Está en la página 1de 180
MILTON SILVERMAN -pRoGAS. i | MAGLGAS all | IMP RESO EN LA ARGENTINA Queda hecho el depbsite que preciene la ley. Copyright by Editortal Sudamerteana, S.A. calle Alsina 500, Buenos Aires. 1942 ‘Tfruto pet oricinaL incLés: «Macic in A BortLe» MILTON SILVERMAN DOCTOR EN CIENCIAS DROGAS MAGICAS Traduccisn de ELVIRA DURAN EDITORIAL SUDAMERICANA BUENOS AIRES PROLOGO Hay todo un mundo de diferencia entre las pildoras pres- critas a mi tatarabuelo y las que hoy toma mi hija. Mi tatarabuelo ingeria un cocimiento de célchico, agua de hinojo y brea, bien mezclado con sasafrds, esencia de Wintergreen, opio en polvo y ruda. Semejante mezcla no debid hacerle gran provecho, pues murié a pesar de ella, 0 quizés por su causa. Hoy mi hija toma un miligramo de 3'-metil-4-amino- clorhidrato-pirimidin-5 -metil-N- 4! -metil-5'-beta-hidroxi- etil-3'-clorotiazol, y se mantiene fuerte y sana. ¢Se trata sélo de una diferencia en la composicion de las pildoras? ;No lo credis! Es una diferencia de concepcion, de filosofia en la lucha contra la muerte y ello ha revolu- cionado el arte de la medicina. Los viejos doctores del siglo xvuu intentaron salvar al ta- tarabuelo con una “pedrea” de medicamentos surtidos, para expulsar algiin nebuloso demonio o “humor”. Su punteria no fué certera, el tatarabuelo murié en plena juventud. El doctor del siglo xx protege a mi nena con un tinico proyectil mdgico, dirigido exactamente al demonio que tra- ta de hacerle dato, Esta es la razén por la cual un esta- distico apostaria cualquier cosa a que ella vivird sesenta anos mas. (11) 12 PROLOGO Podéis mirar los nombres de las diminutas pildoras que ella toma —largos y complejos nombres quimicos con me- tilos, bidroxilos y pirimidilos— y decir que son demasiado complicados. En efecto, lo son. Pero también son compli- cados los automéviles, los aparatos de televisién, los aviones Clipper, las ametralladoras, las medias de seda artificial y todo triunfo de nuestros dias. Son todo lo complicado po- sible y sin embargo los utilizamos porque nos dan el resul- tado apetecido. Del mismo modo usamos estas drogas contra la enferme- dad o permitimos que el médico las emplee en nosotros, porque para la mayoria es el resultado lo que importa y no Ja razén compleja que hay detrés. Detrds de las drogas debe haber algo mds que los resulta- dos, las formulas quimicas y la filosofia farmacodindmica: debe haber hombres. Detrds de cada botella del botiquin, detrés de cada fras- co en Ia estanteria de la farmacia, debe haber hombres, se- tes humanos que lucharon, investigaron, cometieron erro- res, y alcanzaron el maximo de gloria. Debe haber hombres que en realidad trabajaron para encontrar la aspirina, la tintura de yodo, el veronal y la vi- tamina By. Este libro es su historia, la historia de los hom- bres que hay detrds de las principales drogas de la medicina moderna: fueron seres reales. San Francisco, enero de 1941. Carituto I LA CONQUISTA DEL DOLOR Sertuerner y la morfina Hubo una vez un hombre llamado Robinsén Crusoé. Hay quienes afirman que Robinsén vive y vivird siempre —que es lo que debiera ser— pero desgraciadamente ha muerto, asi como su fiel Viernes y el capitan que los salvé. En realidad Robinsén Crusoé se Ilamaba Alexander Sel- kirk, joven c inquicto escocés rescatado de Ia solitaria isla Juan Fernandez en 1709, y su salvador fué Thomas Dover, capitan del corsario Duke. Asi como Robinsén vive toda- via en el mundo de la leyenda y la aventura, asi el capitan Dover vive en el mundo de la ciencia: es Dover quien inicia esta historia de drogas. En 1710 Selkirk y el capitan Dover Ilegaron a Londres con un cuantioso botin: una fragata espafiola de 31 ca- fiones y otras riquezas. Selkirk poseia su propia historia que inmediatamente vendié a Daniel Defoe. Dover, hom- bre muy amargado, anuncié que seria médico. — Bravo! —le dijeron—. ¢Y con quién vas a estudiar? —Estudiar? {Dios mio! —exclamé riendo—. Tengo ya cuarenta aiios y no tengo tiempo para estudiar. Empezaré curando enfermos. (13) 4 LA CONQUISTA DEL DOLOR gIntenté alguien oponerse? El distinguido Colegio Médico, “la medicina organizada” de Inglaterra, tuvo en efecto esa intencién y se dispuso a entablar batalla; pero el capitan Dover les dijo que siguie- ran su camino y se ocuparan de sus propios asuntos, y con tacto y reserva dignos de elogio los despidid como a un gru- po de caballeros Ienos de prejuicios. Declaré la guerra a los boticarios de Londres y los acu- sé de cobrar precios excesivos. Fué una sorpresa para la sociedad londinense, que hizo de él su favorito. Compuso entonces un medicamento nuevo: mezcla de opio e ipecacuana, que se vendié —y se vende todavia— por barriles con el nombre de Polvos de Dover. Era de- masiado bueno: en pequefias dosis curaba toda clase de do- lores y molestias; pero Dover no tenia paciencia para li- mitarse a las pequefias dosis. “Si un grano es bueno —se dijo—, dos serin mejor.” Y empled dosis de sesenta y aun cien granos (jlos docto- res modernos se estremecen al dar mas de cinco!) y los bo- ticarios advertian a sus clientes que hiciesen testamento an- tes de tomar la medicina. Cuando aparecieron las homicidas prescripciones de Do- ver hacia ya unos sesenta siglos que se usaba el opio o jugo seco de amapola. De los antiguos sumerios habia pasado a los egipcios, de éstos a los arabes, de donde lo tomaron los venccianos, portugueses, holandeses e ingleses, los cuales por Ultimo lo impusicron a los chinos, estrategia ésta que los blancos olvidaron mas tarde. Durante sesenta siglos —tiempo demasiado largo aun pa- SERTUERNER Y LA MORFINA 1s ra un buen medicamento— el opio hizo posible y tolerable la practica de la medicina: era la unica droga capaz de su- primir cl dolor y producir el suefo con relativa seguridad. Pero el capitin Dover puso fin a esto. Las dosis que cmpleaba eran tan excesivas y los resulta- dos tan terribles, que los médicos temblaban a Ia sola men- cién del opio. Por otra parte, algtin opio aparecido en el mercado estaba tan adulterado que su utilidad no era ma- yor que la de un poco de agua sucia. Como consecuencia de esto, medio siglo después de la ingeniosa invencién de Dover, surgié una generacién de médicos jévenes que habian aprendido de sus desilusiona- dos maestros que era realmente mejor olvidar el opio por completo. Si los pacientes gritaban torturados, bueno, que gritasen. Gritar nunca maté a nadie... I Al colocar de nuevo en el estante el botellén del alcan- for, el viejo papa Cramer grufé. —Se esta usted haciendo viejo, Cramer —observé el doc- tor Schmidt—. Deberia tener un ayudante. —Si. —Cramer se enjugé la frente sudorosa— Dema- siado viejo. De acuerdo, tendré en cuenta su consejo. Mafia- na mismo empieza a trabajar conmigo un muchacho. —Muy bien. ¢Quién es? —El hijo de Scrtuerner, usted ya lo conoce, el pequefio Frederick. Ayer arreglé con su madre la cuestién del apren- dizaje. El doctor Schmidt did un bufido: —gEse? ;Valiente aprendiz ha buscado! ;Por Dios! gCémo elige semejante 16 LA CONQUISTA DEL DOLOR estiipido? Yo le dije, Cramer, que necesita un ayudante, pero no un sofador inutil y perezoso. ;Acuérdese! Se arrepen- tira de haber tomado a ese chico. Cramer asintié tristemente: —Seguro que es un inutil; pero su madre necesita ayuda urgente. El padre ha muerto, el dinero se perdié y Ia casa esti Ilena de chicos. Frederick y yo nos entenderemos. Asi, el dia de San Miguel de 1799 Frederick Wilhelm Sertuerner, de dicciséis afios, comenzé sus cuatro afos de aprendizaje en la real farmacia de Paderborn, pequefia ciu- dad alemana. —Bien —dijo el farmacéutico Cramer—, nos entendere- mos perfectamente, gno es cierto Frederick? —No. —;Por qué no? ¢Qué te hace pensar asi? —jNo quiero ser farmacéutico! —jAh, ya veo! gQué quieres ser, Frederick? —Quiero ser ingeniero. —jComo tu pobre padre! —Cramer rié con simpatia. gDe modo que quieres construir puentes, eh? ¢Hacer ca- rreteras y fortificaciones militares? Bien, en mi botica no tendremos muchos puentes que construir. Pero hay otras cosas que hacer. Creo que nos divertiremos juntos. No te parece? —No. Cramer lo miré fij barre el piso.— Did media vuelta y se alejé murmurando: —jiConstruir puentes! ;Puentes! ; Valiente negocio! El joven Sertuerner lo habia calculado todo. Continua- ria aburriendo al viejo Cramer el tiempo necesario y esta mente: —Yo dije si. Y ahora vete, estupida cosa farmacéutica tendria fin. SERTUERNER Y LA MORFINA 7 Sus planes cran seguir molestando, cansando y discu- tiendo hasta que todo el aprendizaje se desbaratara. Pero Sertuerner no conocia a Cramer. Pasaron dos meses amargos y desagradables. Hasta que un dia Cramer lo Ilamé desde la rebotica: —Frederick, ven un momento. —Voy, sefior Cramer. —Frederick, algo se ha estropeado en mi alambique. éVes?, esta pieza esta torcida; la Ilama no calienta bien. gCrees que podrias arreglarlo? Sertuerner se incliné sobre el alambique, tantes la pieza torcida tirando y empujando. —Bien —dijo—; realmente no hay nada estropeado. Todo lo que tiene que hacer es levantar esta pieza, después sa- carle presién a esta otra y entonces... —2Crees que puede arreglarse? —Seguro, Herr Cramer. Lo haré en unos minutos. Cramer dejé escapar una ligera sonrisa y se marcho. En Ia semana siguiente se rompid el filtro y Frederick lo compuso. Poco después el soporte del mortero y Frederick lo arreglé. De repente Cramer decidié que su farmacia deberia tener un evaporador mejor y Frederick lo cons- truyo. —iValgame Dios! {No me habia dado cuenta de que realmente eres muy hibil, Frederick! —jOh! No tiene importancia, Herr Cramer. Aviseme siempre que haya algo que arreglar. Manejado con habilidad por Herr Cramer, Sertuerner no tenia ni la menor sospecha de lo que le ocurria. Arregls la balanza y aprendié a pesar las drogas. Al reorganizar el depésito aprendié de memoria Ia larga lista de nombres la- ty LA CONQUISTA DEL DOLOR tinos que las enmascaran. Aprendié a tratar a los clien- tes, preparar recetas e incluso a charlar amablemente con el sacerdote del pueblo, discutiendo tcologia, y con el burgomaestre, echando maldiciones 2 Napoledn, a ese loco duefio de Francia. —Lo que yo no puedo comprender —decia Frederick a su madre— es como Herr Cramer podia arreglarse sin mi. No, Frederick no se imaginaba cémo era Cramer. Cuando el viejo boticario hubo encargado al chico todos los menesteres faciles, ideé una nueva serie de laboriosas tarcas. —Mafiana, Frederick, quiero que me ayudes un poco. No acierto a medir Ia cantidad de acido benzoico que hay en el agua de hinojo. ¢Crees que podrias hallar la mane- ra...? —jOh, si, Herr Cramer! Ya sé dénde debo mirar. Lo haré esta tarde. ; Después del agua de hinojo hubo que estudiar el bérax, las agallas, el carbén animal, los taninos, y la cantidad de nitratos contenidos en la remolacha azucarera. Cramer atra- paba ideas cn el aire como quien caza moscas. Comenzaba entonces Ia investigacin cientifica y Cramer no habia in- vestigado jamas. Realmente tampoco lo hacia ahora, se | mitaba a sugerir cl trabajo dejando que Sertuerner lo hi- ciera. 6 ef Una mafiana fué el propio Sertuerner quien sugi tema de la proxima investigacién. —jHerr Cramer! —saludé a su maestro—, goyd usted algo de Anita Wollenberg? —<¢La hija menor de Fran Wollenberg? No. ¢Qué le pasé? —Fué terrible, Herr Cramer. Estaba jugando cerca de SERTUERNER Y LA MORFINA \9 Ja estufa y a su madre se Je cay6 sobre ella una olla de agua hirviendo. Se quemé Ia cara, hombros y brazos. Grité toda la noche; bueno, fué espantoso. —iCielos! —dijo Cramer—, {no llamaron al médico? —jOh, si!, el doctor Schi una gran dosis, pero no surtié efecto. —¢Que no surtié efecto? —No, Herr Cramer, el doctor Schmidt dice que nos he- mos cquivocado y le dimos cualquier cosa en lugar de opio. Cramer abrié la boca. —jPero es imposible! —exclamé—. Recuerdo haber hecho yo mismo esa ultima receta del doc- tor. Recuerdo haber sacado el opio del frasco. Espera Fre- derick, aqui viene el doctor Schmidt, déjame hablarle. El doctor, con los ojos enrojecidos, enojado, muerto de cansancio, entré en la farmacia. —Buenos dias, doctor Schmidt. —Y bien, Cramer? —Yo... Frederick acaba de decirme lo de esa ni ide estuvo alli; recetd opio, Es terrible; sin embargo puedo asegurarle que no hubo error, yo mismo hice la receta. —Ya sé —le interrumpié Schmidt—; no he querido acu- sarle, anoche estaba excitado, usted no hizo nada... pero hubo error. {Qué quiere usted decir? ¢ opio! Hay algo extrafio en él, Cramer, y quiero saber qué es. —Yo... —Escuche. El afio pasado me vendié opio para Herr Weiss. Le produjo mas dolores que la gota. Hace tres meses me did usted algo que casi mata a la sirvienta de Bergmann, la mantuvo inconsciente durante tres dias. Y ahora, esta 20 LA CONQUISTA DEL DOILOR nueva cantidad que empleé en Anita; dracmas de opio, on- zas de opio, gse entera? Fué tan inutil como el agua. Cra- mer, no quiero acusarlo, pero alguien comete un error. Su opio no es bueno. ;No puedo contar con él! —Yo sé el porqué. Los dos hombres se volvicron hacia Sertuerner, de pie en el umbral, y el doctor Schmidt agité la mano amargamente: —Vete muchacho, esto no es asunto tuyo. Mas tarde, cuando ya el doctor se habia marchado, Cra- mer Hamé a su ayudante: —{Qué quisiste decir, Frederick? Dijiste que sabias algo. ¢Qué es lo que sabes? Sertuerner cogié del estante el gran frasco del opio, lo destapd e hizo rodar unos pocos fragmentos de la droga sobre la mesa. —gQueé es esto, [err Cramer? —iCémo? {Es opio, naturalmente! —{Puro? —Desde Iuego. Todo lo puro posible... ya sé lo que quieres decir, Frederick: no es puro. Es una mezcla. Con- tiene gran numero de sustancias accitosas y sales, acaso algin lo y otras cosas. —sCree usted que todas esas cosas son necesarias? ¢Cree que todas esas sales, aceites, etc., tienen que estar en el opio para que éste adormezca a la gente y calme el dolor? —Bien, Frederick, te aseguro que no lo sé; equé es lo que td piensas? —Yo pienso esto, Herr Cramer: pienso que una de esas cosas es la que en realidad actua y todas las otras son inuti les. Ahora bien, si una cantidad de opio es demasiado débil, quiere decir que no hay bastante de esa cosa, y si es muy fuerte es que hay demasiado. Cramer asintid. SERTUERNER Y LA MORFINA 21 —Perfectamente —continué Sertuerner—; si nosotros pu- digramos extracr esa cosa y prescindir del resto, tendriamos lo importante. Estaria puro. Podriamos pesarlo con exac- titud. Produciria siempre.el efecto esperado. Emplearia- mos lo justo para calmar cl dolor y nunca bastante como para ser peligroso. Cramer recogiéd cuidadosamente los trocitos de opio y los dejé cacr uno tras otro en cl frasco. Se limpié las ma- nos y observé a su aprendiz. Finalmente dijo: —Escucha Frederick. Puede ser que sepa de qué estas hablando, puede ser que no lo sepa. Pero tui hablas de algo en este opio. ¢Cémo quieres saber qué es semejante cosa? gLa has visto alguna vez? ¢La tocaste o la gustaste? No. Nadie lo ha hecho. gExtrajo alguien tal cosa activa de alguna droga? No, Frederick, nadie lo ha hecho. —Pero, Herr Cramer, gno cree que nosotros podriamos intentarlo? —No, no lo creo. Atiéndeme. Si tal cosa existe, no sa- bemos cémo encontrarla. Si existe, podria Ilevarnos afios de trabajo el dar con ella. Ademés, hijo mio, mi botica esta muy bien para pequeiios experimentos con carbén animal o agua de hinojo, pero no para hacer investigaciones con el opio. Es demasiado peligroso y... de todos modos no me gusta. Mas al mismo tiempo que colocaba la botella en el estan- te afiadid: —Sin embargo, Herr Scrtuerner, si usted prefiere des- preciar mi consejo, encontrara una cantidad extra de opio en el estante mis alto del depdsito. Y tenga la amabilidad de limitar sus experimentos a las horas comprendidas entre las seis y las diez de la noche... 22 LA CONQUISTA DEL DOLOR Cramer habia previsto todo demasiado sabiamente. Este asunto del opio resulté mucho mas complicado que lo del negro animal o el agua de hinojo. Pasaron afios y Sertuerner no cncontré nada. Durante esté tiempo se hizo farmacéu- tico y volvié al opio, pero siempre sin resultado. Noche tras noche, el joven ayudante, rehusando dejar su empleo con Cramer, continuaba sus heréticos ensayos en forma irregular. Le hastiaba planear y calcular minuciosa- mente los ensayos. Sélo cuando le asaltaba una idea bri- Iante se ponia a trabajar. Por ultimo se le ocurrié una idea. Disolvié una cierta cantidad de opio en un Acido —cosa sencilla dado todo lo que habia aprendido en los ultimos meses— y entonces, sin razén alguna se pregunté qué pasaria si neutralizaba esta solucién acida con amoniaco. Cogié la botella de amoniaco y lo fué vertiendo poco a poco sobre la solucién transparente de opio. La solucién se n_del amoniaco con el acido—, calenté —debido a la reac después se enfrid, Y entonces, de repente, como si un mago hubiera intervenido, la solucién empezé a enturbiarse. En el liquido, antes claro como el agua, vid aparecer ahora un montén de cristales que lentamente caian al fondo del frasco. —EI opio es marrén y estos cristales son grises —mur- muré—; esto no es opio. Acaso, es algo que calma el dolor. Pues bien, no lo era. —No te disgustes —aconsejd Cramer—; de todos modos tu descubrimiento puede ser importante. Creo que debe- rias escribir un informe cientifico y enviarlo a alguien. Quizas al profesor Trommsdorff. Sertuerner, de veinte afios, se senté y escribié una sim- SERTUERNER Y LA MORFINA 23 ple carta al gran Trommsdorff de la Universidad de Erfurt. el nuevo compuesto y concluia diciendo: “No pucdo determinar si se trata de un compuesto nuevo o ya conocido, porque el trabajo me impide continuar Ia inves- tigacién. Sin embargo, merece estudiarse dado el impor- tante papel que el opio desempefia en medicina...” Trommsdorff se puso furioso: —j Al diablo los princi- piantes y sus balbuceos! ¢Creerd este Sertuerner que sus juegos de nifto son investigacién cientifica? Pero, contra su intima conviccién, publicé el informe cn su periddico. Descri {Mas, cémo podia Trommsdorff, cémo podia Sertuerner o Cramer saber que mezclados entre los cristales grises es- taban los blancos cristales de otra sustancia, rara y mara- villosa, que algdn dia Iegaria a revolucionar la medicina? Pasaron meses de lentos y laboriosos ensayos antes de que Sertuerner comenzase a sospechar que habia un segundo compuesto, y todavia mds meses antes de lograr aislarlo, pe- ro finalmente Jo consiguié. ;Y esto si que no tenia sentido! {EL segundo compuesto era un dlcali! No era el amoniaco que Sertuerner habia empleado en la precipitacién. Era un 4lcali que aparentemente ya existia en el opio bruto. Pero segtin todos los textos, las plantas y sus derivados no contenian alcalis. Bien, los textos estaban equivocados. Mas aun, este nuevo compuesto, este lcali producia sue- fio. Sertuerner lo demostré con torpes y desmafiados ex- perimentos en animales: ratas y ratones del sétano de Cra- mer, perros y gatos que después de oscurecer callejeaban, imprudentes, por la plaza del pueblo. Este trabajo debia hacerse con el mayor sigilo, pues Cramer no hubiera visto 24 LA CONQUISTA DEL DOLOR bien tales ensayos en animales, de una sustancia nueva y desconocida. Por esto Sertuerner trabajaba de noche, cuando sabia que no lo molestarian, para observar los efectos de estos nuevos cristales en el tejido vivo. Tomé estos cristales —blancos, lustrosos, inodoros y amarguisimos— y los disolvid en al- cohol, con un poco de jarabe para enmascarar el mal sabor. Luego, de un modo o de otro, obligé al primer perro que encontré a tragarse csta sustancia. —jDios mio! ¢Cudnto le daré? ¢Cinco granos? Le did cinco granos y el primer animal murié, después de dormir dos dias. Demasiado fuerte la dosis. La redujo ala mitad y ensayé de nuevo. El perro murié en coma. To- davia demasiado. Ensayé una y otra vez empleando dosis cada vez meno- res, hasta que después de semanas de angustiosas pruebas acerté con la cantidad adecuada. Logré dormir a sus ani- males con una débil esperanza de que despertarian. Se did cuenta de que estos cristales eran el algo que habia estado buscando, la esencia vital del opio. . Escribié una segunda comunicacién que envio a Tromms- dorff: “He tenido la suerte de encontrar en el opio una nuc- va sustancia desconocida hasta ahora... No es ni tierra, ni gluten, ni resina, ni tampoco el compuesto que hallé ef afio pasado; sino uno completamente distinto. Esta sustan- cia es el elemento narcdtico especifico del opio... el Princi- pium somniferum.” Esto, ;dioses de la ciencia, si que era una obra maestra! Un joven farmacéutico de sélo ventitrés afios habia escla- recido el misterio del opio. Mas atin, habia encontrado el método —Ja Ilave quimica— que permitiria aislar en estado SERTUERNER Y LA MORFINA 2 de pureza el principio activo de otras drogas en bruto. Y habia logrado todo esto sin preparacién, sin ayuda, sin los brillantes laboratorios, los complicados aparatos y los ani- males seleccionados que los investigadores modernos consi- guen sin esfucrzo alguno. Pero Trommsdorff, el gran edi- tor, lo humill6. Trommsdorff publicé integro el informe, pero le afia- dié al final una nota: “Estos experimentos contienen su- gestiones muy interesantes, pero de ningtin modo podemos considerar que la investigacién sobre el opio esta terminada. Esperamos que esta nueva comunicacién seré cxaminada con cuidado y se aclararan muchos puntos oscuros. Se han publicado tantos trabajos sobre cl opio...” Sertuerner se puso furioso. —iMire lo que dice de mi este hombre! —Ie grité a Cra- mer—. jLea lo que dice aqui ese idiota, ese viejo pelele! éQué sabe él del opio? {Le escribiré, se lo diré en la cara! éMe entiende? Le demostraré... —jUn momento! —rugid Cramer—. jNo sigas asi Frederick! Escucha: cilmate, deja pasar unos dias y todo se arreglar’. No puedes hacerlo por mi? —iNo! —Sertuerner se puso altanero.