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MARCEL BRION MAQUI CLO Marcel Brion es un excelente escritor de habla francesa con quien se plaritea a cada paso la posibilidad de re- nover la polémica en torno a si la historia os arte o Ciencia, desde que su manera de penetrar fa materia histérica es en verdad un modelo de elocuencia, prox tundidad e imaginacién pera reconstruir la sociedad qua 36 ha propuesto conocer, En este sentida, su vision de las ciudades muertas del pasado oriental es una obra Maesira insuperada. Aborda aqui la biografia de un hombre que fue para. digma de los tiempos modernos, y es sabido que la biogralia sigue siendo un medio incanjeable para captar fos valores histdricos esenciales de su periple vital. El hombre dei Renacimiento, el despertar del individua en fa sociedad occidental, €| surgimiento de la pacionalidad y el esfuerzo politica per consolidar la idea del estada facional, encuentran en Machiavelo al agonists anticl: pador y al formulador privilegiade, Su trayectoria como exaltado florentina, da inteligencia multiple y protagd fica, es seguida paralelamente a su lined politica an« ticipada de yarificar la unidad italiana y robustecer el estado como Unica alternativa de sohrevivencia. Recons- truido en vida y pensamiento-a traves de libros, cartas, documentos, y seguide con la dedicacién de un inves- figador y un artifice, Marcel Brion jogra ui insuperada pintura de la cludad italiana y de! problema del individua en el estade moderno. MARCEL BRION MAQUIAVELO EDICIONES SIGLO VEINTE BUENOS AIRES Titulo del original francés MACCHIAVEL Traduccion de MARIA ELENA LADD LIBRO DE EDICION ARGENTINA Queda hecho el depésito que previene la ley 11.723 Copyright by EDICIONES SIGLO VEINTE Maza 177 - Buenos Aires IMPRESO EN LA ARGENTINA PRINTED IN ARGENTINA Captruno I EL PODER DEL DINERO Hacia ya dos siglos, Florencia gozaba de un auténtico régimen democratico; sin embargo, las vicisitudes de su vida politica oscilaban, alternativamente, entre la ti- rania de las clases poderosas, que utilizaban su riqueza para oprimir a los humildes, y Ja dictadura de Jas ma- sas, que trastrocaba periéddicamente el orden establecido y lo sustituia por un gobierno terrorista que, incapaz de mantenerse en el poder y sensible a las tentaciones del dinero, se transformaba a su vez en oligarqufa, o cafa €n una sangrienta anarquia. De vez en cuando, sucedia que un hombre honesto, enérgico y de buena voluntad, intentase restablecer la calma en la ciudad, frenando Jos abusos de los partidos y los excesos de las facciones, Al principio se lo aplaudia, pues revelaba buenos sen- timientos, preconizaba la misma justicia para todos, el acceso de los pobres a los altos cargos del Estado, el reparto equitativo de los impuestos, la disciplina y la obediencia; después de un tiempo, percibfa haber abu- trido a todo el mundo y aumentado el niimero de des- contentos. El partido que se consideraba mds profunda- mente herido por su virtud, se ocupaba entonces de derribarlo, y generalmente pagaba con su vida, o al me- nos con su libertad y con la pérdida de sus bienes, las generosas ilusiones que lo habian conducido a reformas impopulares, En 1250, se habfan derribado las torres de los palacios aristocraticos, lo que era un gesto simbédlico més que una medida de defensa contra las guerras civiles. Se habia excluido casi completamente a los nobles del con- sejo comunal, donde artes mayores y artes menores se 7 encontraban en principio igualitariamente representadas, Ya no se hacia diferencia entre el artesano y el gran co- merciante o el banquero; poseian los mismos derechos politicos y se cuidaba escrupulosamente que nadie fuera excluido de los distintos organismos del Estado por ra- zones de pobreza. Cuando los ricos intentaban sacar partido del poder, el “pueblo hambriento” los Namaba al orden, impacientemente, y los desterraba apenas sos- pechara en ellos sintomas de autocracia, De la época en que giielfos y gibelinos se maldecian y mataban mutuamente, por la causa del Papa o del Emperador, Florencia habia conservado Ja tradicién y el gusto por las proscripciones masivas que desplazaban de la direecidn de los negocios, y alejaban de la ciudad (cuando se les perdonaba la vida), a los jefes de la facecién temporariamente vencida. Semejantes derrotas nunca eran definitivas. Los proscriptos se refugiaban en Jas cortes extranjeras, donde intrigaban contra la in- grata ciudad que los habia expulsado. El celo de estos fuorusciti, aguijoneando Ja ambicién o la codicia de un soberano en detrimento de su patria, las relaciones que habian conservado en la ciudad, el trabajo subterraneo que hacian para volver como yencedores, tenia éxito casi siempre; tanto mas facilmente cuanto que, durante su ausencia, la faccién adversa habia tenido tiempo de hacerse detestar y la opinién publica de concluir que en realidad los desterrados no eran peores que los otros. Cuando le fue quitado el poder a la nobleza, ésta dejé Ja ciudad y se refugié en sus castillos, donde vivio mediocremente de lo producido por sus tierras. Sus hijos que en general, sdlo poseian aptitudes para la carrera de las armas, hicieron de la aventura una profesion. En- traron al servicio de principes y republicas como condot- fieri, Algumos con un compromiso permanente y un suel- do fijo; otros s6lo por lo que duraran las hostilidades. Tenian su propio ejército, reclutado con su dinero, man- tenido y equipado a sus expensas; lo alquilaban a quien deseara sus servicios, como se alquila un equipo agricola para la yendimia o la cosecha. Los estados para quienes combatian Jos recompensaban a. veces donandoles una villa o un vasto dominio, o incluso los titulos y las pro- piedades de un adversario vencido. De esta manera se 5 mantenian fieles a Ja noble carrera de las armas, no se rebajaban a tomar el alna del comerciante o la pluma del contable, y gozaban de una vida azarosa, apasionada, excitante, noble a sus ojos, y muy remuneradora. Estos empresarios de la guerra habian logrado hacer coincidir su placer con Ja industria que les proporcionaba el sus- tento, y los Estados que los empleaban estaban eximidos de la preocupacién de mantener un ejército; de esto, cada uno extraia su beneficio. Las profesiones lucrativas pertenecian a los burgueses. Con frecuencia, habian aprovechado la partida de los nobles para acaparar discreta, timidamente (para no exas- perar a los proletarios) una parte de su poder. En efecto, formaba parte del orden natural de las cosas, que la ad- ministracién y el gobierno de una ciudad perteneciesen a quienes por su formacion, sus tradiciones, sus aptitu- des y sus ocupaciones, parecian mds capaces que otros de administrar Ja cosa publica, En principio, desde la revoluci6n de 1250 y la constitucién de 1267,-tualquiera podia aspirar a todos los cargos. Los partidos cuidaban escrupulosamente que todas las corporaciones estuvie- sen representadas en los consejos elegidos, pero no se podia impedir que los hombres dotados de cierta ex- periencia politica, o mds inteligentes, o mas habiles, se convittieran de hecho en los verdaderos jefes. La opi- nién publica sdlo pedia escuchar la voz mas autorizada; al menos, en los periodos de dificultades exteriores o de guerra, cuando se hacia evidente que el igualitarismo ingenuo no resolyia todos los problemas. En el seno de las asambleas populares se destacaban ciertas personali- dades que, con toda naturalidad, tomaban las riendas del “carro del Estado”. Generalmente eran hombres ri- cos que, por el hecho mismo de su riqueza, tenian mu- chos amigos, clientes y deudores. Esta “clientela”, ana- loga a-la que escoltaba a los politicos romanos, pesaba bastante en las deliberaciones, y quienes tenian interes en matitenerse en buenos términos con un mercader come placiente y un banquero generoso, lo sostenian con su discurso y su voto. Ast habia Iegado la clase rica, sin revalucién, por el proceso de una evolucién cuasi biolégica, a recoger la herencia de la nobleza abolida., En sus origenes, las pre- 9 rrogativas que ésta habia posefdo eran la contrapartida de los servicios que prestaba al Estado, La burguesia prestaba una parte de dichos servicios, excluido lo con- cerniente al oficio de las armas, distribuido de la misma manera entre todas las clases de la poblacién. Parecia entonces equitativo, o al menos inevitable, que obtu- viera en compensacién los beneficios y el prestigio que se pagaban por ellos. Parecia también que los burgueses los merecian por su devocién a la cosa publica, por su constancia para embellecer la ciudad, fomentar la cul- tura y mantener a los artistas. Resultaba normal enton- ces que aspiraran a las mismas ventajas y a los mismos privilegios. Claro que esto no podia ser objeto de ninzuna reivindi- cacion explicita, Era necesario actuar hdbilmente: sobre todo habia que dejar hacer a las cosas, que por si mis- mas, tendian a concentrar todos los érganos de poder en las manos de la clase rica, cultivada, devota del bien publico, cuya prosperidad se confundia con la prospe- ridad del Estado, Era necesario también que el acceso al poder se hiciese lenta, prudentemente, sin ruido; que se evitara manifestar la opulencia o el prestigio. Era una cuestion de tacto, de mesura, de delicadeza. E] florentino, sutil, penetrante, sensible a los matices, sobresalia en este juego tanto como el genovés o el veneciano. En efec- to, habia una buena parte de “juego” en el asunto, que hacia mas atrayente la contienda. Siguiendo la pendiente normal de esta evolucién, cl comercio menudo habia caido bajo la dependencia del ‘Zran comercio”; unos y otros tenfan necesidad de los banqueros para sus vencimientos; los agricultores tam- bien en los afios de malas cosechas. El prestamista se convertia, en distintas circunstancias, en Arbitro de la si- tuacion; a cambio de los servicios que prestaba, zqué mas normal que seguir sus consejos y obedecer las indicacio- hes que daba en politica? gQué mds natural, inclusive, que elevar a las mas altas funciones de la colectividad a los hombres que habian hecho su prueba de fuego administrando tan bien sus propios asuntos? A pesar de la constituci6n democratica y del sospe- ehoso igualitarismo que favorecia, se habia constituido una clase de privilegiados, similar a la de todos los re- 10 gimen¢s, porque el nacimiento de los privilegios es AY vitabld, y el debate politico conduce principalmente a la euestidn de saber quién los poseera. Una verdadera no- bleza habia sustituido a la anterior; nobleza del dinero, no yd de la espada. Nobleza citadina y comerciante. La cdmpone un cierto nimero de familias cuyos miem- bros jerminan reuniendo en su mano todos los resortes del ppder; son los Pazzi, los Albizzi, los Strozzi, los ar i, banqueros y negociantes que, a causa de su inteli- gencia, su intuicién para los negocios, su formacion po- litical sus relaciones internacionales, son elevados a la cabeza del gobierno, Pr. sorprendente que los grandes burgueses, cons- cientes de su poder, no terminaran abusando de él. El dia que’se sienten lo suficientemente fuertes como para im- poner reformas —claro que dentro del marco de las ins- tituciones— aprovechan para disminuir las prerrogativas de Jas artes menores, bajar los salarios y aumentar las horas de trabajo. Al mismo tiempo se disputan la pre- eminencia e incluso les ocurre manifestar su opulencia con una ostentacién y un mal gusto especiales para irritar al proletariado. Entonces se desencadenan, aguijoneados por la cdélera, la miseria, los celos, la envidia, los levan- tamientos populares que durante un tiempo provocan la caida de la “nobleza de hecho”, demasiado segura de su poder y su prestigio. Del seno del pueblo surgen los conductores, los jefes, como el carnicero Gino Pecora 0 Giano della Bella, un anciano noble que “se acercé al ueblo”. : Se crea un nuevo instrumento de gobierno: el confalo- niero de justicia, encargado del mantenimiento del or- den, pero sin estar ya bajo la dependencia de los priores. E] confaloniero vigilara a éstos, vivira en sus palacios, no los abandonara de dia ni de noche; jugara, en una palabra, el rol de “conciencia publica , y dispondra de ‘ina milicia de mil hombres, Ilamada “los infantes de la justicia” que le servira para mantener el orden. Se han reforzado las medidas de represion contra los nobles; cuando un noble haya causado algun dafio a un hom- bre del pueblo, sera castigado con una pena seis y siete veces mas severa que si el perjuicio proviniera del otro lado. Se consolida con estas medidas el] saludable temor 11 que todo buen ciudadano :deberia experimentar, y se le quita el deseo de “diferenciarse de los demds”, que es un crimen sin perdén, En estas reyoluciones periddicas escalaban posidiones principalmente Jas artes menores, o sea el pequefip co- mercio, la pequefia industria, la pequefia burguesia\ Co- mo era de esperar, cuando llegaron los “menores” po- der, combatieron al gran comercio, a la gran banca, para arrancarles sus privilegios y su influencia. pero se preocuparon mucho por mejorar la situacién del prole- tariado. Cuanto mas se desarrollaba la fran industria, mas penosa se hacia la situacién del obrero. El que se endeudaba caia en Ja condicién de siervo, y como la mano de obra era abundante y numerosa Ja cantidad de fabricas, los patrones negociaban entre si para man- tener bastante bajos los salarios, E] famoso tumulto de los Ciompi ocurrido en 1378 era la consecuencia inevitable de una evolucién politica ini- ciada con Ja guerra de Jos Menores contra los Mayores, FEnrolados en las filas de los Menores, los obreros ha- bian combatido por ellos, pero no habian recibido la paga por sus servicios. Se habian comprometido tanto en los desdérdenes callejeros, a causa de las ejecuciones sumarias, las