MILTON SILVERMAN
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| MAGLGAS all
|IMP RESO EN LA ARGENTINA
Queda hecho el depbsite que preciene la ley.
Copyright by Editortal Sudamerteana, S.A.
calle Alsina 500, Buenos Aires. 1942
‘Tfruto pet oricinaL incLés: «Macic in A BortLe»
MILTON SILVERMAN
DOCTOR EN CIENCIAS
DROGAS MAGICAS
Traduccisn de
ELVIRA DURAN
EDITORIAL SUDAMERICANA
BUENOS AIRESPROLOGO
Hay todo un mundo de diferencia entre las pildoras pres-
critas a mi tatarabuelo y las que hoy toma mi hija.
Mi tatarabuelo ingeria un cocimiento de célchico, agua
de hinojo y brea, bien mezclado con sasafrds, esencia de
Wintergreen, opio en polvo y ruda. Semejante mezcla no
debid hacerle gran provecho, pues murié a pesar de ella,
0 quizés por su causa.
Hoy mi hija toma un miligramo de 3'-metil-4-amino-
clorhidrato-pirimidin-5 -metil-N- 4! -metil-5'-beta-hidroxi-
etil-3'-clorotiazol, y se mantiene fuerte y sana.
¢Se trata sélo de una diferencia en la composicion de las
pildoras? ;No lo credis! Es una diferencia de concepcion,
de filosofia en la lucha contra la muerte y ello ha revolu-
cionado el arte de la medicina.
Los viejos doctores del siglo xvuu intentaron salvar al ta-
tarabuelo con una “pedrea” de medicamentos surtidos, para
expulsar algiin nebuloso demonio o “humor”. Su punteria
no fué certera, el tatarabuelo murié en plena juventud.
El doctor del siglo xx protege a mi nena con un tinico
proyectil mdgico, dirigido exactamente al demonio que tra-
ta de hacerle dato, Esta es la razén por la cual un esta-
distico apostaria cualquier cosa a que ella vivird sesenta
anos mas.
(11)12 PROLOGO
Podéis mirar los nombres de las diminutas pildoras que
ella toma —largos y complejos nombres quimicos con me-
tilos, bidroxilos y pirimidilos— y decir que son demasiado
complicados. En efecto, lo son. Pero también son compli-
cados los automéviles, los aparatos de televisién, los aviones
Clipper, las ametralladoras, las medias de seda artificial y
todo triunfo de nuestros dias. Son todo lo complicado po-
sible y sin embargo los utilizamos porque nos dan el resul-
tado apetecido.
Del mismo modo usamos estas drogas contra la enferme-
dad o permitimos que el médico las emplee en nosotros,
porque para la mayoria es el resultado lo que importa y no
Ja razén compleja que hay detrés.
Detrds de las drogas debe haber algo mds que los resulta-
dos, las formulas quimicas y la filosofia farmacodindmica:
debe haber hombres.
Detrds de cada botella del botiquin, detrés de cada fras-
co en Ia estanteria de la farmacia, debe haber hombres, se-
tes humanos que lucharon, investigaron, cometieron erro-
res, y alcanzaron el maximo de gloria.
Debe haber hombres que en realidad trabajaron para
encontrar la aspirina, la tintura de yodo, el veronal y la vi-
tamina By. Este libro es su historia, la historia de los hom-
bres que hay detrds de las principales drogas de la medicina
moderna: fueron seres reales.
San Francisco, enero de 1941.
Carituto I
LA CONQUISTA DEL DOLOR
Sertuerner y la morfina
Hubo una vez un hombre llamado Robinsén Crusoé.
Hay quienes afirman que Robinsén vive y vivird siempre
—que es lo que debiera ser— pero desgraciadamente ha
muerto, asi como su fiel Viernes y el capitan que los salvé.
En realidad Robinsén Crusoé se Ilamaba Alexander Sel-
kirk, joven c inquicto escocés rescatado de Ia solitaria isla
Juan Fernandez en 1709, y su salvador fué Thomas Dover,
capitan del corsario Duke. Asi como Robinsén vive toda-
via en el mundo de la leyenda y la aventura, asi el capitan
Dover vive en el mundo de la ciencia: es Dover quien
inicia esta historia de drogas.
En 1710 Selkirk y el capitan Dover Ilegaron a Londres
con un cuantioso botin: una fragata espafiola de 31 ca-
fiones y otras riquezas. Selkirk poseia su propia historia
que inmediatamente vendié a Daniel Defoe. Dover, hom-
bre muy amargado, anuncié que seria médico.
— Bravo! —le dijeron—. ¢Y con quién vas a estudiar?
—Estudiar? {Dios mio! —exclamé riendo—. Tengo ya
cuarenta aiios y no tengo tiempo para estudiar. Empezaré
curando enfermos.
(13)4 LA CONQUISTA DEL DOLOR
gIntenté alguien oponerse?
El distinguido Colegio Médico, “la medicina organizada”
de Inglaterra, tuvo en efecto esa intencién y se dispuso a
entablar batalla; pero el capitan Dover les dijo que siguie-
ran su camino y se ocuparan de sus propios asuntos, y con
tacto y reserva dignos de elogio los despidid como a un gru-
po de caballeros Ienos de prejuicios.
Declaré la guerra a los boticarios de Londres y los acu-
sé de cobrar precios excesivos.
Fué una sorpresa para la sociedad londinense, que hizo
de él su favorito.
Compuso entonces un medicamento nuevo: mezcla de
opio e ipecacuana, que se vendié —y se vende todavia—
por barriles con el nombre de Polvos de Dover. Era de-
masiado bueno: en pequefias dosis curaba toda clase de do-
lores y molestias; pero Dover no tenia paciencia para li-
mitarse a las pequefias dosis.
“Si un grano es bueno —se dijo—, dos serin mejor.”
Y empled dosis de sesenta y aun cien granos (jlos docto-
res modernos se estremecen al dar mas de cinco!) y los bo-
ticarios advertian a sus clientes que hiciesen testamento an-
tes de tomar la medicina.
Cuando aparecieron las homicidas prescripciones de Do-
ver hacia ya unos sesenta siglos que se usaba el opio o jugo
seco de amapola. De los antiguos sumerios habia pasado a
los egipcios, de éstos a los arabes, de donde lo tomaron los
venccianos, portugueses, holandeses e ingleses, los cuales por
Ultimo lo impusicron a los chinos, estrategia ésta que los
blancos olvidaron mas tarde.
Durante sesenta siglos —tiempo demasiado largo aun pa-
SERTUERNER Y LA MORFINA 1s
ra un buen medicamento— el opio hizo posible y tolerable
la practica de la medicina: era la unica droga capaz de su-
primir cl dolor y producir el suefo con relativa seguridad.
Pero el capitin Dover puso fin a esto.
Las dosis que cmpleaba eran tan excesivas y los resulta-
dos tan terribles, que los médicos temblaban a Ia sola men-
cién del opio. Por otra parte, algtin opio aparecido en el
mercado estaba tan adulterado que su utilidad no era ma-
yor que la de un poco de agua sucia.
Como consecuencia de esto, medio siglo después de la
ingeniosa invencién de Dover, surgié una generacién de
médicos jévenes que habian aprendido de sus desilusiona-
dos maestros que era realmente mejor olvidar el opio por
completo. Si los pacientes gritaban torturados, bueno, que
gritasen. Gritar nunca maté a nadie...
I
Al colocar de nuevo en el estante el botellén del alcan-
for, el viejo papa Cramer grufé.
—Se esta usted haciendo viejo, Cramer —observé el doc-
tor Schmidt—. Deberia tener un ayudante.
—Si. —Cramer se enjugé la frente sudorosa— Dema-
siado viejo. De acuerdo, tendré en cuenta su consejo. Mafia-
na mismo empieza a trabajar conmigo un muchacho.
—Muy bien. ¢Quién es?
—El hijo de Scrtuerner, usted ya lo conoce, el pequefio
Frederick. Ayer arreglé con su madre la cuestién del apren-
dizaje.
El doctor Schmidt did un bufido: —gEse? ;Valiente
aprendiz ha buscado! ;Por Dios! gCémo elige semejante16 LA CONQUISTA DEL DOLOR
estiipido? Yo le dije, Cramer, que necesita un ayudante, pero
no un sofador inutil y perezoso. ;Acuérdese! Se arrepen-
tira de haber tomado a ese chico.
Cramer asintié tristemente: —Seguro que es un inutil;
pero su madre necesita ayuda urgente. El padre ha muerto,
el dinero se perdié y Ia casa esti Ilena de chicos. Frederick
y yo nos entenderemos.
Asi, el dia de San Miguel de 1799 Frederick Wilhelm
Sertuerner, de dicciséis afios, comenzé sus cuatro afos de
aprendizaje en la real farmacia de Paderborn, pequefia ciu-
dad alemana.
—Bien —dijo el farmacéutico Cramer—, nos entendere-
mos perfectamente, gno es cierto Frederick?
—No.
—;Por qué no? ¢Qué te hace pensar asi?
—jNo quiero ser farmacéutico!
—jAh, ya veo! gQué quieres ser, Frederick?
—Quiero ser ingeniero.
—jComo tu pobre padre! —Cramer rié con simpatia.
gDe modo que quieres construir puentes, eh? ¢Hacer ca-
rreteras y fortificaciones militares? Bien, en mi botica no
tendremos muchos puentes que construir. Pero hay otras
cosas que hacer. Creo que nos divertiremos juntos. No te
parece?
—No.
Cramer lo miré fij
barre el piso.— Did media vuelta y se alejé murmurando:
—jiConstruir puentes! ;Puentes! ; Valiente negocio!
El joven Sertuerner lo habia calculado todo. Continua-
ria aburriendo al viejo Cramer el tiempo necesario y esta
mente: —Yo dije si. Y ahora vete,
estupida cosa farmacéutica tendria fin.
SERTUERNER Y LA MORFINA 7
Sus planes cran seguir molestando, cansando y discu-
tiendo hasta que todo el aprendizaje se desbaratara.
Pero Sertuerner no conocia a Cramer.
Pasaron dos meses amargos y desagradables. Hasta que
un dia Cramer lo Ilamé desde la rebotica: —Frederick, ven
un momento.
—Voy, sefior Cramer.
—Frederick, algo se ha estropeado en mi alambique.
éVes?, esta pieza esta torcida; la Ilama no calienta bien.
gCrees que podrias arreglarlo?
Sertuerner se incliné sobre el alambique, tantes la pieza
torcida tirando y empujando.
—Bien —dijo—; realmente no hay nada estropeado. Todo
lo que tiene que hacer es levantar esta pieza, después sa-
carle presién a esta otra y entonces...
—2Crees que puede arreglarse?
—Seguro, Herr Cramer. Lo haré en unos minutos.
Cramer dejé escapar una ligera sonrisa y se marcho.
En Ia semana siguiente se rompid el filtro y Frederick lo
compuso. Poco después el soporte del mortero y Frederick
lo arreglé. De repente Cramer decidié que su farmacia
deberia tener un evaporador mejor y Frederick lo cons-
truyo.
—iValgame Dios! {No me habia dado cuenta de que
realmente eres muy hibil, Frederick!
—jOh! No tiene importancia, Herr Cramer. Aviseme
siempre que haya algo que arreglar.
Manejado con habilidad por Herr Cramer, Sertuerner
no tenia ni la menor sospecha de lo que le ocurria. Arregls
la balanza y aprendié a pesar las drogas. Al reorganizar el
depésito aprendié de memoria Ia larga lista de nombres la-ty LA CONQUISTA DEL DOLOR
tinos que las enmascaran. Aprendié a tratar a los clien-
tes, preparar recetas e incluso a charlar amablemente
con el sacerdote del pueblo, discutiendo tcologia, y con el
burgomaestre, echando maldiciones 2 Napoledn, a ese loco
duefio de Francia.
—Lo que yo no puedo comprender —decia Frederick
a su madre— es como Herr Cramer podia arreglarse sin mi.
No, Frederick no se imaginaba cémo era Cramer.
Cuando el viejo boticario hubo encargado al chico todos
los menesteres faciles, ideé una nueva serie de laboriosas
tarcas.
—Mafiana, Frederick, quiero que me ayudes un poco.
No acierto a medir Ia cantidad de acido benzoico que hay
en el agua de hinojo. ¢Crees que podrias hallar la mane-
ra...?
—jOh, si, Herr Cramer! Ya sé dénde debo mirar. Lo
haré esta tarde. ;
Después del agua de hinojo hubo que estudiar el bérax,
las agallas, el carbén animal, los taninos, y la cantidad de
nitratos contenidos en la remolacha azucarera. Cramer atra-
paba ideas cn el aire como quien caza moscas. Comenzaba
entonces Ia investigacin cientifica y Cramer no habia in-
vestigado jamas. Realmente tampoco lo hacia ahora, se |
mitaba a sugerir cl trabajo dejando que Sertuerner lo hi-
ciera.
6 ef
Una mafiana fué el propio Sertuerner quien sugi
tema de la proxima investigacién.
—jHerr Cramer! —saludé a su maestro—, goyd usted
algo de Anita Wollenberg?
—<¢La hija menor de Fran Wollenberg? No. ¢Qué le pasé?
—Fué terrible, Herr Cramer. Estaba jugando cerca de
SERTUERNER Y LA MORFINA \9
Ja estufa y a su madre se Je cay6 sobre ella una olla de agua
hirviendo. Se quemé Ia cara, hombros y brazos. Grité toda
la noche; bueno, fué espantoso.
—iCielos! —dijo Cramer—, {no llamaron al médico?
—jOh, si!, el doctor Schi
una gran dosis, pero no surtié efecto.
—¢Que no surtié efecto?
—No, Herr Cramer, el doctor Schmidt dice que nos he-
mos cquivocado y le dimos cualquier cosa en lugar de opio.
Cramer abrié la boca. —jPero es imposible! —exclamé—.
Recuerdo haber hecho yo mismo esa ultima receta del doc-
tor. Recuerdo haber sacado el opio del frasco. Espera Fre-
derick, aqui viene el doctor Schmidt, déjame hablarle.
El doctor, con los ojos enrojecidos, enojado, muerto de
cansancio, entré en la farmacia.
—Buenos dias, doctor Schmidt.
—Y bien, Cramer?
—Yo... Frederick acaba de decirme lo de esa ni
ide estuvo alli; recetd opio,
Es
terrible; sin embargo puedo asegurarle que no hubo error,
yo mismo hice la receta.
—Ya sé —le interrumpié Schmidt—; no he querido acu-
sarle, anoche estaba excitado, usted no hizo nada... pero
hubo error.
{Qué quiere usted decir?
¢ opio! Hay algo extrafio en él, Cramer, y quiero
saber qué es.
—Yo...
—Escuche. El afio pasado me vendié opio para Herr
Weiss. Le produjo mas dolores que la gota. Hace tres meses
me did usted algo que casi mata a la sirvienta de Bergmann,
la mantuvo inconsciente durante tres dias. Y ahora, esta20 LA CONQUISTA DEL DOILOR
nueva cantidad que empleé en Anita; dracmas de opio, on-
zas de opio, gse entera? Fué tan inutil como el agua. Cra-
mer, no quiero acusarlo, pero alguien comete un error. Su
opio no es bueno. ;No puedo contar con él!
—Yo sé el porqué.
Los dos hombres se volvicron hacia Sertuerner, de pie en
el umbral, y el doctor Schmidt agité la mano amargamente:
—Vete muchacho, esto no es asunto tuyo.
Mas tarde, cuando ya el doctor se habia marchado, Cra-
mer Hamé a su ayudante: —{Qué quisiste decir, Frederick?
Dijiste que sabias algo. ¢Qué es lo que sabes?
Sertuerner cogié del estante el gran frasco del opio, lo
destapd e hizo rodar unos pocos fragmentos de la droga
sobre la mesa. —gQueé es esto, [err Cramer?
—iCémo? {Es opio, naturalmente!
—{Puro?
—Desde Iuego. Todo lo puro posible... ya sé lo que
quieres decir, Frederick: no es puro. Es una mezcla. Con-
tiene gran numero de sustancias accitosas y sales, acaso algin
lo y otras cosas.
—sCree usted que todas esas cosas son necesarias? ¢Cree
que todas esas sales, aceites, etc., tienen que estar en el opio
para que éste adormezca a la gente y calme el dolor?
—Bien, Frederick, te aseguro que no lo sé; equé es lo que
td piensas?
—Yo pienso esto, Herr Cramer: pienso que una de esas
cosas es la que en realidad actua y todas las otras son inuti
les. Ahora bien, si una cantidad de opio es demasiado débil,
quiere decir que no hay bastante de esa cosa, y si es muy
fuerte es que hay demasiado.
Cramer asintid.
SERTUERNER Y LA MORFINA 21
—Perfectamente —continué Sertuerner—; si nosotros pu-
digramos extracr esa cosa y prescindir del resto, tendriamos
lo importante. Estaria puro. Podriamos pesarlo con exac-
titud. Produciria siempre.el efecto esperado. Emplearia-
mos lo justo para calmar cl dolor y nunca bastante como
para ser peligroso.
Cramer recogiéd cuidadosamente los trocitos de opio y
los dejé cacr uno tras otro en cl frasco. Se limpié las ma-
nos y observé a su aprendiz. Finalmente dijo: —Escucha
Frederick. Puede ser que sepa de qué estas hablando, puede
ser que no lo sepa. Pero tui hablas de algo en este opio.
¢Cémo quieres saber qué es semejante cosa? gLa has visto
alguna vez? ¢La tocaste o la gustaste? No. Nadie lo ha
hecho. gExtrajo alguien tal cosa activa de alguna droga? No,
Frederick, nadie lo ha hecho.
—Pero, Herr Cramer, gno cree que nosotros podriamos
intentarlo?
—No, no lo creo. Atiéndeme. Si tal cosa existe, no sa-
bemos cémo encontrarla. Si existe, podria Ilevarnos afios
de trabajo el dar con ella. Ademés, hijo mio, mi botica esta
muy bien para pequeiios experimentos con carbén animal o
agua de hinojo, pero no para hacer investigaciones con el
opio. Es demasiado peligroso y... de todos modos no me
gusta.
Mas al mismo tiempo que colocaba la botella en el estan-
te afiadid:
—Sin embargo, Herr Scrtuerner, si usted prefiere des-
preciar mi consejo, encontrara una cantidad extra de opio
en el estante mis alto del depdsito. Y tenga la amabilidad de
limitar sus experimentos a las horas comprendidas entre las
seis y las diez de la noche...22 LA CONQUISTA DEL DOLOR
Cramer habia previsto todo demasiado sabiamente. Este
asunto del opio resulté mucho mas complicado que lo del
negro animal o el agua de hinojo. Pasaron afios y Sertuerner
no cncontré nada. Durante esté tiempo se hizo farmacéu-
tico y volvié al opio, pero siempre sin resultado.
Noche tras noche, el joven ayudante, rehusando dejar
su empleo con Cramer, continuaba sus heréticos ensayos en
forma irregular. Le hastiaba planear y calcular minuciosa-
mente los ensayos. Sélo cuando le asaltaba una idea bri-
Iante se ponia a trabajar.
Por ultimo se le ocurrié una idea. Disolvié una cierta
cantidad de opio en un Acido —cosa sencilla dado todo lo
que habia aprendido en los ultimos meses— y entonces,
sin razén alguna se pregunté qué pasaria si neutralizaba
esta solucién acida con amoniaco.
Cogié la botella de amoniaco y lo fué vertiendo poco a
poco sobre la solucién transparente de opio. La solucién se
n_del amoniaco con el acido—,
calenté —debido a la reac
después se enfrid, Y entonces, de repente, como si un mago
hubiera intervenido, la solucién empezé a enturbiarse. En
el liquido, antes claro como el agua, vid aparecer ahora un
montén de cristales que lentamente caian al fondo del
frasco.
—EI opio es marrén y estos cristales son grises —mur-
muré—; esto no es opio. Acaso, es algo que calma el dolor.
Pues bien, no lo era.
—No te disgustes —aconsejd Cramer—; de todos modos
tu descubrimiento puede ser importante. Creo que debe-
rias escribir un informe cientifico y enviarlo a alguien.
Quizas al profesor Trommsdorff.
Sertuerner, de veinte afios, se senté y escribié una sim-
SERTUERNER Y LA MORFINA 23
ple carta al gran Trommsdorff de la Universidad de Erfurt.
el nuevo compuesto y concluia diciendo: “No
pucdo determinar si se trata de un compuesto nuevo o ya
conocido, porque el trabajo me impide continuar Ia inves-
tigacién. Sin embargo, merece estudiarse dado el impor-
tante papel que el opio desempefia en medicina...”
Trommsdorff se puso furioso: —j Al diablo los princi-
piantes y sus balbuceos! ¢Creerd este Sertuerner que sus
juegos de nifto son investigacién cientifica?
Pero, contra su intima conviccién, publicé el informe cn
su periddico.
Descri
{Mas, cémo podia Trommsdorff, cémo podia Sertuerner
o Cramer saber que mezclados entre los cristales grises es-
taban los blancos cristales de otra sustancia, rara y mara-
villosa, que algdn dia Iegaria a revolucionar la medicina?
Pasaron meses de lentos y laboriosos ensayos antes de que
Sertuerner comenzase a sospechar que habia un segundo
compuesto, y todavia mds meses antes de lograr aislarlo, pe-
ro finalmente Jo consiguié. ;Y esto si que no tenia sentido!
{EL segundo compuesto era un dlcali!
No era el amoniaco que Sertuerner habia empleado en la
precipitacién. Era un 4lcali que aparentemente ya existia
en el opio bruto. Pero segtin todos los textos, las plantas y
sus derivados no contenian alcalis. Bien, los textos estaban
equivocados.
Mas aun, este nuevo compuesto, este lcali producia sue-
fio. Sertuerner lo demostré con torpes y desmafiados ex-
perimentos en animales: ratas y ratones del sétano de Cra-
mer, perros y gatos que después de oscurecer callejeaban,
imprudentes, por la plaza del pueblo. Este trabajo debia
hacerse con el mayor sigilo, pues Cramer no hubiera visto24 LA CONQUISTA DEL DOLOR
bien tales ensayos en animales, de una sustancia nueva y
desconocida.
