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El origen de la vida: ¿según cuál

creencia?
Una mentira con pretensiones científicas ha sido repetida a lo largo de
150 años por los creyentes evolucionistas: el ser humano tiene ancestros
simiescos. Aunque la repetición no hace cierta un mentira, como creía
Goebbels, muchos la han creído. Por ello es preciso replantear las creencias
y convicciones creacionistas y el darvinismo materialista y ateo. Si
escrutamos ciertos escritos antirreligiosos, nos percatamos que carecen de
objetividad y genuina ciencia, decantando en racionalismo y cientificismo e
irrespeto a los que no creen igual que ellos.
En este escrito como en otros donde toco este tema aspiro aclarar las
convicciones cristianas que deben ser tratadas teológica, histórica y
empíricamente (muchos descubrimientos científicos en lugar de rebatir la
Biblia, como creen y aseveran algunos, la han confirmado), no con
fanatismo racionalista ni cientificismo; ni siquiera el método de las ciencias
naturales es funcional para tal estudio, porque cualquier hecho histórico es
único e irrepetible como lo es la teoría de la evolución, que debe ser
estudiada con la ciencia de los orígenes (estudia las singularidades pasadas
más que las normalidades presentes), no con la ciencia operacional (cuyo
campo de estudio son las cosas regulares y predecibles que pasan una y otra
vez en forma repetida y regular); de ahí el yerro de los creyentes
evolucionistas al abordar la “evolución” con cánones de la ciencia de las
operaciones, e ingresen sin darse cuenta al campo de la metafísica como
afirma Popper, porque nadie puede repetir hechos del pasado ni tampoco
hay testigos de cómo surgió la vida; aunque -si hablamos del origen del
universo- desde el Big Bang es innegable -en esto concuerdan casi todos
los cosmólogos, astrónomos y astrofísicos- que una mente superdotada
“apretó” el gatillo para que se materializara; esto es, el universo no es
infinito ni surgió de la nada como se creía. De manera que hoy es
irresponsable filosófica y científicamente escribir que el universo “brotó”
de la nada absoluta.
Para estudiar el origen de la vida solo toca creer el creacionismo o la
teoría de la evolución, aunque la generación espontánea (uno de los credos
de la teoría de la evolucion) fue refutada hace más de 100 años por Pasteur
y otros investigadores. Y debido a un sinnúmero de recientes
descubrimientos que apuntan al creacionismo y evidencias de que la vida y
la célula son mucho más complicadas de lo que se creía, los creacionistas
abogamos porque se enseñen esas dos posturas en las aulas de clases de
colegios y universidades. Los creyentes evolucionistas fundamentalistas
nos critican y rechazan nuestra aspiración, alegando que lo nuestro son solo
creencias mientras que lo de ellos es ciencia. Lo irónico es que la mayor
parte de postulados darvinistas no han podido ser confirmados ni negados
por ser una teoría metafísica con máscara científica. La pretensión del
escrito Ciencia, evolución y creacionismo de reciente data no presenta nada
nuevo, sino la repetición de mohosas creencias del mito evolutivo. Peor
aún, insiste en decir que los restos fósiles de animales son testimonio de
una evolución, cuando bien sabemos que esos fósiles en lugar de apoyarla
la desacreditan. Ni hablar de los restos fósiles que se creían humanos y que
eran en realidad comprobados fraudes fabricados por los propios creyentes
y científicos evolucionistas.
El darvinismo y el creacionismo son creencias de lo que pudo haber
pasado hace muchos años. Por ello, presentar la “evolución” como un
“hecho probado” es faltar a la verdad. Y escribir que “la teoría de la
evolución hoy no es cuestionada por los hombres de ciencia [...] en sus
afirmaciones principales, sino en los detalles de su desarrollo” tampoco se
ciñe a la verdad, puesto que muchos científicos evolucionistas y
creacionistas (no solo los “fanáticos religiosos”) han venido cuestionando
el mito desde su aparición; y no pocos entendidos saben que las más
recientes evidencias científicas apuntan que la vida es demasiado compleja,
la célula es extremadamente intrincada y que los sistemas biológicos
complejamente irreducibles desafían la posibilidad de una explicación
darviniana, de tal manera que naturalmente es improbable que la vida
inteligente sea fruto de una célula “simple” (¿procariota?), aparecida de
nadie sabe dónde, “dirigida” a ciegas por la selección natural o “alentada”
por un desconocido e impotente dios que necesitó de la “evolución” para
crear, y esta a su vez “auxiliada por variaciones aleatorias”, como afirman
dogmáticamente los creyentes evolucionistas sin poder demostrarlo. Dicho
de otro modo, no hay base científica para ser ateo y el teísmo evolucionista
es una contradicción por excluirse mutuamente. Solo hay cabida para el
ateísmo filosófico.
Si rechazamos la literalidad de Génesis 1 al 11, alegando simbolismo,
estamos creyendo que el origen del matrimonio heterosexual, la familia y la
moral cristiana universal objetiva no son fiables. (¿Será casualidad que en
parte sea eso lo que propugne el “darwinismo social”?) Hasta una
publicación atea como The American Atheist describe tal pugna: “El
cristianismo está (debe estar) totalmente comprometido con la creación
especial descrita en Génesis, y los cristianos han de pelear con todas sus
fuerzas contra la teoría evolucionista... Llega a estar claro que la vida y la
muerte [y resurrección corporal] de Jesucristo están profetizadas en la
existencia de Adán y la fruta prohibida que él y Eva comieron. Sin pecado
original, ¿quién necesita ser redimido? Sin la caída de Adán en una vida de
pecado constante que termina con la muerte, ¿cuál es el propósito del
cristianismo? Ninguno”.
Por tal razón, expresar que el teísmo cristiano es compatible con el
ateísmo de la creencia evolucionista es ignorar hechos científicos y
teológicos, a pesar de los argumentos seudocientíficos y “teológicos”
esgrimidos. Muchos teístas creen que “si no puedes con tu enemigo, únete
a él”, pues abrazan el mito evolución al no saber cómo rebatirlo. A quienes
insistan en la evolución debería recordárseles las barbaries cometidas
basadas en las creencias de la “supervivencia de los más fuertes”,
Aun cuando la religión no sea ciencia, como tampoco lo es la teoría de la
evolución, el racionalismo y cientificismo, hemos apuntado con
anterioridad que el cristianismo es histórico-empírico por descansar sobre
hechos reales y una relación transformadora con Jesús. Quien se atreva a
venir a Él podrá comprobar si Jesús es lo que asegura ser o era un
charlatán.

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