masacres, los pillajes, los incendios y las Violaciones, que tenfan razones para sospechar la ven- ganza del partido vencido si recuperaba el poder. En- tonces resolvieron adelantarse y hacer una revolucién radical, que pondria el poder directamente en manos del proletariado. Una gran asamblea de obreros de la lana, cardadores, trilladores, batidores, bataneros, Java- dores, tintoreros, decidid que estaban muy mal pagos y no tenian suficiente injerencia en el gobierno de 1a ciu- dad, Informado de estos proyectos, el gobierno detuvo a los dirigentes, pero el pueblo se sublevd. quemo las easas de Jos nobles y tomdé el palacio publico, donde entrd como vencedor el jefe de los eardadores, Michele de Lando. “Este, descalzo y muy mal yestido, siguidé a Ja multitud por Ja escalera: cuando llexé a la sala de au- diencia de los sefiores, se detuvo y dirigiéndose a la mul- litud, dijo; “Veis que este palacio es vuestro y que sois los duefios de la ciudad. :Cudles son vuestras intencio- nest’. Todos respondieron que querian que fuera confa- 12 loniero y sefior y que los gobernara a ellos y a la ciudad como lo juzgara conveniente”. Resulta sorprendente enterarse —y se estaria tentado de dudar, si no fuera Maquiavelo quien lo contara— que, al mismo tiempo que incendiaban casas y satisfa- ciah venganzas personales al amparo del desorden, los Ciampi dieron el titulo de caballero a cierto nimero de ciudadanos que no pertenecia al prol¢tariado. Entre Jos Sesenta y cuatro apellidos ennoblecidos por el levanta- miento popular, se encuentran Strozzi, Alberti, Medici, es decir representantes de la gran burguesia que la re- volucion enfrentaba y justamente queria exterminar. Uno puede preguntarse si, paralela a la revolucién verdade- ramente popular, no habia otra que se apoyaba en ésta para favorecer a cierto clan burgués en detrimento de otro. En fin, si los Medici no aprovechaban del desorden para desembarazarse de ciertos competidores, por ejem- plo de los banqueros Albizzi, verdaderos duefios de Flo- rencia. La banca Medici era, en ese momento, un pequefio negocio comparado con la poderosa casa Albizzi. Vio crecer su prosperidad de manera considerable desde el momento en que los Ciompi redujeron a la banca rival, y cuando el jefe de la familia, Salvestro, se convirtié en el consejero del cardador de Jana, en la eminencia gris de Michele de Lando. Tan singular honor, un poco com- prometedor ante los ojos de su clase, le permitié atravesar el “tumulto” sin peligros, y ejercer una influencia consi- derable sobre el gobierno proletario que detenté el po- der durante tres aiios. Ademds del titulo de caballero, le fue acordada una importante yentaja pecuniaria por parte del cardador Michele: la renta de todos los ne- gocios que bordeaban los dos Jados del Ponte Vecchio. Los Ciompi se mantuvieron en el poder hasta 1381: en esa €poca ya se habian tornado lo suficientemente im- populares como para que la reaccién tuviera oportuni- dad de triunfar. Esta fue mds lejos de lo que se supo- nia, pues elimind del gobierno a las Artes Menores junto con los obreros, pretendienda que se habian sublevado por su culpa. La autoridad pasé a manos de las Artes Mayores, es decir, de los grandes burgueses, en detri- mento de los pequeiios que sdlo obtuvieron funciones 13 i insignificantes. Salvestro de Medici fue exiliado por ins- tigar al complot, junto con Michele de Lando. “El re- cuerdo de tantos servicios prestados por su autoridad en la época en que un populacho desenfrenado asolaba Florencia, no pudo sustraerlo del furor del espiritu de partido. Su patria fue poco reconocedora de sus servi- cios; como esta falta es muy comin en principes y re- publicas, resulta de ello que los hombres amedrentados por semejantes ejemplos, comienzan a atacarlos antes de convertirse en victimas y proveer una nueva prueba de su ingratitud”. Prevenidos por la falta que habia cometido Salvestro mezclandose demasiado en la politica —falta que habia aprovechado en la “casa central”, puesto que durante su estadia en el poder, el banquero habia hecho negocios mucho mas provechosos que la simple ganancia de lo producido por los comercios— los Medici reingresaron al anonimato. Se negaron a abandonarlo, incluso cuando los representantes del pueblo fueron a implorar a Vieri, el sucesor de Salvestro, que se encargara del gobierno: era la época en que los Albizzi ejercian una verdadera tirania, y aprovechaban que uno de ellos era confalo- niero para hacer ejecutar o desterrar a sus adversarios politicos 0 competidores, sobre todo a los Alberti. Vieri rechaz6 sabiamente las presiones de quienes lo apuraban a aceptar. No queria cometer el mismo error que Salvestro y comprometerse en un nuevo “tumulto’. Se tenia necesidad de é] para calmar al pueblo que se habia sublevado, gQuién garantizaba que logrado esto, no se lo considerara un enemigo publico? Respondido en- tonces a un primo, Antonio Medici: “Tu falta de amis- tad no me atemorizé con sus amenazas y tu amistad no me extraviard hoy con sus consejos’. Luego arengé a la multitud, Ja invité a la calma, lo que le valié las ala- banzas de los sefiores, y la exhorto a no desesperanzarse, prometiéndole defenderla mientras se dejara guiar por él, lo que mostraba que seguia siendo ante todo un “amigo del pueblo”. Después regreso a su casa y no vol- vid a salir mas, por ardientemente que se le suplicara. A decir verdad, tenia ambiciones, y a pesar de la virtuosa conducta de ese dia, continud oscilando, esforzandose en contentar simultaneamente a los grandes y al pueblo, 14 algo muy dificil y qué amenazaba conducirlo a la ca- tastrofe. Al mismo tiempo, habia otro Medici, Averardo Bicci, quien resueltamente rebelde a toda confusién entre los negocios y la politica, comprendia que la banca no ga- naba nada comprometiéndose en desdérdenes, Ayerardo no deseaba convertirse en un hombre poderoso; se con- tentaba con ser un hombre rico. Pero esto conduce a lo anterior, Averardo comprendia que la riqueza era el prin- cipal instrumento de dominio de la sociedad, donde cualquier otro poder era precario, :Para qué serviria ser elegido para las funciones piblicas sf era necesario aban- donarlas al finalizar el mandato, y dejar el gobierno a otros? Sdlo quienes sofaban con la venganza podian desear el confalonato, convenciéndose de que durante los dos meses de su “reino” tendrian tiempo para desem- barazarse de sus enemigos, Averardo queria el poder que perdura; el que no depende del voto ni del favor de las asambleas publicas. Un hombre rico es siempre fuerte, siempre intluyente, siempre respetado, siempre escucha- do, siempre admirado. Desde que pasaron de moda Ios valores heroicos de la caballeria, el dinero primaba en todo, Todo el mundo tenia necesidad de dinero. El que lo poseia se encontraba en situacién de imponer su yo- funtad a aquellos que carecian de él. Adquirirlo era el mejor medio —el vmico— de conquistar una autoridad que estuyiera al abrigo de los caprichos y reveses de la fortuna politica. Vieri se content6, en consecuencia, con ejercer modestamente las funciones para las cuales lo re- queria su calidad de beneficiato (se Namaba asi a la clase de ciudadanos que, en los regimenes moderadaos, suministraba los miembros de la administracién y del gobierno). Mantenerse asi durante mucho tiempo hubie- ra sido imprudente; se hubiera visto en ello una afecta- cién, una singularidad, y se hubiera sospechado detrds de un desinterés excesivo, ambiciones dudosas. Evitd po- nerse en primera linea, guardé su Jugar humildemente, vot6 con la mayoria, se abstuvo de tomar la palabra, y mostro en toda circunstancia una modestia, una docili- dad, que ponia en evidencia con agrado. Su hijo, Gio- vanni di Bieci, siguid su ejemplo: amasé dinero, cred agencias en el extranjero, hizo deudores suyos a sobera- 15 nos escasos de fondos. Era de aspecto desvaido, se ves- tia casi pobremente, saludaba a todos, poderosos o hu- mildes, conversaba gustosamente con las gentes de ofi- cio; socarron, astuto, duro en los negocios, a pesar de sus arranques espectaculares de generosidad, como la construccion del asilo para huérfanos y nifios abandona- dos. La alta burguesia lo sabia contento de no ocuparse de la politica; esta consagrado a sus negocios, se decia. No avanzaba sobre los despojos de nadie, no se cruzaba nunca en el camino, y si sé mostraba como rudo compe- tidor en materia de finanzas, era algo normal: hacia su yuego. Asi se enriquecid enormemente, Pero como sabia ser discreto, sobrio en su manera de vivir y simple en su comportamiento, no se desconfiaba de él. Esperé a tener sesenta y un aflos para aspirar a un cargo, gPor qué se le negaria esta satisfaccion? Un hombre, sin embargo, a quien no engando, vio claro su juego: Niccolo da Uzzano. Uzzano, un verdadero demdcrata, liberal, juzga sospe- chosa esta ambicion tardia, No es natural. Querria que se desconfiara de] honrado personaje que no quiere morir sin haber representado un papel politico; presiente un grandioso proyecto detras de la candidatura en la que los demas sdlo ven un capricho de viejo; alerta a la alta burguesia, le recuerda la ayentura de Salvestro, el do- ble juego de Vieri: jes necesario desconfiar de los Me- dici! Giovanni di Bicci tiene al pueblo de su lado; se le perdona su riqueza; en primer lugar porque no la os- tenta, y luego porque no es orgulloso y, \legado el caso, sabe prestar un servicio a los humildes. Tampoco hay obstaculo por el lado de Ja alta burguesia, a pesar de los gritos de alarma de Niccolo da Uzzano. Giovanni di Bicci es elegido confaloniero. La partida esta jugada. Giovanni se ocupa inmediata- mente de los asuntos de la politica exterior, emprende negociaciones sumamente complicadas, se lanza a la gue- rra contra Milan. Se esta obligado a mantenerlo a la ca- beza del gobierno, pues sdlo él puede conducir Jas de- licadas maquinaciones que ha puesto en juego. La gue- tra se torna desfavorable, las finanzas se agotan, y sm la ayuda de los venecianos no se podria terminar el di- 16 ferendo con los milaneses. Entonces, en el momento de asumir la responsabilidad por su imprudencia, Giovanni habilmente, Ia hace recaer en sus colaboradores, |Ellos han querido esta guerra desastrosa! Se esta tan acostum- brado a juzgarlo anodino e inofensivo, que se le cree. La célera popular se dirige hacia la alta burguesia, en particular hacia los Albizzi. Entonces Giovanni, ese hom- brecito sin cera timido, discreto, lanza un gran- dioso proyecto: el impuesto a la propiedad. dNo arruinara este impuesto tanto a él como a la clase poseedora? No, él no posee nada. Los otros tienen domi- nios, tierras, castillos, inmuebles, palacios; por ese lado seran heridos. El, no tiene nada. Sdlo dinero. gDé6nde al- canzarloP gComo tocarlo? Corre. No se sabe donde se encuentra; est’ comprometido en empresas comerciales, en el extranjero, en el mar. Mientras el pueblo aclama la medida profundamente “democratica” que le hace tan- to honor, Giovanni se escabulle de los entusiasmos, de las efusiones. Se elogia su virtud: jno es hermoso que un hombre rico haya tomado la iniciativa de un im- puesto a la riqueza! Este impuesto no le cuesta un cén- timo. Sus competidores son aplastados por las contribu- ciones, muchos estan arruinados, las bancas rivales va- cilan. Sdlo los Medici resisten el golpe. Helos aqui con- vertidos en los primeros banqueros de Florencia, en los hombres mas ricos del pais, y han adquirido por amia- didura el hermoso titulo de “amigos del pueblo”, que solo se otorga con conocimiento de causa. Las ultimas palabras que pronuncid en su Jecho de muerte, cuando Dios llamé cerca de él a este sabio y prudente, en 1469, son las de un prohombre: “Creo que ya termina el tiempo que Dios y la naturaleza me han atribuido el dia de mi nacimiento, Muero contento por- que os dejo ricos, con buena salud y en préspera condi- cidn, Seguid mi camino tanto como podais, y viviréis en Florencia honrados y estimados por todos. Nada, en efecto, hace mi muerte mas dulce que el poder recordar que no ofendi a nadie, y que al contrario, he hecho todo el bien que he podido. Es un ejemplo que os compro- meto a seguir. En cuanto al gobierno, si queréis vivir con seguridad, no toméis mas que la parte que querran con- cederos las leyes y los ciudadanos. Asi, os pondréis al 17 abrigo de peligros y de la envidia, pues es lo que los hombres se arrogan, y no lo que se les acuerda, lo que les atrae el odio; y es lo mas comin en la vida verles perder lo que poseen por haber querido invadir la parte de otro; e incluso antes de haber Iegada a la cumbre de su ruina estén atormentados sin cesar por crueles in- quietudes, Siguiendo estas mdximas he podido, en medio de tantos enemigos y tantas divisiones, mantener e in- cluso aumentar mi consideracién entre los ciudadanos. Obtendréis los mismos éxitos, os lo repito, si seguis mi camino; pero si tomdais otra ruta, tened presente que terminaréis tan miserablemente como aquellos a los que se ha visto consumar con sus propias manos su ruina y la de su casa en esta Repiblica”. Fiel a estos preceptos, su hijo Césimo se contenté con “Io que se le acord6”, pero se las arreglé de tal forma que se le acordé todo lo que deseaba, Era m4s ambi- eloso que su padre; habiendo paladeado el poder, los Medici, que habian sido durante tanto tiempo simples banqueros, habian adquirido los gustos y aspiraciones de los grandes senores. Convertidos en hombres riqui- simos, liberados de Ja preocupacién de “hacerse” una fortuna, solo sofaban con acrecentar, mantener y gozar. Cosimo hizo un buen casamiento; esposé a Contessina de Bardi. Los Bardi ya no tenian la posicién financiera de antes, pero su banca todavia era sdélida, su crédito inmenso, y su situacidn social considerable. Mareado por la grandeza, Césimo se hizo