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PON : 5) A. Pérez de Laborda oh ciencia y fe marova INDICE ADVERTENCIA AL LECTOR ... 62. oe. ces ee eee eee os Pag. 1D I. ALGUNAS FORMAS DE UNA CONFRONTACION HrsTORICA, 19 1. En el comienzo eran los griegos 21 2. Nacimiento de la nueva ciencia ... 28 3. En biologia: de Darwin a Monod . 41 4. En fisica: la mecdnica cudntica ... 58 5. «Explicando» a la religién ... 80 TI. Caracrerfsticas DE La(S) CIENCIA(S) ... 2. 0. v.99 1. Los dominantes: la demarcacién y el método ... 101 2. Despotismo epistemoldgico de la (filosofia de 1a) lence seo. n Foes eee OS) 3. EI mito de la ciencia . 115 4. Ciencia ¢ ideologia . 124 5, Mas gqué son las cienciaa?t 136 SUGERENCIAS DEL AUTOR: ¢QUE DECIR? . 145 APENDICE: LA CIENCIA Y LA TECNICA EN EL DOCUMENTO DE PUBBLA 225 Gay ae ees aie ars 161 BIBCLOGRARIA Ree ese... 173 PEREZ LABORDA.—7 Este libro, avisadisimo lector, setd un libro imposible. Por dos razones. La primera, porque es un tema que se me escapa de las manos, que se nos escapa de las manos. La segunda, porque es un libro apasionado, dado a la caricatura. De ahi sus virtudes, si las tiene, de ahi sus defectos, que los tiene. Habria que saberlo todo y saber de todo pata que este libro fuera posible. El lector imaginar4, sin embargo, que el autor no es un mirlo blanco. Deberia ser, para colmo, un libro plagado de notas eruditas, de infinitas disquisiciones, réplicas y contrarrépli- cas. Nada o casi nada de eso encontrata el lector, empero. Tiene ante sf, simplemente, un «texto», casi un relato, fruto de algunas lecturas y de unos pocos conocimientos. El planteamiento del libro asi lo demanda, su brevedad también. Al final, sin més, podré el lector encontrar unna bibliografia extensa—compuesta por libros a los que, en un momento o en otro de éste, se hace referencia, citados en Ia edicién manejada, aunque sin esa especial ayuda que son Ios breves comentarios a cada titulo, tan de agradacer a su autor—, en donde él, si asi lo quiere, podré encontrar el camino pata rehacerse para si mismo éste o el otro punto, como no sea que quiera, con sus propias fuerzas, construirse «su texto». Me parece esta eleccién una de las maneras posibles de las que dis- pone el autor para relativizarse, de relativizar su interpretacién, su apasionamiento, dejando Ia puerta abierta—jqué menos! —para que cada quien construya las cosas a su manera, se goce en su propia interpretacién, desfogue su ptopio apasionamiento. cEs que el autor se aparta de su texto, se desmarca de él? No; en absoluto. Deja abierta, simplemente, la posibilidad de pensar que es fruto de intimos condicionamientos, de profundas 15} creencias—en el sentido orteguiano—, de que expresa su manera de sentir y de dar sentido al mundo en el que vive. Esto lo sabe el autor. También sabe que otros tienen diferentes condicionamien- tos, comparten distintas creencias, expresan diversos sentidos. Ton- to serfa negarlo, decirse a si mismo que sdlo lo suyo es aceptable, No; hay diversas posibilidades de construccién de un texto como el que el lector tiene entre sus manos. ¢Significard, pues, que el autor tiene irénicas disposiciones donde todo puede mezclarse y todo es intercambiable, porque es de idéntico valor? No; en absoluto. El autor tiene, como puede leer- se aqui, convicciones profundas y, si se me entiende, definitivas. Ahora bien, ctee y espera que sus convicciones son defendibles ra- cionalmente, que merece la pena defenderlas con las armas pacifi- cas que tenemos los hombres; que tiene la intencién de defen- derlas hasta el final, mientras pueda. Pero que ha de hacerlo sin imposiciones de ningin tipo, a la vez que sin aceptar imposiciones de nadie. Si lo que hace es valido y tiene sentido, a alguien le pa- rece racionalmente vdlido y lo encuentra con sentido, tanto mejor. De otra manera, nada de lo aqui dicho mereceria siquiera la pena de haber sido dicho. Ya desde ahora mismo esté planteado el problema fundamen- ica en las frases anteriores esa palabra «razén» 0 esa otra «racionalidad»? En alguno de los meandros del texto que enseguida va a comenzat nos aparecerdn varias cosas sobre el pro- blema aqui mencionado. Al comienzo de esta advertencia decia que mi texto es apasio- nado, mas, ¢de qué otta manera podria ser? ¢Ditia alguien al Peridis que el presidente Sudtez no est4 sentado de hecho en lo alto de ninguna columna como algtin nuevo Simeén estilita? El apasionamiento se expresa aqui en caticatura, pero la caricatura dice tanto—o mucho m4s—que largos y sesudos comentarios. Uno de los tiltimos libros sobre temas similares a los que aqui tratamos, comienza asi: «Seria dificil de negar que la ciencia en nuestros dias, al menos en el mundo occidental, esté bajo algo co- mo una nube. E] reclutamiento de los estudios de ciencias en nues- tras universidades desciende, Una de las razones, se nos dice, es que los