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Ausentes del universo: Reflexiones sobre el pensamiento poítico hispanoamericano en la era de la reconstrucción nacional, 1821-1850
Ausentes del universo: Reflexiones sobre el pensamiento poítico hispanoamericano en la era de la reconstrucción nacional, 1821-1850
Ausentes del universo: Reflexiones sobre el pensamiento poítico hispanoamericano en la era de la reconstrucción nacional, 1821-1850
Ebook465 pages16 hours

Ausentes del universo: Reflexiones sobre el pensamiento poítico hispanoamericano en la era de la reconstrucción nacional, 1821-1850

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About this ebook

Aguilar Rivera analiza el papel de Hispanoamérica en la formulación de ideas trascendentes dentro del pensamiento político occidental; en particular las ideas de Vicente Rocafuerte, Simón Bolívar, Lorenzo de Vidaurre y Lucas Alamán que fueron inspiradas en la reflexión sobre el establecimiento del sistema representativo de gobierno y el constitucionalismo liberal decimonónico en esta región.
LanguageEspañol
Release dateMar 11, 2013
ISBN9786071613325
Ausentes del universo: Reflexiones sobre el pensamiento poítico hispanoamericano en la era de la reconstrucción nacional, 1821-1850

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    Ausentes del universo - José Antonio Aguilar Rivera

    Ausentes del universo

    Reflexiones sobre el pensamiento político hispanoamericano en la era de la construcción nacional, 1821-1850

    José Antonio Aguilar Rivera


    Primera edición, 2012

    Primera edición electrónica, 2013

    Fotografía: Alegoría de América libre, litografía de Ducarmé del siglo XIX,tomada de Imágenes de la patria a través de los siglos, de Enrique Florescano (Santillana-Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, México, 2005)

    D. R. © 2012, Centro de Investigación y Docencia Económicas, A. C.

    Carretera México-Toluca, 3655 (km 16.5),

    Lomas de Santa Fe, 01210 México, D. F.

    D. R. © 2012, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-1332-5

    Hecho en México - Made in Mexico

    ÍNDICE

    Introducción ¿AUSENTES DEL UNIVERSO?

    Primera Parte. RECEPCIONES

    I. OMISIONES DEL CORAZÓN: LA RECEPCIÓN DE ALEXIS DE TOCQUEVILLE EN MÉXICO

    Tocqueville, el poder judicial y el control constitucional

    El federalismo

    La escolástica democrática

    Conclusión: omisiones del corazón

    Segunda Parte. LA CONSTRUCCIÓN NACIONAL

    II. VICENTE ROCAFUERTE Y LA INVENCIÓN DE LA REPÚBLICA HISPANOAMERICANA

    República vs. monarquía

    Ideas necesarias a todo pueblo americano que quiera ser libre

    La democracia en América

    De Washington a Bogotá

    Conclusión

    III. VIDAURRE Y LA IMAGINACIÓN POLÍTICA

    El genio eléctrico

    Del autonomismo al republicanismo

    El político y su discípulo

    Demócratas racionales: el igualitarismo precoz

    No amo a Hobbes, pero conozco que dice muchas verdades

    IV. ¿HOMBRES O CIUDADANOS? LA PATRIA DE BOLÍVAR

    ¿Forjando pueblos o ciudadanos?

    Colores por números

    Conclusión

    Tercera Parte. TRES ENSAYOS SOBRE LA FRUSTRACIÓN

    V. ALAMÁN Y LA CONSTITUCIÓN

    La administración Alamán

    El constitucionalista liberal

    No imparcial, pero sí excepcional

    ¿Hello, Mr. Burke?

    El crítico constitucional

    VI. EL OTRO CAMINO: LA DIALÉCTICA DE LA FRUSTRACIÓN Y EL GOBIERNO REPRESENTATIVO

    El orden político y las elecciones

    La convocatoria y el congreso extraordinario de 1846

    ¿Clases o individuos?

    En pos de la quimera

    Conclusión

    VII. GUERREROS DE LA PERIFERIA

    Los derechos naturales y el origen de las sociedades

    Los errores de la soberanía popular

    La recepción de Donoso Cortés en México

    Conclusión

    CONCLUSIONES

    BIBLIOGRAFÍA

    Entendimiento claro y sana razón se encuentra en los españoles, mas no se busque en sus libros. Véase una de sus bibliotecas; novelas a un lado y escolásticos al otro: cualquiera diría que un enemigo secreto de la raza humana ha hecho ambas partes y reunido el todo. El único buen libro que tienen es el que ha hecho ver lo ridículos que eran todos los demás.