construir por Michelezzo un magnifico palacio, en Via Larga, el asiento de la anti- gua morada de los Medici; y como era conocedor y amaba las artes, pronto tuvo la mas bella casa de Flo- rencia. También quiso jugar su papel en la politica ex- terior y sostuvo —en parte por vanidad, en parte con la esperanza de que el Papa retornara algvin dia al trono y él fuera su gran encargado de finanzas—, a Juan XXIII, a quien el Concilio de Constanza acababa de deponer. Gesto caballeresco éste que consistia en sacar la espada para defender a un pontifice que la Iglesia no queria. Anticipo imprudente el de los treinta y cinco mil duca- dos que fue necesario pagar para liberar al desdichado Juan XXII de su prisién de Heidelberg. Pura pérdida, Si se quiere, pero el Papa depuesto fue a vivir a Flo- 1§ rencia y honré con su presencia el nueyo palacio de su liberador. Toda Europa hablé de ello, se comento la generosidad que atestiguaba la riqueza colosal de los Medici, y crecid proporcionalmente el credito de su banca, \ | En el extranjero, el prestigio del financista aumento. En Florencia todo esto se calificé como de mal gusto. Hacerse construir un palacio nuevo, gastar enormes su- ras en comprar obras de arte, subvencionar a un Papa y pagar su rescate, fue criticada como una afectacion, un exceso. Los m4s prudentes dijeron: una inconcien- cia. Giovanni di Bicci, mas circunspecto, no hubiera hecho eso, Al pueblo no le gustan las provocaciones. Cuando Césimo pensd, para colmo, en hacer la guerra a Lucca, se murmuré que corria hacia su pérdida; una victoria no aumentaria su popularidad, una derrota con- citaria todas las quejas. El pueblo lo juzgaba arrogante, los grandes burgueses lo encontraban embarazoso y com- prometedor para su clase. Es con idioteces semejantes como se irrita al populacho. Hacia poco, Giovanni habia hecho recaer en los Al- bizzi la culpa de la derrota milanesa; Cosimo contaba con hacer lo mismo, pero los Albizzi fueron mas vivos en esta oportunidad. Golpearon primero y acusaron a Césimo, gDe qué? gDe haber llevado a Florencia a una guerra desastrosa? No, pues hubiera podido quedar im- plicado todo el gobierno. Sélo le reprocharon querer elevarse por encima de los ciudadanos’. Lo que nos parece venial era un crimen para este pueblo de fer- vientes demédcratas. Césimo fue condenado al destierro. Partié para Venecia, donde continud dirigiendo los asun- tos de su banca, y esperéd el momento, que no podia tardar mucho en llegar, en que sus adversarios se hu- biesen tornado tan impopulares que se lo Namaria nue- vamente. Cosa que sucedié, en efecto, poco despues de su partida. Su retorno fue triunfal. Triunfal también la gue- tra contra Milan, a la que los Albizzi habian [llamado en auxilio de su faccién. Se decret6 que merecia el ti- tulo de Padre de la Patria y de Benefactor del Pueblo, Seguro del favor popular, podia permitirselo todo. Su victoria sobre el partido Albizzi lo sefialaba como el 19 bs adversario de los plutécratas, aunque fuera el hombre mas rico de Florencia. Podia permitirselo todo, y se lo permitio, La democracia {lorentina habia pasado bajo el control absoluto del poder del dinero. Ya no eran los Albizzi, eran los Medici. Nunca ha habido un rey tan “absoluto” como Cdésimo. No tenia ninguna digni- dad, no cumplia ninguna tarea en el gobierno. pero sus eriaturas estaban en todos lados. Hombres que le res- pondian ocupaban todas las funciones. todas las ma- gistraturas. La injusticia de la que habia sido. victima lo autorizaba a ejecutar terribles represalias, y no se pri- vo de ellas. “A uno lo proscribian ( escribira Maquiavelo ) no solo por pertenecer a otro partido, sino también por la riqueza, el parentesco o las amistades. Si las pros- cripciones hubieran estado acompafadas por asesinatos, hubiesen recordado las de Octavio y Sila”. E] monarca sin corona que decia “no ser nadie”, reinaba como dés- pota, por interpdsitas personas, y su poder era tan gran- de que nadie hubiera osado desobedecerle, La consti- tucion no era violada; por eso no se podia protestar. Todo sucedia legalmente. Las elecciones no eran fra- guadas, pero gquién se hubiera atrevido a elegir un candidato que no fuera el de los Medici? Para anular a sus adversarios inclusive en las cortes extranjeras don- de habian buscado asilo, Césimo negocié con Milan, que después de su derrota se manifestaba devota de él, con el Papa, con Venecia, que lo consideraba como una fuer- Za digna de ser tenida en cuenta. Esta construccién politica reposaba enteramente en el genio del Padre de la Patria. La gente se preguntaba que sucederia cuando desapareciera; su heredero, en efecto, no poseia el mismo talento. Enfermizo, inhabil, Piero el Gotoso administré durante cinco afios la pesa- da herencia que le dejé su padre. Por cierto que no tenia talla como para continuar la obra de Cosimo; fe- lizmente, el edificio construido por este era tan sdlido que resistid todas las tempestades, cimentado por las coaliciones de intereses de las que era centro y hogar, Esta delicada estructura financiera y politica, cuya in- destructibilidad estaba asegurada por la “clientela” que ocupaba todos los cargos, subsistié durante el reinado del Gotoso. La faccién Medici habia perdido su jefe 20 \ —Piero no. era un conductor— pero se mantenia en el poder en razén de todas las connivencias, de todas las complicidades que habia creado. El Gotoso fue sobre- pasado, desbordado por los suyos; “eon todos sus miem- bros paralizados, lo tmico que le quedaha libre exa el uso de la lengua, y sdlo podia hacer reproches a los autores de los desérdenes, conjurandolos a comportarse de acuerdo con las leyes y a preferir la salvacién de la patria a su destruccién”. Este patriota era un hom- bre triste, de mandibula caida y ojos apagados. La opo- sicion fundaba grandes esperanzas en su muerte, que segun se decia, no podia tardar mucho, En efecto, cuan- do murié, en 1469, dejaba dos hijos de poca edad, uno de cardcter caballeresco que no pensaba mis que en torneos y amorios, y otro dotado de un gran talento como poeta. Sin duda, esto no bastaria para seguir ti- ranizando a Florencia, La oposicién dirigié su mirada hacia Tommaso Sode- rini, hombre de gran autoridad, que gozaba tanto en Florencia como en el extranjero de un prestigio enorme; apenas murid Piero, los intrigantes se apresuraron a ha- cerle la corte. Pero Soderini no queria correr riesgos: ubicandose deliberadamente del lado de los jOvenes Medici, los hizo “reconocer” por los notables y los jefes de las principales familias, Supuso tal yez que reinaria a cubierto de los dos adolescentes, déciles a sus conse- Jos. Pero el joven Lorenzo no tenia intenciones de ado- sarsé un Mentor, y lo hizo comprender claramente. Era Medici, y gobernaria como tal. La dinastia se mantenia en el poder, E] mismo afio de 1469 en que Piero el Go- toso entregé su alma y Lorenzo, que habria de Ilamarse el Magnifico, lo sucedié, en una casita del barrio de Santa Felicita, del otro lado del Amo, aproximadamente a mitad de camino entre el Palazzo Pitti y el Ponte Vecchio, el 3 de mayo nacia un nifio. Se llamaba Niccolo Macchiavelli. En otros tiempos, su familia era noble. Habia posei- do el sefiorio de Montespertoli, o habia estado muy cer- ca de los sefiores de ese nombre. Dio ardientes ciuda- danos al partido giielfo, lo que le valié el honor y el Inconyeniente de ser desterrada. Los Macchiavelli sdélo permanecieron trece afios en el extranjero; luego vyol- 21 vieron a consecuencia de una gracia. Desde entonces ejercian modesta, leal, laboriosamente fiunciones subal- ternas en la administracién florentina. Toscanos de pura cepa. tenian el espiritu claro, la inteligencia rApida, la mirada lucida; probablemente no se hacian muchas ilu- siones sobre los hombres; jhabian visto tantas cosas! Que- rian apasionadamente a su ciudad, y la servian con devocion y desinterés desde las distintas funciones a las que los Ilamaba la confianza de la Sefioria. Desde la proscripcién de 1267, hacia dos siglos, no habian yuelto a suftir las vicisitudes de los cambios de regimen. Cualquiera fuera el partido en el poder, per- duraban en su cargo, honestamente, copiando decretos o alineando cifras, Bastante escépticos respecto de las constituciones que se sucedian, acostumbrados a la ar- bitrariedad de los vencedores, a los excesos de las fac- ciones, les repugnaba comprometerse con los partidos extremistas. Eran esencialmente moderados, lo que les permitia no perder los empleos cuando las revolucio- nes, como estocadas a fondo, devastahan la cancilleria florentina, Nadie se enriquecia con ese tipo de trabajo —las pro- fesiones liberales redituaban poco en una ciudad mer- cantil— pero se conseguia la estima de los conciudada- nos y se tenia la ilusién de participar en la conduccién de los asuntos de Estado. Esta raza de escribas no tenia grandes ambiciones ni deseos dificiles de satisfa- cer. Eran de la clase de gente que se contenta con un empleo modesto, poco remunerativo, con tal de que su libertad de espiritu se mantenga intacta. De la clase de Bente, también, que amaba la cultura y se complacia en sentarse en un banco a Ja salida del trabajo, delante de un palacio, bajo la loggia, para recitar, ayer, terce- tos de Dante; hoy, una égloga de Virgilio. Los Macchiavelli no habian tenido aspiraciones lite- rarias, hasta el dia que una poetisa entro a la familia. Cuando Bartolomea Nelli, que escribfa lindos versos y pertenecia a una buena familia, consintié en casarse con un guardasellos de nacimiento ilegitimo, un nuevo ele- mento penetro en ese medio serio, un poco estrecho, uh poco gris, el medio de la gente “d’Oltrarno”, del otro lado del Arno, de la rive gauche —que en este caso 22, es Ja ribera derecha—, el medio de pequefios funciona- rios, de pequefo-burgueses que no pertenecian total- metite al pueblo, pero tampoco eran nobles, ni su equi- valente en una ciudad democratica, o sea ricos, Sin embargo, era facil enriquecerse: bastaba ocuparse de la lana, la seda o el cuero, vender 0 comprar, o aun mas facil, prestar dinero a plazo reducido y a interes elevado, sin riesgos, con buenas hipoteecas, lo que ase- guraba el desahogo al cabo de algunos afios, la opu- lencia después de algunas generaciones, Era dificil re- sistir una fiebre de riquezas que provocaba contagio y ganaba a todo el mundo. Siendo el dinero un signo eyidente de excelencia y superioridad, gquién no que- ria poseerlo? Los Macchiavelli se contentaban con su sueldo; era suficiente para permitirles vivir tranquilos e incluso felices. Poseian inmuebles, probablemente del tipo de las casas populares por las cuales se pagaba un alquiler minimo, habitados por gentes mas humildes que ellos. El dinero no aparecia en sus manos porque no lo querian; al contrario de otros que se convertian en co- merciantes 0 usureros por amor al lucro, se desenten- dian de él. Preferian los placeres, la ausencia de preo- eupaciones, la tarea cotidiana, mondétona, y el paseo fuera de las horas de trabajo, a las agotadoras preocupaciones de los grandes industriales, los comerciantes y los ban- queros. El pequefio Niccolo Macchiavelli —a quien dare- mos de ahora en adelante el nombre de Maquiavelo, segiin la férmula afrancesada, tradicional, que se con- virtiéd en Ila de uso— el pequefio Maquiavelo crecio sin apremios entre estas buenas personas, de habitos y coas- tumbres tan simples. Frecuento la escuela del barrio con los muchachitos de su edad, y luego, como era inteli- gente y aprendia rapido, le pusieron buenos profesores. E] padre esperaba que hiciera, en su momento, carrera en la administracién. La madre sofaba para él el destino azaroso y brillante del “hombre de letras’. Como estaba avido de lecturas, le permitian devorar todo lo que ecaia al aleance de su mano, ya fueran los antiguos o los modernos, los historiadores o los poetas, los latinos o los que escribian en lengua “vulgar”. Es posible que haya ensayado el griego, que representaba un grado superior de cultura. 23 No era en lo mds minimo un ratén de biblioteca. Mas que los libros preferia la calle con sus fiestas y sus suplicios, sus procesiones y sus ejecuciones, sus mil es- pectéculos cambiantes, La misma multitud que ayer despedazaba a un hombre de estado que habia dejado de gustarle, seguia, Ilorando, el cortejo de una virgen, se rela desenfrenadamente con las groseras farsas de los chantefables, escuchaba con la misma atencién el reclamo del charlatan, los lazzi y sus acdélitos bufones, las arengas del politico del barrio y los sermones del predicador de moda. jQué facil era desencadenar sus aclamaciones 0 sus gritos de odio! Un cambio de atméds- fera, y hela aqui que corre a destrozar a la misma per- sona que aplaudia ayer, y que aplaudird mafiana, si logra escaparse, A fuerza de pasear por las calles, menos ocupado en jugar a los dados, a las bochas o a la morra que en mirar y escuchar —todo ojos, todo oidos— el espectaculo infinitamente abigarrado y cambiante que ofrecen, ha aprendido a conocer los caprichos, impulsos, testarude- ces, coleras y enternecimientos del pueblo, de ese gran animal salvaje y tierno que rasgufia y acaricia a partir del mismo impulso, y con frecuencia con la misma ma- no. Ha aprendido a temerlo, a compadecerlo, a descon- fiar de sus entusiasmos y rencores. gA quererlo? ¢Quién sabe? No hay que preguntar mucho. 