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Marcelo Campagne Dz los jepes~ pactenlés 2 bs re S oo Surgimiedo y Consoida ob ad E5T2 b an A Adio Eqiplo dub Aegy glides - Stadia 3. Bafeeldna, Avlo Aecy priaca, 2003. Capitulo 7 \ El despliegue de lo nuevo — \ 1. Los “proto-Estadas” del Alto Egipto 2a qué momento singular surgié la prictica estat en el valle del Nilo? {Cusles fueron, en particular, Jas comunidades que entablaron por primera vez uit nexd)de tipo estatal? No es posible dar una respuesta ta- xativa a este tipo de preguntas. Es que Ja practica estatall pudo establecerse en varios lugares del Alto Egipto. mas o menos simulténeamente. En un marco de recurrentes conflictos como el que parece baber caracteriza- do a las iltimas etapas de Nagada I, cualquier comunidad que —siquiera temporarjamente— hubjera logrado mantener su dominio sobre otra como efecto de una victiria militar, estarja entablando con la derrotada una Practica de tipo estatal’. ¥, habida cuenta del equilibrio defuerzas que —de un modo muy general— debié ca- racterizar a aquellas comunidades aldeanas del valle, esog primeros nexos estatales pudieron ser reversibles, ea. medids en que s comunidades venidas padleran ffeupera una fueizasufcente come para eva la dominacién a la que babian sido sometidas. i En efecto, aproximadamente hada el 3400 aC, as hostlidades tntercomunjtarias pudieron ser endé- micas y la practica estatal pudo emerger y disolverse en fniltiples momentos y hugares)aun cuando no ten- gamos modos para detectar tal situaci6n en'los testimonio¥ disponibles en el registro arqueologico. Por cierto, las comunidades que —por distintas razones— disp de una poblacién mayor podrian disponer tani- bién de ejércitos superiores en mimero y, dada cierta paridad en materia de armamento y de organizacién so- -Cial, esto podria ser una ventaja importante en los conflicjos. Tal posibilidad pudo suceder, por ejemplo, ea relacién con Hieracémpolis, cuya poblacién predinastica (d¢ acuerdo con Hoffman) podria haber sido de unos 5000 habitantes, cifra muy superior a las que arrojan otrodsitios altoegipcios contemporaneos’. Sin embargo, es poco lo que podemos avanzar por esta via: los conocimjentos actuales sobre demografia predinéstica son demasiado escasos ¢ insegures como pare poder mantar folie ellos cualquier argumento que se pretenda confiable*. Ch las consideracionestericas propuestas supra, cap. 3,2 ? En relacién con la poblacién de Hieracémpolis, cf. Hoffman, 1982), 143-144. Can respecto a Jos cileulos poblacionales par +a otras sitios del Alto Fgipto, ct. Mortensen, 1991, 28-23. > Por ejemplo, las conclusiones demogrificas respecto del sitio de Nagada en el Predindstico arrojan una clfra apenas supe- riot a los 100 habitantes. Sin embargo, como indica Bard (1994, 82-f3), s¢ trata de sin nimero demasiado bajo dado que las ‘estimonios provententes de tal sitio permiten considerar que ‘dehi6 baber sida una de los cestros con mayor dle Fenciacién social del Alto Egipto predinastico. j im De los jefes-parfentes a los reyes-dlases En este punto, la “teorfa de Juegos" propuesta por Kemp} presenta algin stractiva, puesto que el autor “des sspecto del modo en el que-surge el Estado egipclo-+ la paridad de fuerzas inlcial de los compett- dores, esto es, de las comunidades aldeanas en pugna. Trazahdo una anslogia entre el proceso en el que emerge el Estado y un Juego de mesa, Kemp aediala: “AI princtpld tenemas a varies jugadores, con mds 0 menas Jas mismas posibiidades, que complten intercamblando distintosibtenes y, mds tarde, en ablerto confilcto. {_] Hl Juego se desarrolia lentamente al principio, en una atmésfera (gualitarta™ , Sin embargo, con postertoridad, “una ventaja, que en su momento puede pasar desapercibida, titéra él equilibrio lo sufictente para torcer la marcha posterlar de la partida, Genera una reaccién wen caderh» que no guarda ‘ninguna proporcién con su fmportancta original. Ast pues, la partida sigue inexorablemente fm curso hasta legar a un momento critico en que uno de los jugadores ha acurulado los blenes suflctentes para que las amenazas que le plantean los demds -ya no surtan efecto sobre él, y sea tmpasible detenerle” *. En los térmlnos del surgimlento del Estado egipclo, es inkposible establecer el momento estricto en el ‘grafla, pero tamblén podrian haber interventdo factores mucho spenos estructurales como el resultado aleato- Ho de algin combate o las dotes estratégicas de algtin ider al. En todo caso, lo que se requerfa era que Ja situacién de dominacién de una comunidad por otra se eat ara. Y.una vez que la simacion estatal al- canzara clerta consolidactén, la conquista de otras comunidades podria darse con mayor rapidez y facilidad. En efecto, una comunidad alslada de alrededor de 100 0 200 tes ya no seria un rival de consideracién frente a otra comunidad —pongamos por caso, Hieracémpolis— tue hublera logrado dominar efectivamente a ‘us comunidades periféricas, de modo de configurar un nuevo Hpo de sociedad de quiz 5.000 0 10.000 po- bladores, con un efército numeroso y organizado de un modo estatal. 