— ;No! Nada se arreglar4. Nunca volveré a ocuparme del opio. ; Nunca! Frederick Sertuerner dejé la botica de Cramer y en 1806 se trasladé a la vecina ciudad de Einbeck en el sur de Hannover. Gracias a la recomendacién de Cramer encontré alli sitio como ayudante en la farmacia del pueblo. Resol- vié no hacer otra cosa que no fuese despachar drogas, y aun esto de muy mala gana. El mundo lo habia tratado mal. Pero pronto se interesé por la sosa, la potasa cdustica, 26 LA CONQUISTA DEL DOLOR el galvanismo y de nuevo volvié a la investigacién. Trabajé bien, mas no tardaron en surgir nuevas dificultades: nadie queria publicar sus trabajos. “jEs una conspiracién! —se quejaba— no sélo contra mi, sino contra todos los alemanes. No conseguimos scr reconocidos ni aun en nuestra propia patria.” Y esto cra exactamente la verdad. La ciencia alemana no habia nacido aun. Alli no habia ni grandes laboratorios, ni grandes maestros cientificos. Los hombres de ciencia ale- manes eran objeto de burla en su misma tierra y los hono- res se reservaban para franceses, ingleses o suecos. Sertuer- ner, muy disgustado, abandoné sus estudios sobre las dro- gas y se puso a fabricar cafiones mas grandes y mejores, explosivos mis fuertes y poderosos para arrojar contra el odiado Napoledn, y por esto recibié grandes honores. Los honores lo fastidiaron mas atin. Y por casualidad volvié al estudio del opio. Una noche desperté con fuerte dolor de muelas. “Todas las cosas caen sobre mi”, gruiia acosado por el dolor. De madrugada corrié a su cuarto de trabajo, pesé una pequefia cantidad del Principium somniferum que habia traido de Paderborn, lo mezclé con un poco de jarabe y lo tomé. Volvié a la cama y se dijo: “si acta en mi como en los perros debo dormirme antes de media hora”. Y actud. Se desperté ocho horas mis tarde, sin dolor alguno. Bien, esto establecia una cosa: los cristales eran inofen- sivos para el hombre. Mas ahora, el antiguo fuego prendié de nuevo en su mente y recordé las preguntas que nunca habian obtenido respuesta: gcémo actuaba esta sustancia en el hombre?, gcon qué rapidez producia el suefio?, zcual era la dosis adecuada? Y, ¢cémo podria resolver estos proble- SERTUERNER Y LA MORFINA 27 mas si ensayaba la droga en si mismo y se dormia en medio del experimento? Reunié tres pobres diablos del pueblo que ascguraron no temer nada y concerté una sesién nocturna en Ia farmacia, Cuando los muchachos Ilegaron, ya estaba alli Sertuerner, pesando porciones de cristales, inclinado como brujo malig- no sobre sus frascos y filtros, en la semipenumbra de una Juz vacilante. Se detuvieron en la puerta, y todo su valor desaparecié de golpe: —jHum! —murmuré uno—, vamo- nos, no me gusta esto. Pero Sertuerner les cerré el paso: —Entren, sefiores, en- tren. Todo esta preparado, tendremos momentos de emo- cién. —Espere, Herr Sertuerner, hemos pensado que... —Tonterias, amigos. No hay nada que temer. Yo tam- bién tomaré estos magicos cristales. (gPor qué no? —pen- sé—. Después de todo, yo puedo soportar mayor dosis que estos muchachos y estaré despierto cuando ellos estén ya bajo los efectos de la droga.) Les explicé cuidadosamente: —Le doy a cada uno un po- quito de este polvo. Lo echo en alcohol. ¢Ven?, se disuclve. Ahora un poco de agua para que no nos queme el estémago. Les garantizo, mis jévenes ayudantes, que es perfectamente inofensivo. Solamente medio grano cada uno. Y yo tomo la misma dosis que ustedes. Los cuatro experimentadores, solemnes como saccrdotes, tomaron su pocién. —Ahora —dijo Sertuerner—, hagan el favor de decirme si notan algo extrafio. Quizds... gse sienten algo marea- dos? ¢Usted, Otto? 7 Otto dejé escapar una risita forzada: —Herr Sertucrner, 28 LA CONQUISTA DEL DOLOR me encuentro raro. Siento que me arde la cara, pero me gusta, me encuentro bien, muy bien. Sertuerner se inclind mientras garrapateaba una nota. Vi- gilaba cémo, en los tres, la cara enrojecia, Ia respiracién se aceleraba, la cuforia crecia. Media hora después de la pri- mera dosis, repiticron con otro medio grano. De repente, Otto dejd de sentirse feliz. Su cara se volvid pilida, sudorosa. Los otros chicos, Karl y Hermann, se que- jaban de dolor de cabeza y de creciente torpeza. El propio Sertuerner se notaba un poco mareado, pero asentia con la cabeza, sonriendo, para indicar que todo esto era perfecta- mente natural, y los muchachos a su vez trataron de sonreir. “Su aspecto —pensd— es bastante cémico.” Quince minu- tos mas tarde tomaron la tercera dosis, otro medio grano. Y comenzaron a ocurrir cosas. Otto cayé al suelo de bruces y comenzé a roncar. Karl intenté levantarse, mas se desplomé de nuevo en Ia silla y dejé caer 1a cabeza sobre Ja mesa con un sonoro golpe. In- mediatamente se quedé dormido. Hermann decidié que aquél no era lugar para él y se dirigié a la puerta, pero a la mitad del camino se senté esttipidamente en el suelo y se extendié cuan largo era. —jNotable! —murmuré Sertuerner—. De repente se cacn, se golpean Ia cabeza y no dicen nada. Cerré el puiio y se did en Ia cabeza levemente, después con fuerza. ;Apenas lo sintid! Procurando mantener los ojos abiertos el tiempo suficien- te para tomar las tltimas notas, sonrié satisfecho al ver la plena confirmacién de anteriores experiencias. Se fué a su lecho, se tendié sobre él y quedé sumido en agradable sue- fio con nubes y musica suavisima. SERTUERNER Y LA MORFINA 29 Mas tarde —minutos, horas, no podria decirlo—, recobré conciencia y al recorrer la habitacin con la mirada vid confusamente que los tres muchachos todavia seguian dur- miendo. Se quiso levantar: —j;Dios mio! ;Mi cabeza! Entonces algo atravesé su entorpecido cerebro y le dijo que el suefio de los muchachos no era normal: la respiracién caracteristica, la piel casi verde. La ultima dosis debié ser excesiva. Rapidamente se desperté del todo: acaso estuvie- ran envenenados, ;podrian morir! —Tengo que hacer algo —murmuré—; un Acido... un emético. Arrastrandose vacilante fué hasta el depésito de drogas y volvié trayendo una botella de vinagre fuerte. Obligé a Karl a abrir bien Ia boca y le vertié en la garganta el nau- seabundo liquido. Hizo lo mismo con Otto, que protesté débilmente, con Hermann y por ultimo consigo mismo. Cuando terminé, miré alrededor. Karl habia ya desper- tado y de rodillas, apoyadas las manos en el suclo, vomitaba. A medida que el vinagre surtia efecto fueron despertan- do los otros, débiles y con nduseas, para al fin dirigirse tris- tes y con paso vacilante hacia sus casas. Otto estaba demasiado enfermo para irse. Horrorizado, Sertuerner le hizo tomar carbonato magnésico y lo acom- pafié a su casa. La madre de Otto los esperaba en la puerta y escuché las disculpas y confusas explicaciones de Sertuerner. —Alguna vez —dijo— le haré maldecir el dia en que vino a Einbeck. Ahora, Frederick Sertuerner estaba en condiciones de es- cribir su gran informe. Mientras el pueblo comenzaba a murmurar endemoniadas historias a propésito de los expe- rimentos nocturnos en Ia botica, él, cuidadosamente, trasla- 30 LA CONQUISTA DEL DOLOR daba al papel sus observaciones y descubrimientos y descri- bia las propicdades quimicas y medicinales de los cristales. Incluso dié un nombre a estos cristales: recordando el suefio que producian y pensando en Morfeo, dios del suefio, los Ham6é morfina. Cuando el informe estuvo terminado, buscéd un editor —jal diablo Trommsdorff!— y por ultimo lo envid al pro- fesor Ludwig Gilbert de Leipzig, editor de los “Annalen der Physik”. Nadie sino los farmacéuticos leen el periédico de Tromms- dorff —se dijo— y los farmacéuticos no tienen sentido de apreciacién. Pero todo el mundo lee el de Gilbert: quimi- cos, fisicos y hasta médicos. Tampoco Gilbert fué demasiado amable con Sertuerner. Primero rechazé de plano la comunicacién. Después cam- bid de idea y la publicé en su periédico, acompaiiada de una nota desalentadora: “Publicamos el articulo de Herr Ser- tuerner en contra de nuestras mas firmes convicciones. Es muy poco cientifico y poco quimico. Si la tal morfina de Sertuerner existe, nosotros los quimicos tenemos mucho que aprender...” : Sertuerner estuvo a punto de Horar, De nuevo Alemania habia menospreciado a su hijo. Pero esta vez Sertuerner habia acertado en Ia eleccién de editor. El periddico del profesor Gilbert se leia en toda Europa y al fin el informe acerca de la morfina Iamé la atencién del brillante Joseph Louis Gay-Lussac, profesor de quimica en la Escuela Poli- técnica y de fisica en la Sorbona, y ya entonces uno de los mas grandes sabios de Francia. Gay-Lussac era de ordinario reservado y frio, pero nun- ca pudo eludir una causa que necesitase campeén. Le im- SERTUERNER Y LA MORFINA aM presiond muchisimo el descubrimiento de Sertuerner y se escandalizé por el trato de que se le hacia objeto. “@Que el informe contiene un cierto ntimero de errores quimicos insignificantes? Qué importa eso? ;Mon Dieu! ¢Vamos acaso a exigir que este pobre farmacéutico sea un compendio de todas las virtudes cientificas, antes de admi- tir que ha pucsto a nuestro alcance un descubrimiento que deberia ser alabado por todos los médicos? El descubrimiento de esta base alcalina, morfina, nos parece de la mayor importancia. Ms atin, he repetido parte del trabajo del autor y he comprobado su exactitud. ”No tememos pronosticar que el descubrimiento de la morfina abriré nuevo campo a la investigacién, proporcio- nandonos datos exactos sobre los principios actives conte- nidos en muchas plantas y animales.” Y en sus conferencias de la Politécnica y de la Sorbona insistié sobre este punto: “Lean lo que Monsieur Sertuerner ha descubierto en el opio. Lean Jo de la morfina. Fijense en fo que este investigador ha realizado sin ayuda, sin fondos, sin preparacién, con los mas simples aparatos. jSeiiores, Monsieur Sertuerner puede ensefiarnos a todos nosotros cé- mo realizar experimentos!” Gay-Lussac di el primer paso. A las pocas semanas, los alemanes descubrieron que su pequefio Sertuerner era fa- moso cn Francia, y su nombre pronunciado con respeto en las grandes escuclas de Paris. Fué recibido en la Sociedad Alemana de Mineralogia por cl inmortal yon Goethe; Ia Universidad de Jena le otorgé el titulo de doctor honoris causa en filosofia; fué agasajado en Berlin, Marburgo, San Petersburgo, Batavia, Paris, Lisboa. —iPor fin! —se dijo—. Ahora soy famoso. 32 LA CONQUISTA DEL DOLOR Pero desgraciadamente la fama duré pocos meses. En Ale- mania, y sobre todo en Francia, al ver la gloria que se acu- mulaba sobre Sertuerner surgieron de sus cuevas hombreci- Hos que gritaban: —jEsperen! Nosotros hemos descubierto la morfina antes. Sertuerner nos ha robado. Gritaron sus quejas cada vez mas alto y a cada ataque el pobre Sertuerner se acoquinaba mas y mis. ¢Cémo po- dria luchar contra toda aquella gente? Y el segundo campeén aparecio. : Un francés al apoyar Ia causa de un farmacéutico pari- siense “defraudado” fué demasiado lejos. Presenté un es- crito terrorifico en favor de su cliente, que era a Ja vez un serio ataque a Sertuerner y terminaba su acusacién con estas palabras: “Yo reclamo para Francia la gloria de este impor- tante descubrimiento”. ¥ esto basté. Estas palabras Ilegaron a oidos del profesor Gilbert de Leipzig, el mismo Gilbert que habia publicado el trabajo de Sertuerner “en contra de nuestras mas firmes convicgiones”. Gilbert leyé la denuncia y la cerré de golpe sobre el pu- pitre, “Para Francia! ;Puf! jEsos franceses bandidos tra~ tan de despojar a un aleman indefenso! Yo les demostraré a esos salteadores, bribones, desvergonzados libelistas, asesi- nos...” Y escribié una defensa, que cra una obra maestra de elo- cuente rabia, Hamandoles plagiarios, embusteros, hombres indignos del nombre de sabios, etc. i gAseguraban algunos haber descubierto antes la morfina? Gilbert demostraba que era imposible. ¢Obtuvieron del opio otros calmantes? Gilbert probaba que carecian de activi- dad. Tales productos no eran morfina. SERTUERNER Y LA MORFINA 33 Fué una sorprendente batalla, muy poco cientifica, en la que se ignoraron muchos hechos mientras los combatientes golpeaban los pupitres, gritaban insultos y pedian venganza para el honor nacional ultrajado. Scrtuerner no tenia ni la mas remota idea de lo que pasaba. Por ultimo Francia puso fin a la discusién al concederle el premio Monthyon, de dos mil francos, “por haber descubierto la naturaleza alcalina de la morfina, abriendo con ello un camino que condujo a grandes descubrimientos en medi El honor y todo este dinero Ilegaron a Frederick Sertuer- ner. Pero la batalla por Ja prioridad habia durado mucho tiempo y el premio Ilegé demasiado tarde. Mientras tanto en Einbeck las lenguas se habian desatado y las murmura- ciones se convirticron en pleitos. Sertuerner no fué capaz de soportar el ataque combinado de sus calumniadores ve- cinos y sus envidiosos competidores. Huyé de Einbeck y se establecié en Hamelin. (EI viejo Pied Piper debio reirse... jhabia un hombre a quien las ratas habian hecho entrar en Hamelin!) Vivi6 alli durante veinte afios, se casé y cred una familia, mientras él, amargado y desilusionado, se hizo viejo. La gente olvidé pronto su descubrimiento. “;Morfina? —decian—. Siempre hemos tenido morfina.” a”. Ahora podia dedicarse a censurar y burlarse de las in- vestigacioncs de otros, y lanzar teorias extravagantes tal como aquella de que el agua hervida no transmitia el cé- lera. En las calles la gente se reia de él y le Ilamaba el loco distinguido. A la edad de cincuenta y siete afios comenzé a sufrir te- rribles dolores, y él que tan brillantemente habia vencido el dolor para los dems, se vid privado de los beneficios de 34 LA CONQUISTA DEL DOLOR su morfina: estaba tan débil que no podia ingerirla’ y ‘no existia ain la aguja hipodérmica que le hubiera hecho pasar i iltimos dias. aa cance ae grandes benefactores de Ja humanidad, el hombre que habia convertido el peligroso opio en a fina de seguro manejo, el que habia puesto a los médicos en camino de emplear sélo drogas puras, murié olvidado -y sin amigos, cn 1841. UL Durante los afios anteriores a su muerte, Sertuerner pres- t6 poca atencién a otro drama del opio que se ee en el escenario de Oriente. Hacia cerca de un siglo que los chinos y los europeos seguian una senda que inevitable: mente los conduciria al conflicto. Primero los portugueses y més tarde los ingleses y holandeses habian introducido dl opio’en China. All por el aio’ 1800 el Gobierno Impe- rial de China desperté a los horrores del opio. como habito. “No se podré importar més opio”, declaré el Gobierno, “y se prohibe fumarlo”. i“ weak Pero el opio se habia convertido en un gran negocio, y los comerciantes ingleses, sobre todo la muy are Compaiia de las Indias Orientales, trataron de soslayar los edictos cuando no los despreciaron por completo. El cone trabando del opio fué perfeccionado hasta el virtuosismo. Los oficiales chinos cerraron los ojos. Unos pocos mercade- res chinos rchusaron participar en este trafico, pero las mis importantes y respetables firmas cayeron en ala ia “Después de todo —dijeron— el opio es un excelente medio de intercambio, mucho més seguro que los délares de plata.”’ SERTUERNER Y LA MORFINA 38 *t Algunos ingleses, con unos pocos americanos, portugue- ses y persas tranquilizaron sus conciencias haciendo notar la-actitud de esos honorables comerciantes chinos. Otros, pretextaron que ellos daban a los chinos simplemente lo que éstos ‘querian. ~ Pero cualquiera que fuese Ia justificacién, los contraban- distas mejoraban incesantemente sus actividades. Proce- dentes de Persia, Turquia, Calcuta y otros muchos puertos det golfo Pérsico y del océano Indico se introducian can- tidades siempre recientes del precioso jugo de amapola, Para burlar a los juncos guerreros, de lenta maniobra, cons- truyeron rapidos veleros. Y ya en plena organizacin, es- tablecicron depésitos regionales de opio en Macao, Whampoa, cerca. de Cantén, y otros muchos puntos de enlace a lo largo de la costa china. Antes de 1820, la importacién casi nunca excedia de cuatrocientas toneladas anuales. En los veinte afios siguien- tds pasaron de tres mil; tres mil toneladas del mejor opio que habia en el mundo. La cantidad de opio obtenido en China era insignificante. ' Hacia 1830, sin embargo, hubo muchos sintomas de que China,'a su manera, calmosa, ponderada y a veces desati- nada, estaba dispuesta a intervenir. Se cruzaron memorias Y peticiones con creciente frecuencia. Aumenté la tensién entre el Gobierno Imperial de Pekin y el virrey chino de Cantén, Algunos comerciantes extranjeros, demasiado os- tentosos en su contrabando, recibieron Ia orden de abando- nar China, Unos pocos contrabandistas chinos, sorprendi- dos in fraganti, fueron decapitados, o si pudieron presentar alguria justificacién de su ilicito comercio, simplemente es- trdngulados. 36 LA CONQUISTA DEL DOLOR Entonces, las autoridades britanicas dieron el paso que al fin. iniciaria las hostilidades. Lord Palmerston, brillante y ciustico jefe del Foreign Office, envid a Cantén un nuevo superintendente, el capitan Charles Elliot. Oficialmente Elliot era el representante inglés de mas alta jerarquia en China. Realmente su aristocratica persona, ideal para la so- ciedad de Londres, hacia de él la peor eleccién posible para el trabajo diplomatico en Oriente. Lord Palmerston le ordené mantenerse severo, distante y ocuparse sélo de sus asuntos. Sin embargo, Elliot estaba convencido de que podria demostrar su superioridad sobre os chinos en el juego diplomatico y traté de ser “amigo circunstancial”, Brindé su amistad al virrey de Cantén, quien no sélo lo consideraba inferior sino que se negd a t ofrecié calmarse si lo trataban contestar sus cartas. Ell de igual a igual, con lo que se expuso a insultos que, en efecto, recibio. En Londres, Lord Palmerston al recibir los informes mal- dijo a su emisario. —A ese disparatado idiota —bramé— le dije que se mantuviese en su lugar, y por pedir favores va a conseguir que lo echen de China. : Sus advertencias eran acertadas, pero tardias. El capi- tan Elliot habia recibido ya la orden de abandonar Cantén y permanecer en Macao. i El virrey estaba ahora convencido de que podia asestar un golpe mortal al comercio del opio. Los chinos comer- ciantes en opio eran apresados y cjecutados en numero cada vez mayor. Cualquier clase de comercio, en té, especias 0 seda, era permitido un mes y prohibido al siguiente; y los comerciantes europeos se indignaban con estas nuevas leyes. Pero esto fué solamente el principio. Pronto Ilegaron érde- SERTUERNER Y LA MORFINA 37 nes de Pekin: “Ordénese a todos los extranjeros que entre- guen el opio en su poder y que firmen el compromiso de su futura buena conducta colectiva”. Los extranjeros se rebelaron. Con este régimen, todos se verian obligados a entregar enormes garantias que perde- rian por completo en cuanto uno de ellos participase en el trafico prohibido, y ningtin comerciante blanco podia con- fiar hasta ese punto en sus compaiicros. Trataron de aban- donar Cantén, pero nuevas érdenes los obligaron a continuar encerrados en la ciudad. Apelaron al capitan Elliot, repre- sentante oficial del Gobierno de Su Majestad. EI capitan tenia ahora la oportunidad de mostrarse hi- bil. Sin embargo, su decisin se redujo a inclinarse gra- ciosamente. Aconsejé a los comerciantes britanicos que obedeciesen las érdenes. Después, como nifio castigado qui- so vengarse y embargé todo comercio inglés en China. Esto —pensé— hard que los chinos recobren el juicio. Los chi- Nos no se asustaron tan facilmente. Expulsaron a todos los ingleses de Cantén y también de Macao. Un poco mas y expulsan a todos los extranjeros que habia en China. Por esta vez Elliot quedé bastante impresionado de su propia diplomacia. Ahora los acontecimientos se sucedian rdpida- mente. Era el momento propicio para un incidente. En Hong-Kong un grupo de marineros ingleses armé camorra con unos chinos. Cuando terminé Ia pelea se vid que un chino yacia muerto, y los oficiales de Hong-Kong pidieron a la flota britanica les entregase el asesino para enjuiciarlo. Los ingleses se negaron. Los chinos insistieron y los ingleses se negaron de nuevo. Los chinos ultimaron: —Entréguennos al asesino 0 vi- yanse de China para siempre. 