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Primera edicién (Letras Mexicanas), 1952 ‘Segunda edicién, 1955 Tercera edicin, 1960 Cuarta edicién (Coleccién Popular), 1960 ‘Trigesimacuarta reimpresion, 2008 Rojas Gonzalez, Francisco El diosero /' Francisco Rojas Gonzilez. — 4a ed. — México : FCE, 1960 134 p. ; 17 x 11 em—(Colec. Popular ; 16) ISBN 978-968-16-0610-7 1. Cuentos Mexicanos 2, Literatura Mexicana — Siglo XXL Ser Il.t Le PQ7297. R713 Dewey M863 RAI3d Distribucién mundial Comentarios y sugerencias: editorial@fondodeculturaeconomica.com www fondodeculturaeconomica.com ‘Tel, (55)5227-4672 Fax ($5)5227-4694 Empresa certificada ISO 9001:2000 1D. R. © 1952, FonDo DE CuctuRa Econonics Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Se prohibe la reproduccién total o parcial de esta obra, —inchuido el disefio tipografico y de portada—, sea cual fuere el medio, electrénico o mecinico, sin el consentimiento por escrito del editor. ISBN 978-968-16-0610-7 Impreso en México # Printed in Mexico LA TONA Caisanta descendia por la vereda que culebreaba entre los pefiascos de la loma clavada entre la alde- hela y el rfo, de aquel rfo bronco al que tributaban los torrentes que, abriéndose paso entre jarales y yerbajos, se precipitaban arrastrando tras s{ costras de roble’ hurtadas al monte. Tendido en la hondo- nada, Tapijulapa, el pueblo de indios pastores. Las torrecitas de la capilla, patinadas de fervores y la- mosas de aiios, perforaban la nube aprisionada en- tre los brazos de la cruz de hierro. Crisanta, india joven, casi nifia, bajaba por el sendero; el aire de la media tarde calosfriaba su cuerpo encorvado al peso de un tercio de lefia; la cabeza gacha y sobre la frente un manojo de cabe- los empapados de sudor. Sus pies —garras a ra- tos, pezufias por momentos— resbalaban sobre las Jajas, se hundfan en Jos Mquenes o se asentaban como extremidades de plantfgrado en las planadas del senderillo... Los muslos de la hembra, negros y macizos, asomaban por entre los harapos de la ‘enagua de algodén, que alzaba por delante hasta arriba de las rodillas, porque el vientre estaba ur- gido de prefiez. .. Ia marcha se hacia més penosa a cada paso; la muchacha detenfase por instantes a to- mar alientos; mas luego, sin Ievaniar la cara, reanu- daba el camino con fmpetus de bestia que embis- tiera al fantasma del aire. Pero hubo un momento en que las piernas se ne- garon al impulso, vacilaron. Crisanta alz6 por pri mera vez la cabeza e hizo vagar sus ojos en la ex- 7 tensién. En el rostro de la mujercita zoque cayé un velo de angustia; sus labios temblaron y las ale- tas de su nariz latieron, tal si olfatearan. Con pasos inseguros la india buscé las riberas; dirfase levada entonces por un instinto, mejor que impulsada por un pensamiento. El rio estaba cerca, a no mas de veinte pasos de la yereda. Cuando estuvo en las mérgenes, desaté el “mecapal” anudado a su frente y con apremios deposité en el suelo el fardo de Jefa; luego, como Jo hacen todas las zoques, todas: la abuela, la madre, la hermana, la amiga, la enemiga, remangé hasta arriba de Ia cintura su faldita an- drajosa, para sentarse en cuclillas, con las piernas abiertas y las manos crispadas sobre las rodillas amoratadas y asperas. Entonces se esforz6 al lan- cetazo del dolor. Respiré profunda, irregularmen- te, tal si todas las dolencias hubiéransele anidado en la garganta. Después hizo de sus manos, de aque- Vas manos duras, agrietadas y rugosas de fatigas, utensilios de consuelo, cuando las pasé por el ex- cesivo vientre ahora convulso y acalambrado. Los ojos escurrian lagrimas que brotaban de las escle- réticas congestionadas. Pero todo esfuerzo fue vano, Llevé después sus dedos, tmicos instrumentos de alivio, hasta la entrepierna ardorosa, tumefacta y de abi los separé por intitiles... Luego los encajé en Ia tierra con fiereza y asi los mantuvo, pujando rabia y desesperacién... De pronto la sed se hizo otra tortura... y alld fue, arrastréndose como co- yota, hasta llegar al rio: tendidse sobre la arena, 8 eee te OE A ORT TT intenté beber, pero la nusea se opuso cuantas ve ces quiso pasar wn trago; entonces mugié su deses- peracién y rodé en Ja arena entre convulsiones. Ast la hallé Simén su marido. Cuando el mozo Hegé hasta su Crisanta, ella Io recibié con palabras duras en lengua zoque; pero Simén se habia hecho sordo. Con delicadeza la le- vanté en brazos para conducirla a su choza, aquel jacal pajizo, incrustado en la falda de la loma. El hombrecito ‘deposité en el petate la carga trémula de dos vidas y fue on busca de Altagracia, Ia coma- drona vieja que moria de hambre en aquel pueblo en donde las mujeres se las arreglaban solas, a ori- las del rfo, sin ms ayuda que sus manos, su es- fuerzo y sus gemidos. Altagracia vino al jacal seguida de Simén. La vieja encendié un manojo de ocote que dejé arder sobre una olla, en seguida, con ademanes complica dos y posturas misteriosas, se arrodill6 sobre la tierra apisonada, rez6 un credo al revés, emmpezando por el “amén” para concluir en el “...padre, Dios en creo”; f6rmula, segin ella, “linda” para sacar de apuros a la més comprometida. Después siguié prac- ticando algunos tocamientos sobre la barriga de- forme. —No te apures, Simén, luego Ia arreglamos. Esto pasa siempre con las primerizas... Hum, las veces que me ha tocado batallar con elias... ! —dijo. —Obre Dios —contesté el muchacho mientras echaba a la fogata una raja resinosa, —zHace mucho que te empezaron los dolores, ija? 'Y Crisanta tuvo por respuesta sdlo un rezongo. —Vamos a ver, muchacha —siguié Altagracia—: dobla tus piernas... Asi, flojas. Resuella hondo, 9 puja, puja fuerte cada vez que te venga el dolor... Més fuerte, mas... {Grita, af Crisanta hizo cuanto se Ie dijo y més; sus piernas fueron hilachos, rugié hasta enronquecer y sangré sus pufios a mordidas, —Vamos, aytdame muchachita —suplicé Ia vieja en los momentos en que pasaba rudamente sus manos sobre la barriga relajada, pero terca en con- servar la carga... Y jos dedazos de ufias corvas y negras echaban toda su babilidad, toda su experiencia, todas sus mafias en los frotamientos que empezaban en las mamas rotundas, para acabar en la pelvis abultada y lampifia. Simén, entre tanto, habfase acurrucado en un rin- én de la choza; entre sus piernas un trozo de ma- dera destinado a ser cabo de azadén. El chirrido de Ia lima que aguzaba un extremo del mango dis- trafa el enervamiento, robaba un poco la ansiedad del muchacho. —Anda, madrecita, grita por vida tuya... Puja, encorajinate... Dime chiches de perra; pero date prisa... Pare, haragana, Pare hembra o macho, pero Pronto... {Cristo de Esquipulas! La joven no hacia esfuerzo ya; el dolor se habia apuntado un triunfo. Simén trataba ahora de insertar a golpes el man- go dentro del arillo del azadén; de su boca entre- abierta salfan sonidos roncos. Altagracia sudorosa y desgrefiada, con las manos tiesas abiertas en abanico, se volvié hacia el mu- chacho quien habfa logrado, por fin, introducir et astil en Ia argolla de la azada; el trabajo habia ale jado un poco a su pensamiento del sitio en que se escenificaba el drama. 10 Toy a TE —Todo es de balde, Simén, viene de nalgas — la vieja a gritos, mientras se limpiaba la frente con el dorso de su diestra. | ¥ Simén, como si volviese del suefio, como si hubiese sido sustraido por las destempladas pala. bras de una regién luminosa y apacible: —gDe nalgas? Bueno... cy’hora qué? La vieja no contest6; su vista vagaba por el te- del jacal. che a ht dijo de pronto—, de abf, de Ja viga madre cuelga la coyunda para hacer con ella el co lumpio... Pero pronto, muévete —ordend Alta: —No, eso no —gimié él. Anda, vamos a hacer la altima lucha... Cuelga Ia coyunda y aytidame @ amarrar a la muchacha por los sobacos. ‘Sim6n trep6 sin chistar por los amarres de Jos muros pajizos ¢ hizo pasar la cinta de jarcia sobre el morillo horizontal que sostenfa la techumbre. —Jala fuerte... fuerte, con ganas. ;Hum, no pa- reces hombre...! Jala, demonio. ‘A poco Crisanta era un titere que pateaba y se retorcfa pendiente de la coyunda. Altagracia empujé al cuerpo de la muchacha... Ahora més que pelele, era una péndola de tragedia, un pez6n de delirio. .. Pero Crisanta ya no hacia nada por ella, habia cafdo en un desmayo convulsivo. —Corre, Simén —dijo Altagracia con acento alar- mado—, ve a la tienda y compra un peso de chile seco; hay que ponerlo en las brasas para que el humo Ia haga toser. Ella ya no puede, se est pa- sando... Mientras tt vas y vienes, yo sigo mi lucha con Ia ayuda de Dios y de Marfa Santisima... Le i voy a trincar la cintura con mi rebozo, a ver si ast sale... ;Corre por vida tuya! 16n. ya NO escuché las wltimas palabras de Ia vieja; babfa salido en carrera para cumplir el en- cargo. En el camino tropezé con Trinidad Pérez, su ami- go el peén de la carretera inconclusa que pasaba a corta distancia de Tapijulapa. —Aguardate, hombre, saluda siquiera —grit6 Trt nidad Pérez. “iquilia esta pariendo desde antes de que el sl se metiera y es hora que t no puede —infor- m6 el otro sin detencree. Trinidad Pérez se emparejé con Simén, los dos corrfan. —Le est4 ayudando dofia Altagracia... Por luchas no ba guedado. {Quieres un consejo, Simén? —Viene... mronattte al Campamento de los ingenicros de la ca era. All{ esté un doctor que es muy buena te, llémalo. ° " = —2Y con qué le pago? —Si le dices lo pobres que somos, él entender. .. Anda, déjate de Altegracia. ‘Simén ya no reflexioné més y en lugar de torcer hacia Ja tienda, tomé por el atajo que m4s pronto Io Hevaria al campamento. La luna, muy alta, decia que la media noche estaba cercana. Frente al médico, un viejo amable y bromista, Simén el indio zoque no tuvo necesidad de hablar mucho y, por ello, tampoco poner en evidencia su —¢Por qué se les ocurrird a las mujeres hacer sus gracias precisamente @ estas horas? —se pregum 12 6 el doctor a s{ mismo, mientras un bostezo ahoga- ba sus tltimas palabras... Mas luego de despere- zarse, afiadié de buen talante—: Por qué se nos ocurre a algunos hombres ser médicos? Iré, mucha- cho, iré Iuego, no faltaba més... ¢Estd bueno el camino hasta tu pueblo? —Bueno, parejito, como la palma de la mano... El médico guardé en su maletin algunos instru- mentos niquelados, una jeringa hipodérmica y un gran paquete de algodén; se calé su viejo “pana- ma", eché “a pico de botella” un buen trago de mez- cal, aseguré sus ligas de ciclista sobre las “valen- cianas” del pantatén de dril y monté en su bicicleta, mientras escuchaba a Sim6n que decia: —Entrando por la zurda, es la casita més repe- gada a la loma. Cuando Simén lleg6 a su choza, lo recibié un vagido largo y agudo, que se confundié entre el ca- careo de las gallinas y los gruftidos de “Mit-Chueg”, el perro amarillo y fiel. ‘Simén sacé de la copa de su sombrero un gran pafiuelo de yerbas; con él se enjugé el sudor que le corria por las sienes; Iuego respiré profundo, mientras empujaba timidamente la puertecilla de la choza. Crisanta, cubierta con un sarape destefiido, yacla sosegada. Altagracia retiraba ahora de Ja lumbre una gran tinaja con agua caliente, y el médico, con ja camisa remangada, desmontaba la aguja de la je ringa hipodérmica. —Hicimos un machito —dijo con voz débil y en ja aglutinante lengua zoque Crisanta cuando miré @ su marido. Entonces la boca de ella se iluminé con el britlo de dos hileras de dientes como grani- tos de elote. 