Por esto Sertuerner trabajaba de noche, cuando sabia que
no lo molestarian, para observar los efectos de estos nuevos
cristales en el tejido vivo. Tomé estos cristales —blancos,
lustrosos, inodoros y amarguisimos— y los disolvid en al-
cohol, con un poco de jarabe para enmascarar el mal sabor.
Luego, de un modo o de otro, obligé al primer perro que
encontré a tragarse csta sustancia.
—jDios mio! ¢Cudnto le daré? ¢Cinco granos?
Le did cinco granos y el primer animal murié, después
de dormir dos dias. Demasiado fuerte la dosis. La redujo
ala mitad y ensayé de nuevo. El perro murié en coma. To-
davia demasiado.
Ensayé una y otra vez empleando dosis cada vez meno-
res, hasta que después de semanas de angustiosas pruebas
acerté con la cantidad adecuada. Logré dormir a sus ani-
males con una débil esperanza de que despertarian. Se did
cuenta de que estos cristales eran el algo que habia estado
buscando, la esencia vital del opio. .
Escribié una segunda comunicacién que envio a Tromms-
dorff: “He tenido la suerte de encontrar en el opio una nuc-
va sustancia desconocida hasta ahora... No es ni tierra, ni
gluten, ni resina, ni tampoco el compuesto que hallé ef
afio pasado; sino uno completamente distinto. Esta sustan-
cia es el elemento narcdtico especifico del opio... el Princi-
pium somniferum.”
Esto, ;dioses de la ciencia, si que era una obra maestra!
Un joven farmacéutico de sélo ventitrés afios habia escla-
recido el misterio del opio. Mas atin, habia encontrado el
método —Ja Ilave quimica— que permitiria aislar en estado
SERTUERNER Y LA MORFINA 2
de pureza el principio activo de otras drogas en bruto. Y
habia logrado todo esto sin preparacién, sin ayuda, sin los
brillantes laboratorios, los complicados aparatos y los ani-
males seleccionados que los investigadores modernos consi-
guen sin esfucrzo alguno. Pero Trommsdorff, el gran edi-
tor, lo humill6.
Trommsdorff publicé integro el informe, pero le afia-
dié al final una nota: “Estos experimentos contienen su-
gestiones muy interesantes, pero de ningtin modo podemos
considerar que la investigacién sobre el opio esta terminada.
Esperamos que esta nueva comunicacién seré cxaminada
con cuidado y se aclararan muchos puntos oscuros. Se han
publicado tantos trabajos sobre cl opio...”
Sertuerner se puso furioso.
—iMire lo que dice de mi este hombre! —Ie grité a Cra-
mer—. jLea lo que dice aqui ese idiota, ese viejo pelele!
éQué sabe él del opio? {Le escribiré, se lo diré en la cara!
éMe entiende? Le demostraré...
—jUn momento! —rugid Cramer—. jNo sigas asi
Frederick! Escucha: cilmate, deja pasar unos dias y todo
se arreglar’. No puedes hacerlo por mi?
—iNo! —Sertuerner se puso altanero.— ;No! Nada se
arreglar4. Nunca volveré a ocuparme del opio. ; Nunca!
Frederick Sertuerner dejé la botica de Cramer y en 1806
se trasladé a la vecina ciudad de Einbeck en el sur de
Hannover. Gracias a la recomendacién de Cramer encontré
alli sitio como ayudante en la farmacia del pueblo. Resol-
vié no hacer otra cosa que no fuese despachar drogas, y
aun esto de muy mala gana. El mundo lo habia tratado
mal. Pero pronto se interesé por la sosa, la potasa cdustica,26 LA CONQUISTA DEL DOLOR
el galvanismo y de nuevo volvié a la investigacién. Trabajé
bien, mas no tardaron en surgir nuevas dificultades: nadie
queria publicar sus trabajos. “jEs una conspiracién! —se
quejaba— no sélo contra mi, sino contra todos los alemanes.
No conseguimos scr reconocidos ni aun en nuestra propia
patria.”
Y esto cra exactamente la verdad. La ciencia alemana
no habia nacido aun. Alli no habia ni grandes laboratorios,
ni grandes maestros cientificos. Los hombres de ciencia ale-
manes eran objeto de burla en su misma tierra y los hono-
res se reservaban para franceses, ingleses o suecos. Sertuer-
ner, muy disgustado, abandoné sus estudios sobre las dro-
gas y se puso a fabricar cafiones mas grandes y mejores,
explosivos mis fuertes y poderosos para arrojar contra el
odiado Napoledn, y por esto recibié grandes honores. Los
honores lo fastidiaron mas atin. Y por casualidad volvié al
estudio del opio.
Una noche desperté con fuerte dolor de muelas. “Todas
las cosas caen sobre mi”, gruiia acosado por el dolor. De
madrugada corrié a su cuarto de trabajo, pesé una pequefia
cantidad del Principium somniferum que habia traido de
Paderborn, lo mezclé con un poco de jarabe y lo tomé.
Volvié a la cama y se dijo: “si acta en mi como en los
perros debo dormirme antes de media hora”. Y actud. Se
desperté ocho horas mis tarde, sin dolor alguno.
Bien, esto establecia una cosa: los cristales eran inofen-
sivos para el hombre. Mas ahora, el antiguo fuego prendié
de nuevo en su mente y recordé las preguntas que nunca
habian obtenido respuesta: gcémo actuaba esta sustancia en
el hombre?, gcon qué rapidez producia el suefio?, zcual era
la dosis adecuada? Y, ¢cémo podria resolver estos proble-
SERTUERNER Y LA MORFINA 27
mas si ensayaba la droga en si mismo y se dormia en medio
del experimento?
Reunié tres pobres diablos del pueblo que ascguraron no
temer nada y concerté una sesién nocturna en Ia farmacia,
Cuando los muchachos Ilegaron, ya estaba alli Sertuerner,
pesando porciones de cristales, inclinado como brujo malig-
no sobre sus frascos y filtros, en la semipenumbra de una
Juz vacilante. Se detuvieron en la puerta, y todo su valor
desaparecié de golpe: —jHum! —murmuré uno—, vamo-
nos, no me gusta esto.
Pero Sertuerner les cerré el paso: —Entren, sefiores, en-
tren. Todo esta preparado, tendremos momentos de emo-
cién.
—Espere, Herr Sertuerner, hemos pensado que...
—Tonterias, amigos. No hay nada que temer. Yo tam-
bién tomaré estos magicos cristales. (gPor qué no? —pen-
sé—. Después de todo, yo puedo soportar mayor dosis que
estos muchachos y estaré despierto cuando ellos estén ya
bajo los efectos de la droga.)
Les explicé cuidadosamente: —Le doy a cada uno un po-
quito de este polvo. Lo echo en alcohol. ¢Ven?, se disuclve.
Ahora un poco de agua para que no nos queme el estémago.
Les garantizo, mis jévenes ayudantes, que es perfectamente
inofensivo. Solamente medio grano cada uno. Y yo tomo la
misma dosis que ustedes.
Los cuatro experimentadores, solemnes como saccrdotes,
tomaron su pocién.
—Ahora —dijo Sertuerner—, hagan el favor de decirme
si notan algo extrafio. Quizds... gse sienten algo marea-
dos? ¢Usted, Otto? 7
Otto dejé escapar una risita forzada: —Herr Sertucrner,28 LA CONQUISTA DEL DOLOR
me encuentro raro. Siento que me arde la cara, pero me
gusta, me encuentro bien, muy bien.
Sertuerner se inclind mientras garrapateaba una nota. Vi-
gilaba cémo, en los tres, la cara enrojecia, Ia respiracién se
aceleraba, la cuforia crecia. Media hora después de la pri-
mera dosis, repiticron con otro medio grano.
De repente, Otto dejd de sentirse feliz. Su cara se volvid
pilida, sudorosa. Los otros chicos, Karl y Hermann, se que-
jaban de dolor de cabeza y de creciente torpeza. El propio
Sertuerner se notaba un poco mareado, pero asentia con la
cabeza, sonriendo, para indicar que todo esto era perfecta-
mente natural, y los muchachos a su vez trataron de sonreir.
“Su aspecto —pensd— es bastante cémico.” Quince minu-
tos mas tarde tomaron la tercera dosis, otro medio grano.
Y comenzaron a ocurrir cosas.
Otto cayé al suelo de bruces y comenzé a roncar. Karl
intenté levantarse, mas se desplomé de nuevo en Ia silla y
dejé caer 1a cabeza sobre Ja mesa con un sonoro golpe. In-
mediatamente se quedé dormido. Hermann decidié que
aquél no era lugar para él y se dirigié a la puerta, pero a la
mitad del camino se senté esttipidamente en el suelo y se
extendié cuan largo era.
—jNotable! —murmuré Sertuerner—. De repente se
cacn, se golpean Ia cabeza y no dicen nada.
Cerré el puiio y se did en Ia cabeza levemente, después
con fuerza. ;Apenas lo sintid!
Procurando mantener los ojos abiertos el tiempo suficien-
te para tomar las tltimas notas, sonrié satisfecho al ver la
plena confirmacién de anteriores experiencias. Se fué a su
lecho, se tendié sobre él y quedé sumido en agradable sue-
fio con nubes y musica suavisima.
SERTUERNER Y LA MORFINA 29
Mas tarde —minutos, horas, no podria decirlo—, recobré
conciencia y al recorrer la habitacin con la mirada vid
confusamente que los tres muchachos todavia seguian dur-
miendo. Se quiso levantar: —j;Dios mio! ;Mi cabeza!
Entonces algo atravesé su entorpecido cerebro y le dijo
que el suefio de los muchachos no era normal: la respiracién
caracteristica, la piel casi verde. La ultima dosis debié ser
excesiva. Rapidamente se desperté del todo: acaso estuvie-
ran envenenados, ;podrian morir!
—Tengo que hacer algo —murmuré—; un Acido... un
emético.
Arrastrandose vacilante fué hasta el depésito de drogas
y volvié trayendo una botella de vinagre fuerte. Obligé a
Karl a abrir bien Ia boca y le vertié en la garganta el nau-
seabundo liquido. Hizo lo mismo con Otto, que protesté
débilmente, con Hermann y por ultimo consigo mismo.
Cuando terminé, miré alrededor. Karl habia ya desper-
tado y de rodillas, apoyadas las manos en el suclo, vomitaba.
A medida que el vinagre surtia efecto fueron despertan-
do los otros, débiles y con nduseas, para al fin dirigirse tris-
tes y con paso vacilante hacia sus casas.
Otto estaba demasiado enfermo para irse. Horrorizado,
Sertuerner le hizo tomar carbonato magnésico y lo acom-
pafié a su casa. La madre de Otto los esperaba en la puerta y
escuché las disculpas y confusas explicaciones de Sertuerner.
—Alguna vez —dijo— le haré maldecir el dia en que
vino a Einbeck.
Ahora, Frederick Sertuerner estaba en condiciones de es-
cribir su gran informe. Mientras el pueblo comenzaba a
murmurar endemoniadas historias a propésito de los expe-
rimentos nocturnos en Ia botica, él, cuidadosamente, trasla-30 LA CONQUISTA DEL DOLOR
daba al papel sus observaciones y descubrimientos y descri-
bia las propicdades quimicas y medicinales de los cristales.
Incluso dié un nombre a estos cristales: recordando el
suefio que producian y pensando en Morfeo, dios del suefio,
los Ham6é morfina.
Cuando el informe estuvo terminado, buscéd un editor
—jal diablo Trommsdorff!— y por ultimo lo envid al pro-
fesor Ludwig Gilbert de Leipzig, editor de los “Annalen
der Physik”.
Nadie sino los farmacéuticos leen el periédico de Tromms-
dorff —se dijo— y los farmacéuticos no tienen sentido de
apreciacién. Pero todo el mundo lee el de Gilbert: quimi-
cos, fisicos y hasta médicos.
Tampoco Gilbert fué demasiado amable con Sertuerner.
Primero rechazé de plano la comunicacién. Después cam-
bid de idea y la publicé en su periédico, acompaiiada de una
nota desalentadora: “Publicamos el articulo de Herr Ser-
tuerner en contra de nuestras mas firmes convicciones. Es
muy poco cientifico y poco quimico. Si la tal morfina de
Sertuerner existe, nosotros los quimicos tenemos mucho que
aprender...” :
Sertuerner estuvo a punto de Horar, De nuevo Alemania
habia menospreciado a su hijo. Pero esta vez Sertuerner
habia acertado en Ia eleccién de editor. El periddico del
profesor Gilbert se leia en toda Europa y al fin el informe
acerca de la morfina Iamé la atencién del brillante Joseph
Louis Gay-Lussac, profesor de quimica en la Escuela Poli-
técnica y de fisica en la Sorbona, y ya entonces uno de los
mas grandes sabios de Francia.
Gay-Lussac era de ordinario reservado y frio, pero nun-
ca pudo eludir una causa que necesitase campeén. Le im-
SERTUERNER Y LA MORFINA aM
presiond muchisimo el descubrimiento de Sertuerner y se
escandalizé por el trato de que se le hacia objeto.
“@Que el informe contiene un cierto ntimero de errores
quimicos insignificantes? Qué importa eso? ;Mon Dieu!
¢Vamos acaso a exigir que este pobre farmacéutico sea un
compendio de todas las virtudes cientificas, antes de admi-
tir que ha pucsto a nuestro alcance un descubrimiento que
deberia ser alabado por todos los médicos?
El descubrimiento de esta base alcalina, morfina, nos
parece de la mayor importancia. Ms atin, he repetido parte
del trabajo del autor y he comprobado su exactitud.
”No tememos pronosticar que el descubrimiento de la
morfina abriré nuevo campo a la investigacién, proporcio-
nandonos datos exactos sobre los principios actives conte-
nidos en muchas plantas y animales.”
Y en sus conferencias de la Politécnica y de la Sorbona
insistié sobre este punto: “Lean lo que Monsieur Sertuerner
ha descubierto en el opio. Lean Jo de la morfina. Fijense en
fo que este investigador ha realizado sin ayuda, sin fondos,
sin preparacién, con los mas simples aparatos. jSeiiores,
Monsieur Sertuerner puede ensefiarnos a todos nosotros cé-
mo realizar experimentos!”
Gay-Lussac di
el primer paso. A las pocas semanas, los
alemanes descubrieron que su pequefio Sertuerner era fa-
moso cn Francia, y su nombre pronunciado con respeto en
las grandes escuclas de Paris. Fué recibido en la Sociedad
Alemana de Mineralogia por cl inmortal yon Goethe; Ia
Universidad de Jena le otorgé el titulo de doctor honoris
causa en filosofia; fué agasajado en Berlin, Marburgo, San
Petersburgo, Batavia, Paris, Lisboa.
—iPor fin! —se dijo—. Ahora soy famoso.32 LA CONQUISTA DEL DOLOR
Pero desgraciadamente la fama duré pocos meses. En Ale-
mania, y sobre todo en Francia, al ver la gloria que se acu-
mulaba sobre Sertuerner surgieron de sus cuevas hombreci-
Hos que gritaban: —jEsperen! Nosotros hemos descubierto
la morfina antes. Sertuerner nos ha robado.
Gritaron sus quejas cada vez mas alto y a cada ataque
el pobre Sertuerner se acoquinaba mas y mis. ¢Cémo po-
dria luchar contra toda aquella gente?
Y el segundo campeén aparecio. :
Un francés al apoyar Ia causa de un farmacéutico pari-
siense “defraudado” fué demasiado lejos. Presenté un es-
crito terrorifico en favor de su cliente, que era a Ja vez un
serio ataque a Sertuerner y terminaba su acusacién con estas
palabras: “Yo reclamo para Francia la gloria de este impor-
tante descubrimiento”.
¥ esto basté. Estas palabras Ilegaron a oidos del profesor
Gilbert de Leipzig, el mismo Gilbert que habia publicado el
trabajo de Sertuerner “en contra de nuestras mas firmes
convicgiones”.
Gilbert leyé la denuncia y la cerré de golpe sobre el pu-
pitre, “Para Francia! ;Puf! jEsos franceses bandidos tra~
tan de despojar a un aleman indefenso! Yo les demostraré
a esos salteadores, bribones, desvergonzados libelistas, asesi-
nos...”
Y escribié una defensa, que cra una obra maestra de elo-
cuente rabia, Hamandoles plagiarios, embusteros, hombres
indignos del nombre de sabios, etc. i
gAseguraban algunos haber descubierto antes la morfina?
Gilbert demostraba que era imposible. ¢Obtuvieron del opio
otros calmantes? Gilbert probaba que carecian de activi-
dad. Tales productos no eran morfina.
SERTUERNER Y LA MORFINA 33
Fué una sorprendente batalla, muy poco cientifica, en la
que se ignoraron muchos hechos mientras los combatientes
golpeaban los pupitres, gritaban insultos y pedian venganza
para el honor nacional ultrajado. Scrtuerner no tenia ni la
mas remota idea de lo que pasaba. Por ultimo Francia puso
fin a la discusién al concederle el premio Monthyon, de dos
mil francos, “por haber descubierto la naturaleza alcalina
de la morfina, abriendo con ello un camino que condujo a
grandes descubrimientos en medi
El honor y todo este dinero Ilegaron a Frederick Sertuer-
ner. Pero la batalla por Ja prioridad habia durado mucho
tiempo y el premio Ilegé demasiado tarde. Mientras tanto
en Einbeck las lenguas se habian desatado y las murmura-
ciones se convirticron en pleitos. Sertuerner no fué capaz
de soportar el ataque combinado de sus calumniadores ve-
cinos y sus envidiosos competidores. Huyé de Einbeck y se
establecié en Hamelin.
(EI viejo Pied Piper debio reirse... jhabia un hombre
a quien las ratas habian hecho entrar en Hamelin!)
Vivi6 alli durante veinte afios, se casé y cred una familia,
mientras él, amargado y desilusionado, se hizo viejo. La gente
olvidé pronto su descubrimiento. “;Morfina? —decian—.
Siempre hemos tenido morfina.”
a”.
Ahora podia dedicarse a censurar y burlarse de las in-
vestigacioncs de otros, y lanzar teorias extravagantes tal
como aquella de que el agua hervida no transmitia el cé-
lera. En las calles la gente se reia de él y le Ilamaba el loco
distinguido.
A la edad de cincuenta y siete afios comenzé a sufrir te-
rribles dolores, y él que tan brillantemente habia vencido
el dolor para los dems, se vid privado de los beneficios de34 LA CONQUISTA DEL DOLOR
su morfina: estaba tan débil que no podia ingerirla’ y ‘no
existia ain la aguja hipodérmica que le hubiera hecho pasar
i iltimos dias. aa
cance ae grandes benefactores de Ja humanidad,
el hombre que habia convertido el peligroso opio en a
fina de seguro manejo, el que habia puesto a los médicos
en camino de emplear sélo drogas puras, murié olvidado -y
sin amigos, cn 1841.
UL
Durante los afios anteriores a su muerte, Sertuerner pres-
t6 poca atencién a otro drama del opio que se ee
en el escenario de Oriente. Hacia cerca de un siglo que los
chinos y los europeos seguian una senda que inevitable:
mente los conduciria al conflicto. Primero los portugueses
y més tarde los ingleses y holandeses habian introducido
dl opio’en China. All por el aio’ 1800 el Gobierno Impe-
rial de China desperté a los horrores del opio. como habito.
“No se podré importar més opio”, declaré el Gobierno,
“y se prohibe fumarlo”. i“ weak
Pero el opio se habia convertido en un gran negocio,
y los comerciantes ingleses, sobre todo la muy are
Compaiia de las Indias Orientales, trataron de soslayar los
edictos cuando no los despreciaron por completo. El cone
trabando del opio fué perfeccionado hasta el virtuosismo.
Los oficiales chinos cerraron los ojos. Unos pocos mercade-
res chinos rchusaron participar en este trafico, pero las mis
importantes y respetables firmas cayeron en ala ia
“Después de todo —dijeron— el opio es un excelente medio
de intercambio, mucho més seguro que los délares de plata.”’
SERTUERNER Y LA MORFINA 38
*t Algunos ingleses, con unos pocos americanos, portugue-
ses y persas tranquilizaron sus conciencias haciendo notar
la-actitud de esos honorables comerciantes chinos. Otros,
pretextaron que ellos daban a los chinos simplemente lo que
éstos ‘querian.
~ Pero cualquiera que fuese Ia justificacién, los contraban-
distas mejoraban incesantemente sus actividades. Proce-
dentes de Persia, Turquia, Calcuta y otros muchos puertos
det golfo Pérsico y del océano Indico se introducian can-
tidades siempre recientes del precioso jugo de amapola,
Para burlar a los juncos guerreros, de lenta maniobra, cons-
truyeron rapidos veleros. Y ya en plena organizacin, es-
tablecicron depésitos regionales de opio en Macao, Whampoa,
cerca. de Cantén, y otros muchos puntos de enlace a lo
largo de la costa china.
Antes de 1820, la importacién casi nunca excedia de
cuatrocientas toneladas anuales. En los veinte afios siguien-
tds pasaron de tres mil; tres mil toneladas del mejor opio
que habia en el mundo. La cantidad de opio obtenido en
China era insignificante. '
Hacia 1830, sin embargo, hubo muchos sintomas de que
China,'a su manera, calmosa, ponderada y a veces desati-
nada, estaba dispuesta a intervenir. Se cruzaron memorias
Y peticiones con creciente frecuencia. Aumenté la tensién
entre el Gobierno Imperial de Pekin y el virrey chino de
Cantén, Algunos comerciantes extranjeros, demasiado os-
tentosos en su contrabando, recibieron Ia orden de abando-
nar China, Unos pocos contrabandistas chinos, sorprendi-
dos in fraganti, fueron decapitados, o si pudieron presentar
alguria justificacién de su ilicito comercio, simplemente es-
trdngulados.36 LA CONQUISTA DEL DOLOR
Entonces, las autoridades britanicas dieron el paso que al
fin. iniciaria las hostilidades. Lord Palmerston, brillante y
ciustico jefe del Foreign Office, envid a Cantén un nuevo
superintendente, el capitan Charles Elliot. Oficialmente
Elliot era el representante inglés de mas alta jerarquia en
China. Realmente su aristocratica persona, ideal para la so-
ciedad de Londres, hacia de él la peor eleccién posible para
el trabajo diplomatico en Oriente.
