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La Universidad sin condicion Jacques Derrida Iraduceién de Cristina de Peretti y Paco Vidarte MINIMA, TROTTA i9TITUT9 DE HWVESTIGAGIONES s ‘ULUMIVERSIOAD VLA EDUCACIC wimiwa TRorTA ‘otiione cade 200 En un primer momento, esta conferencia” fue pro- runciada en inglés en la Universidad de Stanford (Calitornia) on el mes de abril de 1998, dentro de la serie de las Presidential Lectures. Se me invitd entonces a tratar, preferentemente, sobre el arte y las humanidades en la universidad del mafana, El titulo inicial de Ia conferencia fue por consiguiente: El porvenir de la profesidn o La universidad sin condicién (gracias a las «Humanidades», lo que po- dria tener lugar maiana}. + A toveaion det profeor Pais Pefalber Ger, Jacques De rrda pronunco ssimismo esta confetenlapostenioeteney em el mes de tated do2001, en la Facultad de Filouoa de Manca tN. de fos) 58273 Esto serd sin duda com una profesidn de fe: la pro- fesi6n de fe de un profesor que harla como si les pidiese a ustedes permiso para ser infiel 0 traidor a sus costumbres, Antes incluso de comenzar a internarme efecti- vamente en un itinerario tortuoso, he aqui sin ro- deos y a grandes rasgos la tesis que les someto a discusi6n. Esta se distribuira en una serie de propo- siciones, No se eratard tamto de una tesis, en verdad, ni siquiera de una hipétesis, cuanto de un compro- miso declarativo, de una llamada en forma de pro: fesi6n de fe: fe en la universidad y, dentro de ella, fe en las Humanidades del mafiana. El largo tftulo propuesto significa, en primer lu- gar, que Ia universidad moderna deberia ser sin con- dicién, Entendamos por «universidad moderna» aquella cuyo modelo curopeo, tras una rica y com- pleja historia medieval, se ha tornado predominan- tc, ¢s decir wclasico», desde hace dos siglos, en unos Estados de tipo democratico. Dicha universidad ex ge y se le deberia reconocer en principio, ademas de 9 lo que se denomina la libertad académiea, una liber tad incondicional de cvestionamiento y de proposi- Gi6n, ¢ incluso, mas aan si cabe, el derecho de decir pablicamente todo lo que exigen una investigacién, tun saber y un pensamiento de la verdad. Por enig- matica que permanezca, la referencia a la verdad parece ser lo bastante fundamental como para en- contrarse, junto con la luz (Lix), en las insignias simbolicas de mas de una universidad. La universidad hace profesin de la verdad. De clara, promete wn compromiso sin Ifmite para con Ia verdad, Sin duida, el estatus y el devenir de la verdad, al igual que el valor de verdad, dan lugar a discusiones infinite (erdad de adecuacion o verdad de revela: cin, verdad como objeto de discursos teédrico-cons- tatativos o de acantecimientos poético-performati~ vos, ete.). Pero eso se discute justamente, de forma privilegiada, ev la Universidad y en los departamen- 108 pertenecientes a las Humanidades. Dejemos por el momento en suspenso esas in- quietantes cuestiones. Subrayemos tinicamente por anticipacién que esa inmensa cuestin de la verdad y de la luz, la cuestién de las Luces —Aufkldrung, En- lightenment, Iluminismo, llustracion, llumninismo— siempre ha estado vinculada con la del hombre. Im- plica un concepto de lo propio del hombre, aquel que fund6 ala ver el Humanismo y la idea histdrica de las Humanidades. Hoy en dia, la declaraci6n reno. vada y reelaborada de los «Derechos del hombre» (1948) y la institucién del concept juridico de «Cri men contra la humanidad» (1945) forman el hori 10 zonte de la mundializacidn y del derecho internacio- nai que, se supone, cuida de ella. (Conservo la pala: bra «mundializacions, en lugar de «globalization» 0 , Kant desevfra en ésta solamente el estudio que favorece la coinunicacidn y la sociabilidad legal de los hombres, de donde resulta el gusto del senti- do comin de ia humanidad (allgemeinen