13 —xMacho? —pregunté Simén orgulloso—. Ya lo decia ‘Tras de pescar el mentéa de Crisanta entre sus dedios toscos e inh4biles para la caricia, fue a mirar a su hijo, a quien se disponian a bafiar el doctor y Altagracia. El nuevo padre, rudo como un pefias- co, vio por unos instantes aquel trozo de canela que se debatfa y chillaba. —Es bonito —dijo—: se parece 2 aquélla en lo trompudo —y sefialé con la barbilla a Crisanta. Luego, con un dedo tieso y torpe, ensay6 una ca- ricia en el carrillo del reciéa nacido. —Gracias, doctorcito... Me ha hecho usté el julapa, Y sin agregar més, el indio fue hasta el fogon de tres piedras que se alzaba en medio del jacal. Ah{ se habfa amontonado gran cantidad de ceniza. En un bolso y a puiiados, recogié Simén los resi- duos. EI médico lo segufa con la vista, intrigado. El muchacho, sin dar importancia a la curiosidad que despertaba, echése sobre los hombros el costalillo y as{ salié del jacal. —2Qué hace ése? —inquirié ef doctor. Eatonces Altagracia hablé dificultosamente iol: —Regaré Simén la ceniza alrededor de la casa... Cuando amanezca saldré de nuevo. El animal que haya dejado pintadas sus huellas en la ceniza sera Ja tona del nifio. I levaré el nombre del péjaro © la bestia que primero haya venido a saludario; coyote o tején, chuparrosa, liebre o mirlo, asegin... —2Tona has dicho? St, tona, ella lo cuidar4 y seré su amiga siem- Pre, hasta que muera, 4 —Ah4 —dijo el médico sonriente—, se trata de buscar al mnuchacho un espfritu tutelar... —St, aseguré la vieja —ése es el costumbre de po'acd... —Bien, bien, mientras tanto, bafiémoslo, para que el que ha de ser su tona lo encuentre limpieci- to y buen mozo. Cuando regres Simén con el bolso vaclo de cenizas, hallé a su hijo arropadito y fresco, pegado al hombro de la madre. Crisanta dormia dulce y profundaments... El médico se disponia a mar- —Bueno, Simén —dijo el doctor—, estds servido. —Yo quisiera darle a su mercé mas que juera un puiiito de sal... —Deja, hombre, todo-est4 bien... Ya te traeré unas medicinas para que el nifio crezca saludable y bonito... —Sefior doctor —agreg6 Simén con acento agra- eae hd4game su mercé otra gracia, si es tan eno. —Dime, hombre. —Yo quisiera que su persona juera mi comy dre... Lleve usté a cristianar a la criaturita. Quere? —Si, con mucho gusto, Simén, ti me dirds. —EI miércoles, por favor, es el dia en que viene el padre cura. —EI miércoles vendré. .. Buenas noches, Simén. Adiés, Altagracia, cuida a la muchacha y al nifio. Simén acompafié al médico hasta Ia puerta del jacal. Desde ahi lo siguié con la vista. La bicicleta tomé los altibajos del camino gallardamente; su ojo ciclopeo se abria paso entre las sombras. Un conejo encandilado cruzé Ia vereda. 15 Pontual estuvo el médico el miércoles por 18 12 idos de i misa, los zoques vesti Ta esquila Namé a misa, | westidos de ban en el atrio. La iris aba Bmpio eres. Tronaban los cohetes. i est waamidos, hombres y mujeres, Simon y su com Negada ©, Shacla la Joma, se miré al grupo aus Te dirigia a la iglesia, Crisanta, fresca y % ; ijo seguida de Altagracia, ene ga las, Srndn y el médico cbarlaban eablersergue nombre Ie vas a poner a mai abijado, adre Simén? compadre Simisté, compadrito doctor... Damiy wees dice el calendario de la iglesia. fe Porm, porgue ésa es su fora, ast me ceniza gue :Damidn Bicicleta? Es un bonito nom: bre, compadre... © fxcale— afi rmé rauy categéricamente el z0que- LOS NOVIOS BL BRA de Bachajén, venfa de una familia de alfare- ros; sus manos desde nifias habfan aprendido a re- dondear Ja forma, a manejar el barro con tal deli- cadeza, que cuando moldeaba, m4s parecfa que hiciera caricias. Era hijo tnico, mas cierta inquie- tud nacida del alma lo iba separando dia a dfa de sus padres, Ilevado por un dulce vértigo... Hacfa tiempo que el murmullo del riachuelo lo extasiaba y su corazén tenfa palpitaciones desusadas; también el aroma a miel de abejas de la flor de pascua ha- bfa dado por embelesarlo y los suspiros acurruca- dos en su pecho brotaban en silencio, a ocultas, como aflora el desasosiego cuando se ha cometido una falta grave... A veces se posaba en sus labios una tonadita tristona, que él] tarareaba quedo, tal si saboreara ente un manjar acre, pero gra- tisimo. “Ese pAjaro quiere tuna” —comenté su pa- dre cierto dfa, cuando sorprendié el canturreo. El muchacho lleno de vergiienza no volvié a can- tar; pero el padre —Juan Lucas, indio tzeltal de Bachajén— se habia aduefiado del secreto de su jo. Ella también era de Bachajén; pequefia, redon- dita y suave. Dia con dfa, cuando iba por el agua al riachuelo, pasaba frente al portalillo de Juan Lu- cas... Ahf un joven sentado ante una vasija de barro crudo, un céntaro redondo y botijén, al que nunca daban fin aquellas manos diestras e incan- sables... WW Sabe Dios cémo, una mafianita chocaron dos mi- radas. No hubo ni chispa, ni llama, ni incendio Tespués de aguel tope, que apenas si pudo bacer palpitar las alas del petirrojo anidado entre las ra mas del granjeno que en el solar. ‘Sin embargo, desde entonces, ella acortaba sus pasos frente a la casa del alfarero y de ganchete Frriesgaba una mirada de urgidas timideces. ‘EI, por su parte, suspendia un momento su la- bor, alzaba los ojos y abrazaba con ellos la silueta tque se iba en pos del sendero, hasta perderse en el follaje que bordea el rlo. Fue una tarde refulgente, cuando el padre —Juan Lucas, indio tzeltal de Bachajén— hizo a un lado el famo’en que moldeaba una pieza... Siguid con la suya la mirada de su muchacho, hasta Heger al sitio en que éste la habfa clavado... Ella, el fin, el de; signio, al sentir sobre s{ los ojos penetrantes del viejo, qued6 petrificada en medio de la vereda. La Cabera cay sobre el pecho, ocultando el rubor que ardfa en sus mejillas. ‘—ypsa es? —pregunt6 en seco el anciano a su hijo. IO 51 —respondié el muchacho, y escondié su des- concierto en la reanudacién de Ia tarea. Bl “Prencipal”, un indio viejo, venerable de afios e imponente de prestigios, escuché solicito Ir de manda de Juan Lucas: rE] bombre joven, como el viejo, necesitan la compafiera, que para el uno ¢s flor ‘perfumada y, para el otro, bordén... Mi hijo ya ha puesto sus ojos en una. © Camplamos la ley de Dios y démosle goce al 18 muchacho como ti y yo, Juan Lucas, ‘ » , lo tuvi dia... [TW dirds lo que se hace! lo tuvimos un fee sue pldes a la nifia para mi hijo. el Gi Gate Goodman Lae ‘Prencipal”... Vamos, Frente a Ja casa de la elegida, Juan Lucas, carga- do con una libra de eiocolnte, varios Tmanojos de cigarnillos de hoja, un tercio de lea y otro de “oco- te, aguarda, en compatifa del “Preacipal” de Ba haj6u, que Jos moradores del jacal ocurran a la da que han hecho sobre Ia puerta. A poco, la etiqueta indigena todo Io satura: —Ave Marfa Purisima del Refugio —dice una que sale por entre las rendijas del jacal. “se “rae original concebida —responde el puertecilla se abre. Grufie un perro. tube de humo atosigante recibe a los recién lege dos que pasan al interior; evan sus sombreros en ‘iano y caravanean a diestro y siniestro Al fondo de ta choza, la nifia motivo del cere- monial acontecimiento echa tortillas. Su cara, enro- fecida por et calor del fuego, disimula su turbacién = % Porque esté inquieta como tértola recién Galeulada: pero acaba por trangullizarse frente al costco ue os | buena voluntad le estén apare- Cerca de la puerta el padre de ella, M: sista fra impenetrable ca los recién Tegados, itis. : , gorda y saludable, 1 gouo y sefala alos visitantes dos piedras sare que se sienten. Res a 2Sabes a I " nat 010 gue venimos? —pregunta por férmu- 19 .—No —contesta mintiendo descaradamente Ma- teo Bautista—. Pero de todas maneras mi pobre ‘casa se roira alegre con Ja visita de ustedes. —Pues bien, Mateo Bautista, aqui nuestro vecino y préjimo Juan Lucas pide a tu mifila para que le caliente el tapexco a su hijo. neNo es mala la respuesta... pero yo quiero que mi buen projimo Juan Lucas no se arrepienta al gin dia: mi muchachita es haragana, es terca y ¢s venta de su cabeza... Prietilla y chata, pues, no le debe nada a la hermosura... ‘No sé, la verdad, qué le han visto... Yo tampoco —tercia Juan Lucas— he tenido inteligencia para hacer 2 mi hijo digno de suerte buena... Es necio al querer cortar para él una flo recita tan fresca y olorosa. Pero la verdad es que al pobre se le ha calentado la mollera y mi deber de padre es, pues..- ‘En un rincén de la casucha Bibiana Petra sonrfe ante el buen cariz que toman las cosas: habra boda, ‘asi se lo indica con toda claridad 1a vehemencia de los padres para igiar a sus mutuos retofios. —Es que la decencia no deja @ ustedes ver nada bueno en sus hijos... La juventud es noble cuando pote ha guiado con prudencia —dice el “Prencipal” SCcitando algo que ha repetido muchas veces en actos semejantes. La nifia, echada sobre el metate, escucha; ella es Ia ficha gorda que se juega en aquel torneo de pala: bras v, sin embargo, no tiene derecho ni siquiera a mitar frente a frente a ninguno de los que en é! intervienen. Mira, vecino y buen projimo —agrega Juan Lu cas, acepta estos presentes que en prueba de buena fe yo te oferto. 20 Y Mateo Bautista, con gran dignidad tas traces de rigor on casos*tan paicaiares pce de ea crianza, préjimo, recibir rega- cuando por primera Erect dost lo sabes... Vayan con Do visitantes se ponen en casa ba besado la manno del “Prencipal” y abrazade tiernamente a su vecino Juan Lucas. Los dos tl- timos salen cargados con los presentes que la exi- gente etiqueta teal impidié aceptar al buen Mateo La vieja Bibiana Petra esté : primer acto he salido a ale ors muchacha levanta con el dorso de gl mech6n de pelo que a cafdo sobre su frente 7 26 prisa para acabar de tortear el almud de masa gu se amontona a un lado del comal : autista, silencioso, se ha slllas a la puerta’ de su choza. sentado en oe —Bibiana —ordena—, traeme eee ane cae ee marido un jarro de aguardiente. beber despaci io, saboreando los Sei cmpiees 8 jemana siguiente la entrevista se aquella ocasién, visitantes y visitado “ite tele mucho guaro y asf lo hacen... Mas la peticién reite- rads no se acepta y uéivense a rechacar ls ‘ora con jabones de olor, mar quetas de panela y un saco de sal. Los hombres Sablan poco esia vor; es que las palabras pierden su elocuencia frente al protocolo iadoblegable nifia ha dejado de ir por agua al rio —asf lo establece el ritual consuetudinario—, pero el mu: chacho no descansa sus manos sabias palpitacio- nes sobre la redondez sugerente de las vasijas, 2 Durante la tercera. visita, Mateo Bautista ha de su- cumbir cop elegancia. .