Lord Palmerston le ordené mantenerse severo, distante y
ocuparse sélo de sus asuntos. Sin embargo, Elliot estaba
convencido de que podria demostrar su superioridad sobre
os chinos en el juego diplomatico y traté de ser “amigo
circunstancial”, Brindé su amistad al virrey de Cantén,
quien no sélo lo consideraba inferior sino que se negd a
t ofrecié calmarse si lo trataban
contestar sus cartas. Ell
de igual a igual, con lo que se expuso a insultos que, en
efecto, recibio.
En Londres, Lord Palmerston al recibir los informes mal-
dijo a su emisario. —A ese disparatado idiota —bramé— le
dije que se mantuviese en su lugar, y por pedir favores va
a conseguir que lo echen de China. :
Sus advertencias eran acertadas, pero tardias. El capi-
tan Elliot habia recibido ya la orden de abandonar Cantén
y permanecer en Macao. i
El virrey estaba ahora convencido de que podia asestar
un golpe mortal al comercio del opio. Los chinos comer-
ciantes en opio eran apresados y cjecutados en numero cada
vez mayor. Cualquier clase de comercio, en té, especias 0
seda, era permitido un mes y prohibido al siguiente; y los
comerciantes europeos se indignaban con estas nuevas leyes.
Pero esto fué solamente el principio. Pronto Ilegaron érde-
SERTUERNER Y LA MORFINA 37
nes de Pekin: “Ordénese a todos los extranjeros que entre-
guen el opio en su poder y que firmen el compromiso de
su futura buena conducta colectiva”.
Los extranjeros se rebelaron. Con este régimen, todos se
verian obligados a entregar enormes garantias que perde-
rian por completo en cuanto uno de ellos participase en el
trafico prohibido, y ningtin comerciante blanco podia con-
fiar hasta ese punto en sus compaiicros. Trataron de aban-
donar Cantén, pero nuevas érdenes los obligaron a continuar
encerrados en la ciudad. Apelaron al capitan Elliot, repre-
sentante oficial del Gobierno de Su Majestad.
EI capitan tenia ahora la oportunidad de mostrarse hi-
bil. Sin embargo, su decisin se redujo a inclinarse gra-
ciosamente. Aconsejé a los comerciantes britanicos que
obedeciesen las érdenes. Después, como nifio castigado qui-
so vengarse y embargé todo comercio inglés en China. Esto
—pensé— hard que los chinos recobren el juicio. Los chi-
Nos no se asustaron tan facilmente. Expulsaron a todos los
ingleses de Cantén y también de Macao. Un poco mas y
expulsan a todos los extranjeros que habia en China. Por
esta vez Elliot quedé bastante impresionado de su propia
diplomacia. Ahora los acontecimientos se sucedian rdpida-
mente. Era el momento propicio para un incidente.
En Hong-Kong un grupo de marineros ingleses armé
camorra con unos chinos. Cuando terminé Ia pelea se vid
que un chino yacia muerto, y los oficiales de Hong-Kong
pidieron a la flota britanica les entregase el asesino para
enjuiciarlo. Los ingleses se negaron. Los chinos insistieron
y los ingleses se negaron de nuevo.
Los chinos ultimaron: —Entréguennos al asesino 0 vi-
yanse de China para siempre.38 LA CONQUISTA DEL DOLOR
—jIdos al diablo! —contestaron los ingleses.
*Los chinos rompieron las hostilidades.
Fué una guerra horrible, como todas las guerras, y como
es corriente cada bando peled por distinto motivo: China
fué a la guerra para terminar de una vez por todas con el
terror del opio, sin tener idea de que pudiera haber otra
cosa. Inglaterra luché por sus derechos extraterritoriales.
Sea el que fuere el crimen cometido, no importa donde, un
inglés tiene el derecho de ser juzgado por tribunals ingle-
ses. Para Inglaterra el opio no tenia mas importancia de
Ja que habia tenido el té en Boston Harbor, sesenta aiios
antes,
Sin embargo, hubo guerra. Aun cuando nadie dudaba
del final, duré tres afios. Por ultimo, el tratado de Nanking
dié a Inglaterra la ciudad de Hong-Kong, abrié cinco puer-
tos al comercio inglés y China tuvo que pagar rescate por
la ciudad de Canton. Incidentalmente el opio fué declarado
objeto de comercio legal. ;
Inglaterra gané la guerra por los derechos extraterrito-
riales, China perdié la suya del opio. Nunca més tuvo
China Ia ocasién de librarse de 1a maldita droga, introdu-
cida por los blancos; los ingleses y después los japoneses se
encargaron de ello.
IV
El tratado de Nanking fué firmado en 1842. Diez afos
més tarde el opio volvia a ocupar los titulares de los pe-
riddicos. En Inglaterra el doctor Alexander Wood habia
estado buscando un medio mejor y mas rapido de introdu-
cir la morfina en Ia corriente sanguinea. Obtuvo éxito al
SERTUERNER Y LA MORFINA 39
inventar Ja aguja hipodérmica: sin molestia ni peligro podia
inyectar bajo la picl unas gotitas de morfina en disolucién,
y sus pacientes, libres de dolores, se quedaban dormidos en
unos.segundos. ns
1,EI buen doctor. Wood obtuvo el aplauso del mundo en-
tero por su invencién; pero pagé caro su descubrimiento:
un terrible y extrafio mal sobrecogié bien pronto a su es-
posa. La sefiora Wood, gracias al descubrimiento de su
marido, fué la primera morfinémana que adquirié el habito
‘con la aguja”.
«Esto ‘era algo que los brillantes quimicos y los ingeniosos
médicos no habian previsto: la morfina era un arma de dos
filos; la vieja China hubiese podido ensefiarles esto, porque
alli se habia escrito muchos siglos antes con terrible clari-
dad: “si bien sus efectos son rapidos, debe usarse con mucho
cuidado porque mata como un cuchillo”.
«La tragica. muerte de la sefiora Wood como consecuencia
de su pasién por la morfina, debi haber sido una adverten-
cia, pero no sucedié asi. Mas aun, sin ninguna raz6n cien-
tifica seria, los médicos Iegaron a convencerse de que la
aguja hipodérmica era la nica proteccién contra el hambre
de morfina.
«Decian: “Si administramos la morfina por via oral, se
originan trastornos. Hay que esperar un tiempo relativa-
mente largo para que surta efecto. No sabemos nunca con
exactitud qué dosis dar, puesto que en cada paciente difiere
larcantidad que del estémago pasa a la sangre. Cuando la
damos por boca, la morfina puede despertar y
hasta dafiar al paciente.
"Ahora bien, si la damos a través de la fina agujita del
doctor Wood, jah! jesto ya es distinto! Sabemos exacta-40 LA CONQUISTA DEL DOLOR
mente cudnta hay que administrar, los resultados son mu-
cho mis rapidos y nunca produce habito.”
He aqui lo que es Ja observacién cientifica.
Algunos médicos fucron todavia mas lejos. “zAficién a
la morfina? ;Boberias! No es peor que la aficién al alcohol
o al café.”
‘Asi, ungida con la bendicién de los principales médicos,
la morfina se introdujo cn las yenas de todo paciente que
sufria el mordisco de la gota, del reumatismo o hasta dolor
de muelas. Era fa época de la guerra civil americana y los
médicos militares fueron excesivamente liberales con la mor-
fina. Si en algunos pacientes aparecia la angustia que sigue
a la supresién de esta droga, bien, los pobres muchachos ha-
bian sufrido mucho con sus heridas y un poquito de mor-
fina significaba tanto para ellos...
Al terminar la guerra hubo un buen nimero de estos
“muchachos”, ahora hombres, que continuaron poniéndose
inyecciones de morfina, mucho después de cicatrizadas sus
heridas. Para ayudarlos y por ahorrarse largos viajes, mu-
chos médicos desaprensivos no sélo recetaban morfina sino
que aconsejaban a sus clientes que dispusiesen de una aguja
hipodérmica para ponerse ellos mismos las inyecciones.
No todos los médicos permanecieron tan ciegos. Algunos
escribieron articulos en las revistas de medicina y enviaron
violentas cartas a los periédicos pidiendo la intervencién de
los legisladores. Y cuando comenzaron a ocurrir hechos
—slaros, indiscutibles, elocuentes—, la clase médica en ple-
no se unid a su peticién.
Impresionados por este furioso ataque los legisladores
prestaron atencién. “gMorfina? gOpio? gHabito? ¢Qué
quieren que hagamos?”
SERTUERNER Y LA MORFINA al
Los médicos se lo dijeron: “Promulguen leyes. Decomi-
sen Ja morfina y el opio en los puertos. No dejen que sea
administrada si no es por médicos y procuren que éstos la
usen sdlo en los pacientes que en realidad Ja necesiten”.
Los médicos hicieron conocer un poco tarde sus deseos.
Diez afios antes hubiesen podido obtener esas leyes, pero
ahora los fegisladores escuchaban otras demandas mis per-
suasivas. Los fabricantes de especificos acababan de descu-
brir que la gente queria morfina.
Estas empresas se encargaron de facilitar las cosas al pu-
blico. Llenaron periddicos y revistas con seductores anun-
cios. Cubrieron las paredes de los edificios y las empaliza-
das del campo con afirmaciones engafiosas de “suprime-
dolores”, “pociones para la tos
’, “‘medicamentos para la mu-
jer”, “curas para la consuncién”. La mayor parte cargados
de opiaceos. Proporcionaban remedios contra el catarro,
males femeninos, cancer, reumatismo, neuralgia, diarrea,
célera y hasta jarabes calmantes para bebés. Sus etiquetas
no mencionaban en absoluto que la morfina era el principal
componente.
Y con un cierto numero de médicos, diplomados o no,
crearon “curas” contra las drogas, las cuales contenian
morfina o algun otro derivado del opio.
Fué un gran negocio, un negocio que daba al publico lo
que éste pedia. gPodia alguna legislatura intervenir en tan
santa empresa? Unos pocos Estados, mas sabios o mis atre-
vidos que los otros, lo hicieron; pero la mayor parte deci-
dié aplazar su intervencién.
Y sélo entonces, cuando los médicos comenzaban a saber
el dafio que la morfina y otros productos del opio podian
causar, sdlo cuando el conocimiento del opio empezaba a42 LA CONQUISTA DEL DOLOR
tener sentido, se did otro paso tragico. Y esta vez fueron
los mismos médicos quienes cometieron el error: é
.En-1898-el profesor Heinrich Dreser, de la Bayer, comu-
nicé al congreso’ de Naturalistas y Médicos Alemanes que
habia‘ creado’ en su Iaboratorio un nuevo producto seme-
jante a la morfina. :
Un nuevo derivado de la morfina? Habia montones de
ellos. El’auditorio se aburria. F
—Mas atin —dijo el profesor Dreser—, esta droga pucde
suprimir el dolor tan perfectamente como la morfina.
-—¢Tan perfectamente como la morfina? —repitié el
congreso—. ¢Y eso es todo? Ya tenemos la morfina, que es
lo suficientemente buena.
1—Todavia mas —continuéd el profesor Dreser—; mi
droga no produce habito— Aqui el congreso se sobresal-
t6.:—La ‘he usado para curar morfinémanos. Suprime el
dolor, ‘produce suefio y es absolutamente inofensiva. +
‘La asamblea prorrumpié ahora en aclamaciones: —j Esto
$i que’es un descubrimiento! He aqui un producto quimico
que podemos emplear en nuestros enfermos para librarlos
del dolor y hasta para curarles el habito de la morfina. He
aqui una droga que no forma hébito.
—2¥ cémo se Hama, qué es este nuevo milagro? —pre-
guntaron. ° oa
«»—Bien —explicd el profesor—, quimicamente hablando
deberia Ilamarse diacetilmorfina. Pero este nombre es de-
miasiado complicado para el Jenguaje moderno. Para abre-
viar he llamado a esta beroica droga, heroina.
-¥ asi nacié la heroina.
» Probablemente, ningin medicamento fué recibido con el
entusiasmo de la heroina.. Todo se combiné para ‘que inme-
SERTUERNER ‘YY LA MORFINA 43
diatamente se encontrase en cl botiquin de urgencia de‘ to-
dos los médicos: las constantes- Ilamadas para suprimir-el
dolor y hacer dormir, y el temor al habito que podia’sur-
gir con el uso de la morfina.
A. todos les gustaba la heroina. -Y en‘reatidad producia
el efecto que: Dreser decia.‘ “Realmente Dreser merece...
pensemos qué premio le demostraria ‘nuestro agradeci-
miento...”
Desgraciadamente, nadie‘ atendié a un tal Strube que’ en
la Clinica Médica dela Universidad de Berlin hizo notar
que también la heroina podia formar-habito. Pero’ gquién
era él? Solamente un investigador sin experiencia clinica,
sin’ criterio y en verdad sin: juicio} podia dar tales quejas
sin presentar pruebas.
.oPasaron cuatro afios y'la heroina era mejdr de lo que se
habia sofiado y a Dreser se le ‘consideraba como un -héroe
de la ciencia, Entonces un joven estudiante de medicina,
Jean Jarrige, volvié sobre esto-en ‘su tesis doctoral: presen-
tada a la Universidad de Paris y:-titulada Heroinomania, en
la cual se referia a unos pocos, entre los pacientes vistos por
él —hombres y mujeres—, habituados a la heroina, habito
mis infernal atin que el de la morfina.
Pero gquién era el doctor Jarrige? Nadie habia oido
hablar de él.
Tampoco habia nadie oido hablar del doctor G. F. Pettey,
ni visto su enigmitica advertencia en el “Alabama Medical
Journal”. Nadie habia oido a una docena de hombres que
en esos afios hablaron contra Ia heroina.
Pero de repente, todo el asombroso asunto exploté. Mon-
tagnini cn Italia censuré Ja heroina. En Francia, Sollier pu-
blicé una informacién definitiva. Llovieron los informesa4 LA CONQUISTA DEL DOLOR
en Inglaterra, Alemania, Rusia, en todo el mundo: Ia he-
roina, al fin, quedaba desenmascarada.
Ahora la intervencién de los legisladores no podia retra-
sarse mas. En Norteamérica se promulgé en 1906 el acta
sobre: Alimentos Puros y Drogas. En 1914 la ley Harrison
sobre narcéticos. Las leyes son duras; su cumplimiento, for-
zoso e inapelable. Hoy dia casi constituyen un impedimen-
to para los experimentos encaminados a encontrar un agente
mejor que la morfina; pero también protegen a los pacien-
tes contra cualquier producto mis peligroso.
La historia de la heroina ensefié a los hombres de ciencia
y a los médicos una dura leccién: zera la heroina més se-
gura que la morfina? Los informes oficiales son definiti-
vos: “Segiin toda evidencia la toxicidad de la heroina es ma-
yor que la de la morfina. Como droga creadora de habito,
supera probablemente a cualquier agente hasta ahora cono-
cido...”
De aqui surgié la regla numero uno para los investiga-
dores de drogas y también para los médicos: “Nunca se
administraré a un paciente, droga alguna que sea mas peli-
grosa que la enfermedad que padece”.
Carituto II
LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES
Pelletier y la quinina
En 1621 el rey Felipe IV hered6 el alto y espectacular tro-
no de Espaiia sélo para descubrir que su reino estaba apo-
lillado.
Portugal casi se habia perdido, Italia desdefaba las dis-
posiciones espafiolas y los Paises Bajos pedian la libertad.
En el interior todo era corrupcién y desorden. Fuera del
pais, el comercio se inclinaba ante la juvenil impertinencia
de franceses, ingleses y holandeses.
Sin embargo, una posesién espafiola estaba todavia intac-
ta —el mayor imperio colonial que el mundo ha visto ja-
mas—, un imperio que comprendia desde la punta de Sud-
américa hasta el golfo de Méjico. En 1628 el rey Felipe
puso el control de este vasto territorio en manos de un
hombre, don Luis Jeronimo Fernandez Cabrera Bobadilla
y Mendoza, alcalde hereditario de Segovia, conde de Chin-
chén y seftor de dieciocho aldeas en el reino de Toledo. Ra-
pidamente, el nuevo virrey se cas6 y se hizo a la vela rumbo
a las Américas, y finalmente Ja pareja hizo su solemne en-
trada en Lima, capital del Pera y centro del poderio espa-
fiol en el Nuevo Mundo.
(45)46 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES
Afios més tarde, una noche, el conde sefialé a través de la
mesa: —jMira! ahi en tu mujicca, un insecto —dijo a su
esposa.
Ella lo ahuyenté:; —Es un simple mosquito.
Era sélo un mosquito, pero dos dias antes habia “almor-
zado” con la sangre de un.indio muerto de malaria y ahora
“cenaba” con Ia de la condesa, dejindole en pago miles de
mortiferos .gérmenes de, malaria.: 4: .
‘Una semana mis tarde la condesa dlesperté antes del ama-
rité—, jtengo calor... estoy
necer. —jTracdme agua!
ardiendo... agua!
~ Pronto- desaparecié la: fiebre pata dar‘lugar a un escalo-
frig. tan violento que cl grande-y -pesado lecho ide coset
temblaba. a
“BI viejo! médicb de!cabecera, don Juansde Vega, fué Ma-
rhado-a toda prisa:,—Malaria —afirmé—;- ft sintomas: son
inconfundibles. a :
4: Transcurrierom seis dias. de fiebre y la condesa se debilii
taba con rapidez. Su debilidad: aumentaba. - Las-crisis dia
rias. de -fiebrey éscalofrios eran cada‘ vez mas fuertes*y a
mayort'parte del tiempo delitaba. La noticia de su ‘enfer/
miedad’se extendid:por todo:el pais; muchedumbres de na-
tiyos se’ reunian’eh el ipatio del palacio esperando noticias,
en todas las iglesias s¢ encendian velas y se hacian rogativas
por-su réstablecimiento,s 0 ti
Un dia entré corriendo en el palacio un muchacho indio,
cabierto-de'sudor y:de: mugre; que traia un paquete: desde
ur Jojano pueblo def! norte- El paquete contenia unos pocos
pedazos de una extrafia corteza gtis-rharrén y una‘carta a
magistradé espaiiol. de Loja
“Alteza —rezaba Ja carta—, humilde y respetuosamente
PELLETIER Y LA QUININA av
as envio por mi criado, algunos trozos de corteza del arbol
quinaquina que crece en este distrito. Se la pucde hacer
gustosa al paladar mezclandola, una vez pulverizada, con
vino fuerte. Y si Dios quiere, esto curard a vuestra condesa
de la mortal enfermedad que padece. Afios atras me libré a
mi.de una fiebre como ésa.”
El conde Ilamé inmediatamente a de Vega.
+ Qué opina usted de esto?
L-Bien, Alteza, no estoy seguro. Esta corteza de quinai
quina es desconocida para mi. En Espafia no la vi nunca.
Los libros que yo estudié ni siquiera la nombran. $i tuviera
tiempo, acaso podria determinar ... ,
rPero jno hay tiempo! —interrumpié el conde—...'To-
davia esta mafiana me habéis dicho que la condesa podia
imorir antes del anochecer. ;Os ordeno que le adminiseréis
esta corteza! ; Yo asumo la responsabilidad! 1
Asi, Ia corteza del misterioso arbol quinaquina fué pre~
parada.en vino, segtin la rudimentaria prescripcién del ma-
gistrado, y la condesa tomé la primera dosis, que fué repes
tida:a las pocas horas. aon
Al segundo dia el médico y el conde comprendieron que
estaba eh presencia de un milagro. Las crisis de fiebre y
escalofrios .se espaciaron y cada vez eran menos intensas.
La condesa mejoraba a vista de ojos. 7 -
1
ri'Al cabo de muchos dias y de muchas dosis, de Vega de-
claré que el milagro era completo. La condesa estab-
fada. ,. sees e
Pero la encantadora condesa rehusé continuar en el Perd
por mas tiempo: —El médico insiste en que debo volver a
Espaiia, —decia a su esposo—; dice que mi salud. es ‘derma=
do fragil para soportar estos’ peligrosos miasmas. Y creeLOS ASOMBROSOS ALCALOIDES
que al volver a Espafia debo Ilevar esa corteza para curar ha
malaria en Sevilla, Madrid y en nuestras posesiones del Tajo
y del Tajufia... ‘ EL :
Abandoné Lima, pero a los pocos dias de viaje recayds
esta vez la droga no pudo salvarla. Murié y fué enterrada
cerca de Cartagena, en Colombia. Mas los paquetes de cor-
teza continuaron viaje a Espafia. ol
Hace trescientos afios la condesa de Chinchén envid a
Espafia un precioso legado; uno de los mas grandes ie
que Ia naturaleza otorgé a la humanidad: una cura para la
malaria. Era la primer cura especifica de cualquier clase
que se conocié.
Cuando el mundo entero era impotente contra la iraele
ria, Espafia vid en esta nueva y milagrosa droga no sdlo un
in un fabuloso negocio. El
adelanto en medicina sino taml ne
primer cargamento que lego del Pert se vendié a mayor
io que si fuese oro.
Pre Por qué —se preguntaron los espafioles— hemos de
buscar y extraer oro cuando esta maravillosa corteza crece
tan abundance en los bosques?” Y la corteza empezé a ser
ji le comercio. :
ae en Sevilla, que tenia el monopolio de las im-
portaciones del Nuevo Mundo, y se extendié como fuego
por Espaiia, Italia, Francia, los Paises Bajos e Inglaterra. La
corteza salvé al joven Luis XIV de Francia, a los oficiales
del Papa en Roma, 2 los nobles en Londres. Era eats
a pobres y ricos por los Padres Jesuitas; y de aqui nacié el
conflicto.