1a sttuaclén pudo ser atin més complicada en funcl6n de que no hay rizones para suponer que, al me- nos iniclalmente, debiera instituirse un tinlco micleo estatal en elimarco de todo e! alto vaile del Nilo, cuya ex: Panslén posterfor determinara la unificaclon del territorio en mfnos de un Solo Fstado, Ast como la prictica estaral pudo emerger y dlsolverse en miltiples ocastones comd resultado de la reverstén del vinculo entre omlnadores y dominados, la consolidacién de ese vinculo tamblén pudo darse en varias zonas del Alto Egip- to, més o menos simulténeamente. En tal caso, el resultado habrfa sido la aparicién de diversos miicleos ésta- tales inictales en competendia, que trasladarian las hostilldades del plano de la guerra intercomunitarla al de la guerra entre Estados. En clesto sentido, tal postbilidad resulta fnuy verosimil, babida cuenta de la gran can ‘tidad de testimontos {conograficos que atestiguan la con! —y postblemente la expanston— de los en- frentamlentos bélicos en tempos de Nagada Ib, En efecto, af eljescenarso altoegipclo hubtera sido el de ua tinkco Estado cada vez més poderoso frente a un conjunto de compunidades no-estatales aisladas, el desequill ‘brio de fuerzas habrfa sldo tal que la subordinacién de Jas segundas al primero cada vez hublera requerido de maenores dosis de violencia. fn cambio, st un Estado emtergente ehcontrara otros antagonistas fgualmente e&- tatales, los confllctos béllcos podrian'contisiuar’entre contendieftes con una potencia militar més o menos equivalenie. En apoyo de esta postbilidad, Kemp y attos especlalistas han sugerido la existencla simultinea de tres “prot-Estados”’ en e] Alto Egipto hacia fines de Nagada I, Gentrados en Hieracémpolls, en Nagada y en, “CL Kemp, 1992 (19891, 44-47. * Kemp, 1992 {1989}, 44. * Ct. bufra, cap. 7, 2. 7 CE Kemp, 1992 {1989}, 46, Cf. también Bard, 1987, 91-9: on, 19963. 7. Por at navre F i 994, 116-117; /Trgg 1987, 347-348; Kemp, 1995, 685; Wikin- yor detenimienta, Hi sitio de Hieracémpolis constituye un asentamiento cuya colonizacion se remonta probsblemente finales de la época Badariense y que registra uin poblamiento permanente en las posteriores fases de los pe- tiodos Predinastico (Nagada I, I y Ma-b) y Dindstico Teraprana (Nagada c-d). Promediando el IV milenio aC, ‘experimenté una Smportante explosién demogréfica que desembocé en la aparicién de wna compleja divisiéa del trabajo y de una élite cuyos miembros eran enterrados en tumbas sensiblemente diferenciadas del resto de Ia sociedad. En efecto, por un lado, existe evidencia acerca de sitios. especificos en Ja produccién de pan, ‘terveza y cerémica, que presuponen Ja presencia de un artesanado especializado*, Por otro, las tumbas més ‘Tempranas de la Localidad 6 (Nagada Ib-a) exhiben un tamafio mayor al usual en esa época (la rumba 3 pre- senta unas dimensiones de 2,50 x 1,80m), en tanto que algunos de Jas componentes de los ajuares funerarios —entie los que sobresale, como ya hemos conisiderado, una cabeza de maza de porfirio— se destacan como notables bienes de prestigio o insignias de mando de los lideres locales”. De Nagada Id data un notable re- cinto (Hk 29a) que podria tener casi 40m de largo, que presenta estructuras en adobe y madera y que ha sido interpretado como un grant complejo ceremonial en el que se practicaron sacrificios de animales y en el que podria hallarse’el primer santuario pr'wr del Alto Egipto”. Por lo demds, con posterioridad al 3500 aC, la tendencia parece haber sido la de un incremento de la concentracién poblacional en el asentamiento tanto como de la riqueza material de la élite”. ° Clertamente, esta tendencia hacia tna diferenciacién de la élite cada vez mas ostensible y hacia la es- pecializacién de tareas, inchuyendo la construcciba de grandes edificios, resulta altamente significativa en re- lacigin con el proceso en el que emerge el. Estado egipcio. Sin embargo, en la medida en que se trata de variar Gones tendenciales —esto es, bisicamente cuantitativas—, no es posible determinar.por esa via en qué momiento estamos ante una jefatura y en qué momento esa élite ha devenido esiatal. Ahora bien, existe en Hieracémpolis un elemento que sf introduce un panorama cualitativamente distintp. Se trata de la Wasnada ‘Tumba 100 o Tumba Decorada¥, cuya datacién remite a la fase Nagada Ic. La sepultura rectangular —que fue “Si bfen en la produccién reciente de los especialistas el témmino proto-Estado (a proto-reino) se ha vuelto corriente para re- ferir a las unidades politicas del valle del Nila anteriores a la unificacién, no parece haber demastada acverdo mi rigar a la hhora de definir el concepto, En mestra apropiacién, el términd referiré arfui a situaciones sociohistéricas ya estatales, €s de- ir, articuladias por ia dominancia de la prictica essatal. B prefijo proto- s6lo denota que estamos ante las primeras sinuacio- ines estatales reconocibles. En tal sentido, nuestro concepto no pretende caracterizar ni un “primer Estado” entendido en términos absobstos nf cualquier especie forzosa de “fase transicional’, recurso tan caro como remania iit las diversas es- ‘rategias maliticas evolucianistas. Esta cuestién és abordada en Campagno, 2002, 49-60. * CE Geller, 1992, 23-24; Adams, 1995, 45-46. °° Ct Hoffman, Lupton y Adams, 1982, 38-60; Adams, 1995, 32-35; 19962, 1-15; Adams y Cislowicz, 1997, 15-16 Cf. tam bien supra, cap. 6, 1. Una tumba de dimensiones mucho mayores en la Localidad 6 (No.2: 6,50 x 2,10m) habia sido inchs por Hoffman (1982) entre las tumbas de Nagada Illa. Reciedtemente, sin embargo, Adams (1996a, 2) ba sugerido que tal enterramiento podria correspander a una fase mis tardia, baria camienzos de Nageda UL 1 Cf. Adams, 1995, 36-41; Friedman, 1996, 16:35; Adams y Clalowicz, 1997, 12-15, CE también Figs §.10-11. » Cy, entre otros, Fairservis, Weeks y Hoffman, 1972, 7-68; Hoffman, 1982c, 122-136; 1982b, 139-148; Hofman, Hamsroush y Allen, 1986, 175-187; Wenke, 3989, 139-140; Rice, 1990, 92-94; Clalawicz, 1996, 10-11; Wilkinson, 1996a, 87. 