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sage Deutscher (1907-1967), tan conocido por sus mo- numentales biografias de Trotski y Stalin, ha sido, junto con E.H. Carr, el mas destacado historiador de la re- volucién rusa y de la Unién Sovistica. HEREJES Y AE- NEGADOS es una colecciin de escritos muy polémicos, que abarca desde una critica de varios intelectuales ex-comunistas o izquictdistas (Silone, Koestier, Gide. Louis Fischer, Richard Wright, Spender y Orwell) hasta un anélisis de la sociedad y del estado soviéticos a la muerte de Stalin, pasando por varios ensayos b cos sobre el régimen bolchevique. Prélogo de Edward Hallett Carr. Traduccion de Juan Carlos Garcia Borrén. i | GARLOS BERMAN ISAAC DEUTSCHER HEREJES Y RENEGADOS EDICIONES ARIEL Eaplugues do Liobraget BARCELONA ‘Titulo original; HERETICS AND RENEGADES Cubiesta: Alberto Coraxén © 1955 y 1969: Tamara Deutscher © 1969 do Ia inteoduecién: Edward Hallett Carr © 1970 de Ia traduccion castellana para Espaiia y América: Ediciones Ariel, 8, A., Esphigues Go Liobregat (Barcelona) Depbsito legal: B. 21.94.1970 Impreso en Espaiia W910. Ark, 8, A, Av. J. Astonia, 186-138, Esplugwes de Liohregat - Barcelona INTRODUCCION La"prematura y lamentada muerte de Isaac Deuts- cher en agosto de 1967 ha incitado en todo el amplio eirculo de sus admiradores y lectores el deseo de re- visar su obra en total. Es posible que en cualquier es- timacién definitiva, para la que dificilmente podria creerse Iegado el momento, los numerosos articulos y ensayos de que fue autor en una gran diversidad de periddicos y revistas de todo el mundo, pesen poco en comparacién con sus grandes biografias de Stalin y ‘Trotski. No obstante, Dentscher les dedicé mucho tiem- po y mucha reflexién; fueron escritos simulténeamente con las obras més importantes, y forman una parte sustancial del Iegado literario de su autor. Muchos de ellos fueron ya reunidos y reimpresos, en vida de Deut- scher, Herejes y renegados es wna reedicién de un vo- lumen que aparecié por primera vez en 1955. Las conquistas y los fracasos de Ja revolucién rusa de 1917 fueron el tema en el que se centré todo el interés de Isaac Deutscher; su’ mérito ms sobresalien- te, casi ico, ha consistido en cémo pudo lograr una apreciacién profunda y equilibrada de tales conquistas y fracasos, Eso es lo que hizo de él una figura polé- mica y lo que determiné su posicién —a medio cami- no entre los dogméticos y devotos fandticos por una parte, y los dogmiticos e implacables criticos por otra— entre los que han escrito sobre comunismo 0 sobre asuntos soviéticos, Deutscher no volvié nunca a la Unién Soviética desde los comienzos de la década de 1930; y ni su nombre ni sus escritos han sido nunca mencionados en la prensa soviética, excepto contadas ocasiones, en términos de oprobio. Pero, comoquiers que los devotos fandticos de la Unién Soviética han casi des: ‘ido en el mundo de habla inglesa de las dos uiltimas décadas, ha sido a los implacables ene- migos del régimen sovitico a quienes més a menudo se ha opuesto en sus escritos. Entre ese tipo de criti- cos, generalmente los mas amargados y_persistentes eran los ex-comunistas. Algunos de éstos formaron la punta de lanza de la mayoria de ataqnes a la obra de Deutscher. El titulo Herejes y renegados hace referencia a ese conflicto de ideas, aunque solamente tiene directa apli- cacién a la primera parte de este volumen, 0, més. exac- tamente, a su primer tema, una revisién del un tiempo famoso libro The God that Failed, en el que, hace unos veinte afios, seis distinguidos ex-comunistas mani- festaron su desilusién por la causa que anteriormente habian abrazado, De los seis, Ignazio Silone es con mucho el més simpatizante y persuasivo —en parte, sin duda, como indica Deutscher, por su condicién de miembro del partido comunista en el perfodo mas antiguo y genuinamente idealista de éste—; los que ‘ingresaron en los comunistas en la atmésfera ya més cfinica de la década de 1930, al hacerse comu- nistas se hicieron stalinistas, y, como ex-comunistas, son, en acertada frase de Deutscher, “stalinistas del revés”. Pero el ensayo de esa primera parte que a la ma- yoria de las personas les interesaré mds releer esta consagrado no a un ex-comunista, sino a otro izquier- dista desilusionado, George Orwell; y tiene Ja forma de una revisién de la tiltima novela de éste, 1984, El ensayo de Deutscher analiza las fuentes de Orwell —en primer lugar, Ja novela Nosotros, de Zamiatin, _* que Orwell habia lefdo en una traduccién francesa — y ofrece un estudio extraordinariamente sutil e impar- cial de los objetivos de Orwell y de las ambigiiedades de su. cuadro, basados, unos y otras, en una antigua y prolongada antipatia hacia Ia sociedad occidental, que tan bien conocia, y en un aborrecimiento, adqui- fido mds recientemente, de la sociedad rusa, que co- nocia por informes, Deutscher ve 1984 como una des- tilacién de la “desesperacién ilimitada” de Orwell, que anuncia el_advenimiento del “milenio negro, un milenio de condenacién”. No estaria bien que yo pasase en silencio la larga nota, escrita en 1954 y reimpresa aqui, sobre los cinco primeros vohimenes de mi Historia de la Rusia sovié- ica, especialmente cuando dicha nota arroja mucha Inz lateral sobre aspectos de Ia concepein que de la historia soviética de los primeros afios tiene el. propio Deutscher. Este me lama “gran respetador de la poli- tica, y despreciador —a veces— de los principios y Jas ideas revolucionarias”, y habla de mi “impaciencia ante las utopias, los suefios y la agitacién revoluciona- ria”. Yo deberia esforzarme en corregir cualquier ten- dencia de ese tipo que haya en mi, Pero zno se inclina Deutscher del lado contrario? zNo fija a veces su mi- rada tan atentamente en utopias revolucionarias y en ideas revolucionarias, que pasa por alto los motivos i agconveniaiclaqué’con essence. banichaend cle politica, incluso en el lo de Lenin? Es notorio que asf es en su critica de mi narracién de las nego- ciaciones germano-soviéticas que condujeron a Rapallo. Proyectar sobre aquellos acontecimientos anteriores los ‘modos stalinistas de 1939 serfa, desde Inego, un ana- cronismo total; en aquel tiempo la Rusia soviética no ensaba en recobrar los territorios perdidos en bene- de Polonia. Pero si Deutscher hubiera podido leer los numerosos documentos, conservados en los archivos alemanes, de las conversaciones con Chicherin, Kopp, 7 y otros negociadores soviéticos, antes y después de Rapallo, no habria escrito que ¢! suefio alemdn de “des membrar Polonia con Ja ayuda soviética ... no consiguié respuesta alguna de parte de la democracia soviética oar gobierno bolchevique”, 0 que los estadistas sovié- ticos no estaban dispuestos a “jugar la carta polaca”. Después de la invasién polaca de 1920, el miedo y la desconfianza sentida ante una Polonia agrandada y engrefda ge las ee de Versalles y de la época que signié a Versalles, pesaron mas que cnalquier idea revolucionaria que hubiera podido inhibir a los sovié- ‘ticos de un trato con Ja Alemania de Weimar. Pero la dedicacién de Isaac Deutscher a los prin- cipios de la revolucién, aunque pueda haberle levado a una ocasional interpretacién unilateral, fue um in- menso manantial de fuerza. En la batalla constante, que generalmente acaba en compromiso, entre los prin- cipios y los motivos de conveniencia, el utopismo y el ealismo, la fe y el cinismo, el optimismo y la desespe- racién, Deutscher se puso resueltamente del lado de os primeros, Como heredero de la Tlustracién y del marxismo, erefa firmemente en la raz6n, y en la posi- bilidad de extender el control racional sobre los des- tinos humanos, Tse es hoy un modo de ver raro y que no esti de moda, Pero tanto mds yalioso resulta el prser de vista los utilitarismos. Aquella creencia fue ia que inspiré su penetrante critica de la desespera- cién de George Orwell, y la que hizo de Deutscher, en los quince dltimos afios de su vida, un estudioso de Jos asuntos soviéticos mucho més eficaz que la multi- tad de criticos que habian tratado de desacreditar su utopismo y su optimismo. Isaac Deutscher entendié, con més claridad que la mayorla, que Ja gran expansién industrial de la Unién Soviética en Jos dltimos cuarenta afios, la difusién de Jos servicios sociales y de la educacién — alfabetizacién para todos y educacién superior para un circulo siempre , crecionte de administradores, directores y dirigentes po- liticos — habfan transformado de cabo a rabo la socie- dad, y habfan producido nuevas fuerzas y muevas de- mandas que un dia tienen que manifestarse. Con répida visién, percibié — y escribié publicamente a los pocos dias de la muerte de Stalin — que el final de Stalin tenia pe traer el final del stalinismo, al dar suelta a las juerzas reprimidas de la revuelta y la reforma, Aquellos pronésticos, que en lo fundamental han sido justif- cados por los acontecimientos, fueron el tema de Rusia deoprite de Stalin, publicado en 1953 , Cuando se publics Herejes y renegados, en 1955, Ja era de Jruschov acababa de empezar, y todavia ten- defan ge esperar un aio ns sensacionales revelacio- nes del XX congreso del partido comunista, Era un momento de transicién. En el combinado que se ofrece en este volumen, hay tres articulos que ilustran la almésfera de aquel tiempo: un cuadro de los iiltimos afios del gobierno de Stalin, escrito en 1955, una répli- ca a los criticos de Rusia después de Stalin, y una des- cripcién de los primeros meses del deshielo literario inieiado en 1953, Un cuarto articulo, escrito a los pocos djas de la caida de Beria, es una de las raras incur- siones de Deutscher en la kremlinologia — arte de especular en el papel personal de los individuos diri- gentes—, un género que, por lo general, eludié. Su fuerte fue siempre el andlisis de las tendencias a largo plazo, no el episodio sensacional de actualidad. ‘A todo lo largo de esos artfenlos, el mensaje de Deutscher es siempre un mensaje de esperanza. En el momento culminante del culto a Stalin, “parecfa como si la historia de Rusia se hubiese detenido”. Pero eso era una ilusién éptica: “la apariencia de estancamiento ocultaba un movimiento inmenso”. Después de la muerte de Stalin, y del deshielo, escribia: “una recaida prolongada en el stalinismo es muy improbable”; por- que la historia ha “abierto un nuevo capitulo en Rusia”, 9 La camisa de fuerza stalinista ajustaba bien a “una sociedad esencialmente primitiva, preindustrial, entre- gada a una ferviente industrializacién y_colectiviza- ibn”, Pero “un estado industrial modemo no puede permitir que sus energias creadoras estén tan constre- tidas, a menos que esté dispuesto a pagarlo con un definitivo estancamiento”. Las ambigtiedades de la si- tuacién quedan resumidas en una frase feliz: “La pro- sente estructura social de la Unién Soviética estd ya establecida demasiado firmemente para deshacerse, pero no lo bastante firmemente para que funcione del todo por si misma, sin coercién desde arriba”. El tema permanecia abierto cuando se escribieron aquellos articulos; y, a pesar de muchos cambios dra- miticos en la década siguiente, hoy continia abierto. No obstante, en el perfodo relativamente breve de los quince afios siguientes a la muerte de Stalin, la escena rusa ha experimentado una inmensa transformacién. Los cinicos y los pesimistas, que crefan que la revolu- cién habia sido congelada por Stalin en un molde totalitario irrompible, han sido desmentidos. Jruschov ¢ simplemente un Stalin con traje de fantasia; y Ja cautela y las vacilaciones de los dirigentes de hoy no oculian el fermento que late bajo la superficie. Parece inverosimil que un pueblo tan roso y tur- bulento, salido tan recientemente de la experiencia de la revolucién, vaya hundiéndose lentamente en un pro- ceso de estancamiento monétono y sin incidencias ‘no- tables. Parece inverostmil que el espiritu de la revolu- cién, y las visiones utépicas fomentadas por éste, hayan desapareeido por entero de Ia consciencia de Ia nueva generacién; y, si eso es cierto, la fe y el optimismo de que Isaac Deutscher fue tan persuasivo expositor siguen teniendo sélidos fundamentos. E. H. Carn Trinity College. Cambridge. 10 L t PREFACIO Algunos de los ensayos incluidos en el presente vo- Tumen aparecen aqui por primera yez; otros fueron escritos para diversos Festlicos britdnicos, norteame- ricanos y franceses, La mayor parte de esta coleccién consiste en escritos francamente polémicos; y el libro entero se ocupa del tema més polémico de nuestro tiempo: la sociedad soviética. Querria pensar que, aun- que escritos en momentos divers y desde énguls iferentes, estos ensayos poscen una cierta unidad de pensamiento, que vincula sus diferentes Iineas de ideas algo parecido a un esquema no premeditado. Pero soy también consciente de que, al presentarlos en forma de libro, me expongo de tna manera inevitable a es- cudrifiar las oscilaciones de mi pensamiento a lo largo de los afios. Pero sélo las mentes muertas no oscilan; y las oscilaciones de mis propias opiniones no. van, quizé, més allé de limites compatibles con una basica coherencia de perspectiva. He tratado de Sone una _visién analitica, socio- légica ¢ histérica de Ja sociedad soviética a las lamen- taciones de los ex-comunistas sobre el “Dios” que cayé,t y a sus gritos de desesperacién y denuneia, El lector puede detectar Ja misma nota fundamental —una nota ‘The God that Pailed Alusién a 1a obra, de varios autores, mn ia Introdtteeiém, 1 ("1 Dios que cay”), de Ta que se habl: i de nihil desperandum— que recorre todo este libro, desde las reflexiones sobre la “consciencia de los ex- comunistas”, hechas en los Estados Unidos, a comien- z05 de. 1950, en la caldeada atmésfera del proceso Hiss, a través del articulo sobre Orwell, escrito durante la controversia sobre 1984 que agitaba al piblico brité- nico, hasta el estudio del “fermento de ideas post- stalinisia”, con el que termina este volumen. El eonocimiento do la perspectiva histéion mo parece el mejor antidote contra el ivo pesimismo, ‘asi como contra el extravagante optimismo, acerca de Jos grandes problemas de nuestro tiempo (al menos, mientras no se trate del peligro de antodestruccién de Ja humanidad por las armas nucleares, un peligro al que el historiador no puede encontrar precedentes). Los “Ensayos histéricos”, y muchos pasajes desperdigados eS el resto de este libro, tratan en particular de corre- lacionar la experiencia de la revolucién rusa con la de la gran revolucién francesa, y averiguar en qué se ha repetido la historia y en qué no ha querido hacerlo. Otro grupo de escritos examina el fondo social y eco- némico Nee Unién Soviética durante el final de la era de Stalin, La ultima seccién del libro, “Rusia en transicién”, contiene una explicacién parcialmente hi- potética del asunto Beria; eserita en julio de 1953, anti- cipa bastante claramente la caida de Malenkoy, Ese ensayo. fue: escrito como epilogo a mi Kthro’ Rusia después de Stalin, para sus diversas ediciones europeas y asidticas; y el ptblico briténico lo ha conocido hasta ahora principalmente por extractos publicados en el Times. De los articulos y ensayos que he escrito en el curso de una amplia y a veces vehemente controversia inter- furctonalsorbeat eke después de Stalin, solamente in- cluyo aqui una réplica a mis eriticos franceses, Hay en ésta un punto que puede tener ahora mayor interés que el que tenia cuando fue escrito, a saber, el tema 12 de las implicaciones internacionales del crecimiento de Ja influencia militar en el régimen post-Stalin. Tengo una gran deuda con Mr. Donald Tyerman Dor su consejo juicioso, critico y paciente en la sclec- cién de estos ensayos. Debo igualmente agradecimien- to a los editores de The Times, The Times Literary Supplement, The Listener, Soviet Studies, The Repor- ter (Nueva York), Foreign Affairs (Nueva York) y Es- prit (Paris) por permitir la reimpresién de articulos que aparecieron en sus paginas, LD. 15 de febrero de 1955. Coulsdon, Surrey. 