- 'Y¥ asi sucede: entonces acopta os regalos con un gesto displicente, pesar je que ellos han aumentado con we “enredo” de fee an “‘buipil” bordado con flores ¥ ‘mariposas we ceda, aretes, gargantilla de alambre ¥ una argolla pupcial, presentes todos del novio a la novia. ‘Se habla de fechas y de padrinos. Todo Jo arre- glan los viejos con el mejor tact La nifia sigue martajando maiz en el metate, su cara encendida ante ‘el impio rescoldo est4 inmu- table; escucha en silencio los planes, sin darse por ello descanso: muele y ‘tortea, tortea y mucle de la mafiana a la noche. BI dfa est cercano. Bibiana Petra y 52 hija han pasado la noche en vela. A la ‘“molienda de boda” pasnesnourrido las vecinas, que rodesn la prome- hon “qbligada por su condicion a moler 5 tortear la tiene arroba de mafz y Tos cientos. de tortillas que media cumirdn en eh comelitén, nupeia), ‘En grandes Se Srelas hierve el “mole negro”. Mateo flegado con dos garrafones de , Tlegade ‘egada, espera el artibo de la comite del novio. Mio tin aqui. #1 y ella se miran por primes ver Sorta distancia. La muchacha sonre modosa ¥ pusilénime; él se pone grave ¥ ‘baja 1a cabeza, y pusténiisca el piso con su guarache chirriante de puro nuevo. Purp cucipal” se ha plantado en medio de} jacal. Bibiana Petra riega pétalos de Tosa sobre el piso. Bibishricmia atruena, mientras los invitados invaden el recinto. secon ia pareja se ha arrodillado humildemente 2 a los pies del “Prencipal”. La com i st RSPR ter bye, y de sumisiones para Te mujer. de érdenes de ety ¢ acatamientos por parte de ella. Hace que Toe, novo se tomen de manos y reza con ellos el padrenuestro... La desposada se pone en pic y va hacia ou suegro —Iuan Laeas, indo tzeltal de Ba- ajde— y besa sus plantas. El Ia aza con comed mien ay dignidad y la entrega a su hijo. a , entra en accién Bibi: ene ci en accidn, Bibiana Petra... Su os tu mujer —dice con solemnidad al yer- ... cuando quieras, puedes Tlevarla a tu casa para ¢ que te caliente el tapexco. oud ces el joven responde con Ja frase consa- —Bueno, madre, ti lo qui ia pareja sale fenta y humilde.” out ja sale feta y humilde." Ella va tras a Petra, ya fuera necida a la vez que dee: eel protest Norsisatee —Va contenta la muchacha... Mu ma la, prac es el da més fli de fu vida, Nues sal alas mujeres cambiar de Saree ame mentee Al torcer el vallado espinudo, é! , él toma dedos e regordete meiiique de ella, anieifras coor chan, bobos, el trino de un jilguero. LAS VACAS DE QUIVIQUINTA Los pennos de Quiviquinta tenfan hambre; con el Tomo corvo y la nariz hincada en los baches de las callejas, el ojo alerta y el diente agresivo, iban los pe- fros de Quiviquinta; iban en menadas, grufiendo a {a luna, ladrando al sol, porque los perros de Qui- viquinta tenfan harabre... Y también tenfan hambre los hombres, las mujer res y los nifios de Quiviquinta, porque en las trojes fe Babia agotado el grano, en los zarzos se habia consumido el queso y de los garabatos ya no col- gaba ni un pingajo de cecina... ‘Sf, habla hambre en Quiviquinta; las milpas ama- rillearon antes del jiloteo y el agua hizo charcas en {a rafz de las matas; el agua de las nubes y el agua Hovida de los ojos en légrimas. En los jacales de los coras se babfa acallado el gerpetuo palmoteo de las mujeres; no habia ya ob- eto, supuesto que al faltar el mafz, faltaba el nixta- mal’ y al faltar el nixtamal, no habia masa y sin ésta, pues tampoco tortillas y al no haber tortilles, era que el perpetuo palmoteo de las mujeres se ha- ‘fa acallado en los jacales de los coras. ‘ahora, sobre los comales, se cocfan negros dis- cos de cebada; negros discos que la gente com{a, a Sabiendas de que el torzén precursor de la diarrea, de los “‘cursos”, los acechaba. Come, m’hijo, pero no bebas agua —aconseja- ban Jas madres. “Las gordas de cebada no son comida de cris: tianos, porque la cebada es “fria” —prevenfan los 24 viejos, mientras Hevaban con repugnancia Pa gu an con a sus ie —Lo malo es que para el afio que’r semilla tendremos —dijo Esteban Luna, ee y bien puesto, quien ahora, sentado frente al fogén, miraba a su mujer, Martina, joven también, un poco ro- liza pero sana y freseachon, que sonrefa a Ia cai ea aan pequefiuela, pendiente de labios y manecit echo carnu dante Dae ee —Dichosa ella —comenté Esteban— tiene mucho de donde y de qué comer. oe Martina rié con ganas y pasé su mano sobre sabeciea manda dela Geo, ” * -l ), pero " eo Esteban vio con ojos tristones a su mujer y a su hija. ‘Hace un afio —reflexioné—, yo no tenfa “ de nada y de nadie por que apurarme.” Ahoy dialtiro semoé tres... Y con I’hambre que sivha hecho an- Martina hizo no escuchar las palabras de bres se puso de pie para levar'e su hija a In cone ne colgaba del techo del jacal; abf Ia arropd con Gediog)y. emauras Esteban segufa taciturno, veia vagamente cémo se a se gecapaban las chispas del fogén —Mafiana me voy p’Acaponeta en busca de tra- jo... —No, Esteban —protesté _ soy pat ella—, ¢Qué harfamos —Fuerza es comer, Martina... S{, mafiana largo a Acaponeta aj on, largo a Acaponetao a Tuspan a trabajar de peba, 25 Las palabras de Esteban las habla escuchado des. de ins puertas del jacal Evaristo Rocha, amigo de Ja casa. Ni esa lucha nos queda, hermano —informé el recién legado—. Acaban de regresar del norte Je Sus Trejo y Madaleno Rivera; vienen mas muertos hambre que nosotros... Dicen que no hay trabajo por ningin lado; les tierra estén anegadas hasta Paclante de Escuinapa... ;Arregiiale nomAs! cmEntonces... ¢Qué nos queda? —pregunt6 alar- mado Esteban Luna. Bos vé ti a saber...! Pu'ay dicen quesque vient maiz de Talisco. Yo cast no lo creo... ¢Como Van a bambriar a Jos de po'allé nomas pa darnos de tragar a nosotros? Que venga 0 que no venga méiz, me tiene sin cuidado orita, porque 1a vamos pasando con la ce- ada, los mezquites, los nopales y la gudmara. -- Pero pa cuando Heguen las secas ¢qué vamos & cm” mer, pues? tr Beta Ia cuestion... Pero Jas cosas no se re- sualven largandonos del pueblo; aqui debemos que Gamnos... Y més té, Esteban Luna, que tienes de quen cuidar. Aqui, Evaristo, los vinicos que la estén pasando regular son los qué tienen animalitos; nosotros va Tchamos a Yolia el gallo... Ah{ andan las gallinas Sétidas y viudas, escarbando la tierra, mantenién- Bose de pinacates, lombrices y grillos; ¢] huevito Ge tierra’ que dejan pos es pa Martina, ella est ¢riando y bay que sustanciarla a como dé lugar. pon Remigio “el barbén” est4 vendiendo leche a veinte centavos el cuartillo. YaBandidazo...1 ZCudndo se habia visto? Hoy mas'que nunca siento haber vendido la vaquilla. «. 26 Estas horas ya'starfa parida y dando lech au diablos a vendimo, Mee eon rere —iCémo pa qué, cristiano...1 gA poco ’ acactiat pee Siucbiitarnes de Spero hovun'eto, No mercates la coa? No alguilates dos yuntas? ¢Y fos pioncitos que pagates cuando l'ascarda? "Pos ahoy, verda de Dios, me doy de cabezazos por menso. Ya ni lorar es bueno, Esteban... ;Vémon aguarianio tantito a ver qué dice Dios! —apreg6 Tesignado Evaristo Rocha. ‘ = Es jueves, dia de plaza en Quiviquin y Marina’ Inpieclioe de cuerpo y de ropas yan al , obedeciendo més a una costumbre, que evades por una necesidad, impelidos mejor por to que por las perspectivas que pudiera ofre- cerles el “tianguis” miserable, casi solitario, en ef que se reflejan la penuria y el desastre regional, algunos “puestos” de verduras marchitas, lacias; una mesa con visceras oliscadas, cubiertas de moscas; tn cazo donde hierven dos o tres kilos de carne flaca de cerdo, ante la expectacién de los perros que, sobre sus traseros huesudos y rofiosos, se rela- Men en vana espera del bocado que para s{ quisie ran los nifios harapientos, los nifios muertos de ham- bre que juegan de manos, poniendo en peligro la triste integridad de los tendidos de cacahuates y de saranjos emarllas y mustas steban y Martiaa van al mercado por la Real de Quiviquinta; él adelante, lleva ajo al braze una gallinita “bulique” de cresta encendida; ella carge a a chigulla. Martina va orgullosa de Ia go je tira bordada y del blanco roponci Eilaomen seh 27 ezan en su camino con Evaristo Roche. TroPin de compras? —pregunta el amigo por s#lut be compras? No, vale, esta muy flaca la cabar nade acces a ver qué vemos... Yo levo la “bie ick! Yor si le hallo marchante.., Si eso ocurre, Hate merco a ésta algo de “plaza”. °c reiget sea, vale... Dios con ustedes! Falghsar por la casa de don Remigio “el barbén, eee deliene su paso y mira, sin disimular su Esteban {eno un peon ordefia una vaca enclenque gmvielancolica, que aparta con st rabo Ta nube Mmoscas que la envuelve. , i jcos... La familia de don Re- —Bien’baigan los ricos ni do fn Re ro UNO. . P Martina ‘mira impdvida a su hombre. Luego los dos siguen su camino. Martina descorteza con sus dientes chaparros, an- chos y blanguisimos, una cafia de azicar. Es la mira en silencio, mientras arrulla tarpements! en {22 tus brazos a la nifia que Hora a todo pulmén. ‘Ea gente va y viene por el “tianguis”, sin reso’ verse Fiquiera a preguntar los precios de la escasa werreancla que los tratantes ofrecen a grito pelado. «. carol Veebas, ae pie, . Tirada, entre la tierra suelta, alea, rigurosamente maniatada, la gallinita “pilique”. _ Gusnto por el mole? —pregunta un atrevido, mieefras hurga con mano experta la pechuga del 2B avecita para cerciorarse de la cuantia y de la cali- dad de sus carnes. —Cuatro pesos —responde Esteban... —2Cuatro pesos? Pos ni que juera ternera... —Es pa que ofrezcas, hombre... —Doy dos por ella. —No... A poco crés que me la robé? —Ni pa ti, ni pa mf... Veinte reales. —No, vale, de maiz se los ha tragado. Y el posible comprador se va sin dar importancia # sa fracarads adqutsicién, e ieras dado, Esteban, ya tiene la giievera seca de tan vieja —dijo Marti La nifia sigue lorando; Martina hace a un lado la caiia de azicar y cobra a la hija de los brazos de sa marido. Alza su blusa hasta el cuello y deja al aire los categéricos, los hermosos pechos morenos, trémulos como un par de odres a reventar. La nifla se prende a uno de ellos; Martina, casta como una matrona biblica, deja mamar a la hija, mientras en sus labios retoza una tonadita bullanguera. Bl rumor del mercado adquiere un nuevo ruido; ¢s el motor de un automévil que se acerca, Un au- tomévil en Quiviquinta es un acontecimiento raro. Aislado el pueblo de la carretera, pocos vebfculos mecénicos se atreven por brechas serranas y bra- vias. La muchachada sigue entre gritos y chacota al auto que, cuando se detiene en las cercanfas de a plaza, causa curiosidad entre la gente. De él se apea una pareja: el hombre alto, fuerte, de aspecto prospero y gesto orgulloso; Ia mujer menuda, debi- jucha y de ademanes timidos. Los recién Ilegados recorren con Ja vista al “tian: gis”, algo buscan. Penetran entre la gente, voltean 2 de un lado a otro, inquieren y siguen preocupados yueda. . * ge. Sitienen en seco frente a Esteban y Martina; sta, al mixar a los forasteros se echa el reboz0 SO bre sus pechos, presa de subito rubor; sin embargo, la maniobra es tardia, ya lee extrafios habfan des- i Jo que necesitaban: oie as ‘isto? —pregunta ¢] hombre a la mujer. Sr responde ella calurosamente—. {#sa, YO quiero ésa, esté magnifica...1 . ‘emQue si estél —exclama el hombre entusias: mado. . a , sin més circunloautios, se dirige a Martina: Leo emo quieres irte con nosotros? Te lleva. mos de nodriza a Tepic para que nos cries a nuestro hifMto. dia se queda embobada, mirando a la pareja sin contestar. . » Veinte pesos mensuales, buena comida, buena cama, buen trato... “No —responde secamente Esteban. “No seas tonto, hombre, se estan muriendo de hambre y todavia se hacen del rogar —ladra él forastero. ~_No -velve a cortar Esteban. TVeinticinco pesos cada mes. 2Qui‘hibole? Ae. no, para no hablar mucho, cineuenta pesos. ZyDa setenta y cinco pesos? Y me lleva a “me dia eche” —propone inesperadamente Martina. ‘Esteban mira extrafiado a su mujer; quiere ter ar, pero no lo dejan. . cian, pero DO 10 Gneo pesos de “leche entera! Quieres? Wateban se ha quedado de una pieza y cuando 30 trata de intervenir, Martina le tapa la boca con su 0. —Quiero! —responde ella. Y Iuego al marido mientras le entrega a su hija—: Anda, la crias con leche de cabra mediada con arroz... a Jos nifios po- bres todo les asienta. Yo y ella estamos obligadas a ayudarte. Esteban maquinalmente extiende Ios brazos para TY