jévenes estén desilusionados de la ciencia y ansiosos de volver sus valores hacia direcciones que ofrezcan una mayor espe- 14 ranza para la humanidad» 1. Aqui por estas tierras, ciettamente, no podemos decir todavia otro tanto, por més que, quienes vigi- lan, adelantados habitantes de los faros frente a lo que viene, ven llegar ese pensamiento; lo que significa, sin duda, que luego, con poco mds de tiempo, todo se desandar4. Perdone el lector que se Jo espete asf: lo que aqui intento decir nada tiene que ver—pero, jseré posible! —con moda alguna. La razén es clara, mi intencién es defender sambién a la racionalidad y a las sufridas ciencias, aun- que intente ver si existe lugar desde donde se pueda ser un hombre religioso sin verse uno en la necesidad de abandonar aquello que no parece que tengamos detecho a dejar: nuestra capacidad critica, la que nos es ofrecida por Ja razén, una de las partes més bellas de todo lo que nos constituye en humanos. El lector, una vez terminada esa primera ojeada que siempre se echa a los libros, se preguntaré por el titulo, extrafiado de que se habla por lo mucho de la ciencia y por casi nada de Ia fe. Tic- ne toda la raz6n; por ello debo justificar aqui mi intencién al es- ctibir lo que he escrito. Durante mucho tiempo, parecfa indecoroso que alguien sostu- viera para si el 4mbito de lo religioso, si estaba impuesto en las ciencias y en su espiritu. He querido reflejar ese proceso en el libro. Sin embargo, hoy no es ya defendible que sea asi desde las ciencias mismas. Nada seguro parece que desde ellas se deba pro- hibit la entrada a aquél ambito como cuajado de inmensos peli- gros contra la racionalidad o, peor atin, Henos de nada. Esta se- gunda idea esta también reflejada en mi libro; al menos esa pre- tensidn he tenido. Por otto lado, durante mucho tiempo, y especialmente aguda puede ser hoy esta tentacién, se ha podido vivir en estado de es- quizofrenia, es decir, sin establecer puentes entre uno de los 4m- bitos que aqui tocamos, el de la ciencia, y el otto, el de la reli- gidn, sobre todo una vez visto que alguno de los puentes era ex- cesivamente precipitado y bien poco seguro. Desde este momento, Ja divisién entre ambos A4mbitos es sutil, ya que se tiende a dejar en uno de ellos la racionalidad y en el otro todo aquello que es Jo irracional. Grandes defensores de la maxima «toda la raciona- 2 MacKax, Science, pig. 1. (Véase la referencia completa de las notas en la Bibliograffa final.) 15 lidad pata la ciencia y sus semejantes», no tienen reparo alguno en aceptar un segundo mundo—que nada tiene que ver con el mun- do dos poppetiano—, el de la poesfa, el de la sensibilidad estética, el de todo aquello que resulta maravillosamente bello, el de la religién también; mundo dominado por la metdfora y por lo sim- bédlico; mundo de lo titual y del sentimiento. El lector podra advertir que ninguna de esas dos posturas, en las variantes que se quiera poner, me deja cémodo. Me descubro, mas bien, como tomista-leibniziano, sin saberlo de antemano ni pretenderlo después. No puedo ni quiero aceptar un mundo de la razon en el que sdlo cabe la ciencia y sus fronterizos—siendo ella misma quien decide a quién darle ese titulo—, y un mundo que es falsario, es decir, inexistente, sugestién, proyeccién y fantasia; o un mundo que est4 reglado por lo ixracional. No quiero negar ninguno de estos 4mbitos, sabiendo que ambos son tanto realiza- ciones como nuevas posibilidades de actuacién futura—en unidad dialéctica, si se me permite utilizar esta misteriosa palabra—; y tampoco quiero dejar de lado esa herramienta poderosa que los hombres poseemos, la razén, capaz de provocar pensamientos y juicios, comprensién y actuaciones, explicaciones y proyectos de futuro. ¢Quién me lo impediria? Comprenderé el suftido lector que, para que asi sea, debo dis- cutir con acritud que la racionalidad sea un método (si no lo acep- to para la ciencia, ¢c6mo lo harfa para la racionalidad?), algo capaz de justificarlo todo, que esté por encima del bien y del mal, que puede subsistir con cualquier ensuciamiento de manos, que siem- pre serd, en fin, un método aconsejado y seguido por Jos podero- sos que todo lo quieren. No; la razén es un instrumento que po- seemos para poder guiarnos en nuestra comprensién del mundo en nuestta actividad, como una bréjula que puede orientarnos o per- dernos. Mas, quizd en el fondo, aunque no en la primera r4pida apa- riencia, de lo tinico que se habla en este libro, mejor lo que tran- sita todas sus paginas, es la fe. He utilizado, a veces como simple inspiracién, otras tomando frases 0 parrafos enteros, algunos textos escritos anteriormente por mi, que han provocado este libro o que ya fueron escritos pensan- do en él (lector, si los hubieres leido antes de ahora, te ruego me disculpes), Me refiero al que introdujo a un dossier sobre Ia cien- 16 cia y la técnica, que