una accién en si misma como un acto modificador de la realidad. Un li- bro se hace con el saber o el conocimiento de muchos. El que escribe es aquel que trata de sintetizar, con su estilo personal, la red infinita y casi imperceptible en su magnitud de aquello que esta latente en el discurso de una época. Ese ha sido uno de mis objetivos en relacién con la problemAtica de las mu- jeres actuales. Llegar a un conoctmiento totalizador es un pro- ceso que se hara a lo largo del tiempo. También la escritura de este libro fue todo un proceso vital durante el cual me vi invadida por una serie de sensaciones tan fuertes e intensas como desconocidas. A la vez que me sen- ti sujeto como protagonista activa de su escritura, también fui sintiéndome su objeto pasivo; en esos instantes, no era yo quien elegia escribir sino que era elegida por el tema y debia escribir como un deber, hasta terminarlo. Desparramé sobre el papel cantidades enormes de tinta como nunca imaginé. Me senti tiranizada. Pero, a la vez que era invadida por sensacio- nes nuevas, en la medida en que segui adelante también fui ex- perimentando que me apropiaba de él y que se transformaba en un arma en mis manos, el arma que queria tener y usar pa- ra denunciar lo que formaba parte de mi opresién interna yla de tantas otras mujeres. El] padecimiento de mis pacientes fue una fuente poderosa de estimulo y compromiso con el tema. Desde nifia comprendi que ser una mujer en esta sociedad era una dificil empresa. Hay un hecho en mi historia personal que me marcé para toda la vida: mi madre me dio para leer el libro de Simone de Beauvoir El segundo sexo a los 15 afios. Segan mi madre, esta autora interpretaba todo lo que como mujer habia experimentado en su vida. Este fue un momento clave, que me dej6 una huella imborrable: mi madre me habia dado un libro que expresaba su experiencia de mujer en esta sociedad y queria que yo también conociera esta historia. No 1l me negé las dificultades, fue todo un mensaje que recibi y a- cepté porque al leerlo senti que resonaba con mucha fuerza en mi corta experiencia de aquel entonces con la condici6n feme- nina. Antes de su lectura, ya habia empezado a cuestionar to- das las instituciones: el matrimonio, la maternidad, el no- viazgo, la familia. No comprendia bien por qué, pero presentia que, tal como estaban dadas, no ayudaban a la gente a sentirse felizyMe propuse no ser tocada por ninguna de ellas pero, a lo largo de los afios, entré en cada una con una enorme cuota de desconfianzay Mis sensaciones de adolescente seguian frescas dentro de mi, ‘pero ocultas por el miedo a la censura de los “o- tros”. Actualmente, pienso que las instituciones no deben ser desterradas sino modificadas en un alto grado y, si realmente no sirven a los individuos para desarrollarse como personas plenas, deberan ser cambiadas por otras, a pesar de todo el miedo, la resistencia y la crisis que este cambio nos pueda provocar. Estoy segura de que la tension y los conflictos del vinculo madre-hija son un testimonio de la falencia de las instituciones. Uno de mis objetivos es contribuir a crear una nueva psico- logia de la mujer, cuyo sentido y propésito sea para liberar y no para servir como instrumento de opresion. Y otro es el que- rer llegar como elemento movilizador, como elemento que provoque reflexién critica y genere una conciencia de la opre- sién especifica en las mujeres. Decidi comprometerme con la escritura para denunciar las opresiones cotidianas, aquellas que nos desgarran progresiva y sutilmente, como las grandes desgracias. Mi vida se justifi- ca, en parte, por este compromiso tan vital para mi como el hecho de tener un hijo. En mi libro hablan todas las mujeres que tuve oportunidad de conocer, desde aquellas que sin ningun titulo, han dicho verdades importantes, hasta las colegas con las cuales tuve ocasién de intercambiar conceptos enriquecedores y estimu- Jantes. La realidad es algo dificil de captar; es tan rica y mul- tifacética que es imposible de ser aprehendida en su totalidad en las paginas de un libro. Mientras lo escribia, sabia que se me escapaba esa gama de matices cambiantes e inaprehensi- ples, pero, de todas maneras, sentia el compromiso interior de reflejar parte de ella. Las mujeres que estan en este tema podran completar desde su 6ptica y desde su propia sintesis las otras facetas de esta realidad que nos compromete con la rebelién: la opresion de todo un sexo. 12 Carta de C. Delphy del 28/5/84 En una primera lectura todo lo que dice Alicia sobre la re- lacién madre-hija me parece apasionante y nuevo, y pienso que deberia profundizarlo e ilustrarlo, ser todavia mds con- creta, por un lado, y por otra parte Uevar hasta sus tiltimas consecuencias sus descubrimientos teéricos... Pienso que el texto presenta una manera original, inédita (ya que hasta a- hora sélo se hablé del vinculo madre-hija desde el punto de vista simbidtico y desde una perspectiva irigarayense), y ver- daderamente feminista, de abordar el problema que es crucial: hace 14 ahos descubri que es con sus madres y no con sus pa- dres que las feministas (y por consiguiente, en mi opini6n, las mujeres) tienen problemas, y que si se los considera de una manera clasica psicoanalitica, se deja completamente de lado algo que puede esclarecernos sobre los mecanismos de la opre- sion. Cristhine Delphy, investigadora en sociologia en el Centro Nacional de la Investigacién Cientifica, contribuy6 a crear en 1970 el movimiento feminista en Francia, en el que milité desde entonces. En 1977 funds junto con otras mujeres, entre ellas Simone de Beauvoir, la primera revista feminista de cardcter teérico en lengua francesa, Questions Féministes, posteriormente —a partir de 1981—, Nouvelles Questions Fé- ministes, publicaci6n de la que es redactora y que dirigia Si- mone de Beauvoir. Participa en la promocién de los “estudios feministas” en el terreno de la investigacion y dentro de la Universidad. Participa asimismo en numerosos canales de in- formacién y discusién entre feministas radicales, a nivel for- mal e informal. Se interesa por la suerte del feminismo en los paises depen- dientes y me ha brindado apoyo tanto con el envio de materia- les y publicaciones como con un intercambio epistolar que sostuvo mis busquedas en momentos en que el feminismo en la Argentina de 1980 parecia casi imposible. 13 1. UN MENSAJE DE MADRES A HIJAS La naturaleza del silencio: “Existe un periodo ini- cial durante el cual la lucha entre el lenguaje de la ex- periencia y el lenguaje de la teoria se convierten en una especie de agonia. Por tanto, la irrupcién politica de la mujer tiene que ser distinta y estar, al mismo tiempo, en contacto con los hombres. Pero la concten- cia que tenemos de nuestra diferenciacion no puede provenir solamente del mundo exterior del trabajo ni de nuestros contactos sociales. La conciencia revolu- cionaria de la mujer nace de la oscuridad de nuestra nifiez olvidada. Sélo asi es evidente el alcance de nues- tra colonizacion”. Sheila Rowbotan-Tribuna Feminista “Gris, amigo mio, es la teoria, pero eternamente verde el Arbol de la vida". Goethe LA OPRESION PSICOLOGICA La liberacién de viejos moldes opresivos no comenzé con nosotras, las mujeres cuya edad en este momento oscila entre los 25 y los 40 afios. La idea de una mujer diferente, mas au- ténoma, de ninguna manera surgié de repente con nuestra ge- neracién como un estallido brusco, sin bases, cabalgando en el vacio. Por el contrario, ella se fue gestando en la silenciosa rebeli6n de miles de mujeres que nos precedieron. Entre ellas, la generacién de nuestras madres tuvo una importante in- fluencia. No nacimos de un dia para el otro, nuestra rebelién tiene raices que se hunden profundamente en la historia. Mu- chas de nosotras fuimos las afortunadas que aprovechando un momento de crisis social, pudimos replantearnos nuestras vi- das. Largo y dificil camino que generaciones posteriores ten- dran que proseguir a través de la lucha cotidiana por modifi- carse continuamente. Nos queda mucho por hacer aunque también es cierto que hemos realizado grandes progresos. Pu- dimos llevar a la accién la ruptura de numerosas y viejas a- taduras que asfixiaron durante afios a nuestras semejantes; pero todavia no podemos reconocernos en esa nueva imagen que vamos delineando, paso a paso. Van mas alla nuestras ac- ciones que la estima que de ellas poseemos. Desconfiamos de nosotras mismas, todavia nos miramos con descreimiento y recelo, engafiadas por un cristal que nos empequefiece y nos 15 roba nuestra verdadera dimensién. Hemos internalizado en forma profunda, invisible y sutil, un mal concepto acerca de nuestro ser. Injusta vara que usamos para medir nuestras ac- ciones y sentimientos mas intimos. El peor enemigo interior es esa opresién que padecemos en forma encubierta, que se ca- racteriza por la interiorizacién de una serie de juicios valora- tivos que nos hacen creer que somos inferiores a los hombres y, Como consecuencia, es necesario que sigamos subordinadas. De ninguna manera quiero afirmar que la situacién de desi- gualdad se haya modificado, pero si, que hemos obtenido cam- bios para los que seguimos permaneciendo ciegas. Creo que no existe liberacién que no se haga en conjunto con otras mujeres. Por lo tanto, no es en los consultorios psi- colégicos donde vamos a conseguir el cambio de nuestra con- dicién; sin embargo, la tarea psicolégica nos puede ayudar a combatir esa opresién que se juega en nuestro interior, esos peligrosos fantasmas que nos acechan y asfixian. Es en el hia- to formado por la discordancia entre las opciones reales de autonomia y la visién que las mujeres tienen de si mismas, que la psicologia encuentra su lugar de accién, ayudando a la toma de conciencia y a la liberacién psicolégica. Por eso mis- mo, una terapia que desconozca nuestro verdadero drama no nos sera de gran beneficio; podemos permanecer anos recosta- das en un divan sin que el abanico de nuestros conflictos mas desgarradores pueda abrirse desenmascarando nuestra verda- dera situacion. Por lo tanto, es muy necesario que libros como éste comiencen a escribirse para aportar a las ciencias huma- nas ese conocimiento desmistificador que puede transformar- las en una poderosa arma para la autocomprensié6n y la modi- ficacién psicolégica. Nosotras, las mujeres “Las mujeres en las sociedades modernas judeo-cristianas son nifios sin madre”. Asi comienza uno de los capitulos del libro Las mujeres y la locura, de Phyllis Chesler. En el mo- mento en que lei esta frase senti un gran impacto emocional. Cuando pude reponerme de la sensaci6n de extrafieza, comencé a preguntarme qué habia querido decir la autora con estas pa- labras. Por supuesto, aquella conmocién era el efecto de haber relacionado esa afirmacién con otras ideas que me acechaban desde hacia algiin tiempo. Me tent6 la tarea de comenzar a de- senredar la madeja de sentimientos y pensamientos que mis pacientes habian dejado hasta ese momento en mi. Lei y relei aquella frase varias veces y, cada vez que lo hacia, un senti- 16 i ee miento diferente se oponia a las racionalizaciones tedricas que estaba usando como sustento en mi labor de psicoterapeu- ta. Habia un contraste entre lo que habia aprendido y un nue- vo conocimiento que yo iba generando gradualmente, en parte, a pesar de mi misma. Los sentimientos provocan ideas surgi- das de la experiencia cotidiana y concreta. Vivenciar me lleva, en este tramo de la vida, irremediablemente, a pensar. Lo que en otros momentos de mi historia humana hubiera quedado sumergido en una conciencia vaga y en una hiperafectividad trreflexiva, pugna hoy por transformarse y abrirse en la clari- dad de un concepto. Ninguno de ellos es definitivo, sino que se van construyendo en un devenir tefiido de los momentos que vivo todos los dias. A veces, cobijarme en la brumosa nube de un no saber nada me sirve como c4lido descanso. No coincido totalmente con aquella frase de Phyllis Chesler; no obstante, me doy cuenta de que encierra una cuota de dolorosa certeza. Algo de ella se me impuso: habia alli una evidencia indiscuti- ble que quise comenzar a desentrafar. Y, queriendo descubrir su verdad, comencé a descubrir la mia como psicoterapeuta, como mujer, como la hija que soy y que ful. AdemAs, esa oscu- Ta marafia de sentimientos y pensamientos no sdélo estaba conformada por los complejos y sutiles comentarios de mis pacientes, sino que en ellas ocupaba un importante lugar la voz de mis amigas, mis colegas y de todas aquellas mujeres que tuve la ocasi6n de escuchar alguna vez. Es asi que me dispongo a hablar de “las mujeres” como de un objeto tercero e impersonal, del cual puedo distanciarme para aclarar ideas. Pero este movimiento de alejamiento va dejando en mi la clara sensacién de que la distancia y la obje- tividad absoluta del tema no son posibles y no porque no pue- da recortar mi singularidad en relacién con las demas mu- jeres, sino porque la problematica que me preocupa también me pertenece como integrante del grupo. Por eso elijo incluirme y hablar tanto en singular como re- ferirme a “nosotras”, con lo que quiero remarcar mi pertenen- cia al grupo social del que formo parte en esta sociedad en la que los géneros sexuales definen la identidad, y, por lo tanto, nuestro destino. gCémo poder nombrar las palabras madre, hija, identidad, opresién, sin que éstas provoquen en mi una resonancia alta- mente emotiva? Hay algunas posturas en ciencias humanas que quieren negar la existencia de la ideologia y de la subje- tividad del investigador, posturas con las cuales no concuerdo. Creo que los valores, la vision cotidiana de cada aconteci- miento, como la vision del mundo que hemos elegido y que nos eligié, esta contenida en nuestra forma de abordar un de- 17 terminado tema. No creo en la ciencia neutra y, por lo tanto, en la psicologia desprovista de la subjetividad de aquel que observa un fenodmeno. Seguin José Bleger, se es mas objetivo en las ciencias humanas cuanto mas se explicite lo subjetivo, y no a Ja inversa, ya que lo que caracteriza a este tipo de ciencia es ser a la vez sujeto y objeto de conocimiento. Es importante, entonces, decir que a partir de los treinta afios tuve la necesi- dad imperiosa de reanalizar, paso a paso y minuciosamente, el vinculo con mi madre. Ha sido un camino sinuoso y Ileno de obstaculos afectivos que yo misma me ponia para extra- viarme y asi no poder comprender lo que durante tanto tiem- po me caus6 confusién y dolor. La unica forma de descubrir quién era fue buscar afanosamente en los recovecos de ese vinculo que tantas sorpresas hubo de depararme. Mis pareci- dos con ella me recordaban mi origen. Tuve que llegar a la mi- tad de mi vida para darme cuenta de cuanto nos pareciamos. Hay muchas cosas en las cuales detesto parecerme, pero otras, que también soy, realmente se las agradezco. PSICOTERAPIA Y OPRESION Tal vez por todo esto, mi condicién de mujer — que compar-. to con las pacientes— es la que me permite captar con relativa facilidad sus conflictivas vitales. Mi pertenencia a una misma clase social de género —o sea el género femenino— establece circunstancias de vida en comun. Se crea asi entre ellas y yo un _lazo invisible de comprensién, identificacién y solidari- dad. Mi mundo de pacientes esta poblado de mujeres jévenes cu- yas edades oscilan entre los 25 y los 40 afos. Casi todas ellas han accedido a la universidad, tienen titulo universitario y e- jercen su profesién. Hay casadas y hay solteras con vinculos estables de pareja y, la mayor parte, no tiene hijos. Con ellas, he podido analizar con minuciosidad casi todos sus nudos de conflicto. Hemos recorrido juntas la trama de sus vinculos honda y profundamente, y siempre nos hemos topado con un lazo anudado, estrecho y a menudo asfixiante: el vinculo con sus madres. Hay momentos de mi tarea psicoterapéutica en los cuales me invade una dolorosa sensacién de impotencia, y es cuando se me impone la autodesvalorizacién de mis pacientes como una roca insalvable. Parecen estar enfermas de un dafio al que no le encuentro reparacién posible. Me detengo a hablar de la autoestima porque creo que esta en estrecha relacién con el conflicto de sus madres. Siento que me enfermo con ellas. Qui- 18 siera ahorrarles sufrimientos, pero sé que eso es imposible; no puedo acortar ni aliviar la duracién de un proceso que tienen que vivir. El conflicto me envuelve y, en esos instantes, parece que me transformara en testigo inmévil de sus desdichas. El rol del psicoterapeuta, con su abstinencia y neutralidad carac- teristicas, me impide comunicarles conocimientos y experien- cias que quisiera transmitirles a veces en forma mas directa. Creo que la psicoterapia adolece de una serie de conceptuali- zaciones basicas para un buen resultado terapéutico. La reali- dad, o sea la trama de acontecimientos cotidianos contra la cual chocamos todos los dias, aparece como una especie de a- gregado a las interpretaciones pero. de ninguna manera esta in- cluida sistematicamente en ellas. No tenemos todavia una teo- ria de la opresion de las mujeres dentro de la cual la psicologia encuentre un lugar y, desde alli, una herramienta para su ma- nejo. Lo intrapsiquico impera sin incluir lo intersubjetivo con toda su dimensi6n constituyente del mundo interno; quiero de- cir, incluyendo al otro como persona real y con la que nos rela- cionamos en un complejo vinculo de interaccién y de interrela- cién permanente y modificadora. Los otros aparecen, en gene- ral, s6lo como fantasmas, productos de nuestra aislada reali- dad intrapsiquica. No existen tampoco modalidades terapéuti- cas legitimadas para relacionar lo individual con la proble- mAatica social general. Con esto no quiero dejar de lado las bue- nas intenciones de los terapeutas; éstas superan las falencias de la teoria. Y la realidad, con su problematica social, se inclu- ye surgiendo del mismo drama cotidiano del paciente. Me preocupan los problemas que derivan de estas falencias tedricas. Uno de los mas acuciantes consiste en fomentar la creencia, en las pacientes, de que sus problemas derivados de la opresién especifica que sufren como mujeres en el sistema pa- triareal, son debidos a su neurosis individual, producto de una infancia trastornada. Esto es parcialmente cierto; la atrnésfera intima y aislada del consultorio fomenta esta creencia iluso- ria. Como resultado de esa falencia, ocurre que la necesidad de ser desculpabilizadas, candente en la problematica de las mu- jeres, se cumple exactamente a la inversa. Por cierto, considero que esa necesidad es uno de los factores que nos llevan a em- prender y a seguir la larga carrera psiquiatrica, tan caracteris- tica de nuestro sexo. En su transcurso aprendemos a reempla- zar el simple “debo ser yo la equivocada”, por la psicoanali- tica frase “debe ser mi propia neurosis 0 producto de mis pro- pias proyecciones”. 