13 PRIMERA PARTE HEREJES Y RENEGADOS LA CONCIENCIA DE LOS EX-COMUNISTAS* Ignazio Silone cuenta que una vez dijo jocosamente a Togliatti, el Ider comunista italiano: “La lucha final sera entre los comunistas y los ex-comunistas”. Hay en esa broma una amarga gota de verdad, En las es- caramuzas de propaganda contra la U.RSS. y el co- munismo, Jos ex-comunistas 0 los cece aes de viaje son los tiradores mas activos. Con la displicencia Coe Je distingue de Silone, Arthur Koestler hace una ervacién similar: “A todos los comodones insulares anticomunistas anglosajones os pasa lo mismo, Odidis nuestros lamentos de Tenis y os resentis de tener- nos por aliados; pero, en fin de cuentas, nosotros, los ex-comunistas, somos las tinicas personas de vuestro bando que saben de qué se trata”. E) ex-comunista es el enfant terrible de la politica contempordnea, Aflora en los lugares y los rincones mis singulares. Nos aborda y nos obliga a escucharle en Berlin, para contar la historia de su “batalla de Stalin- grado”, librada all{, en Berlin, contra Stalin. Se le puede encontrar junto a de Gaulle: nada menos que André Malraux, el autor de La condicién humana, En el mas extraiio proceso politico de los Estados Unidos, Jos ex-comunistas han apuntado con el dedo, durante meses, a Alger Hiss, Otra ex-comunista, Ruth Fischer, denuncia a su hermano, Gerhart Eisler, y echa en cara 2, Esto ensayo aparecié como reseiia de The God that Palled 1 The Reporter (Nueva York), abril de 1950, 15 a los britanicos que no le entregasen a los Estados Um- dos. Un ex-trotskista, James Burnham flagela a los hombres de negocios norteamericanos por su verdadera © supuesta falta de conciencia de clase capitalista, y es- boza un programa de accién para nada menos que la derrota universal del comunismo. Y, ahora, seis escri- tores —Koestler, Silone, André Gide, Louis Fischer, Richard Waight y Stephen Spender — se retinen para exhibir y destruir al Dios que cayé. La “legién” de los ex-comunistas no marcha en es- trecha formacién, Est4 desperdigada y ofrece un espec- tro amplio y prolongado. Sus miembros se parecen mucho los unos a los otros, pero también difieren. Tie- nen rasgos comunes y caracteristicas individuales. Todos han abandonado un ejército y un campamento: algu- nos como objetores de conciencia, algumos como deser- tores, y otros como merodeadores. Unos cuantos se aferran serenamente a sus objeciones de conciencia, mientras que otros reclaman yoeiferantemente comisio- nes en un ejército al que se han opnesto de un modo encarnizado, Todos ellos llevan sobre si pedazos y an- drajos del antiguo uniforme, complementados con los mas fantisticos y sorprendentes trapos nuevos. Y todos jlevan dentro de si sus comunes resentimientos y sus reminiscencias individuales. ‘Algunos se unicron al partido en un cierto momento y otros en un momento distinto; Ja fecha de su incor- poracién es de gran interés para comprender sus expe- riencias ulteriores. Por ejemplo, aquellos que entraron en el partido en los afios veinte legaron a un movi- miento en el que el idealismo revolucionario encon- traba muchas oportunidades. La estractora del partido era todavia fluida; no habia entrado atm en el molde totalitario, La integridad intelectual se valoraba alin en un comunista; atm no se habia rendido al bien de la raison @état de Mosc, Los que se unieron al partido en la década de 1980 comenzaron su experiencia a un 16 nivel mucho ms bajo. Desde el principio fueron ma- nipulados como teclutas en los cuarteles del. partido por los sargentos mayores del. partido, Esa diferencia es significativa para la cualidad de Jas reminiscencias de los ex-comunistas. Silone, que se unié eee en 1921, recuerda su primer contacto con dero entusiasmo; sus recuerdos transmiten plenamente Ja excitacién intelectual y el entusiasmo moral que latian en aquellos tempranos dias, Los recuerdos de Koestler y pe que Iegaron al par- tido después de 1980, revelan la. completa esterilidad moral ¢ intelectual de su primer contacto, Silone y sus camara so cuparon intensamente de ideas fanda- ales, antes y después de ser absorbidos por Jos afanes et deber anced la historia de Rooster su encuadramiento y cometido.en el partido dejan des. de el primer momento en la Sree ere de ideal y conviccién personal. El comunista de primera hora era un revolucionario antes de convertirse, o de que se supusiese que debfa convertirse, en una mario- neta. El comunista de alistamiento tardfo tuvo ie ee de respirar el genuino aire de la revo- No obstante, Jos motives originarios para su incor- poracién al partido fueron similares, si isan en teasi todos los casos: la caperioneia de Ia fausticia o de Ja degradacién social; ef sontimiento de inseguridad fomentado por crisis sociales 0 econémicas; y el anhelo de un ee ideal u objetivo, o de una guia intelectual digna de confianza, para moverse en el dificil labe- rinto de la sociedad moderna. Los neéfitos del comu- nismo sentian que las miserias del viejo orden capita- lista eran insoportables; y la luz brillante de la tevo- lucién rusa iluminaba con una extraordinaria nitidez aquellas miserias, E] socialismo, la sociedad sin clases, la desaparicién del estado: todo eso parecia a la vuelta de la esquina, Bi 2. —paorscuse Pocos nedfitos sospechaban Ia sangre, el sudor y las lagrimas que eee mis tarde, E] intelectual con- vyertido al comunismo parecia a sus propios ojos un nuevo Prometeo, excepto que no estaba encadenado a Ia roca por la ira de Jupiter, “A partir de aquel momento [as{ recuerda ahora Koestler su propio estado de nimo en aquellos dias] nada podia perturbar la serenidad y la paz interior del converso, a no ser ed miedo ocasional a perder de nuevo la fe... ‘Nuestro ex-comunista denuncia ahora amargamente la traicién de sus esperanzas. ¥ le parece que tal cosa casi no ha tenido precedentes, No obstante, cuando describe con elocuencia sus primeras esperanzas e ilu- siones, detectamos un tono extrafiamente familiar, Exac- tamente de la misma manera rememoraban el desilusio- nado Wordsworth y sus contempordneos sus primeros entusiasmos juveniles por la revolucién francesa: Bliss was it in that dawn to be alive, But to be young twas very heaven! * El comunista intelectual que se aparta emocional- mente de su partido puede pretender para s{ una noble ascendencia, Beethaven hizo pedazos la primera pégina de su Heroica, en la que habia puesto la dedicatoria de su sinfonia a Napoledn, tan pronto como supo ae el primer consul se disponia a subir a un trond, Words- worth lamé a la coronacién de Napoleén “un triste xevés para toda la humanidad”. En toda Europa los entusiastas de la revolucién francesa quedaron aturdi- dos al descubrir que el corso liberador de los pueblos y enemigo de los tiranos era a su vez un Hirano y un PNG al mismo modo, los Wordsworth de nuestros 2. En aguella aurora era una felicidad estar vivo; ipero ser joven era el cielo mismo 18 dias se disgustaron al ver a Stalin fraternizar con Hitler y Ribbentrop. Aunque en nuestros dias no se habian creado nuevas Heroicas, las piginas con dedicatorias de sinfonfas no escritas fueron rotas igualmente con gran- des alardes, En The God that Failed, Louis Fischer trata de explicar, con unos ciertos aires de remordimiento y no muy convincentemente, por qué se adhirié tanto tiem- po al culto de Stalin. Analiza la variedad de motivos, unos de accién lenta y otros de accién rapida, que de- terminan el momento en que la persona se recobra de su apasionamiento por el stalinismo, La fuerza de la desilusién europea ante Napoleén fue casi igualmente irregular y caprichosa, Un gran poeta italiano, Ugo Fos- colo, que habia sido soldado de Napoleén y habia com- puesto una Oda @ Bonaparte, el liberador, se revolvié contra su idolo después del tratado de Campoformio, que debié pasmar a un “jacobino” de Venecia més 0 menos como el pacto nazi-soviético pasmé a los co- munistas polacos. Pero un hombre como Beethoven permanecié bajo el hechizo de Bonaparte durante sie- te aiios més, hasta que vio al déspota quitarse la méscara republicana, un hecho que abrié los ojos de Jos hombres de un modo comparable al de las purgas stalinianas de los afios treinta, No puede haber tragedia mayor que la de una gran revolucién que sucumbe al pufio que tenia que defenderla de sus enemigos, No puede haber espec- tdculo tan xepugnante como el de una tirania post- revolucionaria vestida con las banderas de la libertad. EI ex-comunista est moralmente tan justificado como lo estaba el jacobino al denunciar el especticulo y re- volverse contra él. Pero ges verdad, como Koestler pretende, que “los ex-comunistas son las tinicas personas ... que saben de qué se trata”? Puede aventurarse la afirmacién de que la verdad es exactamente lo contrario: de todas 19 las personas, las que menos saben’ de qué se: trata son los ex-comunistas. En cualquier ‘caso, Jas pretensiones pedagdgicas de los escritores ex-comunistas’ parecen groseramen- te exageradas, La mayoria de ellos (Silone es una no- table excepeién) no han estado nunica dentro del ver- dadero movimiento comunista, en el meollo de su or- ganizacién clandestina 0 abierta, Por regla general, se han movido en la orla literaria o periodistica del par- tido, Sus nociones de la doctrina y Ia ideologia co- munista han’ solido’ brotar de su propia intuicién li- teraria, que es a veces aguda, pero frecuentemente desorientadora, Avin peor es la caracteristica incapacidad del ex- comunista para la imparcialidad, Su reaccién emocio- nal contra su anterior miliou no le suelta de su garra mortal y le impide la comprensién del drama en que se vio implicado'0 medio’ implicado. El! cuadro del comunismo y del stalinismo que pinta el ex-comunista es el cuadro de una gigantesca camara de horrores intelectuales y morales. Al contemplarlo, el no iniciado se siente transportado de la politica a la demonologia. ‘A veces el efecto artistico puede ser vigoroso: horro- res y demonios entran en muchas obras maestras; pero es politicamente indigno de confianza, e incluso ‘peli- groso, Desde Iuego, la historia del stalinismo abunda en horrores, Pero ése no es mas que uno de sus ele- mentos; e incluso’ ése, el demoniaca, tiene que tra- ducirse en términos de motivos € intereses humanos. Y el excommmista ni siquiera intenta esa traduceién. En un raro relampago de auténtica autocritica, Koestler hace esta admision: “Por regla general, nuestros recuerdos xepresentan rominticamente el pasado. Pero cuando uno ha renun- eiado aun credo o ha sido traicionado por un amigo, Jo que funciona es el mecanismo opuesto, A la liz ‘conocimiento posterior, la experiencia original pierde 20 su inocencia, se macula y se yuelye agria en el re- cuerdo. En. estas. paginas he tratado de recobrar el estado de animo en que vivi originariamente las ex- periencias [en el partido comunista] relatadas, y sé que no lo he consegnido. No, he podido evitar la in- trusién de ironfa, cdlera y vergiienza; las pasiones de entonces parecen transformadas en perversiones; su certidumbre interior, en el universo cerrado en si mis- mo del drogaca; Iz sombra del. alambre de. espinos atraviesa. el campo de la memoria, Aquellos que fueron cautivados. por fe gran ilusién de nuestro tiempo y han vivido su orgia moral e intelectual, 0 se entregan a una nueva droga de tipo opuesto, o estén condenados a pagar su entrega a la primera con dolores de cabeza que les dnrar4n hasta el final de sus vidas.” Ese) no es necesariamente el ‘caso. de. todos los ex-comunistas, Es posible que algunos sientan’ que su experiencia ha estado libre de los mérbidos arméni- c0s descritos por Koestler. Sin embargo, éste ha dado en ese pasaje una caracterizacién veraz y honrada del tipo de ex-comunista al que él mismo pertenece, Pero es dificil concordar ese autorretrato con su_ otra. pre- tensién de que la, cofradia en. cuyo nombre habla sean, “las inicas personas. .... que. saben. de qué. se trata”, Con el. mismo derecho, quien haya sufrido un shock traumético puede pretender que es él. el tinico que realmente entiende de heridas y de cirugia. Lo uni- co que el intelectual ex-comunista sabe, 0, mejor dicho, siente, es la naturaleza de. su propia enfermedad;, pero ignore el carctex de a violencia externa que a ha pro- lucido y su posible terapéutica, Ese emocionalismo irracional domina Ja evolicién de muchos ex-comunistas, “La Idgica de la oposicién a toda costa — dice Silone— ha Ievado a muchos ex-comunistas muy lejos de sus puntos de partida; en algunos casos, hasta el fascismo,” sCudles fueron aque- los. puntos de partida? Casi todos los ex-comunistas 21 rompieron con el partido en nombre del comunismo. Casi todos ellos se propusieron defender el ideal del socialismo de los abusos de una