iuego Martina luego con gesto que quiere ser alegre: —Si don Remigio “el batea then aus. Yeoas diionde sacar el avio pal’afio que'ntra, ti, Esteban, oni tienes la tuya... y m4s rendidora. Sembra- remos Vafio que’ntra toda la parcela, porque conseguiré I'avio. poraue ye Vamos —dice nervioso el forastero tomando del brazo a la a Cuando Martina sube al coche, liora un poquitin. La mujer extrafia trata de confortarla. —Estas indias coras —acota el hombre— tienen fama de ser muy buenas lecheras... El coche arranca. La gente del “tianguis” no tiene ojos mds que para verlo partir. Esteban lama a gritos a Martina. Su reclamo se pierde entre Ia algarabia. Después toma el camino hacia su casa; no vuelve Ja cara, va despacio, arrastrando los pies... Bajo el brazo, la gallina “bilique” y, apretada contra su pe- cho, Ia nifia que gime huérfana de sus dos canta- Titos de barro moreno. Hv HICULI HUALULA Br “fo”, fue el... Bl “tio” —declaré la mujeruca Zatre gemidos, cuando sus ojos vidriosos miraban {I rostro del cadaver de tm hombre joven y mem: Drudo. Frente a ella, solemne 5 ‘spero, el pal de Tezompan escuchal ; Le wcujer, presa de locuacidad histériea, no para “Anoche eg6 borracho... decia cosas hortibles; entonces we Tees pomge tres veces del ‘t(o'. Por fin, Shogado en mezcal, acabé por dormirse. Esta, me: ahopatanecid ties0... Fue que lo provoc6, sf, dudé fete de tres veces del poder del ‘tio’, ese del ane TAS sted, por ser el mas viejo y él mas sabio, puede Ceewio claramente, dijo la palabra vedada a todos os labios excepto a los de él: ‘igfoalt Hiuafula cuando se le provoca es perverso, vengativo, malo; en cambio. . HI viejo corté Ia oracién apenas iniciads, quirds porque recordé que yo estaba presente, 9. Wn ee ora ge desde bacia una semana venia atosigando frat its impertinencies de etnélogo a Ja arisca Bo Com ue puichola de Tezompan... Mas ya era tarde: diocktrafio término habfa quedado escrito en mi Gbscta; abt estaba: “Hiculi Hualula”, insolita voz Gue sblo estaba permitide pronunciar al mas viejo ¥ mas sapiente. | ‘Ei patriarca tuvo para m{ una mirada recelosa, 32 comprendié que habia cometido una grave indiscre: Sién'y trato de remediar en alguna forma su lige- Seva, siempre que con ello no quebrantara las leyes inmutables de la hospitalidad. Entonces el anciano dijo a la mujer breves palabras en su lengua indi gena. Elia se volvié hacia mf y, sin dejar de verme fon sus ojos pequefios y enrojecidos, dio suelta una perorata en huichol, ese idioma rigido, de so- noridades exoticas y que yo apenas si conocia a tra- ¥és de las eruditas disquisiciones de los fil6logos. . Cuando acabé su exposicién, la reciente viuda, ane- gada en légrimas, se eché sobre el pecho del difunto } tuvo sacudimientos y sollozos conmovedores. Bl anciano patriarca pas6 tiernamente su mano sobre la cabeza de la mujer; después vino hasta mf, para decirme lieno de cortesta: “Bueno es que la dejemos sin més compafifa que su_pena.” ‘Me tomé por un brazo y con ademan considerado guiéme hasta la puerta del jacal; pero ab{ me de- five decidido, no podfa abandonar el sitio sin ahon- dar en el enigma de la palabra que, escrita en la libreta de apuntes, demandaba mi atencién profe- sional imperativamente. Qué es el Hiculi Hualula? —pregunté sorpre- siva y secamente. ‘EY viejo solté mi brazo, dio un paso atrés, su mirada tornése chispeante y en sus lablos se dibujé una mueca desagradable: —Por su salud, sefior, no Jo repita. El nombre del este yo puedo pronunciarlo sin incurrir en st enojo. ~“Necesito saber quién es él, eudles son sus pode- res, sus atributos. El hombre no hablé més, se mantuvo inconmo- 33 vible, con los ojos vagos, sumidos, tal si miraran hacia adentro, igual que las patéticas deidades an- En vano insistir; el hombre se habfa cerrado en un mutismo céustico, pero de tal manera angustio- 80, que decidi abandonar ese camino de indagacién, mas por piedad, que por temores. Sin embargo, me crei desde ese instante mayormente obligado @ pe- netrar hasta el fondo del enigma. Entendia entonces que la sola clarificacion del misterio que aprisionaba el terminajo significaria el éxito completo de mi empresa y que ignorarlo, en cambio, representaria nada menos que el fracaso. Lo anterior explicaré muy bien la obsesién de que fui victima durante varios dias. Con la seguri- dad de que una investigacin directa careceria de eficacia y acaso traerfa efectos adversos, decidi cir- cundar la incégnita con una serie de pesquisas dis- cretas, cuyos cabos, atados prudentemente, podrian otorgarme resultados més satisfactorios. .. Pero una mafiana en que el rigor calenturiento de las tercianas me habia tundido més fieramente que de ordinario, mi templanza salté hecha aficos y volvi a lanzarme por el sendero de la irreflexién: dofia Lucta, la mestiza, preparaba en mi obsequio una tisana de quina; cerca de ella, en los fogones domésticos, tres 0 cuatro mujeres huicholas se ha- Ilaban entregadas a la pulverizacién del matz tosta- do para el “pinole”. Cuando dofia Lucia, gorda y bonachona, me alargaba el jarro con el amargo com- puesto, vino a mis labios, incontenible y bruscamen- te, la cut 3 '—Dofia Lucfa, gsabe usted qué o quién es el Hicu- ti Hualula? La mujer hizo un gesto de espanto, Uevése el in- 4 dice a los labios y, sin alcanzar resuello, volvié a mirar a las indias, quienes tapandose los ofdos y ar- mando atroz aspaviento salfan del jacal horror La mestiza, dando muestras de gran inquietnd, tomé entre sus manos regordetas mi diestra y luego, con acento mejor de conmiseracién que de repro- che, me dijo: —Por favor, sefior, no diga nunca esa palabra... Ahora me ha ‘causado usted un gran peryuitio, mis criadas se han ido y no regresardn a esta casa don- de sed hha pronunciado el nombre del “tfo" indebida. men a que la luna nueva d men @ leshaga con su luz —Usted lo sabe, dofia Lucta, digame quién es, Tus es, en dénde ests... ° mujer, sin agregar una palabra, me dio la espalda; luego se eché sobre un metate para arre- meter la labor que las huicholas dejaron inconclusa. Esa misma tarde tuve que ir hasta una semente- ra para recoger la letra en huichol de una balada agricola. El campesino que iba a pronunciarme la cancién me esperaba recargado contra un lienzo de alambre espigado que protegfa la labor; era la suya una “milpa” hermosa, altas, gruesas y verdii matas de mafz se estremecian al paso del aire tem plado; el hombre se sentfa orgulloso y su buen bu- mor era patente, Se trataba de un indio pequefio y seco como un cafiuto de otate; hablaba poco, pero sonreia mucho, dijérase que no desperdiciaba una oportunidad para lucir stl magnifica deniadura, —Bonita “milpa”, Catarino —dije por saludo. —S{, bonita —contests. veP " —zAbonaste el terreno? —No lo necesitaba, es bueno de por si... Y con 35 a ayuda de Dios y del “tio”, pues las “milpas” cre- cen, florean y dan mucho maicito —dijo en tono simple, como se dicen los refranes, las sentencias més vulgares 0 las plegarias. . ‘Yo senti correr por mi cuerpo un cosquilleo y a punto estuve de caer nuevamente en necedad. —{El “tio” dijiste? —pregunté con exagerada in- diferencia—. Ese del que no se debe pronunciar el nombre? —S{ —repuso sencillamente Catarino—. El “tio”, es bueno con quien Io respeta. ‘Habia en la cara del buichol tal serenidad y en sus palabras tanta ¥ tanta confianza y fe, que se me antojé perversidad aun el solo intento de arrancarle el secreto. De todos modos, en aquella tardecita avancé un poco en el esclarecimiento del misterio: el “tio” era bueno cuando otorgaba la vida; pero el “tio” era malo cuando causaba la muerte. ‘Poco tiempo tardé en apuntar las palabras de la “cancién de la siembra”, agradecl a Catarino sus atenciones y emprendf el regreso a Tezompan. En el camino alcancé a Mateo San Juan, el maes- tro rural; era un buen chico, huichol de pura raza. A las primeras palabras cruzadas con él, se descu- bria su inteligencia; pronto también se percataba uno del anhelo del joven por mejorar la condicién econémica y cultural de los suyos. Mateo tenia es- pecial interés en informar a los extrafios que habia vivido y estudiado en México, en la Casa del Estu- diante Indfgena all4 en la época de Calles. Mateo San Juan era accesible y comunicativo. Bsa tarde paseaba, pues hab{a terminado a buena 36 etre sus dedos el fruto y obsequioso me brindé {pe mitad. Seguimos juntos saboreando el aulzor & 12 chirimoys, y el no menos grato de Ja buena "Sin embargo, yo no era leal con Mi axis palabras todas tendlan a llevar ta converencise tecia el punto de mi conveniencia, hacla el sitio de itereses. No fue una empresa dificil que diga- ‘mos abordar el tema; el mismo Mateo dio pie para aflo, cuando habl6 de tas muchas dificuliades que extrafio se Ie ofrecen antes de penetrar en la rea- Sead del indio: “Nos ¢s mis facil a nosotros com- grader of mundo de ustedes, que a los hombres <» ciudad conocer el sencilio cerebro de nosotros” lateo San Juan un poquito engrefdo con su —iQué es el Hiculi Hualula? —p i It regunté decidido. Mateo San Juan me miré serenamente y hasta stveri{ en sug table. leve repliegue de ironfa. —No es raro que “el misterio” haya cautivado vested: igual ocurre @ todos los forasteros que pos figuan su existencia... Yo le aconsejaria ser muy to al tratar ese asunto, si no quiere encontrar- se con resultados desagradables. —Asi sospecho, pero yo no descansaré hasta co- wocer el fondo de esa preocupacién... Usted seria ‘wm informante ideal, Mateo San Juan —dije un poco tarbado ante Ia actitud del maestro. No espere usted de m{ ninguna Iuz en tot eu eet iQue pase usted buena tarde, setior im. ~¥ diciendo eso, acel Facer oreo leré su paso hasta —Eh, Mateo, espere —grité repetidas vece: 41 mnesiro rural no detuvo su marcha y acab6 por perderse de vista en un recodo del camino. 