    MONTESQUIEU, Cartas persas (78)

    estábamos… abstraídos, y digámoslo así, ausentes del universo en cuanto era relativo a la ciencia de gobierno y administración del Estado.

    SIMÓN BOLÍVAR, Carta de Jamaica

    Introducción

     ¿AUSENTES DEL UNIVERSO? 

    ¡Jóvenes chilenos! Aprended a juzgar por vosotros mismos; aspirad a la independencia del pensamiento.[1]

    ANDRÉS BELLO

    En 1979 Leopoldo Zea, padre fundador de la historia de las ideas en América Latina, criticaba la idea de Hegel de que la historia de América no era sino eco y sombra de la de Europa. Los latinoamericanos no habían calcado fielmente las ideas importadas; al transcribirlas las transformaron:

    si bien, formalmente se han tomado ideas que tienen su origen en la cultura europea, éstas han sido adaptadas a la realidad, y esta realidad es la que ha originado su adopción, de forma tal que quienes han calificado dicha adopción la han visto como mala copia de las originales. Mala copia […] que no es sino expresión de la presencia de la ineludible realidad latinoamericana.

    Al imitar y repetir se hace expresa una filosofía que no está en el material adoptado.[2]

    Zea trataba de responder la pregunta ¿cuál es el sentido y el objeto de analizar la obra de pensadores que, según se admite, no realizaron ninguna contribución a la historia de las ideas en general?[3] En su respuesta concedía la ausencia de contribuciones sustantivas, mas buscaba restarle importancia al hecho. Si los mexicanos hubiesen realizado aportaciones importantes, ello no pasaría de ser un mero incidente. Estas aportaciones muy bien pudieron haberlas hecho hombres de otros países.[4] En El positivismo en México advirtió que si lo que nos importa es el pensamiento occidental, entonces salen sobrando México y todos los positivistas mexicanos, los cuales no vendrían a ser sino pobres intérpretes de una doctrina a la cual no han hecho aportaciones dignas de la atención universal.[5] Como premio de consolación ofrecía una interpretación alternativa. De este modo, como apunta Elías J. Palti, la historia de las ideas en América Latina tomaba su sentido no de su relación con la historia del pensamiento en general sino de su relación con las circunstancias nacionales. Lo relevante no serían las aportaciones latinoamericanas al pensamiento occidental, sino, por el contrario, sus ‘yerros’; en fin, el tipo de refracciones que sufrieron las ideas europeas cuando fueron transplantadas a esta región.[6] Lo que había que estudiar eran las desviaciones de las ideas importadas. El énfasis estaba en el viaje de ida de las ideas políticas a América Latina. Se daba por descontado que no habría viaje de regreso.

    Este libro propone otro tipo de historia de las ideas. Es falso que no haya contribuciones originales en el siglo XIX. Hemos sido invisibles para aquellos observadores que creen que esta parte del mundo es un erial para la teoría política. No es así, por lo menos algunas ideas provenientes de América Latina son importantes para dar cuenta del pensamiento político occidental. Esto último es lo que me ocupa. No me interesan las refracciones, sino aquellas ideas que fueron formuladas en esta parte del mundo, cuya relevancia trasciende a América Latina: ideas abstractas o universales sobre la representación, el constitucionalismo, el derecho natural, la democracia y la construcción nacional. Por ello, aunque muy originales, no me ocupo de las elaboraciones míticas del patriotismo criollo de Servando Teresa de Mier y Carlos María de Bustamante.[7]

    En realidad, lo sorprendente es que no haya más aportaciones de esta parte del mundo al pensamiento político. Después de todo, dada la magnitud y la duración del experimento constitucional atlántico en el siglo XIX, era de esperarse que más argumentos de carácter general hubieran sido articulados en la región. Ahí se ensayaron diversos modelos institucionales con resultados disímiles. Sin embargo, es verdad que la imitación ha sido el modo prevaleciente de apropiación intelectual. Explicar la razón de la escasez de ideas originales escapa al propósito de este libro, aunque sin duda es un fenómeno que no ha recibido una explicación satisfactoria.

    Aquí me concentraré en algunas ideas originales; sin embargo, también daré cuenta del fenómeno de la importación, pero sin el toque apologético. En casos como la recepción de Tocqueville en México vemos una refracción. Creo que la incapacidad para poner en tela de juicio ideas hegemónicas, o bien establecidas, es un fenómeno común en esta parte del mundo; un déficit de la imaginación para ver —y juzgar— con ojos propios los primeros principios. Hay una vocación —qué duda cabe— por seguir los pasos de aquellos que, como Tocqueville, se consideran más adelantados o civilizados. Es un mal que nos persigue hasta el día de hoy.