38 LA CONQUISTA DEL DOLOR —jIdos al diablo! —contestaron los ingleses. *Los chinos rompieron las hostilidades. Fué una guerra horrible, como todas las guerras, y como es corriente cada bando peled por distinto motivo: China fué a la guerra para terminar de una vez por todas con el terror del opio, sin tener idea de que pudiera haber otra cosa. Inglaterra luché por sus derechos extraterritoriales. Sea el que fuere el crimen cometido, no importa donde, un inglés tiene el derecho de ser juzgado por tribunals ingle- ses. Para Inglaterra el opio no tenia mas importancia de Ja que habia tenido el té en Boston Harbor, sesenta aiios antes, Sin embargo, hubo guerra. Aun cuando nadie dudaba del final, duré tres afios. Por ultimo, el tratado de Nanking dié a Inglaterra la ciudad de Hong-Kong, abrié cinco puer- tos al comercio inglés y China tuvo que pagar rescate por la ciudad de Canton. Incidentalmente el opio fué declarado objeto de comercio legal. ; Inglaterra gané la guerra por los derechos extraterrito- riales, China perdié la suya del opio. Nunca més tuvo China Ia ocasién de librarse de 1a maldita droga, introdu- cida por los blancos; los ingleses y después los japoneses se encargaron de ello. IV El tratado de Nanking fué firmado en 1842. Diez afos més tarde el opio volvia a ocupar los titulares de los pe- riddicos. En Inglaterra el doctor Alexander Wood habia estado buscando un medio mejor y mas rapido de introdu- cir la morfina en Ia corriente sanguinea. Obtuvo éxito al SERTUERNER Y LA MORFINA 39 inventar Ja aguja hipodérmica: sin molestia ni peligro podia inyectar bajo la picl unas gotitas de morfina en disolucién, y sus pacientes, libres de dolores, se quedaban dormidos en unos.segundos. ns 1,EI buen doctor. Wood obtuvo el aplauso del mundo en- tero por su invencién; pero pagé caro su descubrimiento: un terrible y extrafio mal sobrecogié bien pronto a su es- posa. La sefiora Wood, gracias al descubrimiento de su marido, fué la primera morfinémana que adquirié el habito ‘con la aguja”. «Esto ‘era algo que los brillantes quimicos y los ingeniosos médicos no habian previsto: la morfina era un arma de dos filos; la vieja China hubiese podido ensefiarles esto, porque alli se habia escrito muchos siglos antes con terrible clari- dad: “si bien sus efectos son rapidos, debe usarse con mucho cuidado porque mata como un cuchillo”. «La tragica. muerte de la sefiora Wood como consecuencia de su pasién por la morfina, debi haber sido una adverten- cia, pero no sucedié asi. Mas aun, sin ninguna raz6n cien- tifica seria, los médicos Iegaron a convencerse de que la aguja hipodérmica era la nica proteccién contra el hambre de morfina. «Decian: “Si administramos la morfina por via oral, se originan trastornos. Hay que esperar un tiempo relativa- mente largo para que surta efecto. No sabemos nunca con exactitud qué dosis dar, puesto que en cada paciente difiere larcantidad que del estémago pasa a la sangre. Cuando la damos por boca, la morfina puede despertar y hasta dafiar al paciente. "Ahora bien, si la damos a través de la fina agujita del doctor Wood, jah! jesto ya es distinto! Sabemos exacta- 40 LA CONQUISTA DEL DOLOR mente cudnta hay que administrar, los resultados son mu- cho mis rapidos y nunca produce habito.” He aqui lo que es Ja observacién cientifica. Algunos médicos fucron todavia mas lejos. “zAficién a la morfina? ;Boberias! No es peor que la aficién al alcohol o al café.” ‘Asi, ungida con la bendicién de los principales médicos, la morfina se introdujo cn las yenas de todo paciente que sufria el mordisco de la gota, del reumatismo o hasta dolor de muelas. Era fa época de la guerra civil americana y los médicos militares fueron excesivamente liberales con la mor- fina. Si en algunos pacientes aparecia la angustia que sigue a la supresién de esta droga, bien, los pobres muchachos ha- bian sufrido mucho con sus heridas y un poquito de mor- fina significaba tanto para ellos... Al terminar la guerra hubo un buen nimero de estos “muchachos”, ahora hombres, que continuaron poniéndose inyecciones de morfina, mucho después de cicatrizadas sus heridas. Para ayudarlos y por ahorrarse largos viajes, mu- chos médicos desaprensivos no sélo recetaban morfina sino que aconsejaban a sus clientes que dispusiesen de una aguja hipodérmica para ponerse ellos mismos las inyecciones. No todos los médicos permanecieron tan ciegos. Algunos escribieron articulos en las revistas de medicina y enviaron violentas cartas a los periédicos pidiendo la intervencién de los legisladores. Y cuando comenzaron a ocurrir hechos —slaros, indiscutibles, elocuentes—, la clase médica en ple- no se unid a su peticién. Impresionados por este furioso ataque los legisladores prestaron atencién. “gMorfina? gOpio? gHabito? ¢Qué quieren que hagamos?” SERTUERNER Y LA MORFINA al Los médicos se lo dijeron: “Promulguen leyes. Decomi- sen Ja morfina y el opio en los puertos. No dejen que sea administrada si no es por médicos y procuren que éstos la usen sdlo en los pacientes que en realidad Ja necesiten”. Los médicos hicieron conocer un poco tarde sus deseos. Diez afios antes hubiesen podido obtener esas leyes, pero ahora los fegisladores escuchaban otras demandas mis per- suasivas. Los fabricantes de especificos acababan de descu- brir que la gente queria morfina. Estas empresas se encargaron de facilitar las cosas al pu- blico. Llenaron periddicos y revistas con seductores anun- cios. Cubrieron las paredes de los edificios y las empaliza- das del campo con afirmaciones engafiosas de “suprime- dolores”, “pociones para la tos ’, “‘medicamentos para la mu- jer”, “curas para la consuncién”. La mayor parte cargados de opiaceos. Proporcionaban remedios contra el catarro, males femeninos, cancer, reumatismo, neuralgia, diarrea, célera y hasta jarabes calmantes para bebés. Sus etiquetas no mencionaban en absoluto que la morfina era el principal componente. Y con un cierto numero de médicos, diplomados o no, crearon “curas” contra las drogas, las cuales contenian morfina o algun otro derivado del opio. Fué un gran negocio, un negocio que daba al publico lo que éste pedia. gPodia alguna legislatura intervenir en tan santa empresa? Unos pocos Estados, mas sabios o mis atre- vidos que los otros, lo hicieron; pero la mayor parte deci- dié aplazar su intervencién. Y sélo entonces, cuando los médicos comenzaban a saber el dafio que la morfina y otros productos del opio podian causar, sdlo cuando el conocimiento del opio empezaba a 42 LA CONQUISTA DEL DOLOR tener sentido, se did otro paso tragico. Y esta vez fueron los mismos médicos quienes cometieron el error: é .En-1898-el profesor Heinrich Dreser, de la Bayer, comu- nicé al congreso’ de Naturalistas y Médicos Alemanes que habia‘ creado’ en su Iaboratorio un nuevo producto seme- jante a la morfina. : Un nuevo derivado de la morfina? Habia montones de ellos. El’auditorio se aburria. F —Mas atin —dijo el profesor Dreser—, esta droga pucde suprimir el dolor tan perfectamente como la morfina. -—¢Tan perfectamente como la morfina? —repitié el congreso—. ¢Y eso es todo? Ya tenemos la morfina, que es lo suficientemente buena. 1—Todavia mas —continuéd el profesor Dreser—; mi droga no produce habito— Aqui el congreso se sobresal- t6.:—La ‘he usado para curar morfinémanos. Suprime el dolor, ‘produce suefio y es absolutamente inofensiva. + ‘La asamblea prorrumpié ahora en aclamaciones: —j Esto $i que’es un descubrimiento! He aqui un producto quimico que podemos emplear en nuestros enfermos para librarlos del dolor y hasta para curarles el habito de la morfina. He aqui una droga que no forma hébito. —2¥ cémo se Hama, qué es este nuevo milagro? —pre- guntaron. ° oa «»—Bien —explicd el profesor—, quimicamente hablando deberia Ilamarse diacetilmorfina. Pero este nombre es de- miasiado complicado para el Jenguaje moderno. Para abre- viar he llamado a esta beroica droga, heroina. -¥ asi nacié la heroina. » Probablemente, ningin medicamento fué recibido con el entusiasmo de la heroina.. Todo se combiné para ‘que inme- SERTUERNER ‘YY LA MORFINA 43 diatamente se encontrase en cl botiquin de urgencia de‘ to- dos los médicos: las constantes- Ilamadas para suprimir-el dolor y hacer dormir, y el temor al habito que podia’sur- gir con el uso de la morfina. A. todos les gustaba la heroina. -Y en‘reatidad producia el efecto que: Dreser decia.‘ “Realmente Dreser merece... pensemos qué premio le demostraria ‘nuestro agradeci- miento...” Desgraciadamente, nadie‘ atendié a un tal Strube que’ en la Clinica Médica dela Universidad de Berlin hizo notar que también la heroina podia formar-habito. Pero’ gquién era él? Solamente un investigador sin experiencia clinica, sin’ criterio y en verdad sin: juicio} podia dar tales quejas sin presentar pruebas. .oPasaron cuatro afios y'la heroina era mejdr de lo que se habia sofiado y a Dreser se le ‘consideraba como un -héroe de la ciencia, Entonces un joven estudiante de medicina, Jean Jarrige, volvié sobre esto-en ‘su tesis doctoral: presen- tada a la Universidad de Paris y:-titulada Heroinomania, en la cual se referia a unos pocos, entre los pacientes vistos por él —hombres y mujeres—, habituados a la heroina, habito mis infernal atin que el de la morfina. Pero gquién era el doctor Jarrige? Nadie habia oido hablar de él. Tampoco habia nadie oido hablar del doctor G. F. Pettey, ni visto su enigmitica advertencia en el “Alabama Medical Journal”. Nadie habia oido a una docena de hombres que en esos afios hablaron contra Ia heroina. Pero de repente, todo el asombroso asunto exploté. Mon- tagnini cn Italia censuré Ja heroina. En Francia, Sollier pu- blicé una informacién definitiva. Llovieron los informes a4 LA CONQUISTA DEL DOLOR en Inglaterra, Alemania, Rusia, en todo el mundo: Ia he- roina, al fin, quedaba desenmascarada. Ahora la intervencién de los legisladores no podia retra- sarse mas. En Norteamérica se promulgé en 1906 el acta sobre: Alimentos Puros y Drogas. En 1914 la ley Harrison sobre narcéticos. Las leyes son duras; su cumplimiento, for- zoso e inapelable. Hoy dia casi constituyen un impedimen- to para los experimentos encaminados a encontrar un agente mejor que la morfina; pero también protegen a los pacien- tes contra cualquier producto mis peligroso. La historia de la heroina ensefié a los hombres de ciencia y a los médicos una dura leccién: zera la heroina més se- gura que la morfina? Los informes oficiales son definiti- vos: “Segiin toda evidencia la toxicidad de la heroina es ma- yor que la de la morfina. Como droga creadora de habito, supera probablemente a cualquier agente hasta ahora cono- cido...” De aqui surgié la regla numero uno para los investiga- dores de drogas y también para los médicos: “Nunca se administraré a un paciente, droga alguna que sea mas peli- grosa que la enfermedad que padece”. Carituto II LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES Pelletier y la quinina En 1621 el rey Felipe IV hered6 el alto y espectacular tro- no de Espaiia sélo para descubrir que su reino estaba apo- lillado. Portugal casi se habia perdido, Italia desdefaba las dis- posiciones espafiolas y los Paises Bajos pedian la libertad. En el interior todo era corrupcién y desorden. Fuera del pais, el comercio se inclinaba ante la juvenil impertinencia de franceses, ingleses y holandeses. Sin embargo, una posesién espafiola estaba todavia intac- ta —el mayor imperio colonial que el mundo ha visto ja- mas—, un imperio que comprendia desde la punta de Sud- américa hasta el golfo de Méjico. En 1628 el rey Felipe puso el control de este vasto territorio en manos de un hombre, don Luis Jeronimo Fernandez Cabrera Bobadilla y Mendoza, alcalde hereditario de Segovia, conde de Chin- chén y seftor de dieciocho aldeas en el reino de Toledo. Ra- pidamente, el nuevo virrey se cas6 y se hizo a la vela rumbo a las Américas, y finalmente Ja pareja hizo su solemne en- trada en Lima, capital del Pera y centro del poderio espa- fiol en el Nuevo Mundo. (45) 46 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES Afios més tarde, una noche, el conde sefialé a través de la mesa: —jMira! ahi en tu mujicca, un insecto —dijo a su esposa. Ella lo ahuyenté:; —Es un simple mosquito. Era sélo un mosquito, pero dos dias antes habia “almor- zado” con la sangre de un.indio muerto de malaria y ahora “cenaba” con Ia de la condesa, dejindole en pago miles de mortiferos .gérmenes de, malaria.: 4: . ‘Una semana mis tarde la condesa dlesperté antes del ama- rité—, jtengo calor... estoy necer. —jTracdme agua! ardiendo... agua! ~ Pronto- desaparecié la: fiebre pata dar‘lugar a un escalo- frig. tan violento que cl grande-y -pesado lecho ide coset temblaba. a “BI viejo! médicb de!cabecera, don Juansde Vega, fué Ma- rhado-a toda prisa:,—Malaria —afirmé—;- ft sintomas: son inconfundibles. a : 4: Transcurrierom seis dias. de fiebre y la condesa se debilii taba con rapidez. Su debilidad: aumentaba. - Las-crisis dia rias. de -fiebrey éscalofrios eran cada‘ vez mas fuertes*y a mayort'parte del tiempo delitaba. La noticia de su ‘enfer/ miedad’se extendid:por todo:el pais; muchedumbres de na- tiyos se’ reunian’eh el ipatio del palacio esperando noticias, en todas las iglesias s¢ encendian velas y se hacian rogativas por-su réstablecimiento,s 0 ti Un dia entré corriendo en el palacio un muchacho indio, cabierto-de'sudor y:de: mugre; que traia un paquete: desde ur Jojano pueblo def! norte- El paquete contenia unos pocos pedazos de una extrafia corteza gtis-rharrén y una‘carta a magistradé espaiiol. de Loja “Alteza —rezaba Ja carta—, humilde y respetuosamente PELLETIER Y LA QUININA av as envio por mi criado, algunos trozos de corteza del arbol quinaquina que crece en este distrito. Se la pucde hacer gustosa al paladar mezclandola, una vez pulverizada, con vino fuerte. Y si Dios quiere, esto curard a vuestra condesa de la mortal enfermedad que padece. Afios atras me libré a mi.de una fiebre como ésa.” El conde Ilamé inmediatamente a de Vega. + Qué opina usted de esto? L-Bien, Alteza, no estoy seguro. Esta corteza de quinai quina es desconocida para mi. En Espafia no la vi nunca. Los libros que yo estudié ni siquiera la nombran. $i tuviera tiempo, acaso podria determinar ... , rPero jno hay tiempo! —interrumpié el conde—...'To- davia esta mafiana me habéis dicho que la condesa podia imorir antes del anochecer. ;Os ordeno que le adminiseréis esta corteza! ; Yo asumo la responsabilidad! 1 Asi, Ia corteza del misterioso arbol quinaquina fué pre~ parada.en vino, segtin la rudimentaria prescripcién del ma- gistrado, y la condesa tomé la primera dosis, que fué repes tida:a las pocas horas. aon Al segundo dia el médico y el conde comprendieron que estaba eh presencia de un milagro. Las crisis de fiebre y escalofrios .se espaciaron y cada vez eran menos intensas. La condesa mejoraba a vista de ojos. 7 - 1 ri'Al cabo de muchos dias y de muchas dosis, de Vega de- claré que el milagro era completo. La condesa estab- fada. ,. sees e Pero la encantadora condesa rehusé continuar en el Perd por mas tiempo: —El médico insiste en que debo volver a Espaiia, —decia a su esposo—; dice que mi salud. es ‘derma= do fragil para soportar estos’ peligrosos miasmas. Y cree LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES que al volver a Espafia debo Ilevar esa corteza para curar ha malaria en Sevilla, Madrid y en nuestras posesiones del Tajo y del Tajufia... ‘ EL : Abandoné Lima, pero a los pocos dias de viaje recayds esta vez la droga no pudo salvarla. Murié y fué enterrada cerca de Cartagena, en Colombia. Mas los paquetes de cor- teza continuaron viaje a Espafia. ol Hace trescientos afios la condesa de Chinchén envid a Espafia un precioso legado; uno de los mas grandes ie que Ia naturaleza otorgé a la humanidad: una cura para la malaria. Era la primer cura especifica de cualquier clase que se conocié. Cuando el mundo entero era impotente contra la iraele ria, Espafia vid en esta nueva y milagrosa droga no sdlo un in un fabuloso negocio. El adelanto en medicina sino taml ne primer cargamento que lego del Pert se vendié a mayor io que si fuese oro. Pre Por qué —se preguntaron los espafioles— hemos de buscar y extraer oro cuando esta maravillosa corteza crece tan abundance en los bosques?” Y la corteza empezé a ser ji le comercio. : ae en Sevilla, que tenia el monopolio de las im- portaciones del Nuevo Mundo, y se extendié como fuego por Espaiia, Italia, Francia, los Paises Bajos e Inglaterra. La corteza salvé al joven Luis XIV de Francia, a los oficiales del Papa en Roma, 2 los nobles en Londres. Era eats a pobres y ricos por los Padres Jesuitas; y de aqui nacié el conflicto. Mientras la corteza pulverizada se Ilamé “corteza perua- na” o “polvos de la condesa” todo fué bien, pero cuando los Jesuitas empezaron a repartir la droga se la Mamé familiar- PELLETIER Y LA QUININA 49 mente “polvos de los Jesuitas”, y con esta denominacién su difusién quedé limitada. En aquel entonces la gente era suspicaz, tan suspicaz que de hecho los buenos protestantes se negaban rotundamente a tomar los “polvos de los Jesuitas” y preferian dejarse mo- rir de malaria. “Estos polvos de los Jesuitas son peligrosos —murmuraban—, forman parte del diabélico complot del Papa para eliminar del mundo a los no catélicos.” Los médicos, naturalmente, se reian de tales supersticio- nes sin base, pero tenian que solucionar su propio problema: “Es realmente prudente —cavilaban— sustituir por esta droga nueva, y desconocida, remedios ensayados ha tiempo y bien comunes tales como el ¢caldo de vibora>, ¢los ojos de cangrejo> o ?” Ademis, “esta corteza no debe ser muy eficaz. Después de todo, el gran libro de Galeno contiene la lista de las bue- nas drogas y alli no figura la corteza peruana”. Realmente, era cierto que no estaba anotada por el omnis- ciente Galeno, que escribié su libro catorce siglos antes de que la corteza Ilegase a Europa. Y asi miles y miles de mé- dicos, ignorando esta ligera discrepancia de 1400 aiios, es- taban tan contentos al consentir que la yerta mano de Ga- leno surgiese del sepulcro y estrangulase los progresos de la medicina. “El temor popular de ser considerado “jesuita hasta la muerte” no fué ni la mitad de grave que este torpe modo de pensar de los médicos. Por primera vez desde el afio 300, los médicos europeos se vieron obligados a resolver si de- bian creer las cosas que les habian ensefiado o las que veian. Unos cuantos trozos de corteza peruana produjeron una crisis en 1a medicina. 