Menschen- sin}. Hay abi pugs un teoreticismo, pero también ‘un humanismo kantiano que privilegia el diseurso constatativo y la forma «saber». Las Humanidades son y deben ser unas ciencias. Intenté decir en otro lugar, en «Mochlos»!, mis reservas al respecto al tiempo que doy ia bienvenida 2 esa logica, tal ¥ como funciona en El conflicto de las facultades. Ese teoreticismo limita 0 prohibe la posibilidad para un profesor de producir obras 0 incluso enunciados prescriptivos 0 performativos en general, Pero tam- bign es lo que le permite a Kant sustraer la facultad de filosofia a cualquier poder exterior, sobre todo al poder estatal, y le ascgura una libertad ineondicio- hal de decir lo verdadero, de juzgar y de sacar con- tica® para ia artes. Propedéut 1. Ba Div doit poopie Gall, Pats, 1920. 42 clusiones cespecto a ta verdad, siempre y cuando lo hhaga en el interior de la universidad. Esta cltima limitacion (decir priblicamente vodo lo que se cree verdadero y lo que se cree que se debe decir, pero sélo dentro de la wniversidad), ereo que munca ha sido sostenible y respstable, de hecho y de derecho. Pero la transformacién en curso del ciberespacio publico, y mundialmente pablico, mis alla de las, ronteras estatales-nacionales, parece tornarla més areaica e imaginaria que nunca, Lo mantengo, no obstante: la idea de que ese espacio de tipo académico debe estar simbélicamen- te protegido por una especie de inmunidad absolu- ta, como si su adentro fuese inviolable, creo (es, por consiguiente, conto una profesion de fe lo que les dirijo y someto al juicio de ustedes) que debemos reafiemarla, declararla, profesarla constantemente, aunque la proteccién de esa inmunidad académica fen el sentido en que se habla también de una inmu- nidad biol6gica, diplomstica o parlamentaria) no sea nnunea pura, aunque siempre pueda desarrollar peli- gr0505 procesos de auto-inmunidad, aunque —y so- bre todo— no deba jams impedir que nos ditija~ mos al exterior de la universidad —sin abstencién uut6pica alguna—, Esa libertad 0 esa inmunidad de la Universidad, y por excelencia de sus Humanida- des, debemos reivindiearlas comprometiéndonos con ellas con todas nuesteas fuerzas. No sélo de for~ ma verbal y declarativa, sino en el trabajo, en acto ¥ en lo que hacemos advenir por medio de aconteci- En el horizonte de esas observaciones prelimina~ 43 res y de esas definiciones eldsicas vemos anuneiatse ‘algunas cuestiones. Poseen por lo menos dos for- ‘mas, por el momento, pero podriamos ver eSmo se tmodifican y se especifican a lo largo del camino, 1. En primer lugar, si esto es ast, sien la tradi- cin académica clisica y moderna (hasta el modelo del siglo xx) la performarividad normativa y pres- criptiva, y a fortiori la produccién de obras, debe permanecer ajena al campo del trabajo universita Ho, incluso a las Humanidades, a su ensehanza, es decir, en el sentido estricto de este érmino, a su teorfa, a sus reoremas como disciplina 0 doctrina (Lehre), enxonces, équé quiere decir , yo no subrayaria tanto la autoridad, la 47 supuesta competencia y la seguridad de la protesion O del profesor cuanto, wna vez mis, el compromise {que nay gue mantener, Ia declaracién dé responsa~ bilidad. Tengo que dejar para otsa ocasién, por falta de tiempo, esa larga historia de la «profesion~, de Sa “profesionalizacion» que eonduce al seismo actual. Retengamos, no obstante, un rasgo esencial de ésta. La idea de profesion implica que, mas allé del saber, el saber-hacer y de Ja competencia, wn compromt ae eel caibertads una enpotalidad fu ramentada, una fe jurada obliga al sujeto a rendir cuentas ance una instancia que est por definir. Finaliente, todos los que cereen una profesign no son profesores. Va a ser preciso, por consiguiente, fiadas: entre trabajo, actividad, produccién, oficio, rrofesiOn, profesor, entre el profesor que impar- ree o profes una doctrina Y el protesor que también puede, en cuanto tal, firmar unas obras Sque quiz’ lo hace ya o lo haga mafana. 