Mientras la corteza pulverizada se Ilamé “corteza perua-
na” o “polvos de la condesa” todo fué bien, pero cuando los
Jesuitas empezaron a repartir la droga se la Mamé familiar-
PELLETIER Y LA QUININA 49
mente “polvos de los Jesuitas”, y con esta denominacién
su difusién quedé limitada.
En aquel entonces la gente era suspicaz, tan suspicaz que
de hecho los buenos protestantes se negaban rotundamente
a tomar los “polvos de los Jesuitas” y preferian dejarse mo-
rir de malaria. “Estos polvos de los Jesuitas son peligrosos
—murmuraban—, forman parte del diabélico complot del
Papa para eliminar del mundo a los no catélicos.”
Los médicos, naturalmente, se reian de tales supersticio-
nes sin base, pero tenian que solucionar su propio problema:
“Es realmente prudente —cavilaban— sustituir por esta
droga nueva, y desconocida, remedios ensayados ha tiempo
y bien comunes tales como el ¢caldo de vibora>, ¢los ojos
de cangrejo> o ?”
Ademis, “esta corteza no debe ser muy eficaz. Después
de todo, el gran libro de Galeno contiene la lista de las bue-
nas drogas y alli no figura la corteza peruana”.
Realmente, era cierto que no estaba anotada por el omnis-
ciente Galeno, que escribié su libro catorce siglos antes de
que la corteza Ilegase a Europa. Y asi miles y miles de mé-
dicos, ignorando esta ligera discrepancia de 1400 aiios, es-
taban tan contentos al consentir que la yerta mano de Ga-
leno surgiese del sepulcro y estrangulase los progresos de la
medicina. “El temor popular de ser considerado “jesuita hasta
la muerte” no fué ni la mitad de grave que este torpe modo
de pensar de los médicos. Por primera vez desde el afio 300,
los médicos europeos se vieron obligados a resolver si de-
bian creer las cosas que les habian ensefiado o las que veian.
Unos cuantos trozos de corteza peruana produjeron una
crisis en 1a medicina.50 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES
Un afio después de la muerte de la condesa de Chinchén
en Sudamérica, nacia en Cambridge, Inglaterra, Robert Tal-
bor. Durante algun tiempo figuré como estudiante de me-
dicina en el St. John’s College, pero nunca consiguid aprobar
un curso. A los veintitin aiios se colocé como aprendiz en
una farmacia de ese condado y por los médicos de alli se en-
terd de la controversia acerca de Ia corteza. Desaparccié de
Cambridge para reaparecer como médico maduro (sin
aprendizaje que lo justificara) en Essex y mas tarde en Lon-
dres. Escribié un libro sobre el arte de curar la malaria,
libro rico en afirmaciones pero pobre en hechos.
Nada en la historia de los primeros afios de Robert Talbor
advertia al mundo que este hombre debiera ser vigilado.
Era un charlatan, pero en Londres habia cientos como él.
De repente el Colegio Médico despertd para descubrir
una verdadera catastrofe. Talbor se habia introducido fur-
tivamente en la socicdad clegante y en los circulos reales.
Curé de fa fiebre a la hija de la noble Lady Mordaunt y hasta
curé de la malaria al rey. Esto era ya bastante ultraje, pero
no paré ahi: Talbor consiguié ser nombrado caballero y
médico oficial de Su Real Majestad Carlos II de Inglaterra.
El Colegio Médico estallé: “Este nombramiento es un
error. El rey ha sido engaiado por los falsos amigos. Debe-
mos tomar por nuestra cuenta a este bribén de Talbor y
eliminarlo inmediatamente.”
Pero “este bribén” no era tonto. Habia utilizado a sus
amigos de la corte para que le consiguieran el nombramiento
y ahora los utilizaba de nuevo. Cuando los dignos delega-
dos solicitaron audiencia fueron despedidos sin contempla-
ciones. “En efecto —se les notifico—: Sir Robert Talbor
fué nombrado por el rey y el rey lo retendré a su lado.”
PELLETIER Y LA QUININA st
Sostenido por un titulo, una posicién en la corte y el
favor del rey, Talbor estaba ahora en condiciones de hacer
negocios y procedié a la preparacién de un maravilloso re-
medio secreto contra las fiebres. Era eficaz, bien anuncia-
do, apoyado con testimonios adecuados y no demasiado
caro. Se vendié en cantidades enormes.
“Mi medicamento es un sustituto seguro y digno de la
corteza peruana. La corteza conocida con el nombre de
«polvos de los jesuitas» puede ser una bucna medicina si se
la utiliza de modo apropiado, pero produce efectos peligro-
sos cuando la administran manos inexpertas. Por otra parte,
mi remedio es siempre seguro. Es infinitamente mejor que
la corteza peruana.”
éMejor que la corteza peruana? Era dificil, pucsto que la
preparacion de Talbor era corteza peruana; pero, natural-
mente, esto sdlo Talbor lo sabia.
Después de monopolizar durante siete afios la curacién
de las fiebres en Inglaterra, Talbor buscé nuevas tierras que
conquistar y se fué a Paris donde el Delfin yacia victima
de Ia malaria. Los médicos de la corte lo habian ensayado
todo —todo menos Ia corteza peruana, naturalmente— sin
éxito. Ante Ia desesperacién de los médicos franceses, el
gallardo inglés hizo su aparicién, curé al noble enfermo y
se convirtié en el héroe nacional de Francia.
Fl rey Luis XIV, padre del Delfin, era agradecido: —Os
damos nuestra reales gracias —dijo a Talbor— y nos halla-
réis_generosos; gcudnto se os debe pagar por vuestro ser-
vicio?
Talbor se incliné graciosamente: —Es un privilegio, Ma-
jestad, servir al glorioso rey de Francia, Vuestra gratitud es
ml mejor recompensa,52 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES
—jAh! ;Bien dicho! —afirmé Luis XIV—, mas dignaos
informarnos, Hemos oido que nuestro hijo fué salvado por
un remedio secreto; gen qué consiste esta magica cura?
—Es una simple mezcla que yo he preparado, Majestad.
EI rey fruncié las cejas: —gConocen los médicos france-
ses sus Componentes?
—No, Majestad.
—jQué listima! gPodéis divulgar el secreto, Monsieur?
Talbor respiré fuerte: —Lamento muchisimo que...
—jAh-h-h! —dijo el rey— entendemos perfectamente.
jMuy bien! Es nuestro real deseo otorgaros el titulo de ca-
ballero de Francia, con pensidn vitalicia y dos mil luises de
oro. Y ahora, Monsieur, gel remedio?
Talbor sonrié: —Iba a decir a vuestra Majestad que la-
mento muchisimo no tener aqui una descripcién completa
del remedio; si la tuviera estaria en vuestro poder antes de
una hora.
Para Talbor fué un buen negocio, sobre todo porque el
rey acordé no publicar la férmula hasta después de la muer-
te de aquél. Pero a Luis su falta de memoria le costé muy
cara. Si hubiera recordado, él mismo habia sido curado de
malaria hacia cuarenta anos y la medicina habia sido tam-
bién en este caso jcorteza peruana!
Un aiio mds tarde Talbor fallecié en Inglaterra, a la
edad de treinta y nueve afios ¢ inmediatamente el rey Luis
imprimié la receta. Y se divulgé el secreto. El magico re-
medio consistia en: seis dracmas de hojas de rosa en infusion
durante cuatro horas en seis onzas de agua, dos onzas de
jugo de limén y una fuerte infusién de corteza peruana. La
receta contenia también excelentes y detalladas instruccio-
nes para su uso.
PELLETIER Y LA QUININA 53
Un vistazo a esta formula hizo que los médicos franceses
se sintieran muy avergonzados. Era demasiado claro que
las hojas de rosa y el zumo de limén no tenian més objeto
que despistar; la corteza, que ellos habian combatido tanto
tiempo, era realmente lo Unico eficaz, A los pocos afios los
médicos franceses y mas tarde los it gleses y los de toda
Europa olvidaron las peleas y disputas ¢ incluyeron la cor-
teza peruana en sus listas de remedios admitidos.
Un charlatin aprovechado aplasté catorce siglos de rigido
oscurantismo.
Il
En el medio siglo que
uid a la muerte de Talbor y la
divulgacion de su secreto, Ia historia de la corteza peruana
siguid su curso. Unos pocos obstinados que se oponian a su
uso fueron finalmente ignorados. En honor a la condesa de
Chinchén los botinicos cambiaron el nombre de Ia corteza
y la Mamaron chinchona.
A mediados del siglo xvi unos cuantos investigadores
diseminados por los laboratorios curopeos comenzaron a es-
tudiar la chinchona. Unos eran hombres de ciencia que de-
seaban conocer el contenido de la corteza; otros eran clinicos
que buscaban un medio de distinguir la chinchona pura, de
los productos adulterados. Hy
Surgid primero una avalancha de falsas afirmaciones —-de
Suecia, Francia, Alemania, Portugal, Rusia y Escocia—, in-
formes de que en la chinchona se habian encontrado sustan-
cias quimicas puras que curaban Ia malaria.
En Paris, un tal Armand Seguin —especulador en la gue-
tra, adulterador de drogas y antiguo pensionista de la Bas-s4 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES
tilla— anuncié un notable (y completamente falso) descu-
brimiento: la buena corteza de chinchona era muy rica en
gelatina y “esta gelatina —afirmé— es el principio activo
de la corteza y lo que cura la malaria”. Pero la gelatina
no cura la malaria. Asi lo reconocié al fin el propio Seguin,
felices médicos que siguiendo su
y asi lo reconocieron los
recomendacién administraron a sus enfermos de malaria, pro-
ductos de la gelatina, tales como Ja cola purificada.
Después aparecié el popular Antoine Frangois Fourcroy,
el profesor francés que, o superaba a sus competidores o los
enviaba a la guillotina. Después de una larga serie de mani-
pulaciones quimicas, obtuvo una masa rojo oscura sin olor
¢ insipida que Hamé “rojo de chinchona”. En contra de sus
afirmaciones no actuaba contra la malaria. Sin embargo,
Fourcroy estuvo a punto de obtener un gran triunfo, pero
se retiré demasiado pronto. “Estas investigaciones —con-
cluyé— conducirin sin duda al descubrimiento de Ja sus-
tancia antimalaria.”
Y acerté por completo: unos pocos dias mas de trabajo
y acaso él mismo hubiera hecho un magnifico descubri-
miento.
Una tarde, en Paris, en un laboratorio de farmacia se
encontraron dos jévenes quimicos y comenzaron a charlar
de asuntos cientificos. Uno era Pierre Joseph Pelletier, de
veintinueve aiios, hijo de un farmacéutico, y ya profesor
de la Escuela Superior de Farmacia. El otro era Joseph
Bienaimé Caventou, de veinticuatro aiios, brillante e impul-
sivo estudiante de farmacologia.
Se habian conocido en el afio 1817, cuando Sertuerner
publicé su gran informe acerca de la morfina. Lo leyeron
con gran interés, devorando sus palabras.
PELLETIER Y LA QUININA 55
——Es admirable el método de este hombre —dijo Pelle-
tier—, tan sencillo y sin embargo tan fecundo. Si él encon-
tré la morfina en cl opio, quiz’ nosotros podamos encon-
trar otros principios quimicos activos en otras plantas.
Empezaron con la ipecacuana, un nuevo producto impor-
tado de Sudamérica como emético y curativo de disenteria
y diarrea; aislaron una sustancia quimica pura que Ilamaron
emetina, Continuaron sus trabajos con la venenosa planta
Hamada strychnos y obtuvicron una sustancia quimica ca-
paz de producir una muerte horrible, precedida de espas-
mos, convulsiones, espuma cn los labios y muccas espan-
tosas (la “mucca sardénica” MHamada asi de Cerdeia, lugar
de origen de la planta). Pelleticr y Caventou quisieron Ila-
mar a esta sustancia “vauqueline” cn honor de su amigo
Monsieur Vauquelin, pero amigos comunes los disuadieron:
—Monsieur Vauquelin —les dijeron— podria no conside-
rar como un honor que diesen su nombre a una sustancia
tan mortifera,
Por fin, la nueva sustancia recibid el nombre de estricnina.
Los ensayos de laboratorio demostraron que la emetina
y la estricnina tenian una composicién anéloga a la de la
morfina. Todas ellas actuaban como Alcalis, reaccionaban
como Alcalis, pero no tenian Ja formula de un Alcali.
—He aqui un nuevo grupo de sustancias quimicas —pro-
clamé el quimico Meissner en Alemania—; todas ellas son
productos vegctales, sustancias organicas que se parecen mu-
cho a los Alcalis. Podrian Iamarse alcaloides,
Pronto Pelletier y Caventou descubrieron otro de esos al-
caloides, la brucina, en Ja corteza de la falsa angostura. Si-
multéncamente con Meissner aislaron la veratrina de las
semillas de cebadilla. Otros investigadores encontraron la56 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES
piperina en la pimienta y la delfinina en las plantas del gé-
nero del phinium.
Ahora bien, por encima de todo, Pelletier era un francés
y farmacéutico practico: “Todos estos preciosos alcaloides son
muy interesantes, pero no son tiles gquién los comprard?
Estricnina, brucina, veratrina, no son sino curiosidades cien-
tificas, Nadie malgastaria un franco en ellas. Seria mucho
mejor que encontrasemos algo mas provechoso.””
Caventou lo puso en Ia pista. Este muchacho estaba siem-
pre haciendo preguntas, curioseandolo todo, molestando a
todo el mundo y recogiendo una asombrosa y revuclta co-
leccién de datos; aprendia y recordaba hechos y fenémenos
aislados. Parecia estar haciendo siempre cien cosas a un
tiempo y estar mientras tanto pensando en otras cien.
Colaborador de Pelletier en su investigacién, Caventou
era ademas discipulo del profesor Thénard. Un dia en el
laboratorio de este profesor, otro ayudante hizo un comen-
tario sobre la corteza de chinchona.
—Me ha ocurrido una cosa muy rara; ayer me pidio
Monsieur Thénard que le preparase un extracto de chinchona
para hacer una demostracién en clase y ahora me parece
que ese extracto esta extremadamente alcalino, porque
cuando yo...
Caventou prest atencidn, después a toda prisa se quitd
la bata de laboratorio, se enfund6 la chaqueta y el sombrero
y salié corriendo a ver a Pelletier.
—Pierre —le grité—, debemos estudiar la chinchona.
Pelletier se puso un poco rigido: después de todo, era a él,
por su edad, a quien correspondia indicar lo que debia
estudiarse. —Y gpor qué —pregunté friamente— debemos
estudiar la chinchona?
PELLETIER Y LA QUININA 37
—Porque es la mas importante de las drogas —aclaré
Caventou—, cura la malaria y la malaria mata todos los
afios, miles, acaso jmillones de personas!
—Bien, ‘pues si esa es la unica razén podemos estudiar la
consuncién, la peste o la viruela ya que también matan mi-
les de personas.
Caventou movidé la cabeza. —En efecto, eso es cierto,
pero la malaria... Mira, la chinchona cura la malaria. Esto
lo sabemos y podemos partir de aqui. Ademés, en la chin-
chona hay un alcaloide.
—jCémo! —exclamé Pelletier— gqué sabes tt de un al-
caloide en la chinchona? ¢Dénde has oido eso?
—A Monsieur Labillardiére, en el laboratorio de Thénard.
Es uno de los ayudantes. Me dijo esta mafiana que habia
hecho un extracto de chinchona y que tenia reaccién al-
calina.
Pelletier hizo una mueca. —{Eso es todo? jReaccién al-
calina! Eso no quiere decir nada, tendria alguna impureza,
cal, sosa o potasa. Esto no demuestra que haya un alcaloide
en la chinchona; mas, por otro lado... jUmmm! Joseph,
amigo mio, vamos a revisar la literatura sobre la chinchona.
Sacaron a relucir libros y revistas viejas y leyeron los
detalles de experimentos realizados afios antes en Succia,
Francia, Alemania, Escocia y sobre todo por el doctor Gé-
mez en Portugal.
" Todos ellos habian encontrado sustancias quimicas en la
corteza de chinchona, sustancias extraias; pero nada que
curase la malaria ni que pareciese ser un alcaloide. Esto,
sin embargo, no era muy sorprendente puesto que en aque-
Ia época no podian haber buscado el alcaloide. Acaso algu-
no de estos experimentos podria repetirse convenientemente58 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES
modificado de acuerdo con los ultimos descubrimientos de
Sertuerner y de ellos mismos.
Pero gcual, entre todas estas investigaciones repetirian?
Las estudiaron todas nuevamente y por fin se decidicron por
el trabajo del doctor Gémez, que era el que mayor éxito
prometia. Aprendieron de memoria el procedimiento, afia-
dieron algunas innovaciones propias y se pusieron a trabajar.
Era ridiculamente sencillo. Mientras Sertuerner tuvo que
trabajar durante afios para aislar la morfina, estos dos fran-
ceses terminaron su trabajo en pocos dias. Extrajeron la
corteza gris de chinchona con alcohol, afiadicron un poco de
agua y un trocito de potasa. De la solucién clara se separd
una cierta cantidad de cristales blancos.
Disolvieron y reprecipitaron estos cristales hasta obtener-
los limpios y brillantes. Esto, pensaron los dos quimicos,
debe ser el alcaloide puro, cl principio activo de la chinchona.
Pero ;qué equivocados estaban! No obstante sus inno-
yaciones, sus modificaciones y su técnica mas depurada, los
brillantes cristales eran lo mismo que Gémez habia encon-
trado afios antes. Si ellos se hubiesen detenido alli hubieran
nicamente determinado otro constituyente de la chinchona
que no curaba la malaria.
Pero Caventou, archivo viviente de deshilvanadas infor-
maciones, salvé la situacién. —Espera —dijo—; antes de es-
cribir el informe hagamos otra cosa. Hemos obtenido estos
resultados con Ia corteza gris de chinchona, vamos a hacer lo
mismo con Ja amarilla.
—,Céimo? —replicé Pelletier—. ¢Por qué vamos a per-
der el tiempo en eso? Gris o amarilla, todas las cortezas son
iguales, son corteza de chinchona.
—No, no son iguales. Yo conozco un hombre que...
PELLETIER Y LA QUININA 59
—jBah! Tu siempre conoces un hombre que... esto 0
lo otro.
—Espera un minuto —interrumpié Caventou—; este
hombre sabe de qué habla, es un médico que escribié un li-
bro acerca de la malaria y decia... ahora, ¢qué decia?, jah!
si, decia que las cortezas de chinchona no son iguales, que por
lo menos no actian en Ia malaria del mismo modo. Dice
que la corteza amarilla cs muy buena, pero esta gris que
nosotros usamos no cura bien la malaria, ¢Ves?
—éVes? 2Qué es lo que tengo que ver?
—jPor Dios! —Caventou se rascé la cabeza fastidiado—.
iMira! te lo explicaré de nucvo lentamente: hemos encon-
trado estos cristales blancos en la corteza gris, gno es cierto?
Si.
—Bien, pero la corteza gris es pobre y la amarilla exce-
lente. Ahora bien, gcémo sabremos lo que hay en Ia corteza
amarilla? Dimelo si puedes.
—Bueno —admitié Pelletier—, no lo sabemos: ;Cémo
podriamos saberlo si no lo hemos estudiado?
—Esto —suspiré Caventou— es Jo que estoy tratando
de que entiendas.
Y asi fué cémo decidieron estudiarla. Repitieron sus ex-
periencias con una partida de corteza amarilla recién Me-
gada, de la mejor que pudieron encontrar. Hicieron los mis-
mos ensayos, afiadieron los mismos reactivos y no obtuvieron
nada: ni cristales, ni brillante precipitado blanco; sdlo una
goma amarilla, pegajosa y palida que no lograron crista-
lizar, Esta goma era tan amarga como su primer producto.
Era también soluble en acido y en alcohol; pero —he aqui
una diferencia— era soluble en éter. En realidad se tra-
taba de una nueva sustancia quimica.62 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES
“Durante largo tiempo ha sido un importante problema
encontrar un sustituto para la quinina, que poseyese los mis-
mos efectos terapéuticos, o bien reducir el precio de su pro-
duccién de tal modo que permitiese su empleo en los nume-
rosos casos en los cuales esta indicada... Por esto hacemos
un Ilamamiento... ofreciendo un premio de cuatro mil
francos para el quimico que descubra la forma de preparar
quinina sintética ...”
A los participantes se les notificd que debian entregar
sus trabajos antes del primero de enero de 1851 y enviar
por lo menos media libra de la sustancia sintética.
El premio nunca fué reclamado. No pudo ser solicitado
ni aun en 1940 cuando los dictadores europeos y nipones
comenzaron a aduefarse de las reservas naturales de qui-
nina del mundo, en Jas Indias Orientales, porque la quinina
sintética es todavia un suefio de los quimicos.
Otros alcaloides han sido creados en el tubo de ensayo.
Algunos pucden ser fabricados artificialmente a un costo
mucho mis bajo que el de las sustancias naturales obtenidas
de vegetales. Pero la quinina es todavia un misterio im-
penetrable.
Cuando Ia Sociedad Francesa de Farmacia ofrecié el pre-
mio para la quinina sintética no podia prever los resultados
que seguirian. No podia prever que un joven de dieciocho
aitos, William Henry Perkin, en Inglaterra, tratando de ob-
tener quinina sintética descubrié en su lugar y por pura
casualidad, el violeta sintético, primero de los colorantes
del alquitran.
Los farmacéuticos franceses no podian sofiar que la impo-
sibilidad de fabricar quinina sintética obligaria a los euro-
peos a tomar medidas contra el monopolio sudamericano de
PELLETIER Y LA QUININA 63
la corteza de chinchona, unica fuente de quinina en el
siglo xix.
Il
Ya en 1750 algunos europeos perspicaces se habian per-
catado de lo evidente y oneroso de este monopolio, y se in=
tenté varias veces destruirlo. Tuvicron que realizarse mu-
chos intentos y ocurrir muchos tragicos fracasos antes de
que el’ mundo Ilegara a darse cuenta del problema de Ia
chinchona.