    En este libro no me ocupo de todos los pensadores originales de América Latina, tan sólo de un puñado de ellos. Están ausentes figuras importantes como Andrés Bello, Juan Bautista Alberdi, José Victorino Lastarria y otros.[8] El caso más conspicuo y estudiado es el de Simón Bolívar, quien tenía ideas políticas propias.[9] Mi propósito aquí es concentrarme sólo en algunos casos: Vicente Rocafuerte, Simón Bolívar, Lorenzo de Vidaurre y Lucas Alamán. Todos, propongo, formularon ideas importantes para el pensamiento político occidental. Debo aclarar que el énfasis de mi trabajo está puesto en la originalidad intelectual en un contexto comparado. ¿Qué significa originalidad aquí? No la entiendo como la creación de algo único, especial, ajeno, irrepetible. No se busca lo distintivo para enfrentarlo a algo, sino para colaborar con algo. Se busca la diversidad, pero en función con un todo del que es parte. Este todo lo es la cultura occidental.[10] Sin embargo, a menudo la originalidad se encuentra imbricada —como en el caso de Zea— con la búsqueda de la autenticidad.[11] Esa búsqueda promete llevarnos a los manantiales abundantes en los que abreva la identidad. Así, Zea afirma sobre la independencia: "se quiso romper con la relación de dependencia impuesta por la colonización ibera, aceptando libremente la dependencia respecto a los pueblos que se consideraba habían ya alcanzado el progreso anhelado. Ello implicó renunciar, simplemente a la única posibilidad de identidad.[12] Sin embargo, esa odisea identitaria distorsiona nuestro entendimiento porque promete algo que no puede cumplir a cabalidad: restaurar nuestra dignidad ofendida. Pienso, por el contrario, que la autenticidad es una quimera romántica que busca tomar de rehén nuestro sentido acerca de quiénes somos. La independencia espiritual a la que aspira es sólo un sueño. No hay una sola posibilidad de identidad, sino muchas. Por eso creo que las ideas originales surgidas en esta parte del mundo no son claves de identidad latinoamericana, pero tampoco son meros incidentes" en la historia del pensamiento político. El problema, creo, no fue importar instituciones, sino la falta de espíritu crítico.

    En su estudio sobre la política y la imitación, Wade Jacoby señala que, en principio, no hay nada malo en la imitación institucional.[13] Por doquier se trata de una fuente importante de cambio político. No creo que hubiera otro camino mejor ni más deseable para los hispanoamericanos del siglo XIX que la adopción (imitación, si se quiere) del sistema representativo de gobierno y el constitucionalismo liberal. No creo tampoco que el verdadero constitucionalismo sea, en lugar de un modelo institucional, un tipo de política que respeta a la ley y que codifica las tradiciones locales.[14] Sin embargo, existen diferentes formas de imitar. La transferencia institucional exitosa es un proceso complejo. Los modelos cambian, y para cuando los imitadores logran transplantar las instituciones a sus países, el modelo mismo pudo haber cambiado, por diversos motivos, en su lugar de origen. Por ésa y otras razones a menudo este tipo de transferencias tiene resultados inesperados. La pregunta clave —que es una interrogante tanto de la filosofía política como de la política práctica— que no se formularon los constituyentes hispanoamericanos con el espíritu crítico necesario es: ¿cuándo se pueden transferir las instituciones?[15]

    UNA NOTA SOBRE EL MÉTODO

    De forma reciente, la historia política de América Latina ha experimentado un renovado interés. Como parte de este fenómeno se han abierto nuevas rutas de análisis.[16] Una de ellas involucra un enfoque inspirado en la llamada escuela de Cambridge. En efecto, en las décadas de 1970 y 1980 la crítica de Quentin Skinner y J. G. A. Pocock a la historia intelectual, y sus recomendaciones sobre cómo debería hacerse, determinaron la dirección de la disciplina en la academia anglosajona. Hacia fines de la década de 1960 y principios de la de 1970 tanto antropólogos como historiadores empezaron a reconocer cada vez más la importancia cognoscitiva e ideológica de las formas narrativas y de las estrategias retóricas. Así, el objeto de estudio comenzó a moverse de la historia de las ideas a lo que terminó por llamarse la historia del discurso.[17] Los historiadores dejaron de interesarse en las ideas en sí mismas y se preocuparon más por comprender los contextos discursivos en los que éstas se conciben. De tal forma, los historiadores participaron en algunos de los debates más interesantes de las humanidades de ese momento. El lenguaje se volvió central, pues fue concebido como una fuerza constitutiva, una manera dinámica de estructurar la percepción y las formas de asociación, en lugar de un medio de expresión pasivo y esencialmente invisible. Esto llevó a explorar las tradiciones retóricas y discursivas que dotaban a las expresiones ordinarias de un gran peso semántico.