burocracia sometida a Mosci, Casi todos empezaron por vaciar el agua sucia de la revolucién rusa para proteger al nifio que se estaba bafiando en ella. Mas pronto o més tarde, aquellas intenciones se olvidan 0 se abandonan, Después de romper con una burocracia de partido en nombre del commismo, el hereje rompe con el comunismo. Pretende haber descu- bierto que la raiz del mal alcanza una profundidad mucho mayor de lo que él imaging al principio, aun cuando es ‘posible que su ahondamiento en busca de aquella raiz haya sido muy perezosa y superficial. El ex-comunista no defiende ya el socialismo de los abusos = escrupulosos; lo que ahora hace es defender a la sumanidad de la falacia del socialismo. Ya no trata de vaciar el agua sucia de la revolucién rusa para pro- teger al nifio del baiio: descubre que el nifio es un monstruo al que hay que estrangular. El hereje se convierte asi en renegado. En qué medida se aparte de su punto de partida, y, como dice Silone, se convierta en fascista 0 no, de- pende de las inclinaciones y gustos del ex-comunista: una estiipida caza de herejes stalinistas leva a menudo a extremos al ex-comunista, Pero, cualesquiera que sean los matices de las distintas actitudes individuales, gene- ralmente el intelectual ex-comunista deja de oponerse al capitalism, A menudo une sus fuerzas a los defen- sores de éste, y aporta a esa tarea la falta de escrépulos, Ja estrechez mental, el desprecio a la verdad y el odio intenso que le fue imbuido por el stalinismo. Continta siendo un sectario, Es um stalinista vuelto del revés Sigue viendo el mundo en blanco y negro, sdlo que ahora los colores se distribuyen de modo distinto, Como comunista, no ve diferencia entre los fascistas y los so- cialdemécratas. Como anticomunista, no ve diferencia entre el nazismo y el comunismo. En otro tiempo acept6 Ia infalibilidad del partido; ahora se cree infalible a si mismo. Después de haber sido arrebatado por la “ma- yor ilusién”, est4 ahora obsesionado por la mayor desi- Jusién de nuestro tiempo. Su anterior ilusién suponia al menos un ideal posi- tivo, Su desilusién actual es enteramente negativa, En consecuencia, su papel es intelectual y politicamente infecundo, También en eso se parece al amargado ex- jacobino de la época napolednica, Wordsworth y Cole- ridge estaban fatalmente obsesionados por el “peligro jacobino”; su miedo amortigué incluso su genio pottico. Fue Coleridge quien denuncié en la CAmara de los Comunes un proyecto de ley de prevencién de la cruel- dad contra los animales como “el mejor ejemplo de- jacobinismo legislativo”, El ex-jacobino a ser el apuntador de Ja reaccién antijacobina en Inglaterra. Di- recta o indirectamente, su influencia se encuentra detris de las leyes contra los escritos sediciosos y la correspon- dencia traidora, de précticas traidoras y de reuniones sediciosas (1792-94), detrés de la derrota de las refor- mmas parlamentarias, detrés de la suspensién del acta de eas corpus, y del aplazamiento, durante toda una generacién, de la emancipacién de las minorias reli- giosas de Inglaterra. Y, en vista de que el conflicto con la Francia revolucionaria “no era ocasién de hacer experimentos azarosos”, también al mercado de es- clavos se le concedié derecho a la vida ... en nombre de Ja libertad. Exactamente de la misma manera, nuestros ex- comunistas, por la mejor de las razones, hacen las cosas mis execrables. El ex-comunista avanza brevemente en primera linea en toda caza de brujas. Su ciego odio hacia su anterior ideal es una levadura para el conservadu- rismo contempordneo. No es raro que los ex-comunistas denuncien la més suave tendencia del “estado bene- factor” como “bolchevismo legislativo”. E] ex-comunista 23 hace una contribucién de peso al clima moral en que se incuba la contrapartida moderna de la reacoién anti- jacobina inglesa. La grotesca actuacién “del ex-comunista es un re- flejo de la situacién sin salida en que él mismo se en- cuentra. La situacién sin salida no es exclusivamente suya; él se encuentra ev el mismo callején en que toda una generaciéa leva una vida ineoherente y perpleja. E] paralelo histérico aqui trazado se eens paisje general do Ias dos épocas, El mundo esté esein- ido entre el stalinismo y la alianza anti-stalinista de modo muy parecido a como estuvo escindido entre la Francia napoleénica y la Santa Alianza. Es una escisién entre una revolucién “degenerada”, explotada por un déspota, y una agrupacién de intereses conservadores antes, aunque no exclusivos. En términos de pee Practica, la eleccién parece estar ahora, como estuvo entonces, limitada'a esas alternativas. Sin em- argo, los 10s buenos y malos de esa controversia estén’ tan adamente confundidos que, cual- quiera que sea la eleceién que se haga, y cualesquiera que sean los motives pricticos de la’ misma, es casi seguro que a la larga, y en el sentido mas ampliamente histérico, esté equivocada, ‘Un hombre fionrado y de mente critica podria re+ iliarse tan poco con Napoleén como con Stalin. Pero, a pesar de la violencia y engatios de Napoleén, el mensaje de la revolucién francesa sobrevivié para resonar amente durante todo el siglo xm. La Santa liberé a Europa de la opresién napoleb- nica y, por algim momento, su victoria fue aclamada por la mayorla de los , No obstante, lo guo Castlereagh, Metternich y Alejandro I tenian que of eer a la Europa “liberada” era meramente la con servacién de un viejo orden en descomposicién, Ast, los abusos y la agresividad de un imperio engendrado por la revolucién permitieron seguir viviendo al feudalismo europeo. fiso fue el més inesperada triunfo de los ex- ee clesEvch ekipeisia ave phaneonl Sos. tu0 lle mismos, y su causa antijacobina, aparecieron coma ana- cronismos viciosos y ridiculos. En el ao de la derrota de Napoleén, Shelley escribié a Wordsworth: In honoured poverty thy voice did weave Songs consecrate to truth and liberty — Deserting these, thou leavest me to grieve, Thus having been, that thou shouldst caese to be. Si nuestros ex-comunistas tuviesen algin sentido his- térico, harian bien en ponderar esa leccién. ‘Algunos de’ los animadores'ex-jacobinos de Ia reac- cién antijacobina tenfan tan pocos escrépulos ante su * cambio de chaqueta como los Burnhams y los Ruth Fischers de hoy, Otros sentian remordimientos, y se excusaban mediante el recurso al sentimiento patriético, 0 a una flosoffa del mal menor, 0 a ambas cosas, para explicar por qué habian tomado el partido de las viejas dinastias contra un emperador advenedizo. Aunque no negasen los vieios de las cortes y de los gobiemnos que en otro tiempo habfan denunciado, alegaban que aque- los gobiernos eran més liberales que Napoleén. Eso era sin duda verdad en el caso del gobierno de Pitt, aunque a la larga la influencia social y politica de la Francia napolednica en la civilizacién europea fuese: més per- manente y fecunda que Ia de la Inglaterra de Pitt; y no hay ni que hablar de la Austria de Metternich o la Rusia del zar Alejandro. “|Qué pestle todas las‘me- i esperanzas de la tierra estén puestas en til”: ése el suspiro de resignacién con que Wordsworth so reconcilié con la Inglaterra de Pitt. “Mucho mds abyec- to es tu enemigo”, era su formula de reconciliacién, 1. Eu una honrada, pobreza ti vor teiié / cantos consagrados verdad y la libertad. / AL abandonarlos, me haces qué lamen- i i erlo, ala to '/ quo, habiendo sido asi, hayas dejado de 25 “Muchisimo mds abyecto es tu enemigo”, podria haber sido el lema de The God that Failed y nes filosofia del mal menor expuesta en sus paginas, ardor con que los eocetenmarO kor Hes ae al Occidente contra Rusia y el comunismo es a veces enfriado por la incertidumbre 0 por una inbibicién ideo- Iégica residual. La incertidumbre aparece entre lineas de sus confesiones, 0 en curiosos apartes. Silone, por ejemplo, describe atin la Italia pre-mus- soliniana contra la que, en su condicién de comunista, se habja rebelado, como “pseudodemocritica”. Apenas cree que Ja Italia post-mussoliniana sea mejor, pero ve a su enemigo staliniano como “mds, mucho més abyec- to”. En mayor medida que los demas coautores del li- bro que comentamos, Silone tiene conciencia del pre- cio que Jos europeos de su_generacién han pagado ya por la aceptacién de filosofias de mal menor, Louis Fis- cher aboga por la “doble repulsa” del comunismo y del capitalismo, pero su repulsa de este ultimo suena a dlébil Eormula para salvar la cara; y su culto recién des- cubierto del gandhismo no hace otra impresién que la de un escapismo embarazoso. Pero es Koestler quien, ocasionalmente, en medio de toda su afectacién de fre- nest anticomunista, revela algunas curiosas reservas mentales: *...si revisamos la historia — dice — y com- paramos los fines elevados en cuyo nombre empiezan las Tevoluciones, con el triste final al que conducen, vemos una y otra vez cémo une civilizacién corrompida co- rrompe a sus propios productos revolucionarios” (e] sub- rayado es m(o). gHa meditado Koestler las implicacio- nes de sus propias palabras, 0 no hace otra cosa que acufiar un bon mot? Si el “producto revolucionario”, el comunismo, ha sido realmente “corrompido” por la ci- vilizacién contra la que se ha rebelado, entonces, por repulsivo que el producto pueda ser, la fuente del mal no est4 en el mismo, sino én aquella civilizacién. Y eso ser asi con independencia del celo con que el propio 6 Koestler pueda hacer de abogado de los “defensores” de la civilizacién a lo Chambers. Adn mAs sorprendente es otro pensamiento — ¢o qui- zs es también solamente un bon mot?— con el que Koestler pone inesperadamente fin a su confesién: “Servi al partido comunista durante siete afios, el mismo tiempo que Jacob pastored las ovejas de Laban para conseguir a Raquel. Comnda el tiempo estuvo cum- ido, la novia fue conducida a la oscura tienda de Jacob; hasta la mafiana siguiente no descubrié éste que sus ardores se habfan dirigido no a la amable Raquel, sino a la desagradable Lia. "Me pregunto oe se recuperé alguna vez de la conmocién emocional de haber dormido con una ilusién. Me pregunto si después crey haber crefdo alguna vez en aquélla, Me pregunto si el final feliz de la leyenda se repetird; porque, al precio de otros siete afios de esfuer- 08, Jacob obtuvo también a Raquel, y la ilusién se hizo carne. *Y los siete afios no le parecieron mis que unos po- cos dias, por el amor que le tenfa.” ino pensar que Jacob-Koestler se entrega a Ja ingrata reflexién ted oniee dejado autasiede precipitadamente de pastorear Ins ovejas de Labén-Sta- fin, en vez de esperar con paciencia a que su “ilusién se hiciese carne”. Mis palabras no pretenden censurar, ni menos cas- tigar, a nadie. Mi propésito, conviene repetirlo, es poner de relieve una confusién de ideas que el intelectual ex-comunista no es el tinico en padecer. En uno de sus articulos recientes, Koestler desahoga su irtitacién contra aquellos buenos viejos liberales que se escandalizaron por el exceso de celo anticomunista en un antiguo comunista y le vieron con el disgusto con que la gente ordinaria ve al “sacerdote que cuelg2 Ta sotana y se lleva a una muchacha al baile’ a Bueno, Jos buenos viejos liberales pueden tener ras zin, después de todo: es posible que ese tipo peculiar do anticomunista les parezca como un cura que cuelga Ja sotana y se “lleva al baile” no precisamente una mu- chacha, sino una ramera, La completa confusion inte- lectual y emocional del ex-comunista le hace inadecuado para toda actividad politica. Esta acosado por una vaga sensacién de haber traicionado o sus ideales anteriores 0 los ideales de la sociedad. burguesa; como Koestler, puede inchiso tener una nocién ambivalente de haber traicionado unos y otros. Entonces intenta suprimir su sentimiento de culpabilidad ¢ incertidumbre, 0 escon- derlo con una saleatoribe de extraordinaria certidum- bre y.frenética agresividad. Insiste en que el mundo deberia yer la ineémoda coneiencia que él padece como la més clara de Jas conciencias. Es posible que el ex- comunista deje de interesarse por toda causa que no sea ésta: Ja de su propia autojustificacién. Y, para cual- quier actividad paltien, ése es el mis peligroso de los motivos. Parece que la tinica actitud digna. que el intelec- tual ex-comunista puede adoptar es la de elevarse cu-dessus de la mélée, No puede unirse al campo stali- nista, nia la Santa Alianza anti-stalinista, sin hacer vio- lencia a lo mejor de si-mismo. Dejémosle, pues, que se mantenga aparte de ambos campos. Dejémosle que trate de recuperar el sentido critico y la imparcialidad: inte- lectual. Dejémosle superar la pequefia ambicién de me- ter un dedo en el pastel politico, Dejémosle en paz al menos con su propio yo, si el precio que ha de: pagar por una falsa paz con el mundo es la renuncia de si mismo y la denuncia de si mismo. Eso no quiere decir que el ex-comunista que sea —_— ° arene en. general, tame ee ala to- are de marfil.. (De su pasado le queda un desprecio Ta torre de marfil.) Bob al aicda ccna a ra gepede obseroacida, a una atalaya, Observar alerta y con im- 8 parcialidad. este inquieto caos de mundo, estar al ace- cho de lo que pueda brotar del mismo ¢ interpretarlo sine ira et studio; ése es ‘ahora el tinico servicio hono- rable que el intelectual ex-comunista puede ofrecer a una generacién en la que la observacién escrupulosa y la interpretacién honrada se han hecho tan tristemente raras. (No es chocante lo poco que se encuentra de observacién e interpretacién, y lo mucho de filosofismos y sermoneos, en los libros de la pléyade de los escri- tores ex-comunistas de talento?) Pero, gpuede ahora verdaderamente el intelectual ser un observador imparcial de'este mundo? Aunque el tomar partido le haga identificarse con causas que no son la suya, gno tiene igualmente que tomar partido? Bien, podemos recordar a algunos grandes “intelectua- ~ Jes” del pasado que, en una situacién similar, se nega- ron a identificarse con ninguna causa establecida, Su actitud parecia incomprensible a muchos de sus contem- neds: pero la historia ha probado que su juicio ha- ia sido mejor que las fobias y odios de su tiempo. Podemos mencionar aqui tres nombres: Jefferson, Goe- the y Shelley. Los tres, cada uno de ellos de una manera diferente, tuvieron que enfrentarse a la opcién entre la idea napoleénica y la Santa Alianza. Los tres, cada yno de ellos de manera diferente, se