contenia una amplia bibliografia comentada (se encuentra citado en la bibliografia final); a dos articulos, pu- blicados en sendas revistas, Religién y cultura, atm. 104 (1978), paginas 339-58, e Iglesia viva, mim. 76 (1978), pags. 307-21; a la ponencia tenida en la primera reunién europea de filésofos ¢ historiadores de las ciencias que hubo lugar en Brest en mayo de 1979; he utilizado también la substancia de un ciclo de cinco conferencias pronunciadas en noviembre-diciembre de 1977 en el marco del ITA de Avila. El plan y un primer esbozo lo comencé a construir en unas charlas dadas en la cdtedra de teologia «Do- mingo de Soto» de la Universidad de Salamanca, a las que fui invitado por su director (y amigo) Olegario Gonzdlez de Cardedal. Como apéndice he aiiadido la comunicacién que presenté en el seminario «Puebla 1979: el hecho histérico y la significacién teolégica, que, en el marco de la Escuela Asturiana de Estudios Hispanicos, tuvo lugar en La Granda (Avilés) los dias 10 a 14 de septiembre de 1979. Morille, 29 de septiembre de 1979 I ALGUNAS FORMAS DE UNA CONFRONTACION HISTORICA 1. EN EL COMIENZO ERAN LOS GRIEGOS Piette Duhem, uno de los pioneros y todavia hoy més impor- tantes historiadores de las ciencias, aunque murié en 1916, co- mienza su obra magna con estas palabras: «En la génesis de una doctrina cientifica no hay comienzo absoluto; tan arriba como se remonten las Ifneas de pensamientos que han preparado, sugerido © anunciado esta doctrina, se llega siempre a opiniones que, a su vez, han sido preparadas, sugeridas, anunciadas. Si se cesa en la persecucién de este encadenamiento de ideas que se han prece- dido unas a otras, no es que se haya Ilegado al eslabén inicial, sino que la cadena se hunde y desaparece en las profundidades de un pa- sado insondable» !. No ser4 aqui, por tanto, donde queramos re- solver ningtin problema sobre el origen de las ciencias y del pen- samiento cientifico. Heisenberg, sin embargo, pensaba? que la mecdnica cuntica, y en general los desarrollos de la fisica moderna, habjan termina- do por dar la razén a Platén y quitdrsela a Demécrito, favorito de tiempos definitivamente, al parecer, periclitados. Vemos ahi una invitacién a una pequefia excursién por el comienzo, si es que asi podemos decir visto lo anterior, de Ia relacién enconada a que este libro hace referencia. En verdad que es dificil tomar la ' Dunes, Systeme, I, pag. 5. 2 «Creo que en este punto Ia fisica moderna se ha decidido definitive: mente por Platén (contra Demécrito)..., 0 como creo yo més bien ahora, en favor del idealismo de Platén y en contra del materialismo de Demécrito»” HEIsennEre, Més alld, pées. 182 y 185; cf. pég. 170. También en HEIsEN. BERG, Encuentros, pig. 14; aunque esta vez sea en favor de Platén contra Aristételes 21 decisién de situar nuestro comienzo aqui o all4, mas, con Heisen- berg, nos pararemos en los griegos, al fin y al cabo padres de casi todo lo que somos y pensamos *. Ademds, aunque ciettamente el comenzar con los griegos no sea un comienzo absoluto, si puede decirse que en ellos se origina una manera distinta de plantearse el conocimiento y su utilizacién, por lo que nos vamos a petmitir el lujo de principiar con ellos. Platén construyé su filosofia casi como una filosofia de las mateméaticas, Por el contrario, Aristételes, su discfpulo, la cons- truy6 desde unos conocimientos desaforados de todas las ciencias experimentales. Para ellos, sus ciencias les Ilevaban directamente a consideraciones que se aunaban con pensamientos teoldgicos, in- cluso a pesar de aquellas diferencias. Muy diferente talante, por el contrario, muestra Demécrito, asi como sus muchos seguidores antiguos, griegos y romanos, quienes inventaron una nueva manera de postular la constitucién del mundo, la cual, sobre todo a partir de Epicuro, fue entendida como Ja tinica compatible con una acep- table racionalidad cientifica. En ella, sin embargo, ya no parece caber ninguna consideracién sobte teologia. Para Platén, debemos hacer un distingo fundamental. Por una parte estd este nuestro mundo, un mundo de obscuridades y de opiniones, en el que nos apatecen, por ejemplo, circulos que sola- mente son figuras deformadas, imperfectas, hechas temblorosa- mente con manos temblorosas. Ahora bien, y este es el otro lado, si hablamos de un circulo es porque debemos de saber muy bien qué es esa figura, cémo deberia de ser en verdad el que nosotros hemos querido dibujar. Tenemos, esto sf, una clara idea y defi- nicién de lo que es, aunque sabemos que, por mucho que nos es- forcemos, nunca hemos de Ilegar a dibujar ese circulo perfecto que tenemos metido en nuestta cabeza. Para Platén, el imposible circu- Jo existe; en el fondo es el tinico que tiene entidad real y realidad verdadera. Existe, pues, otro mundo, el verdadero mundo, que es el mundo de las ideas. En él es en donde existen cosas como el circulo, que es, por asi decir, el padre de todos los imperfectos circulos a los que debemos referirnos, del que todos los que tra- cemos en el papel con nuestros compases participan, circulos que no serdn mds que imperfectas imagenes de aquel cérculo ideal. 