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Diario de una Novela (III) [Aparte]

[Sábado] 3 de febrero

Aunque el propósito ha sido uno, las cosas emocionalmente no han marchado muy bien, alguien
muy importante ha fallecido para mí recientemente, ha muerto de una manera significativa pues,
aunque sigue viva, quien está en su ataúd soy yo. A veces quisiéramos hacer más por las
personas, a veces quisiéramos enmendar tantos errores que hemos cometido involuntariamente,
pero eso no garantizaría que no los siguiéramos cometiendo, y creo que por ello aprendemos algo
nuevo y los seguimos repitiendo. Nos preguntamos: ¿si muriéramos, aún significaríamos algo para
quienes amamos y amaremos por mucho tiempo, aunque no nos amen? La muerte, que tiene la
capacidad de enternecer, entonces surge como punto de comparación. Pero probablemente
tampoco significaría mucho. Incluso estas palabras, ni siquiera algo pueden significar para quien
las lea luego, porque el significado, tristemente, de quien se ha ido, quien me ha abandonado sin
una segunda oportunidad, está en mí. Una amistad menos, se descuenta de la lista. Mil kilómetros
más que me alejo de la humanidad. Comienza a darme miedo. El amor también por estas épocas
es egoista e injusto.

Sobre la novela, ayer no hice mucho sobre la primera hoja, ahora voy a revisarla de nuevo (y
aprovechar la tarde). Aunque de nuevo me ha regresado ese terrible dolor cerca al corazón, creo
que la tristeza no podrá vencerme demasiado, pues ya tantas veces lo ha hecho, y cuántas
batallas que ninguna he yo ganado. El día es soleado, y el cielo es de un azul muy distinto al que
se ve en otras partes del continente, el azul del cielo sin nubes parecido al bogotano (que me da
mucho miedo). Las respuestas a mi reciente pérdida son y no claras: no obstante, creo que todo se
ha perdido. Dos amigos no se volverán jamás a recuperar. Ese es el tamaño de la boca que hoy
me come y dentro de la cual comienzo a trabajar en esta novela.

Publicado por © La Redacción de Adentro y Afuera   

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