Primero fueron cuatro franceses que Ilegaron a la ciudad
de Quito, en el Ecuador, en 1735. Los enviaba la Academia
Francesa para medir un grado de meridiano en el ecuador,
y determinar asi la circunferencia de la tierra. Antes de
comenzar las medidas, el gedgrafo Charles de la Condamine
se sintié ofendido y se separé de la expedicién. Viajé hacia
el sur a lo largo de los Andes y caminé penosamente a través
de los frondosos bosques de Loja, cuna de los Primeros ar-
boles de chinchona descubiertos por el hombre blanco. Visité
la regién en compaiiia de un espaiiol, comerciante en cor-
teza, y alli conocié el aspecto financiero de Ia industria de
la chinchona.
—Mon Dieu! —declaré a su huésped—. Esta corteza de
chinchona que usted recoge, ges tan barata? ¢Es tan bajo su
costo aqui en el Perd? No puedo creerlo, porque en Francia
un trocito cucsta muchos cientos de francos.
—Naturalmente que aqui es barata. Unicamente tene-
mos que arrancarla de los arboles, y esto es todo. ;No nos
Cuesta casi nada!
De la Condamine estuyo pensando en esto: “gPor qué no64 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES
intento transplantar a Francia estos arboles de chinchona, de
tanto valor? —se pregunté—. También en Europa podria-
mos arrancar la corteza muy facilmente.”
Con Ia ayuda de su huésped reunid docenas de semillas,
Jas planté en cajones rellenos de buena tierra y emprendié el
regreso a Paris. Atravesé las montafias, Ilegé al Amazonas
y comenzé su azaroso viaje rio abajo hacia cl Atlantico,
Semanas y semanas, él y los indios que lo acompafiaban
desafiaron los pantanos y la selva —salvando rapidos, bor-
deando cascadas, esquivando tribus hostiles y peligrosos ani-
males, navegando miles de kilémetros sin ningtin acci-
dente grave—, hasta que, al fin, Ilegaron a la desembocadura
del rio. Entonces, casi a la vista de la nave que debia trans-
portar a Francia su preciosa carga, 1a canoa en que viaja-
ban fué azotada por una enorme ola que barrié todas las
plantas.
De la Condamine tuvo la fortuna de no ahogarse, pero
solamente pensé en su perdido tesoro: —Mis pobres plan-
titas —Iloraba—, ; todas se perdieron!, las he transportado a
través de mil doscientas leguas, durante ocho largos meses
y ahora, jnada!
En el Ecuador, los otros investigadores, después de mar-
charse de la Condamine procedieron a su tarea de medir una
fraccién del ecuador. Cuando el trabajo estuvo terminado,
emprendicron el regreso por separado, Uno de ellos, el
botanico Joseph de Jussieu, decidiéd dar un vistazo al Pera
antes de abandonar Sudamérica.
Cruzé la frontera de este pais en el momento en que los
nativos luchaban contra una mortal epidemia, y, como era
también médico, ofrecié sus servicios. Cuando desaparecié
PELLETIER Y LA QUININA 6s
la epidemia, resumié sus trabajos, ‘6 ciudades, colecciond
flores, y permanecié alli... treinta afos.
—jEste pais es maravilloso —decia—; hay tantas plantas
nuevas, arboles tan notables, tal variedad de insectos! ¢Cémo
podria regresar a Paris?
Ajfio tras afio continué enriqueciendo su coleccién. Hun-
diéndose en la selva, escalando montafias heladas, chapo-
tcando en fangosos pantanos. Sus colecciones crecieron has-
ta alcanzar proporciones inauditas, y sus cuadernos estaban
repletos de minuciosas notas. Enviaba por correo breves
informes a sus colegas de la Academia Francesa prometien-
do mostrarles a su regreso, algun dia, los mas fascinadores
ejemplares del mundo.
Finalmente, después de haber consagrado la mitad de su
vida a Sudamérica, decidié que su trabajo estaba terminado
y que habia ganado el derecho a morir en el viejo lecho
familiar. Y también él, resolvié llevar a Francia chinchonas.
De la Condamine habia intentado llevar a Europa plantas
en almécigo, pero De Jussieu seleccioné semillas y las puso
en una cajita con fuerte cerradura. Vigilaba constante-
mente la caja como si contuviera diamantes y rubies. Y tan-
ta precaucién fué su ruina,
En Buenos Aires, donde esperaba la nave que lo devol-
veria a Francia, un criado vid cémo guardaba la cajita.
‘Tan excesivo era su cuidado que se convencid de que el
francés habia guardado un fabuloso tesoro, y una noche
robé la caja. Al encontrar que “el arca del tesoro” con-
ia s6lo semillas sin valor alguno, las arrojé disgustado.
Cuando De Jussieu descubri
cor, Su tesoro mas preciado jse habia perdido! Las autori-
dades busearon al culpable, pero habia desaparecido.
te
su pérdida creyd enloque-66 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES
EI pobre francés se embarcé rumbo a Francia. Sus entu-
‘siastas colegas fueron a esperarlo con el anuncio de que sus
breves pero brillantes informes le habian valido un puesto
en la Academia de Ciencias. Pero De Jussieu no se impre-
siond, ni siquiera lo comprendié: estaba loco por completo
y para siempre.
La creencia de que la chinchona estaba embrujada era natu-
ralmente pura supersticién. De la Condamine y De Jussieu
habian sido, en efecto, desgraciados. Otros exploradores
no fucron mas afortunados: una expedicién jesuita Ilevd
plantas de Sudamérica a Argelia, pero las plantas muricron.
Los franceses y los holandeses lograron llevar semillas a Paris
y a Java, y también las plantas se malograron.
Los holandeses, a pesar de las crecientes restricciones con-
tra los recolectores extranjeros, intentaron de nuevo. En-
viaron al Pert a un distinguido botanico, Justus Hasskarl.
Hasskarl tuvo dificultades: para Iegar a los bosques y
recoger las semillas tuvo que adoptar un nombre supuesto,
simular viajes por los Andes, sobornar a los oficiales y con-
vencer a los nativos de que recogieran semillas para él; man-
tuvo reuniones sceretas cerca de Ja frontera boliviana, donde
semillas y bolsas de oro cambiaron de mano.
Al cabo de dos afios, Hasskarl regresé a las Indias Holan-
desas, Traia cientos de plantas, miles de semillas. Las plan-
tas no soportaron el viaje, pero jtodavia quedaban las
semillas!
EI gobierno holandés quedé profundamente agradecido al
valiente explorador. Lo nombré jefe de las nuevas planta-
ciones de chinchona en Java; Caballero del Leén de los Paises
Bajos y Comandante de la Orden de la Corona de Roble.
Pero ghubo un dramatico error o fué de nuevo sortilegio?
PELLETIER Y LA QUININA 7
Las semillas germinaron y se convirtieron en florecientes
arbustos, que formaron vastas plantaciones. Sélo entonces
se descubrié el error: las semillas eran de la variedad no
aprovechable de chinchona; jla corteza de estos Arboles no
contenia quinina!
Finalmente en Sudamérica se tuvo noticia oficial de estas
incursiones en su monopolio. “Dios nos ha dado grandes
bosque de chinchona —dijeron— y no permitiremos que
sean saqueados. Nuestra més preciosa posesién no nos sera
arrebatada.”
. Promulgaron severas leyes regulando la exportacién de
corteza de los bosques peruanos (los cuales ya habian sido
considerablemente mermados) y de los bosques recientemen-
te descubiertos en Bolivia, Ecuador y Colombia. Ademéas,
el pueblo juré que ningun extranjero le arrebataria su prin-
cipal medio de vida. “La corteza seca puede ser exportada
—dijeron— pero no plantas ni semillas, jnada que pueda
dar origen a una industria rival fuera de Sudamérica!”
Los paises sudamericanos intentaron obtener el mayor
beneficio posible del monopolio que Dios les habia otorgado.
Ahora jpor fin podian hacer restallar el latigo!
Asi, millones de victimas de la malaria clamaban por la
chinchona y la quinina, y el precio subia constantemente ...
Iv
En una oficina gubernamental, en Londres, un joven em-
pleado estaba sentado, leyendo la correspondencia oficial
acerca de la chinchona. Se llamaba Clements Markham, de
veinticuatro afios y era hijo de un distinguido clérigo, pero
él no tenia nada de clerical. Habia servido durante cuatro68 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES
aiios en la armada inglesa; visitado Sudamérica, Méjico, Ca-
lifornia y las islas Sandwich; también habia participado
en la infortunada busqueda de Sir John Franklin, desapa-
recido en el Artico buscando el paso del Noroeste. Habia
viajado a través del Perti y estudiado la historia de los
desaparecidos incas.
Seis horribles meses estuvo empleado en otra oficina del
gobierno, donde malgastaba su abundante energia copiando
al detalle polvorientos legajos.
Un mes antes de cumplir los veinticuatro aiios, se le relevd
de su diaria rutina y fué trasladado a otro negociado.,
Su tarea consistia, ahora, en ayudar a coordi
macién entre el gobierno inglés y la gran Compaiia de las
Indias Orientales. Y alli, enterrada entre los secos informes
oficiales, encontré la historia intima de la chinchona.
En el Pert: habia visto los bosques de chinchona y ahora
descubria lo valiosos que eran. Aprendié que Ia quinina
podia curar la fiebre mortal que afligia a una tercera parte
de la poblacién del mundo, matando un millén de victi-
mas por afio.
Ley los informes de los hombres de ciencia sefialando
que en la India y en Ceilan existen regiones montajiosas con
un clima muy parecido al de los Andes, y estudié las leyes
gubernamentales que restringian las exportaciones de Sud-
américa.
ar la infor-
A lo largo de cinco afios, estudié la chinchona y Sudamé-
rica. Hablé a Sir William Hooker, director de “Kew Gar-
dens”, y al competente John Elliot Howard, el principal
fabricante inglés de quinina. Se entrevisté con botanicos,
quimicos, funcionarios de la Oficina de Indias y con todos
y cada uno de los que podian tener algun conocimiento
PELLETIER Y LA QUININA 69
acerca del Peru, la India 0 los arboles de chinchona. Por
Ultimo, en 1859 sus planes estaban terminados y los expuso
ante la Comisién de Rentas de la Oficina de Indias.
Este no era, en modo alguno, el primer proyecto que para
una expedicién de chinchona habia sido expuesto ante la
comisién, pero sus miembros jamas habian visto una cosa
semejante a ésta. He aqui un joven, de poco mis de veinte
afios, que tenia la desfachatez de sugerir, no simplemente
una expedicién, sino cuatro simultaneas, todas bajo su di-
reccién, en cuatro regiones diferentes. ;Esta peticién de
fondos y apoyo oficial era absurda!
La propia audacia del informe los predispuso en su favor.
Este Clements Markham era joven, pero conocia el terreno,
los habitantes y su lenguaje, Su proyecto venia respaldado
por hombres de ciencia y fabricantes: estaban convencidos
que Ja creacién de plantaciones de chinchona en la India
era una idea realizable.
Fn un plazo sorprendentemente corto fué aprobada la
expedicién. El Secretario de Estado para la India concedié
autorizacién oficial a Markham para recoger plantas y_se-
millas de chinchona y dirigir su transporte ¢ introduccién
en la India Inglesa y Ceilin.
Markham habia demostrado imaginacién al concebir la
campafia y habilidad al organizarla. Ahora demostraria bri-
Hantemente sus dotes como realizador. La seleccién de las
personas que lo acompafiarian no pudo ser mas sabia. Unos,
botdénicos experimentados, otros, esforzados exploradores;
pero todos Henos del espiritu de “triunfar 0 morir” por
Inglaterra, espiritu que estuvo a punto de Ilevarlos mas
cerca de la muerte que del triunfo.
Pritchett, un explorador, fué a recoger chinchona de cor-70 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES
teza gris en los bosques de Hudnuco, en el Peri central, al
norte de Lima. El doctor Spruce, distinguido botinico, fué
a buscar la chinchona roja en los Andes ecuatorianos. Cross,
minucioso escocés, debia ayudar al doctor Spruce y obtener
la chinchona de corteza de corona, del Ecuador y la chincho-
na colombiana, de los Andes colombianos, situados al norte
del ecuador. Y el joven Weir, jardinero inglés, acompaiia-
ria a Markham en Ia busqueda de chinchona de corteza
amarilla en el Peri meridional.
Estos hombres tendrian que moverse en regiones aisla-
das a lo largo de un frente de mas de tres mil kilémetros.
Debian actuar casi simultaneamente, con todo sigilo y tan
rapido como fuera posible. Considerando los peligros, pre-
sentian que alguno fracasaria, pero esperaban que por lo
menos uno tendria éxito.
Markham, acompaiiado por su esposa y su fiel Weir, des-
embarcé cn Islay, desierto puertecito de la costa sur del
Pert. En el consulado inglés dejaron sus invernaderos en
miniatura Ilenos ya de tierra, en los cuales transportarian
las plantas —si conseguian alguna— a su regreso a In-
glaterra. Después de dos dias de marcha a través de arenales
Hogaron a la ciudad de Arequipa. Minna Markham quedé
alli, en casa de antiguos amigos del marido, mientras los
dos hombres emprendian el largo ascenso de las montafias.
Fué toda una hazafia. La estrecha senda subia zigza-
gucando las estribaciones occidentales de los Andes a través
de regiones azotadas por diarias tormentas de nieve y Iluvias
torrenciales, a una altura de mas de cinco mil metros. Des-
pués comenzé el descenso, por un glaciar, a través de pan-
tanos, rocas y finalmente Ilegaron a !a ciudad de Puno en
icaca, Estaban a una altitud
las proximidades del lago Ti
PELLETIER Y LA QUININA 7
de mis de tres mil metros y todavia les quedaba por atra-
vesar Ia otra mitad de los Andes, la cordillera oriental.
Utilizando s6lo las miserables y agotadas mulas que en-
contraron cn las postas, Markham y Weir abandonaron
Puno por Ia carretera que Heva a Cuzco, la gran capital
inca; se desviaron entonces hacia el este y comenzaron de
nuevo a subir. Encontraron mis ciudades a miles de metros
sobre el nivel del mar y pasos cada vez mas altos. Hubo
mis tormentas, nieve, granizo, barro y sendas resbaladizas.
En uno de sus altos nocturnos, en la choza de un pas-
tor, encontraron otro viajero, don Manuel Martel, antiguo
coronel del ejército peruano. Al principio, Martel se mos-
tré cordial, pero de repente empez6 a hacer extrafias pre-
guntas a propésito de la chinchona.
—Sefiores —dijo—, ghan oido hablar de un tal José Carlos
Mueller?
Los dos ingleses negaron con la cabeza.
—Era un mal hombre —continué Martel—; su verdadero
nombre era Hasskarl. Lo habian enviado los holandeses.
Robé plantas de chinchona para despojar a mi pais de sus
medios de vida. gNunca han oido ustedes nombrar al sefior
Hasskarl?
Markham hizo una sefia imperceptible a Weir. —No
—contesté—; lo siento pero nunca he tenido el gusto.
Martel lo miré fijamente. —ZNo lo conoce? ¢Esté usted
seguro? Bien, no importa. Si encontramos en mi pais, a
él o a alguno de sus compasieros les cortaremos los pics.
Ustedes dos, sefiores, no tendran ningun interés por los ar-
boles de chinchona. ‘No es cierto?
Markham y Weir le aseguraron que no tenian el menor
interés por tales arboles. A la mafiana siguiente, Martel72 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES
siguié por la senda de Puno, micntras los ingleses conti-
nuaron adelante por los hermosos valles de Caravaya y los
exuberantes bosques de chinchona.
Tardaron casi un mes en llegar al distrito de Caravaya,
donde crecian las chinchonas de corteza amarilla. Durante
otro mes los dos hombres hicieron la recoleccién. Su misién
no podia permanccer largo tiempo en secreto; debian actuar
rapidamente: Martel, el coronel peruano medio loco, habia
concebido sospechas y esparcia por el pais peligrosos ru-
mores. Ademas, trabajaban a lo largo de la frontera del
Peri con Bolivia y estos dos paises estaban a punto de
declararse la guerra.
Vivian en pleno bosque, abriéndose paso a través de tu-
pidas malezas, bordeando macizos de exéticas palmeras, sor-
teando bosques de helechos y orquideas, vadeando rios y
cruzando pantanos de barro amarillo. Cada noche, prontos
acorrer hacia la costa a la menor alarma, disponian su colec-
cién de plantas en atados semejantes a esteras rusas.
* Después de cuatro semanas de esta precaria existencia,
“los rumores de Martel surtieron efecto. El alcalde de un pue-
blo cercano dié orden de detener a los dos extranjeros y con-
fiscar sus plantas.
Llegé el momento de moverse, y de moverse rapido.
Markham, sin embargo, tuvo tiempo de escribir una lar-
ga y mentirosa respuesta al alcalde. “Seguin las disposicio-
nes de la Constitucién peruana de 1856 —escribid6—, sus
funciones son puramente consultivas y legislativas, sin poder
ejecutivo... Aprovecho esta oportunidad para expresarle
mi aprecio por su patridtico celo... ;Lamento que éste vaya
acompaiiado de tan equivocada y lamentable ignorancia de
los verdaderos intereses de su pais!”
PELLETIER Y LA QUININA 73
Entrego esta nota a un mensajero, recomendandole Ia Ile-
vara inmediatamente al alcalde. Después, se volvid hacia
Weir: —Tan pronto el honorable alcalde lea eso tendremos
todo el ejército peruano detras de nosotros; sin embargo,
contamos con unas horas de ventaja, japrovechémoslas!
Reunieron sus efectos, los cargaron sobre mulas, extre-
mando el cuidado, repitieron esta operacién con los atados
de plantas y emprendieron el descenso. No habian reco-
rrido muchos kilémetros cuando encontraron una amena-
zadora comisién cerrandoles el paso. Markham empufiando
la pistola apunté resueltamente y Ia comisién se retir
—( Uff! —susurré—, demos gracias a Dios, no hubicra
podido hacer fuego, ;la pélvora esta completamente mojada!
Al cabo de otros pocos kilémetros, una de las mulas res
bald y cayé en un matorral en mitad de Ia ladera de una
empinada cuesta. Markham acudié en auxilio del animal y
de los fardos de chinchona, mientras Weir, que odiaba des-
perdiciar hasta un minuto, recogia unas pocas plantas en un
bosquecillo cercano.
En el primer pueblo que encontraron se hizo evidente que
el pais entero estaba prevenido contra cellos. Los campesinos
ya no se mostraron amistosos. Era dificil comprar provisio-
nes ¢ imposible conseguir animales de carga a menos que
—y esto cra muy significativo— los extranjeros estuvicran
de acuerdo con desandar el camino y dirigirse a Puno. Tam-
bién estaba claro que otra comisién los esperaba en Puno,
comisién mas amenazadora aun, bajo el mando de Martel
cn persona,
Este descubrimiento alteré considerablemente la situacién.
Decidieron que Weir siguiera con todos los animales y unas
cuantas plantas. Mientras, Markham recurriendo otra vez74 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES
a la amenaza de su inutil pistola, robaba otras tres bestias,
que raépidamente fueron cargadas con Ia casi totalidad de
las plantas.
Con unos pocos natives y la mayor parte de la caravana;
Weir se dirigid valientemente hacia Puno y el temible coro-
nel. Si Martel queria destruir las pocas plantas que !levaba,
perfectamente, jcon tal de que no Ie cortaran fos pies!
Markham, por su parte, hizo frente a un problema mas
serio. Con los tres animales, un guia que, segiin se supo mas
tarde, jamas habia salido de su aldea, y Ia mayor parte de las
plantas, partié hacia Arequipa por diferente camino, Va-
liéndose sélo de una brajula y un tosco mapa, intenté seguir
una linea recta a través de los Andes.
Naturalmente, esto era absurdo, descabellado, una verda-
dera locura. Sin embargo, diez dias después de haberse se-
parado de Weir y del grueso de la expedicién, Markham Ilegé
a Arequipa sano y salvo. Dos dias mas tarde Iegé Weir sin
las plantas. Ambos se dirigieron al puerto de Islay y al
consulado britanico.
La primera parte de la expedicin de Markham habia
triunfado. Sin pérdida de tiempo las plantas fueron embar-
cadas en el correo de Panama y transbordadas con destino
a Londres.
La segunda parte tuvo igualmente, completo éxito. Po-
cos meses después del regreso de Markham del distrito de la
corteza amarilla, en los valles de Caravaya, regresé Pritchett
de los bosques de Hudnuco, en el Pert central, con una co-
leccién de plantas de corteza gris.
En ef Ecuador, el botanico doctor Spruce habia recogido
cien mil semillas de chinchona de corteza roja y las envid a
Inglaterra. Recogié también un grave reumatismo y una
PELLETIER Y LA QUININA 75
enfermedad nerviosa caracterizada por paralisis intermiten-
te, de la que nunca logré curarse.
“Aunque sostenido por el propésito de ejecutar lo mejor
posible Ja tarea emprendida —escribié en su cuaderno de no-
tas—, caia con demasiada frecuencia en un estado tal de
postracién, que tumbarme en el suclo y dejarme morir me
hubiera parecido un alivio...”
El gobierno inglés le pagé el sueldo de 150 délares men-
suales y Je did ademas 135 por su detallado informe. Des-
pués de diez aiios de esfuerzos Markham consiguié finalmen-
te que se concediera a Spruce una pensién de 500 délares
anuales como demostracién de la gratitud de su pais.
El escocés Cross realizé mis de una expedicién. Después
de recoger chinchonas de corteza de corona en el Ecuador y
chinchonas colombianas de su pais de origen, lo enviaron a
Panamé, a recoger plantas de caucho de la India, al Brasil,
por heveas y de nuevo a Colombia por chinchona. Como
premio por todas estas expediciones y las valiosas colecciones
que consiguié, Markham propuso se le dieran por lo menos
5.000 ddlares. Esta cifra era una cantidad miserable si se
consideran las fortunas que se hicieron gracias a su trabajo,
pero el gobierno se negd a pagar mas de 3.000 ddlares.
Weir, el ayudante de Markham en sus viajes, fué com-
pletamente olvidado por el gobierno, pero la Sociedad de
Horticultura le asigné una pensién de 11 délares mensuales.