negaron a elegir. Jefferson fue el més leal de los amigos de la revo- Tucién francesa en él petiodo heroico de sus comienzos. Estaba dispuesto a perdonar incluso el tertor, pero se aparté con disgusto del “despotismo militar” de Napo- Jeéx. Sin embargo, ‘no tuvo trato alguno con los ene- migos de Bonaparte, los “hipdcritas liberadores” de Europa, como él les Hamaba. Su imparcialidad no era meramente lo que convenia al interés diplomatico de ‘una repiiblica joven y neutral; brotaba niaturalmente de las convieciones republicanas y de la pasién demo- cratica del propio Jefferson, ‘A diferencia de Jefferson, Goethe vivié en el mismo 29 eee cori de. la tormenta, Las fropad da [Napeledny, Jos soldados de Alejandro, por turno, establecieron sus cuar- feles en Weimar, Come ministro de su principe, Goethe se incliné de modo oportunista ante uno y otro invasor; oro como pena y como hombre se mantsvo m0 ‘comprometido y apartado. Exa consciente de la gran- deza de la revolucién francesa y estaba impresionado por sus horrores, Saludé el sonido de los catlones fran- beser ea: Valmny, como. la cbertura de una époce nueva ¥ mejor, y spo ver a través de las locuras de Nepola6n, Aclamé el momento en que Alemania se liberé de Na- poles te ae ages coptiencias de 16 ellowta dt quella "iberacién”. Su alejamiento, en ese y en otros asuntos, le valieron el sobrenombre de “el olimpico”; y no slenipre se pretendia que osa stiqueta fuese enalta- cedora, Pero su aspecto olimpico no se debia a su indi- feceacia. por:el destino. de-sus conteaipordnccs. Velaba su drama personal: su incapacidad y falta de ganas de identthoares oon casas que ezan win ipartzicable novel: tijo.do elementos buenca y. malos. Finalmente, Shelley contemplé. el choque de: los dos mundos con toda la ardiente pasién, ira y es a de que era capaz su gran alma joven: indudablemente goo era un “olimpico”. Aun asf, ni por tun momento acSpté las ‘pretensiones santurronss de aioguno do los beligerantes. A diferencia de los ex-jacchinos, mis viejos jue. 6 fuo Sol, la idee. rypablicanajacobing: Hn, 0 calictin. de cepublicenn,, 00 come. paldote fo. Inglaterra de Jorge TIT, dio la bienvenida a la eafda de Napolen, quel “esclavo sia. verdaderas. ambiciones” quo: Heald hed, esbrivlas sobre. ol sepulard dela: Ie- bertad”. Pero, como republiceno, sabia tambign que “Ia virtud tiene un enemigo mis eterno” que las violen- cias y los fraudes booapartistas; "la vieja costambre, el crimen. legal y la fo sanguinaria", encernados on, a Santa Alianza. Los tres — Jefferson, Goethe y Shelley — fueron en 80 cierto sentido ajenos al gran conflicto de su época, y por eso la interpretaron con mayor verdad y pene tracién que los asustados y odiadores partidistas de uno y otzo lado. Es una listima y una vergiienza que la mayor parte de los intelectuales ex-comunistas se inclinen a seguir Ja tradicién de Wordsworth y Coleridge mejor que la de Goethe y Shelley. 31 | LA TRAGICA VIDA DE UN MINISTRO POLROUGARO* Polrugaria no necesita ser exactamente localizada en el mapa, Baste decir que cae por alguna parte de los confines orientales de Europa. Ni tampoco hay que bus- car el nombre de Vicente Adriano, un alto funcionario jolrigaro, en ningtin Quién es quién, porque se trata Bec figura medio real, medio imaginaria. Las carac- teristicas y rasgos distintivos de Adriano pueden encon- ‘trarse en algunas de las personas que ahora gobiernan en los paises satélites de Rusia, y ni una sola de sus experiencias, aqui relatadas, ha sido inventada, No nece- sita especificarse e] puesto que ocupaba Adriano en su gobierno. Puede ser presidente, o primer ministro, 0 viceprimer ministro, o solamente ministro del Interior, 0 de Edueacién, Con toda probabilidad es miembro del jitburé, y se le conoce como uno de los pilares de la lemocracia popular on Polrugaria. Los periédicos de todo al muido Informen da rus palabras y de sus acton, Esté muy generalizado referirse a hombres del tipo de Adriano con los términos “servidores de Stalin”, “ma- rionetas de los rusos” y “jefes de Ia quinta columna del Cominform”. Si alguna de esas etiquetas le describiese adecuadamente, Adriano no seria digno de ninguna atencién especial. A buen seguro, tiene, inevitablemente, 1. Escrito en 1980, 82 algo de marioneta y de agente de una potencia extran- jera; pero es mucho mas que eso. Vicente Adriano esté, en todo caso, rondando los cincuenta afios; puede tener precisamente cincuenta, Su edad tiene importancia significativa, porque sus afios de formacién fueron los de la cosecha revolucionaria de la primera gran guerra, Procede de una familia de clase media que antes de 1914 habia gozado de cierta peridad, y habfa crefdo en la estabilidad de las tas, los gobiernos, las monedas y los principios morales, En su adolescencia, Adriano vio desmoronarse tres gran- des ce sin que ios nadie derramase una 14. rima, Luego vio a muchos gobiernos entrar y salir de existencia en una sucesin tan répida y sorprendente _ eres cat Sitpoatl Tlevar Ia cuenta de los mismos. ‘or término medio, habia una docena o una veintena por aiio, La lHegada de cualquiera de ellos era saludada como tin acontecimiento de los que hacen época; a cada sucesivo primer ministro se le recibia como a un sal- vador, Al cabo de algunas semanas, o dias, se le abu- cheaba y se le echaba a puntapiés como un desequi- librado, un bribén y un pelele. La moneda de Polrugaria, como la de todos los pai- ses vecinos, perdia su valor mes tras mes, y nego dia tras dia, y finalmente hora tras hora. El padre de Adria- no vendié su casa al empezar un afio; con el dinero que recibié por la venta solamente podia comprar dos cajas de cerillas al final del mismo afio. Ninguna com- binacién politica, ninguna institucién, ninguna costum- bre establecida, ninguna idea heredada parecia capaz de supervivencia, ‘También los principios morales estaban en crisis. La realidad cla perder su claridad de per- files, y esto. se alae and, ‘poesia, la pintura y la escultura de nuevo cuiio. EI joven se convencié con facilidad de que estaba siendo testigo de la decadencia de un orden social; de que ante sus mismos ojos el capitalismo estaba sucum- 3 5. — preteen biendo al ataque de su ia profunda locura, Le con- movieron los atusiastag manifestos de la Internacional Comunista firmados por Lenin y Trotski, No tardé en ser miembro del partido comunista. Como en Polrugaria el partido comunista estaba siendo salvajemente per- seguido —las penas por estar afiliado al mismo iban de einco afios de edrcel a muerte —, las personas que se tunjan entonces a aquél no lo hacfan pot motivos egofs- tas ni por arribismo. dat if Bob En cualquier caso, Adriano deseché sin vacilaciones las perspectivas de una carrera segura en el campo aca~ démico, para convertirse en un revolucionario profesio- nal. Le impulsaron a ello una simpatia idealista por los desvalidos y algo que él llamaba “conviccién cientffica”. Estudiando los icos del marxismo llegé 2 conven- cerse firmemente de que la propiedad privada de los medios de produccién y el concepto de estado nacional eran cadaveres insepultos, y que iban a ser reemplazados por una sociedad socialista internacional, que solamente podria ser promovida por una dictadura del proleta- riado. : Dictadura del proletarindo significaba no el gobier~ no dictatorial de una pandilla, ni atin menos de un jefe tinico, sino el predominio social y politico de las Clases trabajadoras, “la dictadura de wna irresistible ma- yoria de personas sobre un pufiado de explotadores, terratenientes semifeudales y grandes capitalistas”. Le- jos de repudiar la democracia, la dictadura del proleta- riado, pensaba, representaria la consumacién de Ia mis- ma, Llenarla de contenido la cascara vacla de la jgualdad formal, que era todo lo que la democracia burguesa podia ofrecer: igualdad social, ése era el con- tenido adecuado para aquella ciscara. Con tal visién del futuro, Adriano se sumergié profundamente en Ja co- rriente revolucionaria, ‘No necesitamos relatar en detalle la carrera revolu- cionaria de Adriano, que, hasta un cierto punto, se ajus- 84 6a un modelo tipico, Hubo los afios de labor peligrosa en la clandestinidad, en los que levé la vida del perse- guido sin nombre y sin direccién, Organizé huelgas, escribié para pen clandestinos y viajé por todo el pais estudiando condiciones sociales y constituyendo or- ‘ganizaciones. Vinieron luego los afios de prisién y tor- tura, y de anhelos en la soledad. La visién del futuro oe le Eo tenia que haberse adulterado algo con las utilidades practicas, los juegos de tactica, las majias de la organizacién, las tareas cotidianas de todo poli- tico, aun del que sirve a la revolucién. Con todo, su idealismo y su entusiasmo atin no habjan empezado a desvanecerse, Incluso en Ia prisién ayudaba a mantener a sus ca- * maradas firmes en sus convicciones, sus esperanzas y su orgullo por los propios sacrificios, Una vez condujo a varios centenares de presos politicos a una huelga A hambre. La huelga, que duré seis o siete semanas, fue una de las mds largas nunca habidas, El gobernador de la cércel sabia que para vencerla habla que vencer primero a Vicente Adriano. Unos guardias arrastraron Bor las plemas al enflaquecido Adrian, desde su oxida 1 sexto piso, por una escalera de hierro, golpeindole la cabeza contra los filos duros y herrumbrosos de los escalones, hasta que perdié el sentido, Vicente Adriano se convirtié en un héroe legendario, Con algunos de sus camaradas, se las arregl6 al fin para escapar de la prisién y marchar a Rusia. Por haber — varios afios en Moseti, ahora se dice a menudo le él que pertenece a ese “nticleo de agentes formados en Moscé que controlan Polrugaria”. Cuando él lee ocasionalmente tales rg aparece en sus labios una sonrisa tristemente irénica Cuando Adriano Megé a Mosct, poco después de 1930, no estaba entre los principales dirigentes del par- tido polrigaro. Ni tampoco le preocupaba grandemente su lugar en la jerarquia. toate oe preocupado por 35 fusién que se produjo en su mente cuando com- ogee pte meee sociedad. del fu- furo con la vida en la Unién Soviética bajo Stalin, Ape- nas se atrevia a admitir, ni siquiera en su propio inte- rior, Ja medida de su desilusin. También eso ha sido tan tipico de los hombres como él, que no necesitamos profundizar en ello, Igualmente tipicas fueron las pe- rogrulladas, las medias verdades y las ilusiones con que intentd sosegar su perturbada conciencia comunista, La sbreza heredada por Rusia, su aislamiento en un mun- Jo capitalist, log peligros que la amenazaban desde el exterior, el analfabetismo de sus masas, la pereza y falta de sentido de responsabilidad civica de las mismas, todo eso y més era evocado por Adriano para explicarse or qué la vida en Rusia caia tan espantosamente ale- jada del ideal. “|Ahl —suspiraba— si al menos la revolucién hubiera triunfado primeramente en una nacién més ci vilizada y avanzada! Pero hay que tomar la historia tal como es, y Rusia tiene al menos derecho al respeto y la gratitud que se deben al pionero, por muchas que sean las faltas y vicios de éste.” Adriano hacia cuanto pe por no ver las realidades de la vida que le ro- leaba. ‘Luego vinieron las grandes purgas de 1936-38. La mayoria de los dirigentes del partido polsigaro que habfan viyido exiliados en Mosca fueron fusilados como espias, saboteadates y agentes de la policia politica pol- rigara, Antes de morir, se hizo que ellos (e incluso sus mujeres, hermanos y hermanas) testimoniasen unos con- tra otros, Entre los deshonrados y ejecutados estaba uno de los que mas habian excitado el entusiasmo de Adria- no y sostenido su valor, el que le habia iniciado en los problemas més dificiles de la teorfa marxista, y al que ‘Adriano habia tenido por un hermano y un guia es- piritual, También Adriano tuyo que hacer frente a las aca- 86 saciones habituales. No obstante, por un giro de la suer- te, 0 quizés por el capricho del jefe de la C.P.U., Yez- hov, 0 de uno de sus secuaces, no tuvo que ponerse frente a un piquete de ejecucién. Fue deportado a un campo de trabajo en alguna parte del norte subpolar. Con otros muchos, trotskistas, zinovievistas, bujari- nistas, kulaks, nacionalistas ucranianos, bandidos y Ja- drones, antignos generales, antiguos profesores de uni- versidad y organizadores del partido, fue empleado en cortar Arboles y trasladarlos del bosque al depésito. El hielo, el hambre y Ja enfermedad diezmaban a los de- portados, pero las filas se mantenian constantemente Ile. nas mediante nuevos aportes de condenados. Adriano vio cémo las personas que le rodeaban eran primero reducidas a una lucha casi animal por Ja su- ~ pervivencia, cémo perdian luego la voluntad de luchar y sobrevivir, y cémo finalmente se derrumbaban y cafan como moscas. De algiin modo, su propia vitalidad no cedié. Siguié empufiando el hacha con sus manos hela- das. Cada tres 0 cuatro dias le correspond{a uncirse a s{ mismo, junto con otros compafieros, a una carreta cargada de madera y arrastrarla por wma Ianura cu- bierta de nieve y hielo hasta un depésito que distaba varias millas. Aquéllas eran las peores horas. No podia reconciliarse con el hecho de que él, el orgulloso revo- lucionario, estuviese siendo utilizado como bestia de carga en él pais de sus suefios. Todavia ahora siente un dolor punzante en su cora- zén siempre que piensa en aquellos dias, y por eso lee con una melancélica sonrisa los cuentos sobre la misteriosa “educacién en las actividades quintacolum- nistas” que recibié en Rusia. Con un fragmento de su mente, Adriano trataba de escrutar la marafia de circunstancias que habia detras de su extraordinaria degradacién. Por fa noche hablaba de ello con los otros deportados. El problema era vasto y tan confuso quo resultaba incomprensible. Algunos de 7 I Jos comunistas deportados decian que Stalin habia le- vado a efecto una contrarrevolucién en la que todas las conquistas de la revolucién de Lenin habfan sido des- trozadas. Otros mantenfan que los fundamentos de la revo- lucién —la propiedad publica y la economia colec- tivista— habian permanecido intactos, pero que, en Jugar de una sociedad socialista libre, estaba siendo edificada sobre aquellos fundamentos una terrorifica combinacién de socialismo y esclavitud. Las pers; tivas eran, pues, més diffciles que todo lo que ora haber sido imaginado, pero quiz4 quedaba