19 LA RED VINCULAR No ignoro que el tema de la mala inclusién y consideraci6n de lo social en la conflictiva particular de la mujer toca un punto vulnerable de la conciencia profesional de muchos tera- peutas. Hablar de esto me trae la angustiosa sensacion de estar violando un viejo tabu. Con esto no quiero decir que no se ha- ya escrito o hablado acerca del tema. Sabemos que se hace y se ha hecho, pero parece que enormes resistencias se oponen a que la tarea adquiera la fluidez necesaria y alcance una rica y renovadora conceptualizacién. Son reveladoras y significati- vas las dificultades que existen para acceder a un enfoque des- de la psicologia social. En realidad, la unica que existe. El ser humano se caracteriza por ser social; no puede haber una psi- cologia que desconozca su verdadera naturaleza. La psicologia social es la unica que puede dar cuenta de un sujeto psiquico construido socialmente, o sea, en la trama de relaciones sociales y materiales que lo circundan y que posi- pilitan su existencia. Tomando el esquema conceptual de Pi- chon Riviére, nos comprometemos con un concepto de reali- dad psiquica: el mundo interno integra los vinculos y las rela- ciones sociales materiales en los cuales el sujeto se hace y co- bra existencia fisica y psiquica. El mundo interno es la re- construccién de la red vincular externa. Lo que el sujeto inter- naliza en su mundo interno es un sistema de vinculos, es de- cir, un sistema de interrelacién, de relaciones dialécticas mu- tuamente modificantes entre el sujeto y los otros sujetos. Ese grupo interno se configura teniendo como referente central al sujeto, pero no sélo desde su significaci6n sino también desde la accion significante del otro. El mundo interno existe gra- cias a la experiencia concreta: la fantasia o las representacio- nes se construyen a partir de la sensacién y la experiencia. De acuerdo con este esquema de pensamiento, lo que le ocu- rre a determinado sujeto — en el caso que me preocupa, a de- terminada mujer— es un emergente o producto de una red vin- cular compleja que, a la vez, esta inmersa en una compleja se- rie de relaciones sociales, caracteristicas de un determinado sistema social y de una determinada época: en este caso, el sis- tema patriarcal que tiene como marco el subdesarrollo eco- némico-social en el que estamos inmersos. Sdlo reflexionando e interpretando los fenémenos psicoso- ciales desde un esquema conceptual con estas caracteristicas, podremos contribuir al esclarecimiento de la problematica de Ja mujer actual y construir una teoria de la opresion que nos ayude a superar las falencias que enumeré mas arriba. Creo que la teoria de la opresién constituye un mapa que esta en 20 construccién continua. Hay que dibujar su contorno a pesar de toda la angustia y el temor al rechazo que provoca el internar- se por caminos desconocidos y, mas aun, prohibidos por la ciencia tradicional y el discurso general. Romper con los pre- jJuicios y categorias caducas es una tarea inevitable para des- ‘hacerse de una seudorracionalidad que no nos deja interpretar la problematica humana en su enorme y compleja dimensién actual. Quiero contribuir, desde mi campo especifico, a dibujar ese mapa que requiere el esfuerzo conjunto de todas las cien- cias humanas. La generacion de las madres. Contexto sociohist6érico Las madres de mis pacientes pertenecen a una generacion muy particular, puesto que en ella impero el ideal de la mis- tica, ideal femenino al que Betty Friedan denomin6 la mistica de la feminidad. La mistica propone la realizacion de la mujer a través de su dedicacién exclusiva al hogar y a los hijos. Este ideal femenino pertenece a la madre del sistema patriarcal de los siglos XVIII y XIX, periodo histérico caracterizado por el surgimiento de la familia nuclear juntamente con la creciente industrializacion!. La mujer se define por su dedicaci6n exclu- siva a la procreacién, crianza y educacién de los hijos. Ei amor romantico, que tiene sus origenes en el amor cortés, se centraliza en la pareja. Aparece un nuevo concepto de infan- cia: el nifio pasa a ser importante y reconocido como tal, y el amor de la madre es fundamental para su desarrollo y creci- miento. Estos nuevos ideales sociales van a estar sostenidos y legitimados desde la filosofia y la ciencia por dos discursos: de Rousseau, que Elizabeth Badinter denomina el “discurso mo- 1, “La mama es una persona que se define por el servicio que ella da al nino; su existencia no tiene sentido mas que en relacion al nifo que ella debe gestar, educar, acompafar, servir, tranquilizar... Esta funcion asi deiinida es ubicable historicamente y tiene como corola- rio una cierta concepcion del nifo. Ella se traduce en el plano mate- rial por ocupaciones y tareas variadas que constituyen una gran parte de su trabajo doméstico. El acercamiento entre la mujer y su hi- jo, sobre el que esta funcién descansa, esta proximidad material con el nifio ha sido masivamente impuesta a las mujeres de los siglos XVIII y XIX; ella ha impulsado, en: el nivel de las disciplinas psico- logicas en vias de constitucion, la creacion del concepto de ‘madre’ que nosotros conocemos hoy. El psicoanalisis ha tomado, en el siglo XX, el lugar de Jos higienistas del siglo XIX, y se ha impuesto como la referencia mayor para la comprension de las relaciones intrafami- lares” (Monique Plaza). 21 ralizante”, y el “discurso médico” de Freud. El primero, repre- sentante de la ideologia naturalista en el Siglo de las Luces, sostiene que la mujer es madre por naturaleza y es ella quien debe indefectiblemente criar, amamantar y educar a los hijos. Freud va a justificar esta concepcién de la mujer desde el psi- coandlisis: la mujer “normal” es quien resuelve su situacién edipica con la maternidad. Siglo XIX: las nuevas madres Esta nueva forma de familia correspondiente al capitalis- mo se fue disociando de los centros basicos de la produccién central industrial y comenzé a considerarse sé6lo como un lu- gar basicamente afectivo, ignorandose y ocultandose su carac- ter econémico y politico. La desigualdad del contrato matri- monial pretendié encubrirse y sutilmente disimularse por el desarrollo de una nueva moralidad femenina, basada en la postergacién de si misma en favor del otro, moral a la que K. Boulding denomina la “trampa del sacrificio”. Desde entonces, la esposa es percibida y se percibe a si misma como alguien que debe sacrificar su propio desarrollo al de su esposo e hijos 2. Durante los siglos XVIII y XIX, esta ideclogia de la familia no es la imperante en las clases populares, pero a fines del siglo XIX y principios del XX, la ideologia de la “mujer de hogar”, centrada en sus hijos, tipica de las clases medias, se impone también en las clases populares. La importancia creciente del “nuevo amor de madre” y la estrechez y prolongacién de los lazos entre la madre y los hi- 2. “Esta ideologia del sacrificio inculcada a las jovenes, es‘lo que Kenneth Boulding llama la ‘trampa del sacrificio' y la mistica de la feminidad (Betty Friedan) interviene para que las esposas asuman su papel. Pero si bien ese papel conyugal de ia mujer sigue glorificado, no es tanto por rendir homenaje a las cualidades intrinsecas de ésta y a las funciones que desempefia, como para enmascarar la produc- cion de servicios domésticos y caseros que implica. El inapreciable valor de esta produccién sirve para ocultar su valor econémico y su relacion con la produccién mercantil’. “Y asi, muy subrepticiamente, a partir de la aparicién de un papel conyugal tardio en la historia de la familia humana y sobre la cual se ha estructurado la célula nu- clear moderna cuyas distintas formas no podemos buscar aqui, se pa- 86 a la idea de un papel conyugal, atemporal e incondicionado y, por Jo tanto, independiente de la economia, ligado a la concepcién prime- ro metafisica y después biologica de la feminidad”. (Andrée Michel, 1980}. 22 jos transformé en decisiva la infiuencia emocional de la ma- dre sobre su prole 3. Como consecuencia de esta nueva conste- laci6n vincular surge en el seno de la familia una influencia femenina secreta, critica y cuestionadora que intenta penetrar en el discurso patriarcal y provocar modificaciones. En esta nueva modalidad de familia, el padre o “jefe del hogar” no es una autoridad incuestionada como el viejo patriarca de los si- glos anteriores sino que esta sujeto a criticas por parte de la esposa e€ hijos 4. La madre, a través de sus mensajes, le trans- mite a los hijos sus valores, contradicciones y ambigiiedades con el discurso patriarcal y hace sentir su influencia emocio- nal sobre ellos, mientras el padre se encuentra ausente (de- bido a su insercién en el mundo laboral) como para ejercer es- ta influencia. Con esta afirmacién no niego el peso y la im- portancia del vinculo emocional entre el padre y los hijos, si- no que quiero destacar que el lugar que ocupa la madre se am- plia enormemente y compite con la influencia paterna. La mujer-madre ejerce una influencia directa y contradicto- ria, es decir que no sélo se limita a transmitir pasivamente las normas del sistema patriarcal, sino que también trans- 3, En los siglos anteriores los vinculos entre las madres y los hijos eran diferentes. Transcribo esta cita a titulo de mAs informacion: “La alta tasa de mortalidad infantil y la corta esperanza de vida adulta generaban débiles lazos afectivos entre madres e hijos. Los nifios e- ran amamantados y aun criados por nodrizas en las familias que po- dian pagarlo o en aquellas que querian favorecer el trabajo de la ma- dre. Por otro lado, una poca delimitaci6n de la infancia como estadio especifico en el ciclo de la vida humana, restaba centralidad al cuida- do de los hijos y a las relaciones madre-hijos” (B. Schmukder). 4, “La manifestacion de la dominacién patriarcal tuvo resultados paraddjicos sobre la evolucién del rol de la mujer en la familia. Por un lado continué su subordinacion al patriarca en tanto garantiz6 la expropiacion de la mujer respecto de los bienes producidos por ella..., la desposesi6n de su propia sexualidad y la carencia de control sobre su desarrollo personal. Por otro lado, sin embargo, el mundo subjeti- vo emocional de la mujer adquiri6 legitimidad, lo cual permitié a la voz femenina trascender en la familia compitiendo con el discurso patriarcal” (B. Schmukler). Si incluimos la voz femenina en un vinculo entre sujetos que in- tercambian entre si una comunicacion consciente-inconsciente, pode- mos desprender de alli el concepto de mensaje. No creo, como lo afir- ma esta cita, que el mundo femenino adquiera legitimidad sino que se hace, en todo caso, mas presente y claro. En todo caso se acerca a clerto grado de legitimidad, y en realidad es més licito que hablemos del peso de la influencia femenina y de la apertura de un espacio de contradicciones. 23 mite sus conflictos invisibles e interiores con estas normas, creando asi en el Gmbito familiar un espacio de contradic- clones, En los anos de posguerra, este ideal altruista de dedicacion de la mujer esposa y madre al desarrollo del marido e hijos, se encuentra mas acentuado. De ninguna manera es por obra de la casualidad, sino por un refyerzo ideol6gico-cultural inten- cional frente al cambio que el proceso de incorporacién cre- ciente de las mujeres en la industria provocé en las modali- dades de la vida familiar. Si la mujer sale a trabajar, el tipo de familia centrada basicamente en la cohesi6n que la madre siente como obligacién ejercer, tanto con su afectividad como con su trabajo doméstico, se ve modificada y encaminada ha- cia una transformaci6én. Durante los tiempos de guerra, se Produjeron en Europa una serie de modificaciones en la vida cotidiana de la familia, debido al ingreso masivo de las mu- Jeres en el mundo del trabajo al ocupar los puestos que habian dejado libres los hombres. Los nifios eran cuidados social- mente en guarderias, y las comidas tenian precios de costo a disposici6n de todos en los restaurantes comunales. Como consecuencia, hubo un incremento en los indices de divorcio y en la emancipacion e independencia de los nifios y las muje- res. Una vez terminada la guerra hubo que luchar contra todos estos factores que amenazaban. disolver la familia. Se pone de moda nuevamente un tipo de familia patriarcal. “La madre y el hijo pasaron a ser el leitmotiv en boga”, dice Juliet Mit- chell. El binomio que tenia vigencia en ese momento se com- La psicologia apoya la mistica de ia JSeminidad Hacia fines de la década de 1950 hubo un importante flore- cimiento de estudios sociolégicos sobre diversos aspectos de la vida familiar y la interaccién sociedad-familia, E] campo de la psicologia expres6 con claridad Ja nueva ideologia sobre la relacién madre-hijo, poniendo énfasis sobre el concepto de simbiosis, caballito de batalla de las teorias psicolégicas que oprimen a la mujer transformandola basica y exclusivamente en madre. A partir de ese momento, se destaca la importancia de los cuidados maternales para la salud psicolégica del bebé. Del psicdélogo infantil Bowlby —cuya obra fue popularizada en 24 ONE es las revistas femeninas— aprendimos que las personas succio- nan su estabilidad emocional literalmente con la leche de la madre. Se publica un andlisis popular de esta relacién bajo el titulo “La pareja lactante”. El psicoandlisis de esa época nos deja como legado_una especie de obsesién sublime por la rela- cién madre-hijo. Segun estas teorias, la madre siente a su hijo como una posesi6n, también lo vive como una prolongacién de si misma y no como otra persona. Vemos que cualquier descripcién clinica se consider6 e instrumenté como una pres- ceripcién ideologica. Curiosa y paraddjicamente, el psicoana- lsis infantil ortodoxo nos ha ensefiado muy poco acerca de la problematica de la mujer, que tanto como nifia y como madre adulta, es tan fundamental para su tesis. Todo lo ocurrido en esta época y la problematica de esta ge- neracién en los EE.UU., fue estudiado en profundidad por Be- tty Friedan en su libro La mistica de la feminidad. Su estudio exhaustivo y detallado revela que el ideal de la mistica fue di- fundido a través de las campafias especiales por los medios de comunicaci6n (radio, T.V., cine, revistas), y las teorias cienti- ficas de la época (del doctor Spock, de Spitz y de la escuela in- glesa de Melanie Klein) 5, Las madres en la Argentina Por mi parte no es extrafio que siendo hija de una madre de esta generacién, me haya interesado en estudiar la incidencia 5. Juliet Mitchell describe la situacion de la posguerra en Inglaterra y EE. UU. Los hombres volvian de la lucha y encontraban sus puestos de trabajo ocupados por mujeres. Como hacer para que, después de haber prestado eficazmente un servicio tan importante vuelvan al ho- gar junto con sus hijos, muchos de los cuales hasta entonces habian sido atendidos en guarderias y hogares infantiles? Sostiene Mitchell que no es casual que precisamente en esta época surjan en EE. UU. las Investigaciones de Spitz que describen el “hospitalismo” y demuestran cémo una institucién, de por si bien llevada, dana al nifio pequenio si le falta el carino maternal. Por cierto, dice también que este carifio puede ser sustituido por el vinculo con una enfermera u otra persona dedicada a darle cierto afecto estable. Pero esta parte de su investiga- cién se suele olvidar. Mientras tanto, en Inglaterra, Melanie Klein y Winnicott descubren la importancia enorme del primer vinculo ma- dre-hijo para la salud mental futura del nifio. No dudo de la buena fe de estos investigadores, ni del valor de sus descubrimientos, pero ellos, como los cientificos que describieron la “madre esquizofrenizante” en la misma €poca de posguerra, fueron usados. 25 emocional de este tipo de madre sobre las hijas y bucear en el contenido de aquelia frase de Phyllis Chesler que cité al co- mienzo. Alguna relacién con la orfandad tenia, ya que un ras- go destacado en estas madres es la apariencia infantilizada y Ja vulnerabilidad, consecuencia de haber sido condicionadas por el ideal que promueve un tipo de mujer que no puede bas- tarse por si misma. La mistica de la feminidad se transmite a nuestro pais e impera con fuerza en la década de los afios 50. Motivos nacio- nales y locales se unieron con la influencia cultural recibida habitualmente de los paises desarroliados en sus facetas cultu- rales. Esta conjugaci6n es la responsable de la intensa vigen- cia de estas ideas. Nuestras condiciones socioeconémicas di- ferian de las de los paises que habian entrado en guerra; fue- ron afios de creciente industrializacion y de logros en el plano econémico y politico para las mujeres pero, contradictoria e intencionalmente, la ideologia continuaba siendo la misma que la de afios anteriores. Hasta podemos decir que se refuerza esta imagen de mujer de hogar. La mujer. esencialmente con- tinta siendo la criadora y procreadora de hijos, aunque se puedan aceptar para ella, parcialmente, otras funciones. Su centro y lugar fundamental y “natural” continua siendo la fa- milia. El peronismo difunde esta ideologia y, a la vez, otorga el voto femenino y mejores condiciones de trabajo y participa- cién social para las mujeres. Las razones sociales que en nues- tro pais colaboraron para ese estancamiento ideolégico se en- cuentran en la competencia que las mujeres ofrecen a los hombres en el mercado laboral y en la amenaza para la esta- bilidad de la familia tradicional que ocasiona el trabajo feme- nino. De acuerdo con la prescripcién del ideal de la mistica, las madres de mis pacientes se dedicaron a ser perfectas sefioras de su casa y madre de sus hijos, aunque la época que les tocé vivir las muestra insertas en una cantidad de mensajes socia- Mientras que para Juliet Mitchell el auge de la importancia del vinculo madre-hijo seria un ejemplo de como la ciencia tampoco es neutra, sino que sigue en sus investigaciones el interés politico del momento, Elizabeth Badinter sostiene que la acusaci6n a las madres —también para ella dependiente de factores econédmicos— viene de mucho mas lejos y sefiala a Rousseau, a través de su Emile, como el primer idedlogo que condenaba a la mujer al sacrificio total en pos de su maternidad y las declaraba practicamente tinicas responsables de la salud fisica y mental del nifio (Marie Langer). 