8 Jaxt, Ways, pags. 3-33; se leerd con interés. 22 Cuando el fabricante de camas quiere construirnos una, gqué hace? Mira a la idea de cama y con sus manos hace una, no aque- lla cama ideal, por supuesto, sino una determinada cama, algo pa- recido a ella pero no real 4. gQué hay de exttafio, por tanto, en que las camas y los circulos que hacemos nos resulten obscuros «en relacién con Ja verdad»? Veamos, pues, siguiendo a Platdn, cudn- tas camas habra. La que Dios ha hecho en Ja naturaleza, es decir, la cama ideal; la cama que realiza el artesano y la cama que pinta el artista: «Y Dios, sea porque no quiso, sea porque la necesidad le obligé a no fabricar més que una cama, hizo esa tinica cama de la que hablamos, la cama misma o esencia. Puedes tener por cier- to que Dios no produjo nunca dos o més camas, ni las producird tampoco en el futuro.» Dios, consciente de sus actos, quiso ser el constructor de aquella maravillosa cama, tinica y perfecta. En Platén encontramos enseguida algo que nos interesa aqui, un mundo esencial y perfecto, un mundo que tiene mucho que ver con las mateméaticas, con objetos ideales, un mundo que es el mun- do de la ciencia perfecta, y que desde su mismo inicio tiene una relacién directisima con el ambito de la teologfa natural, como he- mos entrevisto. Si cabe decirlo asi, el mundo es un puto mundo de realidades matemdticas, de esencias putas, cristalinas y exactas, moviéndose, por ello mismo, en las cercanias mds inmediatas de Dios. Por el contrario, el mundo por el que se mueve Aristdteles es notablemente distinto al de su maestro, aunque, por supuesto, to- davia no se haya terminado de ver la influencia que sobre él iu- viera Platén. No entramos aqui en discusiones, pero desde el pun- to de vista de Ja ciencia la diferencia es enorme. Aristételes no es ya un mateméatico, sino un hombre dedicado a las ciencias de la naturaleza con sumo afan. Es més bien un praxdlogo, como nos Jo demuestran sus libros sobre biologfa o sobre zoologia, por ejem- plo, que son catdélogos de observaciones rigurosas de las cuales tie- ne la pretensién de poder inducir leyes cada vez mds generales mediante abstracciones sucesivas y Ilegar asi a estructuras biolégi- cas de gran interés. Nunca puede olvidarse que, en este caso, el fildsofo y el metoddlogo se construyen sobre las espaldas del cien- * Puede leerse el texto completo en el libro X de La Repiiblica, 596a- d97c. 23 tifico experimental. Nuestro filésofo hace continuamente lamadas a la verificacién de las teorfas por los hechos experimentales, las dificultades planteadas en torno a las teorias quedan fécilmente solventadas cuando ofmos lo que es la realidad de los hechos ob- servados. Mas atin, las afirmaciones que se legue a hacer con tal procedimiento quedarén siempre corroboradas por nuevos hechos experimentales que més tarde se afiadirén. Demécrito, nos dice Aristételes, cometié ertores porque se permitid afirmaciones que no iban acompafiadas de investigaciones de los hechos, y actuar asi no es vdlido metodolégicamente. Mas, ¢significa lo que Ilevo diciendo sobre Aristételes que sea un cientifico a la moderna? Tonto serfa sospechar siquiera que pueda responderse afirmativa- mente a esta pregunta. Quede, sin embargo, el deseo y la necesi- dad de lanzarse a la investigacién del mundo que nos rodea, que tocamos y palpamos con nuestros sentidos, para entrar luego en conocimiento de lo que él era, de cudles son sus leyes y cémo es su funcionamiento. Sobre su quehacer cientifico, y como parte suprema, debe cons- truir Aristételes su Idgica y metodologia de la ciencia. El conoci- miento cientifico—saber con saber-de-ciencia, como traduce Gar- cla Bacca 5—requiere que conozcamos la causa por la que la cosa es real; en segundo Iugar, que conozcamos que esa causa es causa de tal cosa: por tiltimo, que todo ello no podamos habernoslo de otta manera. Cosa distinta es lo que se logra mediante la demos- tracién—el saber con saber-de-ideas, para decirlo con palabras de la misma traduccién—, es decir, un silogismo cientifico que da lugar a un conocimiento asi mismo cientifico. Ahora bien, ¢hasta dénde nos lleva ese encadenamiento de conocimientos? Deberemos partir de algo que sea seguro e inamovible de por si. Nos aden- tramos asi en la «metafisca», en donde Dios planea en las alturas como primer motor, como fuente de todo ser y como ser por ex- celencia. Hemos caido, por tanto, en el ambito de la teologia, como nos habia ocurtido en el caso de Platén. Los caminos han sido bastante diversos, pero el resultado final es similar. Con estos parrafos, tan répidos, bastenos pata