alguna es- peranza, si no para la actual generacién, para la si- guiente, Era cierto que el stalinismo estaba desacredi- tando gravemente el ideal del socialismo, pero quizé Jo que quedaba del socialismo podria atm ser salvado del hundimiento. Adriano no podia reconfortarse ple- namente, pero se sentia inclinado a adoptar esta tlima opinién. ‘Los acontecimientos tomaron entonces una direc- cién tan fantdstica que ni la mas fértil imaginacién podria haberla concebido. Un dia, a finales de 1941 (los ejércitos de Hitler acababan de ser rechazados ante Jas puertas de Ja capital de la Unidn Soviética), Adria- no fue Iiberado del campo de concentracién y Ievado con grandes honores a Mosct, El Kremlin necesitaba urgentemente comunistas de Europa central y oriental ‘para dirigir las emisiones de px a las tierras ‘ocupadas por los nazis y establecer enlaces con Tos movimientos clandestinos detrés de las lineas enemi- gas. A causa de la importancia estratégica del pais, se necesitaban especialmente polrigaros. Pero ni uno sélo de los principales dirigentes del partido polnigaro es- taba vivo. Los pocos, de menor importancia, que se encontraban desperdigados en diversos Iugares de de- portacién, fueron apresuradamente devueltos a Mosed, Tehabilitados, y puestos a la tarea. La rehabilitaci6n 88 adopté la forma de una presentacién de excusas por re de la policia de seguridad, en el sentido de que deportacién del camarada Fulano de Tal habia sido un lamentable error. Varias veces pe se Adriano, puesto frente al micréfono, lanzaba al éter su confianza en la tierra del socialismo, ensalzaba a Stalin y sus logros, y Hamaba a los polrigaros para que se levantasen tras Jas lineas enemigas y se preparasen para la liberacién. Adriano advertfa vivamente la incongruencia de su situacién, Era ahora un agente de propaganda de sus encarceladores y torturadores, de los que habian ¥y destruido a los jefes del comunismo polri- garo, y al gue, entre ellos, era su amigo y guia. No podia ‘ni olvidar ni perdonar sinceramenté la agonia . y Ja vergiienza de las purgas. Y habia una parte de su mente que no podia nunca desentenderse de las Personas que habia dejado tras de si, en el campo ico. Pero no podfa negarse a la tarea asignada. Su nega- tiva habria sido un sabotaje al esfuerzo de la guerra, y el castigo habria sido la muerte o la deportacién. Por lo demés, no era sdlo por instinto de conservacién | Jo que hacia su tarea. Deseaba ayudar a la derrota le los nazis, y pensaba que para eso estaba bien unir es ee are ee y su abuela”... y con Stalin. Ni siquiera se trataba meramente de la derrota del nazismo. A pesar de todo lo que habia pasado, seguia abrazando sus antiguas ideas y es . Era toda- via un comunista. Miraba hacia el futuro, al fermento revolucionario que se difundiria por el mundo capita- lista. después de la guerra, Cuanto mas grave se hiciera su desilusién por la Unién Soviética, tanto mds intensa ‘era su. esperanza en que la victoria del comunismo en ‘otros paises regenerarfa el movimiento y lo liberaria de la desleal tutela del Kremlin, 2 9 Los mismos motivos le animaron a aceptar una pro- posicién que el propio Stalin le hizo algunos meses mis tarde, para que organizase un comité de liberacién polrigaro, del que fue nombrado secretario, Era seguro que el ejército rojo entrarfa en Polrugaria mas pronto o més tarde. El comité de liberacién seguiria su este- lay tendrfa que convertirse en el micleo del gobierno provisional. ‘Adriano estaba atareadisimo. Tenfa ahora a su cargo el enlace con la resistencia polrigara. Daba instruc- ciones a los emisarios que atravesaban las Iineas ene- migas o eran arrojados en paracaidas detris de las mismas, Recibia informes procedentes de las guerrillas en la zona ocupada por el enemigo y los transmitia a los centros superiores. Organizé la salida del pais y el traslado a Mosct de jefes de los partidos no-comu- nistas, incluso anticomunistas, y consiguié inducir a alguno de ellos a que se integrase en el comité de li- beracién. El desenlace de aquellos episodios es bien conoci- do. El comité de liberaci6n se convirtié en gobierno provisional y, luego, en gobierno de pleno derecho de Polrugaria, Los partidos no-comunistas fueron aparta- dos uno por uno, y suprimidos, Polrugaria se convirtié en una democracia popular. Adriano es uno de los pila- res del nuevo gobierno, y hasta ahora nada parece pre- pn su eclipse. No etme! 2 tio a salir de la trampa y tamy sido aplastado por ésta, ‘Ahora es doe iemnies cAdduaeeUise ‘parece no haber conocido munca un momento de duda o vacila- cién, Su ortodoxia stalinista no ha sido nunca puesta en cuestién, su devocién al partide nunca ha dismi- nuido, y se afirma que sus virtudes de jefe y estadista no han sido gee: El otro Adriano esté casi cons- tantemente atormentado por su conciencia comunista, es presa de eserispulos y miedos, de ilusiones y desilu- siones, El primero es expansivo y elocuente, el segun- 40 do reflexiona en silencio y no se abre ni ante sus mas viejos amigos. El primero actia, el segundo nunca deja de meditar, De 1945 a 1947 los dos Adrianos estuvieron casi reconciliados entre s{, En aquellos afios el partido de Polrugaria levé a cabo algunas de las reformas com- pletas y radicales que habian estado durante décadas inscritas en su programa, Estudié el problema de los latifundios polragaros, Repartié las grandes propieda- des semifeudales entre los campesinos hambrientos de tierras, Establecié la propiedad publica de las grandes industrias. Inicié planes impresionantes para el ulterior desarrollo industrial de un pais lamentablemente sub- desarrollado, Promovié grandes dosis de legislacién social progresiva y una ambiciosa reforma educacio- + nal, Esas conquistas Henaron a Adriano de verdadera alegria y orgullo. Después de todo, era para esas cosas por lo que habia sufrido en las cdrceles polrigaras. En aquellos aiios, ademés, Mosed, por sus propias razones, decia a los polrigaros que no debian mirar demasiado a Rusia como modelo, y que debfan en- contrar y seguir “sn propio camino hacia el socialismo”, “Para ies aquello oot decir que Polrugaria podrla ahorrarse la experiencia de las pur- gas y los campos de comenia, de la abyecta su- misién y del miedo, Comunismo, intenso desarrollo in- dustrial y. educativo, y cierta medida de verdadera libertad discutir con los compaiieros y criticar al poder; tal era, tal parecia ser, la conquista de un ideal. Lo que le preocupaba incluso entonces era que el prcblo de Polrugaria mostraba poco entusiasmo por revolucién. Indudablemente veian las ventajas y, en conjunto, la aprobaban. Pero se resentian de que la revolucién estuviese siendo levada a una altura ala que no aleanzaban, por personas a las que ellos no habian elegido, on no solian cuidarse de consultarles y que parecian hombres de paja de una potencia extranjera, 4 ‘Adriano sabia bien la medida en que la presencia del ejército rojo en Polrugaria habia facilitado la revo- Jucién, Sin esa presencia, las fuerzas de Ta contrarre- volucién, con la ayuda de Tas democracias burguesas occidentales, podrian haberse hecho fuertes en una sangrienta guerra civil, como habia ocurrido después de la primera guerra mundial. Pero reflexionaba que una revolucién falta de genuino entusiasmo popular que Ja respalde est medio derrotada. Ha de tender a des- confiar del pueblo al que deberia servir, Y Ja descon- fianza puede engendrar terror, como habfa ocurrido en Rusia. : "Aun asi, a pesar de que veia esos peligros, espe- raba que mediante un trabajo honrado y entusiasta en favor de las masas, el nuevo gobierno polnigaro podria ganarse Ja confianza y la devocién de éstas. Entonces al nuevo orden social podsis spoysrse sobre sus pro- pos pies. Mas pronto o més tarde los efércitos rusos rogresarfan a la Unién Soviética. Con seguridad, pen- Saba, tenia que haber otro camino hacia el socialismo, quizd no exactamente un tp polriigaro, pero tam- ‘9 un camino ruso y stalinista. Pe" Micntras tanto, Vicente Adriano habia hecho al- yanas cosas que sélo habian sido comprendidas por {bs inieiados. ‘Patrocing en Polrugeria un culto para glorificar Ja memoria de su antiguo amigo y guia, el que habla perecido en Rusia, aunque Moseti no habia sehabilitado oficialmente su nombre. La biografia del dirigente muerto puede verse todavia exhibida en las librerfas polrGgaras, al lado de la vida oficial de Stalin. Dado que las circunstancias de la muerte del martir no estén mencionadas en Ja biograffa, solamente los Comunistas mis veterans conocen las ocnltas impli- caciones de ese homenaje, : ‘Adriano ha establecido también un instituto espe- cial que se ocupa de las familias de todos los comu- nistas.polrigaros que murieron en Mosci como “es- pat y traidores”. El instituto se Hama Fundacin de reteranos y Martires de la Revolucidn. Tales gestos a Adriano una cierta satisfaccién moral, pero él sabe que politicamente carecen de importancia, ‘A medida que los dos campos, el este y el oeste, comenzaron 2 ordener sus fuerzas, y los jefes de uno y ‘otro bando, cada uno a su manera, pusieron a cada hombre ante un categérico “quien-no-esti-conmigo-esti- contra-m{”, las perspectivas de Adriano se oscure ron, Si hubiese podido, la respuesta de Adriano habria sido uf ardoroso “jpeste de unos y de otros!”. El, que habia sido un desterrado en la Rusia de Stalin, una bestia de carga en uno de sus campos de concentra- cién, él, a quien cualquier mimero de Pravda, con sus dementes himnos a Stalin, produce una aguda sensa- » cién de néusea, ha contemplado con estremecimien- to cémo su “camino polrigaro al socialismo” se ha convertido cada vez mds en el camino stalinista. Ann as{, no ve cémo podria apartarse del mismo, ‘Adriano da por supuesto que todo lo que el Oc- cidente puede ofrecer a la Europa central y oriental es la contrarrevolucién. El Oceidente puede ensalzar lalibertad y la dignidad del hombre (y gquién ha explo- tado la significacién de esos ideales de modo mis tra- ico y total que el propio Adriano?), pero él no aparta mirada de la brecha que ve entre las promesas occi- dentales y su cumplimiento, Esté. convencido de que, en su parte del mundo, todo nuevo trastorno aportaré no menos, sino més opresién, no menos, sino mis de- gradacién del hombre. ‘Adriano concede de buena gana que los que hablan en nombre del Occidente pueden ser sinceros en sus promesas, pero afiade que no ha perdido su viejo hibi- to marxista de no tener en consideracién los deseos y promesas de los politicos, y mantener, en cambio, la mirada fija en las realidades sociales y politicas, ¢Cud- les son los polriigaros, se pregunta, que quisieran unir- 8 se a las banderas de Occidente? Quizas haya entre ellos algunas personas bienintencionadas, pero ésas son s6lo los primos que se dejan engaiiar. Los més activos y enérgicos aliados de Occidente en Polmugaria son los que babian estado interesados en el viejo orden social, los privilegiados de la dictadura de anteguerra, la vieja soldadesca, los terratenientes expropiados y gentes parecidas, Si el Occidente ven- ciese, esas gentes formarian el nuevo gobierno y, en nombre de la libertad y de la dignidad del hombre, desencadenarian un terror blanco sin parangén a nada de lo visto hasta entonces. También Adriano habia conocido en otro tiempo su terror. Y era un tiempo en que la vieja clase gobernante crefa que su dominio durarfa siempre, y su misma confianza evitaba que su terror Iegase a ser completamente demencial. Ahora, si ellos volviesen, enloquecerian de miedo y sed de venganze. La verdadera opcién, segtin la ve Adriano, no es entre tiranfa y libertad, sino entre tiranfa stali- nista, redimida en parte por el progreso econémico y social, y tiranfa reaccionaria, a la que nada podria re- ‘A veces Adriano se consideraria feliz si pudiera abandonar su alto cargo y retirarse a la oscuridad. Pero el mundo se ha hecho demasiado pequefio. £1 no pue- de buscar asilo en el oeste. Eso, a sus ojos, 00 dw ria de ser una traicién; no a Rusia, sino a su ideal comunista. ¥ tampoco puede retirarse a la oscuridad, La renuncia y el abandono seria en su caso un gesto de oposicién y desafio, y el régimen que é! habia ayudado a construir no lo permitiria. Cudnto hay en comin entre el joven que una vez se disput, oon ardor prometeico, a vencer la locura de la historia, manifestada en el capitalismo, y el mi- nistro maduro que siente vagamente que las fuerzas irracionales de la historia se han apoderado también del campo de la revolucién, e, incidentalmente, le han atra- pado a él mismo? Hace cuanto puede apuntalar tlirerpéto’ de al -misno y ‘pasiediss Aaiqae sano estadista, dignatario y jefe sigue siendo el mismo hom- bre que fue campeén de la causa de los oprimidos y sufrid por la misma en las prisiones de su pats natal, Pero a veces, mientras recibe solemnemente a delega- ciones de campesinos o saluda a las tropas en un des- file, un dolor muy conocido taladra su corazén y siente de pronto que no es sino una ruina patética, una bestia de carga subpolar. “1984”: EL MISTICISMO DE LA GRUELDAD* Pocas novelas escritas en esta generacién han con~ seguido una popularidad tan grande como 1984 de Orwell. Quiz ninguna otra haya hecho un impacto similar en Ia politica, El titulo de la obra de Orwell es un término de oprobio politico, Palabras acufiadas por él —“neodecir”, “viejodecir” “mutabilidad del pasado”, “ministerio de la Verdad”, “poticia del pen- famiento", “criminopensar”, “doblepensar”, “semana- de-odio”, ‘ete. — han entrado en el vocabulario politi- co; aparecen en la mayoria de los articulos periodis- ticos y los discursos antirrusos y anticomunistas, La televisién y el cine han familiarizado a un publico de muchos millones de personas, a ambos lados del Atlan- tico, con Ja cara amenazadora del “Gran Hermano”, y Ja pesadilla de una “Oceanfa” supuestamente comu- nista. La novela ha servido como una especie de su- perarma ideolégica en la guerra frla. Como en ningin otro libro o documento, el miedo convulsivo al comu- nismo, que ha barrido al Occidente desde Ja termina- ‘cién de la segunda guerra mundial, ha tenido su reflejo su foco en 1984, ¥ SV a guerra fria ha producido una “demanda social” de tales armas ideclégicas lo mismo que ha producido Ja demanda de superarmas fisicas, Pero las superarmas 1. Escrito en dloiembre de 1954. son genuinas proezas de Ia tecnologia; y no puede haber cia entre el empleo al que pueden destinar- se y Ia intencién de sus productores: estén destinadas a extender Ja muerte, 0, al menos, a amenazar con una destruccién total. En’ cambio, un libro como 1984 pue- de ser utilizado sin mucha consideracién hacia las in- tenciones de su autor. Algunos de sus aspectos pueden ser arrancados de su contexto, mientras que otros, que no se ajustan al propésito politico a cuyo servicio se ha puesto el libro, son ignorados 0. virtualmente su- imidos, Y un libro como 1984 no necesita ser una obra maestra literaria, ni siquiera una obra importante y original, para protests su impacto. En verdad, una obra de gran valor literario suele ser demasiado rica en su textura y demasiado sutil en forma y pensamien- * to para prestarse a una explotacién adventicia. Por regla general, sus simbolos no pueden ser ficilmente ‘transformados en focos hipnotizantes, ni sus ideas con vertidas en esléganes. Las palabras de un gran poeta, (Gian entran.gn el: ypoatalario politico, lo hacen me diante un proceso de infiltracién lento, casi impercep- tible, no en una incursién frenética. La obra maestra literaria influye en la mentalidad politica mediante su fertilizacién y enriquecimiento desde dentro, no atur- diéndola. 