2Es tan clarivi- dente como para querer? ¢O no es lo suficiente? Por otra parte, lo vinico que tiene qua hacer es leer fo que le gusta y pasear por las calles. No estd apurado por elegir una profesién y sus padres tampoco lo pre- sionan. Cuando términa los estudios, los prosigue a su voluntad, con la negligencia laboriosa del hombre que sigue siendo eterno estudiante, Se instruye en las bi- blioteeas y en las plazas publicas; escucha mds de lo que habla, atento, irdnico, desconfiado, con la eterna sonrisa de costado en su boca delgada, los cabellos de- sordenados de las personas que no se preocupan por su aspecto, con el fino y delgado rostro de intelectual, que le hace decir a su madre: “Se dedicara a la litera- tura”. Desenvuelto y apasionado, escéptico, misantropo 24 precoz, no espera demasiado de los hombres, que no valen gran cosa. Como no quiere vivir a costa de los suyos, hace tra- bajitos mal pagados para ganarse la vida: traducciones, copias. Lo justo para reunir un poco de dinero sin re- nunciar a su libertad, sin comprometer su independencia, jLa libertad! ;Qué bien suena la palabra! No hay nada mejor en el mundo que un hombre libre. {Pero qué dificil es serlo! Capiruto II ITALIA DESGARRADA Cuando escriba la historia de Florencia, al Hegar a 1469, el aiio de su nacimiento, Maquiavelo resumiré la situacion general del pais en consideraciones al fin y al cabo optimistas, teniendo en cuenta Jas convulsiones de la época. “Italia estaba bastante tranquila; la prin- cipal preocupacién de los principes era observarse reci- procamente y asegurar su poder por medio de ligas y nuevas alianzas, Un periodo de paz y tranquilidad era excepcional en la dividida Italia, volatilizada en un pol- villo de republicas y principados, agitada sin cesar por la guerra: el movimiento browniano de estas particulas de estado las lanzaba continuamente unas contra otras. Integraban un mosaico que hubiera podido formar un dibujo bastante bello y armonioso de haber mantenido la estabilidad, pero se encontraba en perpetua recompo- sicidn. Se luchaba por la posesién de una colina, de un castillo, de un puente, o simplemente por el placer de batirse, porque no habia nada mejor para hacer. Apenas se habia restablecido el equilibrio entre los estados, una nueva guerra volvia a cuestionarlo todo. Se la amaba porque respondia a los instintos violentos del pueblo y de la época: el individuo civilizado, so- metido a las leyes en tiempos normales, encontraba la ocasion de liberar sus tendencias profundas, su gusto Salvaje de matar y destruir. La guerra daba el poder. La guerra, ademas, pagaba. El soldado rapifiaba, el ca- pitan feliz conquistaba provincias, se apropiaba de du- cados, fundaba una dinastia de principes o reyes. Era una empresa lucrativa, como el comercio o la industria. Los desafortunados se arruinaban, los débiles dejaban 27 la vida en ella; los habiles y los fuertes se enriquecian. La vida hubiera sido menos divertida de no haber exis- tido tantas ocasiones de lucha, tanto desorden que per- mitiera a los audaces probar fortuna y tentar al destino. Una Italia unida, uniforme, hubiera sido tremendamente aburrida, disciplinada, articulada; no hubiera habido lugar para el capricho en un mecanismo demasiado pre- ciso, demasiado minucioso, Tampoco para la fantasia, en un Estado poderoso, construido segun la razén prac- tica, la légica y la clara nocién del interés piblico, © La vida politica de Italia, dominada por el gusto a la amarquia y el habito del desorden desde que se habia desembarazado de los emperadores alemanes y los re- yes angevinos, se polarizaba sin embargo alrededor de algunos grandes estados, que arrastraban en su recorrido a una galaxia de republiquetas y minusculos principa- dos. Un complicado juego de alianzas —que nada debia a Ja sutil estructura del feudalismo, que nunca pudo en- raizarse en Italia— asociaba temporariamente a un so- berano mas poderoso que los otros algunos reyezuelos que encontraban conveniente compartir su destino. Di- chas asociaciones eran estrictamente utilitarias: no so- brevivian al interés que obedecian. El deseo de vengarse de un enemigo tal que no se podia aniquilar solo, la ambiciédn de un territorio imposible de conquistar por los propios medios, justificaban tan precarias alianzas. También habia algunos sefiores tradicionalmente apasio- nados por el oficio de las armas, que convertian en mé- todo de supervivencia la que habia sido para sus ante- pasados un entretenimiento o un halago para el amor propio. Semejantes a esos aristécratas arruinados que no quieren renunciar a la caza y sus alegrias y para solventarlas venden las presas, estos individuos profesa- ban la guerra como empresa. Se alquilaban con sus ji- netes, sus infantes, su artilleria, por un tiempo determi- nado y un sueldo fijo. La antigua nobleza, excluida de la vida comunal, en vez de agriarse en la soledad rural y en la pobreza, elegia gustosamente una profesién honorable y lucrativa que le procuraba, ademas de ventajas, los rudos pla- ceres que sus antepasados gozaban gratuitamente. Al- gunos, como los sefiores de la Mirandola, por ejemplo 28 —en cuya familia, por un azar paradojal, nacera la mas bella flor del Humanismo, la obra maestra mas rara del Renacimiento, Pico de la Mirandola—, eran, de padre a hijo, conductores y organizadores de batallas. Se designaba a estos empresarios con el nombre de condottieri. No se trataba de aventureros, hablando con propiedad, pues no buscaban la aventura por si misma; un cierto rasgo mercantil, que a algunos podra parecerle desagradable, o incluso degradante, caracterizaba su si- fuacién. Ciertamente, se estaba lejos de la caballeria y de! feudalismo. Los condottieri servian a quien les pa- gaba, v exclusivamente a quien les pagaba mejor, sin eonsiderar la simpatia, la amistad o la fidelidad a un hombre o a una causa, tan necesarias en la guerra. En resumen, gobernaban un emporium donde el soberano encontraba la cantidad y la calidad de soldados que queria. Los gascones eran famosos, por su agilidad, los suizos por su fidelidad y tenacidad, los estradiotes al- baneses por su furia teroz. Se hacia negocio por tantos infantes, tantos jinetes, tantas bombardas y cafioncitos, tantos alemanes para alimentarlos, Se discutia el trabajo a realizar y, una vez cerrado el trato, el soberano ya no se ocupaba de nada. Los condottiert se encargaban de la conduccién de la guerra y sus consecuencias, co- mo por ejemplo, del abastecimiento de las tropas. Fran comerciantes, y como tales deseaban los mayores beneficios con el minimo desembolso, Eran raros los gue resistian la oferta de un mejor postor. Como no se hacia la guerra por placer, habia que sacar el maximo provecho. No era una cuestién sentimental: un simple alquiler de servicios. El] dia que se encuentra un patron que paga mejor, se abandona al anterior. Los mas ho- nestos esperaban, para hacerlo, Ja finalizacién de la fuerra, o por lo menos el fin de la batalla, pero no todos tenian tan honorables escripulos. Esta organizacién tenia grandes ventajas. Libraba a la poblacién de las ciudades y del campo del peso de la guerra y de los inconvenientes del servicio militar, Asi, sdlo era una carga financiera para el Estado; no reducia sus fuerzas vivas. E] pueblo Ja aceptaba tanto mas gustosamente cuanto que no la hacia; era una cues- tién de dinero, y él no pagaba impuestos, En vez de 29 quedar abandonada a la competencia de funcionarios mis © menos instruidos en los problemas militares, es- taba reservada a los especialistas que se revelaban como verdaderos expertos. En lugar de ser una poco habil y costosa carniceria, se convertia en una especie de jue- go, llevado a cabo por hombres especialmente califica- dos para ello, que perfeccionaban su técnica hasta el punto de convertirla en un arte, Nunca las palabras el arte de la guerra han sido tan verdaderas como en la época en que el condottiere era comparable a un astuto comerciante 0 a un préspero industrial, Economia, eficacia, rendimiento: tales eran los motivos de sus preocupaciones, Se cuidaba el mate- rial, se cuidaban los hombres; unos y otros costaban mu- cho y no habia que tener déficit cuando terminahba la guerra. Lo ideal hubiera sido que el problema pudiera solucionarse sobre un tablero, sin que se estuviera obli- gado a actuar sobre el terreno, a dejar herir —a veces a matar— a sus soldados. Las cualidades de un buen condottiere, y todos son “buenos” en este aspecto, se asemejan a las de un buen jugador de ajedrez. El one- roso heroismo del caballero habia pasado de moda. En otros sitios, de vez en cuando, todavia se luchaba asi. Italia era demasiado civilizada para continuar con las masacres iniitiles. La guerra es un asunto donde entra en juego el coraje, por cierto, pues hay momentos en que el furor bélico priva sobre la prudencia y el sen- tido de la economia, pero donde las principales virtudes son la destreza, la habilidad en las maniobras, el inge- nio para las estratagemas. i] condottiere es un producto de la civilizacién y de Ja politica italianas; también es una necesidad, Los esta- dos pequefios carecen de medios para mantener ejérci- fos permanentes. Los grandes consideran absurdo inmo- vilizar en regimientos a jévenes vigorosos que son mas tiles en el campo oc en la fAbrica. El oficio de soldado es como cualquier otro; exige aptitudes fisicas y mora- les. Algunos pueblos son mas aptos, algunos individuos tambien. Hay aventureros que sdélo suenan con peligros y luchas; reservadles la preocupacién y el gusto de hacer Ia guerra, y dejad tranquila a la gente de paz. 30 El creador del género, el inventor de la técnica, el maestro en este arte fue Alberico da Barbiano, a quien corresponde el mérito de haber formado a los condot- tieri mas célebres. A] lado de los comandantes de origen noble, que llevan la guerra en la sangre y ejercen Ja profesion de condottiere tanto por placer como por in- terés, surge —como producto de los acontecimientos— una nueva clase, una categoria de hombres que no es- tan ligados al oficio de las armas por sus tradiciones o por sus habitos ancestrales, sino solamente porque es interesante y lucrativo. Pero no es facil. El condottiere es un personaje bas- tante complejo. No basta con que tenga audacia, coraje y espiritu emprendedor. Debe ser capaz de dirigir sol- dados de naciones diferentes, 0 sea de mentalidades di- ferentes, de imponer una disciplina uniforme a elemen- to heterogéneos. Tiene necesidad de conocimientos que modelen su instinto. Como la guerra se ha convertido en una ciencia, hay que aprender Ja teoria y la practica antes de arriesgarse en una aventura. Las reglas de jue- go son complicadas, las partes se desenvuelven segiin métodos muy distintos. Hasta la ubicacién de un ejér- cito en el terreno plantea mil problemas que el instinto no puede resolver solo. La eleccién de los condottieri eficientes se hace mas dificil a medida que enriquecen y profundizan su téc- nica, que afinan su arte. Se reduce el numero de espe- cialistas, de expertos, de “maestros”. Triunfan aquellos que han tenido una “buena escuela” y han sido forma- dos por un profesor eminente: de ahi proviene la cele- bridad de Alberico da Barbiano. Dadle un palafrenero, tm labrador, un carnicero, un panadero; por poco dota- dos que estén, hard de ellos grandes estrategas. Asi se ha democratizado la casta de los condofttieri, reservada en otro tiempo a los hijos de familia arruina- dos, Ahora entra quien quiere y quien puede, La guerra ha dejado de ser el privilegio de los nobles, Para un lombre que se siente detado y tiene vocacién militar, gue otra profesién seria tan agradable como ésta? Jus- tifica todas las inmoralidades. Lo que es un defecto en un individuo corriente se convierte en una virtud. La palabra misma “virtud” cambia de sentido cuando se at Ja aplica al condoittiere, y las aptitudes necesarias para descollar en el oficio se encuentran en un carnicero como Piccinino, en un campesino como Attendolo Sfor- za, en un boyera como Carmagnola, en un hornero co- mo Gattamelata, La corporacion tiende a eliminar los gentilhombres, a quienes considera aficionados, y a reservar las gran- des condottas para los proletarios que se han elevado con la fuerza de sus punos al grado mas alto y se hacen desear y pagar caro por las republicas que los emplean. Hasta el dia que, si traiciom —‘emasiado imprudente- mente, es decir demasiado abiertamente, su empleador, descontento, los haraA asesinar. Inecluso si las batallas no son mortiferas, pues los generales cuidan sus hombres, Ja profesion no es de las que permiten morir en la cama. El] numero de cendottieri ejecutados legalmente o “su- primidos” sin juicio es considerable, La mayoria ha ter- minado asi, y ni uno solo, estoy seguro, en el campo de batalla. En un dia, César Borgia hizo estrangular por sus esbirros a los mas ilustres capitanes del siglo, de enya fidelidad dudaba con fundadas razones. Tales son los riesgos del oficio, Pero cuando se triunfa, jqué victoria! gQuien gobierna los pequeiios principados italianos? A la mayor parte, los condottieri recién venidos. sQuién es el sefor de Perusa? Baglioni. 