2} 9 relacién con la Tumba 100 y su iconografia cf. Vandier, 1852, S61-S70; Case ¥ Payne, 1962, 5-18; Payne, 1973, 31-35; Hoffman, 1979, 132-133; Needler, 1964, 27; Rice, 1990, 101-102; Bard, 1992b, 7-8; Kemp, 1992 (1989), $1-53; Midan-Reyaes, 4 ‘De los jefes-parientes alos reyes-dicses ballada completamente saqueada— no slo sorprende por sus dimensiones (5,85m de largo x 2,85m de ancho x 1,50m de profundidad) y por el adobe utilizado para revestir sus paredes y un muro interior sino también por la decoracién que presentan tales muros. Alli aparece todo un conjunto de representaciones iconogréficas que testimonian los conflictos de la época (escenas de hacha, ejecucién de prisioneros) ast como, principal- mente, una serie de escenas intimamente relacionadas con la posterior iconografia faradnica. En particular, se destaca una procesién de embarcaciones que parece constituir un antecedente de la posterior fiesta Sed; el motivo del “Sefior de los animales", que presenta un personaje poderosé interponién- ~ dose entre dos grandes animales, a la manera del fara6n que se presenta como el punto de equilibrio entre las fuerzas antagénicas del orden y el caos; la imagen de un personaje provisto de un flagelo y en actitud de ca- vrera, similar a las representaciones de los reyes posteriores al efectuar determinadas carreras rituales; y la escena en la que un personae de mayor tamafio es representado en el momento de ejecutar con su maza a ‘tes pristoneros arrodillados, en un acto andlogo al ritual de la ejecucién del enemigo celebrado a lo largo de Ja época faraénica. Asi pues, no solamente se trata de um notable salto cuantitativo en relacién con las dimen- siones y el disefio de la tumba sino de la informacién cualitativamente nueva que transmite su iconografia. Si elindividuo enterrado en la Tumba 100 de Hieracémpolis habfa merecido tina sepultura tan ostensiblemente diferente a las del resto de los miembros de su comunidad y st tal individuo coincide con el personaje que es ‘Tepresentado por la iconografia ejercienda la fuerza y participando de rituales al estilo de los posteriores fa- raones, existen suficientes indicios para pensar que su prestigio y poderio no provenian tinicamente de su po- sicign en tanto lider de una sociedad de jefatura. Parece posible, pues, que estemos frente a la tumba de un rey hieracompolirano, independientemente de que resulte imposible establecer cual era el alcance real de su poderio o qué diferencias especificas debian existir entre la relacién trazada con sus antiguos parientes y a entablada con sus mevos sibditos. De hecho, si consideramos las notables similitudes entre las escenas decoradas en la Tumba 100 de Hieracémpolis y Jas registradas en un tejido hallado en Guebelein, una localidad situada al norte y que no tes- ‘timonia Ja existencia de una diferenciacién social tan notable, resulta verosimil pensar, como Jo hace Cervell6, que Guebelein “debia formar parte del reino hieracompolitano” , En efecto, la aparicién de un tipo de icono- grafia presumiblemente estatal en un sitio que no ofrece indicios de una élite suficientemente poderosa y en ‘el marco de los conflictos que desembocaron en el advenimiento del Estado egipcio" puede ser interpretada como a imposicién de un patron exterior, que tal vez sea indicio de la sumisién de Guebelein al niicleo estatal forjado al sur. Si tal fuera el caso —en los términos de nuestra propuesta tedrica!*—, el lider de Hieracémpolis bien podria haber ejercido entonces la doble condicin de jefe y rey: jefe en Hierachmpolis, alli donde el pa Tentesco impedia que ejerciera el monppolio de la fuerza; rey en Guebelein, dada Ja inexistencia de nexos de parentesco entre ambas comunidades y la postbilidad consiguiente de poder entablar alli una dominacién en Jos términos de la practica estaral. 