48 Mm Como si, Geciamos al comienzo, el fin del reabajo estuviese en el origen del mundo. Digamos, en efecto, «como siv: como si el mun- do comenzase alli donde el trabajo termina, como si lb mundializacion det mundo (denomino ast the worldisation, the worldwidisation of the world, en suuma, lo que se Hama en paises de cultura anglosajo- na, globalization, en alemin, Globalisierung, ec.) tuviese a la vez como horizonte y como origen la desaparicién de lo que llamamos el trabajo. Doloro- samente cargado de tantos sentidos y de tanta histo- via, esta vieja palabra, el «trabajo» (work, Arbeit, Werk, labor) no tiene sobamente el sentido de una’ actividad, ni se limita a ella; designa una actividad: actual, Entendamos por ello real, efectiva, justamen- te (actual, wirklich), y no virtual. Esa efectividad actual parece unirla con Jo que pensamos general- mente del acontecimiento. Lo que pasa o adviene en general —se piensa asimismo— mo podria ser vir~ tual. Ahi es —luego hablaremos de ello donde las cosas no dejarén de complicarse. 49 Comenzando © fingiendo comenzar con un como siv, no nos encontramos ni en fa ficcién de un futuro posible ni en la resurreecién de un pasado hist6rico 0 mitico, ni sampoco de wn origen revela- do, La retéries de ese «como siv no pertenece ni a la ciencis-fieeién de una utopia por venit (un mundo) sin trabajo, in fine sine fine, «al final sin final de un Feposo sabitico eterno, durante un sabbat sin no- che, como en La Ciudad de Dios de Agustin) ni a la poética de una nostalgia vuelta hacia una edad de ro un paraiso terrenal, en ese momento del Ge- resis en que, antes del pecado, el sudor del trabajo no habrfa comenzado atin a derramarse, ni por la labranza nila labor del hombre, ni por el trabajo de alumbramiento de la mujer. En estas dos interpreta- ciones del «como sir, eiencia-ficcién o memoria de lo inmemorial, serfa como si en efecto los comien- 208 del mundo excluyesen originariamente el traba- jo: todavia no habria trabajo 0 ya no lo habria, Serta como si, entre el concepto de mundo y el concepto de trabajo, no hubiese ninguna armona originaria. Ni, por consiguiente, ningsin acuerdo dado o ningu- na posible sincronia. EI pecado original habria in- troducido el :rabajo en el mundo. El fin del trabajo anunefarfa la fase terminal de una expiacién. El esqueleto légico de esa proposicién introdu- cida por «como si» es que el mundo y el trabajo no pueden coexistir. Habrfa que elegir entee el mundo © el trabajo, cuando para el sentido comin resulta dificil imaginar un mundo sin trabajo 0 un trabajo que no sea ert ef mundo o no esté en ef mundo. Bl mundo cristiano, la conversién paulina del coneep- 50 to de cosmos griego introduce ahi, entre tantas otras, significaciones asociadas, la asignacién al trabajo expiatorio. Recordaba hace un momento que el concepto de trabajo esté cargado de sentido, de historia y de equivocidad, y que resulta dificil pensarlo mas all del bien y del mal. Pues, si bien se le asocia siempre simultineamente a la dignidad, a la vida, a la pro- duceién, a la historia, al bien, a la libertad, no por ello deja con la misma frecuencia de implicar el mal, el sufrimiento, el pesar, el pecado, el castigo, la ser- vidumbre, Lo laborioso es penoso, ese pesar puede ser el de un dolor pero asimismo e! de una penali- dad, El concepto de mundo no por ello deja de ser menos oscuro, en su historia europea, griega, judia, cristiana, iskimica, entre la ciencia, la filosofia y la fe, ya se identifique abusivamente el mundo con la tierra, con la tierra humana, aqu‘-abajo, 0 con el ‘mundo celeste all arriba, ya se extienda el mundo al cosmos, 0 al universo, etc. Logeado 0 no, el proyec- to de Heidegger, desde Ser y tiempo, habra consist doen sustraer