50 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES Un afio después de la muerte de la condesa de Chinchén en Sudamérica, nacia en Cambridge, Inglaterra, Robert Tal- bor. Durante algun tiempo figuré como estudiante de me- dicina en el St. John’s College, pero nunca consiguid aprobar un curso. A los veintitin aiios se colocé como aprendiz en una farmacia de ese condado y por los médicos de alli se en- terd de la controversia acerca de Ia corteza. Desaparccié de Cambridge para reaparecer como médico maduro (sin aprendizaje que lo justificara) en Essex y mas tarde en Lon- dres. Escribié un libro sobre el arte de curar la malaria, libro rico en afirmaciones pero pobre en hechos. Nada en la historia de los primeros afios de Robert Talbor advertia al mundo que este hombre debiera ser vigilado. Era un charlatan, pero en Londres habia cientos como él. De repente el Colegio Médico despertd para descubrir una verdadera catastrofe. Talbor se habia introducido fur- tivamente en la socicdad clegante y en los circulos reales. Curé de fa fiebre a la hija de la noble Lady Mordaunt y hasta curé de la malaria al rey. Esto era ya bastante ultraje, pero no paré ahi: Talbor consiguié ser nombrado caballero y médico oficial de Su Real Majestad Carlos II de Inglaterra. El Colegio Médico estallé: “Este nombramiento es un error. El rey ha sido engaiado por los falsos amigos. Debe- mos tomar por nuestra cuenta a este bribén de Talbor y eliminarlo inmediatamente.” Pero “este bribén” no era tonto. Habia utilizado a sus amigos de la corte para que le consiguieran el nombramiento y ahora los utilizaba de nuevo. Cuando los dignos delega- dos solicitaron audiencia fueron despedidos sin contempla- ciones. “En efecto —se les notifico—: Sir Robert Talbor fué nombrado por el rey y el rey lo retendré a su lado.” PELLETIER Y LA QUININA st Sostenido por un titulo, una posicién en la corte y el favor del rey, Talbor estaba ahora en condiciones de hacer negocios y procedié a la preparacién de un maravilloso re- medio secreto contra las fiebres. Era eficaz, bien anuncia- do, apoyado con testimonios adecuados y no demasiado caro. Se vendié en cantidades enormes. “Mi medicamento es un sustituto seguro y digno de la corteza peruana. La corteza conocida con el nombre de «polvos de los jesuitas» puede ser una bucna medicina si se la utiliza de modo apropiado, pero produce efectos peligro- sos cuando la administran manos inexpertas. Por otra parte, mi remedio es siempre seguro. Es infinitamente mejor que la corteza peruana.” éMejor que la corteza peruana? Era dificil, pucsto que la preparacion de Talbor era corteza peruana; pero, natural- mente, esto sdlo Talbor lo sabia. Después de monopolizar durante siete afios la curacién de las fiebres en Inglaterra, Talbor buscé nuevas tierras que conquistar y se fué a Paris donde el Delfin yacia victima de Ia malaria. Los médicos de la corte lo habian ensayado todo —todo menos Ia corteza peruana, naturalmente— sin éxito. Ante Ia desesperacién de los médicos franceses, el gallardo inglés hizo su aparicién, curé al noble enfermo y se convirtié en el héroe nacional de Francia. Fl rey Luis XIV, padre del Delfin, era agradecido: —Os damos nuestra reales gracias —dijo a Talbor— y nos halla- réis_generosos; gcudnto se os debe pagar por vuestro ser- vicio? Talbor se incliné graciosamente: —Es un privilegio, Ma- jestad, servir al glorioso rey de Francia, Vuestra gratitud es ml mejor recompensa, 52 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES —jAh! ;Bien dicho! —afirmé Luis XIV—, mas dignaos informarnos, Hemos oido que nuestro hijo fué salvado por un remedio secreto; gen qué consiste esta magica cura? —Es una simple mezcla que yo he preparado, Majestad. EI rey fruncié las cejas: —gConocen los médicos france- ses sus Componentes? —No, Majestad. —jQué listima! gPodéis divulgar el secreto, Monsieur? Talbor respiré fuerte: —Lamento muchisimo que... —jAh-h-h! —dijo el rey— entendemos perfectamente. jMuy bien! Es nuestro real deseo otorgaros el titulo de ca- ballero de Francia, con pensidn vitalicia y dos mil luises de oro. Y ahora, Monsieur, gel remedio? Talbor sonrié: —Iba a decir a vuestra Majestad que la- mento muchisimo no tener aqui una descripcién completa del remedio; si la tuviera estaria en vuestro poder antes de una hora. Para Talbor fué un buen negocio, sobre todo porque el rey acordé no publicar la férmula hasta después de la muer- te de aquél. Pero a Luis su falta de memoria le costé muy cara. Si hubiera recordado, él mismo habia sido curado de malaria hacia cuarenta anos y la medicina habia sido tam- bién en este caso jcorteza peruana! Un aiio mds tarde Talbor fallecié en Inglaterra, a la edad de treinta y nueve afios ¢ inmediatamente el rey Luis imprimié la receta. Y se divulgé el secreto. El magico re- medio consistia en: seis dracmas de hojas de rosa en infusion durante cuatro horas en seis onzas de agua, dos onzas de jugo de limén y una fuerte infusién de corteza peruana. La receta contenia también excelentes y detalladas instruccio- nes para su uso. PELLETIER Y LA QUININA 53 Un vistazo a esta formula hizo que los médicos franceses se sintieran muy avergonzados. Era demasiado claro que las hojas de rosa y el zumo de limén no tenian més objeto que despistar; la corteza, que ellos habian combatido tanto tiempo, era realmente lo Unico eficaz, A los pocos afios los médicos franceses y mas tarde los it gleses y los de toda Europa olvidaron las peleas y disputas ¢ incluyeron la cor- teza peruana en sus listas de remedios admitidos. Un charlatin aprovechado aplasté catorce siglos de rigido oscurantismo. Il En el medio siglo que uid a la muerte de Talbor y la divulgacion de su secreto, Ia historia de la corteza peruana siguid su curso. Unos pocos obstinados que se oponian a su uso fueron finalmente ignorados. En honor a la condesa de Chinchén los botinicos cambiaron el nombre de Ia corteza y la Mamaron chinchona. A mediados del siglo xvi unos cuantos investigadores diseminados por los laboratorios curopeos comenzaron a es- tudiar la chinchona. Unos eran hombres de ciencia que de- seaban conocer el contenido de la corteza; otros eran clinicos que buscaban un medio de distinguir la chinchona pura, de los productos adulterados. Hy Surgid primero una avalancha de falsas afirmaciones —-de Suecia, Francia, Alemania, Portugal, Rusia y Escocia—, in- formes de que en la chinchona se habian encontrado sustan- cias quimicas puras que curaban Ia malaria. En Paris, un tal Armand Seguin —especulador en la gue- tra, adulterador de drogas y antiguo pensionista de la Bas- s4 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES tilla— anuncié un notable (y completamente falso) descu- brimiento: la buena corteza de chinchona era muy rica en gelatina y “esta gelatina —afirmé— es el principio activo de la corteza y lo que cura la malaria”. Pero la gelatina no cura la malaria. Asi lo reconocié al fin el propio Seguin, felices médicos que siguiendo su y asi lo reconocieron los recomendacién administraron a sus enfermos de malaria, pro- ductos de la gelatina, tales como Ja cola purificada. Después aparecié el popular Antoine Frangois Fourcroy, el profesor francés que, o superaba a sus competidores o los enviaba a la guillotina. Después de una larga serie de mani- pulaciones quimicas, obtuvo una masa rojo oscura sin olor ¢ insipida que Hamé “rojo de chinchona”. En contra de sus afirmaciones no actuaba contra la malaria. Sin embargo, Fourcroy estuvo a punto de obtener un gran triunfo, pero se retiré demasiado pronto. “Estas investigaciones —con- cluyé— conducirin sin duda al descubrimiento de Ja sus- tancia antimalaria.” Y acerté por completo: unos pocos dias mas de trabajo y acaso él mismo hubiera hecho un magnifico descubri- miento. Una tarde, en Paris, en un laboratorio de farmacia se encontraron dos jévenes quimicos y comenzaron a charlar de asuntos cientificos. Uno era Pierre Joseph Pelletier, de veintinueve aiios, hijo de un farmacéutico, y ya profesor de la Escuela Superior de Farmacia. El otro era Joseph Bienaimé Caventou, de veinticuatro aiios, brillante e impul- sivo estudiante de farmacologia. Se habian conocido en el afio 1817, cuando Sertuerner publicé su gran informe acerca de la morfina. Lo leyeron con gran interés, devorando sus palabras. PELLETIER Y LA QUININA 55 ——Es admirable el método de este hombre —dijo Pelle- tier—, tan sencillo y sin embargo tan fecundo. Si él encon- tré la morfina en cl opio, quiz’ nosotros podamos encon- trar otros principios quimicos activos en otras plantas. Empezaron con la ipecacuana, un nuevo producto impor- tado de Sudamérica como emético y curativo de disenteria y diarrea; aislaron una sustancia quimica pura que Ilamaron emetina, Continuaron sus trabajos con la venenosa planta Hamada strychnos y obtuvicron una sustancia quimica ca- paz de producir una muerte horrible, precedida de espas- mos, convulsiones, espuma cn los labios y muccas espan- tosas (la “mucca sardénica” MHamada asi de Cerdeia, lugar de origen de la planta). Pelleticr y Caventou quisieron Ila- mar a esta sustancia “vauqueline” cn honor de su amigo Monsieur Vauquelin, pero amigos comunes los disuadieron: —Monsieur Vauquelin —les dijeron— podria no conside- rar como un honor que diesen su nombre a una sustancia tan mortifera, Por fin, la nueva sustancia recibid el nombre de estricnina. Los ensayos de laboratorio demostraron que la emetina y la estricnina tenian una composicién anéloga a la de la morfina. Todas ellas actuaban como Alcalis, reaccionaban como Alcalis, pero no tenian Ja formula de un Alcali. —He aqui un nuevo grupo de sustancias quimicas —pro- clamé el quimico Meissner en Alemania—; todas ellas son productos vegctales, sustancias organicas que se parecen mu- cho a los Alcalis. Podrian Iamarse alcaloides, Pronto Pelletier y Caventou descubrieron otro de esos al- caloides, la brucina, en Ja corteza de la falsa angostura. Si- multéncamente con Meissner aislaron la veratrina de las semillas de cebadilla. Otros investigadores encontraron la 56 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES piperina en la pimienta y la delfinina en las plantas del gé- nero del phinium. Ahora bien, por encima de todo, Pelletier era un francés y farmacéutico practico: “Todos estos preciosos alcaloides son muy interesantes, pero no son tiles gquién los comprard? Estricnina, brucina, veratrina, no son sino curiosidades cien- tificas, Nadie malgastaria un franco en ellas. Seria mucho mejor que encontrasemos algo mas provechoso.”” Caventou lo puso en Ia pista. Este muchacho estaba siem- pre haciendo preguntas, curioseandolo todo, molestando a todo el mundo y recogiendo una asombrosa y revuclta co- leccién de datos; aprendia y recordaba hechos y fenémenos aislados. Parecia estar haciendo siempre cien cosas a un tiempo y estar mientras tanto pensando en otras cien. Colaborador de Pelletier en su investigacién, Caventou era ademas discipulo del profesor Thénard. Un dia en el laboratorio de este profesor, otro ayudante hizo un comen- tario sobre la corteza de chinchona. —Me ha ocurrido una cosa muy rara; ayer me pidio Monsieur Thénard que le preparase un extracto de chinchona para hacer una demostracién en clase y ahora me parece que ese extracto esta extremadamente alcalino, porque cuando yo... Caventou prest atencidn, después a toda prisa se quitd la bata de laboratorio, se enfund6 la chaqueta y el sombrero y salié corriendo a ver a Pelletier. —Pierre —le grité—, debemos estudiar la chinchona. Pelletier se puso un poco rigido: después de todo, era a él, por su edad, a quien correspondia indicar lo que debia estudiarse. —Y gpor qué —pregunté friamente— debemos estudiar la chinchona? PELLETIER Y LA QUININA 37 —Porque es la mas importante de las drogas —aclaré Caventou—, cura la malaria y la malaria mata todos los afios, miles, acaso jmillones de personas! —Bien, ‘pues si esa es la unica razén podemos estudiar la consuncién, la peste o la viruela ya que también matan mi- les de personas. Caventou movidé la cabeza. —En efecto, eso es cierto, pero la malaria... Mira, la chinchona cura la malaria. Esto lo sabemos y podemos partir de aqui. Ademés, en la chin- chona hay un alcaloide. —jCémo! —exclamé Pelletier— gqué sabes tt de un al- caloide en la chinchona? ¢Dénde has oido eso? —A Monsieur Labillardiére, en el laboratorio de Thénard. Es uno de los ayudantes. Me dijo esta mafiana que habia hecho un extracto de chinchona y que tenia reaccién al- calina. Pelletier hizo una mueca. —{Eso es todo? jReaccién al- calina! Eso no quiere decir nada, tendria alguna impureza, cal, sosa o potasa. Esto no demuestra que haya un alcaloide en la chinchona; mas, por otro lado... jUmmm! Joseph, amigo mio, vamos a revisar la literatura sobre la chinchona. Sacaron a relucir libros y revistas viejas y leyeron los detalles de experimentos realizados afios antes en Succia, Francia, Alemania, Escocia y sobre todo por el doctor Gé- mez en Portugal. " Todos ellos habian encontrado sustancias quimicas en la corteza de chinchona, sustancias extraias; pero nada que curase la malaria ni que pareciese ser un alcaloide. Esto, sin embargo, no era muy sorprendente puesto que en aque- Ia época no podian haber buscado el alcaloide. Acaso algu- no de estos experimentos podria repetirse convenientemente 58 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES modificado de acuerdo con los ultimos descubrimientos de Sertuerner y de ellos mismos. Pero gcual, entre todas estas investigaciones repetirian? Las estudiaron todas nuevamente y por fin se decidicron por el trabajo del doctor Gémez, que era el que mayor éxito prometia. Aprendieron de memoria el procedimiento, afia- dieron algunas innovaciones propias y se pusieron a trabajar. Era ridiculamente sencillo. Mientras Sertuerner tuvo que trabajar durante afios para aislar la morfina, estos dos fran- ceses terminaron su trabajo en pocos dias. Extrajeron la corteza gris de chinchona con alcohol, afiadicron un poco de agua y un trocito de potasa. De la solucién clara se separd una cierta cantidad de cristales blancos. Disolvieron y reprecipitaron estos cristales hasta obtener- los limpios y brillantes. Esto, pensaron los dos quimicos, debe ser el alcaloide puro, cl principio activo de la chinchona. Pero ;qué equivocados estaban! No obstante sus inno- yaciones, sus modificaciones y su técnica mas depurada, los brillantes cristales eran lo mismo que Gémez habia encon- trado afios antes. Si ellos se hubiesen detenido alli hubieran nicamente determinado otro constituyente de la chinchona que no curaba la malaria. Pero Caventou, archivo viviente de deshilvanadas infor- maciones, salvé la situacién. —Espera —dijo—; antes de es- cribir el informe hagamos otra cosa. Hemos obtenido estos resultados con Ia corteza gris de chinchona, vamos a hacer lo mismo con Ja amarilla. —,Céimo? —replicé Pelletier—. ¢Por qué vamos a per- der el tiempo en eso? Gris o amarilla, todas las cortezas son iguales, son corteza de chinchona. —No, no son iguales. Yo conozco un hombre que... PELLETIER Y LA QUININA 59 —jBah! Tu siempre conoces un hombre que... esto 0 lo otro. —Espera un minuto —interrumpié Caventou—; este hombre sabe de qué habla, es un médico que escribié un li- bro acerca de la malaria y decia... ahora, ¢qué decia?, jah! si, decia que las cortezas de chinchona no son iguales, que por lo menos no actian en Ia malaria del mismo modo. Dice que la corteza amarilla cs muy buena, pero esta gris que nosotros usamos no cura bien la malaria, ¢Ves? —éVes? 2Qué es lo que tengo que ver? —jPor Dios! —Caventou se rascé la cabeza fastidiado—. iMira! te lo explicaré de nucvo lentamente: hemos encon- trado estos cristales blancos en la corteza gris, gno es cierto? Si. —Bien, pero la corteza gris es pobre y la amarilla exce- lente. Ahora bien, gcémo sabremos lo que hay en Ia corteza amarilla? Dimelo si puedes. —Bueno —admitié Pelletier—, no lo sabemos: ;Cémo podriamos saberlo si no lo hemos estudiado? —Esto —suspiré Caventou— es Jo que estoy tratando de que entiendas. Y asi fué cémo decidieron estudiarla. Repitieron sus ex- periencias con una partida de corteza amarilla recién Me- gada, de la mejor que pudieron encontrar. Hicieron los mis- mos ensayos, afiadieron los mismos reactivos y no obtuvieron nada: ni cristales, ni brillante precipitado blanco; sdlo una goma amarilla, pegajosa y palida que no lograron crista- lizar, Esta goma era tan amarga como su primer producto. Era también soluble en acido y en alcohol; pero —he aqui una diferencia— era soluble en éter. En realidad se tra- taba de una nueva sustancia quimica. 62 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES “Durante largo tiempo ha sido un importante problema encontrar un sustituto para la quinina, que poseyese los mis- mos efectos terapéuticos, o bien reducir el precio de su pro- duccién de tal modo que permitiese su empleo en los nume- rosos casos en los cuales esta indicada... Por esto hacemos un Ilamamiento... ofreciendo un premio de cuatro mil francos para el quimico que descubra la forma de preparar quinina sintética ...” A los participantes se les notificd que debian entregar sus trabajos antes del primero de enero de 1851 y enviar por lo menos media libra de la sustancia sintética. El premio nunca fué reclamado. No pudo ser solicitado ni aun en 1940 cuando los dictadores europeos y nipones comenzaron a aduefarse de las reservas naturales de qui- nina del mundo, en Jas Indias Orientales, porque la quinina sintética es todavia un suefio de los quimicos. Otros alcaloides han sido creados en el tubo de ensayo. Algunos pucden ser fabricados artificialmente a un costo mucho mis bajo que el de las sustancias naturales obtenidas de vegetales. Pero la quinina es todavia un misterio im- penetrable. Cuando Ia Sociedad Francesa de Farmacia ofrecié el pre- mio para la quinina sintética no podia prever los resultados que seguirian. No podia prever que un joven de dieciocho aitos, William Henry Perkin, en Inglaterra, tratando de ob- tener quinina sintética descubrié en su lugar y por pura casualidad, el violeta sintético, primero de los colorantes del alquitran. Los farmacéuticos franceses no podian sofiar que la impo- sibilidad de fabricar quinina sintética obligaria a los euro- peos a tomar medidas contra el monopolio sudamericano de PELLETIER Y LA QUININA 63 la corteza de chinchona, unica fuente de quinina en el siglo xix. Il Ya en 1750 algunos europeos perspicaces se habian per- catado de lo evidente y oneroso de este monopolio, y se in= tenté varias veces destruirlo. Tuvicron que realizarse mu- chos intentos y ocurrir muchos tragicos fracasos antes de que el’ mundo Ilegara a darse cuenta del problema de Ia chinchona. Primero fueron cuatro franceses que Ilegaron a la ciudad de Quito, en el Ecuador, en 1735. Los enviaba la Academia Francesa para medir un grado de meridiano en el ecuador, y determinar asi la circunferencia de la tierra. Antes de comenzar las medidas, el gedgrafo Charles de la Condamine se sintié ofendido y se separé de la expedicién. Viajé hacia el sur a lo largo de los Andes y caminé penosamente a través de los frondosos bosques de Loja, cuna de los Primeros ar- boles de chinchona descubiertos por el hombre blanco. Visité la regién en compaiiia de un espaiiol, comerciante en cor- teza, y alli conocié el aspecto financiero de Ia industria de la chinchona. —Mon Dieu! —declaré a su huésped—. Esta corteza de chinchona que usted recoge, ges tan barata? ¢Es tan bajo su costo aqui en el Perd? No puedo creerlo, porque en Francia un trocito cucsta muchos cientos de francos. —Naturalmente que aqui es barata. Unicamente tene- mos que arrancarla de los arboles, y esto es todo. ;No nos Cuesta casi nada! De la Condamine estuyo pensando en esto: “gPor qué no 64 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES intento transplantar a Francia estos arboles de chinchona, de tanto valor? —se pregunté—. También en Europa podria- mos arrancar la corteza muy facilmente.” Con Ia ayuda de su huésped reunid docenas de semillas, Jas planté en cajones rellenos de buena tierra y emprendié el regreso a Paris. Atravesé las montafias, Ilegé al Amazonas y comenzé su azaroso viaje rio abajo hacia cl Atlantico, Semanas y semanas, él y los indios que lo acompafiaban desafiaron los pantanos y la selva —salvando rapidos, bor- deando cascadas, esquivando tribus hostiles y peligrosos