37 sbado y con él mi tinica esperanza; es- atta Anan 3y‘cura de Colotlén, quien sema- taba chmane hacia visita a la jurisdiccién de su pa mana nao el anciano sacerdote se aped de Troguit, torditlo y antes de que se despojara de su tors tolanda, ya estaba yo en su pro guardaPeuplicandole que me escuchara breves TO senetes. El clérigo amablemente se puso _ sees Jo —dije— que necesito hablarle en extrema SeThien —repuso el cura—, ea ta saristia estare T tiempo que sea D macs ses cm aguel silencioso ambiente, el cura me dijo todo Jo que habia podido indagar en torn bam = —dijo—, esa cuestién logr6 intere- ie ee te nunca me itié adentrar todo lo a ae 2 deseado en la misteriosa preocupacion ; tos” eeeporque Io suponen hermano de “tata Dios’ ¥ com Ba ellos tan poderoso, que el pueblo ent fudde dormir tranguilo si se sabe bajo, su protes, pute Gpero el “tio” es cruel y vengativo, con su sien pagaré quien lo injurie o pronuncie su no bre... i do tan sélo al més ‘Esto ultimo queda reservado mis Tue huicholes viajan confiados, pues creen que con: i distancia y Gel camino, los rayos descargarén a van aioe enemigos quedarén maniatados. No hay edad que resista r cated gue es ge Lamento, amigo mio —concluyé el clérigo—, no ‘po At der darle mayores datos, pues ahora mis esfuerzos se cifran, mejor que en conocer detalles de la dia- botica creencia>en arrancarla de los corazones de esos infelices. .. “Y bien —me dije cuando a solas hice balance de las informaciones proporcionadas por el cura—, Jo poco que sé del ‘tio’ apenas si es un aguij6n para meterme en el misterio y hacer de él algo preciso y claro...” Pero comprobé que el tiempo destina- do a la investigacién de los huicholes terminaba; dentro de dos dias deberfa estar con los coras y por ello abandonar, guizés para siempre, el escla- recimiento de la inc6gnita. ‘Timidos golpes a la puerta suspendieron mi so- Woquio. Sin esperar la venia, Mateo San Juan pe netré en el jacal que me servia de habitacién y labo- ratorio. El profesor rural tenia entonces un gesto cémicamente enigmtico; venfa envuelto hasta la varbilla en una frazada solferina y el ala de su som- brero de palma cafale sobre los ojos; saldé con vox un poco trémula, Aquella actitud me hizo pre sentir que algo importante se avecinaba. Mateo permanecié en pie, no obstante la invitacién afec- tmosa que le hice para que tomara asiento en uno de ies bancos risticos que amoblaban mi choza. —He pensado mucho lo que vengo a hacer; he ealculado el paso que voy a dar, porque no quiero ser egofsta. E! mundo entero, y no sélo los buicho- les, debe disfrutar de las mercedes del “‘tfo”, gozar ée sus efectos y apreciarlo en todas sus bondades. .. —cEntonces, esta usted dispuesto a. ..? —St, a pesar de que con mi revelacién pongo en peligro el pellejo. No creo, Mateo San Juan que todo un maestro 39 rural sienta pavor supersticioso, tal y como Jo ex- perimentan el comtm de Jos indigenas. —Del “tio” no tengo temores, sino de sus “so- brinos”. Pero, repito, no quiero ser ruin; la huma- nidad debe ser favorecida con las virtudes del “to”... —Sea més explicito, por favor, basta ya de pre- ambulos. —Cuando Ia ciencia —continué Mateo sin alterar- se— ponga a su servicio al “tio”, entonces todos los hombres habraén alcanzado, como nosotros los hui- choles, la alegrfa de vivir; acabardn con Ios dolores fisicos, terminaré su cansancio, se exaltardn saluda- blemente las pasiones, al tiempo que un suefio It minoso los Hevaré hasta el parafso; calmaran su sed sin beber y su hambre sin comer; sus fuerzas Tenaceran todos los dfas y no habré empresa dificil para ellos... Sé que la ciencia del microscopio, de Ja quimica con todas sus reacciones, lograrian pro- digios el dia en que pusieran al alcance de todos las virtudes del “tio”... Del “tio” que es estimu- lante de la amistad y del amor, suave narcético, sa- bio consejero; que con su ayuda, los hombres se harfan mejores, porque nada Jos uniria més que la mutua felicidad y el completo entendimien- to. El “tfo” hace tierno el corazén y liviano el ce- rebro... —No siga usted —interrumpt decepcionado—, e! fo” no es otra cosa que el “peyote” everdad? Mateo San Juan sonrié despreciativo y luego a —El “peyote” es conocido de ustedes hace mu- chos afios, sus efectos son vulgares, intoxicantes, pasajeros y desde luego mAs dafiosos que benéfi- cos... El “tio” es otra cosa; hasta ahora, si no somos jos huicholes, nadie ha probado sus propic- dades extraordinarias. .. —Bueno... gCémo hago pata levarme al “tfo” a los faboratorios de México? Mateo San Juan se torné solemne y, apartando su poncho, dejé entre mis manos un bulto pequetio y ligero, no mayor que el putio. —Ahf lo tiene usted... Llévelo, algun dia todos Jos hombres exaltardn sus excelencias, legard a ser més estimado que la riqueza, tan util como el pan, tan preciado como el amor y tan deseado como Ia salud. Va envuelto en hojas de sdbila, umicas que resisten sus fuertes emanaciones. No lo descubra usted hasta el momento en que vaya a ser estudia- do y procure usted que esto se haga antes de que transcurra upa semana... {Ab, si llegan a saber ms paisanos que lo he entregado en manos de un ex: trafio, acabarén conmigo...! Vayase usted hoy mis- mo, liéveselo y no se olvide de su amigo Mateo San Juan. —Gracias... ¢Pero cémo pueden abrigar sus pai- sanos intenciones tan negras contra usted, si el “tio” tan s6lo sugiere buenos pensamientos y ac- ciones nobles? El maestro rural dijo sobriamente: —No me perdonarfan, porque los huicholes mi ran en él el hermano de la divinidad intocable; us- tedes, en cambio, tan sdlo sabran de sus efectos favorables y lo estimarén simplemente como lo que es... Llévelo y aprovéchelo bien, pero salga inme- diatamente, antes de que e} tiempo oculte a los le- boratorios todas sus virtudes. —No voy por lo pronto a México —informé—} pero esta misma tarde saldra mi ayudante a Colo- tién Hevando al “tio” y por correo registrado lo re- aL a México, con una carta mia para et Instituto Biolégico, ‘donde lo examinarén y estudia- no fortodo sea para bien, sefior investigador. Ore gs de nuevo, Mateo San Juan. Ha reali: zado usted una buena accion. do usted mma tarde, de acuerdo con lo planeado, mi ayadante, un joven. mestizo, de Coloisn, salié Pun el encargo de mandar al “tio” perfectamente con grado por la via postal. Un poco més tarde, so Seboria partir para la regién de los coras, fcbittina fugez visita para revisar ciertas informs: haria ungdosas,.. Pero antes quise despedirme del buen maestro rural. 4 ‘Tegué a su choza, una viejecita india, humilde ¥ temorosa, estaba en Ja puerta rodeada de vecnes fue Ia confortaban. Cuando ype iix6, dijo palabras i ? Fa ” ‘me ef “tfo’... sf, fue el ‘tho’ que no perdons: »- ‘Tue elie wemendas dudas penetré en el jaca abi tcadido en una estera de palma estaba mi ami risa: Las pobres mujeres —aijo— creen que fue al ‘elo pero fueron los ‘sobrinos’, como yo me lo Cuando regresé a México, mi primera visite fue ar nstituto de Biologia. Abi desconocian por Pompleto al “tfo", supuesto que Jamas Tleg6 ningu- completaoienda postal de mi remisién. Hice des- eee pesquisa en el correo con resultados tame bién negatives. Como siguiente gestion, escrib{ una 42 carta a mi ayudante de Colotlan. Esperé la respues- fe un par de semanas; al no recibirla, la urgt por felegrama. Este tltimo sf recibié contestacion: el joven, en una misiva afligida y cobardona, me str plicaba dramaticamente que tiunca volviera a frarle nada “respecto a lo que se contrae su és table carta”, pues la prueba que habia experimen: tado en ocasion de mi visita “estuvo a punto de ser fatal para el suscrito”. En falla mi ayudante, escrib{ a Mateo San Juan. La carta me fue devuelta sin abrir. Insist{ y los resultados fueron idénticos a los primeros. El ditimo recurso era el sefior cura de Colotlin. ‘A Gl escrib{ con mayor confianza; le hablaba con Glaridad y le encarecia que me enviara de nuevo & Hiculi Hualula. Pocos dias después me llegé una facénica carta del sacerdote: Mateo, inapresionado por la gente de su pueblo, habia “perdido la tierra, Erengancharse como bracero; las tiltimas noticias tum, lamento en verdad no poderlo satisfacer, pues ello traeria aparejados trastornos, escdndalo y Beitaciones que mi ministerio, mejor que provocat, eaté para prevenir, Tocante a su proyecto de un smevo viaje por estas latitudes, le aconsejo, si apre- cio le tiene a Ja vida, no intentarlo siquiera.” La derrota ha sido para mf desquiciante, la in- guietud ha madurado en manfa y ésta ha producido Giascamientos y los ofuscamientos han tomado la forma de hechos alarmantes... Lo he visto en sue- Bos, sf, trajeado con las suntuosas galas que llevan foe buicholes en sus ceremonias al. Padre Sol... 4B Ha pasado junto a mi y me ha guifiado el ojo, cuando le hablé por su nombre, Hiculi Hualula ha refdo ruidosa y roncamente, mientras lanzaba a mis pies escupitajos solferinos. La tarde en que Jo descubri dirigiendo el trén- sito de vehfculos en los cruceros de las avenidas Juarez y San Juan de Letrén, estaba magnifico: el rostro pétreo inconmovible, alifiado con un bezote de turquesa, Ia testa tocada con un penacho de plu- mas de guacamayo, los pies con sandalias de oro y su indice horrible, hecho de carne verde de nopal y armado con una uiia de pia de maguey, me sefia- Jaba, al tiempo que por la boca escurrfan espanto- sas imprecaciones en buichol... Alguien me ha dicho que quien me condujo a la Cruz Roja habia escuchado de mf estas palabras: “B) ‘tio’... fue el ‘tfo’ que no perdona”, al mis mo tiempo que mis ojos vagaban imbécilmente... Que entonces mi voluntad era nula y mi pulso al terado... El médico receté bromurados, reposo y bafios tibios... 44 LA VENGANZA DE “CARLOS MANGO” Aranpecfa en Chalma. Era la vispera del dia de Reyes. Sobre las baldosas de cantera rosada que cubren el piso del atrio del Santuario, habfan des- filado muchas “compaiifas” de danzantes: los oto- mfes de las vegas de Meztitlan ejecutaron, en su turno y al son de tamboriles y pitos de carrizo, el baile bdérbaro de “Los Tocotines”; los matlazincas de Ocuil4n ensayaron la danza de “La Mariposa y la Flor”, con melodias de violines y arpas; los pa- mes de San Luis, cubjertos sus rostros con mdscaras terribles y empenachados de plumas de dguila, lu- cieron sus trajes de lustrina morada y amarilla en a danza de “La Conquista”, entre alaridos calos- friantes y guaracheo rotundo. Una cuadrilla de mu- chachas aztecas de Mixquic, lenas de encogimientos y rubores, ofrendaron al triguefio crucificado reta- los floridos e incensarios humeantes de mirra. Un caballero tepehua del norte de Hidalgo, metido en levita porfiriana y cubierto con cachucha de casi- mir a cuadros, habfa puesto a prueba la habilidad de sus pies desnudos en una pantomima estridente y ridicula. La orquesta de tarascos Hegada desde Tzintzuntzan ejecuté durante Jargas horas “Nana Amalia”, esa cancioncilla pegajosa que habla de amo- res y de“ cm Ahora que atardecfa en Chalma, ahora que el estupendo creprisculo ondeaba en la caspide de las torres agustinas como un pendén triunfal, estaban en escena los mazahuas de Atlacomulco. Danzaban ellos ante el Sefior la farsa de “Los Moros y Cristia- 61 nos”, de coreograffa descriptiva y complicada; st imulébase una batalla entre gentiles y “ios doce Pa tes de Francia”, que encabezaba nada menos que et “Emperador Carlos Mango”, ataviade con ferrerue lo y capa pluvial, aderezada con picles de conejo a falta de armifios, corona de hojalata salpicada de Ientejuelas y espejillos, pafiuelo de percal atado al cuello y botines muy gastados, sobre medias solfe- rinas con rayas blancas, que suijetébanse con la ja teta de los pantalones bombachos. “Carlos Mango” habfase echado sobre el rostro lampifio unas bar- bazas de ixtle dorado, y en sus carrillos de bronce, dos manchones de arrebol y un par de lunares pintados con humo de ocote. El resto de la comparsa Io integraban “moros” por un lado y “cristianos” por el otro, los unos toca- dos con turbantes y envueltos en caftanes de manta de cielo, en sus manos alfanjes y cimitarras de palo dorado con mixtién de pldtano; los otros, apuestos caballeros galos, con lentes deportivos “niebla de Londres” y arrebujados en capas respingonas al im- pulso del estoque de mentirijillas; monteras de ter- ciopelo con penachos de plumas coloreadas con ani- finas, polainas de pafio y, por chapines, guaraches rechinadores y estoperoleados. . El aspecto y el adem4n de “Carlos Mango” ga naron mi simpatfa; lo seguf en todas sus evolucio- nes, en su incansable ir y venir, en sus briosas arre- metidas contra los “infieles”, en la arrogante actitud gue tomé cuando las “huestes cristianas” habian dispersado a la morisma y al recitar con vor de trueno esta cuarteta: Detente moro valiente, no saltes él muralla, 62 si quieres levarte a Cristo, te Hlevas una tiznada... ¥ finalmente, cuando una vez terminada la danza, ya al pardear, de rodillas y corona en mano, rendfa fervores al crucificado de Chalma en medio de ta nave del Santuario. Después lo vi salir altivo, las barbas y Ia peluca rublas enmarcaban unos ojos negros y profundos; la nariz