3E] sefior de Rimini? Malatesta. JE sefior de Forli? Ordelaffio, 3E] sefior de Bolonia? Ben- tivoglio. gE] senor de Ferrara? Ercole d’Este. :E] senor de Mantua? Gonzaga. gQuién es el duque de Milan? Primero Visconti, después Sforza. Es natural que el con- dottiere célebre, el “capitan feliz” se convierta en el déspota de unos estados librados a Ja anarquia, a la guerra de facciones, a Ja merced del soldado enérgico y sin escrupulos que quiera apropiarse de ellos. Es la evolucién logica de los acontecimientos permitida por la organizacion misma de la sociedad, que eleva al con- dottiere a la cabeza del Estado. Y la politica italiana, que lo ha creado, adquiere un color nuevo, un aspecto imprevisto, al convertirlo en estadista, en senor, en jefe del gobierno, en “tirano”, Cuando el condottiere en ascenso se convierte casi en el igual de los reyes, ni su cardcter, ni su mentalidad, On ni sus modales han cambiado demasiado. Muchos de ellos se han civilizado. Anguillara protege a los artistas, Piccinino se preocupa por la literatura. Pero debajo de este barniz, a pesar de su afectacién de cultura, en la mavoria sobreviven los instintos brutales, los apetitos violentos, las reacciones salvajes del primitivo. Salvajis- mo que puede coexistir con las mds exquisitas manites- taciones de gusto en un Sigismondo Malatesta, por ejem- plo, quien al mismo tiempo que hacia construir por Alberti la obra mas pura y delicada del Quatirocento, el templo malatestiano de Rimini, violaba sin discrimi- nacién a sus hijas y yernos, profanaba cadaveres, arran- caba un pedazo de brazo a una princesa alemana de un mordiscon. Convertido en tirano, el condottiere se cuidara mucho de renunciar a la guerra que lo enriquece. La mayor parte de las continuas querellas que sacuden a Italia son provocadas por estos luchadores incansables, cuyo estado normal es la guerra, Se cuenta que el condottiere inglés John Hawkwood, al servicio de Florencia —los florentinos lo llamaban Giovanni Acuto, y tiene su tum- ba en el Duomo, con un hermoso fresco de Piero della Francesca— contestéd un dia a un monje, que al soli- citarle una limosna, le decia: “Dios os otorgue la paz” —algo poco astuto, dirigido a un guerrero—, ~{Que Dios te quite tus limosnas! ;Quieres que me muera de ham- bre!” Era también Sigismondo Malatesta, segiin cuenta Eneas Silvio Piccolomini, quien contestaba a sus hom- bres cuando reclamaban la paz: “No os atormenteis, te- ned coraje, pues mientras yo viva no la obtendreis”. — Los principados menores como Perusa, Ferrara, Urbi- no, Mantua, Bolonia, Faenza, Forli, son posesion ex- clusiva de los condottieri y como tales estan sometidos al perpetuo tumulto de las batallas. También tienen su importancia politica y, segun los caprichos del duefio, segiin sus intereses, segun la situacién del momento, contraen alianzas entre si o bien entran en la orbita de los grandes estados. Estos constituyen los islotes de tierra firme en un mar constantemente agitado, en unas tierras movedizas que se hunden al pisar. Por su poder, por su extension, por las relaciones que mantienen con los estados extranje- 33 ros, por la importancia de su posicién estratégica 0 co- mercial, representan, o intentan representar, el papel de Arbitros eh Ja confusa mezcolanza de republiquetas y pequenos principados, Cada uno de ellos aspira, mas o menos abiertamente, a la hegemonia sobre Italia: las republicas comerciantes, como Venecia y Florencia, por medio del control de las finanzas y los negocios; Milan, a causa de la ambicién desenfrenada de los Sforza, que se han apoderado por la violencia del poder detentado antes por los Visconti; Napoles, que esta en manos de los aragoneses, por el respaldo que le otorga su asocia- ciOn con Espana; Roma, en fin, como capital espiritual del mundo cristiano. Todos hacen valer sus derechos. El Papa se ampara en la famosa Donacién de Constantino, en la cual ci- menta la Iglesia sus reivindicaciones temporales. Dona- eion que juzgan apdcrifa, y en consecuencia sin valor, muchos. de los mejores espiritus de la época y de la Curia misma. En principio, la Donacién de Constantino atribuye al Papa el poder supremo sobre todos los esta- dos, cuyos soberanos conseryarian la autoridad por de- legacién del Soberano Pontifice, Como el alcance juri- dico del documento es vago, muy discutible, y un argumento legal no es suficiente para obtener o con- servar lo que se desea, la Santa Sede practica una politica muy activa, interviniendo en las querellas entre los es- tados, guerreando sin cesar, ya sea para defenderse, ya sea para atacar; y el mejor método de defensa, es, con frecuencia, la agresién, A pesar de todo, el Papado no descuida los intereses espirituales de la Iglesia, pero su situacion de estado soberano lo obliga a llevar a cabo una politica realista, que a veces los contradice. En tanto que soberano, el Papa es un monarca como los demas, obligado a hacer la guerra —justa o injustamen- te, poco importa—, a negociar los tratados, los regateos, las alianzas, con todo lo que esto implica de diplomacia retorcida, mala fe, duplicidad, enganos y traiciones. Por la presion de las circunstancias, los papas han sido forzados a conyertirse en diplomaticos y en guerreros. Los de este siglo, Sixto IV, Inocencio VIII, estan su- mergidos en dificultades sin fin, ya sea porque los ene- miges lHevan la guerra hasta sus territorios o porque los 34 ejércitos de las Llaves la imponen a los estados vecinos. Constrefiidos a hacerla, terminaron por tomarle el gusto. Hasta los mas pacificos se contagiaron. Inocencio VII se lanza alegremente a una serie interminable de con- flictos bélicas. Julio II prefiere la espada al libro, Sixto IV, segin Guicciardini, murié de rabia el dia que fue obli- gado a hacer la paz. Alejandro VI, por sus inclinaciones personales, deberia ser mas pacifico: es un sibarita, no un soldado. Pero la situacién de Italia y las ambiciones de su hijo César Borgia no le dan tregua. Ast es Roma, en el centro de la tumultuosa Italia. La metrépolis del mundo cristiano, la residencia de la mas alta autoridad espiritual que existe sobre la tierra, y al mismo tiempo, un reino pandillista, colérico, sacudido internamente por las discordias de las grandes familias que se disputan la tiara como otras se disputan una co- rona y que agitan a su alrededor, por sus ambiciones, por sus temores, por sus céleras, remolinos de inquietud y vastas corrientes bélicas. Roma, que puede reducir a la obediencia al monarca mas indécil por medio de la excomunion, la deposicién o la interdiccion, es un estado como los otros en Italia, acosado por los mismos ape- titos, que utiliza los mismos medios para satisfacerlos, y obligado, a causa del poder temporal que posee, a ejecutar una politica tan francamente inmoral como la de los condottieri mas feroces y los tiranos mas corrup- tos. En el pasado, ha hecho arrodillar a Jos emperadores alemanes; hoy la desafia, la insulta y la amenaza un reyezuelo italiano, y se ve compelida a entrar en com- ponendas con Ja sospechosa categoria de empresarios de la guerra, de aventureros, que en definitiva son los ar- bitros de la situacién militar de la Peninsula. Aquellos de quienes dependen la paz o la guerra, son los Vitelli, es Alviano, es Gattamelata, es Anguillara, es Oliverotto da Fermo: los poderosos del momento, los condottieri que se han convertido en tiranos 0 aspiran a serlo. Es un milagro que por sus componendas, sus injusti- cias, sus crueldades, el poder politico de Roma no haya comprometido su poder espiritual. Mas sutil, mas dgil, en una palabra, mds inteligente que la nuestra, esta época no se ha equivocado. Ha comprendido muy bien que hay dos Romas. Una, heredera de San Pedro, repre- 3D —————— sentante del cristianismo en lo que tiene de mds elevado, puro y sagrado; otra, que constituye un estado politico, terrenal, parecido a un principado cualquiera, Una Ro- ma de la Tierra, una Roma del Cielo. Esta época no se indigna —y cuando lo hace, es con mala fe. o porque no comprende— y no le resulta chocante yer al Papa bendecir con una mano, y con la otra dirigir el despla- zamiento de los ejércitos y firmar tratados que no va a respetar; con la condicién, por supuesto, de que no se mmpliquen los intereses espirituales de la Iglesia, o no sufran demasiado, Teoricamente, Roma deberia convertirse en la po- tencia unificadora de Italia. Los pueblos lo han esperado a lo largo de la Edad Media, y ha estado a punto de lograrlo, en ocasién del conflicto con los emperadores alemanes. Pero el espiritu de la Peninsula, particularista hasta Negar a Ja anarquia, ha paralizado sus esfuerzos, y hoy se ve sacudida por la tempestad de una politica confusa y violenta tanto como Perusa 0 Siena. De hecho, no tiene mas poder, en relacién con los estados vecinos, que un principado mediocre. {Cuanto mds poderoso es el reino de Napoles, con- vertido en una posesién del Aragonés después de la caida de los Angevinos, gue a su vez, habian sucedido a los Hohenstaufen! Desde el dia que Alfonso Il de Aragon, triunfante sobre el candidato pontificio, entré a la ciudad por los acueductos de la Porta Capuana, Na- poles ha quedado en manos de su dinastfa. A pesar de las intrigas del Papa para imponer un gobernante de su gusto, a pesar de las tentativas de restauracién por parte de los Angevinos y sus nunca olvidadas reivindi- caciones —que van a Ilevar a Italia a Carlos VIII de Francia—, los espafioles se han mantenido en Italia del Sud. Que esta provincia haya sufrido al ver cémo se le imponian gobernantes extranjeros, es algo muy cierto, dpero desde hacia cudnto tiempo habia renunciado a gobernarse a si misma? El yugo de los espanoles era tanto mas pesado cuanto que Alfonso, llamado el Mag- nanimo por sus cortesanos, pero sin el eco del pueblo, decidié hacerse pagar por los napolitanas el costo de una guerra que habia saqueado al pais. Reinando por medio del terror mds que por la magnanimidad, Alfonso 36 | habia logrado anular los esfuerzos del Papa para inmis- eulrse en el territorio cuya propiedad reclamaba. Su sucesor, Ferrante, continud con la misma politica de arrogante desafio hacia la Santa Sede, de opresién al pueblo, de traicién a los suyos. Llevé la crueldad hasta la demencia; corté la cabeza de sus enemigos, envenend las pilas de agua bendita de las iglesias de Venecia para vengarse del Dux. En el transcurso de una fiesta, hizo degollar a los representantes de la nobleza napolitana, y nuestro buen Commines, que habia presenciado una gran cantidad de acontecimientos y se habia topado con la gente mas variada, afirmaba que “ninginm hombre ha sido mas cruel que él, ni mas malo, ni més vicioso, ni mas infecto, ni mds glotén”. A pesar de sus defectos, o tal vez a causa de ellos, el reino de Napoles era pode- roso. Poderoso por las conexiones con Espaiia, poderoso por la victoria sobre los turcos, que habian intentado poner un pie en Occidente y habian sido expulsados de Otranto; poderoso, en fin, por la debilidad de los de- mas. En Italia no habia nadie capaz de resistir a Napo- Jes ni de hacerle sombra. Para abatir la dinastia arago- nesa, no bastaria con una coalicién de estados italianos, ues una coalicién es algo vago, vacilante, sujeto a du- a a defecciones, a stitbitos cambios en las alianzas: bien loco quien se fiara, quien creyera en la buena fe y en la fidelidad de sus aliados, o quien, al entrar, se juzgara obligado a manifestar la suya a los demas. EI golpe que hara caer a los aragoneses sdlo puede provenir del exterior; lo dara el rey de Francia, que adquiere, de parte del dugque de Anjou y del de Lorena, sus dere- chos a la corona de Napoles. Corona que el buen rey René ha prometido primero a Carlos el Temerario, y luego ha cedido a Luis XI, revocando su primera pro- mesa. Y si los franceses eran capaces de olvidar esos “derechos”, hay alguien en Italia que se encargara de recordarselos: el gran enemigo de los aragoneses, el Lombardo, duque de Milan, En efecto, mientras los espafioles asentaban en el sut de la Peninsula un poder tan grande que parecia im- posible desalojarlos, en el otro extremo de Italia, al norte, unos condottieri felices habian fundado otro Es- tado tan vasto, rico, orgulloso y susceptible como el a7 reina meridional. Los Visconti, que reinaban despética- mente sobre Milan, no fueron menos feroces ni menos extravagentes que los aragoneses. Uno de ellos, Barnabo, eriaba una inmensa jauria a la cual cebaba con los hombres de quienes recelaba 0 que ya no le caifan bien: sus integrantes eran tan temidos como el ejército mas terrible. Filippo Maria no alimentaba sus perros con carne humana, pero guardaba serpientes en los bolsillos, con las que jugaba gentilmente cerca de la cara de las personas que queria intimidar. Habia hecho de la men- tira un arte refinado. Sonreia a sus futuras victimas y aterrorizaba con una mirada sombria a sus favoritos, que sentian hundirse el piso debajo de sus pies. Hubiera sido como para felicitarse al ver caer a la antipatica dinastia de los Visconti, si sus vencedores no hubieran sido los Sforza, Estos descendian de un cam- pesino de Cotignola que, cansado de cultivar con sus veinte hermanos el pedazo de tierra familiar, decidid hacerse soldado. Los reclutadores del condottiere Bol- drino da Panicale lo sedujeron con su retérica, pero no estaba totalmente convencido. Y como le costaba deci- dirse, quiso jugar su destino a cara o ceca. No tenia di- nero; tomo entonces su azada y la tiré contra un Arbol, prometiéndose que si la azada caia, interpretaria este signo como la orden de seguir siendo agricultor. Goethe resolvera de manera analoga la lucha que Ili- braban en su corazén el deseo de ser pintor y el de ser poeta. Lanz6 su navaja dentro de un estanque; si flo- taba, seria pintor. Se fue a pique, Parecia que a la azada de Muzio Attendolo, al que se Ilamara Sforza, el violen- to, le iba a pasar lo mismo, pero en contra de las apa- riencias, quedé en el drbol. El campesino juzgé que los astros habian decidido por él y se fue tras los tambores, sobre un caballo robado. Convertido en condestable del reino de Napoles, muy rico, dueno de un ejército imponente, legd a su _ hijo Francesco tesoros, soldados, fama y ademas algunos bue- nos consejos, pronunciados en su lecho de muerte. “Si tienes tres enemigos, haz las paces con el primero, pidele una tregua al segundo, luego cae sobre el tercero y des- triyelo”. Proyisto de tan sabias advertencias, Francesco Sforza continué con un ritmo rapido y brillante la con- 38 quista del éxito iniciada por el campesino de Cotignola. Su padre habia sido el amante de la reina de Napoles; él hizo el “casamiento perfecto”. Esposé a la hija de Fi- lippo Maria Visconti, lo que lo acereo a Milan y le per- mitié meter baza en el ducado cuando muri6 su suegro. La dinastia de los Sforza no se desasira de Milan, aunque Francesco no tenga derechos sobre ella por haberse ca- sado con una bastarda; sus derechos son su ejército, el mas poderoso de Italia, su decision de vencer, su ener- gia, su falta de escripulos, su crueldad. Popular, sin em- bargo, querido por la plebe, gracias a su estampa impo- nente, a su afabilidad, a su gentileza, a su generosidad. Su hijo Galeazzo Maria, cazurro, introvertido, cobar- de y cruel, se deleitaba viendo torturar infelices; para que el suplicio durara mas, los hacia enterrar vivos. Se comentaba que habia envenenado a su madre. El destino la vengé; Galeazzo Maria fue asesinado a su turno por unos conjurados que querian liberar a Milan. Estos generosos ciudadanos, Algiatti y Lampugnani, pa- garon con la vida su gesto liberador, y como el here- dero del ducado sédlo era un nifio, el tio ocupd la regen- cia. Pronto murié el pequeho, demasiado oportunamente para su pariente, que ya tenia todo dispuesto al efecto. Ludovico, llamado el Moro a causa de la tez morena que habia heredado de su abuelo Muzio Attendolo, lo sucedio, Pesaba entonces sobre Milan la tirania de un usurpa- dor, como en Napoles la de un soberano extranjero. Al lado de las ciudades destrozadas por una dura dictadu- ra, por un absolutismo que no estaba atemperado por ningun derecho popular, Venecia y Florencia aparecian como estados liberales y democraticos. En efecto, de acuerdo con la constitucién que las gobernaba, eran republicas, En lo que concierne a Florencia, hemos vis- to que el poder del dinero establece una verdadera di- nastia en la época del nacimiento de Maquiavelo. Los Medici, reyes sin corona, son tan tremendamente po- derosos, que nadie suena con discutirles el principio de herencia, y desde hace cuatro generaciones el hijo sucede al padre con el consentimiento tacito o explicito de los ciudadanos. 