ani- males, navegando miles de kilémetros sin ningtin acci- dente grave—, hasta que, al fin, Ilegaron a la desembocadura del rio. Entonces, casi a la vista de la nave que debia trans- portar a Francia su preciosa carga, 1a canoa en que viaja- ban fué azotada por una enorme ola que barrié todas las plantas. De la Condamine tuvo la fortuna de no ahogarse, pero solamente pensé en su perdido tesoro: —Mis pobres plan- titas —Iloraba—, ; todas se perdieron!, las he transportado a través de mil doscientas leguas, durante ocho largos meses y ahora, jnada! En el Ecuador, los otros investigadores, después de mar- charse de la Condamine procedieron a su tarea de medir una fraccién del ecuador. Cuando el trabajo estuvo terminado, emprendicron el regreso por separado, Uno de ellos, el botanico Joseph de Jussieu, decidiéd dar un vistazo al Pera antes de abandonar Sudamérica. Cruzé la frontera de este pais en el momento en que los nativos luchaban contra una mortal epidemia, y, como era también médico, ofrecié sus servicios. Cuando desaparecié PELLETIER Y LA QUININA 6s la epidemia, resumié sus trabajos, ‘6 ciudades, colecciond flores, y permanecié alli... treinta afos. —jEste pais es maravilloso —decia—; hay tantas plantas nuevas, arboles tan notables, tal variedad de insectos! ¢Cémo podria regresar a Paris? Ajfio tras afio continué enriqueciendo su coleccién. Hun- diéndose en la selva, escalando montafias heladas, chapo- tcando en fangosos pantanos. Sus colecciones crecieron has- ta alcanzar proporciones inauditas, y sus cuadernos estaban repletos de minuciosas notas. Enviaba por correo breves informes a sus colegas de la Academia Francesa prometien- do mostrarles a su regreso, algun dia, los mas fascinadores ejemplares del mundo. Finalmente, después de haber consagrado la mitad de su vida a Sudamérica, decidié que su trabajo estaba terminado y que habia ganado el derecho a morir en el viejo lecho familiar. Y también él, resolvié llevar a Francia chinchonas. De la Condamine habia intentado llevar a Europa plantas en almécigo, pero De Jussieu seleccioné semillas y las puso en una cajita con fuerte cerradura. Vigilaba constante- mente la caja como si contuviera diamantes y rubies. Y tan- ta precaucién fué su ruina, En Buenos Aires, donde esperaba la nave que lo devol- veria a Francia, un criado vid cémo guardaba la cajita. ‘Tan excesivo era su cuidado que se convencid de que el francés habia guardado un fabuloso tesoro, y una noche robé la caja. Al encontrar que “el arca del tesoro” con- ia s6lo semillas sin valor alguno, las arrojé disgustado. Cuando De Jussieu descubri cor, Su tesoro mas preciado jse habia perdido! Las autori- dades busearon al culpable, pero habia desaparecido. te su pérdida creyd enloque- 66 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES EI pobre francés se embarcé rumbo a Francia. Sus entu- ‘siastas colegas fueron a esperarlo con el anuncio de que sus breves pero brillantes informes le habian valido un puesto en la Academia de Ciencias. Pero De Jussieu no se impre- siond, ni siquiera lo comprendié: estaba loco por completo y para siempre. La creencia de que la chinchona estaba embrujada era natu- ralmente pura supersticién. De la Condamine y De Jussieu habian sido, en efecto, desgraciados. Otros exploradores no fucron mas afortunados: una expedicién jesuita Ilevd plantas de Sudamérica a Argelia, pero las plantas muricron. Los franceses y los holandeses lograron llevar semillas a Paris y a Java, y también las plantas se malograron. Los holandeses, a pesar de las crecientes restricciones con- tra los recolectores extranjeros, intentaron de nuevo. En- viaron al Pert a un distinguido botanico, Justus Hasskarl. Hasskarl tuvo dificultades: para Iegar a los bosques y recoger las semillas tuvo que adoptar un nombre supuesto, simular viajes por los Andes, sobornar a los oficiales y con- vencer a los nativos de que recogieran semillas para él; man- tuvo reuniones sceretas cerca de Ja frontera boliviana, donde semillas y bolsas de oro cambiaron de mano. Al cabo de dos afios, Hasskarl regresé a las Indias Holan- desas, Traia cientos de plantas, miles de semillas. Las plan- tas no soportaron el viaje, pero jtodavia quedaban las semillas! EI gobierno holandés quedé profundamente agradecido al valiente explorador. Lo nombré jefe de las nuevas planta- ciones de chinchona en Java; Caballero del Leén de los Paises Bajos y Comandante de la Orden de la Corona de Roble. Pero ghubo un dramatico error o fué de nuevo sortilegio? PELLETIER Y LA QUININA 7 Las semillas germinaron y se convirtieron en florecientes arbustos, que formaron vastas plantaciones. Sélo entonces se descubrié el error: las semillas eran de la variedad no aprovechable de chinchona; jla corteza de estos Arboles no contenia quinina! Finalmente en Sudamérica se tuvo noticia oficial de estas incursiones en su monopolio. “Dios nos ha dado grandes bosque de chinchona —dijeron— y no permitiremos que sean saqueados. Nuestra més preciosa posesién no nos sera arrebatada.” . Promulgaron severas leyes regulando la exportacién de corteza de los bosques peruanos (los cuales ya habian sido considerablemente mermados) y de los bosques recientemen- te descubiertos en Bolivia, Ecuador y Colombia. Ademéas, el pueblo juré que ningun extranjero le arrebataria su prin- cipal medio de vida. “La corteza seca puede ser exportada —dijeron— pero no plantas ni semillas, jnada que pueda dar origen a una industria rival fuera de Sudamérica!” Los paises sudamericanos intentaron obtener el mayor beneficio posible del monopolio que Dios les habia otorgado. Ahora jpor fin podian hacer restallar el latigo! Asi, millones de victimas de la malaria clamaban por la chinchona y la quinina, y el precio subia constantemente ... Iv En una oficina gubernamental, en Londres, un joven em- pleado estaba sentado, leyendo la correspondencia oficial acerca de la chinchona. Se llamaba Clements Markham, de veinticuatro afios y era hijo de un distinguido clérigo, pero él no tenia nada de clerical. Habia servido durante cuatro 68 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES aiios en la armada inglesa; visitado Sudamérica, Méjico, Ca- lifornia y las islas Sandwich; también habia participado en la infortunada busqueda de Sir John Franklin, desapa- recido en el Artico buscando el paso del Noroeste. Habia viajado a través del Perti y estudiado la historia de los desaparecidos incas. Seis horribles meses estuvo empleado en otra oficina del gobierno, donde malgastaba su abundante energia copiando al detalle polvorientos legajos. Un mes antes de cumplir los veinticuatro aiios, se le relevd de su diaria rutina y fué trasladado a otro negociado., Su tarea consistia, ahora, en ayudar a coordi macién entre el gobierno inglés y la gran Compaiia de las Indias Orientales. Y alli, enterrada entre los secos informes oficiales, encontré la historia intima de la chinchona. En el Pert: habia visto los bosques de chinchona y ahora descubria lo valiosos que eran. Aprendié que Ia quinina podia curar la fiebre mortal que afligia a una tercera parte de la poblacién del mundo, matando un millén de victi- mas por afio. Ley los informes de los hombres de ciencia sefialando que en la India y en Ceilan existen regiones montajiosas con un clima muy parecido al de los Andes, y estudié las leyes gubernamentales que restringian las exportaciones de Sud- américa. ar la infor- A lo largo de cinco afios, estudié la chinchona y Sudamé- rica. Hablé a Sir William Hooker, director de “Kew Gar- dens”, y al competente John Elliot Howard, el principal fabricante inglés de quinina. Se entrevisté con botanicos, quimicos, funcionarios de la Oficina de Indias y con todos y cada uno de los que podian tener algun conocimiento PELLETIER Y LA QUININA 69 acerca del Peru, la India 0 los arboles de chinchona. Por Ultimo, en 1859 sus planes estaban terminados y los expuso ante la Comisién de Rentas de la Oficina de Indias. Este no era, en modo alguno, el primer proyecto que para una expedicién de chinchona habia sido expuesto ante la comisién, pero sus miembros jamas habian visto una cosa semejante a ésta. He aqui un joven, de poco mis de veinte afios, que tenia la desfachatez de sugerir, no simplemente una expedicién, sino cuatro simultaneas, todas bajo su di- reccién, en cuatro regiones diferentes. ;Esta peticién de fondos y apoyo oficial era absurda! La propia audacia del informe los predispuso en su favor. Este Clements Markham era joven, pero conocia el terreno, los habitantes y su lenguaje, Su proyecto venia respaldado por hombres de ciencia y fabricantes: estaban convencidos que Ja creacién de plantaciones de chinchona en la India era una idea realizable. Fn un plazo sorprendentemente corto fué aprobada la expedicién. El Secretario de Estado para la India concedié autorizacién oficial a Markham para recoger plantas y_se- millas de chinchona y dirigir su transporte ¢ introduccién en la India Inglesa y Ceilin. Markham habia demostrado imaginacién al concebir la campafia y habilidad al organizarla. Ahora demostraria bri- Hantemente sus dotes como realizador. La seleccién de las personas que lo acompafiarian no pudo ser mas sabia. Unos, botdénicos experimentados, otros, esforzados exploradores; pero todos Henos del espiritu de “triunfar 0 morir” por Inglaterra, espiritu que estuvo a punto de Ilevarlos mas cerca de la muerte que del triunfo. Pritchett, un explorador, fué a recoger chinchona de cor- 70 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES teza gris en los bosques de Hudnuco, en el Peri central, al norte de Lima. El doctor Spruce, distinguido botinico, fué a buscar la chinchona roja en los Andes ecuatorianos. Cross, minucioso escocés, debia ayudar al doctor Spruce y obtener la chinchona de corteza de corona, del Ecuador y la chincho- na colombiana, de los Andes colombianos, situados al norte del ecuador. Y el joven Weir, jardinero inglés, acompaiia- ria a Markham en Ia busqueda de chinchona de corteza amarilla en el Peri meridional. Estos hombres tendrian que moverse en regiones aisla- das a lo largo de un frente de mas de tres mil kilémetros. Debian actuar casi simultaneamente, con todo sigilo y tan rapido como fuera posible. Considerando los peligros, pre- sentian que alguno fracasaria, pero esperaban que por lo menos uno tendria éxito. Markham, acompaiiado por su esposa y su fiel Weir, des- embarcé cn Islay, desierto puertecito de la costa sur del Pert. En el consulado inglés dejaron sus invernaderos en miniatura Ilenos ya de tierra, en los cuales transportarian las plantas —si conseguian alguna— a su regreso a In- glaterra. Después de dos dias de marcha a través de arenales Hogaron a la ciudad de Arequipa. Minna Markham quedé alli, en casa de antiguos amigos del marido, mientras los dos hombres emprendian el largo ascenso de las montafias. Fué toda una hazafia. La estrecha senda subia zigza- gucando las estribaciones occidentales de los Andes a través de regiones azotadas por diarias tormentas de nieve y Iluvias torrenciales, a una altura de mas de cinco mil metros. Des- pués comenzé el descenso, por un glaciar, a través de pan- tanos, rocas y finalmente Ilegaron a !a ciudad de Puno en icaca, Estaban a una altitud las proximidades del lago Ti PELLETIER Y LA QUININA 7 de mis de tres mil metros y todavia les quedaba por atra- vesar Ia otra mitad de los Andes, la cordillera oriental. Utilizando s6lo las miserables y agotadas mulas que en- contraron cn las postas, Markham y Weir abandonaron Puno por Ia carretera que Heva a Cuzco, la gran capital inca; se desviaron entonces hacia el este y comenzaron de nuevo a subir. Encontraron mis ciudades a miles de metros sobre el nivel del mar y pasos cada vez mas altos. Hubo mis tormentas, nieve, granizo, barro y sendas resbaladizas. En uno de sus altos nocturnos, en la choza de un pas- tor, encontraron otro viajero, don Manuel Martel, antiguo coronel del ejército peruano. Al principio, Martel se mos- tré cordial, pero de repente empez6 a hacer extrafias pre- guntas a propésito de la chinchona. —Sefiores —dijo—, ghan oido hablar de un tal José Carlos Mueller? Los dos ingleses negaron con la cabeza. —Era un mal hombre —continué Martel—; su verdadero nombre era Hasskarl. Lo habian enviado los holandeses. Robé plantas de chinchona para despojar a mi pais de sus medios de vida. gNunca han oido ustedes nombrar al sefior Hasskarl? Markham hizo una sefia imperceptible a Weir. —No —contesté—; lo siento pero nunca he tenido el gusto. Martel lo miré fijamente. —ZNo lo conoce? ¢Esté usted seguro? Bien, no importa. Si encontramos en mi pais, a él o a alguno de sus compasieros les cortaremos los pics. Ustedes dos, sefiores, no tendran ningun interés por los ar- boles de chinchona. ‘No es cierto? Markham y Weir le aseguraron que no tenian el menor interés por tales arboles. A la mafiana siguiente, Martel 72 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES siguié por la senda de Puno, micntras los ingleses conti- nuaron adelante por los hermosos valles de Caravaya y los exuberantes bosques de chinchona. Tardaron casi un mes en llegar al distrito de Caravaya, donde crecian las chinchonas de corteza amarilla. Durante otro mes los dos hombres hicieron la recoleccién. Su misién no podia permanccer largo tiempo en secreto; debian actuar rapidamente: Martel, el coronel peruano medio loco, habia concebido sospechas y esparcia por el pais peligrosos ru- mores. Ademas, trabajaban a lo largo de la frontera del Peri con Bolivia y estos dos paises estaban a punto de declararse la guerra. Vivian en pleno bosque, abriéndose paso a través de tu- pidas malezas, bordeando macizos de exéticas palmeras, sor- teando bosques de helechos y orquideas, vadeando rios y cruzando pantanos de barro amarillo. Cada noche, prontos acorrer hacia la costa a la menor alarma, disponian su colec- cién de plantas en atados semejantes a esteras rusas. * Después de cuatro semanas de esta precaria existencia, “los rumores de Martel surtieron efecto. El alcalde de un pue- blo cercano dié orden de detener a los dos extranjeros y con- fiscar sus plantas. Llegé el momento de moverse, y de moverse rapido. Markham, sin embargo, tuvo tiempo de escribir una lar- ga y mentirosa respuesta al alcalde. “Seguin las disposicio- nes de la Constitucién peruana de 1856 —escribid6—, sus funciones son puramente consultivas y legislativas, sin poder ejecutivo... Aprovecho esta oportunidad para expresarle mi aprecio por su patridtico celo... ;Lamento que éste vaya acompaiiado de tan equivocada y lamentable ignorancia de los verdaderos intereses de su pais!” PELLETIER Y LA QUININA 73 Entrego esta nota a un mensajero, recomendandole Ia Ile- vara inmediatamente al alcalde. Después, se volvid hacia Weir: —Tan pronto el honorable alcalde lea eso tendremos todo el ejército peruano detras de nosotros; sin embargo, contamos con unas horas de ventaja, japrovechémoslas! Reunieron sus efectos, los cargaron sobre mulas, extre- mando el cuidado, repitieron esta operacién con los atados de plantas y emprendieron el descenso. No habian reco- rrido muchos kilémetros cuando encontraron una amena- zadora comisién cerrandoles el paso. Markham empufiando la pistola apunté resueltamente y Ia comisién se retir —( Uff! —susurré—, demos gracias a Dios, no hubicra podido hacer fuego, ;la pélvora esta completamente mojada! Al cabo de otros pocos kilémetros, una de las mulas res bald y cayé en un matorral en mitad de Ia ladera de una empinada cuesta. Markham acudié en auxilio del animal y de los fardos de chinchona, mientras Weir, que odiaba des- perdiciar hasta un minuto, recogia unas pocas plantas en un bosquecillo cercano. En el primer pueblo que encontraron se hizo evidente que el pais entero estaba prevenido contra cellos. Los campesinos ya no se mostraron amistosos. Era dificil comprar provisio- nes ¢ imposible conseguir animales de carga a menos que —y esto cra muy significativo— los extranjeros estuvicran de acuerdo con desandar el camino y dirigirse a Puno. Tam- bién estaba claro que otra comisién los esperaba en Puno, comisién mas amenazadora aun, bajo el mando de Martel cn persona, Este descubrimiento alteré considerablemente la situacién. Decidieron que Weir siguiera con todos los animales y unas cuantas plantas. Mientras, Markham recurriendo otra vez 74 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES a la amenaza de su inutil pistola, robaba otras tres bestias, que raépidamente fueron cargadas con Ia casi totalidad de las plantas. Con unos pocos natives y la mayor parte de la caravana; Weir se dirigid valientemente hacia Puno y el temible coro- nel. Si Martel queria destruir las pocas plantas que !levaba, perfectamente, jcon tal de que no Ie cortaran fos pies! Markham, por su parte, hizo frente a un problema mas serio. Con los tres animales, un guia que, segiin se supo mas tarde, jamas habia salido de su aldea, y Ia mayor parte de las plantas, partié hacia Arequipa por diferente camino, Va- liéndose sélo de una brajula y un tosco mapa, intenté seguir una linea recta a través de los Andes. Naturalmente, esto era absurdo, descabellado, una verda- dera locura. Sin embargo, diez dias después de haberse se- parado de Weir y del grueso de la expedicién, Markham Ilegé a Arequipa sano y salvo. Dos dias mas tarde Iegé Weir sin las plantas. Ambos se dirigieron al puerto de Islay y al consulado britanico. La primera parte de la expedicin de Markham habia triunfado. Sin pérdida de tiempo las plantas fueron embar- cadas en el correo de Panama y transbordadas con destino a Londres. La segunda parte tuvo igualmente, completo éxito. Po- cos meses después del regreso de Markham del distrito de la corteza amarilla, en los valles de Caravaya, regresé Pritchett de los bosques de Hudnuco, en el Pert central, con una co- leccién de plantas de corteza gris. En ef Ecuador, el botanico doctor Spruce habia recogido cien mil semillas de chinchona de corteza roja y las envid a Inglaterra. Recogié también un grave reumatismo y una PELLETIER Y LA QUININA 75 enfermedad nerviosa caracterizada por paralisis intermiten- te, de la que nunca logré curarse. “Aunque sostenido por el propésito de ejecutar lo mejor posible Ja tarea emprendida —escribié en su cuaderno de no- tas—, caia con demasiada frecuencia en un estado tal de postracién, que tumbarme en el suclo y dejarme morir me hubiera parecido un alivio...” El gobierno inglés le pagé el sueldo de 150 délares men- suales y Je did ademas 135 por su detallado informe. Des- pués de diez aiios de esfuerzos Markham consiguié finalmen- te que se concediera a Spruce una pensién de 500 délares anuales como demostracién de la gratitud de su pais. El escocés Cross realizé mis de una expedicién. Después de recoger chinchonas de corteza de corona en el Ecuador y chinchonas colombianas de su pais de origen, lo enviaron a Panamé, a recoger plantas de caucho de la India, al Brasil, por heveas y de nuevo a Colombia por chinchona. Como premio por todas estas expediciones y las valiosas colecciones que consiguié, Markham propuso se le dieran por lo menos 5.000 ddlares. Esta cifra era una cantidad miserable si se consideran las fortunas que se hicieron gracias a su trabajo, pero el gobierno se negd a pagar mas de 3.000 ddlares. Weir, el ayudante de Markham en sus viajes, fué com- pletamente olvidado por el gobierno, pero la Sociedad de Horticultura le asigné una pensién de 11 délares mensuales. No podria hacer mucho con esta suma, pero tampoco la queria. Su trabajo en Sudamérica lo habia dejado lisiado para toda la vida. Como organizador y jefe de Ja expedicién, Markham fué mejor tratado, Se convirtié en Sir Clements Markham, Ca- ballero Comandante de la Orden del Bafio, miembro de la 76 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES “Royal Society”, miembro de Ia “Royal Geographic Socie- ty”, miembro destacado de otros muchos organismos cienti- ficos y otros titulos honorarios. Fué un gran constructor del Imperio. Mientras las diferentes expediciones de Markham cruza- ban los Andes en todas direcciones, otro inglés concibié si- bito interés por los arboles de chinchona. Se trataba de Char- les Ledger, activo exportador, que habia vivido en el Pera durante afios y que conocia Ia chinchona mejor que la