    Desde hace años, los historiadores intelectuales a ambos lados del Atlántico se ocupan —como quería Pocock— de investigar lenguajes políticos completos y la forma en que interactúan unos con otros. A pesar de ello, el enfoque tiene problemas constitutivos muy significativos. El problema central es que tiende a oscurecer las contribuciones de los pensadores individuales.[18] Así, algunos de los gigantes del pensamiento político inglés, como Hobbes y Locke, terminaron por ser relegados a un limbo conceptual. La historia de los discursos redujo a los pensadores históricos a poco más que señalizaciones en una profusión de discursos.[19] Sin embargo, ésa no era la intención de los historiadores de Cambridge. Con todo, como acertadamente señala David Harlan, "por su propio objeto de estudio, por su preocupación inevitable con las transformaciones abruptas y súbitas irrupciones que marcan la vida de los discursos, y por su énfasis en la longue durée, la historia de los discursos dispersa al agente histórico".[20]

    Una historia de este tipo tiene enormes problemas para mantenerse como una historia que preserve la integridad del sujeto, como el registro de hombres y mujeres pensando.[21] Es imposible reconciliar dos imperativos antagónicos: el dominio de la estructura lingüística y la primacía de la intención autoral. En la práctica, gana el primero.

    El segundo problema es semejante. Por un lado, los cultores de los lenguajes políticos le adscriben un peso fundamental al elemento lingüístico, una fuerza capaz de moldear y limitar la forma en la que los pensadores del pasado pueden entender los problemas y las posibilidades de sus sociedades; pero, por el otro, siguen insistiendo en que los historiadores actuales pueden, de alguna manera, escapar de las cadenas de su propio lenguaje para adquirir un conocimiento objetivo, distante del ajeno. En las últimas dos décadas los proponentes de la escuela de Cambridge fueron rebasados, por así decirlo, por quienes deseaban independizar del todo al lenguaje y al texto de los autores: los posestructuralistas.

    ¿Por qué, para bien y para mal, la mayoría de los historiadores intelectuales de América Latina durante tres décadas se mantuvo al margen de la revolución lingüística del mundo anglosajón? Casi todos siguieron, y siguen, practicando una historia de las ideas de viejo cuño, supuestamente obsoleta. Esto se debió tal vez a la insularidad intelectual (un cínico podría decir que ese aislamiento incluso nos ha protegido de las modas académicas). Sin embargo, también es cierto que muchos historiadores no están convencidos, de ninguna manera, de la supuesta obsolescencia de la historia de las ideas. Tampoco parecen dispuestos a abrazar una historia teorizante.

    De forma paradójica, esta nueva corriente podría no revigorizar la historia intelectual, como se pretende. Lo cierto es que la propuesta no dialoga con la historia de las ideas, la descalifica: increpa a sus practicantes a abandonar sus obsoletos bártulos, como si fueran instrumentos de la astronomía ptolomeica, para dedicarse a otra cosa. Así, Elías J. Palti, siguiendo a Pocock, afirma que existen "limitaciones inherentes a la historia de ideas".[22] Propone que el proyecto mismo de ‘historizar’ las ‘ideas’ genera contradicciones insalvables.[23] Para él, "reconstruir un lenguaje político supone no sólo observar cómo el significado de los conceptos cambió a lo largo del tiempo, sino también, y fundamentalmente, qué impedía a éstos alcanzar su plenitud semántica".

    Sin embargo, algunos historiadores creen que esa otra cosa, la historia de los lenguajes políticos, tiene poco que decir respecto a sus preocupaciones sustantivas, pues no dialoga con ellos sobre los temas torales de la historia del pensamiento político. Sin duda, la falta de arrojo intelectual de los académicos tradicionales es criticable, pero no toda la culpa es de ellos. Lo cierto es que, a la larga, una redefinición del objeto mismo de estudio hace menos probable la acumulación progresiva de conocimiento. Este libro es un alegato a favor de la historia de las ideas y la teoría política.