No podria hacer mucho con esta suma, pero tampoco la
queria. Su trabajo en Sudamérica lo habia dejado lisiado
para toda la vida.
Como organizador y jefe de Ja expedicién, Markham fué
mejor tratado, Se convirtié en Sir Clements Markham, Ca-
ballero Comandante de la Orden del Bafio, miembro de la76 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES
“Royal Society”, miembro de Ia “Royal Geographic Socie-
ty”, miembro destacado de otros muchos organismos cienti-
ficos y otros titulos honorarios. Fué un gran constructor
del Imperio.
Mientras las diferentes expediciones de Markham cruza-
ban los Andes en todas direcciones, otro inglés concibié si-
bito interés por los arboles de chinchona. Se trataba de Char-
les Ledger, activo exportador, que habia vivido en el Pera
durante afios y que conocia Ia chinchona mejor que la ma-
yoria de los botanicos. En 1860 envid a su criado Manuel
a las montajias a recoger una buena cosecha de semillas de
los mejores arboles de chinchona.
Manuel regresé en 1865. En las montafas habia esperado
una buena cosecha durante cinco afos. Trajo consigo siete
kilogramos de semilla que fueron valoradas, por lo bajo, en
cien millones de délares.
También en la vida de Manuel tuvieron las semillas un
valor excepcional, pues murié poco tiempo después debido a
Ia Jarga permanencia en las montaiias y a una indescriptible
temporada que pasé en una carcel boliviana. A los bolivia-
nos no les gustaban los ladrones de chinchona.
Charles Ledger envid las semillas a su hermano George,
de Londres, quien traté de venderlas al gobierno inglés. “No
interesa —le dijo el gobierno—, estamos bien provistos de
semillas procedentes de las expediciones de Markham
Por este motivo, George las ofrecié a los holandeses, quie-
nes compraron medio kilogramo por unos cuantos délares.
Esta fué la base del gran monopolio holandés de quinina.
Las semillas de Markham proporcionaron a Inglaterra una
fuente de quinina y se desarrollaron perfectamente en la In-
dia y en Ceilan. $i no hubiera sido por las semillas de Ledger
PELLETIER Y LA QUININA 77
y la industria holandesa a que dieron lugar, estas plantacio-
nes inglesas de chinchona habrian terminado con el monopo-
lio sudamericano. Pero los cultivadores ingleses tropezaron
con dificultades —inscctos, cosechas escasas, mercado incier-
to— y dejaron la chinchona a los holandeses, prefiriendo el
cultivo del té, mis productivo.
Los holandeses sembraron las semillas de Ledger en Java,
protegiéndolas tenazmente contra toda clase de plagas; len-
tamente acumularon las ricas cosechas proporcionadas por
Jos arboles de Ledger, hasta que, finalmente, triunfaron.
Con sus plantaciones de la !lanura de Pengalengan esta-
blecieron otro monopolio de quinina, pero al contrario del
de Sudamérica fué mucho mis benévolo. Aun hoy trabajan
con el criterio de que la quinina debe ser razonablemente
barata o su consumo se reduciria a la décima parte. Debe
ser barata para evitar que surja un nuevo Markham o Ledger.
v
Tal fué la historia de la quinina y a lucha del hombre
contra la malaria, lucha que se inicié hace trescientos afios.
Fué una historia que corrié vertiginosamente de Madrid a
Lima, Londres, Paris, los Andes, la India y Java. Pero esta
parte de la historia, con sus Chinchén, Talbor, Pelletier y
Markham, se detuvo de repente y su curso se desvié en 1879.
Hasta ese afio, la malaria habia sido combatida en la mas
completa oscuridad. La quinina curaba la malaria pero na-
die sabia por qué. Nadie sabia cual era la causa de la malaria,
ni como se transmitia,
Sin embargo, a partir de 1879 los cazadores de microbios
entraron en accién, Equipados con los descubrimientos ya78 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES
realizados por Pasteur, Koch, von Behring, Roux y otros,
los bacteridlogos del mundo entero tomaron sus microsco-
pios y declararon la guerra a la invisible muerte de los tré-
picos.
En 1879, Patrick Manson descubrié que la filariasis, infec-
cién parasitaria muy semejante a la malaria, cra propagada
por la picadura de mosquitos. Pocos meses mis tarde, Lave
ran, observando al microscopio gotas de sangre de victimas
de malaria encontré lo que buscaba: una multitud de dimi-
nutos gérmenes mortiferos que invadian los glébulos rojos
de la sangre y los destruian.
En 1883, King acusé al mosquito de extender la malaria,
e¢ inmediatamente docenas de investigadores, ingleses, italia-
nos y franceses empezaron a trabajar sobre esta hipétesis.
Antonio Grassi husmed pantanos infestados de mosquitos,
en aldeas italianas. Ronald Ross ensayé la picadura de toda
clase de mosquitos en pajaros y més tarde en seres huma-
nos, que en Ia India,se prestaron voluntariamente.
+Se necesitaron once afios para conseguir, a fuerza de tra-
bajo, todos los detalles necesarios, pero para entonces, Ross
tenia su historia completa. El y sus colaboradores demos-
traron sin lugar a duda, que la malaria era causada por un
germen, un extrafio microbio que pasa parte de su vida en
el mosquito y parte en la sangre humana. Probaba que era
un tipo particular de mosquito, el anofeles, el culpable. Mos-
tr6 que la quinina es eficaz porque destruye el germen de la
malaria en la sangre.
Por esta informacién obtenida a costa de su propia salud,
Ronald Ross recibid en 1902 el premio Nobel.
Con estos nuevos datos, fué posible atacar la malaria en
otros frentes, e ingenieros, funcionarios y técnicos de sa-
PELLETIER Y LA QUININA 79
nidad, formaron un valiente ejército contra la enfermedad.
Centralizaron el ataque contra el mosquito y contra su cu-
na, en pantanos, ci¢nagas y aguas estancadas. Lucharon con
pico y pala, con dinamita y petréleo. Materialmente ba-
rrieron millones de peligrosos focos de infeccién. Estos hom-
bres cubiertos de barro, sudorosos y fuertes, formaron una
santa alianza con los hombres de laboratorio, limpios, paci-
ficos y resucltos.
Al mismo tiempo que los bacteridlogos cumplian su obra
en el campo, los quimicos estudiaban Ia constitucién de la
quinina. En 1879, mientras Manson trataba de encontrar el
mosquito de Ia filariasis, Skraup en Alemania encontraba
uno de los nucleos de la molécula de quinina, un importante
sillar en su estructura que fué identificado como quinoleina.
Mientras Ross, en la India, terminaba sus notables estudios
acerca de la malaria, Koenigs, en Alemania, descubria otro
nticleo de la quinina, un complejo sillar que denominé me-
roquineno. Y en 1907, cinco afios después de haber ganado
Ross el premio Nobel, dos alemanes, Rabe y Hoerlein, lo-
graron establecer que Ia molécula de quinina esta formada
por los nticleos quinoleina y meroquineno, unidos entre si
mediante un simple grupo alcohdlico.
La quii
a contenia, pues, tres nucleos: quinoleina, mero-
quineno y alcohol. Para el quimico aleman Schulemann era
claro que la actividad de la quinina se debia a uno de estos
nicleos; pero esto no se pudo poner en evidencia, Cada nu-
cleo fué ensayado solo y en combinacién, pero los resultados
fueron completamente negativos. Faltaba algo.
Schulemann y sus colegas del gran trust alemin de colo-
rantes, arrinconaron en los ficheros sus notas sobre la quini-
na y buscaron otra ruta. Alguien habia hecho notar que un80 LOS ASOMBROSOS ALCALOIDES
colorante sintético muy notable, el azul de metileno, mataba
los gérmenes de la malaria. Schulemann y sus compaieros
barrieron sus escritorios, se pusieron batas nuevas, pidicron
material de vidrio también nuevo y fueron tras del azul de
metileno.
En efecto, este colorante azul mataba los gérmenes de ma-
laria, pero los quimicos fruncieron el cefio. Unas veces el
colorante era eficaz, otras veces no. gY quién, aun para li-
brarse de la malaria, querria Ienarse las venas de este colo-
rante? Desgraciadamente, el azul de metileno era demasiado
fuerte y un destructor de malaria muy débi
Los quimicos montaron los aparatos y comenzaron a revi-
sar la molécula de azul de metileno. En algin lugar de la
molécula, pensaron, hay un grupo de atomos responsable de
la propiedad colorante. Hay que eliminar este grupo. En
algin otro lugar debe haber otro grupo que mata los gérme-
Peet ReCeee Mute Cee se ee
Sacaron, afiadieron. Quitaron de un lado y volvicron a
poner en otro, Armaron y desarmaron los nucleos de la mo-
Iécula, tan facilmente como lo hace un nifio con su nuevo
jucgo de construcciones, y después de cada cambio ensaya-
ban la sustancia modificada en un animal infestado.
Por ultimo, terminaron una parte. Encontraron en la mo-
Iécula del azul de metileno, el grupo activo contra la ma-
laria y lo reforzaron uniéndole una larga cadena de atomos
de carbono. Pero, hicieran lo que hiciesen, el azul de meti-
leno no dejaba de ser un colorante.
Era un callején sin salida, y archivaron las notas del azul
de metileno en los ficheros. Entonces, alguien revisé las an-
tiguas notas sobre la quinoleina y los otros grupos de la
quinina, los nucleos que debian curar la malaria, pero no la
PELLETIER Y LA QUININA 81
curaban. “Por qué —se preguntaron— no insistir un poco
més con estos nticleos y reforzar su propiedad destructora
del germen?”
Ensayaron primero la quinoleina que era, en el papel, la
mas prometedora, Como habian hecho antes con el azul de
metileno, comenzaron ahora a reconstruir la quinoleina. El
azul de metileno mataba los gérmencs de malaria si se unia
a su molécula una cadena de dtomos de carbono. Ahora,
encontraron que uniendo una cadena semejante a la quino-
leina sucedian cosas extraiias: esta sustancia inofensiva se
convertia en otra que exterminaba los gérmenes de malari
Schulemann Ilamé a la nueva sustancia plasmoquina.
jiez afios mas tarde, otros dos investigadores cn
Apenas
el mismo laboratorio obtuvieron una tercera sustancia activa
contra la malaria. Se le Ilamé afebrina.
Ni la plasmoquina ni la atebrina son quinina sintética, y
ninguna de ellas la reemplaza totalmente. Pero ambas cons-
tituyen la promesa de que algtin dia los quimicos crearan
un nuevo compuesto aun mejor que la quinina para barrer
la maldicién de los trépicos.Carituro III
RECETA CASERA
Withering y Ia digital.
Durante miles de siglos, los hombres sufrieron una enfer-
medad muy extendida que hinchaba el cuerpo hasta darle
una forma grotesca, oprimia los pulmones y, por ultimo,
conducia a una muerte lenta pero inexorable,
A medida que la enfermedad progresaba, el liquido acuoso
penetraba en todas las cavidades a su alcance y las distendia
como un globo. A veces el liquido —varios litros— hincha-
ba brazos y piernas hasta el punto de inmovilizarlos. Se acu-
mulaba en el abdomen y formaba enormes bultos, Otras,
inundaba la cavidad pulmonar ¢ impedia la respiracién de
la victima, salyo mientras permaneciera sentada y erguida.
Esta enfermedad acuosa era el hydrops 0 como mas vul-
garmente se la Ilama, hidropesia. Después de la tuberculosis
y de otras enfermedades infecciosas, era una de Jas principa-
les causas de muerte. Esto ocurria hace diez mil, mil y
hasta cien afos atras, y hubiera podido seguir ocurriendo
aun hoy si no fuese por una casi milagrosa hoja verde.
En toda Europa occidental, los botanicos conocian perfec-
tamente esta planta, rica en hojas y con flores en forma de
campana, Ilamada digital o dedalera.
[83]84 RECETA CASERA
Durante la edad media recibié diversos nombres. Al prin-
cipio en Inglaterra se le Iamo “guante de zorro” o “misi-
ca de zorro”. Los escoceses la conocieron con el nombre de
“dedos de sangre”, y otras veces con el de “campanas de la
muerte”, Los noruegos la Hamaban “campanas de zorro”.
En Francia era conocida como “guantes de Nuestra Seiio-
ra” 9 “dedos de la Virgen”. Los alemanes Ia Ilamaban “ca-
puchén de dedo” 0 “dedal” y con este nombre en la mente
los viejos botanicos latinizantes la denominaron digitalis.
Uno de estos viejos botanicos, un médico bavaro llamado
Leonhard Fuchs, que vivid hace cuatrocientos aiios, hizo algo
mas que inscribir la planta en una lista y describir sus flo-
res, semillas, hojas, tallo, raices y lugares donde se desarro-
Ila, Convencido de que realmente tenia virtudes milagro-
sas, seitalé a los médicos sus aplicaciones: disipar la hidrope-
sia, aliviar la hinchazén del higado y aun provocar la mens-
truacion,
Pero este cuidadoso observador fué considerado como un
simple herborista; aunque realmente tenia un amplio cono-
fimiento de la medicina, los grandes médicos de su tiempo
‘Tio le prestaron atencién. Tampoco hicieron mucho caso a
otros que afirmaban que la dedalera o digital podia “disipar
la hidropesia” — hombres como Gerrarde, que Ia usé como
emético, y el médico y boténico holandés, Dodoens, que
escribié “para aquellos que ticnen agua en el vientre... cx-
trae el fluido acuoso, purifica el humor colérico y modifica
la obstruccién”.
Los botanicos no podian comprender cémo sus colegas mé-
dicos no se interesaban. Cualquiera que observase podia
comprobar que la planta era empleada por incultos campe-
sinos y amas de casa, en Inglaterra y en el continente. Estas
WITHERING Y LA DIGITAL 85
gentes que nada conocian de medicina, sabian sin embargo
lo suficiente para usar cocimientos de digital contra la hidro-
pesia. Pero los médicos no.
Después de haber sido despreciada durante siglos, Ia digi-
tal penetré, finalmente, en los circulos médicos destacados.
En 1722 fué admitida en la gran Farmacopea de Londres,
o el “quién es quién” de las drogas; pocos aiios més tarde
fué incluida en las Farmacopeas de Edimburgo, Wurtem-
berg y Paris. Su inclusién fué debida principalmente al bri-
Iante testimonio de un herborista inglés, William Salmon.
“La digital —escribia este eminente cientifico— es calien-
te y seca, por lo menos en segundo grado, sulfurosa y salina,
aperitiva, depurativa, astringente, digestiva, vulneraria, pec-
toral, hepatica, artritica, emética, catartica y analéptica...
"Cura la consuncién, pero hay que emplearla con cautela
porque produce debilidad, provoca el vémito y purga; lim-
pia cl cuerpo de pies a cabeza, con lo cual lo libra de los
malos humorcs.”
‘Aun con todas las precauciones requeridas, equién podria
resistir tal clogio? Pero esto no era todo.
“Esta medicina —continuaba Salmon— ha curado (cuan-
do el paciente no estaba desahuciado) mis allé de cuanto
podia esperarse. Cura una tisis 0 ulceracién de los pulmo-
nes, cuando todas las otras medicinas han fallado y se da al
enfermo por perdido. Abre el pecho y los pulmones libran-
dolos de flemas, limpia Ia ulcera y la cicatriza cuando todos
los remedios han sido ineficaces.
La he visto obrar milagros, y hablo después de larga ex-
periencia. Personas en ultimo grado de consuncién y des-
ahuciadas por todos los médicos se han restablecido hasta el
punto de recuperar peso. La recomiendo como un talisman86 RECETA CASERA
y debe ser considerada como un tesoro. Estas pocas lineas
que describen dicho medicamento valen diez veces el precio
del libro entero...
"Abrigo la esperanza de que los pacientes... si hacen uso
de dicha planta me daran las gracias por este consejo, mien-
tras tienen sobrada razén para maldecir hasta la memoria
de los charlatanes «chupadores de sangre», «productores de
cauterios y vejigatorios>, quienes después de haberles dre-
nado parte de sus biencs habrian acabado (con sus espe-
ciosos métodos de cura) por drenarles también Ja vida.”
Asi hablaba William Salmon, herborista. Naturalmente,
su entusiasmo era excesivo y un tanto equivocado. La digi-
tal no produce los milagrosos efectos que él describe, ni cura
la tuberculosis (su tisis o consuncién). Pero nadie supo que
en aquclla época y aun muchos ajios después, era con fre-
cuencia dificil distinguir entre la tuberculosis, que la digital
no cura, y la hidropesta de pecho, que la digital alivia rapi-
damente. Esta no diferenciacién entre tuberculosis e hidro-
spesia motivé cnorme confusién en los dos siglos siguientes.
“s Gracias a las fervientes exhortaciones de Salmon, Ia digital
fué por Ultimo reconocida. Los médicos que antes desdefia-
ban esta planta hacian ahora cocimientos y extractos de
las hojas, las flores, las semillas y las raices, que administra-
ban a sus pacientes. Sin embargo, no todos los médicos se
mostraron tan propicios; muchos, no vieron en la planta
virtud alguna.
Entonces, en Ja ciudad de Orléans, a medio dia de viaje
al sur de Paris, un hombre de ciencia francés (surgiendo
de un gallinero) arruiné por completo Ia reputacién de la
digital; detras del doctor Salerne quedaban un par de pavos
muertos, secos, huesudos, que parecian haber sido exprimidos
WITHERING Y LA DIGITAL 87
como una esponja, Dos semanas antes, habia oido hablar de
la muerte de un pavo que accidentalmente habia comido
hojas de digital. Traté entonces de realizar una experiencia:
obligé a pavos sanos a tragar hojas de digital, hasta que no
podian mis. A las cuatro horas los pavos estaban tan borra-
chos que no se tenian en pie. A los pocos dias de sometidos
a esta alimentacién habian enflaquecido extraordinariamen-
te. Después de muertos hizo la diseccién. Sus entrafias esta-
ban secas como si hubieran sido cocidas: corazén, pulmo-
nes, higado, vesicula y estémago, arrugados y desecados.
Este alarmante informe fué enviado a Paris y leido en la
Academia de Ciencias. La noticia se esparcié por las grandes
ciudades de Europa. A los pocos aiios la digital se habia
“perdido” otra vez y fué borrada de las farmacopeas. ; Nin-
gun médico digno de tal nombre, se atreveria a usar una
droga que mataba en forma tan horrible!
Con la digital de nuevo en la lista negra, muchos médi-
cos que nunca habian querido admitirla proclamaban aho-
ra: “jya lo decia yo!” Pero los campesinos, los granjeros y
las viejas amas de casa no prestaron atencién a los hombres
de letras. Habian empleado la digital antes de su inclusién
en las farmacopeas y continuaron usindola mucho tiempo
después de haber sido borrada. Los pavos, vivos 0 muertos,
no significaban nada para ellos.
Il
En medio de todo este confuso alboroto acerca de la hidro-
pesia, tuberculosis, digital y pavos muertos, nacié William
Withering, en el afio 1741 en Wellington (Shropshire) a
pocos kilémetros de Birmingham.88 RECETA CASERA
No podria concebirse que hubiera sido otra cosa que mé-
dico: la eleccién de otra profesién le hubiera acarreado la
maldicién de Hipécrates. Su padre era médico, sus dos tios
también; hasta su abuclo habia sido médico, notable tocélo-
go, que habia puesto en el mundo al gran Samuel Johnson.
Después de una educacién preliminar a cargo de un clé-
rigo vecino, que no lo encontré ni particularmente estupido
ni particularmente inteligente, el joven Withering ingresé
en la escuela de medicina de Edimburgo donde conocié algu-
nos de los mas grandes maestros de toda Europa: el quimico
Joseph Black; el anatomista Alexander Munro; el neurdlogo
Robert Whytt; y William Cullen, en otro tiempo barbero,
farmacéutico, cirujano y ahora profesor de clinica médica
¢, incidentalmente, el primer profesor inglés de medicina que
descarté el latin y did sus lecciones en inglés.
Estaba también el doctor John Hope, distinguido profesor
de botinica, Pero a Withering no le gustaba la botinica.
Medicina, cirugia, anatomia, quimica, todo esto tiene color,
emocién y aplicacién practica, pero la botanica...
+, “El profesor de botanica —escribié a su padre— concede
todos los afios una medalla de oro a aquel de sus alumnos
que mis se haya distinguido en esta rama de la ciencia. Un
aliciente de esta clase provoca a menudo gran emulacién en-
tre los jdvenes, si bien, lo confieso, no posee para mi encanto
suficiente como para borrar la desagradable idea que me he
formado acerca del estudio de la botanica.”
Asi pensaba a los veintitrés afios William Withering, des-
tinado a convertirse en uno de los mas grandes médicos bo-
tanicos de todos los tiempos.
Dos afios mas tarde se gradué en Edimburgo con una tesis
sobre Inflamacion putrida maligna de garganta. Segin la
WITHERING Y LA DIGITAL 89
moda de entonces, efectué como recompensa un viaje por
Europa que terminé prematuramente debido a la muerte de
su compajicro, joven tuberculoso. Withering regresé a su
patria, en busca de un lugar donde ejercer la profesion. Se
decidié por Ja ciudad de Stafford.
Fué una eleccién acertada. Stafford estaba lo bastante cer-
ca de Wellington como para que el prestigio de su padre y
de sus tios lo ayudara a cimentar su propia reputacién. Ade-
mas, un viejo médico de Stafford acababa de morir, de-
jando una vacante en los circulos médicos de la ciudad, y
cosa mas importante ain, Withering habia curado hacia po-
co tiempo a una personalidad de Stafford. Asi, ya tenia un
cliente.
Los primeros tiempos, sin embargo, fueron duros. Los
habitantes de Ia ciudad parecian rebosar salud y los pocos
que enfermaban, o no tenian dinero o Hamaban a otro mé-
dico. Sin embargo, habia un paciente que reclamaba toda su
atencién. Era Helena Cooke, mas hermosa que enferma, a
‘aba casi todos los dias. Durante la
quien su médico vit
larga conyalecencia se distrajo con la encantadora ocupacién
de pintar flores. Flores que el doctor Withering debia Ile-
ver cada dia; flofes que sélo se encontraban en el campo,
los prados, setos y margenes de los rios.
