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ena miedo, pero quin no tena miedo? A Marcelo lo que ms le


costaba era ese primer impulso. El primer paso. El arranque. Despus todo
era un poco ms fcil. Caminar rpido hacia el automvil detenido en el
semforo. Empezar a olvidarse de todo. Endurecerse. No se acostumbraba
al puo del 38 que le enfriaba la mano. Tampoco a la cara de sorpresa, y
despus de miedo, del dueo del automvil. l tambin senta miedo. Era
un mundo de miedo. Con el 38 y un grito ahogado lo sacaba del automvil.
Suba. Abra la otra puerta para que entrara Caito, su compaero, y sala a
mil dejando atrs gritos, insultos, miradas curiosas. Manejaba bien Marcelo, casi tan bien como don Aurelio, que era camionero. Escuch una sirena.
El mundo era de miedo y de sirenas. A veces se acordaba de don Aurelio,
su vecino. Don Aurelio le hablaba de paz, de amor, de Dios. "Marcelo, Dios
te quiere", le deca. El primer ruido fue terrible. Enseguida todo fue olor de
hojas, humo caliente, un dolor insoportable en las piernas. Todo era un
solo segundo. Vea a Caito tratando de abrir la puerta, lo vea gritar, vea la
sirena llegando, vea otro dolor en el pecho, los vidrios que le llenaron de
sangre la cara, supo de ms dolores, un soplo de ardor en el costado de su
cuerpo, dos ardores, tres, un vaco, ganas de vomitar. Vea otros gritos, los
vea desde lejos. Entonces not que todo era silencio. Empezar a olvidarse
de todo. Endurecerse. Vea el recuerdo de don Aurelio. Ahora era un recuerdo que se iba apagando entre brillos estridentes, violetas, rojos, oscuros,
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intensos, "Dios te quiere, Marcelo, te quiere".

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