    MIRADAS PROPIAS

    En mi libro En pos de la quimera propuse que el error en la explicación del momento constitucional americano era suponer que entonces había un modelo teórico bien establecido. Existían tres problemas genéricos. Por un lado, había interpretaciones diferentes, y a menudo encontradas, sobre una misma doctrina como, por ejemplo, la separación de poderes. El segundo problema es que debido a la escasa experiencia de gobierno no había sido posible ponderar de manera adecuada la efectividad relativa de varios de los componentes institucionales del modelo; simplemente no había suficiente evidencia empírica para poder evaluar su desempeño. Por último, había huecos en el edificio teórico del liberalismo.[24]

    De forma extraña, algunos críticos supusieron que el corolario de estas tres premisas era que el experimento constitucional había sido una quimera. Así, el liberalismo no sólo había generado ciudadanos imaginados, peor aún, sus erróneas quimeras habían causado la inestabilidad política del Estado nacional mexicano. El resultado es concluyente: el republicanismo mexicano no triunfó en México, porque no le dejó el liberalismo decimonónico de la primera mitad de siglo, de ahí las múltiples carencias del Estado mexicano decimonónico.[25] Sin embargo, una lectura cuidadosa revela que nada de esto se sigue del argumento del libro. El problema no era la división de poderes, sino una versión de ella —la de límites funcionales—, adoptada acríticamente por muchos hispanoamericanos.[26] De igual manera, la ausencia inicial de poderes de emergencia complicó la gobernabilidad, aunque no fue la causa de la inestabilidad crónica en los nuevos Estados.[27]

    Sin embargo, un patrón se vuelve evidente al revisar el expediente del experimento constitucional americano. Muchos latinoamericanos se creyeron herederos y operadores, no artífices, del modelo constitucional liberal que se estaba construyendo. No sistematizaron en teorías generales sobre el gobierno representativo los resultados obtenidos de su aplicación. No tenían nada que reportar, salvo que en sus países este sistema no funcionaba como esperaban. ¿Por qué? Desde entonces esta omisión llamó mi atención.

    En mi trabajo anterior formulé la pregunta: ¿cuál es la relevancia de los experimentos constitucionales hispanoamericanos para el constitucionalismo liberal? La respuesta fue que esas experiencias ayudaban a comprender el efecto del diseño institucional en la gobernabilidad. Estas elecciones institucionales (como el sistema de límites funcionales y la omisión de amplios poderes de emergencia de la constitución) habían sido errores. Así, lo que ocurrió en América Latina nos daba claves para evaluar la teoría constitucional.

    La pregunta que me formulo ahora es otra: ¿qué reflexiones importantes para la teoría política occidental produjo ese experimento? Puesto que el gobierno representativo se instauró en todas las naciones de América Latina es lógico pensar que lo ocurrido aquí sirviera para reflexionar críticamente sobre sus principios e instituciones, debido a que la experimentación puso a prueba diversos componentes institucionales del modelo. Esta evidencia podría haber sido útil para revisar los supuestos y, en última instancia, los principios establecidos. Sin embargo, sólo en contadas ocasiones, en Hispanoamérica, se produjo este tipo de reflexión. De ahí que me interesen los momentos en que tuvo lugar una revisión crítica de las teorías y los sistemas adoptados. En algunos casos se articularon alegatos universales. El resultado fueron ideas importantes para el conjunto de la teoría política.

    En el capítulo I analizo el modo de apropiación que conduce al pensamiento derivativo. El estudio de caso es la recepción de Alexis de Tocqueville en México. Los mexicanos vieron en Tocqueville no al agudo crítico del fenómeno político y social de la democracia sino a un expositor confiable de las instituciones norteamericanas. Ignoraron, en cambio, las nada halagüeñas afirmaciones de Tocqueville sobre México. La democracia en América no ayudó a iluminar la circunstancia mexicana porque las ideas realmente originales de Tocqueville sobre la sociedad no ofrecían esperanza alguna. De ahí que su lectura fuera incompleta. No sólo se ignoró el aspecto más original e importante de su pensamiento, sino que las observaciones hechas por los lectores mexicanos condujeron a conclusiones equivocadas sobre el funcionamiento del gobierno norteamericano, en especial, en lo que hace al poder judicial. Una de las deficiencias críticas del famoso juicio de amparo mexicano —la ausencia de generalidad de los fallos— se debe, en particular, a la lectura de Tocqueville.

    En el capítulo II exploro las disyuntivas teóricas y políticas que enfrentaron los constructores de las nuevas naciones de Hispanoamérica. Vicente Rocafuerte, una figura clave entre los hispanoamericanistas de las primeras décadas del siglo XIX, se enfrentó a la tarea de justificar la república frente a sus alternativas. Entre las formas que tomó el gobierno representativo estaban tanto la república como la monarquía constitucional. En principio, las nuevas naciones podían adoptar cualquiera de estas opciones. México hizo evidente que la idea monárquica moderada era una posibilidad real. La elaboración republicana de Rocafuerte se valió de los ejemplos clásicos, los pensadores ilustrados y los padres fundadores de los Estados Unidos para justificar esa forma de gobierno.