Y asi, empujado por el amor, Withering olvidé su anti-
gua filosofia para convertirse en celoso recolector de flores.
Aprendié a clasificarlas, para después poder hablar de ellas
a su paciente. Aprendié dénde crecian, cudndo crecian, y
cémo crecian. Estaba en camino de convertirse en un bo-
tinico profesional.
Afortunadamente su clientela le daba muchas oportuni-
dades de dedicarse a actividades tan ajenas a la profesién.90 RECETA CASERA
Los clientes eran todavia escasos y le dejaban mucho tiempo
libre para estudiar las flores, tocar Ia flauta o la gaita y
hasta participar en las representaciones del Shakespeare Club.
Finalmente, al cabo de cinco aiios de noviazgo, Withering
y la sefiorita Cooke se casaron. El matrimonio Ilevé al doc-
tor al triste convencimiento de que su clientela en Stafford
no era ni numerosa ni remuneradora. Se imponia un tras-
lado, pero Withering debié esperar tres afios antes de encon-
trar oportunidad de hacerlo.
Mientras tanto, en medio de esta idilica pero improducti-
va vida, la medicina Je brindé de pronto un lugar entre sus
héroes. El ofrecimiento procedia de una cliente vulgar que
le pidiéd su opinién acerca de una vieja receta familiar.
—No es mi receta —dijo ella— pero deseo con ansia co-
nocer su opinién.
—jAh! —sonrié el doctor Withering—, permitame exa-
minarla. —Leyé la larga lista de hierbas y se acaricié la pelu-
ca con ademin profesional._— jInteresante, muy interesan-
te! ¢Puedo preguntar para qué sirve?
«, La enferma did muestras de azoramiento. —Bien, doctor,
me doy cuenta de que es perfectamente inutil. No es mi
receta, vino a mis manos por casualidad, es una vieja receta
familiar que se usa en el Shropshire; se emplea en toda la
regin para curar la hidropesia.
—Hidropesia? —repitié el doctor Withering con acento
de reproche—. Mi querida sefiora, no hay, desgraciadamen-
te, cura para la hidropesia. Los médicos sabemos bien que
es una enfermedad incurable. Esta receta... bien, perdé-
neme, jhay tantas de estas supersticiones locales!
—jOh, doctor! zes sdlo una supersticién? ;Bueno, pero
seguro! ; Usted lo sabe mejor! Sin embargo es sorprendente
WITHERING Y LA DIGITAL a1
que estas hierbas curen tantas hidropesias que los médicos
dieron ya por incurables.
El rostro de Withering reflejaba todavia su benévola son-
risa profesional; pero de repente se puso serio: —Si? ¢Real-
mente curé hidropesias? ;No diga! Incretble... y sin em-
bargo. Déjeme ver de nuevo la receta...
Hablando entre dientes, y deteniéndose en el nombre de
cada planta, leyé ahora con cuidado los ingredientes: hojas
az. Rizoma de nentfar ... no
de primula, humm... ine!
sirven. Llantén... inactiva. Gualteria, esto es para aro-
matizar. Aro, flor de cera. No sirven. ;Ah! ;Un momento!
eQué es esto... digital? ;Por Jupiter! gsera cierto?
Se volvié hacia su cliente: —gEsta usted completamente
segura, de que esta formula curd la hidropesia? ¢Realmente
lo ha visto?
—Por supuesto doctor, todos lo hemos visto. ;Cualquiera
en el Shropshire sabe que la cura!
—Naturalmente, sefiora, lo creo. Todos ustedes lo han
visto. Muy emocionante, estoy seguro. Y en cuanto a mi
opinion, le diria, de manera muy poco profesional, que
esta receta pucde ser un excelente remedio para la hidrope-
sia pero desearia verificarla, Se lo comunicaré inmediata-
mente. Y, ahora, sefiora, j gracias! y adiés. Adids, adids, adids.
Withering, cerré la puerta y sc senté en su escritorio. Di-
gital, pensd, no podia ser otra cosa, jla vieja digital! ; Tenia
que ser! Como la nicotina y Ia belladona, debe ser muy
activa. Esto es lo que cura la hidropesia, si la hidropesia
puede curarse. jSefior! Tendré que probarla. ¢Qué pasara
si le doy un poco al viejo Nichols? Esté casi muriéndose,
Ieno de agua. gCudnto debo darle... y cémo?
Pocos clientes de pago visitaban al doctor Withering; pero92 RECETA CASERA
habia docenas de otros, los “enfermos pobres”, que no po-
dian pagar. Eran atendidos sin cobrarles nada, y algunos
sufrian de hidropesia. Withering decidié probar la digital.
Y jcémo actué esa digital! Administré unas pocas dosis
de hojas maceradas en agua o simplemente pulverizadas, y
el liquido salié de algunos pacientes a raudales. Vertiéndose
de los rifiones por litros, vacié pechos y vientres hinchados.
Borré hasta la menor sefial de hidropesia. Pero, por desgra-
cia, era un remedio muy irregular.
Withering no sabia como prescribir la digital. ¢Debia
dar un grano, una onza o una libra? ¢Debia darla una, dos
‘0 tres veces por dia? ¢La recetaria caliente? ¢Fria? ¢Se toma-
ria antes o después de las comidas? @Diariamente? ¢Debia
continuarse la cura durante largo tiempo?
Nadie podia contestar estas preguntas, pues las hojas de
digital no crecen con las indicaciones impresas en ellas mis-
mas. Withering tenia que experimentar, y los experimentos
no hacian sino confundirlo. El viejo Nichols, no habia to-
mado mas que unos granos cuando le desaparecié el agua;
lx’ pobre sefiora Twombley necesité doble cantidad. Y Smith
no perdié una gota; antes bien, sufrié violentos mareos.
Ademis, el efecto de Ia di algunas veces
no ocurria nada, pero en la mayoria de los casos daba lugar
a violentas nauseas, vomitos, diarreas, jaquccas, trastornos
de la visién y toda una serie de sintomas alarmantes.
A los pacientes no les gustaba esto. Empezaron a quejar-
se: “Ese joven doctor Withering por poco mata a mi ma-
rido” ... “Me dié un poco y casi me muero” . .. “jEn cuan-
al era terribl
to a mi, me quedaré con mi hidropesia, y él puede quedarse
con su medicina!”
Withering estaba estupefacto. La digital actuaba; de eso
WITHERING Y LA DIGITAL 93
no habia duda; pero jde qué manera! El queria curar a
aquellos pobres diablos hinchados, pero habia prestado ju-
ramento y no podia arriesgar una vida humana. Realmente
Ja digital no habia aun matado a nadie, pero quién sabe...
Una noche hablé con Helena y le refirié sus esperanzas
y sus temores. En esta ocasién, su mujer demostré ser pru-
dente: —Abandona eso, William, abandénalo —le aconse-
jO—, hasta ahora los enfermos se han arreglado sin la digital.
No corras el riesgo de estropear tu carrera matando a al-
guien. Aguarda un poco, William, y piénsalo.
William aguardé y medité. Por ultimo, casi se convencié
de que la digital cra mas peligrosa que util, y que, ademas,
sdlo habia curado a algunos de sus “enfermos pobres”, na-
die importante, en realidad.
Entonces, mientras alla en su cabeza se encaprichaba mas
y més por la digital, y estaba de nuevo frente a frente con
el problema de lo insuficiente de sus entradas, llegé una carta.
“Querido doctor —leyé—: acabo de presenciar una escena
muy triste: la muerte de un amigo, el doctor Small de Bir-
mingham... Lei en los periédicos que ganaba cerca de
quinientas libras anuales en su profesién. Una persona en
Birmingham deseaba que yo se lo hiciese saber, por si puede
interesarle...
Withering corrié en busca de su mujer y le ensefié la car-
ta.
jMira, Helena, una vacante en Birmingham! ; Produce
uinientas libras por afio! ¢Has oido esto? {Quinientas li-
q libras p. ! ¢Has oid 2 1Q 1
bras! ;Es una fortuna!
Helena traté en vano de leer el papel que él agitaba en
el aire. jEspera William! Una carta? De quién es?
—De quién?, no lo sé. Alguien que se llama Erasmus
Darwin. Nunca oi hablar de él, pero ; bravo!
pero joF RECETA CASERA
Con este motivo, William, su hijita y Helena —que es-
peraba otro bebé— se trasladaron a Birmingham. Gracias a
Erasmus Darwin, brillante médico y naturalista, abuelo del
inmortal Charles Robert Darwin, y gracias a otras pocas
personas que habian admirado a labor de Withering en
Stafford, el doctor de treinta y tres afios inicié un nuevo
y deslumbrante capitulo de su vida.
Era en 1775, y Birmingham se habia convertido ya en
la agitada, bulliciosa y sucia ciudad inglesa que un dia
Megaria a ser la segunda de Inglaterra. Las fabricas tra-
bajaban dia y noche, el comercio prosperaba y el mundo
entero solicitaba Jas hebillas, los botones, los articulos me-
talicos, los juguetes y las armas de Birmingham. La paz
reinaba en el mundo (salvo un insignificante conflicto en
las colonias norteamericanas), y la vida para el ciudadano
de Birmingham era excelente.
Withering consiguié una magnifica clientela, un puesto
en el Hospital General de Birmingham e importantes amigos
cuyos nombres eran conocidos en todo el mundo. Su ante-
Cesor, el Horado doctor Small, habia gozado de gran popu-
Jaridad en Ia ciudad, y se le dieron a Withering toda clase
de facilidades para desempefiar su puesto.
Los enfermos se apretujaban en su sala de espera —en-
fermos de pago—. Sus entradas crecian continuamente.
Tenia cada vez menos tiempo para sus aficiones, pero lo
aprovechaba mejor. Su interés por la Historia Natural se
convirtié en un conocimiento profundo de la mineralogia.
Su antigua repugnancia por la botanica habia sido com-
pletamente olvidada, y publicé un libro monumental: Cla-
sificacién Botdnica de todos los Vegetales Indigenas de
Gran Bretafia. Fué cl primer tratado inglés completo de
WITHERING Y LA DIGITAL 9
todas las plantas de las Islas Britanicas y durante medio
siglo constituyé la obra clisica por excelencia. Fomenté el
interés por las flores, que igualé al que hoy existe por las
colecciones de sellos, la fotografia o el acromodclismo.
Era perfectamente natural que los botanicos aficionados
visitaran a un hombre como Withering, que podia exami-
nar sus colecciones y su higado.
El popular doctor fué pronto acogido como miembro
en Ja “Lunar Society”, que en Birmingham ejercia un mo-
nopolio no oficial de la inteligencia. Esta sociedad contaba
con distinguidisimos miembros: Jamie Watt con su infer-
nal maquina de vapor y el chiflado William Murdoch que
proponia iluminar las ciudades con gas; Matthew Boulton,
inventor, capitalista y protector de Watt; Josiah Wedg-
wood, alfarcro; Joseph Priestley, el quimico que descubrid
el oxigeno; y el astrénomo William Herschel. Otro miem-
bro era un cudquero apacible, Benjamin Franklin, que
habia sido admitido a pesar de haber tenido relaciones con
el gobierno rebelde de América. El doctor Erasmus Dar-
win era también miembro de la “Lunar Society” y verda-
dero amigo de Withering, cuya clientela contribuia cons-
tantemente a aumentar.
En el hospital, donde adquirié mayor experiencia y prac-
tica, Withering trabé estrecha amistad con su jefe, el doc-
tor John Ash. Un dia el doctor Ash le pregunté acerca de
la digital. —gUsted empled las hojas de digital en la hidro-
pesia?, gno es cierto?
—En efecto —respondié Withering—, pero hace ya mu-
cho tiempo. Tuve que renunciar a su uso. Me parecié
peligrosa y ademés asustaba a mis enfermos. ¢Por qué me
lo pregunta?96 RECETA CASERA
—Por nada, simple curiosidad. ¢Conserva usted algu
nota de los resultados?
—No, seiior, nunca tomé notas. Usted sabe lo que pasa.
Sélo empleé la digital en mis enfermos pobres, y estaba tan
apurado —alguna vez Ilegué a asistir veinte en una hora—,
que me faltaba tiempo para tomar notas.
Ash suspiré. —Es una lastima; me hubiera gustado ve-
rificar eso. De todos modos, mire usted.
Le entregé una carta que Withering leyé rapidamente.
—jDios mio! De qué no seran capaces estos charlatanes?
jImaginar uno de éstos curando con digital a un enfermo
de hidropesia después que todos los médicos lo daban por
muerto!
—En efecto —asintié Ash—, pero mire quién era el
enfermo: el famoso doctor Cawley, director del Brazen
Nose College de Oxford. Uno creeria que un hombre de
su cultura tendria a raya a todos esos practicones indocu-
mentados. Withering, gcree usted que valdria la pena vol-
wer a ensayar la digital?
‘+ Withering se incorporé. —Me extrafia su pregunta. Yo
mismo me la he planteado.
Vuelta de nuevo a la digital. Vuelta a las brillantes ho-
jas verdes, los enfermos hinchados, las nauscas y los mi-
lagrosos chorros de agua
ninados por los rifiones. Vuelta
a los temores y preocupaciones y los enfermos desconfiados.
Habia un punto en el caso del director del Brazen Nose
que era sumamente extrafo. Withering descubrié que cl
doctor Cawley habia tomado una dosis terrorifica de d
tal, doce veces mayor que la que se suponia podia soportar,
y jno sélo Ja habia soportado sino que se curd!
Ya en su casa, Withering se indignaba ante este impo-
WITHERING Y LA DIGITAL 7
sible. Lo ocurrido carecia de sentido a menos que... a
menos que la digital no fuera tan peligrosa como él habia
temido, a menos que se hubiera preocupado sin necesidad.
‘Abandoné el estudio y Ilamé a su mujer: —jOh, Helena!,
creo que puede interesarte: voy a ensayar de nuevo la di-
gital.
Helena elevé la vista al cielo y murmuré: —Dios mio,
otra vez...
I
Withering estaba equivocado, completamente equivoca-
do. La digital podia ser peligrosisima ¢ incluso mortal.
Pero, al menos por algtin tiempo lo olvidé y reanudé su
trabajo con renovado entusiasmo. Tenia muchos enfermos
de hidropesia que estaban dispuestos a hacer lo que el
ahora famoso doctor les aconsejara, y la digital era abun-
dante.
Pasaron afios antes de que Withering se diera cuenta de
que tenia que habérselas con uno de los problemas de dosi-
ficacién mas complejos de la medicina. Para la digital no
habia una dosificacién determinada, El bueno del doctor
Cawley de Oxford habia sobrevivido a una dosis tan gran-
, mientras otros sélo po-
de porque su naturaleza lo permiti
dian soportar pequehisimas cantidades. Withering aprendid
con el tiempo que cada enfermo de hidropesia tiene una
tolerancia diferente.
Cémo podria descubrirse ese limite? Withering clabord
lentamente la respuesta y la expuso a sus compaficros en
las reuniones de la Lunar Society. —Veran ustedes —dijo—;
en cada enfermo empiezo con una dosis muy pequefia98 RECETA CASERA
y voy aumentando la cantidad hasta que encuentro una
dosis que produce efecto; 0 sea, vomitos, diarrea y una dis-
minucién en el nimero de latidos. Esa dosis, es la que
necesita cada enfermo. Yo sé que ése es su limite. Lo que
me queda por hacer, entonces, es darle un poco menos y el
enfermo se siente feliz, Ademds, jse cura Ia hidropesia!
Los miembros de la Lunar Society quedaron muy impre-
sionados. —jPor Dios! —exclamé Jamie Watt—. jExtra-
fio modo tienen ustedes los médicos de resolver una cosa
como ésa!
Los médicos de Birmingham fueron un poco mis reser-
vados. Se inclinaban a creer a Withering, pero, gdénde
estaban las pruebas? Withering tenia abundantes pruebas.
Advertia ahora los errores cometidos en sus primeros ensa-
yos en Stafford: habia administrado demasiada digital o
demasiado poca, y la habia administrado durante demasiado
tiempo. Ahora era mds prudente y curaba sus enfermos,
no muchos al principio, porque procedia con infinitas pre-
* cauciones, pero los curaba. Ademds, ahora tomaba notas.
~, El doctor Erasmus Darwin, uno de los enemigos mis
tenaces de la digital, no se convencié hasta cl dia que
Withering salvé con ella a un paciente a quien el propio
Darwin habia desahuciado.
En 1775, primer afio de su estancia en Birmingham,
Withering anot6 en su libro: 1 caso tratado; 1 caso curado.
En 1776 escribid: 4 casos tratados; 4 casos curados.
(Ese afio anoté también una tos particularmente molesta
que lo volvia irritable y una tendencia a sentirse anormal-
mente cansado al anochecer.)
En 1777: 8 casos tratados; 2 curados, 2 aliviados, 4 fa-
llidos. (Conscientemente habiasensayado el uso de la di-
WITHERING Y LA DIGITAL 99
gital para curar la tuberculosis lo mismo que la hidropesia,
y con todo escripulo anoté sus fracasos.)
En 1778: § casos tratados; 1 curado, 1 aliviado, 3 fa-
llidos. (Seguia empefiado en curar la tuberculosis junto
con la hidropesia.)
En 1779 cligid sus pa
tratados; 5 curados, 1 aliviado.
Withering no estaba todavia tan seguro como para pre-
sentar un informe por escrito, pero permitié que un amigo
llevara un mensaje a la imponente Sociedad Médica de
Edimburgo. Los médicos escoceses escucharon arrobados
los nuevos milagros de la digital. Dieron vivas al médico
de Birmingham e¢ inmediatamente hicieron planes para
incluir de nuevo la digital en la Farmacopea de Edimburgo.
“Por qué la habremos borrado?”, se preguntaron.
Las noticias sobre la cura de la hidropesia comenzaron a
extenderse y corrieron de boca en boca los detalles del
tratamiento. Mas y més pacientes tomaron digital, y sus
cuerpos hinchados volvieron a la normalidad.
Entonces, de improviso, Withering descubrid que otro
médico trataba de atribuirse el descubrimiento. Era el mis-
mo que lo habia traido a Birmingham y prodigado incesan-
temente su ayuda. Era el eminente Dr. Erasmus Darwin.
Parecia imposible, pero los hechos estaban alli para pro-
barlo. El hijo de Darwin, Charles, estudiante de medicina
en Edimburgo, habia muerto dos aios antes, a la edad de
veinte aiios. Dejé una disertacién sobre la hidropesia y
después de su muerte el padre decidié publicarla. En un
apéndice a este libro, Erasmus incluia un informe sobre
nueve casos de hidropesia, curados en su totalidad con di-
gital. El nombre de Withering no cra ni mencionado.
ntes con mayor cuidado: 6 casos100 2 DRECET A’ CASERA TI
Withering estaba horrorizado. Este pequefio panfleto,
obra de los dos Darwin, contenia la primera prueba escrita
de que la digital curaba la hidropesia. Cosa mas sorpren-
dente aun: el primer caso descrito era el paciente desahu-
ciado por Darwin y que Withering habia salvado.
La clase médica de Birmingham se conmovié hasta los ci-
mientos. Todos sabian que el descubrimiento se debia a
Withering, y ahora uno de sus propios colegas se atribuia
todo el mérito y asi lo proclamaba ante el mundo.
Naturalmente, nada podia hacerse. De antemano se des-
cartaba la posibilidad de que Withering desafiara en duclo
a su adversario, le exigiera una rectificacién publica o le
gritara “ladrén”, La traicién de su mejor amigo fué un
golpe terrible del que no se repuso en varios meses. Acu-
mulando mas y mds datos de sus pacientes, continud ca-
Iadamente su trabajo. Al mismo tiempo continuaba sus
investigaciones cn mineralogia y botinica, Su molesta tos
se hizo mas grave; pronto la diagnosticd él mismo como
tuberculosis.
a, Cada aio se sentia mas débil. Cuando apenas habia
cumplido los cuarenta, tuvo que abandonar el ejercicio de
su profesién durante largos periodos. En 1785, cuando te-
nia 44 afios y habia pasado diez estudiando la digital, de-
cidié que cra el momento de publicar sus conclusiones.
Ya cra tiempo de hacerlo! Muchos médicos, desdefiando
su consejo, usaban la digital para tratar la tuberculosis, las
escréfulas y otras muchas enfermedades. Y él sabia que
en estos males era absolutamente ineficaz. Otros médicos,
al tratar la hidropesia administraban Ia digital de modo
incorrecto, sin prestar atencién a la necesidad vital de de-
terminar la dosis propia de cada enfermo.
WITHERING Y LA DIGITAL 101
El libro de Withering se publicd con el titulo: Descrip-
cién de la digital y de.algunos de sus usos medicinales, con
observaciones practicas sobre la hidropesia y otras enferme-
dades.
Esta obra, una de las fundamentales del progreso médico,
anunciaba uno de los mas grandes descubrimientos de todos
los tiempos. Fué reimpreso, traducido y Ieido en todo el
mundo.
Su publicacin valié a Withering los mis altos honores:
miembro de la Royal Society, un diploma de la Medical
Society de Londres, miembro de la Linnacan Society. Se
convirtid en uno de los médicos mas prominentes y acau-
dalados de Inglaterra.
Pero los honores fucron incapaces de detener el lento
avance de Ja tuberculosis. Durante otros once afios prosi-
guid su labor, con molestias y fatiga siempre crecientes,
viéndose finalmente obligado a retirarse, en 1796, a la edad
de 55 afios. Murié tres afios mas tarde.
Ese aio, casi todas las revistas médicas de alguna impor-
tancia publicaban optimistas informes sobre el uso de la
digital en el tratamiento, no de la hidropesia sino de la
tuberculosis. El mundo médico estaba completamente equi-
vocado...
IV
“Es asombroso cémo los titanes de fa medicina, alla por
1800, ignoraban lo sustancial del descubrimiento de Withe-
ring y engullian sélo indigestas migajas. Withering conocia
exactamente lo que la digital podia y lo que no podia hacer.
