"Cnmeca,”
¢Asf que nunca has ido a Sarandén? Ha-
ces bien. ¢A qué ibas a ir? Un brezal cortado
a navaja por el viento.
O'Lis de Sésamo sélo venfa al bar los
domingos por la mafiana, Acostumbraba a en-
crar cuando las campanas avisaban para la mi-
sade las once y las hondas huellas de sus zapa-
tones eran las primeras en quedar impresas en
el suelo de serrin como en el papel la tinta de
un sello de caucho. Pedfa siempre un jerez
dulce que/yo)le servia en copa fina. El hacia
gesto de brindar mirando hacia mi con sus
ojos de gato montés y luego se refugiaba en el
ventanal. Al fondo, la mole del Xalo, como
un imponente buey tumbado.
Si, chaval, el viento rascando como un
cepillo de pias.
Brezos, cuatro cabras, gallinas peladas y
una casa de mamposterfa con una higuera me-
dio desnuda. Eso es todo lo que era Sarandén.
En aquella casa vivia Carmifia.
O\Lis de Sésamo bebié un sorbo como
hacen los curas con el cliz, que cierran los ojosy todo, no me extrafia, con Dios en el paladar.
Eché un trago y luego chasqueé la lengua.
Vivia Carmifia y una tia que nunca sa-
Ifa, Un misterio. La gente deca que tenia bar-
bay cosas asf. Yo, si he de decir la verdad, nunca
la vi delante. Yo iba alld por Carmifia, claro.
iCarmifia! ¢T6 conociste a Carmifia de joven?
No. {Qué cofio la ibas a conocer si no habjas
nacido! Era buena moza, la Carmifia, con mu-
cho donde agarrar. Y se daba bien,
iCarmifia de Sarandén! Para llegar a su
lado habfa que arrastrar el culo por los tojos.
Y soplaba un viento frfo que cortaba como fi-
fo de navaja. :
Sobre el monte Xalo se libraba ahora
una guerra en el cielo. Nubes fieras, oscuras y
compactas les mordfan los talones a otras la-
nudas y azucaradas. Desde donde yo estaba,
detrds de la barra, con los brazos remangados
dencro del fregadero, me parecié que la voz de
OLis enronquecfa y que al contraluz se le afi-
laba un perfil de armifio o de gardufia.
Y habja también, en Sarandé6n, un de-
monio de perro.
Se lamaba Tarzdn.
O'Lis de Sésamo escupié en el serrin y lue-
g0 pis6 el esgarro como quien botra un pecado.
iDios, qué malo era aquel perro! Ni un
dia, ni dos. Siempre, Tenias que verlo a nues-
tro lado, ladrando rabioso, casi sin descanso.
Pero lo peor no era eso. Lo peor era cuando para-
ba. Sentias, sentias el engranaje del odio, asi,
como un grufiido averiado al apretar las man-
dibulas. Y después ese rencor, ese arrebato en-
loquecido de la mirada.
No, no se apactaba de nosotros.
‘Yo, al principio, hacfa como si nada, e in-
cluso iniciaba una carantofia, y el muy cabron
se enfurecia més. Yo subja a Sarandé6n al ano-
checer los sébados y domingos. No habia forma
de que Carmifia bajase al pueblo, al baile. Segtin
decfa, era por la vieja, que no se valfa por si
misma y ademés habja perdido el sentido y ya
en una ocasin habfa prendido fuego a la cama.
Y asi debia de ser, porque lego Carmifia no re-
sultaba ser timida, no. Mientras Tarzdn ladraba
enloquecido, ella se daba bien. Me llevaba de la
mano hacia el cobertizo, se me apretaba con
aquellas dos buenas tecas que tenia y dejaba
con mucho gusto y muchos ayes que yo hiciera
y deshiciera.
jCarmifia de Sarand6n! Perdfa la cabe-
za por aquella mujer. Estaba cachonda. Era ca-
liente. Y de muy buen humor. Tenfa mucho
mérito aquel humor de Carmifia.
jDemonio de perro!, murmuraba yo
cuando ya no podia més y sentfa sus tenazas
rechinar detrés de mi.Era un miedo-de nifio el que yo tenfa.