    El ecuatoriano no fue el único pensador que reflexionó sobre la actualidad de la república. En el capítulo III me ocupo del peruano Manuel Lorenzo de Vidaurre. Si al principio le pareció a él que las repúblicas eran inestables y belicosas (la anarquía es la enfermedad mortal del republicanismo), en Filadelfia, durante su exilio temporal, se convirtió a la causa del republicanismo. El excéntrico Vidaurre se atrevió a pensar por sí mismo una tradición al sacar sus propias conclusiones de las lecturas de Maquiavelo, Hobbes y Montesquieu. Se permitió discrepar de ellos y, como Bolívar, construir teorías propias sobre la política. Se preguntó cuáles eran las condiciones necesarias para que los gobiernos fueran estables. Así llegó a originales conclusiones. Propuso, por ejemplo, que la desigualdad social era incompatible con el Estado republicano. Inspirado en la Antigüedad clásica imaginó una reforma agraria que contemplaba la desamortización de los bienes de manos muertas, pero también de la propiedad individual ociosa. Desde muy temprano mantuvo, en contra de las ideas aceptadas en la época, que el gobierno representativo era un tipo particular de democracia. Utilizó el término democracia representativa mucho antes de que entrara en el léxico político de Occidente. Abogó por el sufragio universal masculino, con escasas excepciones. Comprendió que la elección era intrínsecamente aristocrática, por eso no era necesaria ninguna restricción en forma de requisitos de propiedad. A su juicio, las restricciones al voto violaban el contrato social. Ésa, es necesario decirlo, fue una conclusión a la que no llegaron los revolucionarios franceses. Incluso citó a Tito Livio para contradecir a quienes creían que la plebe se apoderaría de los empleos y las dignidades.

    La teoría constitucional de Bolívar es ciertamente original. El libertador se atrevió a diseñar una constitución —la de 1826— distinta de los modelos existentes en los Estados Unidos y Europa. Esas ideas han recibido atención casi desde el momento en que fueron concebidas. Por ejemplo, Constant criticó con dureza la constitución boliviana.[28] En otro lugar he dado cuenta de la singular teoría de Bolívar sobre la dictadura. No era un repetidor de los modelos clásicos, sino el inventor de una nueva justificación extra constitucional del poder extraordinario.[29] Al hacer esto se adelantó más de 30 años a Juan Donoso Cortés y su idea de la dictadura del sable. Sin embargo, en el capítulo IV no me ocupo de los aspectos institucionales del pensamiento de Bolívar, sino de sus ideas sobre la nacionalidad y la ciudadanía. Su elaboración intelectual no tiene cabida en los moldes hechos; no es una versión del patriotismo cívico ni tampoco del nacionalismo cultural. Contra los modernos nacionalistas —y John Stuart Mill—, Bolívar creía que una comunidad política podía existir sin una nación étnicamente homogénea. Sin embargo, eso no significa que careciese de ideas respecto a la raza y la etnicidad. De forma paradójica, Bolívar creía en la igualdad política y en la desigualdad natural de las personas. La propuesta de Bolívar es original y contrasta marcadamente con los caminos que siguieron los constructores de naciones en otras partes de Hispanoamérica. Por ejemplo, poco tienen que ver las ideas de Bolívar con las de Servando Teresa de Mier, o incluso con las del doctor José María Luis Mora en México. El mestizaje racial, esa varita mágica para resolver los problemas de la diversidad étnica, no estaba en el repertorio de Bolívar.

    En la tercera parte del libro me ocupo de Lucas Alamán. Considerado el padre del conservadurismo mexicano, me parece que algunos aspectos claves de su pensamiento han sido ignorados o mal interpretados. La pregunta es: ¿cuál es la importancia de Alamán para el pensamiento político occidental? La respuesta nos lleva a revisar tanto la fase liberal de Alamán en la década de 1830, como su tránsito al conservadurismo entre 1846 y 1849. En el capítulo V exploro las ideas de su Examen imparcial de la administración de Bustamante, escrito a mediados de la década de 1830. Al revisar el funcionamiento de la constitución de 1824 durante una década, Alamán llegó a la conclusión de que tenía fallas institucionales críticas. A diferencia de la mayoría de los observadores de la época, Alamán se percató de que había un problema en la traducción de la doctrina de separación de poderes en la carta mexicana. Reconoció los efectos estructurales del sistema de límites funcionales, es decir, la ausencia de barreras efectivas a la extralimitación de los poderes, en particular el legislativo. Debido al diseño institucional adoptado, el ejecutivo había sido seriamente minado. Esto no tenía que ver con los mexicanos, sino con el modelo que había servido de guía (fundamentalmente la constitución española de 1812). De forma aguda se percató de que había otras traducciones posibles del axioma de la separación de poderes de Montesquieu. De la misma manera, Lucas Alamán identificó como una falla la ausencia de amplios poderes de emergencia en la constitución. Al explicar los efectos de este rasgo institucional, Alamán se acercaba al argumento de Maquiavelo respecto a la conveniencia de la dictadura en Roma. Así, la importancia de Alamán para el constitucionalismo liberal es que identificó y criticó las ambigüedades y omisiones en el modelo institucional a partir de la experiencia de la república federal.