el concepro de mundo y de ser-en-el- mundo a esos presupuestos griegos 0 cristianos. Resulta diftcil fiarse de la palabra «mundo» sin unos prudentes anslisis previos, y sobre todo cuando se lo quiere pensar con o sin el trabajo, un trabajo cuyo concepto se ramifica del lado de la actividad, del hacer de la técnica, por una parte y, por la otra, del lado de la pasividad, del afecto, del sufrimiento, del castigo y de la pasién, De abi la dificultad de entender el «como si» de nuestro comienzo: «Como si el fin del trabajo estuviese en el origen del mun- SI dow, Una vez mas, mantengamos esta frase en 1 tro idioma. A diferencia de globalization o de Glo- balisienung, mundializacién senala una referencia a ese valor de mundo cargado de una pesada historia semintica, y especialmente cristiana: el mundo, de~ Ciamos hace un momento, no es ni el universo, ni la tierra o el globo terrestre, ni el cosmos. No, este «coino sis no deberia apuntar ni hacia Ja utopfa o el futuro improbable de una ciencia-fic- ci6n ni hacia el suefio mitolégico de un pasado in- memorial 0 mitol6gico ix illo tempore. Este «como si» tiene en cuenta, en presente, para ponerlos prueba, dos lugares comunes de hoy: por una parte, se habla a mensido de un fin del trabajo y, por otra parte, también se habla con idéntica frecuencia de tina mundializacién del mundo, de un devenir-mun- dial del mundo. Y siempre se asocian ambos. Tomo prestada la expresién de «fin del trabajo, como sin dluda ustedes han observado, al titulo de! libro aho- ra ya tan conocido de Jeremy Rifkin El fin del tra- bajo, Nuevas tecnologias contra puestos de trabajo: el nacimiento de sta nueva era Este libro reane una especie de doxa bastante extendida respecto a los efectos de lo que Rifkin lama la «tercera revoluciéa industrial». Dicha revo- luciGn serfa «susceptible de servir tanto al bien como al mal», cuando «las nuevas teenologias de Ia infor- racin y de las telecomunieaciones tengan la capa- 1.1 Rin, El fon def sab, Nuevas tcmologis cour puestos de raj maine de emus na tract de. Since, Pris, Barton, 1997. 2 eidadtanc pata ibrar como pars desestabiliar I No sé si es verdad, como asegura Rifkin, que entramos en una smueva fase de la historia del mun- dow: «Sera necesario —dice— un miimero cada vez menor de trabajadores para producir los bienes y servicios requeridos por la poblacién mundial». «El firt del trabajo —aiade, nombrando ast su libro— examina las innovaciones tecnoldgicas y las fuerzas del mercado que nos estan llevando al borde de un mundo carente de trabajo para todos". éCuiles serian las consecuencias de esto desde el punto de vista de la universidad? Para saber si estas proposiciones son literalmente «verdaderas», hay que ponerse de acuerdo en el sentido de cada una de estas palabras (fin, historia, mundo, trabajo, pro- duccién, bienes, etc.). No dispongo aqui ni de los medios, ni del tiempo, ni por consiguiente tengo la intencién de discutir directamente sobre este libro, sobre esa grave © inmensa problematica, especial= mente sobre los conceptos de mundo y de trabajo que alli se ponen en funcionamiento, Tanto si se adopean como si no las premisas y las conclusiones de un discurso del estilo del de Rifkin, hay que re conocer al menos (es el consenso minimo del que partiré) que algo grave en efecto le ocurre, le est ocurriendo o esta a punto de ocurritle a lo que lla- mamos «trabajo», «teletrabajo», «trabajo virtual», lo mismo que a lo que denominamos «undo» —y, 2. id, fal de ls teroduccién, pp. 19-20. 