26 a eee ee les contradictorios que vehiculizaban los ideales femeninos de entonces. En el diario de consejos de una madre de una de mis pa- cientes se observa con toda claridad esta contradiccién: “Cuando Iegabas a casa, cudntas novedades, jqué feliz verte en ese nuevo ambiente de compafieras, cuadernos, libros y tantos interro- gantes! “Ya has tenido una pequefia aventura, viniste sola de la escuela, no me esperabas a la salida como de costumbre porque quisiste pro- barnos que eres capaz de moverte por ti misma, mi pequefia querida, tu independencia que ya se manifiesta tan abiertamente puede aca- rrearte preocupaciones, naciste mujer y por lo tanto la independencia es relativa: aunque cambien las costumbres, la mujer, para ser feliz, necesitaré apoyarse en el hombro fuerte de su companero y un poqui- to dejarse llevar y gular, se es mas mujer y més feliz; siempre que tuve grandes preocupaciones me apoyé en la palabra de tu padre, de él siempre vino lo mejor; busca un hombre como él, hija”. Por un lado, el ideal de la mistica les proponia a las muje- Tes la realizacion exclusiva y excluyente en la maternidad:; en el hogar, en ser buenas madres y esposas, lo que implicaba — como este ejemplo lo demuestra— ser dependiente y débil para satisfacer la propia necesidad de reconocerse como mujeres en la imagen legitimada socialmente. Por otro lado, en contra- diccién con este ideal de pasividad, se filtraban imagenes de las mujeres de generaciones anteriores, por ejemplo, las de las inmigrantes europeas. Tengamos en cuenta que la mayoria de estas mujeres jévenes son la tercera generaci6n, las nietas de aquellas inmigrantes que pudieron ascender mediante su tra- bajo (intra y extra doméstico) a la clase media. También tuvie- ron influencia sobre ellas las mujeres luchadoras de este siglo y las del siglo pasado, las sufragistas que obtuvieron reformas legales importantes para la mujer. Las madres en los medios de comunicacién En nuestro pais, especialmente, la imagen de Eva Perén co- mo mujer fuerte y aut6énoma tuvo su gran peso e influencia so- bre la ideologia del momenio. Esta estrechamente ligada a la obtencién del voto femenino en el afio 1948, y el derecho al voto implica una revalorizacién de las mujeres como seres pensantes ademas de afectivos. Otra conquista importante pa- ra \a mujer {ue el derecho a ser elegida para cargos piblicos. El peronismo inst6 a las mujeres a que lucharan por su propio desarrollo politico, pero reafirmé al mismo tiempo la perspec- 27 tiva tradicional de la mujer dentro el hogar como basamento de la sociedad. “El hogar”, dijo Eva Perén, repitiendo los pos- tulados de la ideologia peronista, es el “santuario de la mater- nidad y el fundamento de la sociedad, es la esfera apropiada en la que la mujer, al servicio de su pais y de sus hijos, cumple diariamente con sus deberes patridéticos”. Estos conceptos tienen sus antecedentes en frases que en el afio 1946-47 se ensefiaban en las escuelas para nifias: “Muje- res para procrear héroes y no madres de renegados”, “La mujer argentina debe saber cumplir celosamente con sus obligacio- nes naturales”; “La dignificacién de la mujer consiste en no sustraerla de sus menesteres especificos”; “La Nueva Argentina quiere mujeres sanas, fuertes y limpias”. En los afios de posguerra, el cine tuvo estrellas que sinteti- zaban en su figura la imagen de la mujer preferida: dulce, su- misa, asexual e infantilizada. Recordemos a Doris Day, Debbie Reynolds, Mirta Legrand, Maria Duval y Zully Moreno. Las mujeres recibieron una educaci6n mucho mas liberal de lo que Ja época de su adultez exigié luego de ellas. La necesidad eco- nomica menor que la padecida por sus padres y las aspira- ciones de ascenso social de éstos, en general inmigrantes que no habian podido estudiar, las levaron a terminar la escuela secundaria y en algunos casos a ingresar a la Universidad. Pe- ro, en vez de considerarla como la sede del desarrollo de los i- deales culturales, la transformaron en un lugar para encon- trar marido o aleanzar una formacién minima educacional que les sirviera como preparacién para un matrimonio con cierto status intelectual. Habia un principio que no se podia olvidar: la eleccién de carrera no debia impedir el desarrollo de sus funciones “naturales” de esposa y madre. & Los libros de lectura y las revistas de esa época reflejan la imagen de mujer acorde con las caracteristicas de las mujeres del sistema patriarcal industrial. La mujer se caracteriza por rasgos predominantemente afectivos: dulzura, suavidad, emo- tividad, altruismo, devocién hacia sus semejantes, resigna- cién, pasividad, belleza. Necesitada de la proteccién masculi- na porque se la considera “naturalmente débil”. Es el comple- mento necesario del hombre, en el que se destacan la activi- dad, la inteligencia, la racionalidad, la seguridad, la autono- 6, “Entre 1951 y 1960 hubo un aumento del 153,62 % en el porcen- taje de mujeres que ingresaban en la Universidad. Sin embargo, las mujeres tendian a prepararse para carreras tradicionalmente defini- das como profesiones para mujeres, incluidas la medicina, filosofia, el profesorado y las leyes” (Nancy Hollander). 28 mia, la voluntad. El es fuerte por naturaleza, y por lo tanto, asumiré la proteccién de la mujer, “naturalmente débil”... Es- tas supuestas diferencias esenciales se expresan en los distin- tos roles que asumen hombres y mujeres. Las mujeres son ba- sicamente esposas y madres, en consecuencia desempefian las actividades domésticas como si fueran expresién de su natura- leza y no un trabajo socialmente asignado: limpian y mantie- nen la casa, crian y educan a los hijos. Su desempefio es intra- hogarefio. En cambio los hombres trabajan en el mundo del afuera, ocupan los puestos de produccién extradomésticos y las funciones publicas. En los libros de lectura del periodo peronista y en los dis- cursos de Eva Perén de su libro La raz6n de mi vida, a pesar de que aparecen imagenes de mujeres desempefidndose en el mundo publico y luchando junto al hombre por una Argentina mejor, la definicién central de la identidad femenina conti- nua siendo la misma que en periodos anteriores. Su actividad politica contiene y expresa sus mas “esenciales” virtudes éti- cas: la guardiana del hogar y de la familia y, a través de este sagrado rol, la preservadora de los valores espirituales de la Naci6n. Transcribo unos trozos de un discurso de Evita, significati- vo y que ilustra los conceptos anteriores: “Yo pienso que la mujer argentina sera en los comicios algo mas que el ciudadano: sera la avanzada y la vigia moral... la hora de la mujer es la hora de la virtud publica para el pais...La mujer, al elegir, se definira por lo que atafe a la conservacion de su hogar, de su fa- milia, de su fe cat6lica, dejando de lado todo aquello que signifique un peligroso vuelco hacia lo inescrupuloso o lo antiargentino...toda mujer debe votar conforme a su sentido religioso, vale decir, ajustan- dose a una clara y alta medida de su deber de madre, de esposa, de hi- ja. ‘n este gran hogar de la Patria yo soy lo que una mujer en cual- quiera de los infinitos hogares de mi pueblo. Como ellas soy, al fin de cuentas, mujer. Me gustan las mismas cosas que a ella: joyas y pieles, vestidos y zapatos pero, como ella, prefiero que todos, en la casa, es- tén mejor que yo. Como ella, como todas ellas, quisiera ser libre para pasear y divertirme...pero me atan como a ellas los deberes de la casa que nadie tiene obligacion de cumplir en mi lugar. Como todas ellas, me levanto temprano pensando en mi marido y en mis hijos y pen- sando en ellos me paso andando todo el dia y una buena parte de la noche... Cuando me acuesto, cansada, se me van los suefios en proyec- tos maravillosos y trato de dormirme ‘antes que se me rompa el c4n- taro'. Como todas ellas me despierto sobresaltada por el ruido mas insignificante porque, como todas ellas, yo también tengo miedo... Como a ellas, me gusta aparecer siempre sonriente y atractiva ante mi marido y ante mis hijos, siempre serena y fuerte para infundirles 29 fe y esperanza... y como a ellas, a mi también a veces me vencen los obstaculos jy como ellas me encierro a Iorar y loro! Como todas e- las, prefiero a los hijos mas pequefios y mas débiles... y quiero mas a los que menos tienen. Como para todas las mujeres de todos lo ho- gares mis dias jubilosos son aquellos en que todos los hijos rodean al Jefe de la casa, carifiosos y alegres. Como ellas, yo sé que los hijos de esta casa grande que es la Patria necesitan de mi y de mi marido... y trato de hacer que lo consigan... Como ellas oculto mis disgustos y contrariedades y muchas veces aparezco alegre y feliz ante los mios cubriendo con una sonrisa y con mis palabras las penas de mi co- razon... Es que me siento verdaderamente madre de mi pueblo!”. Estos parrafos ilustran muy bien el ideal de altruismo y postergaci6én de si misma que Kenneth Boulding denomina la “trampa del sacrificio”. “La raz6n es muy simple: el hombre puede vivir exclusivamente para si mismo. La mujer, no. El hombre de accién es el que triunfa sobre los demas. Una mujer de accién es la que triunfa por los de- més... La felicidad de la mujer no es su felicidad sino la de los otros. El problema de la mujer es siempre, en todas partes, el hondo y fun- damental problema del hogar. Es su gran destino. Su irremediable destino. Necesita tener un hogar, cuando no puede construirlo con su carne lo har con su alma jo no es mujer!... Servir a otros es nuestro destino y nuestra vocacién, y eso es accién social”. Aun las grandes mujeres de la historia aparecen en la lite- ratura como seres que ponen su ideal altruista femenino al servicio de la humanidad; por ejemplo, Eleanor Roosevelt. La idea es que la mujer trabaja fuera del hogar por deber, se sa- crifica en aras de los otros pero no se realiza para su propia gratificacién y sentido de la autonomia. La ideologia contradictoria de la época se expresa en un do- ble mensaje social: por un lado, se exalta la capacidad de lu- cha de las mujeres y por otro se las destina a ser las primeras responsables del hogar. Conjugacién de dos imagenes imposi- bles de levar a cabo en una acci6n. gCémo ser, a la vez, lucha- dora junto al hombre en un mismo nivel, y por otro, la sacer- dotisa del hogar? Si se replantea el rol extradoméstico tiene que replantearse también el doméstico. Transcribo un parrafo de un discurso de Eva Per6n que lei en un libro de lectura de esa época7. “Esa responsabilidad nos alcanza a nosotras las mujeres argenti- 7, Senda Fragosa, Editorial Estrada, 1950. 30 i ee nas en la misma proporcién que a los hombres. Y casi me atreveria a decir que nos alcanza doblemente. Por un lado, a través de nuestra condicion de cludadanas, capaces de votar y de ser votadas, de acuer- do con el nuevo planteamiento politico-social que hizo posible 1a po- litica de reconocimiento de nuestros derechos del gobierno del Gene- ral Perén. Por otro lado, en razén de que somos nosotras, las muje- res, la columna basica del hogar, la garantia de su permanencia y las inspiradoras de su fe". A la mujer soltera se la orienta a encontrar marido; ésta es la meta fundamental de su vida, y corre el riesgo de ser una fracasada si no lo consigue. Para eso se la aconseja no mos- trarse demasiado letrada porque podria ahuyentar al “hombre protector”. Un parrafo de la revista El Hogar (1951), que tiene una enorme similitud con otros del libro de Betty Friedan, dice: “Dé su opinién sobre asuntos mundiales pero no trate de parecer 'sabihonda’... No profundice ningun tema. Recuerde que las mujeres 'muy letradas' ahuyentan a los muchachos. El cerebro, como los huesos, no debe dejarse ver demasiado, pero es un apoyo inapreciable”. Comparemos con algunos titulos de articulos que Betty Friedan transcribe en su libro y veremos la enorme analogia entre el ideal de los paises desarrollados y nuestro pais: “La feminidad comienza en el hogar”; “Tal vez, el mundo es de los. hombres”; “Tenga hijos mientras es joven"; “Cémo se pesca un hom- bre"; “gDebo dejar mi empleo cuando nos casemos?”; “zPrepara Ud. a su hija para que sea buena esposa?"; “Carreras hogarefias”; “,Es ne- cesario que hablen tanto las mujeres?"; “La politica, un mundo real- mente masculino”; “Como afianzarse en un matrimonio feliz"; “No tema casarse joven"; “El médico habla sobre la crianza a pecho"; “Guisar para mi es poesia”; “El negocio de gobernar un hogar”. Una protagonista de una revista femenina dice (Ladies Home Jour- nal, 1959): “Si él no quiere que yo use demasiado color o un determ!- nado vestido, entonces, realmente, yo tampoco lo deseo... La verdad es que todo lo que a él le gusta, también a mi... Yo no creo en los matri- monios a medias...” 8. 8, Transcribo unas notas de la revista El Hogar: “La mujer y la Jus- ticia". “zPor qué representan los artistas a la justicia con figura de mujer? Es fama, y casi siempre la fama de las mujeres es obra de los hombres, que somos incapaces de abrigar sentimientos de justicia se- rena e imparcial. Encontramos las razones que se aducen en mil dis- persos ensayos sobre la psicologia femenina... En 1897 termin6 sus es- tudios de abogado Mlle. Chauvin, en Francia, y solicité admisién en el 31 Un mensaje de madres a hijas Las presiones sociales que provocaron la identificacién con el ideal de la mistica eran muy fuertes, aunque contradicto- tias. El precio que pagaron las mujeres por esta eleccion, he- cha en forma consciente e inconsciente, fue muy alto. Una e- norme cantidad de fantasias, expectativas y suefios entreteji- dos a través de sus historias personales tuvieron que ser repri- midos, censurados y ocultados a presién para no reconocer un conflicto demasiado agudo. Asi es como mutilaron parte de sus personas. zComo y con qué intensidad repercuti6 este conflicto inte- rior sobre sus vidas afectivas? Considero que de muchas ma- neras, pero hay una que, para mi, es de mucho interés desta- car: el conflicto con sus hijos, punto en el cual se hace mas e- vidente la lucha entre dos tendencias opuestas. Porque no po- demos, de ninguna manera, pensar que estas mujeres se iden- tificaron completamente con la figura de la “madre”, sino que esa figura fue, en todo caso, el punto o eje central de sus iden- tificaciones. Debemos saber que nunca nuestra existencia fe- menina es totalmente devorada por la opresi6n; siempre que- dan resquicios en nuestro ser que permiten la salida hacia o- tra posicién. Si esto no hubiera ocurrido con estas mujeres, no hubieran dado muestras de ese minimo de conciencia que mostraron con respecto a su situacién, y que fue transmitido como un mensaje impregnado de emotividad y rebelién a sus foro. Las tendencias opuestas pugnaban por el predominio. Los reacios a abrir nuevos rumbos a la intelectualidad femenina se abroquelaban en el pasado y sostenian que era un oficio viril. Intitiles fueron los es- fuerzos de la abogada frente a los tribunales franceses... A pesar de to- das las oposiciones, la ley pas6 y Mile. Chauvin y sus continuadoras desde 1900 pudieron prestar juramento y figurar en el cuadro del or- den de los abogados. Durante los dias de la guerra del catorce (14) se redoblaron sus actividades en Francia, trabajaban sin descanso en consultorios gratultos, y se convirtieron en “enfermeras morales” y protectoras de la infancia. Hoy las abogadas han triunfado plena- mente en Francia, donde hay mas de 22 en ejercicio mereciendo el Batonnier de l'Ordre, el juicio: ‘las mujeres han tomado su puesto en el foro y lo ocupan digna y habilmente’. Pretender alejar a la mujer del derecho es ponerla al margen de la vida misma, es sustraer a la socie- dad un instrumento indispensable y util. Su participacién activa en la Justicia no es un simple ‘snobismo’, es la respuesta a un anhelo infini- to de proteccién... es una forma de mejorar las condiciones de sus her- manas, olvidadas por la ley y la sociedad”. 32 | | \ hijas. Los signos de fatiga y cansancio y los momentos de des- conexi6n afectiva transformaban a los cuidados de la crianza en movimientos casi automaticos. A menudo, la atencién de la madre estaba concentrada en otros vinculos: recuerdos de a- dolescencia, charlas con viejas amigas, conversaciones de te- mas politicos de las que eran fatalmente excluidas por los hombres y en las que nunca podian opinar. Estos canales de relacién, con sus pares, eran secretamente anhelados; los ni- veles de paridad se habian fracturado y no conservaban la continuidad necesaria para un proceso de personalizaci6n que habia comenzado en la infancia y en la adolescencia. Estos momentos de lucha consciente entre deseos contradictorios eran fugaces. El conflicto fue reprimido y vivido en los estra- tos mas inconscientes del psiquismo. Manifiestamente esta generacién de madres se adapté a la mistica de la época. Fue- ron muy pocas las posibilidades de desarrollarse en otro tipo de proyecto personal, y muchas las amenazas de ser censura- das por el entorno social. Frente a las posibilidades de levar una vida solitaria y sentirse en la marginaci6n, las mujeres eligieron el ideal prescrito socialmente. Pero guardaron la es- peranza de que pedazos de si mismas fueran retomados por sus hijas, y establecieron con ellas vinculos de extrema depen- dencia afectiva, a través de los cuales les dedicaron su tiempo, la casi totalidad de sus energias afectivas y su total proyecto de vida. La medida de su valor como mujeres pasaba por el es- “En el verano puede apreciarse mucho mas que en invierno el gra- do de libertad que ha alcanzado la mujer moderna”; “La mujer moder- na se siente atin un poco asombrada de poder salir, de poder ir y venir sola por donde se le antoje. Una especie de resabio de las centurias de esclavitud que pesan sobre ella... La seguridad del libre albedrio se ensefiorea de sus cinco sentidos y aspirando gloriosamente el aire ca- lido del verano que tanto se apresur6 esta vez, se dispone a hacer sus preparativos para dar acabadas muestras de la libertad que le regalé el maravilloso siglo en que vivimos” (1982). Si comparamos el contenido de estos mensajes para las mujeres con los de los afios 50 podemos comprobar un retroceso ideolégico. La entrada masiva de la mujer en el mercado laboral necesito evidente- mente de una imagen de mujer que detuviera una autonomizacion y Ii- beralizaci6n peligrosa para el mantenimiento de la familia tradicio- nal. Aclaro familia tradicional porque esta institucion también puede modificarse, pero la sociedad patriarcal opone grandes resistencias para que modificaciones que beneficien a todos los individuos puedan lograrse, de acuerdo con los grandes cambios de las distintas épocas historicas. 