39 Los venecianos tenian un sentimiento mucho mas jus- to y escrupuloso de la democracia, Su constitucién, obra de los siglos mas que de la arbitrariedad de los hom- bres, establecia un equilibrio entre las fuerzas antagdé- nicas del pueblo y la aristocracia. Como la politica de Venecia estaba basada en las relaciones comerciales con el extranjero, sobre todo con Oriente, e implicaba ine- vitables guerras de prestigio o por interés, era necesario que su gobierno poseyera la continuidad de que carecen los regimenes democraticos. Esta politica sabia, pruden- le, enérgica a sabiendas, nunca caprichosamente vio- lenta ni provocadora, estaba subordinada a los negocios. Hasta las conquistas de la Serenisima estaban orienta- das por el afan de instalar nuevas factorias u obtener tratados de comercio mas ventajosos, defender sus ba- ses o asegurar la libertad de los mares. La institucién del Dux vitalicio, el caracter hereditario del Gran Con- sejo, aseguraban la continuidad politica; no se estaba a la merced de un voto que en un instante podia destruir todo lo que habian edificado los antepasados, Atn si el término parece paraddjico, es necesario decir que Venecia era una republica aristocratica, que es, tal vez, la unica forma verdaderamente eficaz de la democracia, No una forma de la tirania. El Dux que se aventu- rara a abusar de sus poderes pagaba con la vida su im- prudencia. Ejercia el gobierno una asamblea donde fi- guraban los hombres que realmente contribuian a la prosperidad de la sociedad, no los que se dedicaban al estéril juego de la “politica”. Venecia necesitaba ser fuerte, ya que en la misma Italia, Pisa y Génova trata- ban de quitarle el monopolio comercial y el dominio de los mares. Los turcos, por su Jado, abordaban sus raleras y sé apropiaban gozosamente de sus factorias en Africa, Grecia o Asia Menor. Para resistir tantos peligros, era indispensable ser poderoso, reducir al minimo las consultas populares con sus bruscos cambios de opinién, sus entusiasmos y sus odios ciegos, su docilidad frente a las insinuaciones de los intrigantes. Venecia nunca suprimié la representacién popular, lo que le valia el titulo de democracia, pero se las arreglaba para que no fuera perjudicial para los inte- reses del Estado, En Florencia, la politica tendia a con- 40 vertirse en un fin en si misma; en Venecia estaba al servi- cio del orden y de la prosperidad, En definitiva, todos se beneficiaban cuando los negocios andaban bien, cuando se mantenia a distancia a los enemigos, cuando la mer- caderia circulaba sin peligros desde los puertos africa- nos o asiaticos hasta las ciudades de Flandes, de Ale- mania, de Francia, que eran los clientes habituales de la Serenisima, Incluso en el plano comercial se presentaban sufi- cientes dificultades —tentativas de algunos estados para zalarse del monopolio veneciano, competencia de parte de las ciudades de la Hansa, de los puertos ingleses, de Anvers, la politica comercial de Jacques Coeur y el desarrollo de sus relaciones orientales —como para que no se perdiera el tiempo en querellas estériles como las que divertian a los florentinos. Pero esta politica de intereses, por el hecho mismo de estar basada en ellos, . era algo precaria. Venecia se negaba a participar en las querellas intestinas de Italia, en lo que tenia raz6n, pues habia cosas para hacer, pero la Peninsula la dejé sola frente a los turcos. El mismo afio en que nacia Maquiavelo, la Serenisima se encontraba expuesta a una flota musulmana de cuatrocientos navios que, alinea- da, se extendia sobre diez mil millas marinas. “E] mar parecia un bosque”, escribia Malipiero, citando a Giro- lamo Longo, un testiga ocular. Venecia debe negociar con Mahoma II, so pena de perder sus colonias. Maga- lanes y Crist6bal Colén, uno originario de la nacién rival, Portugal, el otro hijo de la Génova que la odia y suena con quitarle la supremacia comercial, carcomen el poderio de la Reina del Adridtico con sus viajes y descubrimientos. Se la acusaba de egofismo; se le reprochaba su falta de interés por la suerte de la colectividad italiana, se condenaba su monroismo, gQué otra cosa podia hacer? éQué hubiera ganado precipitandose en las disputas de los condottiert y los tiranos? Tal vez a Italia le moles- taba que Venecia diera el ejemplo del orden, de la dis- ciplina, del sentimiento nacional Mevado a su limite ex- tremo, del patriotismo ferviente pero inteligente. Se le envidiaba su civilizacién perfecta y refinada, tanto en el orden material como en el de las producciones artis- 4] ticas. Era’ demasiado superior, demasiado sabia, como para no irritar a sus revoltosos vecinos. Y a pesar de todo, habia, fijandose bien, cierta debilidad en su vyo- luntad de aislamiento que terminara por perderla, un sentimiento mal entendido de sus intereses, una cierta pobreza de espiritu en su utilitarismo prudente, que eran una reaccion contra el amor a la aventura que todavia agitaba a la ciudad nacida del mar. No existia en Italia un estado al cual admirar sin re- servas, A un joven como Maquiavelo, que miraba alre- dedor suyo impaciente por descubrir la forma de gobierno ideal, le resultaba imposible encontrarla en la republica o en la tirania. La principal causa de debili- dad era la divisién del pais en una multitud de estados. El joven Maquiavelo, cuyas convicciones politicas se forjan en el estudio de los antiguos y en Ja observacién de los estados modernos, no puede encontrar nada que lo satisfaga, cualquiera sea el punto del horizonte adonde dirija su visual. Italia es un caos, pero del caos creé Dios el Universo; se puede, entonces, transformar la profun- da desorganizacién, la intima confusiédn de pueblos e individuos, en un orden. Hay dos hombres en Maquiavelo. Uno se apasiona con el espectaculo de los acontecimientos, ya se lo ofrezca la historia de los pueblos antiguos o la observacién de la politica contempordnea, Es esencialmente un testigo de su tiempo, un critico de las personalidades y Ios he- chos que ha estudiado. Un intelectual, si se quiere, un contemplativo; pero a su lado, otro reivindica con in- sistencia el derecho a la accién. Este “curioso” de la politica no es un dilettante; no se decide por ninguna profesién para mantener su independencia, para conser- var su libertad de juicio. Para que nada enturbie su lu- cidez, enceguezca u oscurezea su clarividencia, Es un hombre libre. Pero también es un ciudadano, un patriota. Un pa- triota consagrado a la gloria y a la prosperidad de Flo- rencia, Un patriota segin la tradicién de Dante, de Petrarca, de Cola di Rienzo, que piensan en funcién de Italia, no de sus fragmentos: Italia considerada como una unidad politica, como un complejo biolégico: la que 42 tiene que volver a ser una, como en tiempo de Ios ro- manos. aCual es el Estado que realizar4 la unidad, Roma? Ninguno de los papas que ha visto parecen ocuparse de ello, al menos por el momento. 2,Un tirano? Si, Ludovico el Moro aspira a una especie de hegemonia, pero por vanidad personal, por interés individual, no por el in- terés del pais. Los aragoneses tienen demasiado que hacer con su defensa, gFlorencia? Esté muy debilitada por las discordias internas. ¢Para qué sirve, ademas, cambiar de forma de go- bierno, si no se modifica el caracter de los hombres? Se ha visto pasar a los Estados de la dictadura a la demo- cracia, pero sin éxito, pues los individuos conservaban los mismos defectos, debilidades y vicios. Tanto en una como en otra, la ambicién, los celos, Ja rapacidad, la en- vidia, la célera, la violencia, el rencor, gobiernan el co- razon y las acciones de los individuos. En la misma Florencia se ha constatado que el gobierno del pueblo era tan sanguinario, arbitrario e injusto como el del ti- rano mas abominable. 2Valen las instituciones lo que valen los hombres, o al contrario, los hombres son modelados por el gobierno que se dan? Y en este caso, gcual es, tedrica, practica, moralmente, la mejor forma de gobierno? gY si no coin- ciden la excelencia practica y la excelencia moral, cual hay que preferir? Un joven no resuelve semejantes problemas en una vuelta de hoja, sobre todo si desconfia de las ideas pre- establecidas y no admite como yerdades mas que aque- las que ha experimentado y probado. Las palabras no lo enganan; las tradiciones tampoco, ni siquiera lo que se llama la sabiduria de las naciones. Este hombre libre quiere pensar sin coacciones. Fuera de la rigidez de los partidos y de las consignas de las facciones. Las contra- senas no son nunca verdades absolutas; cuanto mas, ver- dades provisorias, de uso momentaneo, a falta de otras mejores. Nunca se lo atrapara, ni por la fuerza ni con ardides, en una camarilla. No es el abanderado de nadie. Consciente de que el ser humano no es un caballo de carrera, respeta el hecho mismo de la individualidad, de 45 la personalidad humana, como una de las cosas més bellas que ha descubierto. Hostil a todo tipo de violencia, espiritual o corporal, defiende su independencia a cualquier precio, Al de la soledad, al de la pobreza también. Y cree que no la paga muy cara. Pasea la irdnica sonrisa de sus labios delgados, de sus ojos plegados, de su mentén agudo por las plazas publicas y las bibliotecas, Es amable, socia- ble, amante de las bromas, y sobre todo nada doctrina- rio. Vive alegremente, acaricia con gusto a las mucha- chas y no detesta Ja botella. Es reconfortante ver un reformador que no rechaza los atractivos materiales de la vida, “Desconfio de Casio, esta muy flaco”, dice el César de Shakespeare. Maquiavelo no seria un floren- tino del Renacimiento si no persiguiera el suefio platd- nico de la armonia del cuerpo y el espiritu, del alma y los sentimientos. Dios no le ha concedido la belleza: entonces, ghay que renegar del placer? Pero en realidad, los mayores placeres se los pro- cura su inteligencia yiva, de mil facetas, que comprende todo y no desaprovecha nada, Esta provisto de una vas- tisima cultura histérica, de un perspicaz don de la ob- seryacion, Y detras bulle un alma inquieta, movediza, que no se conforma con el espectéculo y desprecia la actitud pasiva del critico, del testigo. Un alma ardiente, que a veces humilla a esa inteligencia demasiado lucida, demasiado brillante. Pensamos en el Decano Swift: co- mo ¢€l, Maquiavelo no nos ha confesado lo que sucede en su interioridad, y el florentino ni siquiera ha dejado un epitafio que sea, como el del dean de St. Patrick, una confesidn. Sdlo a través de los actos de su vida se podran descubrir los moyimientos de su espiritu, del que orgullosa, pudicamente, no ha dicho nada. ¢Un corazén seco? No, un desalmado no se lanza tras la huella de Savonarola y se enrola en su banda de ‘llorones”. Frente a él, no es posible mantenerse como puro observador o puro critico. Se esté a favor o en contra. No se puede ser indiferente ante el grave con- flicto que desencadena entre las reivindicaciones del alma y las posiciones de la razén practica. Se lo ama o se * odia, Es muy probable que Maquiavelo lo haya amado, 44 | Capriruto III EL PROFETA DESARMADO No es posible imaginar dos hombres mas distintos. Uno es todo raz6én, todo clarividencia; es espiritu, en su manifestacién mas pura, El] otro participa de las fuer- zas cOsmicas; tiene la violencia ciega de la tempestad, del torrente. E] éxtasis lo levanta de la tierra, la visién del rostro divino lo estrella contra el suelo. La lava ardiente vy humeante de las profecias fluye de él como de un volcan. Ha declarado la guerra a la ruindad del mun- do con una inconsciencia casi infantil. Tiene algo de los nifios —caballeros de la Edad Media, de la “inocen- cia” de Don Quijote, Esta terriblemente solo, pero tiene a Dios con él. Y asi equipado parte a la conquista del mundo, Savonarola es un conquistador; se comprende que atraiga a Maquiavelo. Tiene su lugar en la historia. Des- de su llegada a Florencia, es facil darse cuenta que lo aguarda un destino fuera de serie, como los que es tan apasionante