1984 es la obra de una imaginacién intensa y con centrada, pero también atemorizada y restringida. Un critico hostil la ha despreciado como “historieta de horror politico”, lo cual no es una descripeién justa. En la novela de Orwell hay ciertos estratos de pen- samiento y sensibilidad que la ponen a un nivel fran- camente mis alto que el que sugiere aquella etiqueta. Pero es verdad que el simbolismo de 1984 es grosero y tosco; que su simbolo principal, el Gran Hermano, se parece al hombre malo de un cuento infantil des. provisto de arte; y que la narracin de Orwell desarrolla algo como un argnmento de pelicula de “ciencia- aT | | | ficcién” de clase vulgar, con horrores mecdnicos amon- tonados sobre horrores mecdnicos, hasta tal punto que, en definitiva, las ideas mas sutiles de Orwell, su sim- patia por sus personajes y su sitira de la sociedad de sus dias (no de 1984) pueden no Iegar a comunicarse al lector, 1984 no parece justificar el que se lame a Or- well e] Swift de nuestro tiempo, titulo al que Animal Farm da alguna jastiBeacign, A Orwell le falta Ia ique- za y sutilidad de pensamiento, y la imparcialidad filo- sofica del gran satirico. Su imaginacién es feroz y a voces penetrante, pero carece de amplitud, flexibilidad y originalidad, Podemos ilustrar la falta de originalidad con el hecho de que Orwell tomé la idea de 1984, la trama argument los personajes principales, los simbolos y io el clima de su narracion, de un escritor ruso que hha permanecido casi ignarado en el Occidente. Ese es- critor es Evgenii Zamiatin, y el titulo del libro que sitvié de modelo a Orwell es Nosotros. Como 1984, Nosotros es una “antiutopia”, una vision de pesadill del futuro y un lamento Ke Gasandra. La obra de Or- ‘well es una variacién plenamente inglesa sobre el tema de Zamiatin: y aes s carts ceca Las de la iva de Orwell es lo que da a 1984 la origi- rallied que posee ‘ Pueden no estar fuera de lugar aqui algunas pala- bras sobre Zamiatin, En la vida de los dos escritores hay algunos puntos semejantes, Zamiatin pertenece a una generacién anterior: nacié en 1884 y murié en 1987. Sus primeros escritos, como algunos de los de Orwell, fueron descripciones realistas de la clase media baja. En su experiencia de Ia revolucién rusa de 1905, Zamia- tin desempeiié aproximadamente el mismo papel que Orwell desempeiié en Ja guerra civil de Espana. Par- ticipé en el movimiento revolucionario, fue miembro del pene socialdemdcrata ruso (al que todavia pertenecian ik 48 cheviques y mencheviques) y fue perseguido por la policia zarista. Cuando bajé la mare; i Sucumbié a un talante de nee ee rompié con el partido socialista, cosa que Orwell, me- nos consecuente, e influido hasta el final por una prolongada lealtad al socialismo, no hizo. En 1917, Za- miatin vela Ja nueva revolucién con ojos frfos y desilu- sionados, convencido de que nada bueno saldria de ella, Tras un breve encarcelamiento, el gobierno bol. hevigue le permitis marchar al extranjero; y fue en ;, emigrado, donde escribi ie = ado, donde exeribié, al empezar la década p emacién de que Orwell ha tomado de Zamia- tin Jos principales elementos de 1984 no es ivan cién de un etitico con habilidad para rastrear influen- cias Jiterarias, Orwell conocié la novela de Zamiatin y* quedé fascinado por ella. A propésito de la misma escribié un ensayo, que aparecié en una publicacién socialista de izquierda, Tribune, de la que Orwell era director literario, el 4 de enero de 1946, recién editada Animal Farm, y antes de que el propio Orwell comen- zase a escribir 1984, El ensayo es notable, no solamente como jun testimonio eoneluyente, proporcionado por ee mine ohN J- de Fisk sino también como comentatio a que subyace tanto a Noso- Orwell inicia su ensayo con la declaracién después de haber buscado en. vano verte aoe novela de Zamiatin, habia finalmente couseguido una licién francesa (titulada Nous autres), y que le habia sorprendido que no hubiera sido publicada en Ingla. terra, aunque en los Estados Unidos habla aparecido tuna edicién, que no habia suscitado gran interés. “Hasta donde yo soy capaz de juzgar —continia Orwell — no se trata de un libro de primer orden, pero es, cierta- mente, desacostumbrado, y resulta sorprendente que ningin editor inglés haya sido lo bastante emprende. dor para reeditarlo.” (EI ensayo concluia con estas 49 4 — pevrscuee palabras: “Es un libro que habré que buscar cuando Aparezca una edicién inglesa” ) Orwell advirtié que Un mundo feliz, de Husley, “tiene que derivar en parte” de la novela de Zamiatin, y se preguntaba Per qué “eso no ha sido nunca adver- tido”. EI bro de Zamiatin era, en su opinién, muy superior y més “pertinente a nuestra propia situacién” que el de Huxley. Trata de “la rebelién del espiritu hnmano primitivo contra un mundo racionalizado, me- canizado y sin dolor”. “Sin dolor” no es la expresién adecuada: el mundo de la vision de Zamiatin est4 tan Teno de horrores como el de 1984. E] propio Orwell presentaba en su ensayo un sucinto catilogo de aquellos horrores, de mo- do que el ensayo parece ofrecer una sinopsis de 1984. Los miembros de la sociedad descrita por Zamiatin, dico Orwell, “han perdido de una manera tan completa su individualidad que se les conoce solamente por mime- ros, Viven en casas de vidrio ... que permiten a los po- licias politicos, como los guardianes, supervisarles con mayor facilidad. Todos visten uniformes idénticos, y el modo comin de hacer referencia a un ser humano es ‘un mimeo’, o ‘un unif’ (uniforme)", Orwell observa entre paréntesis que Zamiatin escribié “antes de que se in- yentase la television, En 1984 se introduce ese refina- miento tecnolégico, ast como los helicdpteros, desde Jos cuales Ia policia supervisa los hogares de los ciu- dadanos de “Oceania” en los pasajes iniciales de la novela, En Ja sociedad futura x ‘Zamiatin, como en 1984, el amor est4 prohibido: el trato sexual est s- trictamente racionado, y s6lo se permite como un acto no emocional, El Estado tnico es gobernado por una ‘ona conocida por “el Benefactor”, precedente ob- vio del Gran Hermano. oe “El principio-gufa del estado es que felicidad y lived wom taccanpatiles,. El Estado tnico ha res- tablecido la felicidad del hombre, suprimiendo Ia liber- 50 tad.” Orwell describe al personaje principal de Zami ta el amin. Aa ae ‘una especie de utbpico Billy’ Brown de la siudad de Londres”, que esti “constantemente horo- aado por los impalsos ativioos que se apoderan de @”, En la novela ‘de Onwel, exe ut6pico Billy Brown leva por nombre Winston Smith, y su problema es el También por Jo que respecta al principal moti su argument® esti, Orwell'en deude con el cocciog ruso. Veamos la definicién del propio Orwell: “A pesar de la educacién y de Ja vigilancia de los guardianes, muchos de los antiguos instintos humanos estin adn presentes”. El personaje principal de la obra de Za- miatin “se enamora (lo cual es, desde luego, un eri- ten) de 1-830", lo mismo que Winston Smith comete 4] cximen de enamorarse de Julia. Bin Ta novela de amiatin, como en la de Orwell, el asunto amoroso se mezcla con 1a participacién del héroe en un. “mo- vimiento de resistencia clandestino”. Los rebeldes de Zamiatin “aparte de conspirar para derrocar el estado, se entregan también, cuando bajan las cortinas, a vicios tales como fumar cignrillos y beber alcohol”; Winston smith y Julia se permiten beber “verdadero caf con verdadero aziicar” en su escondrijo sobre la tienda de Charrington, En ambas novelas el crimen y la cons. Pirncin son, desde luego, descubiertos por los guar- Alanes, o a policia de pensumiento; y en smbas el hé- =e qEnalmente salvado de las consecueneas de sa combinacién de “euracién” y tortura, por la los rebeldes de Zatmiatin y de Orwell son’ “liberads” de sus impulsos atavicos, hasta que empiezan a amar al Benefactor, o al Gran Hermano, son sumamente pa- recidas. Fin Zamiatin: “Las autorfdades anunclan que han descubierto la causa de los recientes desdrdenes: es que algunos seres humanos sufren de una enferme. dad Mamada imaginacién. El centro nervioso respon- 51 sable de la imaginacién ha sido localizado, y la en- fermedad puede ser curada mediante un tratamiento de rayos X. D-508 sufre la operacién, después de lo cual le es facil hacer lo one siempre ha sabido que deberfa hacer: delatar a la policia a sus camaradas de conspiracién”. En ambas novelas el acto de la con- fesién y la traicién de la mujer a la que el héroe ama son los shocks curativos. Orwell cita la siguiente escena de tortura de la obra de Zamiatin: “Ella me miraba, con las manos apretadas en los brazos del sillon, hasta que los ojos se le cerraron por completo. Se la llevaron de alli, Ja volvieron en sf por medio de un electroshock y volvieron a colocarla bajo la campana. La operacién pitié durante tres veces, y ni una sola palabra salié de sus labios”. En Jas escenas de tortura de Orwell se dan abun- dantemente los electroshocks y los brazos de sillén, pero Orwell es mucho mis intenso y sadomasoquista en sus descripciones de la crucldad y el dolor. Por jemplo: etn ninguna advertencia, a no ser un ligero mo- vimiento de las manos de O’Brien, una onda de dolor sali de su cuerpo, Era un dolor espantoso, porque él no podia were que sucedia, y tenia la sensacién de que se le estaba haciendo algin daiio mortal. No sabfa si la cosa estaba ocurriendo realmente 0 si el efecto se producia eléctricamente; pero su cuerpo habia sido violentamente retorcido hasta quedar de- formado, sus articulaciones estaban siendo lentamen- te desgarradas. Aunque el dolor le cubria Ja frente de sudor, lo peor de todo exa el miedo de que su es- pinazo estaba a punto de estallar. Apretaba los dien- tes y respiraba con dificultad por la nariz, tratando de guardar silencio el mayor tiempo posible.” La lista de los puntos en que Orwell copia a Za- miatin esta lejos de ser completa; pero dejemos ahora 32 Ja trama de las dos novelas para ocuparnos de su idea de fondo. Al comparar a Zamiatin con Huxley, Orwell dice: “Es su captacién intuitiva del lado irracional del totalitarismo (el sacrificio humano, la crueldad como un fin en sf, el culto a un jefe al que se conceden atributos divinos) Io que hace al libro de Zamiatin superior al de Huxley”. Y eso mismo es, podemos afiadir nosotros, lo que le hace modelo del de Orwell. Al criticar a Huxley, Orwell escribe que no sabfa en- contrar ninguna razén clara para que Ja sociedad de Un inundo feliz: estuviese tan rigida y elaboradamente estratificada: “La finalidad no es la explotacién eco- némica ....no hay hambre de poder, ni sadismo, ni ninguna clase de dureza. Los que estan arriba no tie nen ningtin motivo fuerte para estar arriba, y, aunque todo el mundo es feliz, de una manera vacia, la vida se ha hecho tan insustancial que es dificil que tal sociedad pudiera mantenerse” (el subrayado es mio). En contraste, la sociedad de anti-utopia de Zamiatin podrfa durar, segtin la opinién de Orwell, porque en ella el supremo motivo de accién y Ia razén de la es- tratificacién social no es la explotacién econémica, para la que no hay necesidad, sino precisamente “el ham- bre de poder, sadismo y dureza” de los que “estin arriba”, Es facil reconocer en eso el leitmotiv de 1984. En “Oceania” el desarrollo teenolégico ha alcanza- do un nivel tan alto que la sociedad podria satisfacer perfectamente todas sus necesidades materiales y es- tablecer la igualdad. Pero Ja desigualdad y la pobre- za se mantienen para conservar en el poder al Gran Hermano. En el ado, dice Orwell, la dictadura salvaguardaba la desigualdad; ahora fa desigualdad salvaguarda la dictadura. Pero ga qué propésito sir- ve, a su vez, la dictadura? “El Fertile quiere el poder simplemente por el poder ... el poder no es un medio, es un fin, No se establece una dictadura para salvaguardar una revolucién; se hace la revolucién ‘pa 53 ra establecer la dictadura, El objeto de la persecucién es la persecucién ... El objeto del poder es el poder.” Orwell se preguntaba si Zamiatin “pretendia que al régimon soviético fuese el objetivo especial de su stira”. No estaba seguro de eso. “A lo que Zamiatin ptece apuntar no es a una nacién particular, sino los objetivos implicitos de la civilizacién industrial ... Nosotros evidencia que Zamiatin tenia una fuerte in- clinacién al primitivismo ... Nosotros es, en efecto, un estudio de Ia Maquina, el genio al que el hombre, irreflexivamente, ha hecho salir de su botella, y al que no puede volver a encerrar en ésta.” También en 1984 es patente esa ambigiiedad en las intenciones del autor. La conjetura de Orwell sobre Zamiatin era co- rrecta, Aunque Zamiatin se oponfa al régimen soviético, Jo que él satirizaba no era, ni exclusiva ni principal- mente, dicho régimen, Como observé acertadamente Or- well, la Rusia soviética de los primeros afios tenia rasgos en comin con el supermecanizado estado de la anti-utopla de Zamiatin, La inclinacién de éste hacia el psa estaba en linea con una tradicién rusa, con la eslavofilia y la hostilidad hacia el Occidente burgués, con la glorificacién del mujik y de la vieja Rusia patriar- cal, con