1992, 194-197; Spencer, 1993, 36-40; Adams, 1995, 41-43; Raines, 1995b, 97-98; Cervellé, 1996a, 207-203; 1996b, 10-11; ‘Adams y Cialowicr, 1997, 36-40. Cf. también Figs. 2.4, 4.1. Cervellé, 1996b, 11. Acerca de la evidencia funeraria procedente de Guebelein, cf. Galassi, 1955, 5-17; D’Amfcone, 1994, 19-28. » -H-Benecesario destacar aqui que-e tejido de Guebelein fie iniciatmente reminide a la fase Nagada L Sin embargo, resulta- mauy dificl aceptar una datacién tan temprana, habida cuenta de Jas notables afinidades estilisticas con la iconografia de ‘Nagada Uy la inexistencia de tales nexos con los motivos de la época anterior. Para una presentaciém de Jos motivos del tefi- do, ct. Galassi, 1955, 5-17; Scamuzzi, 1965, Tav. V; Williams y Logan, 1987, 255-256, 279. Para una datacién en el periodo Guerzeense (Nagada I) 0, mis genéricamente, en la ‘segunda mind del IV mifenio" , cf Aldred, 1965, 38-30, D'Amticone, 1994, 23; Cervellé, 1996a, 212, nota 170. CS. también Fig. 7.9. ™ Ct supra, cap. 3, 2. El despliegue de Jo nuevo : ws Nagada Ahora bien, zqué hay del asentamiento de Nagada? Como sucede con Hieracémpolis, también en Naga- da se registra una ocupacién permanente desde el periodo Predindstico (Nagada lla‘) hasta el Dindstico ‘Temprano. Del mismo modo, su ubicacién en las cercanias del wadi Hammamat le permitia una estratégica posicién para el acceso alos miperales del desierto y a las redes de intercambio. Entre las principales cons- trucciones que remiten a Nagada I, sobresale un muro de 2m de espesor y un conjunto de “grandes casas pa- latinas para la residencia de la élite’, Por otra parte, el hallazgo de clertas improntas de sellos sobre frag- mentos de arcilla ha sugerido la postbitidad de algin tipo de actividades de indole administrativa". En cuanto a la evidencia fumeraria, también en Nagada se verifica una considerable diferenciaci6n social, con 'a constitu: cién de una étite que ya se diferencia notoriamente del resto de la sociedad a partir de la fase Nagada II. En particular, la aparicién, en esa fase, de una nueva necrépolis (Cemexteria T) con tumbas de mayores dimen- sionéé y con afuares fumerarios més elaborados parece confirmar la existencia de una élite con acceso exchusi- Vo a ese recinto mortuotio. De acuerda con Bard, “este cementerio tal vez representa la emergencid de un lina- Je en ejercicio del poder y la autoridad en el centro rucleado'de Nagada, con acceso diferencial a mayor ‘cantidad y a mds raros bienes de intercambio y a la fuerza de trabajo para constnutr (a veces inusuales) sepuk cros*™. Ahora bien, al igual que con sus poderosos vecinos del sur, resulta muy dificil poder establecer el ca- ricter especifico —parental o estatal— de esa élite nagadense. Més atin, en Nagada no aparece ningiin testi- monio iconografico equiparable a la decoracién de la Tumba 100 bieracompolitana. H indicio més firme para suponer la existencia dé tma élite estatal en Nagada hacia fines de la fase Nagada Il es el aspecto y dimensio- nes de algunas de jas tumbas del refetida Cementerio T. En efecto, las tumbas T23, 725 y 120 (y posiblemente también la T15), cuya datacién se extiende entre Nagada Iic-d y Nagada Ma, presentan un aspecto rectangular ‘con muros perfmetrales y paredes interiores de adobe y con unas dimensiones superiores a los 5m de largo X 2m de ancho. Lo que resulta fundamentalmente relevante de estas tumbas es su estrecho paralelismo con el formato de la Tumba 100 de Hieracémpolis asi como su simlitad con algunas timbas en el Cementerio U de Abidos: sobre la base de esas relaciones, primero Kemp y luego Kaiser y Dreyer hin postuladé que tanto las tumbas de Nagada como la de Hieracbmpolis constinuyen antecédentes de los sepulcros reales de las Dinast as O-Ien Abidos". En palabras de Kemp, “la Tumba 100 de Hieracémpolis y las tumbas relacionadas en el Ce- menterio T de Nagada deberian ser reconocidas como los lugares de enterramiento de reyes predindsticas"”, Ciertamente, de acuerdo con la propuesta de Kemp, hacia finales de la fase Nagada I y contemporineo alos “proto-Estados” de Hieracémpolis y Nagada, habria un tercero en discordia, situado un poco mis al nor- _ ” Hassan; 1988, 156. La traduccion es muestra. En relacién con el muro, cf. Kemp, 1977, 198; Trigger, 1985 [1983], 56; Bard, 1987, 92; 1994, 7; Spencer, 1993, 35. CZ también Fig. 5.5. ales improntas de sos han sda datadasglobalmente en el periado Predinstico Tara. Al respect, eh Fattovich, 1984, Barocas, 1986, 24-25; Barocas, Fattovich y Tost, 1989, 301. ™ Cx Bard, 1989, 241-245; 1994, 97-103. * bard, 1994, 102. La taducdién es nuestra. En relaciin con las necrépolis de Nagada, cf, Petre y Onibel, 1896. En partic. Jar, en relackin com el Cementerio T, cf. también Kemp, 1973, 39-43; 1992 [1989], 48-49; Hoffman, 1978, 118; Davis, 19836, 17-28; Bard, 1989, 240-244; Midant Reynes, 1952, 179; Wilkinson, 1996a, 86, Cf. también Fig. 14. 2 CL Kemp, 1973, 42-43; Kalser y Dreyer, 1982, pl 12. Cf también Bard, 1992b, 7-8. * Keonp, 1973, 42. La traduccion es muestra. CE también Figs. 24-5. 175 De los jefes-parientes alos reyes-doses te, en el drea de Tinis-Abidos”. {De qué elementos se dispone para determinar su existencia? La regi6n abide- nna parece haber sido el ambito de uno de los principales centros del Alto Egipto durante Nagada L En efecto, las turnbas de esa fase en el cementerio de Mabasna, a unos 9 ln al noroeste de Abidos, presentan un volu- men promedio y una cantidad de bienes fumerarios notoriamente superior a Jos de otras necrépolis de la épo- ca®, Por su parte, es posible que —aunque de muy dificil datacién— los primeros elementos del posterior templo del dios Jentiamentin en Abidos se remontes. también al periodo Predinastico, lo cual constituiria un testimonio adicional de la importancia de tal centro en la época pre-estatal™, Para finales de la fase Nagada 1, .