ma- yoria de los botanicos. En 1860 envid a su criado Manuel a las montajias a recoger una buena cosecha de semillas de los mejores arboles de chinchona. Manuel regresé en 1865. En las montafas habia esperado una buena cosecha durante cinco afos. Trajo consigo siete kilogramos de semilla que fueron valoradas, por lo bajo, en cien millones de délares. También en la vida de Manuel tuvieron las semillas un valor excepcional, pues murié poco tiempo después debido a Ia Jarga permanencia en las montaiias y a una indescriptible temporada que pasé en una carcel boliviana. A los bolivia- nos no les gustaban los ladrones de chinchona. Charles Ledger envid las semillas a su hermano George, de Londres, quien traté de venderlas al gobierno inglés. “No interesa —le dijo el gobierno—, estamos bien provistos de semillas procedentes de las expediciones de Markham Por este motivo, George las ofrecié a los holandeses, quie- nes compraron medio kilogramo por unos cuantos délares. Esta fué la base del gran monopolio holandés de quinina. Las semillas de Markham proporcionaron a Inglaterra una fuente de quinina y se desarrollaron perfectamente en la In- dia y en Ceilan. $i no hubiera sido por las semillas de Ledger PELLETIER Y LA QUININA 77 y la industria holandesa a que dieron lugar, estas plantacio- nes inglesas de chinchona habrian terminado con el monopo- lio sudamericano. Pero los cultivadores ingleses tropezaron con dificultades —inscctos, cosechas escasas, mercado incier- to— y dejaron la chinchona a los holandeses, prefiriendo el cultivo del té, mis productivo. Los holandeses sembraron las semillas de Ledger en Java, protegiéndolas tenazmente contra toda clase de plagas; len- tamente acumularon las ricas cosechas proporcionadas por Jos arboles de Ledger, hasta que, finalmente, triunfaron. Con sus plantaciones de la !lanura de Pengalengan esta- blecieron otro monopolio de quinina, pero al contrario del de Sudamérica fué mucho mis benévolo. Aun hoy trabajan con el criterio de que la quinina debe ser razonablemente barata o su consumo se reduciria a la décima parte. Debe ser barata para evitar que surja un nuevo Markham o Ledger. v Tal fué la historia de la quinina y a lucha del hombre contra la malaria, lucha que se inicié hace trescientos afios. Fué una historia que corrié vertiginosamente de Madrid a Lima, Londres, Paris, los Andes, la India y Java. Pero esta parte de la historia, con sus Chinchén, Talbor, Pelletier y Markham, se detuvo de repente y su curso se desvié en 1879. Hasta ese afio, la malaria habia sido combatida en la mas completa oscuridad. La quinina curaba la malaria pero na- die sabia por qué. Nadie sabia cual era la causa de la malaria, ni como se transmitia, Sin embargo, a partir de 1879 los cazadores de microbios entraron en accién, Equipados con los descubrimientos ya 78 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES realizados por Pasteur, Koch, von Behring, Roux y otros, los bacteridlogos del mundo entero tomaron sus microsco- pios y declararon la guerra a la invisible muerte de los tré- picos. En 1879, Patrick Manson descubrié que la filariasis, infec- cién parasitaria muy semejante a la malaria, cra propagada por la picadura de mosquitos. Pocos meses mis tarde, Lave ran, observando al microscopio gotas de sangre de victimas de malaria encontré lo que buscaba: una multitud de dimi- nutos gérmenes mortiferos que invadian los glébulos rojos de la sangre y los destruian. En 1883, King acusé al mosquito de extender la malaria, e¢ inmediatamente docenas de investigadores, ingleses, italia- nos y franceses empezaron a trabajar sobre esta hipétesis. Antonio Grassi husmed pantanos infestados de mosquitos, en aldeas italianas. Ronald Ross ensayé la picadura de toda clase de mosquitos en pajaros y més tarde en seres huma- nos, que en Ia India,se prestaron voluntariamente. +Se necesitaron once afios para conseguir, a fuerza de tra- bajo, todos los detalles necesarios, pero para entonces, Ross tenia su historia completa. El y sus colaboradores demos- traron sin lugar a duda, que la malaria era causada por un germen, un extrafio microbio que pasa parte de su vida en el mosquito y parte en la sangre humana. Probaba que era un tipo particular de mosquito, el anofeles, el culpable. Mos- tr6 que la quinina es eficaz porque destruye el germen de la malaria en la sangre. Por esta informacién obtenida a costa de su propia salud, Ronald Ross recibid en 1902 el premio Nobel. Con estos nuevos datos, fué posible atacar la malaria en otros frentes, e ingenieros, funcionarios y técnicos de sa- PELLETIER Y LA QUININA 79 nidad, formaron un valiente ejército contra la enfermedad. Centralizaron el ataque contra el mosquito y contra su cu- na, en pantanos, ci¢nagas y aguas estancadas. Lucharon con pico y pala, con dinamita y petréleo. Materialmente ba- rrieron millones de peligrosos focos de infeccién. Estos hom- bres cubiertos de barro, sudorosos y fuertes, formaron una santa alianza con los hombres de laboratorio, limpios, paci- ficos y resucltos. Al mismo tiempo que los bacteridlogos cumplian su obra en el campo, los quimicos estudiaban Ia constitucién de la quinina. En 1879, mientras Manson trataba de encontrar el mosquito de Ia filariasis, Skraup en Alemania encontraba uno de los nucleos de la molécula de quinina, un importante sillar en su estructura que fué identificado como quinoleina. Mientras Ross, en la India, terminaba sus notables estudios acerca de la malaria, Koenigs, en Alemania, descubria otro nticleo de la quinina, un complejo sillar que denominé me- roquineno. Y en 1907, cinco afios después de haber ganado Ross el premio Nobel, dos alemanes, Rabe y Hoerlein, lo- graron establecer que Ia molécula de quinina esta formada por los nticleos quinoleina y meroquineno, unidos entre si mediante un simple grupo alcohdlico. La quii a contenia, pues, tres nucleos: quinoleina, mero- quineno y alcohol. Para el quimico aleman Schulemann era claro que la actividad de la quinina se debia a uno de estos nicleos; pero esto no se pudo poner en evidencia, Cada nu- cleo fué ensayado solo y en combinacién, pero los resultados fueron completamente negativos. Faltaba algo. Schulemann y sus colegas del gran trust alemin de colo- rantes, arrinconaron en los ficheros sus notas sobre la quini- na y buscaron otra ruta. Alguien habia hecho notar que un 80 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES colorante sintético muy notable, el azul de metileno, mataba los gérmenes de la malaria. Schulemann y sus compaieros barrieron sus escritorios, se pusieron batas nuevas, pidicron material de vidrio también nuevo y fueron tras del azul de metileno. En efecto, este colorante azul mataba los gérmenes de ma- laria, pero los quimicos fruncieron el cefio. Unas veces el colorante era eficaz, otras veces no. gY quién, aun para li- brarse de la malaria, querria Ienarse las venas de este colo- rante? Desgraciadamente, el azul de metileno era demasiado fuerte y un destructor de malaria muy débi Los quimicos montaron los aparatos y comenzaron a revi- sar la molécula de azul de metileno. En algin lugar de la molécula, pensaron, hay un grupo de atomos responsable de la propiedad colorante. Hay que eliminar este grupo. En algin otro lugar debe haber otro grupo que mata los gérme- Peet ReCeee Mute Cee se ee Sacaron, afiadieron. Quitaron de un lado y volvicron a poner en otro, Armaron y desarmaron los nucleos de la mo- Iécula, tan facilmente como lo hace un nifio con su nuevo jucgo de construcciones, y después de cada cambio ensaya- ban la sustancia modificada en un animal infestado. Por ultimo, terminaron una parte. Encontraron en la mo- Iécula del azul de metileno, el grupo activo contra la ma- laria y lo reforzaron uniéndole una larga cadena de atomos de carbono. Pero, hicieran lo que hiciesen, el azul de meti- leno no dejaba de ser un colorante. Era un callején sin salida, y archivaron las notas del azul de metileno en los ficheros. Entonces, alguien revisé las an- tiguas notas sobre la quinoleina y los otros grupos de la quinina, los nucleos que debian curar la malaria, pero no la PELLETIER Y LA QUININA 81 curaban. “Por qué —se preguntaron— no insistir un poco més con estos nticleos y reforzar su propiedad destructora del germen?” Ensayaron primero la quinoleina que era, en el papel, la mas prometedora, Como habian hecho antes con el azul de metileno, comenzaron ahora a reconstruir la quinoleina. El azul de metileno mataba los gérmencs de malaria si se unia a su molécula una cadena de dtomos de carbono. Ahora, encontraron que uniendo una cadena semejante a la quino- leina sucedian cosas extraiias: esta sustancia inofensiva se convertia en otra que exterminaba los gérmenes de malari Schulemann Ilamé a la nueva sustancia plasmoquina. jiez afios mas tarde, otros dos investigadores cn Apenas el mismo laboratorio obtuvieron una tercera sustancia activa contra la malaria. Se le Ilamé afebrina. Ni la plasmoquina ni la atebrina son quinina sintética, y ninguna de ellas la reemplaza totalmente. Pero ambas cons- tituyen la promesa de que algtin dia los quimicos crearan un nuevo compuesto aun mejor que la quinina para barrer la maldicién de los trépicos. Carituro III RECETA CASERA Withering y Ia digital. Durante miles de siglos, los hombres sufrieron una enfer- medad muy extendida que hinchaba el cuerpo hasta darle una forma grotesca, oprimia los pulmones y, por ultimo, conducia a una muerte lenta pero inexorable, A medida que la enfermedad progresaba, el liquido acuoso penetraba en todas las cavidades a su alcance y las distendia como un globo. A veces el liquido —varios litros— hincha- ba brazos y piernas hasta el punto de inmovilizarlos. Se acu- mulaba en el abdomen y formaba enormes bultos, Otras, inundaba la cavidad pulmonar ¢ impedia la respiracién de la victima, salyo mientras permaneciera sentada y erguida. Esta enfermedad acuosa era el hydrops 0 como mas vul- garmente se la Ilama, hidropesia. Después de la tuberculosis y de otras enfermedades infecciosas, era una de Jas principa- les causas de muerte. Esto ocurria hace diez mil, mil y hasta cien afos atras, y hubiera podido seguir ocurriendo aun hoy si no fuese por una casi milagrosa hoja verde. En toda Europa occidental, los botanicos conocian perfec- tamente esta planta, rica en hojas y con flores en forma de campana, Ilamada digital o dedalera. [83] 84 RECETA CASERA Durante la edad media recibié diversos nombres. Al prin- cipio en Inglaterra se le Iamo “guante de zorro” o “misi- ca de zorro”. Los escoceses la conocieron con el nombre de “dedos de sangre”, y otras veces con el de “campanas de la muerte”, Los noruegos la Hamaban “campanas de zorro”. En Francia era conocida como “guantes de Nuestra Seiio- ra” 9 “dedos de la Virgen”. Los alemanes Ia Ilamaban “ca- puchén de dedo” 0 “dedal” y con este nombre en la mente los viejos botanicos latinizantes la denominaron digitalis. Uno de estos viejos botanicos, un médico bavaro llamado Leonhard Fuchs, que vivid hace cuatrocientos aiios, hizo algo mas que inscribir la planta en una lista y describir sus flo- res, semillas, hojas, tallo, raices y lugares donde se desarro- Ila, Convencido de que realmente tenia virtudes milagro- sas, seitalé a los médicos sus aplicaciones: disipar la hidrope- sia, aliviar la hinchazén del higado y aun provocar la mens- truacion, Pero este cuidadoso observador fué considerado como un simple herborista; aunque realmente tenia un amplio cono- fimiento de la medicina, los grandes médicos de su tiempo ‘Tio le prestaron atencién. Tampoco hicieron mucho caso a otros que afirmaban que la dedalera o digital podia “disipar la hidropesia” — hombres como Gerrarde, que Ia usé como emético, y el médico y boténico holandés, Dodoens, que escribié “para aquellos que ticnen agua en el vientre... cx- trae el fluido acuoso, purifica el humor colérico y modifica la obstruccién”. Los botanicos no podian comprender cémo sus colegas mé- dicos no se interesaban. Cualquiera que observase podia comprobar que la planta era empleada por incultos campe- sinos y amas de casa, en Inglaterra y en el continente. Estas WITHERING Y LA DIGITAL 85 gentes que nada conocian de medicina, sabian sin embargo lo suficiente para usar cocimientos de digital contra la hidro- pesia. Pero los médicos no. Después de haber sido despreciada durante siglos, Ia digi- tal penetré, finalmente, en los circulos médicos destacados. En 1722 fué admitida en la gran Farmacopea de Londres, o el “quién es quién” de las drogas; pocos aiios més tarde fué incluida en las Farmacopeas de Edimburgo, Wurtem- berg y Paris. Su inclusién fué debida principalmente al bri- Iante testimonio de un herborista inglés, William Salmon. “La digital —escribia este eminente cientifico— es calien- te y seca, por lo menos en segundo grado, sulfurosa y salina, aperitiva, depurativa, astringente, digestiva, vulneraria, pec- toral, hepatica, artritica, emética, catartica y analéptica... "Cura la consuncién, pero hay que emplearla con cautela porque produce debilidad, provoca el vémito y purga; lim- pia cl cuerpo de pies a cabeza, con lo cual lo libra de los malos humorcs.” ‘Aun con todas las precauciones requeridas, equién podria resistir tal clogio? Pero esto no era todo. “Esta medicina —continuaba Salmon— ha curado (cuan- do el paciente no estaba desahuciado) mis allé de cuanto podia esperarse. Cura una tisis 0 ulceracién de los pulmo- nes, cuando todas las otras medicinas han fallado y se da al enfermo por perdido. Abre el pecho y los pulmones libran- dolos de flemas, limpia Ia ulcera y la cicatriza cuando todos los remedios han sido ineficaces. La he visto obrar milagros, y hablo después de larga ex- periencia. Personas en ultimo grado de consuncién y des- ahuciadas por todos los médicos se han restablecido hasta el punto de recuperar peso. La recomiendo como un talisman 86 RECETA CASERA y debe ser considerada como un tesoro. Estas pocas lineas que describen dicho medicamento valen diez veces el precio del libro entero... "Abrigo la esperanza de que los pacientes... si hacen uso de dicha planta me daran las gracias por este consejo, mien- tras tienen sobrada razén para maldecir hasta la memoria de los charlatanes «chupadores de sangre», «productores de cauterios y vejigatorios>, quienes después de haberles dre- nado parte de sus biencs habrian acabado (con sus espe- ciosos métodos de cura) por drenarles también Ja vida.” Asi hablaba William Salmon, herborista. Naturalmente, su entusiasmo era excesivo y un tanto equivocado. La digi- tal no produce los milagrosos efectos que él describe, ni cura la tuberculosis (su tisis o consuncién). Pero nadie supo que en aquclla época y aun muchos ajios después, era con fre- cuencia dificil distinguir entre la tuberculosis, que la digital no cura, y la hidropesta de pecho, que la digital alivia rapi- damente. Esta no diferenciacién entre tuberculosis e hidro- spesia motivé cnorme confusién en los dos siglos siguientes. “s Gracias a las fervientes exhortaciones de Salmon, Ia digital fué por Ultimo reconocida. Los médicos que antes desdefia- ban esta planta hacian ahora cocimientos y extractos de las hojas, las flores, las semillas y las raices, que administra- ban a sus pacientes. Sin embargo, no todos los médicos se mostraron tan propicios; muchos, no vieron en la planta virtud alguna. Entonces, en Ja ciudad de Orléans, a medio dia de viaje al sur de Paris, un hombre de ciencia francés (surgiendo de un gallinero) arruiné por completo Ia reputacién de la digital; detras del doctor Salerne quedaban un par de pavos muertos, secos, huesudos, que parecian haber sido exprimidos WITHERING Y LA DIGITAL 87 como una esponja, Dos semanas antes, habia oido hablar de la muerte de un pavo que accidentalmente habia comido hojas de digital. Traté entonces de realizar una experiencia: obligé a pavos sanos a tragar hojas de digital, hasta que no podian mis. A las cuatro horas los pavos estaban tan borra- chos que no se tenian en pie. A los pocos dias de sometidos a esta alimentacién habian enflaquecido extraordinariamen- te. Después de muertos hizo la diseccién. Sus entrafias esta- ban secas como si hubieran sido cocidas: corazén, pulmo- nes, higado, vesicula y estémago, arrugados y desecados. Este alarmante informe fué enviado a Paris y leido en la Academia de Ciencias. La noticia se esparcié por las grandes ciudades de Europa. A los pocos aiios la digital se habia “perdido” otra vez y fué borrada de las farmacopeas. ; Nin- gun médico digno de tal nombre, se atreveria a usar una droga que mataba en forma tan horrible! Con la digital de nuevo en la lista negra, muchos médi- cos que nunca habian querido admitirla proclamaban aho- ra: “jya lo decia yo!” Pero los campesinos, los granjeros y las viejas amas de casa no prestaron atencién a los hombres de letras. Habian empleado la digital antes de su inclusién en las farmacopeas y continuaron usindola mucho tiempo después de haber sido borrada. Los pavos, vivos 0 muertos, no significaban nada para ellos. Il En medio de todo este confuso alboroto acerca de la hidro- pesia, tuberculosis, digital y pavos muertos, nacié William Withering, en el afio 1741 en Wellington (Shropshire) a pocos kilémetros de Birmingham. 88 RECETA CASERA No podria concebirse que hubiera sido otra cosa que mé- dico: la eleccién de otra profesién le hubiera acarreado la maldicién de Hipécrates. Su padre era médico, sus dos tios también; hasta su abuclo habia sido médico, notable tocélo- go, que habia puesto en el mundo al gran Samuel Johnson. Después de una educacién preliminar a cargo de un clé- rigo vecino, que no lo encontré ni particularmente estupido ni particularmente inteligente, el joven Withering ingresé en la escuela de medicina de Edimburgo donde conocié algu- nos de los mas grandes maestros de toda Europa: el quimico Joseph Black; el anatomista Alexander Munro; el neurdlogo Robert Whytt; y William Cullen, en otro tiempo barbero, farmacéutico, cirujano y ahora profesor de clinica médica ¢, incidentalmente, el primer profesor inglés de medicina que descarté el latin y did sus lecciones en inglés. Estaba también el doctor John Hope, distinguido profesor de botinica, Pero a Withering no le gustaba la botinica. Medicina, cirugia, anatomia, quimica, todo esto tiene color, emocién y aplicacién practica, pero la botanica... +, “El profesor de botanica —escribié a su padre— concede todos los afios una medalla de oro a aquel de sus alumnos que mis se haya distinguido en esta rama de la ciencia. Un aliciente de esta clase provoca a menudo gran emulacién en- tre los jdvenes, si bien, lo confieso, no posee para mi encanto suficiente como para borrar la desagradable idea que me he formado acerca del estudio de la botanica.” Asi pensaba a los veintitrés afios William Withering, des- tinado a convertirse en uno de los mas grandes médicos bo- tanicos de todos los tiempos. Dos afios mas tarde se gradué en Edimburgo con una tesis sobre Inflamacion putrida maligna de garganta. Segin la WITHERING Y LA DIGITAL 89 moda de entonces, efectué como recompensa un viaje por Europa que terminé prematuramente debido a la muerte de su compajicro, joven tuberculoso. Withering regresé a su patria, en busca de un lugar donde ejercer la profesion. Se decidié por Ja ciudad de Stafford. Fué una eleccién acertada. Stafford estaba lo bastante cer- ca de Wellington como para que el prestigio de su padre y de sus tios lo ayudara a cimentar su propia reputacién. Ade- mas, un viejo médico de Stafford acababa de morir, de- jando una vacante en los circulos médicos de la ciudad, y cosa mas importante ain, Withering habia curado hacia po- co tiempo a una personalidad de Stafford. Asi, ya tenia un cliente. Los primeros tiempos, sin embargo, fueron duros. Los habitantes de Ia ciudad parecian rebosar salud y los pocos que enfermaban, o no tenian dinero o Hamaban a otro mé- dico. Sin embargo, habia un paciente que reclamaba toda su atencién. Era Helena Cooke, mas hermosa que enferma, a ‘aba casi todos los dias. Durante la quien su médico vit larga conyalecencia se distrajo con la encantadora ocupacién de pintar flores. Flores que el doctor Withering debia Ile- ver cada dia; flofes que sélo se encontraban en el campo, los prados, setos y margenes de los rios. Y asi, empujado por el amor, Withering olvidé su anti- gua filosofia para convertirse en celoso recolector de flores. Aprendié a clasificarlas, para después poder hablar de ellas a su paciente. Aprendié dénde crecian, cudndo crecian, y cémo crecian. Estaba en camino de convertirse en un bo- tinico profesional. Afortunadamente su clientela le daba muchas oportuni- dades de dedicarse a actividades tan ajenas a la profesién. 