    En el capítulo VI doy cuenta de las ideas de transición de Alamán respecto al gobierno representativo. La inestabilidad crónica después de la independencia de México generalmente fue explicada por el peso negativo de la herencia colonial o por la destrucción producida por las guerras civiles. Al analizar durante veinte años la imposibilidad de establecer gobiernos representativos estables en México, Alamán llegó a una conclusión distinta. ¿Podría estar mal fundamentado el sistema? Partió del examen crítico de uno de los principios del gobierno representativo: las elecciones. El gobierno representativo moderno asume que las unidades básicas de consentimiento son los individuos.[30] Después de numerosos descalabros por instituir congresos representativos de la sociedad, Alamán concluyó que las bases del sistema eran defectuosas: la representación individual no podía transmitir correctamente los intereses sociales más importantes y, por lo tanto, era imposible la estabilidad del gobierno. La representación de individuos no podía dar cuenta adecuadamente de los intereses colectivos (agrícolas, mineros, manufactureros, etc.) que en la práctica sostenían a la sociedad. Esa certeza fue el origen de un singular experimento en México: la invención y puesta en marcha de un sistema electoral alternativo, completamente nuevo y original, basado en la representación de clases sociales. Alamán y sus seguidores aún no habían abandonado el gobierno representativo; tenían la esperanza de que fuera posible refundarlo sobre bases nuevas. En enero de 1846 el general Mariano Paredes y Arrillaga publicó una convocatoria redactada por Alamán en la que se preveía un complejo mecanismo electoral. Entre marzo y mayo tuvieron lugar las elecciones, y en junio se instaló un congreso constituyente que sesionó durante dos meses antes de disolverse. La convocatoria, de enero de 1846, ha sido considerada una extravagancia. Mi propósito es demostrar que esa experiencia es importante porque evidencia un camino paralelo, abortado, del gobierno representativo. La idea de Lucas Alamán no era descabellada. Diez años después del experimento mexicano, George Harris —uno de los discípulos de Edmund Burke— propuso algo muy similar en Inglaterra. En todo caso, la falla que identificó Alamán (y que no podría solucionar el sufragio censatario ni las elecciones indirectas) se volvería evidente décadas después.[31] El episodio mexicano reveló que bajo presiones sociales crecientes —ocasionadas ya sea por la continua crisis de gobernabilidad en el siglo XIX o por la aparición de proletariados industriales—, a los ojos de muchos observadores, el gobierno representativo parece incapaz de articular efectivamente los intereses colectivos. Esta insuficiencia de la representación individual es la base de la crítica corporativista de la democracia parlamentaria que surgiría con vigor muchos años después, y cuyo punto más alto sería el fascismo.[32] Contra lo que se ha propuesto, Alamán no veía hacia atrás, sino hacia adelante en su propuesta electoral alternativa. Era un crítico visionario de un sistema que apenas se consolidaba.

    En el capítulo VII abordo la dialéctica de la frustración. México perdió su integridad territorial después de una desastrosa guerra con los Estados Unidos. Los conservadores también perdieron sus últimas esperanzas de refundar el gobierno representativo. La frustración los precipitó a un abismo de crítica radical y sin concesiones de la modernidad política. Esta posición fue original en el contexto del mundo occidental. El desaliento puede verse en la famosa carta de 1852 de Alamán a Santa Anna: estamos decididos contra la federación; contra el sistema representativo por el orden de elecciones que se ha seguido hasta ahora; contra los ayuntamientos electivos y contra todo lo que se llama elección popular, mientras no descanse sobre otras bases.[33]