33 tado de sus hijos. Asi fue como les dieron sobreprotecci6n cre- yendo que los protegian. Estas relaciones simbidticas son las que hoy hacen tanto ruido en los consultorios psicoterapéuti- cos. Son las hijas las que nos traen esta problematica, en par- te, porque son ellas las que concurren con mayor frecuencia a Jos tratamientos psicolégicos. Ademas, considero que el con- flicto con sus madres es de fundamental importancia en la conflictiva de las mujeres actuales. No podemos seguir pare- ciéndonos a nuestras madres sin que poderosos conflictos des- garren nuestra existencia. Es muy dificil que el conflicto con las madres no aparezca en el relato de mis pacientes, con un intenso tenor afectivo que persiste a lo largo de casi todo el transcurso de la terapia. Siempre que lo escucho tiene la ca- pacidad de conmoverme porque es vivido con toda la intensi- dad de un drama que adquiere por momentos la caracteristica de verdadero dilema. La “trampa del sacrificio”. Madres martires e hijas culpables Existia en nuestras madres una imposibilidad de expresar- se abiertamente, porque lo que habian incorporado como nor- ma era el ideal. Ni ellas podian comprender lo que les pasaba y. por lo tanto, tampoco transmitirlo con claridad. Por eso, su forma de vehiculizacion hacia las hijas estuvo teflida de un halo de confusién y de aspectos contradictorios. Ser madre podia ser tanto una maravilla, lo mas gratificante del mundo, como lo mas esclavizador y frustrante. Todo fue transmitido en secreto por las madres hacia sus hijas. Se sentian presas de un problema al cual no podian precisarle un nombre, por eso era dificil que encontraran canales de expresi6n claros y cris- talinos. gCémo poder quejarse de algo que una no sabe qué es ni cémo se llama? Una voz interior les decia que ésa, su elec- cion, no habia sido la acertada. Creyendo encontrar la reali- zacion plena, chocaron contra una realidad decepcionante. No pudieron sacar de esa voz interior provecho para si mismas. En cambio, la volearon como un involuntario acto de ca- tarsis hacia sus propias hijas. Bajo el peso de los factores so- ciales de la €poca, prefirieron continuar con esa especie de se- mirealizacion y transmitir el mensaje, producto de su expe- riencia, a la nueva generaci6én. Fue una férmula de transac- cién que les permitié acallar un conflicto que las enfrentaba con su entorno social. Me pregunto, zquién podia escuchar a las madres; donde podian volear sus quejas, inquietudes, incertidumbres? 4C6- mo podian atreverse a hablar de algo que ni siquiera tenian 34 identificado? Era obvio que lo que podia constituir una con- ciencia brumosa e incipiente de la situacién opresiva tenia que ser expresado como una queja, 0 con sintomas psicolégicos y somaticos. Era una buena forma de disfrazar, ante si mismas, una toma de conciencia peligrosa para su estabilidad psicolé- / gica y social 7€1 canal de expresion mas cercano, mas proximo y continuo para volcar su queja, fueron sus propias hijas< En ellas, la dedicacion exclusiva de las madres provocé consecuencias afectivas muy particulares. Tengamos en cuenta que Freud nos habla de un sentimiento de deuda hacia la ma- dre porque se considera que nos dio la vida. La vida de acuer- do con la concepcién popular es un don otorgado de una perso- na a otra. Aunque, en realidad, nadie nos da la vida sino que ella es el producto de una serie de circunstancias y condicio- nes vitales que se conjugan en nuestra madre, tenemos muy a- cendrada esa concepcién. Ademas de una forma de pensar es una forma de sentir. Si a este sentimiento de deuda por la vida “dada” le agregamos la dedicacién casi exclusiva de la existen- cia de las madres, no es extrafia la aparicién de una “neurosis de deuda afectiva y moral”. La vida dedicada como un sacrifi- cio tiene que ser devuelta, “en pago”, con una dedicacién afec- tiva que revista también caracteristicas de exclusividad. Las madres responden a esta ideologia o “trampa del sacrificio”. Esta ideologia tiene por funcién ocultar el trabajo doméstico de la mujer manteniéndolo invisible. Por supuesto que el tra- bajo maternal entra dentro de esa categoria. La madre se re- sume en lo que hace. Ser, es igual a ser madre con dedicacién exclusiva. La madre siente que es lo que hace: madre y ama de casa. Su ser se resume en estas funciones. Por lo tanto, lo que la hija siente que la madre le da no es un trabajo, una tarea, sino que lo interpreta todo en términos afectivos. La deuda, asi, se torna mas dificil de saldar que si en la familia se transmitiera la nocion de maternidad como un trabajo. Pero la madre no se reconoce a si misma ni es reconocida como trabajadora, y para valorizarse se siente impulsada a hacer notar su dedicacién. El estilo por el cual las madres intentan este reconocimiento es por medio de la queja, remarcando to- do lo que la hija (0 el hijo) les hizo perder como algo intrin- seca y fatalmente ligado a la maternidad. Es un destino tra- gico, por lo inmodificable. Asi es como las hijas percibieron el rol maternal. La ideologia del sacrificio requiere de un prota- gonista que se sacrifique y que se satisfaga con la posterga- cién de si mismo. Hay uno que se posterga y otro que causa su postergacién. El beneficiario es a la vez culpable del sacrificio del otro. Irremediablemente, el culpable va a quedar en deuda moral. En ese intercambio se pierde la idea de reciprocidad. 35 | Las caracteristicas del personaje de la madre en este drama cotidiano, son masoquisticas: se supone que goza con su gene- roso altruismo. Es por todo esto que la madre ha sido identificada por las hijas como una heroina martir, tal como se ve en esta histo- ria que escribié una de mis pacientes acerca de su madre: “Mientras escribia la historia de mi madre senti una enorme las- tima, me di cuenta de que fue mas desgraciada de lo que yo habia 1- maginado. Mis broncas con ella me parecen, ahora, un poco Injustas. Su historia me parece que es una historia bastante desgraciada... Mientras escribo esto me entra la sensacion de no sé si llamarla ira, creo que todo lo que en ella no se rebel yo quisiera hacerlo (pero la- mentablemente me falta accién)... Vivieron siempre todos juntos, mi vieja, la fregona de siempre, es la unica imagen que puedo tener de ella, Nunca la vi feliz, siempre se esforzaba. Nos mudamos, la casa era mucho pero mucho mas grande, asi tuvo mas que fregar, lavo du- rante 15 afios afuera, bajo la luvia en invierno, con mucho frio... le faltaba la cruz, yo creo que me sentia bastante mal cuando estaba ca- lentita en la cocina y ella lavaba afuera, siempre le dije que su tinica bandera era el secador y el trapo de piso. Nunca, pero nunca hubo una intencién de mejorar. La que la arreglaba era yo, pintandola cuando teniamos una reunion. Lo unico que espero es que de una vez por to- das aprenda a vivir para ella sin pensar en nosotros”. De acuerdo con esta ideologia se legitima cientificamente la produccién doméstica de la mujer en un seudofundamento bio- légico, ya que se entiende que ella ejerce su papel no en virtud de las contingencias de la historia y de la economia, sino de una naturaleza biolégica especifica. j En la identificacion de la hija con la madre, la madre ha | transmitido la sensacion de intemporalidad e incondicionali- dad del rol materno. Las cosas son y seguiran siendo asi cuan- do ella también sea madre. \ eSimbiosis “natural” o dispositivo vincular de encierro? Estas relaciones simbidticas fundadas en la dedicacion ex- clusiva de las madres, provocan neurosis y trastornan la vida psiquica. Monique Plaza nos dice: “La anomalia, para mi, no esta en el deseo de tal o tal mujer desempenando funcién de madre, sino en el dispositivo de encierro de mujeres y nifios que cons- tituye la funcion maternal”. La causa de la enfermedad del ni- fio no esta en la madre, como se nos quiere hacer creer con las 36 teorias psicolégicas sostenedoras del concepto de simbiosis madre-hijo. Asi, la madre es poseedora de un deseo de fusién total con su hijo, intrinseco a su identidad de madre. Si no a- parece, ella es sospechosa de alguna alteracién psicolégica. Sin embargo, no es ella la que, de acuerdo con este deseo, gene- ; ra el dispositivo de encierro, sino que, muy por el contrario, | son las condiciones sociales las que lo establecen y lo deter- ; minan, independientemente de los deseos de las madres. Por supuesto que el deseo maternal se va estructurando y modelando dentro de este dispositivo y, por lo tanto, el deseo de fusion aparece, pero siempre existe su contrario: el deseo de diferenciacién, de defusién. Este existe, entrelazado con su o- puesto, a pesar de la predominancia del encierro. Madre e hija desarrollan su relacién en lo que yo llamaria ahora “dispositivo vincular de encierro”,9 por estar conforma- do por una serie de constelaciones vinculares externas e inter- nalizadas. éComo se fue constituyendo este dispositivo? En gran parte por la ausencia de personas que compartieran la crianza en forma constante y estable. El padre estaba incluido en la dina- mica familiar como proveedor del sustento, pero su presencia fisica dejaba mucho que desear por ser escasa la cantidad de horas que pasaba en el hogar. Y, ademas y fundamentalmente, por el poco compromiso emocional en relacién con las necesi- dades primarias de los hijos: quien daba exclusivamente de comer, quien cambiaba la ropa, quien cuidaba en las enferme- dades y quien se ocupaba de las angustias del dia era, predo- minantemente, la madre. Su persona entera estaba a disposi- cién de los hijos. El padre era alguien distante, durante casi todo el dia ausente; su entrada en la casa significaba orden o una cuota de afectividad medida y su afecto era, como conse- cuencia, vivido como mas condicional. El era alguien a quien se percibia con un mundo propio mas rico y multifacético que el de la madre. Sobre esta base de realidad, nuestros padres fueron totalmente idealizados. La distancia fisica favorece la idealizacion, el sujeto alejado puede facilmente desempenar la funcién de pantalla en Ja cual proyectar todo nuestro mundo de deseos y de fantasias. Los padres eran un buen blanco en donde colocar nuestras idealizaciones. Tengamos en cuenta que por la presencia constante de la madre, el mundo del con- flicto y de la hostilidad se jugaba especialmente con ella. Esta 9, Es este “dispositivo vincular de encierro” el que facilita la inter- nalizacion consciente e inconsciente de la significacién “asocial”. (Vé- ase en el Apéndice, “El ideal maternal”, pag. 221, de este libro.) 37 es una modalidad de crianza que fomenta la disociaci6n entre un personaje denigrado y otro idealizado. Las relaciones de pareja entre los padres se establecieron con una modalidad claramente asimétrica. El padre era el jefe del hogar, y la madre y los hijos eran sus subordinados. La re- lacién que unia a la madre con el padre era de indole jerar- quica. Las mujeres se sometian a la autoridad del marido, au- toridad que venia legitimada desde el modelo social de fami- lia. Mientras que con sus mensajes contradictorios socava- ban, sin saberlo, dicha autoridad. La importancia del modelo social es muy grande porque desde alli se estructuran las modalidades de pareja y se deter- minan las conductas de los miembros de la familia; por eso la asimetria que determina que la mujer fuera la subordinada del hombre preexistia a cada sujeto masculino o femenino. Es- ta asimetria constituia una de las condiciones de produccién del vinculo de pareja. La relacién jerarquica de la madre con el padre fue internalizada por las hijas identificadas con ella como referente identificatorio femenino. Este fragmento del diario de la madre de Maria muestra esa modalidad de relacién: “Qué hermoso es, Maria, poder devolver en amor lo que debemos, cuanto me ayuda tu padre. |Qué superior a mi es! No sabes cudn supe- rior es tu padre, inalcanzable en la hondura de su dar constante; sabe dar tan sablamente, que asombra, en este hoy marchito de sensibili- dad, encontrar un ser como él, distinto, tiene la capacidad de hacerme sentir “poca cosa”; a veces me siento junto a él; porque yo peso, ana- lizo, para darme a veces pero él, no; acepta a los demas como son, no los ajusta a su personalidad, es moldeable, se adapta a cualquier tem- peramento y creo que se sentiria comodo frente a un mendigo cami- nante compartiendo un misero pan, como junto a un sabio, analizan- do y profundizando en la vida...” Ejemplo de la relacién asimétrica madre-padre, y de cémo la madre sefializa al padre como imagen idealizada, versus su propia desvalorizacién. gCémo esta paciente no iba a tener problemas en la autoestima? Se siente poca cosa, insignifi- cante. ia Hay otras condiciones mas abstractas que colaboraron pa- ra la creacién de ese dispositivo vincular de encierro y aisla- miento, y no por abstractas, menos importantes en cuanto a su influencia: las imagenes de Madre y de Hijo que circulan en Ja cultura. Como decia anteriormente, con frecuencia se cree que la madre desea fagocitar a su hijo, pegarse totalmente a él como forma de satisfaccién plena. No hay nada mejor para 38 i ne una madre que su hijo, expresién popular sustentada en la creencia de incondicionalidad instintiva del amor maternal. La hija seria la prolongacién de la madre, a través de la cual €sta se completaria. Estas imagenes y nociones de madre e hi- ja son internalizadas por las madres y las hijas reales, y jue- gan como terceros sociales que acuerdan significacion a la re- lacién entre ambas. Constituyen un cédigo de sefales desde donde las dos interpretaran las acciones de una relaci6én con Ja otra. Esta imagen social de la madre —la fagocitadora de los hijos— torna dificil reconocer el deseo de liberacién y au- tonomia de la madre hacia las hijas. ;Qué dificultoso es asi to- mar conciencia de que en el lazo estrecho con nuestras madres se formaron las matrices de nuestra futura autonomia! La hipoteca de las hijas Este dispositivo de encierro, aislamiento y marginacién de lo publico y lo social deja a las madres carenciadas de una se- rie de suministros basicos para la vida y el desarrollo de un ser adulto. Privaciones de la madre que generaron en las hijas ese sentimiento de deuda permanente, y una visién especial del vinculo con ella; vinculo vivido como un pacto de fidelidad eterna. Asi como las hijas tienen la impresién de que no hubo condicionalidad de las madres hacia ellas, tampoco tenia que haberla desde ellas hacia las madres. Refiriéndose al sentimiento de deuda que experimenta ha- cia su madre, una de las mujeres que entrevisté me explic6 muy claramente diciendo: “Tengo la sensacién de una hipote- ca permanente”. gCuales eran estas privaciones personales padecidas por nuestras madres? Muchas y de muy diversas clases. Al no te- ner participacion en el mundo del trabajo extradoméstico, les falt6 ese sentimiento tan importante de valoracién personal elaborado a través de los propios logros en el mundo laboral. El lugar de vivienda y el lugar de trabajo era el mismo: las re- petidas cuatro paredes de la casa. Les faltaba un espacio pro- pio donde ser identificadas, no como la madre de sus hijos, no como la esposa de su esposo, la sefiora de, sino como ellas mismas, como personas que cumplian determinadas funcio- nes pero cuyo ser no se resumia en ellas. Las madres eran mu- cho mas que lo que hacian pero no pudieron demostrarlo.ni reconocerlo para si mismas. No eran personas sino solamente “mujeres”. Adolecian del intercambio enriquecedor con com- paneros de trabajo, vinculos de paridad que hubieran contri- buido a su desarrollo: por el contrario, sus companias se Ke: | 39 ducian a hermanas, madres, tias, amigas con quienes com- partian el mundo de lo doméstico. Inmersas en los ciclos re- petitivos de lo cotidiano, sus didlogos giraban alrededor de los hhijos, los maridos y la casa. No disponian de un sueldo propio ni de ningun dinero obtenido en page por sus esfuerzos. El tra- bajo doméstico se caracteriza por ser gratuito y por lo tanto pasa inadvertido. Por este motivo se lo denomina desde hace un tiempo, en las modernas categorias de trabajo, como traba- jo “invisible”. Lo considerado “natural” era pedirle dinero al marido, tan natural era como la cronificacién de su situacion de dependientes. Y digo cronificacién porque no estaba consi- derada en sus vidas la nocién de conflicto y de cambio: la lu- cha por algo diferente de lo que eran les estuvo negada de an- temano. Ellas se definian a si mismas fundamentalmente en relacion con los hijos. Su identidad estaba mutilada y sus energias utilizadas muy por debajo de sus potencialidades. To- dos nos enfermamos no sélo por carencias afectivas, sino también por la imposibilidad de desplegar al maximo nuestro potencial creativo. El ideal social de la mistica de la femini- dad consiguié transformar lo positivo en negativo: la creativi- dad de nuestras madres, en lugar de ser un valor reconocido de Ja personalidad, tuvo que ser escondido y asfixiado como un peligroso enemigo interior que amenazaba con hacerles perder su lugar social. Creer que eran menos de lo que eran fue la for- ma de mantener la armonia de su principal responsabilidad: el hogar. Los maridos tuvieron un importante papel en esta mutilacion, pues les impidieron o las desalentaron a estudiar o trabajar fuera de la casa. Cumplian con su papel de agentes de un sistema que se caracterizaba por considerar a las mu- jeres como menores de edad. Esta situacion de subordinacién las privé de una vivencia de igualdad con respecto a los hom- pres y a las pocas mujeres que hacian lo que ellas secreta- mente deseaban hacer. Experiencia vivencial de desigualdad, inferioridad y sometimiento que produce un desgarro dificil de restaurar en el sentimiento de autoestima y que es generada en una situacién concreta de asimetria. Un apreciado ideal: ser “buena” Estos serios problemas en la autoestima van de la mano de otras imposibilidades: la dificultad en el manejo de la hostili- dad y de la competencia. La funcién materna, tal cual esta planteada socialmente, no incluye dentro de sus valores posi- tivos la expresién de la hostilidad como una cualidad util en la conduccién de la crianza de los nifios. La madre debe ser 40 sumisa, décil, aguantadora y conciliadora. Cumplir con estos requisitos, obviamente, hace muy dificil el despliegue de la hostilidad, con libertad y sin culpas. Ademas, el hecho de no participar en la lucha en el mundo laboral, no exigia de ellas el desarrollo de la competencia y la agresividad necesarias para hacerse un lugar en un mundo dolorosamente competitivo. Las inhibiciones en el manejo de la hostilidad y su ocultacién cuidadosa ayudaron a estructurar una apariencia de debilidad e infantilismo. Ser “buena” para las mujeres es un gran valor. No sélo lo fue para nuestras madres; también para nosotras es un ideal en cuya busqueda podemos dejar por el camino nuestros mas preciados deseos. Estas enormes y marcadas dificultades en relacién con la autoestima se generalizaron a todas las mujeres que fueron catalogadas como menos valiosas, mas complicadas, mas “histéricas” y menos inteligentes que los hombres. Por eso a las mujeres nos resulta realmente