Afirmé con palabras inequivocas que la digital, segin ha-102 RECETA CASERA
bia comprobado, era ineficaz en la tuberculosis. Proclamé
con energia que la digital “ejerce influencia sobre los mo-
vimientos del corazén en un grado aun no observado en
ningun otro medicamento”, pero los rutinarios médicos
creian sdlo lo que querian creer. Necesitaban una cura
para la tuberculosis y durante veinte afios se aferraron a
la digital. Se sentian satisfechos engaiiindose a si mismos
diciendo: “De hoy en adelante la tuberculosis sera curada
por la digital tan facilmente como la malaria lo es por Ia
corteza peruana”.
Era una situacién increible hasta la exasperacién, paté-
tica y completamente absurda. No salvé la vida de un
solo tuberculoso.
Hasta los mismos médicos que usaban la digital contra la
hidropesia la manejaban con increible torpeza. Withering
habia explicado cémo debia hacerse el tratamiento, pero
nadie lo recordaba, ni se molestaba en leer de nuevo sus
indicaciones.
Por una parte, habia hombres que, como Hahnemann,
el fundador de la homeopatia, rechazaban la obra de Withe-
fing basindose en que “como la digital produce jaquecas,
mareos y otros trastornos, su utilidad parece muy limitada”.
Grandes figuras de la medicina, como Laénnec, inventor
del estetoscopio, y Corvisart, médico de Napoleén, se ne-
gaban a admitir, incluso, que la digital curase la hidro-
pesia.
Por otra parte, habia médicos convencidos de que la
digital curaba todos los casos de hidropesia, que se sentian
muy molestos cuando no ocurria asi, y reaccionaban ha-
ciendo ingerir a tales pacientes enormes dosis de digital.
Treinta afios después de la muerte de Withering la di-
WITHERING Y LA DIGITAL 103
gital fué cayendo de nuevo en el olvido, como consecuencia
de la envidia, tratamientos anticientificos y profunda igno-
rancia. Hubieran querido ponerle este epitafio: “Deberia
curar la tuberculosis, pero no la cura”.
Entonces, como una banda de espectros vengadores, un
nuevo ejército acudié en su socorro. No eran médicos im-
portantes ni famosos. Surgieron de los grandes laboratorios
y clinicas del mundo, armados de enorme evidencia cien-
tifica. Construyeron, lentamente, sus fortalezas y las equi-
paron con las armas de Ja ciencia. Con infinitas precau-
ciones iniciaron el ataque. Eran cuidadosos, lentos hasta Ia
exasperacién, pero nada podia detenerlos.
Reunieron los hechos, y los hechos eran incontrover-
tibles.
“La digital, cura la tuberculosis? ;Fijense en ds resul-
tados que obtuvicron!... Ustedes, ustedes mismos, trata-
ron con digital a miles de enfermos tuberculosos, y equé
ocurrié? Todos murieron tisicos.”
“ZEs la digital excesivamente peligrosa en el tratamiento
de la hidropesia? No, cuando se emplea en la forma de-
bida. No, cuando se usa la dosificacion adecuada a cada
enfermo, como el mismo Withering les dijo.”
Estos hombres de ciencia y otros muchos que pronto se
unieron a ellos, parecian tener todas las respuestas. Para
aislar el principio activo de la digital, siguieron el mismo
método que Sertuerner con el opio y Pelletier y Caventou
con la chinchona, y obtuvieron unos cristales blancos, muy
activos, que hacian todo fo que la digital bruta podia
hacer.
Este principio activo fué descubierto, primero, en Fran-
cia, por Nativelle, el afio anterior a la guerra francoprusia-104 RECETA CASERA
na, y recibié el nombre de digitalina. Algunos afios mis
tarde, fué “redescubierta” en Alemania por el gran Schmic-
deberg, quien, acaso un poco excitado por la histeria bélica,
se olvidé de Ja digitalina y Mamé al producto alemén
digitoxina, No era un alcaloide como la morfina o la qui-
nina, sino un compuesto —a primera vista desconcertante—
constituido, en parte, por un azucar.
Gradualmente, este conflicto entre las practicas clinicas
y la exactitud cientifica, tomé un nucvo aspecto. Los vie-
jos doctores afectos a las dosis excesivas y a la cura de la
tuberculosis, desaparecieron, cediendo el lugar a una nueva
gencracién de médicos.
Bese cforan i ceaeeeeh rece ameaveeeae raat coeerad caer eee eae
mostrado que la digital no cura la tuberculosis, ni otra en-
fermedad que no sea hidropesia. No queremos discutir.
Pero digannos: ¢Cémo actua la digital? ¢Qué efecto ejer-
ce sobre el corazén? ¢Por qué nuestros enfermos contracn
ASE ePC ate etiet ert He ae -APEe ete
¢Por qué no cura la digitalina a todos los enfermos hidré-
picos?
4. —éSus enfermos? —contestaron los otros encogiéndose
de hombros—. No sabemos nada de sus enfermos. Pero
ifijense lo que hemos descubierto acerca de la constitucién
quimica de la digital!
Los nuevos médicos se quedaron aterrados. La quimica
les tenia sin cuidado. Lo que querian era curar enfermos.
En cambio, a los hombres de laboratorio no les importaban
los enfermos: estaban demasiado preocupados con sus ra-
tas, sus ranas y sus tubos de ensayo.
Hacian falta hombres eminentes que aclarasen Ja situa-
cién y pronto tres de ellos emprendicron Ja lucha,
WITHERING Y LA DIGITAL 105
EI primero fué Arthur Cushny, que desde Escocia habia
ido a la Universidad de Michigan y mis tarde a la de Lon-
dres, a ensefiar la ciencia de las drogas. Sabia cémo emplear
la digital en cl laboratorio, pero comprendia que la misién
de la medicina era curar hombres y no ranas.
El segundo era el buen doctor Wenckebach, obscuro mé-
dico de Holanda que mas tarde obtuvo el puesto de mé-
dico en un asilo de ancianos. (ZY dénde podria encontrar
mejor sitio para escuchar corazones enfermos?)
Por ultimo, aparecié el “‘médico amado”, el escocés James
Mackenzie, que se enorgullecia de su habilidad como mé-
dico de familia y se disgusté cuando, mis tarde, cl mundo
lo proclamé cl mis grande “especialista del corazén” de
su tiempo. Conocia Ja practica de la medicina, Tenia sus
propios métodos de diagndstico, sus propios tratamicntos,
su cirugia, su obstetricia, su propia anestesia y habia es-
tudiado a fondo el corazén.
Estos hombres descubrieron que la hidropesia era la
consecuencia de una extrafa enfermedad que atacaba los
musculos de las auriculas: una enfermedad que transfor-
maba el pulso lento, leno y regular, en débil, flojo y des-
igual. No habia fuerza en este “corazén delirante”. No
impulsaba la sangre con rapidez suficiente, permiti¢ndole
en cambio, detenerse, hinchando las venas e inundando los
tejidos,
Esta enfermedad, que los médicos Haman “fibrilacién
auricular”, trastornaba totalmente la circulacién sanguinea.
EI resultado era estancamiento, acumulacién de sangre en.
Jos grandes vasos de los cuales se filtra un liquido acuoso
que hincha brazos, piernas, pecho y vientre.
Aprendicron que la digital detenia esa débil y floja agi-106 RECETA CASERA
tacién, haciendo que el corazén trabajase de nuevo e impul-
sara la sangre con fuerza. Asi vitalizaba la circulacién san-
guinea, recogia el liquido acumulado en los tejidos hincha-
dos y lo transportaba a los rifiones para ser eliminado.
Demostraron que la digital podia aliviar este tipo de cn-
fermedad cardiaca, antes irremisiblemente mortal. Pero la
digital puede hacer esto, sdlo cuando es administrada en
forma correcta y no como lo hacian la mayor parte de los
médicos. i
Tal fué la historia. No era completa en todos sus deta-
Iles; todavia no lo es hoy; pero contenia ya los principales
ingredientes. Su anuncio preliminar, empero, cayé en oi-
dos sordos; no era que los médicos eminentes no Io creye-
ran, hicieron més: lo despreciaron.
Después de todo, gquién era Mackenzie? Un clinico de
caracter agradable, y nada mas. ¢Quién era Cushny? ; Ah!
Cushny ... ese loco que trajo de Norteamérica teorias tan
extrafas. Y @Wenckebach? ;Un holandés repleto de cuen-
tos de hadas!
Por ultimo, en 1910, Mackenzie en persona Ilevé la lu-
cha al propio Harley Street, verdadero centro de los mas
intransigentes conservadores. Se establecis y comenzd a
mostrarles a los especialistas de Harley Street, que realmente
dejaban morir sus pacientes al negarse a tratarlos de un
modo adecuado. En tiempo notablemente corto Mackenzie
triunfé, pero no del modo que habia esperado.
Muchos afios antes habia inventado un par de ingenio-
sos aparatos que le ayudaban a estudiar el corazén. Los
principales especialistas de Harley Street vieron los apara-
tos y exclamaron: jCielos! He aqui un hombre eminente,
un gran inventor, aunque sélo sea un simple médico de
WITHERING Y LA DIGITAL 107
aldea. Hagimoslo miembro del Colegio Médico. Colmé-
mosle de honores y de cargos de hospital.
Mackenzie obtuvo titulos de honor, incluyendo el de
caballero, Pero Sir James Mackenzie seguia siendo el mis-
mo viejo doctor Mackenzie a quien no le gustaba yer morir
enfermos debido a teorias anticuadas. Le afecté mucho el
hecho de haber triunfado, no por haber encontrado cémo
tratar las enfermedades cardiacas con digital, sino por ha-
ber inventado unos cuantos aparatos.
En Harley Street no pudieron comprenderlo. Menearon
la cabeza, se encogieron de hombrés, otorgaron a Macken-
zie mas honores y se afanaron por presentarlo a Jos visi-
tantes extranjeros.
Pasaron afios antes de que las nuevas ideas se impusie-
ran, antes de que la digital ocupara el lugar que por dere-
cho propio le correspondia en la medicina. Cushny y
Mackenzie murieron, y Wenckebach dejé de ejercer, pero
los tres tenian discipulos que se convirtieron en elocuentes
y persuasivos apéstoles. Hoy, gracias a la labor de estos
hombres, los médicos modernos saben qué es lo que Ia digi-
tal puede o no puede hacer. Estos hombres completaron la
primera gran victoria sobre las enfermedades del corazén,
y ensefiaron a los cazadores de drogas otra leccién funda-
mental: ef valor de una droga lo determina, en parte, la
inteligencia del hombre que la administra.
Durante aquellos afios en que los hombres de ciencia se
esforzaban en combatir, con hechos, la supersticién y la
ignorancia, hubo momentos en que los médicos estuvicron
a punto de creer que la digital era la unica droga eficaz
para el corazén. Si la digital no producia mejoria, pensa-
ban, entonces el paciente esta irremediablemente perdido.108 RECETA CASERA
Pero la memoria médica tiene crisis. Durante siglos los
médicos no conocieron Ia digital, y sin embargo trataban
la hidropesia. Empleaban escila, el bulbo de la scilla mari-
tima del Mediterraneo (jes sorprendente que se les haya
ocurrido ensayar esto!), y curaron enfermos. Aun hoy la
escila se usa para curar algunos enfermos hidrépicos, algu-
nos corazones que no responden a la digital. También usa-
ban un cocimiento de hojas y ramas de adelfa, otra receta
antiquisima que también fortalecia el corazén.
A mediados del siglo xtx, cuando los clinicos desprecia-
ban Ia ciencia de los investigadores de laboratorio, toda
una serie de nuevas drogas vino a luchar contra las enfer-
medades del corazon.
Estos mismos hombres de laboratorio, perdidos en las nu-
bes de Ja investigacién y despreciados por sus més pragmé-
ticos colegas, no habian malgastado su tiempo. Por mas
que sus experimentos no habian servido gran cosa a los
enfermos de hidropesia, sus animales y sus tubos de ensayo
abrieron nuevas sendas. Naturalmente que estos descubri-
mientos no recibicron el nombre de “sendas”; consistian en
fifformaciones fragmentarias obtenidas aqui y alla y que
se relacionaban entre si. Mes tras mes, a medida que los
investigadores reunian sus hallazgos, se iba completando el
rompecabezas.
“Fijense —dijeron—; la digital cura la hidropesia porque
hace’esto y aquello en cl corazén. Lo mismo hace la es-
cila, Lo mismo Ia adelfa. Ahora bien, gno es interesante
que los principios activos de estas tres plantas, tan distin-
tas, sean quimicamente pareeidos y actéen del mismo modo
en nuestros animales?
caso sea significativo. Acaso hayamos desenterrado toda
WITHERING Y LA DIGITAL 109
una nueva familia de sustancias quimicas. Acaso, si segui-
mos buscando podamos encontrar otros miembros de esta
misma familia que también actéen sobre el corazén.”
Pero ¢dénde podian buscar? Estas nuevas sustancias qui-
micas no estaban monopolizadas por ningun grupo particu-
lar del reino vegetal, y ensayar miles y miles de plantas
con la remota esperanza de que una o dos pudieran contener
esas drogas, era irrealizable. Una busqueda tal hubiera sido
imposible, pero de pronto, se vié que era también innece-
saria: habia sido ya hecha a través de muchos siglos por
tribus salvajes.
Un dia, en un laboratorio ruso, dos investigadores estu-
diaban el extracto bruto de una planta de Madagascar. Era
un extracto poderoso, veneno mortal obtenido de las al-
mendras de la tanginia. En Madagascar los nativos [a usa-
ban como jucz quimico: “Si comes de esta planta y mue-
res —decian los nativos— jeres culpable!” Era notable la
cantidad de personas que resultaban culpables ..
Los rusos ensayaron la tanginia. Era un veneno intere-
sante, pero al principio sdlo esto. Lo ensayaron en sus ani-
males de laboratorio y vigilaron cémo las pobres bestias se
ponian rigidas y morian. Fué sélo después de hacer la
autop:
de los animales cuando vieron la luz, y entonces se
apresuraron a enviar una comunicacién a un congreso cien-
tifico reunido en Paris.
“Hemos encontrado que grandes dosis del extracto de
tanginia mata a nuestros animales de igual manera que las
grandes dosis de digital. En pequefas dosis Ia tanginia for-
talece el corazin exactamente como la digital.”
Regresaron a Rusia y comenzaron a importunar a sus se-
sudos colegas. “Los franceses clogiaron nuestro informe110 RECETA CASERA
mos encontrar mas venenos de
—dijeron—. ¢Dénde pod.
éstos, mas extractos que actten sobre cl corazén?”
Un explorador ruso de San Petersburgo les dijo: —Ven-
gan a mi laboratorio. Todavia me queda un poco de
“ipoh”.
—lpoh?
—Si. No se emplea para descubrir culpables, sino para
envenenar flechas. Se obtiene del arbol antiaris de Malaya.
¢Nunca han oido hablar del antiaris? No? Bien, exhala
un perfume mortal que mata a los pajaros que vuelen por
encima de él y a cualquier animal que se le aproxime.
Siempre sabe uno cudndo esta cerca de un antiaris, porque
en varios kilémetros a Ia redonda sdlo se encuentran hucsos
de animales muertos.
El “perfume mortal” del antiaris cra indudablemente
una leyenda, pero en cambio nada habia de fantastico en
lo de las flechas envenenadas. Los ensayos de laboratorio
demostraron a los rusos que en grandes dosis era mortal,
pero en pequefia cantidad actuaba como Ja tanginia de Ma-
dagascar y como la digital. Aqui, habia dos posibles susti-
tutos de la digital, dos nuevas sustancias quimicas capaces
de curar corazones débiles.
Todavia no se habia secado la tinta de los informes de
estos rusos y ya los investigadores enviaban cartas a todos
los rincones de Asia, Africa y Sudamérica con urgentes
pedidos a sus amigos y representantes oficiales. Solicitaron
la ayuda de los jefes de las expediciones tropicales: “Hagan
el favor de enviarnos cualquier veneno para flechas 0 de
los empleados por los nativos para descubrir culpables.”
Casi al mismo tiempo Ilegaron a Inglaterra las primeras
respucstas. Desde su campamento a orillas del Zambeze en
WITHERING Y LA DIGITAL i
el Africa occidental, el famoso doctor Livingstone describia
los efectos de un famoso veneno para flechas, llamado
kombé. Lo proclamaba tan mortal que los investigadores
se sintieron inquietos por anticipado, Poco después !lega-
ban dos paquetes de kombé, uno procedente de otra expe-
dicién en Africa y el otro del cénsul britanico en Zanzibar.
La tarea de analizar estas sustancias téxicas tan violentas
fué confiada a Thomas Fraser, de Edimburgo. Se le dijo
unicamente que el veneno procedia de las semillas del es-
trofanto de flores amarillas que crece en toda Africa, que
los rusos estaban trabajando ya con el kombé y habian pre-
sentado una nota previa. A él le correspondia poner en
claro el resto.
Fraser entregé a toda prisa su primer informe. “Como Ia
digital, cl strophanthus kombé tiene la propiedad de retar-
dar el ritmo y fortalecer la musculatura cardiaca en los
animales de laboratorio.” Mas tarde aprendid cémo mane-
jar esta droga, ahora conocida con el nombre de estrofanto,
y cémo emplearla en el tratamiento del corazén humano.
En 1885, exactamente cien afios después de haber anun-
ciado Withering el milagro de la digital, el doctor Fraser
fué a Cardiff y en Ia reunién anual de la “British Medical
Association” hizo la siguiente manifestacién:
“Sefores, deseo exponer ante ustedes los resultados del
tratamiento de la hidropesia con una nueva droga, el estro-
fanto. Es un posible sustituto de la digital, con Ia cual pa-
rece tener relacién. He aqui los resultados —con grificas—
obtenidos en cuatro pacientes en los cuales la he em-
pleado...”
Fraser Ilevé la reunién al conyencimiento; expuso el es-
tado en que los pacientes se habian presentado: hinchadosFH ~ “RECETA CASERA
y Ilenos de agua a causa de su corazén débil y trémulo;
explicé6 como actua el estrofanto —infinitamente mas ra-
pido que la digital—; demostré cémo el corazén detenia
de repente su ritmo mortal y comenzaba a latir lenta, fuer-
te y regularmente; mostré cémo el liquido estancado era
recogido y Ilevado fuera de los tejidos inundados.
Cuando descendié del estrado, los médicos lo acosaron.
La pregunta undnime era: “Doctor Fraser, ¢dénde podemos
conseguir este estrofanto?”
No cabia duda: el estrofanto era bueno, tan bueno como
Fraser habia afirmado. Administrado en pequefas dosis, el
veneno usado para envenenar flechas era un medicamento
para el corazén. Excepto la desventaja de que, a diferencia
con la digital, debe darse en inyeccién y no por boca, el
estrofanto podia, incluso, eclipsar a aquélla.
Pronto hubo més de estos remedios analogos a la digital,
venenos exdticos de Malaya, la India, Méjico, Brasil, las
Filipinas y Africa. Eran remedios indigenas que habian
sido usados de antiguo contra la hidropesia: cdfiamo cana-
diense de América, Adonis de otofo y lirio del valle de
Rusia, parictaria y la rosa de Navidad prescrita por Hipé-
crates. Llegé también cl oxabain, otro horrible veneno afri-
cano usado hoy por los especialistas franceses. John Jacob
Abel de la Johns Hopkins University, al estudiar el sapo
de Jamaica, encontré en su saliva un compuesto andlogo
a la digital.
El conocimiento empirico de los cazadores salvajes y los
campesinos, proporcioné curas de la hidropesia para mu-
chos afios. Con todo, habia otra enfermedad del corazén,
que ni la digital, ni el estrofanto, ni ninguna otra droga
conocida podia curar. Era una enfermedad caracterizada
WITHERING Y LA DIGITAL 3s
por continuos ataques dolorosisimos que parten del corazén
y se extienden por el hombro izquicrdo hasta el brazo. Los
médicos la Iamaron angina pectoris...
v
Era una madrugada en el invierno de 1866. En un an-
gulo de una gran sala en cl hospital real de Edimburgo,
una luz vacilante, en lucha con Ia fria oscuridad, iluminaba
un lecho a cuya cabecera veianse una enfermera y dos mé-
dicos. Estaban de pie, inméviles, observando al enfermo.
Por ultimo, uno de los médicos se alejé tiritando: —Hace
un frio de todos los diablos —dijo—. ¢Qué hora es?
El otro médico, el mis joven, miré su gran reloj de oro:
—Van a ser las dos, sefior. Puede darle de un momento
a otro.
Volvieron junto al enfermo: estaba humedo de sudor,
asustadisimo, Ilamando a los médicos con los ojos.
El doctor Brunton, que apenas contaba veintitrés afios,
: —Todas las noches, durante
volvié a hablar en voz baj
las tres ultimas semanas, ha tenido el ataque. Siempre en-
tre las dos y las cuatro de la madrugada. Le dura una hora
o mas.
—Conozco eso —repuso el anciano doctor Bennet, mal-
humorado—. He visto otros casos de angina pectoris, pero
nunca uno como éste.
Brunton miré al enfermo, pero nada anormal se adver-
tia aun,
—Por esto, precisamente —continué—, he indicado
este nuevo experimento. Hemos ensayado todo: digital,
acénito, lobelia, aguardiente, cloroformo, pero sin resultado.114 RECETA CASERA
—Supongo que podremos probar este nuevo remedio su-
yo —asinti
Bennett—, pero, gqué es lo que le hace creer
que sera eficaz?
—No estoy seguro, sefior, pero creo que la angina pec-
toris tiene algo que ver con la hipertensién, es decir, con
ataques debidos a repentina clevacién de Ia presién san-
guinea. Esa puede ser la tnica causa capaz de explicar por
qué Mr. McCollum, aqui presente, se sintié mejor, cuando
ayer, en medio del ataque, le extrajimos un poco de sangre.
Hasta donde yo pucdo juzgar, lo unico que conseguimos
con eso fué reducir Ia presién de la sangre en los vasos.
—