chata, fuerte, senté- base sobre los bigotes alacranados que se desborda- ban sobre una bocaza abierta atin por el jadeo, re- sultado de la acalorada danza recién concluida. Salié mi hombre del templo. Pude comprobar cémo su presencia impresionaba, igual que a mf, sus paisanos los mazahuas que se hallaban disper- sos €n el atrio. “Carlos Mango” saludaba a la mul titud con grandes ademanes; un chiquillo se ego hasta las piernas robustas del danzante y tocé con veneraci6n las pieles que adornaban el atavio ma- ravilloso; mas “Carlos Mango” apart6 con dignidad al impertinente y se dirigié hacia un extremo del atrio, en donde un grupo de mujeres y nifios ha- bianse acurrucado unos en otros, echados sobre el suelo, tratando de conservar lo mejor posible el ca- lorcilio que generaba la hoguera a la que alimenta- ban con ramas resinosas. ‘A poco, mi admirado personaje hacla afiicos sus propios encantos. Ante mis ojos sorprendidos, el hombre se arrancé ia artificiosa pelambre alazana y quedé convertido en un anciano de rostro cansado y lend de hondas arrugas; en sit boca habia relaja- mientos de vejez y s6lo sus ojos mantenfanse vivos, brillantes. Una mujer lo ayudé a despojarse de los ostentosos ropajes, para dejarlo en calzon y camisa de manta; otra de sus acompafiantes, muy solicita, 63 eché sobre los hombros del viejo un pesado pon- cho de lana, Junto a mf, que no perdfa detalle de Ja escena, dos indios ebrios comentaron: —Ora sf que s'iacabé el Carlos Mango... —St, ahoy ya volvié a ser el pinche de mi com- padrito Tanilo Santos... Y Tanilo Santos, entre tan- to, buscaba el calor de la lumbre y dejébase mirar de la gente que lo rodeaba. La noche de enero se habia echado encima; los Iuceros def cielo invernal de Chalma cintilaban, igual que los espejos y las lentejuelas que ornaban las monteras y las esclavinas de “los doce Pares de Francia”. “Nada atrae mds en la noche que una fogata”... Al menos esa reflexidn me sirvié para acercarme al corrillo de indios del que era centro Tanilo Santos. “Nada més estimulante de la amistad y de la cordialidad que un buen trago de mezcal”... Al me nos esa conviccién me hizo tender la botella a Ta- nilo Santos, quien acepté el convite en silencio y Jo generaliz6 a las viejas que lo rodeaban; todos Ilevaron a botella a sus labios. Cuando Tanilo San- tos se convencié de que nadie quedaba sin beber, limpié con la palma de su mano la boca de la bo- tella y me la devolvié, sin pronunciar palabra... Yo tuve entonces la seguridad de que Tanilo San- tos habfa mordido la carnada y estaba integro en mis manos, ‘Mafiosamente me separé del grupo y me dirigf hacia la balaustrada del atrio que mira al rio. A mis pies el torrente rugia, las aguas bravas toma- ban la curva para abrazar al templo que se antojaba clavado en un islote; en la otra banda, el monte es- peso y sobre él, un velo de paz... Ahf aguardé con- fiado que mi artimafia surtiera efecto. 64 _ Pasaron Jargos minutos sin que ocurriera Ia cién esperada... De frustrarse, era necesatio urdit otra patrafia para ganarme la confianza del tal Ta- nilo Santos. Me interesaba hablar con él, dentro de mi proyectado estudio en torno del concepto que de la divinidad tienen los indios de ja altiplanicic. .. En Tanilo Santos habfa yo crefdo descubrir al tipo entre patriarea y santén, entre autoridad y hechies , con influencias absolutas sobre ‘odo ello, magnifico informante, Se gente Y Por ‘a desesperaba viendo en falla mi primer i to de trabar charla con el viejo mazahia, cuando To miré ponerse en pie y embozarse en su poncho; lue- go, simulando gran indiferencia, eché a andar hasta llegar a la balaustrada, pero bien distante de mi. As{ se acodé, miré las estrellas un buen rato, des- pués volvié los ojos a Ia negrura donde el rio se debatia y acabé por lanzar un guijarro entre Jas sombras, Yo lo miraba de soslayo, fingiendo no ha- ber reparado en él; sabfa que de un momento a otro Tanilo Santos vendria con énimos de reanudar sus relaciones amistosas con... ia botella de aguar- diente. Pero ya estaba junto a mi; entre sus dedos palpitaba luz una Iuciérnaga, El hombre obsequio- samente me tendié el insecto, al tiempo que decia: z_ongala su meres en su, sombrero complaci, pero la luciérnaga, al verse Ubre, emprendié el vuelo; allé fue rio traviesa, era estre- Mita fags, de trayectoria horizontal Tanilo Santos alegremente; yo aguardaba demanda engreido por mi triunfo.” = —zVa su buena persona a esperar ni¥ Persona a esperar a los de Xo- ggyrS!: Alero olrlos cantar sus “Mafianitas al Se 65 —Van a llegar al alba... —Para uno que madruga, otro que no se acues Ty, Ademas la noche esta hermosisima. *Sanilo ‘Santos lié un cigarrillo de hoja ¢ hizo a socaire con sus manos para encenderlo entre enér- ruidosas chupadas. ws ae ‘dice Atlacomalco, Tanilo Santos? —pre- i: Pos alld se quedé —repuso el viejo un poco desconfiado. Luego, torn: ando a gt ape rez, se volvi6 hacia el rio, escupié grueso y sobre la barda de piedra ignoréndome absolute mente. . Hegado el momento de esgrimir u pena euale del bolso trasero de mi pantalén Ja botella de aguardiente; la puse frente a mis ojos, la agité, le quité el corcho y olf, hice muestras muy elocuentes de mi delectacién; pegué un trago, Thasqueé la lengua... Todos estos movimlentas fueron seguidos por la vista de Tanilo Santos, pe rela un perro hambriento que aguarda el bocado, De pronto habl6: —z¥ qué dice México, patroncito! F pues allé se quedd —repuse secamente al tiem po que sepultaba en ti bolsillo la botella. Sin més, hacia el xio. meio ‘se qued6 desconcertado, lo que me com firmé en mi opinién de que las cosas iban a pedir oe porque all en Atlacomulco andamos un poco chuecos, sabe usté... —siguié Tanilo—. A eso oe Sualmente hemos traido la compaiifa. Es que don Donato Becerra se ha puesto muy malito y no lo salvaré més que un milagro del Santo de Chalma. .- ‘A eso hemos venido todos en junta; a pedirle que nos lo alivie... ¢Hace su frillito, verd4? 66 —Hace —contesté. EBntonces cref oportuno sacar a Tanilo Santos del suplicio y con ello estimular su lengua. Le tendi ka botella, él bebié concienzudamente; cuando se lmpiaba sus labios con el dorso de Ia mano, me devolvié la botella; apenas la tuve conmigo, cuando ya el indio me habia volteado las espaldas para tor- Rar a su mutismo anterior. Esperé con calma una nueva insinuacién o una franca solicitud para repetir el trago; pero éstas no llegaron con la premura que hubiese yo deseado. Una voz de mujer llamé a Tanilo Santos; él re- zongé un monosilabo y quedése inmévil, echado sobre la barda. Hubo otra nueva demanda de parte de las mujeres, que el viejo contesté en términos tan rudos, tan categéricos, que a leguas se adivina- ba su significado aun desconociendo, como en mi caso, el onomatopéyico idioma mazahua. En el co- rrillo hubo murmullos y Hantos de nifio; mas Tanilo Santos permanecié impdvido. Entre él y yo se mantenfa el silencio, tal si se hubieran desvalorizado totalmente mis afiagazas ur- didas con el sano designio de trabar amistad con Tanilo Santos, quien a medida que pasaba el tiem- po volviase ms arisco, Ahora estaba encogido, he- cho un ovillo liado en su poncho de colores; tosia ée vez en cuando. Lleg6 un momento en que cref que el indio se habfa olvidado de mf; entonces, para recordarle mi presencia, salté hasta quedar sentado ex Ia barda; columpié los pies y me puse a chiflar “Nana Amalia”. De pronto, cuando todo lo crefa per- dido, Tanilo Santos volviése hacia mf: —1Esas viejas! ¢No sabe su mercé de un buen remedio para la muina? Creo que se me han de- rramao las bilis... 67 —Hombre —le respondi alegremente—, para todo mal, mezcal. Volvi a entregarle la botella; reconoc{ que esta vez tendria que ser mds adulador con Tanilo San tos, y cuando después de trasegar un trago a gorgo. ritos, insisti en que diera otro, ni este convite, ni el que siguié fueron despreciados. Tanilo Santos intenté volver a su aislamiento, mas su euforia lo traicioné: —Este milagro si que no nos lo negara el Sefior de Chalma... Gastamos més de doscientos esos en Ja caminata y en arreglar la danza... | Usté dira! Todos sabemos que este Sefior, aunque es mi. lagriento como todos Ios diablos, se ha hecho muy carero. .. Pero yo crio'que el servicio que le pedimos queda muy bien pagado, ;Verdd? —Es claro —repuse—. ¢Me decfa usted que viene a implorar por la salud de un préjimo? —Por Ia sali de don Donatito Becerra... Todos Jos mazahuas de Atlacomulco hemos venido al San- tuario no més en ese menester, pa qu’es més que Ia verdé. Vea su giiena persona, semos millones —y sefial6 a los hombres que en grupitos salpicaban el atrio de Chalma; algunos dormfan, otros en hierd- tica actitud, sedentes, silenciosos, envueltos en sus sarapes, iguales, manchones sin volimenes aparen- tes, fragmentos de greca o frisos oscuros que en marcaban al sugestivo espectaculo de las fogatas. —{Quieren mucho a don Donatito Becerra? —pre- gunté. —Es bueno que se alivie —contesté el indio tras de meditar un poco la respuesta, Iuego afiadi6—: iEste diosito de Chalma no se va hacer el faceto...! {Donato Becerra es amigo de los mazahuas? —torné a preguntar. ~¢Pa qué quere usté saber? No sea curioso! Se 68 Jo cuento y a lo mejor va usté con el argilende a Atlacomuléo, —No, no me interesan tanto las cuestiones de ustedes. ¢Se echa otro trago, Tanilo Santos? —Pos ya que usté si’arma, que venga el ultimo, hay que ‘dejar los asientos’pa T'amanezca... 20 qui’opina? Y ta lengua de Tanilo Santos volvié a aligerarse. ~-Hace dos meses que don Donatito cayé en el ejido mazahua de “Gracias a Dios”, arrié con todos Jos marranitos y las terneronas y ie dio de guama- 20s al compagrito Cleto Torres... Cuando juimos todos en junta a poner la queja al Munecipio, don Donatito dijo que no y que no... que eran puras levas de Vindiada, | Hégame el favor!... Pero ahi nomas que le cain en su carniceria... Ansinota era el jierro de mi compagrito Cleto Torres que tenfan os cueros de las reses recién destazadas... Pos dijo que no y que no el inding de don Donatito y tanto junto po'aqut y tanto regé pua’cd, que acabé por sembrarnos en Ja cércel a mf y a mi compagrito Cleto Torres. —Bueno, pero es verdé todo eso, Tanilo Santos? —Humm, yo no echarfa mentiras tan cerquita del Sifor de Chalma... Pero eso no es nada. L’otro afio se le metié al endino quesque ser deputao; en. tonces si nos trdiba a los mazahuas muy consenti ditos. Que Tanilo Santos pua’guf, que Tanilo San. tos pu'acd... Yo, buen baboso, le arrimé harta gente... jMillones, pa’qué’s mds que la verd4l Ha bia que ver esa plaza de Atlacomulco Mena de bu. rros y de cristianos... Mucho pulque, buena bar- bacoa, hartas tortillotas de maiz pinto. Camiones ¥ carretas a los pueblos pa'carriar a la raza; nos embriagé bonito y nos dio de tragar hasta que se 69 nos hizo bueno, lo que sea hay que decirse... Pero Shi noms que le sale otro candidato, a ese le de cian el PRI, y naiden en todo el plan Jo conocia... Pero de todas maneras a don Donatito ni Jos gtiesos le tronaron. Luego que pasé Ia cosa, don Donatito echaba lumbre por las orejas —j viera usté només!