    Si en 1846 Alamán pensaba que el gobierno representativo era deseable, pero que debía descansar sobre otras bases —la representación funcional de intereses colectivos—, en 1848 había llegado a la conclusión de que el problema era más fundamental. Lo que estaba mal no era sólo el sistema electoral, sino las ideas sobre las que se levantaba el gobierno representativo: la soberanía popular, los derechos naturales y el constitucionalismo. Este pleito tenía que ver sólo de manera indirecta con México. Era un problema de la sociedad occidental. En consecuencia, en 1848 y 1849 los conservadores articularon su crítica tout court de forma abstracta y universal. En pocas palabras, se ocuparon de la teoría política. Tomaron selectivamente ideas de los tradicionalistas, de Bentham y de los doctrinarios franceses para construir su alegato. A la crisis mexicana se añadió un sentimiento de urgencia producido en el mundo por las revoluciones de 1848 y la aparición en el escenario político del socialismo. Los críticos mexicanos se concebían a sí mismos como guerreros de la periferia. De los márgenes lanzaban un ataque frontal contra las ideas hegemónicas de la metrópoli. Si se atacaba la raíz, pensaban, la enferma planta mexicana moriría de manera natural. La forma que tomó esta ofensiva fue un extenso debate en la prensa con los liberales. Sin embargo, éstos sólo eran sus adversarios locales, los repetidores de los dogmas destructores del centro.

    Denomino esta peculiar conjunción de circunstancias e ideas, locales y externas, el momento Alamán. La importancia de este episodio se encuentra en la radicalidad y universalidad del alegato, que en su momento rebasó incluso la inusual crítica de Donoso Cortés en España. Si en el mundo la preocupación de los conservadores era detener la expansión del sufragio masculino y mantener la estabilidad política, los mexicanos se embarcaron en la tarea de socavar de raíz al gobierno representativo. ¿Cuál es la importancia de esta original experiencia? Al igual que otros críticos radicales del liberalismo —como Carl Schmitt en el siglo XX—, los argumentos filosóficos de Alamán y los conservadores mexicanos pueden ser una fuente de inspiración para otros críticos del liberalismo. Por ejemplo, algunos historiadores creen que Alamán dio en el blanco cuando afirmaba que la idea de representación destruía la idea democrática, que constituía su propio fundamento. Esa contradicción lógica, se supone, estaba presente desde que las Cortes españolas declararon el principio de la soberanía popular. En efecto: una vez consagrado el dogma de la soberanía popular, ¿cómo podían fijarse límites a su ejercicio, cómo evitar que aquellos que le dieron origen a la constitución se creyeran con derecho a alterarla en el momento que lo desearan, sin más regla que su propia voluntad soberana?[34] Si los sujetos, ahora instituidos como únicos soberanos, pudieran retirar en cualquier momento su adhesión a los poderes establecidos, no habría forma de establecer ningún gobierno. En fin, el ideal típicamente moderno de autodeterminación soberana de los sujetos choca de manera inevitable con el carácter regular de todo orden institucional…[35] Sin embargo, como ha señalado Manin, la idea democrática era sólo uno de los fundamentos del gobierno representativo y no el más importante. La paradoja inherente a esa forma de gobierno —que era una aristocracia electa de forma democrática— ha sido notoriamente estable por más de doscientos años.

    Los ensayos que componen este libro fueron escritos durante los últimos siete años. Una versión diferente de Omisiones del corazón se publicó en la Revista de Occidente, núm. 289 (junio de 2005). Vicente Rocafuerte y la invención de la república hispanoamericana se publicó originalmente en José Antonio Aguilar Rivera y Rafael Rojas, coords., El republicanismo en Hispanoamérica. Ensayos de historia intelectual y política (México, FCE / CIDE, 2002). Una versión preliminar del capítulo V apareció en Lucas Alamán (José Antonio Aguilar, comp.), Examen imparcial de la administración de Bustamante (México, Conaculta, 2008).

    Estoy en deuda con numerosas personas que leyeron el manuscrito o partes de él. Muchas de ellas hicieron sugerencias o me proporcionaron valiosas fuentes. Como siempre, la responsabilidad de los posibles yerros de este libro es exclusivamente mía. Deseo agradecer a Josefina Vázquez, Bernard Manin, Adam Przeworski, Erika Pani, Ignacio Marván, Emilio Pacheco, Catherine Andrews, Eduardo Posada Carbó, Ana Paulina Ochoa, Natalia Sobrevilla, Ana Mylena Aguilar Rivera, Will Fowler, Cecilia Noriega, Reynaldo Sordo, Israel Arroyo, Leopoldo López Valencia, Darío Roldán, Jaime E. Rodríguez, Luis Barrón, Frida Osorio, Brian Connaughton y Pablo Mijangos. Carmen McEvoy me alentó a escribir más sobre Vidaurre y me ayudó en la investigación documental. Rafael Rojas compartió generosamente conmigo su investigación inédita. Los participantes del seminario "La

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