dificultoso reconocer va- lores en nuestras pares; esta desvalorizacién del propio sexo nos da una nocién de lo poco que nuestras madres se estima- ban a si mismas. En este marco no era extrafio que fueran los hombres los sefialados como real y verdaderamente valiosos. “Los hombres gozan de libertad, los hombres pueden; las mujeres, no”. Este mensaje fue transmitido con una mezcla de resignaci6n, frustracién, resentimiento y rebeldia. Pero vale la pena detenerse un momento en las contradicciones de tal mensaje valorizador: por un lado, los hombres eran conside- rados como seres idealmente valiosos y, por otro lado, eran marcados como los responsables de sus desdichas. Resultado de esta contradiccién: los hombres son especial- mente peligrosos, pero muy necesarios para sentirse con valor personal. La madre asexuada La imagen que transmitieron de si mismas esas madres fue una imagen predominantemente asexuada. En los didlogos con las hijas no manifestaban obtener placer en ese aspecto de sus vidas. La sexualidad era escondida como un tabu o mostra- da como un lugar comun peligroso, donde acechaban los males y el sufrimiento. Fueron frecuentes las confesiones de insatis- faccion sexual, frigidez o indiferencia frente a la sexualidad. La sexualidad no les pertenecia a ellas sino a otras mujeres, consideradas como malas 0 putas. El cédigo de doble moral es transmitido con mucha vehemencia por las madres; posible- mente fue una forma de defender a sus hijas de lo que ellas 41 consideraban un verdadero peligro: el rechazo que podian pro- ducir en el hombre, ese varén destinado a llevarlas del hogar paterno. No olvidemos que la madre es la encargada de transmitir en la familia las normas del sistema social, la represi6n en la sexualidad de las hijas esta dentro de sus funciones basicas de madre. Estoy de acuerdo cuando Castilla del Pino nos habla de que el desemperio de la funcién de madre es la internalizaci6n en los hijos de los valores familiares, es decir, los del sistema. La represién materna tiene la eficacia del vinculo afectivo-e- mocional, mucho mas poderosa que la especifica y abierta- mente represiva del padre. Tengamos en cuenta que en la fuer- za de la vinculaci6n afectiva se encuentra la no menos podero- sa fuerza de la identificacion: correa segura de transmisién de valores y normas. “Pero la represién mas eficaz es aquella que se constituye de tal forma que, como segunda naturaleza, cada cual aparece al fin como reprimido y como represor... El sujeto reprimido tiende a reprimir y no para ejercer supuestas instancias de dominaci6n, sino para salva- guardar asi de la angustia y del miedo a aquellos que tiene bajo su cuidado”. (Castilla del Pino). Es importante esta puntualizacion en la funcién protectora de la represi6n materna, porque nos muestra a las mujeres con cierta conciencia de la situacién que vivian, y no repri- miendo sélo bajo los afectos de hostilidad hacia las hijas. En relacién con el tema de la sexualidad, transcribo los consejos de una madre: “Fulmos a ver ‘La dolce vita’, una pelicula que dejé en mi una pro- funda tristeza, alberga en si el desapego de la juventud por todas las acciones que encierran una responsabilidad y un esfuerzo; lujuria e inmensa inmoralidad, placer carnal, impudor, como decirte la pena que experimento al pensar que las deformaciones sociales leguen a tu vida pura, incontaminada. Y te transforme en un ente, en un monstruo inmoral e irreconocible por mis principios. Anita, sigue la conducta en que tus padres te formaron, no decaigas nunca y apartate de aquellas compafias que tratan de acercarte al vicio, a la ociosi- dad, a la irresponsabilidad hacia aquellos a quienes les debes algo, las malas amistades son como aquella planta inservible que crece y se la encuentra por todos lados estorbando y entorpeciendo el libre crecimiento de aquella planta ttil... busca las comparifas que como tt encuentren en todo lo simple su sentido y su camino, las malas amis- tades son como el diablo que tienta hacia el camino inseguro y de la Perdicion; piensa que tt: como mujer no podrds volver sobre tus pasos 42 ie equivocados y buscar el camino de la redencién, la mujer debe ser sa- bia; pensar mucho porque lleva la aureola de honor que debe conser- var pura. Tu nombre, cuidalo, tal vez no estaré a tu lado en los mo- mentos més dificiles, por eso, la potencia espiritual debe estar forma- da por tu propia conservacion. Hija mia, a veces siento la necesidad de formar alrededor tuyo una coraza que te defienda, deseo tanto que el dolor no te legue jamas...” Ahora veamos el relato de una paciente de 32 afios: “Mi madre jamas hablaba de la sexualidad. Yo me imaginaba menstruando sentada en el inodoro durante dias y dias. Queria salir, estar en la calle. Ella se ponia de acuerdo con mi padre para no dejar- me salir. Una mujer no podia salir a determinada hora. No me podia pintar. Creci con la sensacién de ser una loca y una puta. Siendo asi le estropeaba la vida a mi madre. Asi me lo hacia sentir. Siento que estoy en una deuda permanente. Siempre tengo que hacer mas y me- Jor. Mi padre nunca quiso que mi madre trabajara. Ahora mismo no quiere. Yo creci con esa idea de ser mujer. A los 18 afios me vestia con ropa unisex”. Consecuencias en las hijas Las madres dieron, evidentemente, la imagen de martires. Es muy dificil que en los relatos de mis pacientes o en alguna entrevista testimonial no aparezca la frase “mi madre, una martir”, dicho con una mezcla de tristeza, rabia e ironia. Des- de esta imagen de heroina en el sufrimiento no es muy dificil pensar que nos fue muy complicado a las hijas captar las si- tuaciones placenteras de las madres. Por el contrario, las he- mos internalizado como sujetos carentes de placer o con ca- racteristicas de placer masoquistico, es decir, placer en la en- trega altruista. Esta realidad displacentera condiciona la in- ternalizaci6n en la trama de personajes del mundo interno de una imagen materna como referente femenino carente de posi- bilidades placenteras. Por supuesto que no existe una internalizacion directa y llana de la figura materna tal cual ésta es en realidad, sino que funciona como soporte desde donde la hija tenira con sus propios fantasmas esta imagen. La omnipotencia, 0 sea creer que la hostilidad daria en forma irreparable, existe tanto en el adulto como en el nifio. Esta fantasia ha contribuido a recor- tar y parcializar la realidad de la madre. Desde el mundo in- terno, la nifa toma en cuenta solamente los aspectos displa- centeros de la vida de la madre. Sin negar la poderosa resigni- ficaci6n que el mundo interno hace del mundo externo, no po- 43 demos negar que la nifia y la adulta han captado con minucio- sidad el conflicto de su madre. La desgraciada priorizacién a- busiva que la teoria psicoanalitica ha hecho del mundo inter- no o de la realidad intrapsiquica ha retrasado la captacién de i esta problematica, pues todo puede ser interpretado bajo la te- oria freudiana de la castracién: madre e hija se sentiran en desgracia por no tener pene y considerarse castradas, o sea del lado de Ja nada genital estructurada en la etapa falica. Clari- sima e inequivoca solucién para un problema tan complejo. ad Estoy de acuerdo con Clara Thompson cuando, en el capitulo sobre “La envidia del pene” de su libro El psicoandlisis, expli- ca que el aparato psiquico se vale de elementos simples, como pueden ser las imagenes corporales, para expresar conflictos mucho mas complejos y que surgen de la trama psicosocial. Orfandad de las hijas, orfandad de las madres Las hijas reciben el impacto psiquico de las carencias ma- ternas, las que se expresan o traducen en su subjetividad en sentimientos contradictorios que les ocasionan un agudo do- lor psiquico. El temor, el miedo, la célera, la lastima, la com- pasion, estan entrelazadas en un ir y venir a través de ese vinculo tan cambiante en sus modalidades externas, como son los sentimientos. No faltan la perplejidad y la confusion debi- do a esta imagen infantilizada y anifiada del adulto protector. gQuién es el protector y quién el protegido? gQuién es la ma- dre y quién es la hija? Esta confusién y sensacién de no ser contenida por la madre genera una sensacién angustiante de orfandad. Me ha sorprendido la frecuencia con la que las mu- jeres relatan, sin ninguna duda, que sus madres cumplian al pie de la letra con las funciones maternas, pero que no podian contenerlas en sus pedidos y angustias. Enorme y poderosa contradiccién capaz de provocar una herida en el psiquismo de cualquier mujer. La cultura crea la imagen de una madre capaz de tener y darlo todo, fuente de comprensién y bondad, pero en la practica, la nifia se encuentra con una adulta caren- ciada. No es coincidente para nada con la imagen del varén, quien ve a su madre mas cercana a la imagen cultural. Hijas nutricias Al ser la madre quien satisface nuestras necesidades de au- topreservaci6n proporcionandonos seguridad, crea en las mu- jeres una deuda de devolucién nutricia. Luego, las hijas necesi- 44 a a tan ser lo que yo denomino “hijas nutricias de madres caren- ciadas”, aquellas que llevan a la madre a cuestas. Se da esta situacién con mucha frecuencia e intensidad en las hijas mayores. Es el aspecto de la deuda que tiene que ser pagado con cuidados. Este tipo de vinculacién, donde los roles estan invertidos, se traslada al consultorio; las pacientes vie- nen a pedir mi ayuda y, sin embargo, estan cuidando de no re- clamar demasiado o cuidarme de que yo no me angustie. Ade- mas de entender esto, como clasicamente se haria, como pro- yeccién de las propias necesidades o los aspectos vulnerables en mi persona, también es importante considerarlo como la repeticién en el vinculo transferencial de una situacién vincu- lar pasada. La imagen que tienen de lo femenino y que exter- nalizan sobre la terapeuta es de vulnerabilidad y debilidad. Melanie Klein dice: “El lactante, para quien la madre es primariamente sélo un objeto que satisface todos sus deseos, un pecho bueno, pronto comienza a responder a sus gratifica- ciones y cuidados desarrollando sentimientos de amor hacia ella como persona”. Tengamos en cuenta este parrafo y encua- drémoslo en el dispositivo de encierro; pensemos en esa madre de la cual hablé antes, sujeto frustrado y privado para quien el hijo es casi la unica fuente de suministros afectivos. Si estos cuidados se brindan, ya sea en forma consciente o incons- ciente, con hostilidad proveniente de la frustracién, no es ex- trafio que se genere un circuito asfixiante donde la nifia inter- nalice la obligacién de devolver mucho amor para reparar el dafio que observa o percibe en su madre y del que se siente au- tora, victima de un vinculo distorsionado y de su omnipoten- cia infantil. Pero la_exigencia de tener que devolver amor ine- vitablemente provoca hostilidad. Es una nifia sometida a la exigencia de una adulta desnutrida. A partir del gesto de ma- jestar —insatisfaccién en el rostro de la madre—, la nifia co- mienza a creer que dentro de si misma no hay posibilidad de dar para reparar 0, lo que es peor, puede interpretar que posee un potencial maligno capaz de dafar a su mama o que, por lo menos, no le sirve para hacerla cambiar de estado. Hostilidad y destruccién Pienso que a las fantasias basicas sefialadas por Melanie Klein, segan las cuales el nifio cree haber dafiado con su hos- tilidad, hay que agregar ansiedades de destrucci6n, apoyadas por la imagen “castrada” de la madre y por la responsabilidad que ésta, inconscientemente, inocula al encomendarle la repa- 45 racién de sus frustraciones. Si ella dio tanto de si y se poster- g6, son los hijos quienes tienen que resarcirla de esta poster-/ gaci6n. “Un rasgo importante de la fantasia destructiva, equivalente al de- seo de muerte, es el del lactante que cree que sus deseos fantaseados tienen efecto real, es decir, que siente que sus impulsos destructivos han destruido realmehte al objeto y seguiran destruyéndolo”. (M. Klein, Amor, odio y reparactéon) Es evidente que una madre angustiada confirma la fantasia destructiva. Pero no es s6lo en la fantasia que las madres han sufrido dafio y destruccién. Con esta afirmacién quiero re- marcar el refuerzo intenso que sufren las fantasias de dafio cuando se juegan en una relaci6n con una madre dafiada real- mente. Me pregunto, gqué diversidad y cantidad de consecuen- cias psicolégicas deja este vinculo en el psiquismo de la nifia? Si mi fantasia es de avidez destructiva, gcé6mo no voy a creer que destruyo cuando pido, si mi madre dice: “Por dedicar la vida a mis hijos, estoy como estoy”? Por supuesto que hay una infinidad de maneras de expresar este malestar, pero que se lo puede sintetizar en esa pequefia frase. La confirmacién de la omnipotencia destructiva puede llevar a la hija a una inhibi- cién del pedir. Hay que dar siempre en vez de pedir; si se pide para una misma, el fantasma de la maldad y el egoismo se en- sefiorean de nuestra persona. Estos fantasmas pueden susten- tar toda una teoria e ideologia altruista de vida que, en el fon- do, esconde una enorme dificultad para la gratificacion. La imagen cultural de la bondad femenina se encarga cuidadosa- mente de reforzar esta ideologia, continuacién de la trampa del sacrificio en la cual cayeron nuestras madres. Todo el peso y la importancia de los fantasmas inconscientes sustentaran la creencia de que se es “buena” cuando no se pide nada. Luchar contra esta vivencia implica, entonces, enfrentar las fantasias de dafio hecho a la madre; la realidad se opone a nuestra lucha. Nos transformamos en seres temerosos de mos- trar nuestra hostilidad y nuestro egoismo. Vivencias de maldad y locura ~C6émo salir de este enclave de culpa y reparacién patolé- gicas? El intento de evadirse de él trae dolorosas vivencias de maidad y locura. Ser diferente de nuestras madres, de la ima- gen de la Madre, de la imagen de la feminidad cultural, es toda una empresa azarosa donde corremos el riesgo de ser incom- prendidas por nuestro entorno y consideradas realmente como raras o extrafias. 46 El sentimiento de orfandad al cual me referia anteriormen- te, igual que el sentimiento culposo por haberle ocasionado un dafio a la madre, estan muy arraigados en los casos en los cuales ésta ha atravesado situaciones criticas. Injusta situacién para madre e hija, donde la nifa queda expuesta a los momentos de angustia intensos de la madre por ser ésta la nica que la cuida, y donde la madre, por sentirse la unica responsable, se angustia >un mas por su propio esta- do de angustia. Tengamos en cuenta la falta de apoyo a la ma- dre por parte de otros adultos. La familia nuclear aisla a los individuos y centra los afectos fundamentales entre la madre, el padre y los hijos. He observado en mi practica clinica cémo las situaciones depresivas de la madre, en momentos criticos de crecimiento de las hijas, dejan huellas traumaticas dificiles de borrar. Creo que la_psicologia incurre en una enorme contradicci6n que, por supuesto, de ninguna manera es casual, sino que res- ponde a las normas del patriarcado. Me refiero a que, por un tado, Te ha dado una enorme importancia a la madre en rela- cién con su hijo pero, por otro, no se ha preocupado para nada dé las condiciones en las cuales estaba esta mujer. Ha’ partido de las necesidades del nifio (podriamos decir, las necesidades creadas también por una cultura que necesita de un nifio de- terminado) para trasladarlas mecanicamente y por espejo a la madre. Si el nifio necesita dedicacién de tiempo completo, la Madre también lo desea. Ingeniosa manera de borrar a la mu- jer que sostiene la funcién materna y de transformarla en un ‘perfecto instrumento de una relacién que el sistema necesita que se cumpla. Hemos visto que las madres tienen dificultades para expre- sar la hostilidad; la imagen que transmiten es de martir 0 he- roina del sufrimiento. Una de las mas terribles consecuencias es que las madres “buenas” impiden la proyeccién de los im- pulsos hostiles de la hija. Es la hija, entonces, la que se senti- ra “mala” por sus propios sentimientos agresivos. Son madres con caracteristicas apaciguadoras, con una €- norme tendencia a ocultar la agresividad; prisioneras, ellas también, de las exigencias del ideal maternal. Se genera asi entre ambas un circuito fatal, pues no se puede exteriorizar la agresion con una madre que trata por todos los medios de evi- tarla y ubicar las cosas como si ésta no existiera. Esta si- tuacién asfixiante genera una mayor agresién y, por lo tanto, mayor sensacién de maldad interior y sentimiento de culpa. Si el mensaje para la madre y, desde la madre, es dar la vi- lapor la hija, qué espacio, me pregunto, puede quedar para exteriorizar sin culpa la agresividad. La madre victima crea 47 ; una hija victima, una hija de su propio sacrificio, y ambas se esclavizan mutuamente en un circulo cerrado de tirana depen- dencia. Espacios cerrados, espacios abiertos El sistema patriarcal se caracteriza por transformar a la madre de verdadera victima en culpable. Aislada en ese tram- poso dispositivo de encierro, termina creyendo que todo lo que les ocurre a los hijos es responsabilidad de ella. ~C6mo no pensar asi si la sociedad le encargé el papel central en el cui- dado de aquéllos, a la vez que descuid6 sus necesidades mas vitales como ser humano? Ese mismo aislamiento y el discur- so general, le ocuJtaba cruelmente cémo ella era el producto social de una época, a la que le debia sus propias falencias. De cualquier manera, he querido remarcar que a pesar de padecer un conflicto con su propia condicién de mujeres, y a la vez, gracias a él, estas madres pudieron transmitir a sus hi- jas, a través de sus propias contradicciones, un cierto deseo de cambio y posibilidades para ello. Que el lector tenga en cuenta que ese mensaje contradictorio de madres a hijas no es patri- monio unico de la generacién de 1950, sino que se sigue produ- ciendo en la actualidad, en la generacién de madres que vinie- ron después y también en generaciones anteriores. He hablado de un espacio de asfixia donde madre e hija se esclavizan mutuamente; espacio externo que todas las mujeres hemos interiorizado y en el cual luchamos permanentemente contra nuestra peligrosa madre interna. gCémo poder trans- formarlo en un espacio abierto, que no nos ahogue y nos deje continuar adelante reconociéndonos en esa mujer diferente, mas auténoma, que se habla a si misma, deseada a la vez por nuestras madres y nosotras? Para que esto ocurra tenemos que crear un espacio de encuentro con otras mujeres donde po- der intercambiar ideas y experiencias silenciadas por la cultu- Ta patriarcal; dialogos que nos sirvan para transformar las quejas en conceptos esclarecedores de las condiciones de nues- tra existencia. Como diria Sheila Rowbotan, seria valioso en- contrar “el medio de poder liberar y comunicar maneras de ver, reprimidas por la subordinaci6n”. Me REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS Badinter, Elizabeth: zExiste el amor maternal?, Paidés, Barcelona, 1980. Bonder, Gloria: “Los ideales femeninos”. Trabajo presentado en las Jornadas Argentinas sobre la Mujer, Buenos Aires, 1980. Bleger, José: Simbiosis_y ambigiiedad. Paidés, Buenos Aires, 1972. Castilla del Pino, Carlos: Cuatro ensayos sobre la mujer, Alianza, Barcelona, 1974. Chesler, Ph.: Les femmes et la folie, Payot, Paris, 1979. Gilabert, Abelardo: Acerca de la psiquiatria social y el psicoantllisis, Editorial Preliminar, Buenos Aires, 1973. 