— Y¥ leno de muina nos mandé en rialada. Ganamos a pata pa los ranchos... En el mero Cerrito Que- mado nos agarré un aguacero que pa qué le cuento austé... y desde entonces don Donatito no si'acuer- da de sus majes, si no es pa trasquilar la borre- gada... Dice que la Revolucion y que Ja Revoluci6n y que el pobretariado nacional y quesque el Sinar- quismo, y al son de su argtiende no sabe més que “omillarnos por onde puede... Ahi’std lo que pasé en Tlacotepé... don Donatito se les metié al rancho de Endhé, sacé a los inditos quesque p’hacer colo- fos a los ricos del pueblo... Claro que él se eché al pico los potreros mejorcitos, al son de qu’es amigo de los probes, de esos probes que andan pi- diendo limosna ahoy en el mercado de Tlacotepé, nomads por culpa de don Donatito... "Pero pior les pas6 a los de Orocutin... Don Do natito andaba apasionado de una tortola chula, pero que no le daba d’alazo al viejo, como luego dicen. -- Pos ahi tiene usté que una noche aparecié por el rancho de Maguey Blanco, onde dormia la giilota, y cargé con ella... Entonces dej6 malherida a Te ipa Reyes, la madre, y amarré a Ruperto Lucas, el padre, después de jincarle una santa cueriza... A Jos seis meses volvié la tértola a Maguey Blanco, ansina de panzona... La mandé a pata y sin mas bastimento quel que levaba adentro. - . “Total, que por sus malas mafias, don Donatito Becerra es el hombre mas rico del pueblo... ¢¥ 710 qué er’antes? Pos triste jicarero de la casilla de mi compagrito Matias Lobato.” —Pero —pregunté— gno me dijo usted que don Donato Becerra esté enfermo? —Enfermo de mala enfermedé... Verd, en junta todititos los mazahuas, pos de plano resolvimos ace- bar con don Donatito, a qu’en Dios guarde algunos meses mds siquera... La suerte quiso que los que le sonaran jueran los de Tlacotepé... y Totra no che, cuando el hombre estaba borracho, un pobre- cito garriento se le arrimé y le pidié unos centavos; cuando don Donatito echaba mano a la bolsa, pos només le brotaron tres manchotas de sangre en el lomo... Del pobrecito garriento pos ni se supo onde juéa parar. Muy malo si‘ha puesto el cristiano, pero pi nosotros los de Atlacomulco, ni tampoco los de Orocutin, queremos que se pele. Si si‘alivia, pos la suerte quiso que jueran los de Orocutin quienes le den otra vez pa sus tunas... Y si por el milagro que ahoy le venemos a pedir todos en junta al Sifior de Chalma, don Donatito queda con vida, nosotros los de Atlacomulco seremos los que le suénemos, enton- ces sf, hasta que se le frunza pa siempre... Ora sf que, como dijo el dicho, “a las tres va la vencida”. .. —La cosa est4 complicada, Tanilo Santos... —Ni tanto... 1El Sifior de Chalma es carero, pero cumplidorcito! Amanecfa en Chalma. Era el seis de enero, dia de Reyes; por la vereda bajaban los de Xochimilco; un bosque de fragancias, una masa de colores y un eco de alabanzas los envolvia, en tanto los cohetes se elevaban hasta reventar en el cielo, como las ur- gidas preces de los mazahuas, de los tarascos, de Jos otomies, de tos pames, de los matlazincas... nu LA TRISTE HISTORIA DEL PASCOLA CENOBIO Cenosio TANoRI vivfa en Bataconcica; joven y ga lan, “estimado de los hombres y amigo de las muje- res”, el yaqui gustaba lucir su arrogancia en ferias, festividades y velorios, donde hacia gaia de sus aptitudes para la danza. Fama era de que en toda la regién no habia con quien se le comparara en et arte de bailar, de bailar las danzas dsperas, riguro- sas y ancestrales... Para Ténori no habia mayor gloria que lucirse en los airosos saltos del “pascola”, sacudiendo como joven bestia jas pantorrilias forra- das con los vibrantes “ténavaris”, que son especie de cascabeles de oruga o de capullos. Era placer para todos admirar {a gracia y la donosura con que Cenobio Tanori, con el rostro cubierto per horripi- lante mdscara caprina, arafiaba con los dedos de sus pies desnudos la pista de tierra suelta y recién “regada, cubierta en veces por pétalos de rosas 0 por verdura cimarrona, al compas de la melodia penta. fénica nacida de la flauta de carrizo y cémo su torso herciileo y desnudo se cimbreaba, se estremecia, a imitacién del animal revivido en sus instantes mas emotivos: el coraje, el miedo, el celo, mientras la sonaja de discos en la izquierda del danzarin se aco- modaba al ritmo punteado del redoblante, instru- mento capital en la musica que acompaiiaba a la coreografia totémica, El arte no ha sido prédigo para quien lo ejerce; las intervenciones de TAnori tenfan por lo general flaca recompensa: una humeante y olorosa caztela 119 de “guacavaqui”, un trozo de carne de res asada en brasas, un par de tortillas de harina de trigo suaves y calientes y un pufiado de cigarrillos de tabaco negro y picante... Eso, aparte de las sonrisas y de las cafdas de ojos, de los guifios con que las mujer- citas pretendfan atraerse la atencién de aquel bohe- mio silvestre, de aquel esteta ristico y arrogante. De pueblo en pueblo, de feria en feria, iba Ceno- bio TAnori Hevando su alegria, Lo mismo pespun- teaba un “pascola”, que ejecutaba las prolongadas y bulliciosas danzas de “E] Venado” o “E! Coyote”, ambas de primitivo origen, barbaras y bellas como el ambiente, como el ambiente verde azul, como la vegetacién agresiva y hermosa que rodeaba la pla- zuela del villorio donde se celebraba el festej Babdjori o Térim, Corasape o Et Baburo,.. ‘Pero un dfa, ya estaba escrito, la vida del vaga- ‘bundo quedé prendida.,. Fue en su mismo pueblo, en Bataconcica, donde el pensamiento, donde la vo- luntad del trotamundes quedé liada, como copo de algodén entre las espinas de un cardo, de las pesta- fias “chinas” y tupiditas de un par de ojazos café oscuros, traviesos e inquietos, los ojos de Emilia* Buitimea, aquella muchacha pequefia y suave, que lo- gr6 pescar para si lo que tanto anhelaban todas las jévenes yaquis en edad de merecer: a Cenobio TS nori, el “pascola” garrido y orgulloso. Pronto se hablé de los dos juntos: de la Emilia y de Cenobio. “Buena pareja”, comentaban los vie- jos... Mas las ancianas, con los pies mejor hincados en la tierra, se aventuraban por el comentario rea- lista: “L4stima que Cenobio ande tan flaco de la bolsa... ¢Si Iueve con qué la tapa?” O bien el opti- mista augurio: “El suegro, Benito Buitimea, es rico y sabra ayudar al muchacho.” 120 Pero Cenobio Ténori seguia siendo echado paatras”, a pesar de estar enamorado, el hunea consentirfa’ en vivir a costillas del suegro. Jans serfa um arrimado en la casa de su futura, s determinaciones cuesta mucho sostenerlas; digalo si no Cenobio Ténori el Seema quien se olvidé de ferias y holgorios en busca de Jo esencial para una boda, si no rumbosa, por lo menos digna de la condicién de Emilia Buitimea. _ Animoso y decidido vemos a Ténori colgar para siempre sus amados “ténavaris” para contratarse como peén; trabajar tras de la yunta que pujaba en Ja tarea de abrir brechas en la tierra prédiga y pro- funda det “Valle del Yaqui”; cargar sobre sus lomos los sacos ahitos de garbanzo o recoger en haces las espigas trigueras, .. La gente en general se admiraba de ver al eterno trotamundos sometido a un esfuerzo al que nadie pensé que algin dia tendria que some. Mas la labor agobiante del pedn de surco no a da mucho. .. y los dias se iban ante la ansiedad del mu. chacho ¥ ia tristeza siienciosa de la Busllin Un dia creyé legado el fin de sus congojas; cuando un forastero lo invit6 para que io adits como gufa en una expedicion por el cerro de “El Mazocoba”; se trataba de descubrir vetas de metales preciosos; la soldada ofrecida era muy superior a la que Cenobio Ténori lograba en las duras tareas agri, colas, s6lo que habfa un grave inconveniente aceptarla: los indios, los “yoremes” sus paisanos, no veian con buenos ojos que hombres blancos ¥ avarientos hollaran Ia tierra de la serrania venerads, y mucho menos aceptaban que fuera precisamente tun yaqui de la calidad de Cenobio Ténori quien com 121 dujera por los senderos escondidos, por las rutas misteriosas de “El Mazocoba”, a los odiados “yoris”, Estas circunstancias determinaron que Térori no se contratara tan pronto como se le presenté la opor- tunidad,.. Pero la necesidad, la urgencia latente en el corazén del indio, ayudadas por la insistencia del gambusino y por la’ anuente actitud de Emilia Bui- timea, acabaron por vencer. Cuando retorné a Bataconcica, trafa el bolso Ite- no; tres meses de servicios prestados fielmente al “yori” le habian deparado no séio lo suficiente para la boda, sino también algo con que afrontar los pri- meros gastos en su futura vida al lado de la Emi lia... Pero a cambio de tantos bienes, Cenobio Ténori tuvo que encararse a una situacién bien des- agradable: los “yoremes” viejos, aquellos dueios de la tradicién siempre agresiva, siempre a la defen- sa contra el blanco, lo recibieron friamente, hasta se negaron a darle el tradicional saludo de bienvenida. E] muchacho sufrié estoico los despre- cios, contando como contaba no sélo con el carifio de su futura mujer, sino con la simpatia de la gente moza, simpatia que alcanzaba elevadas proporcio- nes cuando se trataba de las jévenes, de aquellas a las que no afectaban mucho ni el manchén que Jos anciapos advertian en la personalidad del dan- zante, ni el compromiso matrimonial de éste con la Emilia, pues ni aquello las lastimaba, ni esto las desdoraba. .. Y una tarde, cuando Cenobio Ténori aguardaba, a media Calle Real de Bataconcica, la oportunidad de encontrarse con la Emilia, advirtié la presencia de Miguel Tojincola, aquel viejo enorme, de cara negra, labrada con hachazuela, quien tambaleante 122 de embriaguez se acereé al danzarin para burlarse de 41 con carcajadas hirientes: “Aqui tienen, hombres y mujeres, al 'yoreme’ que se hizo burro, que se hizo jumento para que le varearan las ancas y se le tre. Paran en los lomos los ‘yoris‘ ” Y otra risotada atronaba el dmbito, otra risotada injuriante, maja. dera, a la que coreaban cien ms salidas de las bocas de los que habjan acudido al Uamado del viejo To. jincola. . ,Cenobio Tanori, con los ojos bajos y un poco p& lido contenta sus impetus, porque el respeto a los ancianos alcanza en los yaquis proporciones reli- giosas. Mas el ebrio, sin curarse de la humilde ac- titud, continuaba implacable: . “Tan muchacho y tan fuerte prestandose a los ‘yoris’ como una mitjerzuela”.., Cenobio Tanori mordia sus labios y hacia no es cuchar a los tercos. En torno de éi habia varios nifios y algunas mujeres que apuntaban con sus de. dos al cohibido, al mismo tiempo que festejaban con chacota las ocurrencias y las injurias que brotaban por la boca desdentada del vejete: “El agua te sabré amarga; la tortilla no te pasara del galillo, la tierra de tu parcela no dard mas que choyas, porque cl diablo se mearA en todo jugar donde pongas tu mano...” La situacién rendida del muchacho excitaba mas y més los 4nimos de Tojincola, quien disgustado por mo provocar reacciones mds categéricas en su vic tima hizo brotar de sus labios, plegados por la rabia, el insulto mayor que pueda pronunciarse on lengua cahita: _“Torocoyori”, dijo lentamente. “Torocoyori”, re- pitid, esto es, traidor, vil, vendido al blanco, . rocoyori”. .. “Torocoyori’ A la injuri: gritos, acompafié un escupitajo que escurrié por Ja mejilla casi imberbe de Cenobio Ténori. .. Claro que los postreros recursos empleados por Tojincola fueron lo suficientemente categéricos como para mudar la paciente actitud. El muchacho con- frajo st cuerpo, dio dos pasos hacia atrés para dar un salto de vibora en acoso... Nadie pudo conte- nerlo, porque a flote le salfa el instinto que apresaron su voluntad y “su buena crianza”, durante prolon- gados y angustiosos instantes. .. El pufial prendié el pecho del anciano, quien rodé por tierra vornitando espuma bermeja. ‘Cenobio Ténori no traté de huir. Con el arma en su diestra