Está en la página 1de 1

Abuelo,

dice la abuela que no estemos tristes, que nos has durado mucho desde que te dio aquel infarto
cuando tenas cuarenta y siete aos. Y es cierto: aunque algunos hayamos podido disfrutar de ti
unos aos ms que otros, todos tenemos que dar las gracias por haberte podido conocer. Tuviste una
infancia muy dura, pero de adulto la suerte te brind la mejor esposa y mujer que se pueda
imaginar, nuestra abuela Geo, y con ella tuviste tres hijas maravillosas y ellas a su vez ocho hijos,
tus nietos, que te quisimos con locura y con los que siempre estuviste. No tenas nada y, de esa
nada, supiste crear todo un mundo que nos ha hecho a todos muy felices.
Podrn decir de ti que a veces fuiste un grun y un cascarrabias, y dirn muy bien. Pero lo supiste
compensar siendo siempre el primero en hacernos cualquier favor, como cuando corras a por palos
y telas cada vez que te decamos que queramos construir una tienda de campaa en el pueblo. A
algunos hasta nos compraste nuestro primer instrumento de msica, y siempre que veas a una
persona tocando en el metro le echabas alguna moneda porque, como t mismo decas, si en un
futuro mis nietos acaban as, me gustara que hubiese alguien que se parase a darles alguna
pesetilla. Todo lo que tuviste de grun lo tuviste tambin de generoso. En Pegaso, cada vez que
bamos a verte y era hora de merendar, no parabas de sacarnos comida para que no nos quedsemos
con hambre. Y en el pueblo, durante las ferias, siempre nos dabas algo de dinero a escondidas para
que nos montsemos en alguna atraccin y, aunque no fuera mucho, para nosotros era como
volvernos millonarios.
Puede que los mejores recuerdos que guardemos de ti sean precisamente de aquellos veranos que
pasamos en el pueblo, vindote trabajar en la cuadra. Estamos seguros de que la aficin de todos
nosotros por los trabajos manuales te la debemos a ti por completo. Nos enseaste a regar los
rboles y a cuidar de las plantas, as como a partir almendrucos y a jugar al cinquillo. Y cmo te
cabreabas cada vez que hacamos trampas.
Ya no volveremos a verte trabajando en la cuadra, ni jugaremos ms al cinquillo, ni te podremos
ayudar a regar las vides y los rboles. Pero seguiremos yendo al pueblo y jugaremos a las cartas y
regaremos tus rboles y cuando lo hagamos, en esos momentos, volvers a estar con nosotros.
Porque fuiste t el que nos enseaste. Gracias, abuelo. Tus nietos nunca te olvidaremos.

También podría gustarte