90 RECETA CASERA Los clientes eran todavia escasos y le dejaban mucho tiempo libre para estudiar las flores, tocar Ia flauta o la gaita y hasta participar en las representaciones del Shakespeare Club. Finalmente, al cabo de cinco aiios de noviazgo, Withering y la sefiorita Cooke se casaron. El matrimonio Ilevé al doc- tor al triste convencimiento de que su clientela en Stafford no era ni numerosa ni remuneradora. Se imponia un tras- lado, pero Withering debié esperar tres afios antes de encon- trar oportunidad de hacerlo. Mientras tanto, en medio de esta idilica pero improducti- va vida, la medicina Je brindé de pronto un lugar entre sus héroes. El ofrecimiento procedia de una cliente vulgar que le pidiéd su opinién acerca de una vieja receta familiar. —No es mi receta —dijo ella— pero deseo con ansia co- nocer su opinién. —jAh! —sonrié el doctor Withering—, permitame exa- minarla. —Leyé la larga lista de hierbas y se acaricié la pelu- ca con ademin profesional._— jInteresante, muy interesan- te! ¢Puedo preguntar para qué sirve? «, La enferma did muestras de azoramiento. —Bien, doctor, me doy cuenta de que es perfectamente inutil. No es mi receta, vino a mis manos por casualidad, es una vieja receta familiar que se usa en el Shropshire; se emplea en toda la regin para curar la hidropesia. —Hidropesia? —repitié el doctor Withering con acento de reproche—. Mi querida sefiora, no hay, desgraciadamen- te, cura para la hidropesia. Los médicos sabemos bien que es una enfermedad incurable. Esta receta... bien, perdé- neme, jhay tantas de estas supersticiones locales! —jOh, doctor! zes sdlo una supersticién? ;Bueno, pero seguro! ; Usted lo sabe mejor! Sin embargo es sorprendente WITHERING Y LA DIGITAL a1 que estas hierbas curen tantas hidropesias que los médicos dieron ya por incurables. El rostro de Withering reflejaba todavia su benévola son- risa profesional; pero de repente se puso serio: —Si? ¢Real- mente curé hidropesias? ;No diga! Incretble... y sin em- bargo. Déjeme ver de nuevo la receta... Hablando entre dientes, y deteniéndose en el nombre de cada planta, leyé ahora con cuidado los ingredientes: hojas az. Rizoma de nentfar ... no de primula, humm... ine! sirven. Llantén... inactiva. Gualteria, esto es para aro- matizar. Aro, flor de cera. No sirven. ;Ah! ;Un momento! eQué es esto... digital? ;Por Jupiter! gsera cierto? Se volvié hacia su cliente: —gEsta usted completamente segura, de que esta formula curd la hidropesia? ¢Realmente lo ha visto? —Por supuesto doctor, todos lo hemos visto. ;Cualquiera en el Shropshire sabe que la cura! —Naturalmente, sefiora, lo creo. Todos ustedes lo han visto. Muy emocionante, estoy seguro. Y en cuanto a mi opinion, le diria, de manera muy poco profesional, que esta receta pucde ser un excelente remedio para la hidrope- sia pero desearia verificarla, Se lo comunicaré inmediata- mente. Y, ahora, sefiora, j gracias! y adiés. Adids, adids, adids. Withering, cerré la puerta y sc senté en su escritorio. Di- gital, pensd, no podia ser otra cosa, jla vieja digital! ; Tenia que ser! Como la nicotina y Ia belladona, debe ser muy activa. Esto es lo que cura la hidropesia, si la hidropesia puede curarse. jSefior! Tendré que probarla. ¢Qué pasara si le doy un poco al viejo Nichols? Esté casi muriéndose, Ieno de agua. gCudnto debo darle... y cémo? Pocos clientes de pago visitaban al doctor Withering; pero 92 RECETA CASERA habia docenas de otros, los “enfermos pobres”, que no po- dian pagar. Eran atendidos sin cobrarles nada, y algunos sufrian de hidropesia. Withering decidié probar la digital. Y jcémo actué esa digital! Administré unas pocas dosis de hojas maceradas en agua o simplemente pulverizadas, y el liquido salié de algunos pacientes a raudales. Vertiéndose de los rifiones por litros, vacié pechos y vientres hinchados. Borré hasta la menor sefial de hidropesia. Pero, por desgra- cia, era un remedio muy irregular. Withering no sabia como prescribir la digital. ¢Debia dar un grano, una onza o una libra? ¢Debia darla una, dos ‘0 tres veces por dia? ¢La recetaria caliente? ¢Fria? ¢Se toma- ria antes o después de las comidas? @Diariamente? ¢Debia continuarse la cura durante largo tiempo? Nadie podia contestar estas preguntas, pues las hojas de digital no crecen con las indicaciones impresas en ellas mis- mas. Withering tenia que experimentar, y los experimentos no hacian sino confundirlo. El viejo Nichols, no habia to- mado mas que unos granos cuando le desaparecié el agua; lx’ pobre sefiora Twombley necesité doble cantidad. Y Smith no perdié una gota; antes bien, sufrié violentos mareos. Ademis, el efecto de Ia di algunas veces no ocurria nada, pero en la mayoria de los casos daba lugar a violentas nauseas, vomitos, diarreas, jaquccas, trastornos de la visién y toda una serie de sintomas alarmantes. A los pacientes no les gustaba esto. Empezaron a quejar- se: “Ese joven doctor Withering por poco mata a mi ma- rido” ... “Me dié un poco y casi me muero” . .. “jEn cuan- al era terribl to a mi, me quedaré con mi hidropesia, y él puede quedarse con su medicina!” Withering estaba estupefacto. La digital actuaba; de eso WITHERING Y LA DIGITAL 93 no habia duda; pero jde qué manera! El queria curar a aquellos pobres diablos hinchados, pero habia prestado ju- ramento y no podia arriesgar una vida humana. Realmente Ja digital no habia aun matado a nadie, pero quién sabe... Una noche hablé con Helena y le refirié sus esperanzas y sus temores. En esta ocasién, su mujer demostré ser pru- dente: —Abandona eso, William, abandénalo —le aconse- jO—, hasta ahora los enfermos se han arreglado sin la digital. No corras el riesgo de estropear tu carrera matando a al- guien. Aguarda un poco, William, y piénsalo. William aguardé y medité. Por ultimo, casi se convencié de que la digital cra mas peligrosa que util, y que, ademas, sdlo habia curado a algunos de sus “enfermos pobres”, na- die importante, en realidad. Entonces, mientras alla en su cabeza se encaprichaba mas y més por la digital, y estaba de nuevo frente a frente con el problema de lo insuficiente de sus entradas, llegé una carta. “Querido doctor —leyé—: acabo de presenciar una escena muy triste: la muerte de un amigo, el doctor Small de Bir- mingham... Lei en los periédicos que ganaba cerca de quinientas libras anuales en su profesién. Una persona en Birmingham deseaba que yo se lo hiciese saber, por si puede interesarle... Withering corrié en busca de su mujer y le ensefié la car- ta. jMira, Helena, una vacante en Birmingham! ; Produce uinientas libras por afio! ¢Has oido esto? {Quinientas li- q libras p. ! ¢Has oid 2 1Q 1 bras! ;Es una fortuna! Helena traté en vano de leer el papel que él agitaba en el aire. jEspera William! Una carta? De quién es? —De quién?, no lo sé. Alguien que se llama Erasmus Darwin. Nunca oi hablar de él, pero ; bravo! pero j oF RECETA CASERA Con este motivo, William, su hijita y Helena —que es- peraba otro bebé— se trasladaron a Birmingham. Gracias a Erasmus Darwin, brillante médico y naturalista, abuelo del inmortal Charles Robert Darwin, y gracias a otras pocas personas que habian admirado a labor de Withering en Stafford, el doctor de treinta y tres afios inicié un nuevo y deslumbrante capitulo de su vida. Era en 1775, y Birmingham se habia convertido ya en la agitada, bulliciosa y sucia ciudad inglesa que un dia Megaria a ser la segunda de Inglaterra. Las fabricas tra- bajaban dia y noche, el comercio prosperaba y el mundo entero solicitaba Jas hebillas, los botones, los articulos me- talicos, los juguetes y las armas de Birmingham. La paz reinaba en el mundo (salvo un insignificante conflicto en las colonias norteamericanas), y la vida para el ciudadano de Birmingham era excelente. Withering consiguié una magnifica clientela, un puesto en el Hospital General de Birmingham e importantes amigos cuyos nombres eran conocidos en todo el mundo. Su ante- Cesor, el Horado doctor Small, habia gozado de gran popu- Jaridad en Ia ciudad, y se le dieron a Withering toda clase de facilidades para desempefiar su puesto. Los enfermos se apretujaban en su sala de espera —en- fermos de pago—. Sus entradas crecian continuamente. Tenia cada vez menos tiempo para sus aficiones, pero lo aprovechaba mejor. Su interés por la Historia Natural se convirtié en un conocimiento profundo de la mineralogia. Su antigua repugnancia por la botanica habia sido com- pletamente olvidada, y publicé un libro monumental: Cla- sificacién Botdnica de todos los Vegetales Indigenas de Gran Bretafia. Fué cl primer tratado inglés completo de WITHERING Y LA DIGITAL 9 todas las plantas de las Islas Britanicas y durante medio siglo constituyé la obra clisica por excelencia. Fomenté el interés por las flores, que igualé al que hoy existe por las colecciones de sellos, la fotografia o el acromodclismo. Era perfectamente natural que los botanicos aficionados visitaran a un hombre como Withering, que podia exami- nar sus colecciones y su higado. El popular doctor fué pronto acogido como miembro en Ja “Lunar Society”, que en Birmingham ejercia un mo- nopolio no oficial de la inteligencia. Esta sociedad contaba con distinguidisimos miembros: Jamie Watt con su infer- nal maquina de vapor y el chiflado William Murdoch que proponia iluminar las ciudades con gas; Matthew Boulton, inventor, capitalista y protector de Watt; Josiah Wedg- wood, alfarcro; Joseph Priestley, el quimico que descubrid el oxigeno; y el astrénomo William Herschel. Otro miem- bro era un cudquero apacible, Benjamin Franklin, que habia sido admitido a pesar de haber tenido relaciones con el gobierno rebelde de América. El doctor Erasmus Dar- win era también miembro de la “Lunar Society” y verda- dero amigo de Withering, cuya clientela contribuia cons- tantemente a aumentar. En el hospital, donde adquirié mayor experiencia y prac- tica, Withering trabé estrecha amistad con su jefe, el doc- tor John Ash. Un dia el doctor Ash le pregunté acerca de la digital. —gUsted empled las hojas de digital en la hidro- pesia?, gno es cierto? —En efecto —respondié Withering—, pero hace ya mu- cho tiempo. Tuve que renunciar a su uso. Me parecié peligrosa y ademés asustaba a mis enfermos. ¢Por qué me lo pregunta? 96 RECETA CASERA —Por nada, simple curiosidad. ¢Conserva usted algu nota de los resultados? —No, seiior, nunca tomé notas. Usted sabe lo que pasa. Sélo empleé la digital en mis enfermos pobres, y estaba tan apurado —alguna vez Ilegué a asistir veinte en una hora—, que me faltaba tiempo para tomar notas. Ash suspiré. —Es una lastima; me hubiera gustado ve- rificar eso. De todos modos, mire usted. Le entregé una carta que Withering leyé rapidamente. —jDios mio! De qué no seran capaces estos charlatanes? jImaginar uno de éstos curando con digital a un enfermo de hidropesia después que todos los médicos lo daban por muerto! —En efecto —asintié Ash—, pero mire quién era el enfermo: el famoso doctor Cawley, director del Brazen Nose College de Oxford. Uno creeria que un hombre de su cultura tendria a raya a todos esos practicones indocu- mentados. Withering, gcree usted que valdria la pena vol- wer a ensayar la digital? ‘+ Withering se incorporé. —Me extrafia su pregunta. Yo mismo me la he planteado. Vuelta de nuevo a la digital. Vuelta a las brillantes ho- jas verdes, los enfermos hinchados, las nauscas y los mi- lagrosos chorros de agua ninados por los rifiones. Vuelta a los temores y preocupaciones y los enfermos desconfiados. Habia un punto en el caso del director del Brazen Nose que era sumamente extrafo. Withering descubrié que cl doctor Cawley habia tomado una dosis terrorifica de d tal, doce veces mayor que la que se suponia podia soportar, y jno sélo Ja habia soportado sino que se curd! Ya en su casa, Withering se indignaba ante este impo- WITHERING Y LA DIGITAL 7 sible. Lo ocurrido carecia de sentido a menos que... a menos que la digital no fuera tan peligrosa como él habia temido, a menos que se hubiera preocupado sin necesidad. ‘Abandoné el estudio y Ilamé a su mujer: —jOh, Helena!, creo que puede interesarte: voy a ensayar de nuevo la di- gital. Helena elevé la vista al cielo y murmuré: —Dios mio, otra vez... I Withering estaba equivocado, completamente equivoca- do. La digital podia ser peligrosisima ¢ incluso mortal. Pero, al menos por algtin tiempo lo olvidé y reanudé su trabajo con renovado entusiasmo. Tenia muchos enfermos de hidropesia que estaban dispuestos a hacer lo que el ahora famoso doctor les aconsejara, y la digital era abun- dante. Pasaron afios antes de que Withering se diera cuenta de que tenia que habérselas con uno de los problemas de dosi- ficacién mas complejos de la medicina. Para la digital no habia una dosificacién determinada, El bueno del doctor Cawley de Oxford habia sobrevivido a una dosis tan gran- , mientras otros sélo po- de porque su naturaleza lo permiti dian soportar pequehisimas cantidades. Withering aprendid con el tiempo que cada enfermo de hidropesia tiene una tolerancia diferente. Cémo podria descubrirse ese limite? Withering clabord lentamente la respuesta y la expuso a sus compaficros en las reuniones de la Lunar Society. —Veran ustedes —dijo—; en cada enfermo empiezo con una dosis muy pequefia 98 RECETA CASERA y voy aumentando la cantidad hasta que encuentro una dosis que produce efecto; 0 sea, vomitos, diarrea y una dis- minucién en el nimero de latidos. Esa dosis, es la que necesita cada enfermo. Yo sé que ése es su limite. Lo que me queda por hacer, entonces, es darle un poco menos y el enfermo se siente feliz, Ademds, jse cura Ia hidropesia! Los miembros de la Lunar Society quedaron muy impre- sionados. —jPor Dios! —exclamé Jamie Watt—. jExtra- fio modo tienen ustedes los médicos de resolver una cosa como ésa! Los médicos de Birmingham fueron un poco mis reser- vados. Se inclinaban a creer a Withering, pero, gdénde estaban las pruebas? Withering tenia abundantes pruebas. Advertia ahora los errores cometidos en sus primeros ensa- yos en Stafford: habia administrado demasiada digital o demasiado poca, y la habia administrado durante demasiado tiempo. Ahora era mds prudente y curaba sus enfermos, no muchos al principio, porque procedia con infinitas pre- * cauciones, pero los curaba. Ademds, ahora tomaba notas. ~, El doctor Erasmus Darwin, uno de los enemigos mis tenaces de la digital, no se convencié hasta cl dia que Withering salvé con ella a un paciente a quien el propio Darwin habia desahuciado. En 1775, primer afio de su estancia en Birmingham, Withering anot6 en su libro: 1 caso tratado; 1 caso curado. En 1776 escribid: 4 casos tratados; 4 casos curados. (Ese afio anoté también una tos particularmente molesta que lo volvia irritable y una tendencia a sentirse anormal- mente cansado al anochecer.) En 1777: 8 casos tratados; 2 curados, 2 aliviados, 4 fa- llidos. (Conscientemente habiasensayado el uso de la di- WITHERING Y LA DIGITAL 99 gital para curar la tuberculosis lo mismo que la hidropesia, y con todo escripulo anoté sus fracasos.) En 1778: § casos tratados; 1 curado, 1 aliviado, 3 fa- llidos. (Seguia empefiado en curar la tuberculosis junto con la hidropesia.) En 1779 cligid sus pa tratados; 5 curados, 1 aliviado. Withering no estaba todavia tan seguro como para pre- sentar un informe por escrito, pero permitié que un amigo llevara un mensaje a la imponente Sociedad Médica de Edimburgo. Los médicos escoceses escucharon arrobados los nuevos milagros de la digital. Dieron vivas al médico de Birmingham e¢ inmediatamente hicieron planes para incluir de nuevo la digital en la Farmacopea de Edimburgo. “Por qué la habremos borrado?”, se preguntaron. Las noticias sobre la cura de la hidropesia comenzaron a extenderse y corrieron de boca en boca los detalles del tratamiento. Mas y més pacientes tomaron digital, y sus cuerpos hinchados volvieron a la normalidad. Entonces, de improviso, Withering descubrid que otro médico trataba de atribuirse el descubrimiento. Era el mis- mo que lo habia traido a Birmingham y prodigado incesan- temente su ayuda. Era el eminente Dr. Erasmus Darwin. Parecia imposible, pero los hechos estaban alli para pro- barlo. El hijo de Darwin, Charles, estudiante de medicina en Edimburgo, habia muerto dos aios antes, a la edad de veinte aiios. Dejé una disertacién sobre la hidropesia y después de su muerte el padre decidié publicarla. En un apéndice a este libro, Erasmus incluia un informe sobre nueve casos de hidropesia, curados en su totalidad con di- gital. El nombre de Withering no cra ni mencionado. ntes con mayor cuidado: 6 casos 100 2 DRECET A’ CASERA TI Withering estaba horrorizado. Este pequefio panfleto, obra de los dos Darwin, contenia la primera prueba escrita de que la digital curaba la hidropesia. Cosa mas sorpren- dente aun: el primer caso descrito era el paciente desahu- ciado por Darwin y que Withering habia salvado. La clase médica de Birmingham se conmovié hasta los ci- mientos. Todos sabian que el descubrimiento se debia a Withering, y ahora uno de sus propios colegas se atribuia todo el mérito y asi lo proclamaba ante el mundo. Naturalmente, nada podia hacerse. De antemano se des- cartaba la posibilidad de que Withering desafiara en duclo a su adversario, le exigiera una rectificacién publica o le gritara “ladrén”, La traicién de su mejor amigo fué un golpe terrible del que no se repuso en varios meses. Acu- mulando mas y mds datos de sus pacientes, continud ca- Iadamente su trabajo. Al mismo tiempo continuaba sus investigaciones cn mineralogia y botinica, Su molesta tos se hizo mas grave; pronto la diagnosticd él mismo como tuberculosis. a, Cada aio se sentia mas débil. Cuando apenas habia cumplido los cuarenta, tuvo que abandonar el ejercicio de su profesién durante largos periodos. En 1785, cuando te- nia 44 afios y habia pasado diez estudiando la digital, de- cidié que cra el momento de publicar sus conclusiones. Ya cra tiempo de hacerlo! Muchos médicos, desdefiando su consejo, usaban la digital para tratar la tuberculosis, las escréfulas y otras muchas enfermedades. Y él sabia que en estos males era absolutamente ineficaz. Otros médicos, al tratar la hidropesia administraban Ia digital de modo incorrecto, sin prestar atencién a la necesidad vital de de- terminar la dosis propia de cada enfermo. WITHERING Y LA DIGITAL 101 El libro de Withering se publicd con el titulo: Descrip- cién de la digital y de.algunos de sus usos medicinales, con observaciones practicas sobre la hidropesia y otras enferme- dades. Esta obra, una de las fundamentales del progreso médico, anunciaba uno de los mas grandes descubrimientos de todos los tiempos. Fué reimpreso, traducido y Ieido en todo el mundo. Su publicacin valié a Withering los mis altos honores: miembro de la Royal Society, un diploma de la Medical Society de Londres, miembro de la Linnacan Society. Se convirtid en uno de los médicos mas prominentes y acau- dalados de Inglaterra. Pero los honores fucron incapaces de detener el lento avance de Ja tuberculosis. Durante otros once afios prosi- guid su labor, con molestias y fatiga siempre crecientes, viéndose finalmente obligado a retirarse, en 1796, a la edad de 55 afios. Murié tres afios mas tarde. Ese aio, casi todas las revistas médicas de alguna impor- tancia publicaban optimistas informes sobre el uso de la digital en el tratamiento, no de la hidropesia sino de la tuberculosis. El mundo médico estaba completamente equi- vocado... IV “Es asombroso cémo los titanes de fa medicina, alla por 1800, ignoraban lo sustancial del descubrimiento de Withe- ring y engullian sélo indigestas migajas. Withering conocia exactamente lo que la digital podia y lo que no podia hacer. Afirmé con palabras inequivocas que la digital, segin ha- 102 RECETA CASERA bia comprobado, era ineficaz en la tuberculosis. Proclamé con energia que la digital “ejerce