aguardé que lo aprehendieran las auto- ridades indias; sumiso, silencioso, pero altivo ¢ im- pertérrito, siguié a los dos aiguaciles que se presen- taron al lugar de los sucesos.,. En una esquina, Emilia Buitimea miraba a su novio con los ojos estrellados de lagrimas; él levanté su mano en un {imido ademén de despedida. .. y marché en pos de sus aprehensores por la Calle Real, hasta llegar a la prisién. Al paso del grupo que seguia al “pascola” y 2 sus aprehensores, los viejos “yoremes” permane- fan mudos, las mujeres hablaban en voz baja... ¥ las mozuelas, las admiradoras del danzante, dejaban inflamarse st pecho al impulso de un suspiro. Al cuartucho carcelero donde la justicia india ha- bia recluido a Cenobio T4nori, acudia la gente para demostrar su afecto al “pascola” en desgracia. Las mas perseverantes concurrentes eran las mujeres j6- Yenes, las muchachas que, timidas y un poco ame- Grentadas, se acercaban hasta la cércel, evando entre sus manecitas morenas y chaparras un manojo de flores montaraces, una fruta en sazén o un ma- 124 nojo de cigarrillos, que colocaban sobre los travesa- fios de la recia puerta de madera, cierre del tugurio tenebroso en el que el danzante aguardaba el dia en que el pueblo le hiciese justicia... Cenobio Ténori, tnagnifico, altivo como wn dios ofendido, recibia en silencio y leno de gravedad aquel tributo de sus sacerdotisas. Claro que no se hablaba de otra cosa en Batacon- cica que de la muerte del viejo Tojincola y del futu- ro de su matador, La ley india era concluyente: puesto que Cenobio Ténori habia matado, deberia sucumbir frente al pelotén de las “milicias”... Tal decia la tradicion y tal deberia ejecutarse, a menos que los deudos del difunto don Miguel Tojincola le oforgaran su gracia al matador, cambiando Ja pena de muerte por otro castigo menos cruel... Pero no habfa muchas esperanzas de alcanzar para el reo la clemencia que muchos desearan. ‘La familia del muerto la formaban una viuda y nueve hijos, cuyas edades iban desde los diecis¢is hasta los dos afios. La viuda era una mujerona ve- cina a los cincuenta, enorme de cuerpo, huesuda de contornos, negra de color, con un perfil de aguila vieja; sus ademanes bruscos y su actitud siempre punzante y valentona no daban ninguna ilusién con respecto a una posible actitud de indulgencia. Por el contrario, deciase que Marciala Morales, to- mda, enérgica y vengativa, habfa prometido ser im- placable con el asesino de su marido Miguel To- jincola. ‘Tan embarazoso porvenir para el “pascola” arran- caba crueles refi es a los viejos, comentarios amargos a las mujeres, y Jégrimas, lagrimas vivas a todas las jévenes, quienes a pesar del compromiso matrimonial de Cenobio Ténori con la lia Bui- 125 timea no consideraban perdido para siempre a) hom- bre que en ellas habia logrado despertar la dulce ansiedad; la ansiedad que, por ejemplo, despierta el alba en el buche del mirlo o en el ala de la me riposa. .. Entre tanto, todo se alistaba para la instalacién de los tribunales que deberfan juzgar al homicida. La justicia yaqui est4 circundada por una ronda de formulismos y de prejuicios infranqueables; el pueblo, asistido de las altas autoridades tribales, es el que dicta la dltima palabra tras de discutir, tras de perorar bores y horas en um dramético esta y oja. Pues bien, ya estamos en Ja plazuela de Batacon- cica; una pequefia multitud se agolpa en espera del reo. En lugar destacado vemos a los “cobanahuacs” © gobernadores, graves en su inmévil actitud, y a los severos “pueblos” que cargan sobre sus lomos toda la fuerza del poder civil de fa tribu. Ahi estén re- presentados los ocho grupos gue integran la nacién yaqui: Bacum, Belem, Cécorit, Guiviris, Pétam, Ré- hum, Térim y Vicam... Cerca de este impresionante grupo de ancianos, est4 Marciala Morales la viuda, rodeada como clueca de sus nueve hijos; los mayo- res cargan en sus brazos a los pequefiuelos que gimen y escandalizan. De ella, de la viuda de Miguel Tojincola, no se puede esperar nada favorable para la suerte del bailar; asf Io dicen su mucca feroz y su gesto desafiante, ante los que se inclina el clan familiar, con sumisin religiosa que Ja mujerona, la casi anciana, recibe en disposicidn repugnante, dura y mandona. Al frente de la multitud vemos a un pelotén de jOvenes milicianos armados de mduseres que espe- 126 ran, marciales y safiudos, que Ia sentencia se cons me para cumplirla estricta, fatalmente. En los rostros impenetrables de los indios ha caido un velo sombrio; particularmente esta sefial de desazén se hace més notable en las jévenes mm jeres, en aquellas admiradoras de la apostura y de la gracia del “pascola” malaventurado... Emilia, la amada y prometida de Cenobio Ténori, esté ausente debido al veto que a su presencia impone la ley; sin embargo, su padre, el viejo Benito Buitimea, rico y afamado, no esconde su emocién ante aque! dramd- tico suceso de} que es protagonista quien un dia quiso ser st yerno. El tétrico redoble del tamborcillo, instrumente obligado en todos los actos trascendentales del pac- blo yaqui, acallé los rumores y las voces. .. Cenobio Ténori solo, sin guardas, con la cabeza levantads, dejando que el aire despeinara su espesa cabellera que alcanzaba acariciarle hasta los hombros, cruza por la valla que la gente ha abierto a su paso; leva él atractivo atavio con el que tantas y tantas veces habfa arrancado el aplauso de los “yoremes”, la im tencién pecaminosa de las hembras ‘casadas, el sus- piro ahogado de pudores de las solteras y la admi- racién de todo el pueblo: las espaldas y el pecho desnudos para dejar lucir plenamente su muscula- tura que resalta bajo la piel lustrosa de un leve sudor: pendientes del cuello collares de cascabeles de crétalos; entre las piernas, a horcajadas, una manta de lana fina sostenida por fuerte cinturén de vaqueta crudia, del que penden pezufias y co- las de venado, y en las pantorrillas tos “ténavaris”, que suenan al paso del danzante como campanillas eascadas... El danzante marcha altivo, con paso firme y fle- 127 xible, hasta legar al centro de la plazuela para encararse con st juez, que to seré todo el pueblo... Nadie ignora, inchiso Cenobio Ténori, que muy a pesar de las circunstancias que mediaron en los hechos fatales, que no obstante, ademds, la admira- cién, la popularidad y la simpatia que el “pascola” mantiene entre su gente, ninguno podré torcer los dictados legales, que nadie podré conmutar la sen- tencia de muerte que se prepara, excepto Marciala Morales, la rencorosa y horrible viuda de Miguel Tojincola y de quien nada podria esperarse dado su agresivo comportamiento. .. En esta situacion se escuché la voz seca de vejez y vibrante de emociones del “Pueblo Mayor”, a quien Ja ley obliga a acusar, a acusar siempre en defensa de Jos intereses, de la paz y de la concordia del gru- po. Tras de expresar los hechos debidamente sus- tentados en deciaraciones y testimonios, concluyé excitando a todos: “Las leyes que nos dejaron nuestros padres como la més venerada herencia dicen que cl ‘yoreme’ que mate a un ‘yoreme’ debe morir a manos de los ‘yo- Temes’... Pero yo, Pueblo Mayor de Vicam, la Santa ‘Tierra, pregunto a mi gente si estd de acuerdo a que al hermano Cenobio Tanori se le mate como murié entre sus manos el hermano Miguel Tojincola. .. Las tltimas palabras flotaron en el aire breves instantes; después las siguié un rumor como de ma- rejada y luego la voz distinta que se impuso grave y categérica: “Si, méuser... “Ebui, méuser... ehui, méuser... méuser... méu- ser...” El clamor se generaliz6, Cafa sobre la cabeza des- tocada de Cenobio Ténori como una tormenta, 128 El “Pueblo Mayor” habia levantado su mano ave- Jentada y seca como la raiz de un pitahayo, dispuesto fa dejaria caer como afirmacién determinante del juicio de su pueblo... Pero entonces las mujeres jévenes, venciendo sus pudores y sus timideces, imploraron con voz débil y temblorosa: “Vélo, Marciala Morales, y entonces lo perdona- ras... Tu misericordia la agradecerén todas las mu- jeres del mundo. .. Sdlvalo de la muerte porque es noble y es valiente. .. Vélo, Marciala Morales, es bello como un pajaro de colores y gracioso como un bura joven.” La viuda miré con malos ojos al grupo de mozas que as{ imploraban. Con los dientes apretados, muda de furores y la mirada perdida en un desierto de odios, se volvié hacia Cenobio Ténori que perma- necfa erecto, orgulloso, magnifico en medio de Ja plazoleta. .. . Poco duré aquella mueca en el rostro de ta vie- ja, porque su cara arrugada se ablandé por un ines- perado impulso; sus ojos, ante insospechada emo- cién, cobraron un brillo humano, desconcertante; su boca perdié los repliegues del rencor y dio lugar a un gesto bobo, laxo, imbécil... Los hombres, por su parte, se mantenfan en su terrible determinacién: “Méuser,.. Ehui, mduser, mauser... ehui, méuser, méuse El “Pueblo Mayor", ante la ensordecedora alga- rab{a, no atinaba a bajar su mano como sefia de que la sentencia se habfa consumado, Hubo un momento en que nadie hubiese podido distinguir siquiera una silaba de aquel rugir de bestias, de aquel parlotear de pijaros, de aquel rumor de aguas desbordadas. 129 De pronto una voz chirriante y destemplada se metié en Jos ofdos de la multitud. Era la de Mar- ciala Morales, quien de pie y rodeada de su prole, pero sin retirar la vista que se habia quedado fija ene! danzarin, hacia ademanes tratando de silenciar a la multitud. Todos Jos ojos se volvieron hacia ella; estaba magnifica de fealdad y de barbarie: “No —grité—, mduser no... Este hombre ha de- jado sin padre a todos estos hijos mfos. La ley de nuestros abuelos dice también que si el ‘yoreme’ muerto por otro ‘yoreme’ deja familia, el matador debe hacerse cargo de los deudos del muerto y ca- sarse con la vida. .. Yo pido al pueblo que Cenobio Ténori, el ‘pascola’, se case conmigo, que me proteja a mf y a los hijos del difunto... No, méuser no... Que Cenobio Ténori ocupe en mi ‘tarima’ el lu gar que dej6 el viejo Miguel Tojincola... Eso pido y eso deben darme.” Siguieron instantes de un silencio profundo... y Tuego bocas alteradas, gritos, carcajadas, injurias, cuchufletas y todo volvié a tornaree en un guirigay endemoniado. Cenobio Ténori quiso hablar, mas la batahola le impidié que sus palabras fueran escu- chadas. El “Pueblo Mayor” dejé caer pesadamente su mano. Se habfa hecho justicia con estricto apego al cédigo ancestral. .. Otra vez més los nobles yaquis mantenfan fidelidad a sus tradiciones. El fracasado pelotén desfilé a redoble de tam- bor; la gente empez6 a dispersarse. Marciala Morales, seguida de su larga prole, lle- g6se hasta Cenobio Ténori y lo tomé por el brazo: “Anda, buen mozo —le dijo—, tii dormirés desde hoy junto a mf, para que descanses de lo mucho 130 que tendrés que-trabajar en mantener a esta ma nada de ‘buquis’ que recibes como herencia del viejo Tojincola que Dios tenga en su gloria por los siglos de los siglos. ..” Fue entonces cuando el afamado “pascola” perdié sus brios: con Ia cabeza gacha, arrastrando sus pies, ridfculo como un tftere, siguié a su horrible ver: dugo, quien sonrefa triunfadora al paso de las mo- muelas que se negaban a mirar de Ileno el ocaso de un astro, la muerte de un fdolo resquebrajado entre las manos musculosas y negras de Marciala Morales... El cielo, rabiosamente azul, cubria la escena dei melodrama y el sol calcinaba él terronerfo de la pla- 131

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