recordar esa co- nexién ptofunda que se da entre la ciencia y, digamos, la teologia, ® En su siempre sugestiva traduccién de los «Analiticos posteriores», que se encuentra en Textos clasicos, IL. 24 tanto en el platonismo como en el aristotelismo, lo que de todos es sabido. N6tese, al pasar, que dicha afirmacién se encuentra, en ambos casos, en el plano de las afirmaciones ultimas més-allé-de-la- ciencia, en plena filosoffa, més propiamente, en el centro de la metafisica. Muy distinto va a ser el caso de los atomistas, que veremos con idéntica brevedad. No son ni matemdticos ni experimentado- res; se preocupan en ver de qué manera pueden conciliatse estas dos afitmaciones contradictorias de los filésofos presocraticos: el ser es tinico, existe el movimiento. Opinan los atomistas que las dos afitmaciones son posibles, siempre que pensemos que las cosas pueden descomponerse en partes sumamente pequefias, los dtomos, que se encuentran inmersas en algo que no son cosas, que es no- ser, es decir, en el vacio. Para Demédcrito se da asi la posibilidad de que haya algo que es uno y tinico, aunque, por estar dividido ese ser en dtomos indestructibles ¢ indivisibles, caben dentro de él miltiples posibilidades de combinacién, sobre todo si pueden hacerlo con més o menos proporcién de vacio, lo que da lugar a figuras conglomeradas de increible diversidad. Al decir, ademds, que los d4tomos estén en movimiento desde siempre y que nunca podrdn existir dtomos en reposo, cree Demdcrito tenet los elemen- tos constituyentes de la explicacién del mundo que tenemos ante nuesttos ojos en su ilimitada diversidad. Es muy grande, empero, el camino que tenemos que recorrer todavia hasta explicar con detalle, partiendo de principios tan sencillos, la infinita variedad de los fenémenos del mundo. Los dtomos son infinitos en ntimero y el espacio por el que se mueven lo es en extensién, de aqui que exista lugar para que en sus multiples modos de chocar entre si, de concentrarse y de separarse, de aliarse con mds o menos cantidad de vacfo, vayan dibujando la variedad de formas que ante nosotros se da. Ahora bien, se nos esté planteando un gran problema: ¢cudl es la causa de esos choques sin fin, prescindiendo de los cuales no ser posi- ble 1a explicacién atomista? Demécrito, al parecer, nada dice de esa causa, aunque posiblemente pensd que se debfa a la «necesi- dad», por lo que quedarfan fuera todo tipo de fuerzas arbitrarias y externas. Son esos choques los que producen rebotes que termi- nan de provocar el entede de los 4tomos unos con ottos, y el en- redamiento es el comienzo de toda la creacién de las cosas. Asf, 29 nada se hace por la suerte o el azar, sino que todo se debe a la necesidad; nada se hace por casualidad, sino que todo tiene una causa bien determinada. Ningtin sentido tiene para estos atomistas Ja causa final de la que hablan aquellos que estén inmetsos en el 4mbito de una ttadicién teolégica, como Platén y Atistdteles. La creacién del mundo es el resultado involuntario de procesos na- turales inevitables. La necesidad, concebida como una ley natural, es el fundamento del sistema: «En la esfera de la especulacién cientifica introduce Demécrito por vez primera la posibilidad de una concepcién del mundo estrictamente cientifica», como afirmé uno de los mds grandes estudiosos de nuestros atomistas °. Epicuro, sin embargo, aunque fiel discfpulo de Demécrito, in- troduce un cambio fundamental Al preguntarse por Ja causa de los choques, modifica substancialmente el modelo atomista. Los Atomos, por ser pesados, caen. En un principio, los 4tomos caian y cafan sin cesar, sin ningtin entrecruzamiento posible, como una cortina de Iluvia celerfsima. No tenfan interferencia unos con ottos, viajaban todos juntos en eterno camino, pero sin tocarse. De pron- to, sin que se sepa cémo, uno o varios 4tomos cambian brusca- mente la direccién de su camino—tal es la «declinacién» o el «cli- namen»—, con Io que la cafda segtin lfneas paralelas a tan fantds- ticas velocidades se ve interferida por el 4tomo que abandoné su camino, ptoduciéndose un proceso de choques en cadena. Asi pues, la declinacién es absolutamente necesaria para poder Iegar al mun- do tal como nosotros lo conocemos. El choque de los 4tomos de- clinados con los demds da lugar a movimientos diversos, compues- tos todos ellos de un componente producido por el peso y otro que procede del «clinamen». La declinacién, concebida de este modo, se necesita para el hecho de la existencia del mundo y de todos los mundos, peto ella misma no es necesatia, sino que debe ser necesatiamente fortuita. Como nos recuerda Plutarco 7, los estoi- cos y petipatéticos no perdonaron nunca a Epicuro haber utilizado para dar cuenta de las cosas més importantes de «un hecho tan pequefio e insignificante como la minima declinacién de un dtomo Unico», mds atin, que con ella quiera conseguir que «nuestra vo- luntad libre no sea aniquilada». * Bamey, Epicurus, pag. 122. * Puurarco, De sollert, anim., 7; tx, francesa en Epicure, pag. 83. 