-Si bien el volumen y riqueza promedio de las tumbas en Mabasna se reducen sensiblemente, se percibe una notable diferenciacién mortuoria en el denominado Cementerio U de Abidos, el cual, en todo caso, era utiliza- do desde comienzos de Nagada Ty parece haber constituido una necrépolis de élite al menos desde finales de esa fase™. _ Enefecto, a partir de mediados de Nagada Il, y en forma casi simulténea respecto de la Tumba 100 de Hieracémpolis y de las tumbas TS y T23 de Nagada, aparecen en el Cementerio U un conjunto de sepulturas rectangulares de considerables dimensiones (de hasta Sm de largo x 2,50m de ancho y 2,50m de profundi- dad), con indicios de revestimientos de madera y de sarc6fagos, y que —si bien han sido saqueadas— parecen haber estado ricamente equipadas con objetos de marfil y vasos de cerémica y piedra”. St bien Jas tumbas no presentan decoracién en sus paredes, las representaciones de algunos objetos de marfil en la tumba U-127 (Nagada Id) testimonian una suerte de procesién de “portadores de dones” asi como el conocido motivo del “desfile de animales", escevas ambas que remiten a los cénones de la produccién iconografica propiamente estatal. Por otra parte, la tumba U-210 (también de Nagada Id) presenta una impronta de sello que reprodu- ce el motivo de la diosa Hathor asociada a una dimensién astral, conocido por una paleta decorada de princi- pios de Nagada II: tal representacién podria implicar la existencia de alg vinculo —impreciso para noso- tros— entre la diosa y el individuo enterrado en esa tumba abidena™, Por lo demés, ya ingresando en la fase Nagada Il, el Cementério U presenta las sepulturas mas grandes y complejas de la época para todo el valle del Nilo. Se trata de tumbas de wna o miltiples cimaras revestidas de adobe, con restos de sarcéfagos de madera y de gran cantidad de vasos locales e importados de Canain. Entre todas ellas, sobresale notablemente la tumba U-{ (Nagada Ma2). Por una parte, sus grandes dimensiones @,10m de largo, 7,30m de anchs y 1,55 de profundidad) la convierten en el sepulcro conocido mis granide de su tiempo. Por otra parte, se destaca la presencia de um bastén de madera de las mismas caracteristicas que el cetro Ag? de los faraones. Pero ademas, aparece en la tumba un notorio confunto de inscripciones realizadas ® Actualmente se desconoce el emplazamiento de la ciudad real de Tinis, referida en relatos posteriores como el lugar de origen de los monarcas de las Dinastias 1y . De haber existido tal cludad, Abidos habria sido la necrépolis de los monarcas ‘initas. Habida cuenta de la ansenca actual de testimonios del centro tita, preferimos mantener aqui le denominacién “Abldos” para este niideo proto-estatal al norte de Nagada. * Acerca de Mahasna, cf. Ayrton y Loat, 1911. Respecto de los andlisis sobre diferenciacién social, cf Castillos, 1996, tabla 2; 1997, tabla 2b; Wilkinson, 19964, 79-80, 85. % CL Adams y Cialowicz, 1997, 18. % Cf. las dataciones propuestas por Gérsdorf et al, 1998, 169-175; Dreyer et al, 2000, 61-62. En relacién can los hallazgos {que permiten suponer la posibfidad de una éite diferenciada a fines de la fase Nagada ] —en particular, ls tumba U-239— ws ch Dreyer etal, 1998, 84, 131-115. Ct. también supra, cap. 6,1. Y CE Dreyer, 1992b, 294; Spencer, 1993, 73-76; CerveD8, 1996b, 12; Clalowicr, 1996, 11-12. CE también Fig. 1.5. » Para una presentacién de los motivos, cf. Dreyer et al, 1993, pl 6. Para cnsiderar el sentido de la iconografia estatal tem- prana, cf. Campagno, 1998a, 105-111. Cf. también Fig. 2.1. » CE Hartung, 1998b, 200-202, 212. Ck también Fig. 13.4. Acerca de la paleta de Hathor, proventente de Guerza, cf. Vandier, a 443; Fartovich, 1987, 9; Adams, 1988, 48; Midant-Reynes, 1992, 183-184; Vercoutter, 1992, 183-184. Cf. también Fig. 7 sobre algunos vasos y tablillas de marfil que parecen shadir a la procedencia de los productos contenidos en ‘esos vasos y que constituyen los primeros testimonios fehacientes de un sistema de escritura, es decir, de una Practica eminentemente estatal”. ‘De amefdo con Dreyer, las inscripciones sobre los vasos podrian proveer el nombre de los monarcas alli enterrailos y, sobre la base de su mayor frecuencia, ha identificado al rey sepultado en la tumba U-j como “Escorpién I" ”. De hecho, recientemente ha sido descubierta wna inscripcién rupesir# en Dyebel Chauti, en el desierto occidental, al oeste de Tebas, que parece conmemorar una temprana victoria militar de un gobernan- te que podria denominarse Horus Escorpiéin, y que podria ser “aparentemente el Escorpin de la turnba U-j de Abidos"*. En todo ca8o, mas ala de la identidad especifica del ocupante de la tumba U4, lo que permanece fuera de toda duda es el carécter estatal del Cementerio U de Abidos, as came su condicién de antecedenté directo de las tumbas reales de la Dinastia I situadas en el contiguo Cementerio B. Por cierto, las diferencias cualitativas que pueden ser detectadas en’ sitios como Hieracémpolis, Nagada ‘© abidos a partir de mediados de Nagada II no constituyen la regla en el Alto Egipto sino mas bien la excep- cién, En la mayor parte de los asentamientos conocidos se verifica una notable continuidad en el tipo de préc- ticas mortuorias ejecutadas por la Comunidad, a veces con clerta tendencia al crecimiento cuantitativo de los bbienes constitutivos