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Con sesenta ya, ni modo, se es vieja, contigo se puede hablar. 2Co- mo hiciste?' Estas muchachas inteligentes y vitales tie- nen, sin embargo, el miedo de correr el destino de sus madres. Y cuantas madres de clase media, es decir, bien cuidadas, bien alimentadas, a los cincuenta, a los se- senta, ya son viejas y viven tristes y amargadas o dul- cemente resignadas”. Marie Langer “Vila sangre menstrual de mi madre antes de ver la mia. El suyo fue el primer cuerpo femenino que miré, para saber lo que eran las mujeres, lo que seria yo. Re- cuerdo haberme banado con ella en el agua fria. Pensé, de nifia, que era hermosa: una reproduccion de la Venus del Botticelli en la pared, a medio sonreir, con el cabe- lo suelto, se asociaba en mi mente con ella. Al comien- zo de mi adolescencia, miraba todavia de soslayo a mi madre, a su cuerpo, que vagamente imaginaba: yo tam- bién tendria pechos, vello entre los muslos, sea cual fuere el significado de eso para mi entonces, y con la ambivalencia que implicaba aquel pensamiento, Habia otros pensamientos: yo también me casaria, tendria hi- jos, pero no como ella. Ya sabria como encontrar la for- ma de ser diferente” Adrienne Rich HORROR AL PARECIDO CON LA MADRE. HERENCIA DEL DESCONTENTO Una mujer de 58 afios me confes6 que le hubiera gustado ser como su madre: lo contrario de lo que me ocurrié a mi y a las mujeres de mi generacién. No encontré en ella ese horror al parecido, tan habitual en las mujeres jévenes. La madre no 50 aparecia ni denigrada, ni descalificada, sino que era admirada y visualizada como injustamente sujeta a la autoridad de un marido autoritario. Me quedé una vez mas reflexionando acer- ca de la tensi6n continua que denuncia actualmente el vinculo entre madres e hijas; realmente un conflicto tipico de nuestra generacion. Es intensa la tendencia a pensar que los conflic- tos psicolégicos son invariables, aunque los periodos histéri- cos manifiesten grandes diferencias pero, si enfocamos con a- tencién el nudo del conflicto madre-hija, en el presente, po- dremos encontrar una pista que pruebe lo contrario. En las mujeres de 58 a 62 afios que llegué a entrevistar en la practica de mi profesién, la madre aparecia como el modelo de lo bue- no, lo valioso, y no sélo por sus cualidades afectivas, que fue lo primero que sospeché, obedeciendo a la asociacién que hace nuestra cultura entre lo femenino y lo afectivo, sino también por su eficiencia y su inteligencia. Entre esas entrevistadas no encontré rastros del malestar tipico de las mujeres actuales cuando hablan de sus madres y sin embargo, en la practica, este grupo de pacientes excepcionales para su época, se diferen- cian de sus madres en que desarrollan con éxito una profe- sién. El punto de mayor identificacién con éstas se dio a tra- vés del rol maternal: quisieron ser madres perfectas, abnega- das, altruistas, con una dedicacién completa, no en el sentido del tiempo entregado a los hijos, pero si en cuanto a la calidad de esa dedicaci6n..A pesar de trabajar fuera de sus casas, tra- taron de ser “madres perfectas”, como sus propias madres. Este fendmeno no se observa de la misma manera en la gene- racién actual, porque las mujeres sienten mas la contradic- cién entre ambos roles, y la figura de su madre es cuestionada. Creo que este cuestionamiento expresa el choque entre dos i- magenes diferentes y aparece un sintoma ruidoso en el senti- miento de malestar y horror al parecido. Aunque en nuestro pais las revistas “verdaderamente femeninas” publicadas jus- tamente alrededor de los afios 50 daban una imagen unitaria, lineal, sin conflictos ni contradicciones, el conflicto de las hi- jas me hace pensar que muy distinto debe haber sido, en reali- dad, el mundo interno de aquellas lectoras femeninas, es de- cir, el de las madres de esas mujeres. 4Cémo explicarme, si no, la tensién entre dos ideales contradictorios de mujer que acu- san las mujeres jévenes actuales, hijas de aquéllas? El] mundo interno de la generacién de hijas refleja, indirectamente, el mundo interno de la generacién de madres. Hijas y madres ' hablan a través de un conflicto encarnado con enormes fuer- zas en la problematica de las hijas. Pero, seguramente, el co- mienzo de ésta se encuadra en las contradicciones maternas. En tanto aquellas muchachas, por medio de la lectura, inter- 51 nalizaban la imagen de una mujer coquetamente vestida den- tro de una casa ordenada y rodeada de primorosos hijos, algo en su interior se movia en sentido opuesto; una fuerza emo- cional contraria las levaba a cerrar los ojos imperceptible- mente y mirar a otra imagen ubicada en el centro de su con- ciencia. Pero cémo atreverse a confesar y a confesarse abier- tamente este desagrado frente a un modelo de mujer sanciona- do como el ideal? Tomemos conciencia de que somos noso- tras, las hijas, las que heredamos ese descontento, esa secreta insatisfaccién. Esta nos empujé al cambio y a la accién modi- ficadora. Y, como nunca un afan de cambio se adquiere gratui- tamente, lo pagamos con culpa y con miedo. EL PRECIO DEL CAMBIO: LA CULPA Es del sentimiento de culpa del que quiero hablar ahora!- Marie Langer se refiere a él en su libro Memoria, historia y didlogo psicoanalitico. Encontrar esta idea mencionada en las paginas de un libro escritas por una mujer a quien admiro por su capacidad de lucha, termin6é de convencerme de la realidad dei drama que vivimos las mujeres de hoy. Al pensar estos te- mas he dudado muchas veces de las supuestas verdades que me indicaban; refugiada en la soledad de mi consultorio he creido estar pensando ideas arbitrarias o raras que me invadian con 1. “La culpa ha sido y es un factor muy importante en la secular o- presion de las mujeres. Cuando las mujeres unen sus fuerzas para | transformar este mundo de desigualdades, la reaccion vuelve a agitar la culpa y la convierte en un principal factor de desmovilizacion de los grupos de mujeres”... “Desde que Eva invite a Adan con la manza- | na del pecado, hasta las madres de todos los psicoanalizados del mundo, las mujeres han sido asociadas con la culpa. Se dice que la culpa es el tinico sentimiento creado, no auténtico. Es una emocién creada por la cultura, un mecanismo intimo, personal, en alerta con- tinuamente y que se presenta como irresoluble. La luz roja de la culpa avisa que algo se ha hecho que no es correcto, que se dejé de hacer algo, que se hirié a alguien o que no se pudo Ilenar un ideal determi- nado. La culpa avergiienza a quien la sufre por ser como es, por in- cumplir debe-res, por mostrar determinadas facetas de su caracter. “La culpa es un mecanismo complejo que se usa frecuentemente como elemento de ensenanza y control de la conducta sumisa de las mujeres. Es la forma mas efectiva de generar la autonegacion, el auto- castigo, la renuncia, en fin, es el freno a la libertad y el cambio. Es una de las mejores armas con que cuenta la sociedad para mantener la opresion de las mujeres. 52 un sentimiento de extrafieza. Tal vez la figura de Marie Langer represente en mi esa imagen femenina con quien me puedo i- dentificar para apoyarme en ella y asi poder expresar lo que pienso. Ella dice: "Una meta importante del andlisis de esta mujer (refirilendome a la mujer actual) seria que ella comprendiera, como Freud nos lo ex- plicé para el hijo varén frente a su padre, que también para la hija es causa de culpabilidad haber logrado superar a su madre. Esta culpa- bilidad desplazada que se racionaliza al pensar que una es tanto peor como esposa y madre de lo que fue ella. Esta culpabilidad proviene de la vieja rivalidad con mama, a quien ahora se ha ganado. Para que esta victoria no sea demasiado resonante, mejor amargarse, mejor decir que una, al no saber coser, ni guisar como ella, es una nulidad.” Estoy de acuerdo totalmente con la idea de que superar a nuestras madres nos trae un agudo y doloroso conflicto de cul- pa, pero lo que no creo es que éste dependa exclusivamente del conflicto edipico, es decir, del deseo ancestral e infantil de querer ganarle a la madre a causa de la rivalidad. Creo que la situacién es aun mas compleja, y es importante que no nos re- duzcamos en las explicaciones sino que tratemos de abordar otras interpretaciones donde aparezca y se explicite mas cla- ramente la dimensi6n social de los conflictos. Como decia antes, hijas y madres hablan a través de este conflicto expresando la problematica social de una época. Al- gunos se preguntaran por qué hago tanto hincapié en este mo- mento histérico (la década de 1950) y francamente confieso que se trata de una etapa riquisima por la enorme cantidad de contradicciones que se dieron en ella. Ese periodo nos puede servir como un interesante modelo para ver cémo las contra- dicciones maternas se encarnan en la subjetividad y accion de las hijas. Como ya dije antes, las mujeres entraron masiva- mente al mercado del trabajo en la Argentina, situacién que provocé una discordancia entre la realidad y la imagen de la mujer. Por otro lado, debido al peligro que implicaba ese des- fasaje, todos los medios de difusién se dedicaron con vehe- mencia a promover, mucho mas que en momentos anteriores, “La culpa es una fuerza paralizadora del cambio, es una fuerza re- accionaria y conservadora, pretende encasillar a las mujeres en su posicién de sumisi6n, ahoga los gritos de rebeldia, castiga cualquier intento de romper con el viejo orden de dominacién masculina” (La culpa como factor desmovilizador de los grupos de mujeres, Carolina Carlessi. Escritos en movimiento. Documento especial de la revista eQué pasa, mujer?, 1982). 53 Ja imagen tradicional. gPero cémo volver atras una situaci6én que ya habia comenzado a promover cambios en la psique fe- menina?gCémo acallar completamente las ansias de libera- cién que estas mujeres seguramente sintieron al entrar en los centros universitarios, aunque luego abandonaron sus estu- dios por el casamiento tradicional? Estoy segura de que, aun- que la imagen de mujer promovida por los medios de difusi6n y presente en las revistas femeninas haya sido definida priorita- riamente por el ideal de la mistica, muy distinto debe haber sido el mundo interno de aquellas mujeres, que ya desde esa época guardarian dentro de si imagenes contradictorias. De la imagen mas liberal, la de la mujer que puede aceptar con me- nos prejuicios su sexualidad, que puede plantearse logros y éxi- tos laborales, que se atreve a optar por ser madre o no serlo, de esa mujer nos hicimos cargo nosotras. Es por eso que el senti- miento de culpa antes apuntado y que registra Marie Langer, puede interpretarse también en relaci6n con estos cambios his- t6ricos. El proceso de diferenciacién con respecto a nuestras madres nos hace caer en el doloroso espacio de la culpabilidad, porque nos vuelve imprescindible el cuestionamiento de ideales socia- Jes valorados como los mis legitimos por el discurso general. No es que este proceso sea caracteristico y exclusivo de las ma- dres e hijas de este periodo, sino que toma y adquiere mayor intensidad y una particular cualidad dramatica bajo los efectos de ese determinado periodo histérico. CULPA Y SUPERYO En Nuevas aportaciones al psicoandlisis, Freud destaca que el sentimiento de culpa es la consecuencia de la pugna o ten- sién existente entre el yo y el supery6. Antes de que se consti- tuya el supery6, existe un estado en el que todavia no se puede hablar de culpa sino de ansiedad social. Al usar esta denomi- nacion, Freud intenta resaltar que la ansiedad es causada por un factor de orden social exterior al sujeto. La existencia del supery6 implica ademas que el sujeto esta identificado con la norma, que la toma como propia. De acuerdo con Hugo Bleichmar, el sentimiento de culpabili- dad es el estado doloroso que alguien experimenta consciente o inconscientemente cuando se cumplen las siguientes condicio- nes: 1) se representa a si mismo como infractor de una norma, preferentemente que prohiba dafiar, perjudicar o hacer sufrir a | alguien; en suma, que proscriba la agresién; 2) esta norma es ‘ aceptada como legitima y forma parte del ideal del yo. 54 Alguien puede sentirse culpable por dos clases de condi- ciones: a) identificacién con la imagen que el otro le da de si, imagen en la que aparece como culpable, y b) identificaci6n con el otro que se siente culpable. En El yo y el ello, Freud ha- bla del sentimiento de culpa como resto de alguna relacién a- morosa abandonada que se conserva a través de la identifica- cion. El sentimiento de culpa se manifiesta durante el transcurso del proceso de diferenciacién de la hija, porque ser distinta de la madre implica identificarse con una imagen de mujer no tradicional y esta desidentificaci6n es vivida como una in- fraccién a la norma. No me refiero exclusivamente al proceso de diferenciacién temprana, sino a una dinamica que conti- nua durante la juventud y que se manifiesta criticamente en la edad media de la vida, edad en la que las definiciones per- sonales cuestionan el sistema de identificaciones. La necesidad de ser diferente de la madre se encuentra exa- cerbada por la identificaci6n de las j6venes con los nuevos ideales sociales que expresa la ideologia mas liberal, en con- traposicién al modelo materno representante de la tradici6n. Este ideal de mujer aut6noma que se insinuaba timida- mente en la queja y protesta de las mujeres, toma fuerza al en- trelazarse con los nuevos ideales sociales femeninos que la cultura desliza en el juego de sus contradicciones. Pero las sensaciones de infracccién y culpa persisten porque el ideal tradicional es el que esta legitimado desde lo hist6rico-cultu- ral, y legitimado con la modalidad de accién de la madre des- de lo vincular. Como dice Hugo Bleichmar, si el personaje significativo ve al nino de una determinada manera, en este caso como culpa- ble, ya se lo diga explicitamente o bien se lo transmita a tra- vés de las mil formas sutiles en que se puede inducir de mane- ra inconsciente en otros una determinada imagen de si, el ni- fo se representa a si mismo.como culpable, independiente- mente de sus conductas o fantasias. La representaci6én que el nino se haga de si mismo, constituida por la captacién de la imagen que le viene del otro, sera entonces la de alguien cul- pable. Porque, gquién es el que mira a la nifia brindandole con su mirada claves importantes para su identificacién? El personaje que estara mas cerca de ella, en tiempo y en signi- ficacién afectiva en nuestra cultura, sera la madre, y no es ex- trafio que ésta la mire inconscientemente como culpable de algo, asi como ella se siente en el fondo de si misma. Le trans- mite con la mirada un sentimiento conocido o desconocido, pero que facilmente puede proyectar en la hija por la identi- dad sexual de género. El otro significativo social es quien 55 sigue mirando a esa nifia durante el transcurso de su vida, y en su largo proceso de personalizacion le proporcionara las representaciones psicolégicas que le daran cuerpo y sentido de existencia. Este otro esta condensado y plasmado en la trama de vinculos significativos que ira construyendo a lo largo de su desarrollo como persona, como asi tambien en las image- nes mas impersonales del discurso (medios de difusion, image- nes femeninas de la cultura). Estas tendran tanta influencia en ella como las imagenes fermeninas que los otros cercanos le brindan de si. Vernos a nosotras mismas impugnando valores y creando conflictos en los vinculos sociales es lo que nos devuelve una imagen de “maldad y egoismo”, somos las malas, porque el otro significativo nos brind6 una imagen legitima y legitimi- zada en la estabilizadora, la cohesionadora, la resignada a las necesidades y expectativas de los otros y, por lo tanto, la que se pasa todo el dia reparando y arreglando lo roto. En conse- cuencia, vernos a nosotras mismas ejerciendo nuestra capaci- dad critica, utilizando nuestra hostilidad para autoafirmar- nos, destruyendo valores y también simbélicamente los vin- culos en los cuales estos valores estan presentes, nos remite a una autoimagen destructiva que nos provoca una intensa an- gustia y que es motivo de paralizacién del cambio personal. Confundimos muy facilmente autoafirmacién con agresivi- dad. A esta ultima se la puede definir como la intencionalidad de provocar dafio fisico o moral, por el placer que ello impli- ca. Y esta confusién se da en el marco de una cultura en la cual se critica al movimiento y se lo censura como agresi6n, porque desencadena el panico a la desaparicién de la estabi- lidad conservadora y a la aparicién de la dinamica de cambio. Las mujeres, en este proceso de automodificacién, perdemos la estabilizadora y tranquilizadora identificactén con el ideal, y pasamos en un giro brusco a identificarnos con su negativo. De buenas pasamos a sentimos malas y culpables. LA CULPA: HERENCIA DE MUJER Por otra parte, la culpabilidad puede acentuarse por la identificacién con figuras culposas; una madre culposa dara como resultado una hija culposa. Ya dije antes que la imagen de mujer, referente femenino identificatorio, es la de una mu- jer victima y culpable por sus propios deseos reprimidos y también por herencia de identificacién con su propia madre. Asi nos dice Lucy Freeman: “En su depresién, una mujer martir esté emulando en la fantasia a su madre deprimida. La nifia, al decir de Ana Freud, ‘la sigue a la madre hacia su personalidad depresiva’. Segan sefiala, este proceso ‘no es una mera identificacion o una imitacion de la madre, sino una respuesta al clima emocional que ha infectado la psique infantil como un virus lo haria en su cuerpo”. En esta identificacién primaria con alguien que se siente culpable, las mujeres se veran en falta continuamente como si hubieran agredido, sin necesidad de que lo hayan hecho en su conducta o en su fantasia. No sdélo se trata de que por la iden- tificacién adquirieron un cédigo por el cual determinadas conductas o fantasias, que para otra gente no serian agresivas © indicadoras de maldad, para