Y el cabrén me olfa el pensamiento.
jVete de ahi, Tarzdn!, decia ella entre
risas, pero sin apartarlo. jVete de ahf, Tarza-
nifto! Y entonces, cuando el perro resoplaba
como’un fuelle envenenado, Carmifia se apre-
taba mds a mf, fermentaba, y yo sentia cam-
panas en cualquier parte de su piel. Para mf
que las campanadas de aquel coraz6n repica-
ban en el cobertizo y que, llevadas por el vien-
to, todo el mundo en el valle las estaria escu-
chando.
O'Lis de Sésamo dejé la copa vacfa en la
barra y pidid con la mirada otro vino dulce.
Palade un trago, saboredndolo, y después lo
dejé ir como una nostalgia. Es muy alimenti-
cio, dijo guifiando el ojo. La gente saldrfa
enseguida de misa, y el local se llenarfa de hu-
meantes voces de domingo. Por un momento,
mientras volvfa a meter las manos bajo el gri-
fo para fregar los vasos, temf que O'Lis fuese a
dejar enfriar su historia. Por suerte, allf en la
ventana estaba el monte, llamando por sus
recuerdos.
‘Yo estaba muy enamorado, pero hubo
un dia en que ya no pude més. Le dije: mira,
Carmifia, gpor.qué no atas aeste perro? Me pa-
recié que no escuchaba, como si estuviese en
otro mundo. Era muy de suspiros. El que lo
oy6 fue él, el hijo de mala madre. Dejé repen-
tinamente de ladrar y yo crei que por fin fba-
mos a poder retozar tranquilos.
iQué va!
Yo estaba encima de ella, sobre unos ha-
ces de hierba. Antes de darme cuenta de lo
que pasaba, senti unas cosquillas himedas y que
el cuerpo entero no me hacia caso y perdia el
pulso. Fue entonces cuando noté el mufién
hnimedo, el hocico que olisqueaba las partes.
Di un salto y eché una maldicién. Des-
pués, cogf una estaca y se la tiré al perro que
huy6 quejéndose. Pero lo que mas me irried
fue que ella, con cara de despertar de una pe-
sadilla, salié detrds de él lamdndolo: jTarzdn,
ven, Tarzdn' Cuando regres6, sola y apesadum-
brada, yo fumaba un pitillo sentado en el
. tronco de corear lefia. No sé por qué, pero em-
pecé a sentirme fuerte y animoso como nunca
habia estado. Me acerqué a ella, y la abracé
para comerla a besos.
Te juro que fue como palpar un saco
fofo de harina. No respondia.
Cuando me marché, Carmifia quedo alli
en loalto, parada, muda, como atontada, no sé
si mirando hacia mi, azotada por el viento.
A O'Lis de Sésamo le habjan enrojeci-
do las orejas. Sus ojos tenfan la luz verde del
montés en un rostro de tierra allanado con lagrada. A mi me ardian las manos bajo el grifo
de agua fria.
Por la noche, continué O'Lis, volvi a
Sarandén. Llevaba en la mano una vara de agui-
j6n, de ésas para llamar a los bueyes. La luna
flotaba entre nubarrones y el viento silbaba con
rencor. Alli estaba el perro, en Ja cancela del
vallado de piedra. Habja alguna sospecha en su
forma de grufiir. ¥ después ladré sin mucho es-
truendo, desconfiado, hasta que yo puse la vata
a laaleura de su boca. Y fue entonces cuando la
abrié mucho para morder y yo se la metf,como
un estoque. Se la meti hasta el fondo; Noté
cémo el punz6n desgarraba la gargarita ¢ iba
agujereando la blandura de las visceras.
jAy, Carmifia! |Carmifia de Sarandén!
O'Lis de Sésamo escupié en el suelo.
Después bebié el tiltimo trago y lo demoré en
el paladar. Lanz6 un suspiro y exclamé: jQué
bien sabe esta mierda!
Metié la mano en el bolsillo. Dejé el di-
nero en la barra. ¥ me dio una palmada en el
hombro. Siempre se iba antes de que llegaran
los primeros clientes nada més acabar la misa.
{Hasta el domingo, chaval!
En el serrfn quedaron marcados sus za-
patones. Las huellas de un animal solitario.
EL MISTER & IRON MAIDEN
A Arsenio Iglesias y Basilio Losada