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Diego Armus (1999)

LA CIUDAD HIGIÉNICA: TUBERCULOSIS Y UTOPÍAS EN BUENOS AIRES

Una suerte de ideología urbana ganó terreno en la Argentina a comienzos de la segunda mitad del siglo XIX, cuando se acallaron las
guerras civiles y se comenzó a buscar fórmulas políticas y sociales que encauzaran las formas de convivencia dentro de un sistema
institucional. Entre fines del siglo XIX y comienzos del XX el gran tema de reflexión sociológica fue el de un porvenir
irrevocablemente adscripto al mundo industrial, y en consecuencia urbano. Progreso, multitud, orden, higiene y bienestar fueron
algunos de los elementos constitutivos de esa ideología urbana donde también contaron los discursos de la degeneración y la
regeneración, de la reforma profunda y la utopía. Sarmiento y Alberdi: modelos norteamericanos y europeos que funcionaban
como horizontes de utopía y modernidad. Sin embargo, hacia fines del siglo XIX esos horizontes no podían ocultar sus
resquebrajamientos. El país de la inmigración no era el imaginado, los inmigrantes no eran los deseados, etc. El fenómeno
multitudinario quedaba así colocado en el centro de las preocupaciones de quienes se proponían comprender esos problemas y
superar los obstáculos interpuestos al esfuerzo modernizador. Desde la política, y más tarde desde nuevas disciplinas como la
higiene, la ingeniería sanitaria o la sociología, los problemas de la ciudad moderna ocuparon el centro de la agenda. En la ciudad
tomaron forma las evidencias de la degeneración: el crecimiento acelerado y caótico, la vivienda popular insalubre, la tríada
alcoholismo/sífilis/ tuberculosis. Pero esos discursos de degeneración coexistieron con otros de neto corte regenerador. Desde esos
ámbitos se esbozaron los esfuerzos por intervenir sistemáticamente en el mundo urbano. Allí estaban las ciudades ideales o
utópicas., un género literario con escasa producción local pero con continuas reediciones de clásicos como Edward Bellamy,
William Morris y Jean Grave. Especulaciones sobre la ciudad que jamás olvidaron el problema de la higiene. Así, en el siglo XIX
la higiene ya estaba perfilada a la manera de una filosofía social que no sólo se proponía combinar las necesidades fisiológicas y
culturales con el medio ambiente, sino que también enfatizaba la necesidad de controlar las enfermedades siempre asociadas a la
contaminación, la suciedad y la carencia. Estos discursos utópicos se proponían responder a las ideas del darwinismo social y la
sobrevivencia del más apto ofreciendo un solidarismo social extremadamente laxo donde convivían tradiciones ideológicas muy
variadas, desde el catolicismo social y el liberal reformismo al socialismo y anarquismo.
Entre 1870 y 1940, ese ideal higiénico está muy presente en prácticamente todas las ciudades imaginadas. El ideal del barrio jardín
es un tópico recurrente en los discursos de médicos, políticos, higienistas, funcionarios municipales y urbanistas al momento de
referirse a los recursos del “armamento antituberculoso”. En todas estas ciudades imaginadas domina una tensión que resulta del
espíritu idealista del género utopista clásico y el pragmatismo realista de los programas de un planificador. Ninguna de estas utopías
logra ir más allá de un urbanismo bastante rudimentario, hijo de un plan a la vez riguroso y excesivamente simple.
Análisis del ideal higiénico y el fantasma de la tuberculosis en dos ciudades imaginadas a comienzos del siglo XX: La ciudad de los
Hijos del Sol de Pierre Quiroule, utopía que ofrece una mundo sin enfermedades en un escenario urbano realizado, y La ciudad
ideal o del Porvenir de Emilio Coni, ejemplo del discurso médico higienista que reconoce la imposibilidad de desterrar la
tuberculosis y ofrece un escenario urbano alternativo donde a la ciudad real de los barrios se adiciona una red institucional de
tutelaje y prevención.

Un mundo sin enfermedad. Pierre Quiroule y su ciudad anarquista

La ciudad de los Hijos del Sol (1914) reacciona en contra de la vida en la ciudad moderna y celebra una idea del espacio urbano
donde naturaleza y sociedad tejen una armonía desconocida. Ciudad pequeña que permitía combinar racionalmente las demandas de
producción, el consumo, la higiene y el bienestar. Descartaba la ciudad capitalista y proponía una suerte de comuna donde se
asentaban las bases sobre las que debía funcionar la sociedad. En la utopía de Quiroule el espacio urbano perdía densidad, hacía
borrosos sus límites con el mundo rural. Apuntaba a la autosuficiencia y dispersaba lo urbano en lo rural. Hay rastros bien marcados
tanto de Rousseau como de William Morris.
Reaccionaba frente a la metrópolis donde veía “una reunión diabólica de todo lo que puede dañar y perjudicar al hombre: suciedad,
enfermedad, corrupción…”. El mundo imaginado por Quiroule era un mundo sin enfermedad, y sobre todo, sin tuberculosis. Era
también un mundo donde el hombre común había devenido en médico de sí mismo aprovechando racionalmente “la acción
reconstituyente de los agentes naturales, aire, sol, etc.” Este cuestionamiento del saber médico ha llevado a Quiroule no sólo a
reconsiderar la existencia misma de la profesión sino también a afirmar que “el arte de curar (no tenía como objetivo) prolongar
indefinidamente el estado anormal del paciente.”
La vivienda aparece transformada en más de un sentido. Hogar y núcleo familiar han perdido toda relevancia en tanto unidad de
reproducción social. La familia monogámica ha sido barrida por el triunfo del amor libre y las responsabilidades comunales en la
crianza de los niños. Al igual que los movimientos vanguardistas europeos, Quiroule estaba preocupado por desarrollar una