ellas si lo son. Al identificarse con un personaje significativo, al que vivencian como culpa- ble, interiorizan una imagen de si mismas también culpable. Y esta interiorizacién se da, hagan lo que hagan. Si alguien se siente dafiino, malo, culpable, entonces dedu- cira que tiene que haber herido, agredido, que aquello implica esto Ultimo. Este drama interior me lo describia con notable claridad y lucidez una paciente que me decia: “Primero esta la culpa y luego busco o aparece el motivo”. Ella se vive como culpable y desde alli se interpreta a si misma en todos los ac- tos de su vida. Como dije antes, las mujeres nos sentimos dafiinas y culpa- bles en la medida en que intentamos romper la identificacién con la cohesionadora, apaciguadora y resignada. Impugnar va- lores sociales considerados naturales y sagrados conlleva el a- bandono del lugar identificatorio. Nos invade el doloroso sen- timiento y la creencia ingenua e irracional de que somos agre- sivas y que, por lo tanto, hemos dafiado a aquellos a quienes tenemos que cuestionar, debido a nuestro cambio y también para poder cambiar. La cultura nos brinda un considerable re- fuerzo del sentimiento de culpa al ofrecernos esta imagen de mujer pacifica y pasiva. Aunque creo que las raices que per- miten que esta imagen prenda con intensidad y fuerza se con- forman en la infancia a través del vinculo identificatorio con la madre. En este vinculo se adquiriria una imagen totalizan- te de culpabilidad que es previa y otorga significacién de agre- sivas a determinadas conductas, como puede ser, en este caso, la accion de cuestionar, de conflictuar, de rechazar lo estable- cido. Las que de hecho no impugnan también se sienten culpa- bles. Pero la culpa se potencia y refuerza con los intentos de cambio. Veamos la diferencia con los hombres: un rebelde, un innovador también puede sentir culpa por impugnar valores sociales antiguos que incorpor6é como legitimos, pero no pa- 57 dece el refuerzo de una imagen identificatoria culposa que sea fuente primordial de identidad, porque su modelo de referen- cia mas importante es el padre, a quien identific6é con la ac- cién. Por el contrario, su identidad masculina, su virilidad, se ve afirmada por la accién. La accién en nuestra cultura es masculina y la quietud es femenina. En el sentimiento de culpa, el ideal que esta en Juego es el “No danaras” o “No perjudicaras” con todas las variantes que puede asumir esa férmula sintética. Cuando las mujeres im- pugnamos los ideales de la mujer tradicional, estamos impug- nando el ideal “No danaras”, porque es como si el cumpli- miento del ideal actual implicara el dafio de los otros, tanto marido como hijos. Hay una confusién entre danar a otro y cambiarlo. Y, ademas, la fuerte identificacién de las mujeres con el ideal de la “mujer de hogar” o ideologia del sacrificio, al priorizar la postergacién de la mujer en aras del desarrollo del marido e hijos, con la suposicion de que su cumplimiento entrafia una felicidad incuestionada, implicitamente propone que las mujeres debemos tratar de no danar a los demas, sino ayudarlos en todo momento. Hay que demostrar bondad y ser siempre altruistas. En la medida en que cumplimos con la moral del sacrificio caemos en la ilusién de que no dafiamos a nadie. Con estas reflexiones no estoy afirmando que las mu- jeres seamos realmente altruistas en todo momento y los hombres egoistas, porque seria una verdadera falacia ilusoria, pero si que nos sentimos tiranizadas y esclavizadas por este ideal de dedicaci6n a los otros. Al no cumplir con el ideal del sacrificio nos invaden sensaciones de infraccién, de rareza, de extranamiento y de culpa. LA PARADOVA DEL IDEAL El sentimiento que tendria que surgir con claridad en nues- tro interior, al cumplir con los ideales, seria el de la autova- loracién. Este se hace presente en el psiquismo cuando la conciencia critica evalua que el yo ha cumplido con el ideal. Por el contrario, lo que va creciendo dentro es un profundo y sutil sentimiento de desvalorizacién cuando se cumple con los ideales de la moral del sacrificio, 0 sea que la satisfaccién narcisista no esta claramente ligada al sentimiento de valor. Si cumplimos con el ideal, las mujeres podemos sentirnos buenas pero no valiosas. Recuerdo a Diego Garcia Reynoso, cuando dice que la identificacién con el ideal del opresor es la que trae la satisfaccién narcisista; en este caso, parece cum- plirse esta satisfaccion por la identificacién del ideal propues- 58 a a ee to por la cultura patriarcal, pero el yo no parece beneficiarse mayormente con los privilegios de alecanzar o estar cerca del ideal, porque el sentimiento de autoestima no se eleva de acuerdo con lo esperado por las leyes psicolégicas. Lo que ocurre es que, desde esta perspectiva, las mujeres alcanzamos el ideal patriarcal y nos regocijamos con él cuando nos senti- mos complemento del hombre y, por lo tanto, realizamos un desplazamiento de nuestro valor a nuestro compafiero comple- mentario. Ser inferiores a ellos parece llenarnos de satisfac- cién narcisista, pero es evidente que este tipo de ideal no puede brindarnos una sensacién de valor. Vernos que una de Jas condiciones del ideal del yo, en las mujeres, es no valori- zarse, o sea, tener la estima por el suelo. Por el contrario, el no cumplimiento del ideal patriarcal y la sensacion de acer- carse a un ideal de mujer mas liberal aumenta el sentimiento de autoestima, pero pone en desequilibrio el cumplimiento del mandato culposo, como si se hubiera cometido alguna “falta”. En realidad, paradéjicamente, mirarnos como valiosas es lo que nos trae conflicto con la conciencia critica. Extrana tram- pa en la que la condicién femenina nos encadena y nos atra- pa, paralizandonos. MANIA DE EMPEQUENECIMIENTO. DELIRIOS DE GRANDEZA Si existe una representacién frecuente del yo femenino, es la pobre representacién de si mismas que hace vivir como ele- vado cualquier ideal de crecimiento y progreso personal. No es que los ideales sean especialmente altos, sino que la pobre representacién de si mismas o mania de empequenecimiento provoca la vivencia de inalcanzabilidad de cualquier ideal. Esta situacién psicolégica corresponde a la de todo marginado social. Este interioriza la condicion de inferioridad atribuyén- dola a una especie de naturaleza esencial. Su inferioridad re- side en lo opuesto —complementario, o sea el negativo, del modelo dominante, en nuestro caso, el hombre—. Hablando de este fenémeno, Ivette Roudy dice: “El fenomeno de marginalizacién comienza cuando esta subordi- nacién de hecho se convierte en una subordinacién de naturaleza. Cuando la sociedad misma sefala a los que estan en una situaci6én inferior y, al sefialarlos, los excluye. No es exagerado, en este sentido, hablar de racismo a propésito de los marginados: el racismo no es mAs que una teoria de la exclusion, en virtud del cual el individuo ‘diferente’, el marginado, es invitado a considerarse a si mismo como ‘otro’. La ideologia dominante, apoyada por los medios de informa- cion, mantiene en el marginado un comportamiento social de sumi- 59 sion que no es para nada innato, sino que es el producto de la cultura diferenciada con la que se ‘beneficia’. Es necesario, para que el siste- ma jerarquico pueda reproducirse, que los marginados presenten ras- gos complementarios a los del modelo dominante, y que hagan de si mismos un modelo exclusivamente negativo. Asi, a la agresividad, la fuerza, la eficacia del dominante deben corresponder la pasividad, la ignorancia, la docilidad, 1a ineficacia del dominado. El marginado, que interioriza esa imagen, esos rasgos, confirma a la sociedad en su razon”. La identificacién de las mujeres con una imagen negativa y desvalorizada del modelo dominante masculino es un fen6- meno que observo muy habitualmente en mis pacientes: cuan- do una mujer comienza a valorizarse atraviesa periodos en los cuales confunde el sentimiento de valor con el sentimiento de omnipotencia, de hipervalorizacién, como si la atrapara una especie de pequefio delirio de grandeza. Es dificil convencerla de que su “engreimiento”, en realidad, es autovaloracién. Son comunes las expresiones de “4No me estaré transformando en una engreida, una pillada?”, “gNo sera como un delirio de grandeza?”, “Tengo miedo de que me tomes por vanidosa”, etc. Cuando escucho estas frases no puedo dejar de sentirme ago- biada por la evidencia indiscutible del poco amor que nos pro- digamos a nosotras mismas, de la poca confianza que nos o- torgamos, del recelo con el cual nos miramos y nos medimos. EL DESAFIO DE CRECER Volviendo al dificil problema de la diferenciacién madre- hija, es facil darse cuenta de cémo Ia diferenciacién se trans- forma en una gran empresa, en algo que ofrece las vias de so- lucién de un conflicto aparentemente cerrado. Crecer es mu- cho mas que crecer y adquiere aqui el significado de una con- ducta, de todo un compromiso de cambio: es realmente una rebelién, y asi lo vivimos. Por eso se nos hace tan dificil. Ademas, el proceso de diferenciacién no esta facilitado, como lo ha sido en otros momentos histéricos, por la mayor pro- ximidad entre el modelo de las abuelas_ y el modelo de las ma- dres (o sea entre dos generaciones cercanas). Esta continuidad hizo que el proceso psicolégico de diferenciacién fuera menos brusco, menos dramatico, ya que la proximidad de los mode- los culturales brinda un hilo conductor, casi lineal sobre el que se desliza la identidad. Por el contrario, la discontinuidad entre los modelos exige que, para poder diferenciarse, se pro- duzca una ruptura con los valores tradicionales. El drama so- cial se infiltra asi en nuestros sentimientos mas intimos. Esta 60 falta de continuidad tiene en nosotras un doble efecto: por un lado, nos impulsa a una mayor preocupacién por diferenciar- nos, pero por otro dificulta ese proceso por la sensacién de desgarro que nos produce. Desgarro al romper con lo conocido y tranquilizador; es como abandonar a un viejo acompafiante que nos fue fiel durante un largo trecho de la vida. Es cometer una especie de rara y novedosa infidelidad que nos deja libra- das al vacio, al miedo a la libertad y al tener que inventar nuevos modelos. 4A quién traicionamos con nuestro cambio? No lo sabemos muy bien pero, inevitablemente, por mucho que tratemos de auxiliarnos con la reflexién, nos invade una sensacién de estar transgrediendo, violando algan mandato eterno y sagrado. Esta cualidad de lo sagrado esta fomentada por una creencia compartida tanto por hombres como por mu- jeres: creemos que los ideales culturales de lo femenino y lo masculino fueron vigentes durante toda la historia que nos precedié. Grave error, puesto que los ideales de feminidad y maternidad se fueron modificando de acuerdo con los distin- tos periodos histéricos. Y si no, no hay mas que recordar la época de las nodrizas. jCuantas diferencias existen entre las mujeres que entregaban a sus hijos a otra mujer casi descono- cida, y las madres de la generacién del 50 que transcurrian la mayor parte de su tiempo junto a ellos! Pero los sentimientos y las vivencias desconocen esta realidad, y nosotras, las pro- tagonistas del cambio, creemos estar rompiendo con leyes in- mutables y fijas, lo que nos Ilena de mayor culpabilidad. Que- rer crecer, ir hacia adelante en un pleno desarrollo, significa en estos momentos una heroicidad vivida como peligrosa y destructiva. Sentimos como si con nuestra accién diferenciadora aban- dondramos o dafidramos a aquellos que no siguen nuestro ca- mino, porque no es sélo con la madre con quien se siente cul- pa sino también con otras mujeres a quienes sentimos mas carenciadas. Es frecuente que las mujeres, inquietas por la si- tuaci6n de sus iguales, sientan cada accién personal liberado- Ta como una especie de reivindicacién de su género. Parece que hay que reivindicar a las madres y a las otras mujeres tam- bién. gSera ésta una inquietud verdaderamente altruista o un mecanismo apaciguador de la culpa? Creo que incluye ambas condiciones que me parece importante discriminar para no caer en una cadena de acciones cuyo sentido, mas que el ayu- dar, es el de reparar neuréticamente. 61 LA HOSTILIDAD: CRITICAR O DANAR Para impugnar los antiguos valores tenemos que hacer uso de la hostilidad necesaria para el sentido critico. En el nivel mas primario, la hostilidad se manifiesta espontanea y direc- tamente, sin explicacién interior que justifique este senti- miento. En el segundo nivel, mas elaborado, hay una busque- da de los motivos y razones para explicar este sentimiento, y esta busqueda es la que tiene relacién mas directa con la ca- pacidad de ejercer el sentido critico. En este nivel, la preocu- pacion por el estado de la persona sobre la cual se ejerce la critica es habitual, normal y necesaria y expresa el sentido de responsabilidad que tenemos sobre los demas. Pero este senti- do, en las mujeres, parece estar sobreacentuado a tal punto que cualquier tipo de critica que se realiza para discriminar lo que se elige de lo que no se elige, lo que gusta de lo que no gusta, provoca un sentimiento de culpa persecutoria, en el que se confunde esta actitud critica con hacer dani o herir. Esta confusi6n, al paralizar la hostilidad, puede Ievarla a retornar al primer nivel ya nombrado. Y con esta modalidad, los senti- mientos de célera son vivenciados como irracionales o irre- flexivos, provocan mas culpa y, por lo tanto, mas parAlisis. gY como explicarnos que la expresién de nuestra violencia, en vez de provocar la accién, nos paralice? La explicacién es que provoca una imagen peligrosa y agresiva de nosotras mismas; esta imagen de “la mala”, que aparece como una ‘de las mas terrorificas para el superyé, tiene la capacidad de frenar cual- quier impulso por mas fuerte que éste sea 0, por lo menos, de transformarlo en otra emoci6n disfrazada. Ya veremos en qué se transforma la célera. Hay que ayudar a las mujeres cuando aparecen estas reacciones coléricas explosivas, aparentemente sin sentido, a buscar las razones valiosas y legitimas que se ocultan en esa masa de sentimientos reprimidos y aparente- mente irracionales. Ejercer la capacidad critica, decir que no, elegir lo que pue- de gustar y lo que no, es una capacidad que las mujeres necesi- tan desculpabilizar, o sea que necesitamos barrer con todos los fantasmas que su ejercicio pone en juego. En el vinculo con la madre se encuentra uno de los origenes de las dificul- tades para ejercer esta capacidad. La critica que ayuda y es im- prescindible en el proceso de discriminacién-diferenciaci6n, se dirige hacia ciertos aspectos de la persona de la madre que son rechazados, repudiados o desvalorizados. Pero este impul- so critico provoca la sensacién de estar impugnando la totali- dad de la persona materna. Por lo tanto, se confunde la critica parcial, que apunta hacia ciertos rasgos de la madre que no se 62 BK te ee desean para si, con una invalidacién o descalificaci6n total. Como esta confusién provoca angustia, el sentido critico puede quedar coartado o inhibido. Los conflictos con la hostilidad son muy importantes en la conflictiva psicologica de las mu- jeres; son un punto todavia oscuro de nuestro conocimiento; aun sabemos poco sobre las trabas e inhibiciones femeninas. Como crecemos al lado de alguien de quien percibimos, en el fondo, su fragilidad, el hecho de querer expresarle nuestro re- chazo agresivo, nuestros odios reprimidos nos trae la dolorosa y culpabilizante sensacion de dafiarla y destruirla. No pode- mos manifestarle nuestra hostilidad porque nos sentimos res- ponsables de su estado. Tengamos en cuenta que toda mujer se siente en el fondo débil, vulnerable y que seria muy dificil que este sentimiento no nos lo transmitiera nuestra madre, aun- que muchas veces se presenta con una apariencia autoritaria y omnipotente (no es la mayoria de los casos). Verla débil y victima nos causa también rechazo y hostili- dad. En realidad, son estos rasgos los que le reprochamos y no el habernos dado poca leche o el habernos traido sin pene a este mundo, como afirma Freud en sus articulos sobre la sexualidad femenina. Este conflicto psicol6gico con la madre se extiende como un modelo de relacién a otros vinculos y se vera reforzado en el proceso de crecimiento con la represi6n que hara la madre de la hostilidad de la hija, por considerar que la aleja del modelo valorizado de feminidad. Asi dice E- jena Gianini Belotti, en su libro Du cété des petites filles, a riéndose a esta temprana represi6n: “Yo podria precisar que las madres son mas severas, mas rigidas y exigentes con las hijas sobre todo si éstas son hipertonicas, es decir, activas, curiosas, independientes, muy precoces en su movilidad, di- cho de otra manera, cuando ellas presentan comportamientos cuyo caracter es considerado como masculino... Y como ese caracter es el Unico que no entra en los estereotipos, las intervenciones son violen- tas para que no le quede a la pequefia mas que manifestar un tipo de agresividad reconocida como ‘femenina’, es decir de autoagresion, con llantos prolongados y autocompasién”. Por supuesto que esta actitud represora de la madre, des- pierta en la hija intensos sentimientos de odio. Habria que mostrar la relacién que tienen estas dificultades con el buen manejo y exteriorizacion de la hostilidad con los sindromes depresivos tan caracteristicos de las mujeres. Toda hostilidad, agresion y célera no expresadas abiertamente se vuelven con- tra la propia persona. Y este mecanismo aumenta el senti- miento de autodesvalorizacién y desprecio de si, que a su vez, es una de las causas de la mala externalizacién de los senti- 63 mientos agresivos. Es que las mujeres se sienten tan poca cosa que no se admiten con derecho a expresar la célera. En vez de rechazar al otro, o las actitudes de los demas que nos provo- can repudio, terminamos rechazéndonos a nosotras mismas. Como dice Lucy Freeman en su libro Qué quiere la mujer?: “Dia tras dia, una mujer puede sufrir pequefias depresiones causa- das por la conviccién de sentirse rechazada. Quizds desee devolver el golpe, pero no se sentira asi a menudo, porque le han ensefiado que debe reprimir la célera si desea que la amen. No deseamos que aque- llos a los que amamos nos dejen, porque el primer miedo intenso en la vida es el de ser abandonadas. El temor mas profundo de la martir es que la dejen sola, que la hagan a un lado. Tal amenaza provoca la ira y el deseo de matar que, en general, es reprimido e inadvertido. Estos sentimientos violentos son naturales: debemos permitirnos estar lo bastante furiosas como para desear matar a alguien que nos lastima, porque los sentimientos asesinos no constituyen en si mis- mos un crimen por el que podamos ser castigadas. No hay por qué