Tolstoi y Dostayevski, Hasta en su condicién de emigrado, Zamiatin estaba desilusionado del Occi- dente, a la manera rusa, A veces parecié medio recon- ciliado con el régimen soviético, cuando éste estaba ya poduciendo su Benefactor, en la persona de Stalin, n la medida en que dirigia los dardos de su_sétira contra el bolchevismo, lo hacia sobre la base de que éste estaba empefiado en reemplazar la vieja Rusia primitiva por la sociedad moderna, mecanizada, De un modo bastante curioso, Zamiatin situé su historia en el aiio 2600; y parecia decir a los bolcheviques: ése sera el aspecto de Rusia, si conseguis dar a yuestro régimen el fondo de la tecnologia occidental. En Zamiatin, como cy en algunos otros intelectuales rusos desilusionados del socialismo, el anhelo afiorante de los modos primitivos de pensamiento y vida era natural, por cuanto el pri- mitivismo estaba todavia muy vivo en el trasfondo ruso, En Orwell no habia ni podia haber esa auténtica nostalgia de la sociedad pre-industrial, EI primitivismo no tenia parte alguma en su experiencia, a no ser durante su estancia en Birmania, donde le atrajo fuertemente. Pero Orwell estaba aterrorizado por los usos que po- drfan dar a Ja tecnologia hombres dispuestos a esclavizar a la Sociedad; y, asi, también él lleg6 a poner en cues- tién y satirizar “los objetivos implicitos de la civilizacién industrial”. Aunque su sétira esti mas claramente dirigida contra la Unién Soviétiea que In de Zamiatin, Orwell veia tam:” bién elementos de su “Oceania” en la Inglaterra de su propio tiempo, para no hablar de los Estados, Unidos in tealidad, la sociedad de 1984 encama todo lo que él odiaba, todo lo que le disgustaba en sw propia circuns- tancia: la gris monotonia del suburbio industrial in- glés, la “mugrienta, tiznada y hedionda” fealdad de lo que trataba de recoger en su estilo naturalista, reitera- tivo, opresivo: el racionamiento de la comida y los controles gubernativos que conocié en la Gran Bretaiia en guerra; la “basura de periédicos que apenas contie- nen otra cosa que deportes, orimenes, astrologia, sensa- cionales noveluchas baratas, peliculas encenagadas en el sexo”. Orwell sabfa bien que en la Rusia stalinista no existian periédicos de ese tipo, y que los defectos de Ia prensa stalinista eran de tma especie enteramente dife- rente, El “neodecir”, mucho més que una sitiza del lenguaje stalinista, lo es de Ia jerga estereotipada del periodismo anglo-norteamericano, que 41 detestaba, y con el que, como periodista en activo, estaba familia. rizado, Es facil sefialar los rasgos del partido de 1984 que satirizan al partido laborista britanico mas que al par- 55. tido comunista soviético. El Gran Hermano y sus se- cuaces no hacen intento alguno de adoctrinar a la clase obrera, una omisién que Orwell habria sido el ultimo en referir al stalinismo. Sus proletarios “vegetan”: “mu- cho trabajo, disgustos mezquinos, peliculas, juego ... Ile- nan su horizonte mental”. Como los periédicos-basura y las pelfculas encenagadas en el sexo, el juego, el nue- yo opio del pueblo, pesa poco en la escena rusa, El ministerio de la Verdad es una transparente caricatura del ministerio de Informacién de Londres durante la guerra. E] monstruo de la visién de Orwell, como toda pesadilla, esta hecho de toda clase de rostros, rasgos y formas, familiares y no familiares, El talento y la originalidad de Orweil se hacen patentes en los aspec- tos domeésticos de su sitira, Pero en la boga alcanzada por 1984 esos aspectos apenas han sido notados, 1984 es un documento de oscura desilusin, no sélo Ber el stalinismo, sino por todas las formas y esquemas socialismo. Es un grito salido del abismo de la de- sesperacién, ¢Qué es lo que sumergié a Orwell en tal abismo? Fue, sin ninguna duda, el especticulo de las grandes purgas stalinistas de 1986-88, cuyas repereu- siones experiment6 é! en Catalufia. Como hombre sen- sible e integro no podia reaceionar ante aquellas purgas més que con ira y horror. Su conciencia no podia ser calmada por las justificaciones y sofismas stalinistas, que por entonces calmaron la conciencia de, por ejemplo, Arthur Koestler, escritor de gran brillantez y comple- jidad, pero inferior en resolucién moral. Las justificacio- nes y sofismas stalinistas estaban al mismo tiempo por debajo y por encima del nivel de razonamiento de Or- well: estaban por debajo y por encima del sentido co- min y el empirismo obstinado del Billy Brown de la ciudad de Londres, con el que Orwell se identificaba incluso en sus momentos ms rebeldes o revolucionarios. Estaba ultrajado, conmocionado, sacudido en sus creen- cias. Nunca hab{a sido miembro del partido comunista. 36 Pero, como adicto al semi-trotskista P.O.U.M., habia aceptado ticitamente, a pesar de todas sus reservas, una cierta comunidad de propésitos y una solidaridad con el régimen soviético; a través de todas sus vicisitu- des y transformaciones, que eran para él algo oscuras y exéticas. Las purgas y sus repercusiones en Espaiia no sola- mente destruyeron aquella comunidad de propésitos, no solamente le hicieron ver Ja brecha entre stalinistas ¥ anti-stalinistas, que se abrfa sitbitamente en el in- teriot de la Espafia republicana en guerra. Ese efecto inmediato de Ge gas era poca cosa al lado del “Jado irracional del totalitarismo: sacrificios humanos, crueldad como un fin en sf, el culto de un jefe” y “el color de las siniestras civilizaciones esclavistas del mun- do antiguo” que se extendia sobre la sociedad contem- porinea, Como la mayorfa de los socialistas briténicos, Orwell no hab{a sido nunca marxista. La filosoffa del materia- lismo dialéctico le habfa parecido siempre demasiado abstrusa. De un modo mas instintivo que consciente, habia sido un firme racionalista. La distineién entre marxista y racionalista es de alguna importancia, Gon- trariamente a una opinién muy extendida entre los ises anglosajones, la filosofia marxista no es raciona- ista: el marxismo no supone que los seres humanos estén guiados, por regla general, por motivos racionales, ni que se les pueda persuadir por medio de la razén a que se hagan soeialistas, El mismo Marx comienza El Capital con su elaborada investigacién filosdfica e histé- rica de los modos de conducta y pensamiento “fetichis- ta” arraigados en la “produccién de mercancias”, es decir, en el trabajo del hombre para un mercado y en pst accha deren lacha’ ie, ciaase, segin Marx Ja describe, es cualquier cosa antes que un proceso racional. Eso no impide que los racionalistas del soci lismo se definan a si mismos, a veces, como marxistas. a7 Pero el auténtico marxista puede pretender estar mejor reparado que el racionalista para las manifestaciones a i irracionalidad en los asuntos humanos, incluso a manifestaciones tales como las grandes purgas de talin, El marxista puede sentirse trastomado 0 morti- ficado por ellas, pero no necesita sentirse sacudido en 7a Weltanechowung, ‘mletras que el racionalista esta perdido y desamparado cuando la irracionalidad de la existencia humana Je mira stibitamente « la cara, Si se aferra a su racionalismo, la realidad le escapa. Si per- sigue la realidad y trata de agarrarla, tiene que sepa- rarse de su racionalismo. Orwell persiguié la realidad y se encontré a si mismo [eile gists an sobre la vida. A partir de entonces, su pensamiento no ia apartarse de las purgas. Directa ¢ indirectamente, éstas le proporcionaron los temas de casi todo lo que eseribié ae de su experiencia en Espafia. Era una obsesién honorable, la obsesién de una mente no incli- nada a defraudarse cémodamente a si misma y 2 dejar de luchar con un alarmante problema moral. Pero en a lucha con las purgas, la mente de Orwell quedé in- fectada de la irracionalidad de aquéllas. Se encontré incapaz, de explienr Yo que habla sucedido en términos que Je fueran Taniliares‘los tdeminos del sentido comin empirista. Al abandonar ¢l racionalismo, fue viendo cada vez més la realidad a través de las gafas oscuras de un pesimismo casi mistico, Se ha dicho que 1984 es la invencién de la imagi- nacién de un hombre moribundo, Hay en eso algo de verdad, pero no toda la verdad. Fue, ciertamente, en Ja ltima llamarada agonizante y febril de su vida cuan- do Orwell escribié ese libro. De ahi la extraordinaria, la deslumbradora intensidad de su vision y de su len- guaje, y la casi fisica inmediatez con que sufria las torturas que su imaginacién creadora hacia padecer a su protagonista, Identificaba su propia tambaleante exis- 58 tencia fisica con el cuerpo decaida y encogido de Wins- ton Smith, al que comunicaba, por asi decirlo, su propia agon{a. Proyecté los iltimos espasmos de su propio sufrimiento en las paginas finales de su ultimo libro. Pero Ja explicacién principal de la logica interna de la desilusién y el pesimismo de Orwell no se encuentra en la agon{a mortal del escritor, sino en la experiencia y el pensamiento del hombre vivo, y en su reaccién con- vulsiva de su racionalismo derrotado. “Entiendo cémo; no entiendo ron qué”, es el estri- billo de 1984. Winston Smith sabe cémo funciona “Oceania” y cémo funciona su elaborado mecanismo de tiranfa, pero no sabe cual es su tiltima causa ni su ultima finalidad. Se dirige en busca de respuesta a las paginas de “el libro”, el misterioso clasico de “crimi- nopensar”, que se atribuye a Emmanuel Goldstein, el inspirador de la hermandad conspiratoria. Pero solamen- te consigue leer aquellos capitulos de “el libro” que tratan del céwo, La policia ie pensamiento cae sobre 41 justamente cuando esté a punto de empezar a leer los capitulos que prometen explicar el Porgué; y la pregun- ta queda sin respuesta. ise fue el problema del propio Orwell. Preguntaba el porqué, no tanto a propésito de la “Oceania” de su vision cuanto a propésito del stalinismo y las grandes purgas. En un determinado momento bused la respuesta en Trotski: de Trotski-Bronstein tomé los pocos datos biogréficos, e incluso la fisonomfa y el nombre judio [ae Emmanuel Goldstein; y los fragmentos de “el ibro”, que ocupan tantas paginas de 1984, son una pa- rAfrasis patente, aunque no muy lograda, de La ret Gibn tridionadl. A Dowell lo impresiond la grandeza moral de Trotski, pero al mismo tiempo en parte des- confiaba de éste, y en parte dudaba de su autenticidad. La ambivalencia de su imagen de Trotski encuentra su contrapartida en la actitud de Winston Smith hacia Goldstein. Al final, Smith no puede poner en claro si 58 Goldstein y la hermandad existieron alguna vez en rea- lidad, o si “el libro” no habria sido una falsificacién ideada por Ja propia policia de pensamiento. La barrera entre el pensamiento de Trotski y él mismo, una barre- ra que Onwell nunca pudo Hegar a romper, era el mar- xismo y el materialismo dialéctico. Orwell encontré en ‘Trotski la respuesta al e6mo, no al parqué. Pero Orwell no habria podido satisfacorse con un agnosticismo histérico. £1 era todo menos un escéptico. Su constitucién mental era mds bien Ja del fanatico, determinado a hallar una respuesta a su pregunta, wa respuesta rpida y clara. Le tenfan en una tensién lena de desconfianza y sospechas las oscuras conspiraciones magquinadas por ellos contra las buenas costumbres do Billy Brown, de la ciudad de Londres. Ellos, eran los nazis, y los stalinistas ... y Churchill, y Roosevelt, y, en definitiva, todos los que tuvieran alguna raison d'état que defender, porque, en el fondo, Orvell era un cane loroso anarquista, y, a sus ojos, cualquier movimiento politico perdia su “razén de ser” desde el momento en que adquiria una “razén de estado”. El analizar un complicado telin de fondo social, el verificar y desen- redar marafias de motivos politicos, cdlculos, miedos y sospechas, y discernir la condicionante presién de las circunstancias detrés de la accién de aquéllos, eran cosas que estaban fuera de su aleance, Las generalizaciones sobre fuerzas y tendencias sociales, e inevitabilidades histéricas, le haefan erizarse de suspicacia. No obstante, sin algunas generalizaciones de ese tipo, adecuada y parcamente empleadas, no es posible dar una respuesta realista a la pregunta que preocupaba a Orwell, Su mi- rada estaba a en los Arboles, 0, mejor dicho, en un solo arbol, puesto ante sus ojos, y estaba casi ciego para ver el bosque. A pesar de lo cual, su desconfianza ante Jas generalizaciones histéricas le condujo finalmente a adoptar y abrazar la més vieja, la més trivial, la mas abstracta, la més metafisica y la més infecunda de todas 60 las generalizaciones: todas las conspiraciones, todos los complots, y las purgas, y las componendas diplomaticas de ellos, tenian una fuente, y tan sdlo una fuente: “ham- bre sidica de poder”, De ese modo, Orwell salté desde el sentido comin racionalista y cotidiano al misticismo de la crueldad que inspira 1984.