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Odoacro, monarca de los hrulos, se supo vencedor an antes del atardecer.

Teodorico, el ostrogodo, se supo vencido an antes del balbuceo de su


mensajero. Odoacro, monarca de los hrulos, palade el dulzor de la victoria.
Teodorico, el ostrogodo, palade un segundo susurro de su edecn. Odoacro,
monarca de los hrulos, acept el convite al banquete ofrecido por el rey
derrotado, en corts tributo a los sitiadores. Teodorico, el ostrogodo, acept un
tercer susurro a su odo. Odoacro, el monarca de los hrulos, se situ a la
diestra de Teodorico, el ostrogodo, encabezando ambos la falaz ceremonia que
cotidianamente rene a la Vida a y la Muerte en un mismo festn. Y as, cada
general hrulo, cada correveidile ostrogodo, cada soldado de uno y otro
ejrcito altern su sitio con el de la fuerza enemiga. El banquete fue servido. Y
fue corolario de la entrega de la ciudad el vibrante tamborilear que acompa
la danza frentica de la joven princesa ostrogoda -habitual moneda de cambio,
a favor de ciertas redenciones-, la cual, luego de eternos minutos de recorrer el
gran saln del palacio contorsionndose en danza frentica, y ya al extremo de
exhalar su propia alma, se dej caer sobre las piedras glidas. Una seal, esa
seal, habilit a cada ostrogodo a desenvainar una daga oculta entre sus
ropas, y a asestar una herida de muerte a cada hrulo situado a la izquierda de
cada ostrogodo. Slo un sopln hrulo logr sobrevivir: fue el encargado de
ordenar el levantamiento de aquel sitio. Bien sabido es que, desde entonces,
cada hrulo desconfi de la buena fe, del talento histrinico y del prominente
potencial culinario de los ostrogodos. Y que cada ostrogodo desarroll una
inextinguible aversin por las matemticas.

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