26 Vea el lector cémo tenemos ya introducidas dos maneras ra- dicalmente distintas de concebir la ligadura de las explicaciones cientificas—si es que, hablando de gente tan antigua, puede em- plearse esa expresién—con las cuestiones de sus fundamentos y sus relaciones con lo que Ilaman el ambito teolégico. Cada una de ellas tiene sus divergencias, pero en lo fundamental parecen estar de acuerdo. Pasara ahora un enorme periodo, la Edad Media, de fecundi- dad prodigiosa ®—afirmacién que choca sin duda a los partida- tios de la moda—, en donde serén los platénicos y los aristotélicos quienes se Ileven el gato al agua, apareciendo en su seno la con- testacién occamista, que no liga ya, por dejar las cosas del mundo a la mera voluntad de Dios, el descubrimiento de su racionalidad con el ambito teolégico de las pruebas de la existencia de Dios —como habfa sido el caso de Santo Toms, por ejemplo—; esta- mos en el comienzo del nominalismo. El atomismo, mientras tanto, ha perdido su vigor como sistema; no serd resucitado hasta el si- glo xv1t, gracias a los esfuerzos de Gassendi, entre otros. Tenemos establecidos los dos patadigmas de nuestra historia. Por un lado estd el que presupone en los fundamentos del hacer y del decir cientifico la necesidad de Megara un dmbito teoldgico, de preguntas Ilamadas ultimas, metafisicas, si vale. Por otro, el paradigma de los que todo lo hacen fruto de la necesidad, o a lo més del azar y Ia necesidad conjugados, aquellos pata los que las preguntas tltimas son paparruchadas metafisicas. Seguramente se estd preguntando el lector por qué razén me empefio en hablar con circunloquios cada vez que deberfa poner «Dios». La explicacién es sencilla, elemental: porque hay que te- ner muy en cuenta la aportacién cristiana a nuestra historia, que al introducir el tema de la creacién por Dios cambia absolutamente Jos presupuestos de muchas cosas. A partir de ahora, lo que la ciencia buscaré conquistar es la creacién de Dios, ni més ni menos; por eso en la prehistoria del capitulo que va a seguir est4 por ne- cesidad todo el titénico esfuerzo de la Edad Media, tanto en teo- logia como en ciencia ?. * Los 10 vohimenes del Systeme du monde de Dunem estén ahi para mostrarlo, la obra de M. Clagett, 0 de Crompie, Historia, * Lease todo el capitulo 3.° de Jaxt, Ways, pags. 34-49. 2. NACIMIENTO DE LA NUEVA CIENCIA También este titulo anuncia una tatea imposible. Nos limi- taremos ahora a ver la época en que «nacié» nuestra ciencia mo- derna como verfan la tierra los gorriones colocados a altura de dguila. Sabemos que ciencia y fe han ido unidas desde siempre; iran igualmente unidas en los afios que van desde finales del siglo xvt hasta los ptimeros afios del siglo xvmt. Mas atin, es importante pata nosottos este periodo porque, en estos afios, podremos ver con facilidad suma algo que nos es dificil captar en nosotros mis- mos, precisamente la relacidn ciencia-fe que a nosotros también nos domina sin duda. El mundo antiguo y medieval estaba dominado por la ciencia matemética, de corte més bien platénico, y por las ciencias fisicas y naturales, de fuente aristotélica. Ha de establecetse una diferen- cia rotunda entre dos mundos, el supralunar, ensefioreado por la mateméatica, el mundo de lo puro y lo perfecto, de la exactitud y de la circularidad, y el mundo infralunar, mundo de nuestras ob- servaciones fisicas y bioldgicas, del cambio y de la imperfeccién. El candénigo polaco Nicol4s Copérnico es el primero que va a in- cidir en esta concepciédn aceptada por todos durante el siglo xvt. Galileo, mucho después, ayudard a hacerla caer. Nacerd asi la €poca moderna de Ia ciencia, la nuestra !°. Copérnico afirmé que las cosas astronémicas no son como has- ta el momento se habfa pensado: no es la tierra el centro de todo el movimiento celeste, sino el sol. Quiz4, por vez primera, la cien- cia incide en el corazén de una de las creencias més establecidas desde Ja antigtiedad, una de aquellas por las que se dirfa que los hombres podemos seguir viviendo con tranquilidad. Mas, ¢es que Copérnico descubrié que «realmente» el sol est4 quieto y en el centro del sistema celeste? Ni lo hizo, ni hubiera sido verdad para nosotros, caso de haberlo afirmado. Simplemente, Copérnico ofre- cié una manera de resituar todos los datos conocidos por los as- trénomos de su tiempo. Ofrecié a la astronomia una nueva teorfa que simplificaba, segtin creyé en un principio, la complicacién de ' Hay un libro fascinante sobre estos temas que sc lee como una no- , Korn, Del mundo cerrado. la astronomia ptolemaica. Y la simplicidad debfa buscarse y darse en la obra de Dios, en el mundo creado por El. Sin embargo, Co- pétnico no renuncié a las armas de las que cualquier astrénomo