3. hid, pis 88 por consiguiente, al ser-en-el-mundo de lo que se Tama asimismo el hombro—. También tenemos que admitir que esto depende, en gran parte, de una mutacin tecno-cientifiea. En el cibermundo, en el mundo de Internet, del correo clectrénico y del reléfono portatil, esta mutacion afecta al telettaba- jo, ala virtualizacién del trabajo y, al mismo tiem~ po que a la comunicacién del saber, al mismo tiempo que a cualquier puesta en comin y que a cualquier «comunidad», a la experiencia del lugar, del tener lugar, del acontecimiento y de la obra: de lo que octrre. Esta problemitica del susodicho «fin del traba- jo» no estaba totalmente ausente de algunos textos de Marx o de Lenin, Este iltimo asociaba la redue- cién progresiva de la jornada de trabajo con el pro- eso que Hlevaria a la completa extincién del Esta- do‘. Rifkin, por su parte, ve la tercera revolucién tecnol6gica que est en marcha como una mutacién total. Las dos primeras revoluciones no afectaban radicalmente a la historia del trabajo. Primero fue la del vapor, del carb6n, del acero y del textil (en el siglo x1x), luego la de la electricidad, del petrdleo y el auromévil (en el siglo 2x). Ambas ponfan cada ver de relieve un sector en donde la maquina no habfa penetrado. Todavia quedaba disponible un’ trabajo humano, no mecénico, no reemplazable por Ja méquina aon tein #1 Bd te Rl, Migs seine a 4 Después de ambas revoluciones técnica vendria la nuestra, por lo tanto, la tercera, la del ciberespa- cio, de la micto-informitica y de la robotica. Aqui, parece que no existe tna cuarta zona para dar reaba- jo a los parados. Una saturacién por medio de las ‘méquinas anunciaria el fin del trabajador, por con siguiente, determinado fin del trabsjo. Fin de Der Arbeiter, y de su época, habria dicho Jiinger. El fin del trabajo deja por lo demés, en esta mutacién en, curso, un lugar aparte para los docentes y, de una’ forma mas general, para lo que Rifkin denomina el «sector del conocimiento». En el pasado, cuando las, tecnologias nuevas sustituian a unos trabajadores en tal 0 cual sector, aparecfan nuevos espacios para absorber a los obreros que perdfan su trabajo. Sin embargo ahora, cuando la agricultura, la industria y dos servicios llevan a millones de personas al paro con motivo del progreso tecnolégico, la tinica cate~ goria que se salva seria la del «sabers, una «pequefia lite de empresarios, cientificos, técnicos, programa- dores de ordenadores, profesionales, educadores y asesores»*. Pero éste no deja de ser un espacio exi- su0, ineapaz de absorber a la masa de los parados. Festa seria la peligrosa singularidad de nuestra épo- ca. Rifkin no habla de los docentes o de los aspiran- tes a profesor que estin en el pato, sobre todo den- tro de las Humanidades. No concede atencién alguna a la ereciente marginaciGn de tantos y tantos empleados a tiempo parcial, todos ellos infrapaga- S.J. Riki fd abajo, cts pe 1 3s dos y marginados cn la universidad, en nombre de io que se denomina la flexibilidad o la competitivi- dad. No trataré de las abjeciones que sc le pueden hacer a estos discursos, en su generalidad, ni en lo que concierne al susodicho «fin del trabajo» ni tam- poco a la susodicha «mundializacién», En ambos casos, que por lo demas estan estrechamente asocia- dos, si tuviese que tratar de ellos trontalmente, era- tatia de distinguir, de forma preliminar, entre, por una parte, los fendmenos masivos y poco discutibles aque Se registran bajo esas nociones y, por otra parte, el uso que se hace de esas palabras sin concepto. Efectivamente, nadie lo negard, algo le ocurre en este siglo al trabajo, a la realidad y al concepto del trabajo —del trabajo active 0 actual—. Lo que aqui le ocurre al trabajo es un efecto de la tecno-ciencia, con la virtualizacida y Ia deslocalizacién mundiali- zadora del teletrabajo. Lo que ocutre acentaa cierta tendencia a la reduecin asintética del tiempo de trabajo, como trabajo en tiempo realy localizado en el mismo lugar que el ciierpo del trabajador. Todo esto afecta al trabajo en las formas clasicas que here amos, en la nueva experiencia de las fronteras, de la porosidad relativa de los Estados-nacién, de Ia comunicacién virtual, de la velocidad y de la