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arquitectura que enfatizara lo higiénico pero sin entregarse a la pobreza estética. Aparece entonces como una curiosa combinación.
Su prosa no trae nada nuevo, se ajusta a los cánones que dominan en la llamada literatura social de la época, pero la arquitectura de
sus chalets de vidrio en una ciudad que se propone como negación de la metrópolis burguesa, de la tuberculosis y la enfermedad, lo
revela como un intelectual militante que transita al mismo tiempo los caminos de la vanguardia estética y de la vanguardia política.

La ciudad higiénica y la tuberculosis asistida


El higienismo centró toda su atención en la ciudad. Estos médicos y administradores buscaron obsesivamente ordenar el mundo
urbano. Publicada en 1919 por Emilio Coni, La ciudad argentina ideal o del Porvenir, expresa en su modo sintético esa vocación de
orden y reforma que permea toda su prolífica producción académica y de difusión. Su ciudad modelo era el resultado de una visión
que apuntaba a contener y acomodar los peligrosos embates de una cuestión social decididamente inocultable; buscaba armonizar
los problemas urbanos incubados en el marco de la expansión económica agroexportadora y la asistencia y moralización de los
sectores populares urbanos que el aluvión inmigratorio había hacho crecer sin precedentes. La cuestión de la vivienda es un factor
clave en el proyecto de regeneración social que ofrece Coni. Su mundo urbano imaginado era un mundo de casapropistas. Ellos
asumirían como propios los ritos de la higiene, la veneración de la vida hogareña, etc., etc. Pero el tema central de la Ciudad
argentina… es el asistencialismo. Se trata no sólo de un discurso que entendía la vida en la ciudad únicamente en condiciones
materiales mínimamente aceptables sino también de una red compacta de instituciones profilácticas y terapéuticas dirigidas y
coordinadas por médicos, arquitectos e ingenieros sanitarios, todos ellos profesionales a quienes el proceso modernizador venía a
legitimar en sus saberes específicos. La ciudad de Coni trabajaba sobre una exhaustiva clasificación de la acción terapéutica y
asistencial según al edad, el sexo y las enfermedades. La protección de la infancia era una prioridad.
A través del asistencialismo, Coni reducía la ciudad a una unidad sanitaria donde reinaba la prevención, la vigilancia y las justas
compensaciones al esfuerzo individual. El énfasis estaba en los lugares de residencia, allí se palpaba un bienestar, modesto y
saludable, al que accedía toda la población. Ciudad que presenta una explícita aspiración a construir un espacio sano. Coni no
imaginaba un mundo sin enfermedades y su ciudad parece haber aprendido a convivir con la tuberculosis y, en menor medida, con
las enfermedades infecto-contagiosas, en un equilibrio biológico y social garantizado por el asistencialismo. Higienismo realista.
Utopía del capitalismo mejorado, organizada en torno de una supuesta regeneración física y moral de la raza. Adopción de una
posición intermedia entre el pragmático y el utopista.

El ideal higiénico -que siempre aludía a la tuberculosis- fue un tópico de peso relevante en ambas utopías. Pierre Quiroule
imaginaba un mundo urbano sin enfermedades. Emilio Coni reconocía la imposibilidad de desterrar la tuberculosis y por eso ofrecía
desde el Estado una red institucional de tutelaje y prevención. Quiroule: pretensión literaria, ejercicio de reflexión que vislumbra
una sociedad nueva, una vida urbana radicalmente distinta. Coni: no se trata de literatura, sino de un modelo de intervención y
regularización que apunta a la multitud urbana antes que al espacio físico.
Más allá de las diferencias es fácil reconocer la influencia de la literatura utópica, así como los debates europeos y norteamericanos
que marcaron la imaginación urbana producida por el Buenos Aires moderno.

[Diego Armus, “la ciudad higiénica: tuberculosis y utopías en Buenos Aires”, en Margarita Gutman - Thomas Reese
(editores), Buenos Aires 1910. El imaginario para una gran capital, Eudeba, Buenos Aires, 1999, pp. 97-110.]

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