podia echar mano: 6rbitas circulares, movimientos uniformes, epi- ciclos y ecuantes. Lo tnico que hizo—y esto es lo decisivo—fue desterrar a la Tierra de su lugar central en medio del cosmos y co- locar al sol en él. Puso asi todos los hechos astronémicos en un or- den matematico: mas sencillo y atménico, con lo que aparecieron nuevas regularidades antes deconocidas. La creacién de Dios ad- quirié un mayor realce de este modo. Este es el aporte decisivo de la nueva teorfa copérnica, ademas del emperramiento de sus se- guidores, a partir sobre todo de Kepler, en decir que lo descrito por ella debia de ser asi «de verdad». El gran libro en que se explicaba la nueva teorfa—de la que habian corrido anteriormente comentatios y noticias por el mundo de Jos sabios—Ilevaba por titulo De Revolutionibus Orbium Coe- lestium y aparecié en 1543, muy poco antes de la muerte de su autor. Contenia algo que, sin duda, hubiera disgustado profunda- mente a Copérnico—y disgusté luego a sus pattidarios—; se tra- taba de una p4gina introductotia sin firma de autor, pot lo que se atribuyé al autor del libro hasta que Kepler la desenmascaré. Es- taba escrita por Osiander, tedlogo luterano a cuyo cuidado estuvo la edicién. Sale al paso de la oposicién que las novedades del libro pudieran causar, para lo que, segtin nos dice el editor, debe ha- cerse una distincién tajante entre el mundo de la matemética y el mundo de la realidad, el mundo de la astronomfa y el de la fisica. Ha de buscarse en esie libro, segtin Osiander, inicamente una teo- rfa matemdtica segtin la cual quedan explicados los hechos de ob- setvacién en confotmidad con los ptincipios de la geomettia; no es cuestién aqui de buscar causas, sino de imaginar o inventar hi- pétesis por medio de las cuales los movimientos celestes puedan ser calculados con facilidad mayor, sin que sea necesario que esas hipstesis sean verdaderas. Cierto que el filésofo exigird ademés la verosimilitud—prosigue—, sin que pueda darse contradiccién con las Escrituras, por supuesto. Kepler y Galileo comprendieron que esta pdgina desfiguraba por completo el libro de Copérnico, ce- rrando las puertas que éste habia entreabierto. Con el tiempo, la revolucién astronédmica de Copérnico cambié de raiz todas las teorias fisicas. La nueva fisica, la nueva ciencia, 29: mace en un universo copernicano y no hubiera podido hacerlo en un universo ptolemaico. Poner en movimiento a la Tierra signi- ficarfa, en la vieja ffsica aristotélica, que las piedras no caerfan verticalmente, que las nubes correrian en alocado movimiento, que viviriamos en un ulular continuado como cuando la honda es volteada. Nada de esto sucede, lo que aparecia como prueba con- tundente y definitiva de la quietud de la Tierra. Se necesitaba, tras Copérnico, una fisica adaptada a las nuevas teorfas astrondmicas, una fisica que estuviera basada en una nueva y extrafia ley: la ley de inercia. Poner en movimiento a la Tierra significaba también romper de rafz la distincién entre el mundo supralunar y el infra- lunar. Antiguamente, las piedras y las cosas gordas estaban en nues- tra Tierra—tlugar natural de todo lo pesado—, mientras que en el mundo de arriba no habia cosas gordas y vulgares, era el mundo de lo sutil y de lo ligero; por decirlo con una analogfa, aqui abajo Ja carne, allé arriba el espiritu. Por eso podia ponerse en movi- miento al sol, a los planetas y a toda la béveda celestial sin causar mayor problema en nadie. Todo ello podfa girar a velocidades fan- tésticas porque se trataba de un mundo distinto al nuestro. Ahora, sin embargo, de pronto, esta distincién queda arrinconada ante la evidencia: la Tierra, pesada y lena de las mds gruesas piedras, que nadie tiene fuerza para siquiera arrastrar, se mueve y gira a velo- cidades fantdsticas. Poco falta ya para que se termine por pensar que todos los cuerpos celestes se diferencian en nada de lo que nosotros vemos en la Tierra. Por ultimo, la pesantez dejar4 de ser una tendencia natural de los cuerpos a su lugar natural, donde des- cansarén de sus fatigas cuando Ileguen, para convertirse en una tendencia de todos los cuerpos del cosmos para formar todos re- dondos. Esquematizado, como siempre, puede decirse que es Galileo el que toma sobre sf la tarea heroica de construir una nueva cien- cia capaz de enfrentarse a los problemas fisicos planteados por el copernicanismo, ademés de otra segunda tarea, la de ser propa- gandista de sus propias teorfas. Una de las primeras batallas que deberd librar ser4 contra el experimentalismo aristotélico. La cien- cia que deber4 crearse no puede de ninguna manera funcionar a base de experimentos—al menos por ahora—, antes al contratio, debe romper decididamente con todo experimentalismo aristoté- lico para convertirse en una serie de enunciados @ priori. Se 30 afirmard a partir de ahora que un cuerpo en reposo o que siga un