descubrir en los libros de historia, y mas aun en la vida real. Aunque los imbéciles lo desdefian y se burlan de él, de su fealdad, de sus gestos torpes y ti- midos, de su acento ferrarés rudo y rocalloso, Maquia- velo ha intuido raépidamente al genio, y a un genio de una cualidad excepcional: la santidad. Le corresponde a la Iglesia decidir si Sayonarola fue un santo segun la concepcidn catélica. Para Maquiavelo, hay santidad cuando se proyecta un ideal al absoluto, hasta el .extremo don de si, hasta aleanzar la maxima eficacia espiritual, También cuando un individuo reali- za el sacrificio total de su personalidad, y la consagra a aspiraciones sobrehumanas. La santidad implica el mi- lagro; gno es ya un milagro la transfiguracion de un hombre de carne y sangre, de luz y barro, en algo supe- 45 rior a si mismo? Savonarola, en fin, es anacronico, lo que lo hace mas interesante, y completamente distinto del humanista vulgar. La gente superficial piensa que pertenece a una especie desaparecida, la de los monijes de los Ultimos siglos, la de los predicadores de antiguas epocas. No es de su tiempo. Maquiavelo, que lo ha escuchado atentamente y lo observa con curiosidad, sin indulgencia, no vislumbra en él a un sobreviviente de tiempos concluidos, sino al anunciador de un mundo nuevo. De un mundo donde los valores heroicos se pon- dran nuevamente de moda. De un mundo que no se contentaré con el moderado entusiasmo y los discretos placeres del siglo en que estamos. De un mundo que agitara nuevamente, como un gran mar de fondo. el sentimiento tragico de la vida, la angustia de la agonia, el temor y el culto a la muerte, la predileccién por las profundas inquietudes de las inteligencias alteradas, de los corazones sin paz. Un mundo que, cansado del equi- librio, se precipitarA voluntariamente en la desmesura, la sinrazén y el desorden, Un mundo donde lo patético, y no la sabiduria, gobernara las aeciones de los hombres, Un mundo consciente, en fin, del drama protundo que habita la existencia humana, y que ya no consentira en ignorarlo, en desfigurarlo, sino al contrario, se esforzard en experimentarlo en su plenitud, en expresarlo a través de las formas mas ostensibles, mds cautivantes. Por cierto que este hombre es un profeta, no un re- trasado. Es un escudrifiador del futuro, un explorador, im conquistador, quien sale en bisqueda -del hombre como otros buscan oro, especias, rutas maritimas y rei- nos desconocidos. Un hombre libre, también, que al partir se despojé de todo, y continia despojindose a lo largo de] camino, para que nada pese sobre su libertad. Ha abandonado la casa familiar para entrar al conven- to. Si es necesario, comenzarA inmediatamente a luchar contra él, contra la inmoralidad de sus superiores; con- tra el Papado mismo, si cree que el Papa no cumple con su deber. Un hombre que se lanza por los caminos como destacedor de entuertos, que reprende a los mari- neros de Ja barea donde viaja porque juran y juegan a los dados, tiene el cardcter de un caballero errante. Desde que llega a una ciudad, anatematiza contra los vi- 46 cios de los gobernantes, la avaricia de los grandes bur- gueses, la brutalidad de los condottieri, la elegancia de las mujeres, el abandono de los artistas, Ataca al go- bierno, sobre todo, porque es el responsable si las cosas marchan mal, si los hombres viven como paganos en vez de practicar la virtud. No teme nada, no tiene miedo a nadie. Han intentado asesinarlo en varias oportunidades; desarma a los esbi- 1ros, nada mas que con la terrible manera que tiene de mirarlos, con esos grandes ojos negros debajo de las ce- jas rubicundas y espesas, Y ademas, con esa voz que los remueve hasta el fondo del alma, esa voz aspera, que puede hacerse tan tierna, tan paternal. Fratelli, dice, figliuoli, y se siente que su corazén se quiebra de amor por la pobre humanidad, tan necia, en suma, mas necia ue mala, que va derecho al infierno, cuando es tan acil aleanzar la salvacidén, Estan palpitantes, Iorosos, al pie de su pilpito. No tiene necesidad de inyentar historias extraordinarias pa- ra emocionarlos, Sdlo tiene que contarles sus visiones. Y en esta ciudad, donde siempre hay alguna epidemia en los barrios pobres, malsanos y superpoblados, o al- gunos casos de peste, que se incuba y esconde como el fuego en la bodega, esperando el dia del incendio, en esta ciudad donde la guerra civil es casi cotidiana, donde las facciones se eneryan y agitan, complotando con los franceses, con el Papa, con MilAn, con la Serenisima, con los espanoles de Napoles, donde la guerra con el extranjero sucede, cuando no precede, a la guerra civil, se puede predecir con certeza una catastrofe cercana, se puede anunciar una lIluvia de sangre, una espada blandida por una mano invisible —los cometas—, cruces sombrias erigidas entre montafias de nubes, y grandes y terribles caballeros, Dioscuros o jinetes fimebres del Apocalipsis, que martillan el espacio aéreo. El sabe lo que va a suceder. Lo grita al primero que llega. Lo repite todos Ios dias, desde el pulpito, en la calle: “Arrepentios, el fin se acerca. Haced penitencia, grandes calamidades caeran sobre vosotros”. Le gustaria provocar en este pueblo amable, gozador, indiferente. artista, la sombria fiebre de la Edad Media, cuando la gente pensaba en su alma antes de pensar en los pla- 47 ceres. Quisiera resucitar la pureza de la Iglesia primi- tiva, las bellas e ingenuas virtudes de los origenes, el desinterés, la castidad, la modestia, la fraternidad, el amor al projimo, Quisiera poner otra vez en su lugar a la humanidad, como se devuelve una estatua robada a su fuente, hasta que logre asemejarse al Creador —en la medida de lo posible, por supuesto—, que la ha formado @ su imagen. dEs un quimérico? gUno de esos monjes exaltados que divagan un poco porque la severidad del convento les ha hecho perder la cabeza? En Florencia hay muchas personas que, por necedad o malignidad, confunden yo- luntariamente a Savonarola con otro monje del conven- to de San Marco, un sondambulo que ha tenido, o creido tener, visiones. Fra Salvestro y Fra Girolamo, se asocia al semienloquecido con el profeta, como si tuvieran algo en comun. ¢Fra Salvestro y Fra Girolamo? Maquiavelo no se engana. ¢Qué importa que las visiones de Sayona- rola sean de origen sobrenatural, o simplemente la ex- pansion de un alma ardiente, de una imaginacion pin- toresca, o incluso de un genio poético?, sdénde comienza el profeta, en el poeta? Los romanos decian vates... Savonarola es uno de esos fendmenos humanos que no se quitan de encima con un sacudimiento de hombros. Los humanistas que razonan de acuerdo con Platén o Aristételes, que ya no saben leer la Biblia, lo condenan negligentemente con una mueca de disgusto: jes un exaltado! Pero e] exaltado como tal también es intere- sante, y es importante estudiar cual es el objeto o la naturaleza de su exaltacién. Y atin si se admitiera que el dominico es un impostor, también el impostor es interesante. | Lo que hace apasionante la vida, es Ja clase de curio- sidad que no desdefia nada, el don de intuir lo excep- cional, cualquiera sea su aspecto, magnifico o repelente, Hay que estar atento a todo, y el mas banal de los in- dividuos no lo es tanto cuando habéis encontrado la llave que abre la puerta secreta de su personalidad. Na- da carece de interés: he aqui lo que Maquiavelo ha descubierto hace mucho, y que hace que le resulte tan interesante su vida. gCémo no se acercaria a Savonarola, un prodigioso tipo humano, un esbozo de superhombre? 48 —llEee—y—————————— ¢Y si en definitiva, Savonarola tuviera razén? Contra todo el mundo, contra los Medici, contra Ins humanistas, contra los racionalistasP Lo que dice agita las cenizas del viejo heroismo extinguido en el fondo de las almas débiles e indolentes, gNo tiene razén contra los politicos, contra los filésofos, contra los artistas, contra el orden establecido, es decir, contra la inercia, la injusticia, la estupidez, el egoismo, y la maldad? |Pretende reformar el mundo! zY quién no? Los huma- nistas no desean otra cosa. Tienen un programa propio, Imaginan que se puede mejorar a la humanidad desper- tandole e] gusto por las obras de arte y la poesia. Citan como ejemplo a los atenienses, que eran un pueblo de eriticos de arte. gEstén bien seguros, sin embargo? Los humanistas han construido para su uso una Antigiiedad maravillosa, resplandeciente, sin manchas, sin sombras, Se prosternan ante esta creacién de su espiritu, y quieren edificar sobre su modelo al mundo nuevo. A ojos vistas, el ideal de Savonarola no es mas quimérico, Si los huma- nistas se imaginan que se civiliza al pueblo ofreciéndole espectéculos refinados, transformando al carnaval en una cosa bella, en lugar de una imbecilidad desenfrenada y libertina, haciéndolo participar en los entretenimientos exquisitos de la élite, poniendo ante sus ojos hermosas estatuas, preciosos cuadros... jque se den cuenta lo que elegira, cuando quede librado a si mismo, cuando no fenga que coaccionarse para complacer a los Medici! jEncenderd alegres fogatas en las calles y arrojara a ellas todo lo que pueda encontrar, incluso las obras de arte! Los humanistas viven sumidos en un suerio de sabi- duria y belleza, al que quieren asociar al mundo entero, Se proponen generosamente “elevar” al pueblo por me- dio de la cultura. Discuten doctamente estos problemas €n sus reuniones platénicas en los jardines de los Medici, con los poetas, los artistas y los musicos, agitados por un entusiasmo ruskiniano, muy ingenuo para quien no esta seducido por sus suefios. Es justo preferir a Savonarola, entonces, que es menos preciosista, y modela a la hu. manidad con sus manos largas, finas y violentas; ha abandonado hace tiempo los suefios y las ilusiones del humanismo; a los veinte afios ya no lo confundian mis, 49 Conace métodos mas efectivos que la musica, la pintura y las artes decorativas para reformar a los hombres. En este asunto, él es el psicodlogo; sabe que el mejor argu- mento es el miedo. Es necesario atemorizarlos, si se quie- re comenzar a obtener de los hombres algin resultado. En fin, ha creado el complejo del miedo; toda la ciudad esta enferma de él. Los hombres, las mujeres, los nifos, los necios, los ricos, los pobres, los eruditos y los analfabetos, todos tiemblan. Los poetas rompen sus versos profanos, los pintores desgarran sus telas paga- nas, Jos hedonistas llevan una vida casta. Escuchan el serm6n en vez de ir a la comedia o a la taberna. gQué espectaculo, por otra parte, provocaria las emociones que se experimentan aqui? Cuando se hace silencio en la iglesia semi oscura, se oye el jadeo de Ja multitud hacinada debajo de la cu- pula de Brunelleschi; la voz del predicador pasa como una rafaga, haciendo inclinar Jas cabezas, golpeando los torsos como una piedra, castigando al gentio con una Iluvia de amenazas, de injurias. “Vivis como cerdos’, les grita a la cara. Y en lugar de indignarse, se dicen si- lenciosamente: “Si, es cierto, vivimos como cerdos’. Cuando levanta, muy recto, el brazo, cuando su manga se desliza un poco, desnudando la palida mufeca, se creeria que va a asir la espada Ilameante que sus ojos ven suspendida en el cielo, 0 que va a abrir las compuertas a la lluvia de fuego. ;Admirables sermones! Si se tra- tara de otro, se diria que estin calceulados exactamente, pero en Sayonarola, se trata de algo muy diferente a la premeditacian. gAcaso él sabe de la que va a hablar, cuando sube al pulpito? Si, ha preparado un borrador, tiene su plan en la cabeza, y el texto que comentara para. comenzar. Y después, cuando lo inunda el espiritu diyino, ya no hay mas plan, ni bosquejo, ni texto, ya no sabe si predica sobre Amos, sobre el Exodo o sobre el Apocalipsis; da rienda suelta a su imaginacion, a su genio. Y el resultado es que pone a sus pies toda la ciu- dad de Florencia, a excepcién de algunos irreductibles, claro esta, que no tendra nunca de su lado, y que al final lo tendran a él. Pero por el momento, no existe hombre tan popular, tan frenéticamente aplaudido, co- mo el pequefo monje de talla mediana, que no posee a0 ningun “encanto fisico”, de una fealdad notoria pero simpatica que lo favorece, pues asi se representa Ja gente a Jeremias 0 a Ezequiel. Es exigente, No podemos servir a Dios y a Memnon. Si uno quiere contarse entre los elegidos, es necesario corregir su vida ahora mismo, renunciar a todos los an- tiguos placeres, tanto los mas inocentes como los més culpables. Hay que adquirir las virtudes de los nifios ser puros como ellos, y habra otra Edad de Oro sobre Ja Tierra, cuando el egoismo, el orgullo y la ambicién hayan dejado de reinar. Ahora la ciudad pertenece a los nifios. Se han agrupado en cofradias, en escuadras hacen de policia callejera, fastidian a los transeuntes que juzgan demasiado bien arreglados, a las mujeres ma- quilladas, zurran a los jugadores y a los bebedores. Sa- vonarola les ha otorgado autoridad: yan a registrar las casas en busca de libros perdidos, de cuadros indecen- tes; el profeta confia en su ingenuidad para distinguir Jo bueno de lo malo, y para destruir lo malo. Intere- sante miciativa; un poco peligrosa, sin duda; probable- mente el arte y Ja cultura no tengan nada que ganar pero la idea es nueva, curiosa, simpatica, Maquiavelo se acerca cada vez mds a Savonarola: se lo ve asiduamente en los sermones, se lo cuenta entre los piagnoni, los “llorones”: asi se moteja irénicamente a los partidarios del dominico. Su alma y su espiritu son afectados por el celo del religioso; claro que la inge- nuidad acompaiia su ardor reformista. pero es hermoso correr semejante aventura, y vale la pena intentarla, Aparenteniente, todo los separa; tanto su foermacién intelectual como su cariicter, Uno se nutrid en la Biblia el otro con