exten- sidn de la informacién. Esta evolucién va en el sen- tido de cierta mundializacion. Esta es indiscutible y bastante conocida, Ahora bien, estos indicios fenoménicos no dejan de ser parciales, heterogéneos, desiguales en su de sarrollo; exigen un andlisis sul y, sin dada, nuevos 56 conceptos. or otra parte, hay una distancia entre esas indicios evidentes y a utiliza on déxica, otros dria ia intlactén ideoiSgica, ia compiacencia rets- rica y com frecuencia eonfusa con la que se accede a «estas palabras, «tin del trabajo» y «mundializacién». £sta distancia, no me gustarfa franquearla facilmen te y ereo que hay que criticar con severidad a jos que la olvidan. Porque tratan entonces de hacer ol- vidar las zonas del mundo, ias poblaciones, las na~ siones, ios grupos, Ins clases, los individuos que, ‘masivamente, son las victimas exeluidas de ese mo= imiento denominado «fin del trabajo» y «mundiali- .cidn., Estas victimas padecen o bien porque care cen de un srabajo que necesitarian bien porque trabajan demasiado para ef salario que reciben a cainbio en un mereado mundial fan violentamente desigualirariv. Esta sttuacidn de tipo eapitalista (alli donde el capital juega un papel esencial entre lo ac~ tual y Jo virtual) es mds trgica en nlrmeros absolu tos de lo que lo ha sido nunca en la historia de ia hmumunidad. Esta jamais ha estado quiz tan iejos de ly homogeneidad, mundializadora © mundializada, Jel trabajo» y del ssin trabajo» a Ix que con fre= euencia se recurre. Un amplio sector de la humani- dad esc4 «sin trabajo» alli donde querria tener traba- jo, mas trabajo. Otro sector de la humanidad tiene demésindo trabajo alli donde querria tener menos. incluso acahar con un trabajo tan mal pagado en el mercado. Esu historia comenzé hace mucho tiempo. Esta yreamezelads con a historia real y semantica del Gcion y dela wprotesién», Rifkin tiene una viva conciencia de la tragedia que también podria desen- cadenar un «fin del trabajo» que no tuviese el senti= do sabatico o dominical que posee en La Ciudad de Dios agustiniana, Pero, en sus conclusiones morales y poiiticas, cuando quiere definir las responsabilida- des que hay que adoprar ante las «tormentas tecno- logicas que se acumulan en el horizonte», ante una nueva era de mundializacion y automatizaciénm, recupera —y creo que esto no es ni fortuito ni acep- table sin mas examen— el lenguaje cristiano de la «fraternidad», ade las cualidades diffcilmente auto- matizables», de las vireudes «inaccesibles para las miquinasr, del «nuevo sentido» para la «vida», de la aresurreceién» del sector terciario, del «renacimicn- 10 del espiritu humano»; considera incluso algunas nuevas formas de caridad, por ejemplo, el pago de tun «salario virtual» a los voluntarios, el simpuesto sobre el valor afiadido sobre productos y servicios propios de la era de la alta tecnologia como forma para obtener fondos que garanticen un salario social para los pobres a cambio de un trabajo para la co- munidad»’, etcérera. Si no tuvigsemos precisamente el tiempo conta- do, habria seguido insistiendo sin duda, inspirindo- me a menudo en los trabajos de Jacques Le Goff, en cl tiempo del trabajo. En el capituio «Tiempo y tra bajo» de su Un autre Moyen Age, muestra como, en el siglo xiv, coexistian ya fas reivindicaciones para alargar y las reivindicaciones para reducir la dura- 6 Oeup. 336 58. cin del trabajo”. Tenemos ahé las premisas de un’ derecho del trabajo y de un derecho al trabajo, tal y como se inscribirin més adelante en los derechos del hombre. La figura del humanisca es asimismo una respues ta ala cuesti6n del trabajo. El humanista responde a la cuestién que se le propone respecto del trabajo. Se propone como humanista en e! ejercieio respon- sable de dicha respuesta. Es alguien que, dentro de la teologia del trabajo que domina en esa que atin no est muerta, comienza a