movimiento rectilineo y uniforme, seguird por siempre en re- poso o en ese movimiento, mientras no venga algtin otro a en- torpecerle su descanso 0 su marcha. A nadie se le escapa que aho- ra un cuerpo que se mueva en linea recta con movimiento unifor- me, segtin Ja nueva ley, seguird por siempre moviéndose en linea recta a través de los espacios siderales, para rechinar de dientes de aristotélicos y cualesquiera gentes que tengan la vieja cabeza bien puesta encima de los hombros. El mismo Galileo tuvo miedo de tales afirmaciones y serd Descartes quien las enuncie en su to- tal generalidad con desparpajo de filésofo. El segundo gran descubrimiento de Galileo es el de la ley de caida de cuerpos. De nuevo tenemos que subrayar el carécter @ priori de tal ley. Galileo decidié—si se me permite expresarme asi—que los cuerpos no podian caer de otra manera que median- te un movimiento uniformemente acelerado, Dentro de los milti- ples caminos que se le ponian por delante, deliberadamente esco- gid el més sencillo de todos: en cada instante de tiempo la velo- cidad del mévil se incrementar4 en una misma cantidad. ¢Por qué escogié Galileo esta solucion, la de la maxima sencillez? La raz6n est4 en que Dios ha debido de hacer las cosas con belleza y sim- plicidad, de ahi que nosottos, para acertar, escojamos la solucién més simple. Sin embargo, faltaba todo para conseguir la solucién desde estas premisas: la nocién de aceleracién y la manera de tra- tar esos incrementos infinitesimales constantes en instantes infi- nitesimales de tiempo. Por ello, Galileo debié Iegar a su solucién por caminos tortuosos; por ahi, tanto él como sus sucesores, los matematicos y ffsicos que lo siguieron, contribuyeron a la crea- cién de la instrumentacién matematica adecuada para la resolucién de lo planteado, el cdlculo infinitesimal. Pero, insisto, ¢por qué decidié Galileo que la ley de cafda ha- brfa de ser la més sencilla de entre todas las posibles? Porque, como hemos visto, la sabidurfa de Dios no pudo hacer las cosas sino siguiendo la extremada simplicidad y sencillez de su inteli- gencia. Y nosotros, en nuestra labor cientifica, vamos en pos de Ja obra de la creacién. Algo hay de importancia, que relaciona a la ciencia con la teologia natural; puede asi hablarse de una cierta relacién entre «el camino de la ciencia y los senderos hacia Dios» ", ™ Asi es el titulo del varias veces citado libro de Jaxt. 31 Para Galileo, el mundo de la ciencia estd escrito en tridngulos, citculos y otras figuras geométricas; quien quiera leer en el libro de la naturaleza y no en los libros escritos por la fantasia de los hombres, deber4 aprender el lenguaje matemético en que estd es- crito. De otra manera sera agitatse vanamente por un oscuro la- berinto. Una de Jas primeras cosas a hacer para llegar a este co- nocimiento ser4 la de aprender a distinguir las cualidades prima- tias de las cualidades secundarias de las cosas. Todo lo que toca al parecer de nuestros sentidos es algo que debe ser rechazado por la ciencia, son las impresiones que en nosottos producen las cosas. Mas, lo importante, aquello sobre lo que se construiré la ciencia nueva, es todo lo que puede expresatse dentro de una re- lacién que marque mayor o menor, lo que es Ia esencia misma de las matemdticas. La magnitud, la figura, la multiformidad y el mo- vimiento deberén ser tratadas por la ciencia. Olotes, sabores y so- nidos, por el contrario, deberdn ser arrojadas fuera de Ja ciencia, no son més que puros nombres, impresiones subjetivas nuesttas que no son cuantificables. Al momento hay que saltar contra una imagen que suponga a Galileo como un cavilador idealista y majareta, pues fue toda su vida un ingenieto-experimentador. Las leyes de la inercia y de la caida de los cuerpos van ligadas a multitud de experiencias con planos inclinados y con péndulos, ahora bien, esas experiencias, aunque sin duda le ayudaron, junto con sus propias cavilaciones, a que surgieran en él las ideas que le Ilevaron a la formulacién de las eyes de la nueva ciencia, no pueden hacer que consideremos las leyes como «fruto» de las experiencias. Desde ellas al enunciado de las leyes hay como un salto, un paso al Iimite, el paso a un nivel de conocimiento distinto al conseguido por la experiencia; nos encontramos ante la creacién de «teorias» cientificas. La cien- cia moderna acaba de nacer, si es que nos queremos olvidar de los precutsores, Nétese, pues, cémo es necesario que lo que él dice, la teorfa heliocéntrica de Copétnico, sea «verdad», de otra manera no po- dria la nueva ciencia comenzar siquiera a decit lo que dice. Sin la absoluta cetteza en sus posturas de base, la ciencia nueva no hubiera nacido. Para colmo, Galileo es el primero que idea instrumentos épti- cos con los que mirar a la luna, al sol y a las estrellas. Con los 32

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