de algunos ajuares fiierarios, Jo cual es indicid de la existencia de una alte de jefamsra, pero sin la aparici6n de patrones de enterramiento fuertemente divergentes. Asi, por ejemplo, hemos indicado ‘gue en Guebelein —un sitio cercano a Hleracémpolis— no se presentan cambios drasticos y que Ja aparicion aislada de un tejido con iconografia de tipo estatal probablemente deba atribuirse ala imposicion de un pa- tr6n de dominio exterior. Del mismo modo, también vimos que en la regién abidena, mientras el Cementerio U de Abidos comienza a registrar senstbles cambios asociables a tina élite estatal, el cementerio de la vecina Mabasn’a —que quizé habia sido e} principal foco de diferenciacién social durante la fase previa— no s6lo no presenta ese’mismo tipo de cambios sino que, haria finales de Nagada , comlenza a experimentar una senst- ‘ble disminucién del timago de las tumbas y la riqueza de sus ajuares funerarios, Por su parte, las necrépolis em la regién de Abadiya-Hu (un area entre Abidos y Nagada), que incluyen algunas tumbias de couisiderable 1" queza a finales de la fase Nagada |, también registran una disminucién del volumen y la riqueza promedio de Jas tumbas a partir de la fase Nagada I", ; ‘Una situaciéh similar se reftera en otros sitios del Alto Egipto. Por efemplo, en Naga ed-Dér, las tumbas del Cementerio N7000 presentan una moderada riqueza funeraria, a excepcién de algunas de ellas (como la * CE. Dreyer, 1998, CL también Dreyer 1992b, 295-298; 1993, 10-12; Dreyer er al, 1892, 33-35 y pl S y 7-9: Spencer, 1993, 74-76; Baines, 1995b, 107-108; Cervell6, 1996, 12-13; Clalowicz, 1996, 11-12;-Adams y Clalowicz, 1997, 17-18, Acerca del carécter estatal de Ja escritura, cf. Campagno, 1998, 65-67, 111-112. CE. también Figs. 2.6, 6.2, 7.7, 12.14, 15.1. » CE. Dreyer, 1992b, 297; 1998, 47-48. Este “Escorpian® seria un antecesor del personaje identiSicada com el mismo nombre «que aparece en la cflehre cabeza de maza hallada en ¢l depésito principal de Hieracémpolis. Acerca de uma docena de otros Bipotéticos nombres reales procedentes del Cementerio'U, deducidos solamente a'partir de la presencia dé otros siignos en Ja tumba Uj que —segiin o autor se relteran en otros documentos {estatuas de Min en Coptos, paleta de las Chadaces} cf. Dreyer, 1998, 178-180. ® Darnell y Darel, 2000. La traducsién es nuestra, * CE Petrie, 1901b, 33. Al respecto, cf Wilkinson (20002, 380-382), quien considera que Abadiya debid constimir durante £- zpes de Nagada I un centro equivalente a los existentes en Hieracémpolis, Nagada y Absdos, que habria entrado en crisis ‘comienzos de Nagada Tt coma consecuencia de la presién de los otros centrus, especialmente Abldos, dada su mayar prow rmidad, Comoquiera que haya sido, las tumbas de la segunda fase registran una reduccién de los promedios de riqueza (cf Castillos, 1997, tabla 2). CE también Bard, 1994, 12-13. “178 De los jefes-parientes a los reyes-dioses 7304, cuyo ajuar mas elaborado incluia bienes de procedencia asistica), que podrian haber pertenecido a jefes de la comunidad™. Por su parte, en relacién con Armant —uno de los sitios de este tipo mejor estudiados—, Bard indica que “posiblemente, las entierros mds ricos de Nagada led representan a individuas de mayor sta tus en la sociedad aldeana”. Sin embargo, “aunque la autoridad de algunos miembros de la sociedad aldeana probablemente se incremento a través del tiempo, el poder politico real no se desarrollé dentro de la unidad so- cial de pequefa escala de la aldea”. Las razones para ello podrian buscarse en la posicién geogréfica poco ventajosa de Armant respecto de los sitios més importantes: “es improbable que Armant fuera un centro ma- yor de intercambio de bienes exéticos y materias primas en el Fgipto Predindstico. Comparado con Nagada, el cementerio es pequerio. Las fuerzas de la centralizacién y la estratificacién social concomitante no deberian ser esperadas en Armant. Una sociedad de clases podria emerger en grandes centros como Nagada, no en peque- fas aldeas campesinas como Armant” *. Notablemente, hacia Nagada Ih se registra la presencia de dos gran- des tumbas construidas con ladrilios de adobe, en un area separada del antiguo cementerio de élite. Dado que tales tumbas no disponen en Armant de ningiin antecedente que pudiera prefigurar ese cambio, “una hipéte- sis razonable es que esos tipos de tumbas se desarrollaron en otra parte y fueron introducidas por fuerzas exte- riores al orden social existente en Armant*™. En efecto, esas tumbas podrian representar la imposicién de un nuevo orden para la sociedad de jefatura de Armant y su incorporacién a uno de los protoEstados ya existen- tes (por su proximidad, postblemente el de Nagada). ‘De este modo, la situacién que parece haberse constituido en el Alto Egipto en el transcurso de la fase ‘Nagada Ilc-d es la de una pluralidad de sociedades de jefatura que habrian quedado subordinadas a tres mi- eos, los cuales, habida cuenta de los testimonios disponibles, pueden ser considera‘los como *proto- estatales": Hieracémpolis, Nagada y Abidos. Clertamente, no hay forma de establecer los pormenores de ese proceso. Por un lado, Ja extensiém de cada uno de esos “proto-Estados" es simplemente