los escritores romanos, Uno se inclina hacia la politica pragmatica, el otro es todo ideal, todo fervor Pero ambos estén de acuerdo en reconocer que el mun- do esti mal hecho, que es necesario corregirlo. sCon que medios? gPorqué no serian mas cficaces Jos que pre- coniza Savonarola? Y de hecho, si hay que juzgar la ex- celencia de una doctrina por sus resultados, el éxito pa- rece garantizar la exactitud de la teorfa. savonaroliana: Su propaganda ha triunfado. Logro convertir a mucha gente; no sélo a los débiles de espiritu, a los timidos o a los ingenuos, La élite de ol inteli ia florentina sigue sus sermones. Y no por eiieg acts Se han onieetid hombres eminentes como Ficino, Poliziano, Pico de la Mirandola. A Des de una violenta oposicion politica, el Papa ha ie nado la separacién de los dominicos de Seca oi de Lombardia, a los cuales estaban see os an ef Savonarola ha dado un gobierno moral a ERE | él se le debe, en gran parte, la expulsion de - e : y gracias a su intervencion y. también a la as ee Capponi— la ciudad no ha sido saqueada por los fr x ia triunfado sobre los Medici, que parecian pine nerables; Lorenzo el Magnifico se ha ce % nae carlo, sin poder provocar su caida, a Pet e ha _ puesto todo en juego: la corrupcidn, Ja intim1 a e amenazas. Muerto Lorenzo, Florencia ha vuelto x = una ciudad libre. Todo gracias a Savonarola y o Brat cesco Valori; ha sido proclamada la libertad, se ha re la democracia... ae gQué va a suceder? Maquiavelo oheeren atentamente el desarrollo de los ROPER sy biendo partido los Medici, la ciudad va a quedar libra mM nuevamente a la lucha de facciones. A eae au8 - sustituya por otro jefe a los tiranos expulsac OS, mS : necesita uno. Pero entonces, diran: para que DEM » mismo quedarse con el anterior, Aqui Savyonaro moe tenido una idea genial: se va a designar : ies i “tirano” de Florencia. Genial, porque responde a Se oe ma teocratica, moral, de gobierno que esha oA que todo poder proviene de Dios, spor que oe Oo ep 3 FE] directamenter ne. 2 Bae, got es en en su lugar. De ahora en : 7 Peres seran 3 afadidura i era e blasfemos. Maquiavelo aplaude: la jugada estd Be kccss, hay una fisura en el sistema politico os Savonarola. No es sorprendente, pues el monje = a tenido formacién politica, ni practica ni aa = a gresado al convento a los veintidos aiios, y ee on edad, realizaba estudios de letras o medicina. sale blemente, ha leido a los historiadores y see “ pero sobre todo a la Biblia, que no es precisamente o2 breviario de los estadistas: las estratagemas que relata Son groseras, y rudimentarios los regimenes que presen- ta, basados en la violencia, la rapifa, la crueldad: o al contrario, de un idealismo sin contacto con Ia realidad. Desde el punto de vista religioso y moral, Savonarola sabe lo que quiere. Su posicién es inatacable, Se puede decir, incluso, que sus reivindicaciones son Jas de wu Santo, que quérria que todos los hombres accediesen a la santidad: esto es Seneroso, pero un poco ingenuo, El alma bella de Savonarola, acompafada de una elo- cuencia excepcional, es capaz de convenceros, de trans- portaros, de arrancar vyuestra adhesion, por mds que os defendais. Preconiza la reforma que ansian los me- jores espiritus, aunque no estén de acuerdo con los mé- todos a emplear. Sus tratados religiosos son nobles, be- llos, irrefutables. Pero, cuando se mezcla en la politica... Desgraciadamente, su accién es inseparable de ella, Esta estrechamente ligada, depende de la politica, Quien quiere reformar la sociedad plantea inevitablemente el problema de los regimenes, ¢Cual es el mejor? Cudl hay que preferir a Jos demés y esforzarse por instaurar? Nunca lo dijo. Habla de libertad. bueno, todos tienen una opinidn undnime en este punto. Ha ido a Careggi a importunar en el lecho de muerte a Lorenzo de Medici, conjurandolo a devolyer la libertad a F lorencia, sPero se sabe qué es la libertad? Los filésofos y los hombres de estado no son del mismo parecer en este tema. Para Sayonarola, se trataba de dar el gobierno al pueblo. Pero hecho esto, se apresurd a quitarselo para darselo a Cristo Rey. Claro que Cristo no es un sobe- rano molesto, pero no era la democracia pura que habia prometido. gEs, por lo demas, partidario de ellaP Se puede dudar al leer sus obras. La prefiere, pero com- prende, y Maquiavelo aprueba, que culmina casi ine- vitablemente en algun tipo de tirania, ¢Es necesario op- tar por el gobierno de uno solo? Parece pensar que si. dPero cud] seria su fundamento? Si esté basado en la violencia, seria injusto, y en consecuencia ilegitimo, Si se busea que sea absolutamente Justo, sdlo se lo aceptar4 si proviene de Dios, Una monarquia de derecho divino, entonces? gComo en Francia? Tal vez por esto siente 53 tanta simpatia por los franceses y no ve con malos ojos el descenso de Carlos VIII hacia Italia. Pero si se desea una monarquia de derecho divino, por consiguiente hereditaria, gadonde van a parar las instituciones democraticas? ¢Como conciliarla con la vieja constitucién florentina? No se trata de criticar a la mas reciente, que sancioné Florencia en 1494, después de la expulsion de los Medici. Es justa en su conjunto, y si no es desyirtuada por el juego de los partidos, resultara saludable, Desafortunadamente, es hibrida, ambigua; se nota que ha querido mantener el equilibrio entre los partidos, complacer al pueblo sin presionar demasiado a los burgueses, y permitir el maximum de libertad sin acarrear la violencia y la anarquia. Es una obra de bue- na voluntad y buena fe, pero nada mas que el producto de un monje y de algunos “moderados” de tendencia democratica. Son los més peligrosos. Al examinarla con atencién, Maquiavelo advierte que no s6lo hay una fisura en el sistema politico del domi- nico; hay una ignorancia profunda de la verdadera na- turaleza humana, una creencia ingenua en su pertecti- bilidad, y sobre todo un error radical: el que consiste en imaginar que se hara evar una vida virtuosa a todo un pueblo porque se ha llegado a emocionarlo, a des- pertar en él el temor a la muerte, el temor al infierno, el temor a la peste, el temor a los franceses, El Ogro y el “Cuco” reinan por poco tiempo. Cuando el pueblo florentino ya no tenga miedo, cuando deje de escuchar los sermones incendiarios y de practicar la yirtud, ¢que sucederé con el régimen que reposa casi exclusivamente sobre el prestigio personal del profeta? Escuchando los comentarios de la gente —y sabemos que a Maquiavelo le gusta vagar por las calles, mez- clarse en los grupos que discuten bajo una marquesina, al pie de una estatua, o sobre un banco de la plaza— el joven deseubre que la dictadura del monje se acerca a su fin. Aunque en nombre de la libertad, no se arrui- nan impunemente las industrias de lujo, se persigue a la gente, se condena a los obreros a la desocupacion. Los negocios marchan mal, pero andaban bien en la epoca de los Medici. Se han suprimido los carnayales mitolo- gicos y paganos, pero era mas agradable ver desfilar los ot carros ocupados por bellas jovencitas, que presenciar los juegos de viejos monjes, coronados de flores, que brincaban entonando canticos. La popularidad de Savonarola no sobrepasara cierto periodo, Se cansaraén de él, como se han cansado de los Medici. Y el dia que lo abandone el favor de 1a masa, a quien conquistO con sus reformas financieras y sus medidas demagégicas, se encontrara solo, tal como es- taba a] comienzo de esta extraordinaria politica, que sin ser profeta se puede prever que terminard en catAs- trofe. Ha querido ser justo, equitativo, generoso: moral, en una palabra, No ha comprendido que por lo comin mo- ral y politica no hacen buena pareja. Su politica paga las consecuencias. Ha proclamada el derecho del pueblo a gobernarse a si mismo; el pueblo se aprovechara de ello para derrocarlo el dia que esté harto de él. Sélo tendria un medio para consolidar su posicién; no contar demasiado con el prestigio moral, con la fidelidad de sus partidarios, con la bondad del pueblo, y hacer lo que hacen todos los hombres de estado que quieren per- durar: organizar un buen ejército. ;}Que tome como mo- delo a los tiranos, en vez de alimentarse con nobles qui- meras! |Que estudie la historia de los emperadores ro- manos, y, mas proximos a nosotros, que aprenda cémo mantienen intacto su poder los Sforza, los Visconti, los Baglioni, los Aragoneses, hasta los mismos Papas! Cree en la fuerza de la virtud, de la bondad. de la justicia, cuando es probable que ya ni sus auxiliares infantiles tengan fe en ella, En suma, lo que hace decepcionante la vida es que no se puede vivir a la altura del ideal, O se traiciona el ideal, o se traiciona la vida. Un “profeta desarmado”: helo aqui a Savonarola. La frase es terrible. En boca de Maquiavelo, equivale a la pena capital. Nadie se extrafiard entonces, por poco do- tado que esté de olfato y de cultura histéricos. al ver cémo se desarrollaran los acontecimientos, cuando la ola de descontento, que ahora se yuelve en contra del pre- dicador por instigacién de los Medici, lo haya derri- bado. El profeta desarmado serA victima de su propia refor- ma. Su gobierno teocratico se hundiré, porque el temor Oo al infierno y la amenaza de los castigos celestes no bas- tan para contener los instintos de la muchedumbre. Mas valdria una buena condotta. Y henos aqui nuevamente frente al problema inicial. O un gobierno es fuerte, o es moral. O esta fundado en un ideal, o tiene en cuenta la sérdida realidad. Con frecuencia se estar4 obligado a utilizar métodos arbitrarios para asegurar la justicia, ~Hay que renunciar a emplearlos, porque no estan de acuerdo con el estricto ideal de la justicia absoluta, o se debe consentir deliberadamente que se salve la justicia prac- tica al precio de la tedérica? En politica, hay que transi- gir continuamente; consigo mismo, con los otros, con el ideal, con las convieciones: para mantenerse, para sub- sistir, para vencer, Savonarola no es un duro. Su fuerza es moral: no es suficiente. Esté practicamente desarmado. ¢Para qué sir- ve un hombre sin armas, incluso si es profetar Su re- forma esta condenada al fracaso en un plazo mas o me- nos prolongado. Ante todo, no puede sobrevivirlo, por- que no tiene heredero. Luego, es poco probable que la versatilidad del pueblo le permita levarla a su fin. Me he equivocado, piensa Maquiavelo; no es mas fuerte que los otros: no es en lo mas minimo fuerte. Desde el momento en que hizo esta constatacion —a lo mejor tragica para él, pues creo que estimaba mucho a Savonarola— dejé de pertenecer a los piagnoni. Ya no le cree. No cree en la eficacia politica de su sistema. Que esté realmente inspirado por Dios, no tiene impor- tancia. La religién no se cuestiona. Sdlo le interesa a Maquiavelo como un accesorio de la politica. Otros dos dominios que tampoco hay que confundir, La metafi- sica es una cosa, la politica otra. Se trata de actuar, no de tener fe. La religion es saludable y se la debe res- petar, pues cumple una funcién en el gobierno. Por lo demas, nunca sabremos lo que piensa Maquiavelo, Es el secreto de las profundidades de su alma. A lo mejor es indiferente y escéptico, A lo mejor se contenta con guardar silencio sobre un tema que, piensa, no interesa ni a sus contempordneos, ni a la posteridad. “Los principes y las republicas que quieran mantener- se al abrigo’de la corrupcién deben, por sobre todas las cosas, conservar en toda su pureza la religién y sus 26 ceremonias, y guardar el respeto debido’a su santidad, porqne no hay signo mas evidente de la ruina de un Estado que el desprecio al culto divino, Asi pues, es deber de los principes y de los jefes de una reptblica conservar los fundamientos de la religién que se pro- fesa, ..”. El parrafo es claro, y parece atestiguar la pre- sencia del sentimiento religioso en Maquiavelo. Tal vez lo tiene. y se ha calumniado excesivamente al “politico infernal”, pero como no es un hombre hipdcrita, va a completar crudamente la afirmacién con el porque, que, desde su punto de vista, justifica el mantenimiento de la religién. No es un motivo de orden metafisico o moral, ni tampoco sentimental. Se trata unicamente de utilidad: “porque, entonces, nada mas facil que conservar un Estado compuesto por un pueblo religioso, o sea, pleno de bondad y propenso a la unidad”. Y el politico con- cluye, con un cinismo soberano: “También debe acep- tarse todo lo que tienda a favorecer a la religidén, aim cuando se reconozca su falsedad, pues a ella se debe que conozcamos y sepamos mas acerca del corazén humano”, Ha quedado resuelto el problema de las relaciones del hombre con lo divino, para la mayor comodidad del hombre de Estado. Sdlo desde este Angulo considera Maquiavelo la utilidad de la religién; utilidad practica, de donde queda excluida toda nocién de lo sagrado; de lo espiritual. gReside en esto su fuerza, o al contrario, es su vacio mas terrible, su mayor miseria? No combate la religién; no siente el desprecio de los humanistas por la fe simple e ingenua. No es un pagano a la manera de éstos, aunque tal vez el supremo paganismo consista en su concepciédn pragmatica y utilitaria de la religion. La hereda de los romanos, a quienes se ase- meja en tantos rasgos. E] cristianismo Je parece hueco, y hueca la Edad Media con sus impulsos de fe colec- tiva. Lo espiritual, como tal, no le interesa. Ante todo, es un intelectual, un hombre que goza contemplando los juegos de Ja inteligencia propios y los de los demas. Por esta razon solo ha retenido de la doctrina de Savonarola los principios politicos que le interesan, y cuyo desarro- No va a seguir con curiosidad. De ahi que lo juzgue de manera muy diferente, segin enfoque al profeta o al hombre de Estado, En su correspondencia privada hace o7

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