pa- gar el alto precio psiquico de la ira reprimida y la culpa. Ni por qué actuar como una mértir, ya que eso nunca nos dara el amor que de- seamos, sino, simplemente, una mayor depresion". Pero creo que para liberar con tranquilidad la célera hay que desarticular ese mecanismo de confusién entre la expre- sién critica y el dafio, y para ello necesitamos modificar la imagen de vulnerabilidad que proyectamos sobre los otros y que es en parte la imagen de nuestra madre. La imagen de un ser carente y necesitado a quien debemos cuidar, también pro- viene del entrenamiento psicol6gico que realizamos desde la infancia para ser madres y cuidar de los demas. Sentimos que cubrir las necesidades de proteccién, tanto de hombres como de nifios y mujeres, es una tarea inherente e innata a nuestro “ser femenino”. Desarticular estos mecanismos internos, poder comenzar a expresar nuestra hostilidad, sin preocuparnos exageradamente de la frustracién que podemos provocar en los otros, se trans- formara en un ejercicio util para rectificar y diluir la fantasia dolorosa de lo tremenda y potente que puede ser nuestra agre- sion, y también reconocer que el dolor que ella puede causar no es destructivo sino, por el contrario, beneficioso para los demas. Porque un vinculo o lazo relacional estereotipado, donde uno de los miembros reprime su violencia, su ira, no es beneficioso para las capacidades humanas de ambos compo- nentes del vinculo. La mujer reprimira junto con su célera sus fuerzas personales y sus posibilidades, y la otra persona su caudal compasivo. Es necesario que las mujeres se atrevan a ser menos pasivas y tolerantes para permitir que los demas 64 puedan encontrar estos rasgos en si mismos. Doy un ejemplo del sentimiento de culpabilidad frente al intento de desidenti- ficarse del rol de cuidadora, en este caso de la madre, y del rol de apaciguadora, a través de ejercer el sentido critico: “Estoy muy deprimida, hace unos cuantos dias que me encuentro asi. Hoy José dijo algo muy cierto, que estaba como si me estuviera autocastigando y tiene raz6n, mi estado de depresién es como un au- tocastigo. El dia s4bado, muy bien, fui al trabajo, la pasé muy bien, recib{ elogios por mi tarea, volvi a mi casa e hice los mandados. La casa estaba arreglada, estaba preparando algo de comer, vino José y me coment6 que a mi vieja el cardidlogo le habia dicho que le habia salido mal el electro y ahi se termin6 todo, ya la vi muerta, ya me senti culpable por no preocuparme mas de ella. Nos acostamos, como habia tomado un poco de vino me agarré somnolencia, pero como a propésito me desvelé y entré a pensar en mi mama. Pienso que lo principal de todo es que estoy asi porque tengo una sensacién de cul- intolerable que se transforma en depresién y en una inhibicién to- tal de la voluntad. Sinceramente lo que siento es cansancio, me can- so de luchar conmigo misma. Es un gran esfuerzo el que tengo que hacer para seguir con todo esto. Me tienen todos muy cansada. Yo para ellos soy muy mala, la hija de puta porque me enojo y critico. Es como si los agrediera y me deprimo. Pero los demas se creen bue- nos porque no critican nada, dejan todo como esta”. MADRE RICA DEL PSICOANALISIS - MADRE POBRE DE LA REALIDAD Hemos tomado relativa conciencia de que disponiamos y disponemos de una mayor cantidad de posibilidades que nues- tras madres, y las hemos ‘usado. Como ya dije, aceptar esta mejor condici6n nos ha Ilenado de culpabilidad frente a quien hemos sentido carenciado. Este dificil y complicado “senti- miento de culpa por tener” es una de las expresiones de la cul- pabilidad social. De acuerdo con Marie Langer, las diferencias sociales provocarén un sentimiento inconsciente de culpa en aquellos que poseen mas que otros. La sociedad de domina- cién necesita sojuzgar a los dominados y ocultarles esta do- minaci6n culpabilizandolos por sus exigencias de participa- cién en la distribucién de bienes que no poseen pero que crean con su trabajo. Y a las mujeres, al no reconocer el valor pro- ductivo del trabajo doméstico, nos descalifican y nos niegan nuestra capacidad para producir nuestras condiciones mate- riales de existencia, capacidad que nos da el total derecho a participar en las decisiones de esta sociedad. En vez de sentir- nos autorizadas a participar en una distribucién mas iguali- taria del poder, sentimos culpa por reconocer nuestras exigen- cias de participacién activa en las migajas de poder que la so- ciedad patriarcal nos tira. Y cuando, para colmo de males, ob- 65 servamos diferencias entre nosotras mismas en esta distribu- cién, se nos hace dificil elaborar y tolerar los logros o venta- jas que adquirimos, ya sea por legado o por esfuerzo personal. Al ser la madre un individuo con carencias psicolégicas y so- ciales, no es extrafio que las hijas perciban estas dificultades. Por supuesto que no estoy hablando de un sentimiento de cul- pa consciente en todos los casos, sino que éste puede ser vivido en una forma muy sutil y larvada, y darnos indicadores de su existencia por las consecuencias que nos trae en nuestra sub- jetividad y en nuestra conducta diaria. Desde una perspectiva psicoanalitica clasica, se percibe a la madre como la poseedora de riquezas que la hija envidia y por las cuales compite; en el caso de Freud, por el padre edipico, y en el caso de Melanie Klein, por los bebés que ella es capaz de gestar. Pero, realmente, creo que es hora de preguntarse hasta donde en esta conceptualizacion se refleja la situacién real de la madre, que se expresa especialmente en el vinculo con los hijos y adquiere forma en las fantasias infantiles. El psi- coanalisis parece partir de una imagen materna rica y posee- dora, aclaremos que como madre y no como mujer, porque ella, como mujer, es vista como castrada y de ninguna manera esta imagen incluye las carencias reales que las madres pade- cen por su opresién. La mujer es castrada y se enriquece a tra- vés del hombre que le permite la salida hacia la maternidad. De acuerdo con Freud, el hombre le permite tener un hijo, sus- tituto del pene para paliar su sentimiento de “castraci6n”, y de acuerdo con Klein, el hombre le permite poner en ejercicio su capacidad generadora de hijos, prueba de su feminidad bio- l6gica. {No existe acaso una diferencia demasiado grande en- tre esta madre rica y poseedora de la fantasia que el psicoa- nalisis sustenta con todo énfasis y esa mujer real carenciada? ¢Como afirmar que la madre genera en las hijas predominan- temente sentimientos de envidia y celos si no se muestra para nada gozosa? ¢No es acaso querer forzar la realidad para or- denarla de acuerdo con una teoria que nos brinde una imagen tranquilizadora de la institucién familiar? Digo tranquiliza- dora porque entonces, si esta rica madre edipica existe y es la generadora de neurosis, nuestro psiquismo le da la razon a la cultura cuando ésta sefala el camino de la salud y la normali- dad y, por lo tanto, el unico legitimo para la pareja y la pro- creaci6n. Si, por el contrario, nuestra psique denuncia con sus sintomas la situacién social inversa, corremos el riesgo de an- gustiarnos y tener que cuestionar los valores establecidos. Re- sulta que una mujer, que siguié el camino pautado por su bio- logia y autorizado por la sociedad, no se siente gratificada por su destino y enferma a sus hijos con su desdicha y malestar. 66 Ella misma, en vez de afianzar un orden, lo denuncia con sus sintomas. Una madre quejosa gpuede dar la imagen de que esta lena de bebés y satisfecha con ellos, y feliz con el mari- do-padre? 4Es que esta tan lejos el mundo interno del mundo externo? Si no, ga partir de qué base estructural real se con- cibe al psiquismo? 4No incurriria el psicoandlisis en un re- chazo ilegal de la realidad? Aunque, por supuesto, ésta no sea internalizada directa ni pasivamente, si es un punto de parti- da sobre el que se construyen las fantasias y no a la inversa. Cuando Freud explica en sus ensayos sobre la feminidad que cuando la hija descubre la falta de pene de la madre, la con- sidera castrada y, por lo tanto, se considera a si misma igual, se desvaloriza y desvaloriza a su sexo entero, quiza se esté re- firiendo indirectamente a esta situacién carencial que puede haberse expresado en las pacientes a través de sentir ia falta de un 6rgano simbolo de la virilidad. Aparece en este concepto la imagen de una mujer carenciada que pesa sobre la hija de- jandole consecuencias. Ivette Roudy dice al respecto: “La re- flexion freudiana parte de la diferencia biolégica (falta de pe- ne), que es al instante definida como carencia. Como nos lo ensefian los trabajos psicoanaliticos, las mujeres se conside- ran lesionadas desde la primera infancia; opinan que estan privadas y que tienen desventajas sin haberlo merecido, y la amargura que tantas nifias sienten contra su madre proviene, en ultima instancia, de que le reprochan el haberlas hecho nacer en el mundo de las mujeres y no en el de los hombres. La expresién 'mundo de mujeres’ es evidentemente ambigua. Se trata del mundo adjudicado a las mujeres, del lugar que le es dado en la sociedad”. Freud, en su ambigiiedad, deja margen para pensar que él sospech6é que el complejo de castracién, nudo central de su teoria de la sexualidad femenina, expresaba y contenia la desigualdad social de las mujeres. Laplanche y Pontalis, en su definicién del complejo de Edi- po, dicen: “Conjunto organizado de deseos amorosos y hostiles que el nifio experimenta respecto de sus padres. En su forma llamada positiva, el complejo se presenta como la historia de Edipo rey: deseo de la muerte del rival que es el personaje del mismo sexo y deseo sexual hacia el personaje del sexo opues- to”. Pero si la madre no se muestra gozosa en su sexualidad y en su afectividad, gc6émo puede sefialar al padre como un obje- to claro de deseo sexual? Y si este senhalamiento no esta, 4c6- mo puede la hija estructurar su deseo edipico heterosexual y desde alli desear el lugar de su madre? Si la madre es 0 se muestra victima fundamentalmente, yc6mo puede desear la hija estar en este lugar? Es asi que se lo desea con miedo, va- cilacion y ambigiiedad. 67 Transcribo la carta de una paciente que me parece demos- trativa de la ambivalencia que puede producir la imagen vic- tima de la madre. “Desde ayer que quiero escribir, y ahora lo hago bastante tranqui- la, ayer estaba desesperada, algo empez6 a andar muy mal, antes tam- bién tuve momentos asi pero ahora se me agudiz6, es con respecto a mi madre. No la soporto mas, no sé si es que ya no soporto mi impo- tencia o mis culpas para con ella o no la soporto a ella; este fin de se- mana me voy a Mar del Plata. Hace dias que lo decidi y lo necesito, bueno, ya no sé por qué me voy: porque gasto plata (que lamentable- mente ie tengo que pedir a ella), porque no estoy mucho en casa o porque no hago nada que esta insoportable, pero no me dice nada a mi, no se enoja directamente y me agrede; no, maneja la cosa como ella siempre hizo: haciéndose la victima, diciendo indirectas como ‘como se gasta la plata’, ‘ese viaje a Mar del Plata...', ‘Yo recién cobro el 24’, le dije que le pediria prestado a mi abuela y me dijo que si, y luego me dice: ‘no le pidas mas que puede haber problemas, yo puedo conseguir y te doy’, pero de mala manera, y ya te digo que no es su for- ma agresiva directa (que la preferiria), sino esa manera odiosa que tlene de joderme la vida con las culpas, y que siento que siempre hizo lo mismo; mi papa era el terrible y al que habia que respetar, el jodi- do, ella era la buena, la pobrecita, mentira, era muy sutil; claro, a mi viejo no se le podia pedir cosas (a veces) porque decia que no. Y ella? Ella decia ‘toma’ y después te hacia sentir culpable porque de alguna manera o forma me lo echaba en cara, jlo que le habia costado! Quie- ro irme de casa, por favor, jayudame a resolver esto! No sé como ha- cer (estoy lorando), quiero irme y no puedo hacerlo, tengo miedo pero no me animo; quiero ser yo misma, quiero desprenderme, salir de esto: no soporto a mi cufiada, mi casa, nada y a la vez no puedo irme, Iqué es esto! zquién es la esposa de mi hermano? gquién es la madre de los chicos? gquién es el padre? jqué desastre! Yo sé que esto lo charlamos el otro dia, esta confusion de roles, pero yo no sé si es porque lo vimos, o por mi vieja pero estoy harta. Yo sé que a mama la provoco en algunas cosas. Yo pienso en este momento que vos me dirias que esto tiene relacion con mi necesidad de mama y yo pienso que es necesidad de ubicar a cada uno por separado en el lugar que le corresponde, no sé por qué pongo esto Ultimo porque una cosa no de- secha la otra, aparte me siento paralizada, no hago nada, ordeno lo que yo ensucio, por ejemplo cuando almuerzo y a veces haciendo un esfuerzo ordeno todo cuando comemos juntos, no me lavo la ropa sal- vo la interior y cuando necesito algo, mi vieja no esta, o estoy con bronca con ella; no limpio, no me siento duefia de la casa, la odio, no es mia. Ni te cuento el dia que yo explote (que siento que en algin mo- mento va a ser) tengo miedo de estallar y hacer mierda todo, destruir, por qué siento esto? ves que son las culpas, que no me atrevo, que no encuentro las palabras justas para decir que me quiero ir, que no aguanto mas. No sé qué quiero, lo tinico que sé es que no quiero car- gar con ella y sufrir sola sus ataques de asma, preocuparme si queda sola 0 no, si est enferma o no, si no quiere ir al médico. Hay veces 68 ae ee BOF que siento como que teniendo una pareja seria como salir del lado de algo para ponerme al lado de otro, pero yo lo veo o siento asi como tengo semejante dependencia con mi familia voy a salir y voy a tener dependencia con mi pareja, pero no me importa para nada, seria igual feliz con sélo pensar que me estoy desprendiendo de mi familia pese a que me pegotee con otro: Escribo en este momento para no ol- vidarme, a las 20 hs tenia citado a mi paciente, no vino, cada vez que no viene yo siento que soy ia culpable, que llevo mal la se-sion y que por eso no viene. Me doy cuenta de que cada vez que los pacientes no vienen me jode y pienso que soy la culpable, que no les doy lo sufi- clente, que no sé nada, etc.”. El enojo de esta paciente con su madre es porque ella siente que no tiene mucho para darle, la siente victima y carenciada, necesitada del pegoteo con ella. La hostilidad que le despierta la sume en la culpa pero, ademas, yo creo que éste es un ejem- plo de identificacién con una madre que se siente y acttia co- mo culpable; por ejemplo, cuando no la enfrenta, sino que o- culta su bronca y no la utiliza para discutir con la hija. No le da la posibilidad de identificarse con una imagen de mujer fuerte, ni tampoco la posibilidad de enfrentarse con su propia fuerza, que finalmente termina siendo vivida como peligrosa, porque puede llegar a darfiar a la madre. Esto aparece en una reiterada fantasia: si ella se fuera de la casa, la madre podria enfermarse. ZRIVALIDAD O CONFRONTACION? Habitualmente, los analistas interpretan la vivencia de triunfe culposo, o sea la angustia frente al deseo o al hecho de superacion de la madre, como expresi6n. de la fantasia o el de- seo de triunfar sobre ésta por la rivalidad edipica. Por ejem- plo, tomemos el parrafo de Lucy Freeman que dice: “Cuando una mujer no se ha liberado de su necesidad infantil de dependencia hacia su madre —lo que también significa que ella nun- ca ha soluctonado mentalmente el profundo apego a su padre—, todo hombre del que se enamore representara a su padre y por lo tanto la hara sentir culpable. Ella experimenta la sensacién de ‘triunfo cul- poso’ como lo llama Bak, porque cree que ha despojado a su madre y buscard para si el mismo destino que le deses a ésta — ser apartada— como castigo por aquella culpa”. Esta interpretacién desde la rivalidad con mama para ga- narle a papa me parece, como ya dije antes, sdlo parcial. Quie- to destacar que si enfocamos lo que se denomina triunfo cul- 69 oso sdlo desde la vertiente de la rivalidad edipica, nos perde- remos de interpretar otro fenémeno mas complejo que ocurre entre las mujeres. Las terapeutas perdemos una dimensién de ja relacién madre-hija que nos llamara a interpretaciones parciales, distorsionadas y culpabilizantes de las pacientes, y no contribuiremos para nada a que las mujeres podarnos in- terpretarnos desde una 6ptica mas nuestra, mas propia, donde podamos recuperar nuestro deseo de relacionarnos mejor en- tre mujeres, sin los prejuicios que durante siglos nos han en- cadenado, mutilado, presionado y esclavizado. Seguir sosteniendo las interpretaciones desde la rivalidad es seguir mirandonos a nosotras mismas desde la 6ptica pa- triareal, que nos ve enemistadas, disputéndonos lo unico va- lioso que tendria esta cultura: el hombre-padre. En realidad, no estamos buscando rivalizar como tnico fin de nuestro des- tino femenino, sino que lo que necesitamos es confrontar nuestra fuerza con la de nuestra madre, pero si en ella encon- tramos a una mujer huidiza, fragil, temerosa, infantil y an- siosa, que se muestra como victima, nos vemos obligadas a es- conder nuestra capacidad para el enfrentamiento, lo que deja en nuestro interior la dolorosa sensacién de ser poseedoras de un caudal de hostilidad muy destructiva. Es muy comun escu- char a las mujeres quejarse diciendo, como una de mis pa- cientes: “No puedo enojarme con ella, decirle todo lo que quie- ro porque se escapa y yo me quedo con la sensacién de haberla destrozado, me da una culpa terrible”. Lo que fue un intento de confrontaci6n, porque ese querer decirle cosas guarda el deseo de medir fuerzas, para poder igualarnos, unica forma de rom- per lazos infantiles y crecer, debido a la sensaci6én que nos despierta de haberla destruido o fragilizado, nos hace reinter- pretar la primaria intencién como un intento de rivalizar des- tructivamente para sacarle el lugar. Cuando en realidad lo que necesitamos es que se quede en el suyo, segura y firme para que nos deje continuar nuestro camino sin tener que Nevarla a cuestas ni tampoco sentirnes obligadas a rendirle cuentas. Esta misma situacién no tiene su equivalente en el var6n, quien, en general, no siente débil a su padre, sino por lo con- trario fuerte y competidor. Si la adolescente le grita a su madre para poder confron- tarse con ella, y la madre termina lorando, no es muy dificil que lo que la primera sienta como caudal de fuerzas positivas lo reinterprete como negativas. Sumado al hecho de que el in- tento de confrontacién también va a ser facilmente reinter- pretado por los otros como una tragica rivalidad. En la rivali- dad no hay lugar para dos, sino para una persona dotada de valor y fuerzas; cuando la madre no responde con firmeza 70

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