conjetural: si aqui se ha sugerido que Guehelein pudo haber sido incorporado al ambito de control hieracompolitano, o que Armant pudo quedar bajo la érbita de Nagada, o que Abadiya y Naga ed-Dér pudieron someterse ai desninio de Abi- dos, se trata de probahilidades sustentadas basicamente en la proximidad geografica de cada una de esas co- munidades a cada uno de los centros “proto-estatales”. Por otro lado, no hay elementos que permitan elaborar Ja secuencia especifica de sucesos: algunas comunidades podrian haber sido rapidamente englobadas bajo la potencia expansiva de aquellos niicleos; otfas, en cambio, podrian haber preservado su autonomia por mayor tiempo. En todo caso, ya subordinadas o ain auténoms, esté claro que esas commidades 1 jugarian un pa- pel protagénico en el proceso de unificacién en curso. En el Alto Egipto, ese proceso conienzaria con tres par- ticipantes y culminaria con um ‘inico protagonista en escena. We qué modo se Ilev6 a cabo la unificacién del Alto Egipto? ,Qné tipo de relaciones entablaron entre si ‘e808 tres centros? A juzgar por la continuidad de las escenas vinculables a la guerra que son descriptas por la iconografia de Nagada II, la aparicién de estos micleos estatales no disip6 el clima de hostilidades en el que habia emergido la practica estatal. ¥ es posible suponer razones para ello: por un lado, en'la medida en que * Lythgoe y Dunham, 1965. Al respecto, cf. Castillas, 19822; Bard, 1994, 14; Savage, 1997, 226-268. Respecto de la tumba 7304, la presencia en ella de bienes de prestigio tales como cilindras-sellos mesopotimices, lapislazull y cobre resulta fuer- ‘temente tndicativa de la posiciéri de liderazgo que debié detentar e\ iadividuo alli enterrada. ™ Bard, 1994, 71, 70, 73. La traduecién es mestra. Cf. también Mond y Myers, 1937; Griswold, 1992, 196; Wilkinson, 1996, 81-82, * Bard, 1994, 94. La traduccién es nuestra. i despliegue de lo nuevo a7, siguiera existiendo mas de una unidad sociopolitica —aum cuando ahora se tratara de unidades estatales—, la compétencia por los bienes de prestigio podia continuar. Pero ademds, por otro lado, la existencia misma de los Estados podia impulsar los conflictos bélicos, y esto por dos motives. En primer lugar, porque el monopo- lio de la fuerza y la institucién de un vinculo permanente de dominacién ya habia sido probado con éxito co- ‘mo estrategia para eliminar la competencia de las cormnidades rivales, de modo que podia constituir ahora um “mnodelo” de accién politica hacia el exterior, Y en segundo lugar, porque la representacién que él pensa- miento egipcio habia trazado acerca del Estado —y ins precisamentte, de'su ciispide, el faraén—1o equipara- ba a una entidad divina todopoderosa, iano de cuyos predicados basicos era el de una practica siempre victo- iosa de la guerra, que imponia el orden por sobre el cans”. Este tltimo punto resulta fundamental, dado que la tepresentacién elaborada por el pensamiento egip- cio para procesar Ja practica estatal le conferiria a ésta un campo de accién completamente nuevo y no dedu- ible de las condiciones de su emergencia. En efecto, la prictica estatal habia emergido en el marco de los con- Aiicwos desatados entre una pluralidad de sociedades de jefatura en pugna por acaparar los blenes de prestigio provenientes de} exterior. El esteblecimiento de vinculos permanentes de dominacién —vale decir, estatales— entre las comunidades, algo impensable con anterforidad, se babfa revelado exitoso como estrategia para la obtencién monopilica de aquellos bienes. Pero ademas, en la medida en que‘ el polo estatal de esos nuevos vinaulos foe interpretado en términos de divinidad, en la medida en que los reyes fueran vistas como dioses y Jos dioses fueron vistos camo reyes", Ja extensién de la préctica estatal hacia nuevas latimdes podia ser en- tendlida ahora como la afirmacién del mandato divino, como la imsposicign del orden querido por los dioses ‘en Jas tierras tinicamente hiabitadas por las fuerzas del caos. De hecho, dos de las escenas decoradas en la Tumba 100 de Hieracémpolis que hemios cousiderado —la del Sefior de los Animales y la del rey ejecutando a sus enemigos con la maza— atestiguan la temprana creencia en las cualidadés del monarca como aquél que impone e orden divin. Por cierto, la expansion del Estado reafirmaria y multiplicaria la corrienté de bienes de prestigio hacia la nueva élite estatal. Sin embargo, €l objetivo hasico de las guerras ya era otro. Una vez que imibo de adquirir un lugar en el universo de lo pen- sable, la practica estatal comenzé a ser percibida como una manifestacién de la vohintad de los dioses. Su éx- tensién podria comenzar a ser vista como despliegue del plan divino, el cual implicaba el advenimiento de ‘i'r, del orden justo, en aquellas regiones donde sélo prevalecia el caos™. En este marcd, si simulténeamente hubieran prevalecido en el Alto Feipto dos o tres organizaciones sociales de tipo estdtal como Hieracémpolis, ‘Nagada y Abidos, con concepciones similares acerca del sentido de la préctica estatal, es may posible que pronto entraran en conflicta. Es mAs, tratandose de sociedades estructuralmente similares, es posible también que se hubieran visualizado mutuamente como