laicizar el tiem- po del trabajo y el empleo del tiempo monsstico. Bl tiempo ya no es simplemente un don de Dios, sino que puede ser calculado y vendido. En la iconogra- fia del siglo x1v, el reloj representa a veces el atribu- to def humanistat —ese reloj que no tengo més re- medio que vigilar y que vigila con severidad al trabajador laico que soy aqui. Me hubiese gustado hablarles durante horas de la hora, de esa unidad contable puramente ficticia, de ese «como si» que regula, ordena, cuenta, narra y hace el tiempo (la ficcién es lo que figura pero asi mismo lo que hace). La hora sigue siendo el conta- aca y 7. J Le Got, Ur aute Moyen Age, Gallimard, Pais 1999, pp. 69 5B dempo eam don de Dios y, por congue, no pee er send. El abt lem ge fed eda le apse a somercnte ‘levania scomienos del Rensciniest. Bl erpo que slo peteneis 5 Dios en em adelante, a propied del hombre f-] En adelante To ae ‘rena es ls nueva hovered de Lid no Border oma hors ‘Et. Lard cardinal ta templanay la uc fs mena Kono Ti, desde siglo, concede como auibuto elle medida en adelante Ae vou as cas (den 59 dor del tiempo de trabajo fuera y dentro de Ia uni- versidad en donde todo, la clase, los seminarios, 1as conferencias, se calcula por medio de franjas hora- rias, El «cuarta de hora académico» mismo se regula con la hora. La deconstruceién, éno es asimismo un poner en cuestién la hora, un poner en crisis la unidad hora»? También habria habido que rastrear esa cla- sificacion triparsiea que, desde los siglos ix y x1, divi- dia a la sociedad en tres drdenes: los clérigos, los guerreros, los trabajadores (oratores, bellatores, la- boratores); 9, seguidamente, la jerarquia de los ofi- ios (nobles 6 viles,Iieitos o ilfeitos, negotia illicita, opera servilia, probibidos cl domingo"). Le Goff lo muestra muy bien: la unidad del mundo del trabajo, frente al mundo de la oracién y al mundo de la guerra, «no ha durado mucho+", «Si es que alguna vez ha existido» esa presunta sunidad>, precisa Le Goff de pasada, con una prudencia tan necesaria y «que, en mi opinién, cuenta por lo menos tanto como la proposicién que viene asi a dejar en suspenso"’ Tras el «desprecio por los oficios», «una nueva frontera del desprecio se instala, pasando a tavés de las nuevas clases, a través incluso de las profesio- ness", Aungue no distingue, me parece, al menos no con insistencia, entre «oficio» y «profesién» 9. id, pp 99-90 10, toad pe 302 1 sta ded, sin embargo, del mundy del abso, tent a mando dela oracon yal und de a sere, er sue alguna vee ha ‘ido, noha daradasnuchor bi. 12" te 60 como creo que habria que lnacerlo), aanque asocie ron frecuencia slos oficios y las profesiones: y uti lice astmismo Ia categoria de sgrupos soctoprofesio- nraleso', Le Goff describe también el proceso que, en el sigto xit, engendra una steologia del trabajo» y 4a transformaciGn del esquema tripartito (oratores, Natores, laboratores) mediante unos esquemas «mas complejos». Esto se explica por «la creciente ditereneiacisn de las estructuras econémicas y so- ciales bajo el efecto de la creciente division del tra bajo». En los siglos xu y xil! aparece el xoficio esco- lar» como la jerarquia de los scholares y de los magistri que sera el preludio de las universidades. Abelardo tiene que eiegir entre litterae y arma, y sacritica la pompa militari gloriae al studs litte ‘Me sentirfa tentado de situar la profesién de pro- fesor, en sentido estricto, en ese momento altamen- re simbélico del compromiso en qus, por ejemplo, Abelardo asume la responsabilidad de responder a In inyuncidn o ala Hamada: «tu eris magister in ae- ternumm's, pese a que, como subraya Le Goff, aquél no deja de describir su carrera en términes miita- res: Ia dialéetiea sigue siendo un arsenal y las dispu- tationes wnos combates, Con frecuencia, la figura y

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