influencia sobre los mo- vimientos del corazén en un grado aun no observado en ningun otro medicamento”, pero los rutinarios médicos creian sdlo lo que querian creer. Necesitaban una cura para la tuberculosis y durante veinte afios se aferraron a la digital. Se sentian satisfechos engaiiindose a si mismos diciendo: “De hoy en adelante la tuberculosis sera curada por la digital tan facilmente como la malaria lo es por Ia corteza peruana”. Era una situacién increible hasta la exasperacién, paté- tica y completamente absurda. No salvé la vida de un solo tuberculoso. Hasta los mismos médicos que usaban la digital contra la hidropesia la manejaban con increible torpeza. Withering habia explicado cémo debia hacerse el tratamiento, pero nadie lo recordaba, ni se molestaba en leer de nuevo sus indicaciones. Por una parte, habia hombres que, como Hahnemann, el fundador de la homeopatia, rechazaban la obra de Withe- fing basindose en que “como la digital produce jaquecas, mareos y otros trastornos, su utilidad parece muy limitada”. Grandes figuras de la medicina, como Laénnec, inventor del estetoscopio, y Corvisart, médico de Napoleén, se ne- gaban a admitir, incluso, que la digital curase la hidro- pesia. Por otra parte, habia médicos convencidos de que la digital curaba todos los casos de hidropesia, que se sentian muy molestos cuando no ocurria asi, y reaccionaban ha- ciendo ingerir a tales pacientes enormes dosis de digital. Treinta afios después de la muerte de Withering la di- WITHERING Y LA DIGITAL 103 gital fué cayendo de nuevo en el olvido, como consecuencia de la envidia, tratamientos anticientificos y profunda igno- rancia. Hubieran querido ponerle este epitafio: “Deberia curar la tuberculosis, pero no la cura”. Entonces, como una banda de espectros vengadores, un nuevo ejército acudié en su socorro. No eran médicos im- portantes ni famosos. Surgieron de los grandes laboratorios y clinicas del mundo, armados de enorme evidencia cien- tifica. Construyeron, lentamente, sus fortalezas y las equi- paron con las armas de Ja ciencia. Con infinitas precau- ciones iniciaron el ataque. Eran cuidadosos, lentos hasta Ia exasperacién, pero nada podia detenerlos. Reunieron los hechos, y los hechos eran incontrover- tibles. “La digital, cura la tuberculosis? ;Fijense en ds resul- tados que obtuvicron!... Ustedes, ustedes mismos, trata- ron con digital a miles de enfermos tuberculosos, y equé ocurrié? Todos murieron tisicos.” “ZEs la digital excesivamente peligrosa en el tratamiento de la hidropesia? No, cuando se emplea en la forma de- bida. No, cuando se usa la dosificacion adecuada a cada enfermo, como el mismo Withering les dijo.” Estos hombres de ciencia y otros muchos que pronto se unieron a ellos, parecian tener todas las respuestas. Para aislar el principio activo de la digital, siguieron el mismo método que Sertuerner con el opio y Pelletier y Caventou con la chinchona, y obtuvieron unos cristales blancos, muy activos, que hacian todo fo que la digital bruta podia hacer. Este principio activo fué descubierto, primero, en Fran- cia, por Nativelle, el afio anterior a la guerra francoprusia- 104 RECETA CASERA na, y recibié el nombre de digitalina. Algunos afios mis tarde, fué “redescubierta” en Alemania por el gran Schmic- deberg, quien, acaso un poco excitado por la histeria bélica, se olvidé de Ja digitalina y Mamé al producto alemén digitoxina, No era un alcaloide como la morfina o la qui- nina, sino un compuesto —a primera vista desconcertante— constituido, en parte, por un azucar. Gradualmente, este conflicto entre las practicas clinicas y la exactitud cientifica, tomé un nucvo aspecto. Los vie- jos doctores afectos a las dosis excesivas y a la cura de la tuberculosis, desaparecieron, cediendo el lugar a una nueva gencracién de médicos. Bese cforan i ceaeeeeh rece ameaveeeae raat coeerad caer eee eae mostrado que la digital no cura la tuberculosis, ni otra en- fermedad que no sea hidropesia. No queremos discutir. Pero digannos: ¢Cémo actua la digital? ¢Qué efecto ejer- ce sobre el corazén? ¢Por qué nuestros enfermos contracn ASE ePC ate etiet ert He ae -APEe ete ¢Por qué no cura la digitalina a todos los enfermos hidré- picos? 4. —éSus enfermos? —contestaron los otros encogiéndose de hombros—. No sabemos nada de sus enfermos. Pero ifijense lo que hemos descubierto acerca de la constitucién quimica de la digital! Los nuevos médicos se quedaron aterrados. La quimica les tenia sin cuidado. Lo que querian era curar enfermos. En cambio, a los hombres de laboratorio no les importaban los enfermos: estaban demasiado preocupados con sus ra- tas, sus ranas y sus tubos de ensayo. Hacian falta hombres eminentes que aclarasen Ja situa- cién y pronto tres de ellos emprendicron Ja lucha, WITHERING Y LA DIGITAL 105 EI primero fué Arthur Cushny, que desde Escocia habia ido a la Universidad de Michigan y mis tarde a la de Lon- dres, a ensefiar la ciencia de las drogas. Sabia cémo emplear la digital en cl laboratorio, pero comprendia que la misién de la medicina era curar hombres y no ranas. El segundo era el buen doctor Wenckebach, obscuro mé- dico de Holanda que mas tarde obtuvo el puesto de mé- dico en un asilo de ancianos. (ZY dénde podria encontrar mejor sitio para escuchar corazones enfermos?) Por ultimo, aparecié el “‘médico amado”, el escocés James Mackenzie, que se enorgullecia de su habilidad como mé- dico de familia y se disgusté cuando, mis tarde, cl mundo lo proclamé cl mis grande “especialista del corazén” de su tiempo. Conocia Ja practica de la medicina, Tenia sus propios métodos de diagndstico, sus propios tratamicntos, su cirugia, su obstetricia, su propia anestesia y habia es- tudiado a fondo el corazén. Estos hombres descubrieron que la hidropesia era la consecuencia de una extrafa enfermedad que atacaba los musculos de las auriculas: una enfermedad que transfor- maba el pulso lento, leno y regular, en débil, flojo y des- igual. No habia fuerza en este “corazén delirante”. No impulsaba la sangre con rapidez suficiente, permiti¢ndole en cambio, detenerse, hinchando las venas e inundando los tejidos, Esta enfermedad, que los médicos Haman “fibrilacién auricular”, trastornaba totalmente la circulacién sanguinea. EI resultado era estancamiento, acumulacién de sangre en. Jos grandes vasos de los cuales se filtra un liquido acuoso que hincha brazos, piernas, pecho y vientre. Aprendicron que la digital detenia esa débil y floja agi- 106 RECETA CASERA tacién, haciendo que el corazén trabajase de nuevo e impul- sara la sangre con fuerza. Asi vitalizaba la circulacién san- guinea, recogia el liquido acumulado en los tejidos hincha- dos y lo transportaba a los rifiones para ser eliminado. Demostraron que la digital podia aliviar este tipo de cn- fermedad cardiaca, antes irremisiblemente mortal. Pero la digital puede hacer esto, sdlo cuando es administrada en forma correcta y no como lo hacian la mayor parte de los médicos. i Tal fué la historia. No era completa en todos sus deta- Iles; todavia no lo es hoy; pero contenia ya los principales ingredientes. Su anuncio preliminar, empero, cayé en oi- dos sordos; no era que los médicos eminentes no Io creye- ran, hicieron més: lo despreciaron. Después de todo, gquién era Mackenzie? Un clinico de caracter agradable, y nada mas. ¢Quién era Cushny? ; Ah! Cushny ... ese loco que trajo de Norteamérica teorias tan extrafas. Y @Wenckebach? ;Un holandés repleto de cuen- tos de hadas! Por ultimo, en 1910, Mackenzie en persona Ilevé la lu- cha al propio Harley Street, verdadero centro de los mas intransigentes conservadores. Se establecis y comenzd a mostrarles a los especialistas de Harley Street, que realmente dejaban morir sus pacientes al negarse a tratarlos de un modo adecuado. En tiempo notablemente corto Mackenzie triunfé, pero no del modo que habia esperado. Muchos afios antes habia inventado un par de ingenio- sos aparatos que le ayudaban a estudiar el corazén. Los principales especialistas de Harley Street vieron los apara- tos y exclamaron: jCielos! He aqui un hombre eminente, un gran inventor, aunque sélo sea un simple médico de WITHERING Y LA DIGITAL 107 aldea. Hagimoslo miembro del Colegio Médico. Colmé- mosle de honores y de cargos de hospital. Mackenzie obtuvo titulos de honor, incluyendo el de caballero, Pero Sir James Mackenzie seguia siendo el mis- mo viejo doctor Mackenzie a quien no le gustaba yer morir enfermos debido a teorias anticuadas. Le afecté mucho el hecho de haber triunfado, no por haber encontrado cémo tratar las enfermedades cardiacas con digital, sino por ha- ber inventado unos cuantos aparatos. En Harley Street no pudieron comprenderlo. Menearon la cabeza, se encogieron de hombrés, otorgaron a Macken- zie mas honores y se afanaron por presentarlo a Jos visi- tantes extranjeros. Pasaron afios antes de que las nuevas ideas se impusie- ran, antes de que la digital ocupara el lugar que por dere- cho propio le correspondia en la medicina. Cushny y Mackenzie murieron, y Wenckebach dejé de ejercer, pero los tres tenian discipulos que se convirtieron en elocuentes y persuasivos apéstoles. Hoy, gracias a la labor de estos hombres, los médicos modernos saben qué es lo que Ia digi- tal puede o no puede hacer. Estos hombres completaron la primera gran victoria sobre las enfermedades del corazén, y ensefiaron a los cazadores de drogas otra leccién funda- mental: ef valor de una droga lo determina, en parte, la inteligencia del hombre que la administra. Durante aquellos afios en que los hombres de ciencia se esforzaban en combatir, con hechos, la supersticién y la ignorancia, hubo momentos en que los médicos estuvicron a punto de creer que la digital era la unica droga eficaz para el corazén. Si la digital no producia mejoria, pensa- ban, entonces el paciente esta irremediablemente perdido. 108 RECETA CASERA Pero la memoria médica tiene crisis. Durante siglos los médicos no conocieron Ia digital, y sin embargo trataban la hidropesia. Empleaban escila, el bulbo de la scilla mari- tima del Mediterraneo (jes sorprendente que se les haya ocurrido ensayar esto!), y curaron enfermos. Aun hoy la escila se usa para curar algunos enfermos hidrépicos, algu- nos corazones que no responden a la digital. También usa- ban un cocimiento de hojas y ramas de adelfa, otra receta antiquisima que también fortalecia el corazén. A mediados del siglo xtx, cuando los clinicos desprecia- ban Ia ciencia de los investigadores de laboratorio, toda una serie de nuevas drogas vino a luchar contra las enfer- medades del corazon. Estos mismos hombres de laboratorio, perdidos en las nu- bes de Ja investigacién y despreciados por sus més pragmé- ticos colegas, no habian malgastado su tiempo. Por mas que sus experimentos no habian servido gran cosa a los enfermos de hidropesia, sus animales y sus tubos de ensayo abrieron nuevas sendas. Naturalmente que estos descubri- mientos no recibicron el nombre de “sendas”; consistian en fifformaciones fragmentarias obtenidas aqui y alla y que se relacionaban entre si. Mes tras mes, a medida que los investigadores reunian sus hallazgos, se iba completando el rompecabezas. “Fijense —dijeron—; la digital cura la hidropesia porque hace’esto y aquello en cl corazén. Lo mismo hace la es- cila, Lo mismo Ia adelfa. Ahora bien, gno es interesante que los principios activos de estas tres plantas, tan distin- tas, sean quimicamente pareeidos y actéen del mismo modo en nuestros animales? caso sea significativo. Acaso hayamos desenterrado toda WITHERING Y LA DIGITAL 109 una nueva familia de sustancias quimicas. Acaso, si segui- mos buscando podamos encontrar otros miembros de esta misma familia que también actéen sobre el corazén.” Pero ¢dénde podian buscar? Estas nuevas sustancias qui- micas no estaban monopolizadas por ningun grupo particu- lar del reino vegetal, y ensayar miles y miles de plantas con la remota esperanza de que una o dos pudieran contener esas drogas, era irrealizable. Una busqueda tal hubiera sido imposible, pero de pronto, se vié que era también innece- saria: habia sido ya hecha a través de muchos siglos por tribus salvajes. Un dia, en un laboratorio ruso, dos investigadores estu- diaban el extracto bruto de una planta de Madagascar. Era un extracto poderoso, veneno mortal obtenido de las al- mendras de la tanginia. En Madagascar los nativos [a usa- ban como jucz quimico: “Si comes de esta planta y mue- res —decian los nativos— jeres culpable!” Era notable la cantidad de personas que resultaban culpables .. Los rusos ensayaron la tanginia. Era un veneno intere- sante, pero al principio sdlo esto. Lo ensayaron en sus ani- males de laboratorio y vigilaron cémo las pobres bestias se ponian rigidas y morian. Fué sélo después de hacer la autop: de los animales cuando vieron la luz, y entonces se apresuraron a enviar una comunicacién a un congreso cien- tifico reunido en Paris. “Hemos encontrado que grandes dosis del extracto de tanginia mata a nuestros animales de igual manera que las grandes dosis de digital. En pequefas dosis Ia tanginia for- talece el corazin exactamente como la digital.” Regresaron a Rusia y comenzaron a importunar a sus se- sudos colegas. “Los franceses clogiaron nuestro informe 110 RECETA CASERA mos encontrar mas venenos de —dijeron—. ¢Dénde pod. éstos, mas extractos que actten sobre cl corazén?” Un explorador ruso de San Petersburgo les dijo: —Ven- gan a mi laboratorio. Todavia me queda un poco de “ipoh”. —lpoh? —Si. No se emplea para descubrir culpables, sino para envenenar flechas. Se obtiene del arbol antiaris de Malaya. ¢Nunca han oido hablar del antiaris? No? Bien, exhala un perfume mortal que mata a los pajaros que vuelen por encima de él y a cualquier animal que se le aproxime. Siempre sabe uno cudndo esta cerca de un antiaris, porque en varios kilémetros a Ia redonda sdlo se encuentran hucsos de animales muertos. El “perfume mortal” del antiaris cra indudablemente una leyenda, pero en cambio nada habia de fantastico en lo de las flechas envenenadas. Los ensayos de laboratorio demostraron a los rusos que en grandes dosis era mortal, pero en pequefia cantidad actuaba como Ja tanginia de Ma- dagascar y como la digital. Aqui, habia dos posibles susti- tutos de la digital, dos nuevas sustancias quimicas capaces de curar corazones débiles. Todavia no se habia secado la tinta de los informes de estos rusos y ya los investigadores enviaban cartas a todos los rincones de Asia, Africa y Sudamérica con urgentes pedidos a sus amigos y representantes oficiales. Solicitaron la ayuda de los jefes de las expediciones tropicales: “Hagan el favor de enviarnos cualquier veneno para flechas 0 de los empleados por los nativos para descubrir culpables.” Casi al mismo tiempo Ilegaron a Inglaterra las primeras respucstas. Desde su campamento a orillas del Zambeze en WITHERING Y LA DIGITAL i el Africa occidental, el famoso doctor Livingstone describia los efectos de un famoso veneno para flechas, llamado kombé. Lo proclamaba tan mortal que los investigadores se sintieron inquietos por anticipado, Poco después !lega- ban dos paquetes de kombé, uno procedente de otra expe- dicién en Africa y el otro del cénsul britanico en Zanzibar. La tarea de analizar estas sustancias téxicas tan violentas fué confiada a Thomas Fraser, de Edimburgo. Se le dijo unicamente que el veneno procedia de las semillas del es- trofanto de flores amarillas que crece en toda Africa, que los rusos estaban trabajando ya con el kombé y habian pre- sentado una nota previa. A él le correspondia poner en claro el resto. Fraser entregé a toda prisa su primer informe. “Como Ia digital, cl strophanthus kombé tiene la propiedad de retar- dar el ritmo y fortalecer la musculatura cardiaca en los animales de laboratorio.” Mas tarde aprendid cémo mane- jar esta droga, ahora conocida con el nombre de estrofanto, y cémo emplearla en el tratamiento del corazén humano. En 1885, exactamente cien afios después de haber anun- ciado Withering el milagro de la digital, el doctor Fraser fué a Cardiff y en Ia reunién anual de la “British Medical Association” hizo la siguiente manifestacién: “Sefores, deseo exponer ante ustedes los resultados del tratamiento de la hidropesia con una nueva droga, el estro- fanto. Es un posible sustituto de la digital, con Ia cual pa- rece tener relacién. He aqui los resultados —con grificas— obtenidos en cuatro pacientes en los cuales la he em- pleado...” Fraser Ilevé la reunién al conyencimiento; expuso el es- tado en que los pacientes se habian presentado: hinchados FH ~ “RECETA CASERA y Ilenos de agua a causa de su corazén débil y trémulo; explicé6 como actua el estrofanto —infinitamente mas ra- pido que la digital—; demostré cémo el corazén detenia de repente su ritmo mortal y comenzaba a latir lenta, fuer- te y regularmente; mostré cémo el liquido estancado era recogido y Ilevado fuera de los tejidos inundados. Cuando descendié del estrado, los médicos lo acosaron. La pregunta undnime era: “Doctor Fraser, ¢dénde podemos conseguir este estrofanto?” No cabia duda: el estrofanto era bueno, tan bueno como Fraser habia afirmado. Administrado en pequefas dosis, el veneno usado para envenenar flechas era un medicamento para el corazén. Excepto la desventaja de que, a diferencia con la digital, debe darse en inyeccién y no por boca, el estrofanto podia, incluso, eclipsar a aquélla. Pronto hubo més de estos remedios analogos a la digital, venenos exdticos de Malaya, la India, Méjico, Brasil, las Filipinas y Africa. Eran remedios indigenas que habian sido usados de antiguo contra la hidropesia: cdfiamo cana- diense de América, Adonis de otofo y lirio del valle de Rusia, parictaria y la rosa de Navidad prescrita por Hipé- crates. Llegé también cl oxabain, otro horrible veneno afri- cano usado hoy por los especialistas franceses. John Jacob Abel de la Johns Hopkins University, al estudiar el sapo de Jamaica, encontré en su saliva un compuesto andlogo a la digital. El conocimiento empirico de los cazadores salvajes y los campesinos, proporcioné curas de la hidropesia para mu- chos afios. Con todo, habia otra enfermedad del corazén, que ni la digital, ni el estrofanto, ni ninguna otra droga conocida podia curar. Era una enfermedad caracterizada WITHERING Y LA DIGITAL 3s por continuos ataques dolorosisimos que parten del corazén y se extienden por el hombro izquicrdo hasta el brazo. Los médicos la Iamaron angina pectoris... v Era una madrugada en el invierno de 1866. En un an- gulo de una gran sala en cl hospital real de Edimburgo, una luz vacilante, en lucha con Ia fria oscuridad, iluminaba un lecho a cuya cabecera veianse una enfermera y dos mé- dicos. Estaban de pie, inméviles, observando al enfermo. Por ultimo, uno de los médicos se alejé tiritando: —Hace un frio de todos los diablos —dijo—. ¢Qué hora es? El otro médico, el mis joven, miré su gran reloj de oro: —Van a ser las dos, sefior. Puede darle de un momento a otro. Volvieron junto al enfermo: estaba humedo de sudor, asustadisimo, Ilamando a los médicos con los ojos. El doctor Brunton, que apenas contaba veintitrés afios, : —Todas las noches, durante volvié a hablar en voz baj las tres ultimas semanas, ha tenido el ataque. Siempre en- tre las dos y las cuatro de la madrugada. Le dura una hora o mas. —Conozco eso —repuso el anciano doctor Bennet, mal- humorado—. He visto otros casos de angina pectoris, pero nunca uno como éste. Brunton miré al enfermo, pero nada anormal se adver- tia aun, —Por esto, precisamente —continué—, he indicado este nuevo experimento. Hemos ensayado todo: digital, acénito, lobelia, aguardiente, cloroformo, pero sin resultado. 114 RECETA CASERA —Supongo que podremos probar este nuevo remedio su- yo —asinti Bennett—, pero, gqué es lo que le hace creer que sera eficaz? —No estoy seguro, sefior, pero creo que la angina pec- toris tiene algo que ver con la hipertensién, es decir, con ataques debidos a repentina clevacién de Ia presién san- guinea. Esa puede ser la tnica causa capaz de explicar por qué Mr. McCollum, aqui presente, se sintié mejor, cuando ayer, en medio del ataque, le extrajimos un poco de sangre. Hasta donde yo pucdo juzgar, lo unico que conseguimos con eso fué reducir Ia presién de la sangre en los vasos. —

También podría gustarte