antagonistas. >” Cf. Campagna, 1998a, 71-75. Cabe destacar que, en el valle del Nilo, ese nexo entre lo estatal y lo divino no se daria en un completo vacio sino en él marco de tn pensamiento que —como ex otras sociedades africanas— ya estabs habimado a can cebtrlo paliticn yo sagratio en unidad. % Ct. Campagno, 19962, 69-78; 1998b, 237243. . » Assmann (1989, 133-133) ha sugerido na interesante bomalogia entre ¢! parentesco como principio basico de articila- cién de solidaridadies en las sociedades no-estauies y mit coma principio sdeol6gico anélogo en la sociedad faraénica. De acuerdo con el autor, la apariciém del Estado implicaba “runsformar los principles originales de cohesién social rales como el Intercambio de domes la soldaridad consamgutned en princtpios mAs abstractas y mds generales, aptas para servir de base una forma infintamente mayor de asoctacién humana, la del Estado faraénica, Tal era el problema para el que la doctrina de ‘ma‘at constuia la solucién” (B. 134; 1a traduecién es muestra). En efecto, i bien en la sociedad estatal la préctica del paren- tesco contimaria articulando el futerior de tada comunidad aldeana, habia ahora un nuevo principio daminante a escala ‘global —1a propia préctica estatal— que era representado par el pensamiento egipcio.como el vortice de la imposicign del orden jasto (mi pre-establecida por los dioses y ejecutado en la Tierra pot el rey-dios, el fara. 190 De los jefes-parientes alos reyes-dioses Ahora bien, vayamos por partes. ;Qué puede decirse de las Telaciones trazadas entre Hieracompolis y ‘Nagada? En rigor, no existe evidencia directa para establecer de modo seguro los vinculos establecidos entre ambos centros hacia finales del periodo Predinastico. Sin embargo, existen dos tipos de indicios para asumir Ja imposicién del Estado hieracompolitano sobre el nagadense. Por una parte, se ba vinculado la temprana re- ladén entre Hieracémpolis y Nagada a la posterior relacién existente entre Jos dioses adorados en esos cen tros, respectivamente Horus y Seth. Dado que, en los relatos, ambos dioses eran los eternos antagonistas, peso que Horus era siempre el vencedor, y dado tambiém que —salvo contadas excepciones— el farabn se «= identificé siempre con el dios-haloén y no con Seth, se podria inferir de ello un predominio inicial de los se- guidores de Horus sobre los adoradores de Seth. Incluso podria pensarse que, si ya entonces el rey de Hiera- ‘cémpolis hubiera sido un Horus y si el réy de Nagada —como posteriormente el faraén Peribsen— hubiera si- do un Seth, la lucha entre ambos Estados habria podido adquirir Jas caracteristicas directas de un combate entre ambos dioses". En Ja misma linea inferencial, la concepcién egipcia de su territorio en térmiinos duales, esto es, el Alto Ezivto y el Bajo Eaipto —que posteriormente fue aplicada para distinguir el valle y el delta del Nilo~, pudo ser, en el inicio, una representacién acufiada en Hieracémpolis para distinguir ambos miicleos antagénicos. En ecto, como sefiala Vercoutter, Alto y Bajo Egipto son términos relativos, y Nagada est ent posicién de Bajo Ezipto para los habitantes de Hieracémpolis®. incluso més, el hecho de que, posteriormente, el Bajo Egipto ist6rico (el delta) fuera representado por una corona roja, wm simbolo aparentemente originario de Nagada augue disociaddo de sa probable antigua diosa (Nelth) y asociado hiego a otra divinidad altoegipda-(Uad- yet)— parece corresponder con una reformulacién del concepto de norte establecida siempre desde el extre- mo sur®, Pero por otra parte, més alld de este tipo de inferencias, el registro arqueolégico de Nagada presenta ‘una notable novedad a partir de la fase Nagada ML Se trata de una fuerte seducci6n en Ja calidad de los ajuares funerarios, en las dimensiones e inchnso en la cantidad de timbas existentes en relacién con los testimonios del periodo precedente. En efecto, “comparadas con las tumbas que datan de Nagada I, hay relativamente po- cas tumbas de Nagada Wl en los Cementerias N, B y T (1 Las tumbas de Nagada Il en Nagada muestran una 0 “Ct. Kemp, 1992 [1989], 47-56. CE. también Baines, 1991, 98-99; 1995b, 100, Redford, 1992, 14; Veronutrer, 1994, 406. “i hecho de que, en los relatos posteriores, Horus fuera astmilado al dios del orden por excelencia y Seth al dios de lo caé- ‘ica podria guardar, entonces, algiin tipo de vinculaciés con el thmfo de Hieracimspelis sobre Nagata y com la Teinvestidhura el dlos de los vencidos, asimilado ahora a las daftinas fuerzas del cans. En efecto, de acuerdo con Baines (1991, 98), "Naga- a fue defintivamente ectipsada a comien2os de Ja Primera Dinastia. Dado que las tiulas reales del Estado unificado siempre arecen haber enfocado sobre Horus, el «declinamienta» de Seth puede haber sido contemporineo con el dectinamiento de ‘Nagada* pa traduccién es nuestra}. Es derto, sin embargo, que la imagen de Horus como un dios supremo celeste puede ba- Derse generalizado en el valle del Nilo con anterioridad al proceso del sungimlento del Estado (al respecto, ct. fifra, cap. 9,1, nota 6. * Ct Vercouttes, 1992, 242: “Corviene remarcar que las nociones de «Bajor y «Alto» Eatpto 0 de Eztptas del y del «

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