* En 1984 la pericia mecanica del hombre ha alcan- zado un nivel tan alto que la sociedad est4 en disposicién de producir en abundancia para todo el mundo, y acabar con la desigualdad. Pero la pobreza y la desigual- dad son mantenidas, sin otro objeto que satisfacer los impulsos sddicos del Gran Hermano. Sin embargo, ni siquiera sabemos si el Gran Hermano existe realmente; puede ser solamente un mito, Es la crueldad colectiva a aL AS ih va Sc Be ep cola go plates tgt meee ee pape saan es es ea, sane es pees re ee Cele rae in eats Shae een ie FE Sst itn, 9 gla ioe heres Secee cacemniae Sage oe Soe, quarmnen c Pael ae ee ee eee een eee ee eee See coo oer oe Si ere, a eee eae, Se eos es eer Soh ee ee cece pee mea ee ite sien sen ie cnn fo as Sr anne See ae aera Se oe eee Tan Sea Tee ma ees Sa Sara te oe Cae, ie oie se eae Chor rgrsanent core Si girder igri ng Grandes se podia see Pimengots 3: nla ns. le, ge Sie ae ee See ote eee ee oe ee Cee ee org ror peg eng ener ied aia cae Ss tas maces Pap tae nee eRe pense asn ie See ee ee ogo p gtr ene para ge ese eee eee ona eee eee te oneness eee Se erie gis sate coe epee, Gee 61 del ss (ao necesariamente la de sus miembros in- dividuales, que pueden ser personas inteligentes y bien intencionadas) lo que atormenta a Oceanfa. La sociedad totalitaria esté gobernada por un sadismo impersonal, dosencarnado. Orwell creyé haber “trascendido” los con- ceptos familiares, y, en su opinién, cada vez menos significativos, de clase social ¢ interés de clase, Pero en esas generalizaciones marxistas, el interés de wna cla- se social tiene al menos alguna relacin especifica con los intereses individuales y la posicién social de sus miembros, aunque el interés de clase no represente una simple suma de los intereses individuales; mientras que en el partido de Orwell no hay relacién entre el todo y las partes. El partido no es un cuerpo social movido or un interés propésto; es una emenacion fantasmal le todo lo que hay de pérfido en Ja naturaleza humana. Es el fantasma del mal metafisico, loco y triunfante. Orwell pretendié, sin duda, que su 1984 fuese una advertencia, Pero es una advertencia que se anula a si misma por el ilimitado desespero que subyace en ella. ‘Orwell veia al totalitarismo paralizando la historia. E] Cran Hermano es invencible. “Si quieres una imagen del futuro, imagina una bota pateando un rostro huma- no... para siempre.” Orwell proyecté hacia el futuro el especticulo de las grandes purgas, y Io vio fjo para siempre, porque no era capuz de captar los acontci mientos de una manera realista, en su complejo contexto histérico, No cabe dudar que los acontecimientos fueron muy “itracionales”; pero quien, por esa razén, los trata de una manera irracional se parece extraordinariamente al eo cuya mente se trastorna al acercarse de- masiado a la locura, 1984 es en realidad, mds que una advertencia, un chillido penetrante que anuncia el ad- yenimiento del milenio negro, del milenio de la conde- nacién. E| chillido, ampliado por todos los medios de co- municacién de masas de muestro tiempo, ha aterrorizado 2 a millones de jonas. Pero no les ha ayudado a ver fete Ee Ue torres con eevee oad estd enfrentando; no ha hecho progresar su comprensién. Solamente ha aumentado e¢ intensificado las olas de pi- nico y odio que recorren el mundo y ofuscan mentes dieceliee 1eL ha caieenin caller ie een ver el conilicto entre Oriente y Oceidente en téminos de blanco y negro, y, para todos los males que apestan a la humanidad, les ha mostrado un demonio y una victima propiciatoria monstruosos. Enel umbral de la era at6mica el mundo vive en un estado de terror apocaliptico, y por eso millones de personas responden de modo tan apasionado a la visién apocaliptica de un novelista. Pero el Gran Hermano no ha desencadenado los monstruos apocalipticos de la bomba A y la bomba H. La principal dificultad de la sociedad contemporinea esti en que todavia no ha con- seguido ajustar su modo de vida y sus instituciones sociales y politicas al prodigioso progreso de su cono- cimiento tecnolégico. No sabemos cual ha sido el im- pacto de las bombas atémicas y de hidrégeno en el pen- samiento de millones de hombres en Oriente, donde la angustia y el miedo pueden estar ocultos tras la fachada de un facil (0 embarazado?) optimismo oficial, Pero seria peligroso cegarnos al hecho de que en Occidente millones de personas pueden sentirse inclinadas, en su angustia y su miedo, a huir de su propia responsabi- lidad por el destino de la humanidad, y a de: su ira y su desesperacién en el gigantesco demonio-victima propiciatoria que 1984 ha hecho tanto por poner ante sus ojos. 63 “gHla leido usted ese libro? ‘Tiene que leerlo, sefor, jEntonces sabré usted por qué tenemos que lanzar la bomba atémica sobre los bolcheviques!” Con esas pala- bras, un miserable ciego vendedor de periédicos me recomendé en Nueva York 1984, pocas semanas antes de la muerte de Orwell. [Pobre Orwell gPodria haber imaginado alguna vex que’ su propio libro Hegatia a ser un articulo tan im- portante-en el programa de la semana-de-odio? SEGUNDA PARTE ENSAYOS HISTORICOS DOS REVOLUCIONES ! Un eminente historiador francés escribié una vez: “Consideremos las revoluciones del Renacimiento: en ellas encontraremos todas las pasiones, todo el espiritu y todo el lenguaje de la revolucién francesa”. Con al unas reservas, podrfamos decir también que si con- sideramos Ia revolucién francesa podemos encontrar en ely doo, eLeckti yd bee ea ee Tucién rusa. Eso es verdad en tal medida que al estu- dioso de la historia reciente de Rusia le es absoluta- mente necesario considerar ésta en todo momento a través del prisma francés. (También el estudioso de la revolucién francesa puede ganar nuevas perspecti- vas si ocasionalmente analiza su tema ala luz de la experiencia rusa,) La analogia hist6rica por s{ misma no es, desde luego, mas que uno de los muchos éngu- Jos desde los que deberia considerar su tema; y puede ser muy desorientador que se contente con reunir los puntos de semejanza formal entre situaciones hist6ri- cas. “La historia es concreta.” Y eso significa, entre otras cosas, que todo acontecimiento o situacién es La publicacién de wna ediefén francesa de Stalin: Biogrofia s cedilon ineless; Nueva York y Londres, Oxford Univesity : ‘me ha dado wna oportunidad de comentar un aspect de ese libro, Tas analogias entre las revoluciones francesa y rusa. Epos comentarios, escritos en 1950, aparecen aqui sustancialmento en la misma forma de la introducei¢n a la edieién Stalin (Paris, Gallimard). 65 tinico, independientemente de su posible semejanza con otros acontecimientos y situaciones. Al descubrir una analogfa es importante, por lo tanto, saber dénde acaba. Espero que no violaré gravemente esa regla; y me gustaria reconocer mi notable deuda a los eminen- tes historiadores franceses cuyas obras sobre la gran revolucién me han ayudado a ver mejor en la revolu- cién_rusa, Es bien sabido que Ja controversia sobre cl “termi- dor ruso” desempefié en su tiempo un importante papel en las luchas internas del partido bolchevique. Trotski puso su tesis sobre el termidor ruso en el mismo cen- tro de sn denuncia del régimen stalinista, En mi bio- grafia politica de Stalin ese tema no se traté mas que indirectamente, (En mi opinién, las contrapartidas rusas de las fases jacobina, termidoriana y bonapartista de Ja revolucién se han’ supexpuesto en sus mérgenes y se han mezclado de manera curiosa en el stalinismo,) Un examen critico de todo el problema puede encon- trarse en mi Vida de Trotski, que es donde propia- mente le corresponde, De momento voy a concentrarme en otxa perspectiva de la reciente historia rusa, una perspectiva algo semejante a la ofrecida por Albert Sorel, en relacién con la revolucién francesa, en su monumental L’Europe et Ia révolution francaise. Estoy pensando en la reafirmacién de la tradicién nacional en una sociedad revolucionaria. La revolucién bolchevique de 1917 fue en su in- tencién ima ruptura radical con el pasado de Rusia, tuna ruptura con su viefo concepto de la vida social, con sus viejos métodos de gobierno, con sus costum- ‘bres, hdbitos y tradiciones, Fue un grande y tempes- tuoso funeral de todos los anacronismos heredados de siglos de atraso, servidumbre y tiranfa, Sin embargo, Jas tres décadas post-revolucionarias presenciaron un desarrollo complejo y contradictorio: por una parte, el progreso de Rusia, con avances gigantescos, en la in- 66 dustrializacién y la educacién, y una puesta en liber- tad de las energias nacionales como sélo una gran revo- lucién puede producir; por otra parte, una. sorpren- dente resurreceién del pasado enterrado de Rusia, y Ja venganza que ese pasado se tomaba del presente. Yo quiero considerar a Stalin precisamente como la enearnacién de ese contradictorio desarrollo, Casi en el mismo grado, Stalin representa el impulso dado a Rusia por la revolucién y el triunfo de las tradiciones del ancien régime sobré el espfritu originario de la revolucién. Pero, zno representé Napolebn I un fend- meno similar? gNo se mezclaban en su personalidad el revolucionario y el Rey Sol, como el leninista e Ivan el eee se mezclan en Stalin? que se interesan principalmente por la psico- © logia individual de las personalidades histéricas eae sentirse ofendidos por esa comparacién. Stalin, objetar, no tiene nada del élan, el esprit, el encanto, nada de la originalidad de mente y de expresién con que Ja naturaleza doté tan generosamente a Napoleén Bonaparte. Lo admito de buena gana. Pero lo que aqui nos interesa es otra cosa, a saber, las respectivas funciones de las dos personalidades en Ia historia de sus pases; y éstas tienen que sor vistas a la luz de fao- tores més amplios e impersonales, de las fuerzas mo- trices, los motivos y objetivos de las dos revoluciones, y a la luz de sus diferentes fondos sociales y tradicio- nes nacionales. Dicho sea incidentalmente, ‘incluso el contraste entre las caracteristicas individuales de los dos hombres corresponde y puede ser explicado hasta cierto punto por el contraste entre sus fondas y tradi- ciones nacionales. Napoledn, el emperador, descendia indirectamente de una monarquia absoluta, cuyo prin- cipal representante aparece, en idealizacién histérica, en el Roi Soleil. El zar, es en cierto sentido el antepasado politico de Stalin, no pudo ganar, ni si- quiera entre sus apologistas, epiteto més brillante que or el de Grosni, el inspirador de temor reverencial. Na- poledn tiene el aire claro, el color brillante, la elegan- cia de Versalles, de Fontainebleau y su’ ambiente: mientras que la figura de Stalin armoniza con el ambiente severo del Kremlin, Asi, incluso el temple individual de los dos hombres parece reflejar algo ‘impersonal. ‘Albert Sorel describe el gran peso que la tradicién tuvo en la revolucién: “Los acontecimientos les precipi- taron [a los miembros de la Convencién] abruptamente al poder; aunque hubiesen sentido el gusto por la Hicted, ‘no les haloria:quedado tiempo, pard aca aprendizaje en ésta”.* Los Iideres soviéticos rusos han tenido tan poco tiempo como los Iideres de la Con- vencién para acabar un aprendizaje en la libertad, “En los comienzos de la revolucién, la mente de los hom- bres se precipitaba en pos del ideal: todo se destruia, todo se renovaba; Francia estaba siendo creada de nuevo, por asi decirlo, después de haber sido aniqui- Jada ... Siguieron el desorden, la anarqufa, la guerra civil. Se afiadieron las guetras exteriores. La revolucién estaba amenazada, Francia invadida. Los republicanos tuvieron que defender al mismo tiempo la independen- cia de Ja nacién, el suclo de la patria, los principios de la revolucién, Ia supremacia de su partido, sus propias vidas ... Confundidos por la razén pura, retro- cedieron brutalmente al empirismo: por instinto se volvieron a la costumbre, a la rutina, a los precedentes: nadie estaba en favor de la libertad, y eran incon- tables los que propicinban el despotsmo. As, se vio que todos los procedimientos de gobierno del ancien régime se intreductan, ea nombre dela conventencia actica, en Ja revolucién, Y, una vez recuperado su lugar, se quedaron alli como amos. Todo el arte de los tedricos consistié solamente en enmascararlos y dis- 2. Alber Sore), LiBucope ef la réeolution froncase (3 of. Paris, 1893, 1.* parte, p. 294) 68 frazarlos.”® {Qué admirablemente adecuadas estin tam- bién estas palabras a la suerte de la revolucién rusal Pero atin asi, aunque esté correctamente observada esa reafirmacién de la tradicién (una reafirmacién que algunos pueden ver como natural y sana, mientras otros pueden ‘verla como una distorsién de la revolucién), sera equivocado ver en el régimen post-reyolucionario nada mds que una prolongacién del ancien régime. Bajo el imperio, la historia de Francia no se limits a restablecer los hilos que habian sido violentamente rotos por la Convencién; tejié Ia urdimbre de una nueva Francia, y utilizé luego, en una nueva trama, los hilos de la tradicién. Lo mismo puede decirse de la Rusia stalinista, La nueva Rusia puede sentir en si misma la venganza del pasado, pero no ha vuelto a * aquel pasado. La monarqufa borbénica no podria haber producido nunca nada parecido al Cédigo de Napoleén, ese espejo filoséfico-juridico de la sociedad burguesa. Semejantemente, la economia planificada no podria nunea haber entrado en Ia existencia en la estructura de la vieja Rusia. Para hacerla posible se necesitaba nada menos que la revolucién de octubre, y en ella, en el principio y en la préctica de la economia plani- ficada, la revolucién de octubre ha sobrevivido y se hha desarrollado, a de Ja tracién de “todos los procedimientos sigebiate, lel ancien régime”. En el caso de la revolucién rusa seria aim menos realista que en el de la francesa negar 0 pasar por alto lo que es esencialmente nuevo (lo que “hace épo- ca”) en sus conquistas, Puede estar hasta cierto punto justificada la opinién de Sorel de que, si la Teva francesa no hubiera ocurrido, el ancien régime, con el transeurso del tiempo, habria hecho algo de la obra que se cumplié con su derrocamiento.t Dentro de la 3. Tbid., pp. 224:5. Esa ‘idea habla’ slo desarcllada, deude huego, antes de por Alexis de Tocqueville et L’ancien régime, a ciscara del ancien régime de Francia los elementos de una moderna sociedad burguesa habian alcanzado un grado de madurez, relativamente alto; la revolucion no hizo mds que romper la céscara, y, de ese modo, facilitar y acelerar el desarrollo orginico de aquellos elementos. Aun asf, los historiadores como Michelet, Jeurés, y otros, que han subrayado la obra esencial- mente nueva y creadora de la revolucién, parecen estar mis cerca de la verdad que Sorel, cuyo énfasis en la continuidad histérica, tan original e iluminador en muchos. aspectos, ‘en otros exagerado y esencial- mente conservador. Ahora bien, en el caso de Rusia, Jos limites en que opera la ley de continuidad histé- rica son indudablemente mucho més estrechos. Los elementos de la presente sociedad colectivista, con su economia planificada —dejemos a un lado la cuestién de si esa sociedad merece o no ser Hamada socialista—, apenas existian bajo la superficie del ancien régime & Rusia, Sod ec grin medida creacién ‘consclente'de la revolucin y del gobierno post-revolucionario. Como constructor de una economia nueva y como pionero de nuevas técnicas sociales, Stalin, con todas sus limi- taciones y vicios —las limitaciones de un empirista y los vicios de un déspota—, dejara probablemente en la historia huellas mAs profundas que las de cualquier revolucionario de nota en la revolucién francesa, Quizé sea éste el punto en el que la diferencia en la natu- raleza misma de las dos grandes revoluciones tiende a hacer desorientadora una comparacién levada dema- siado lejos. ‘Tratemos ahora de investigar hasta qué punto vale Ja analogia en un campo diferente: en la politica exte- rior de la revolucién francesa, en su impacto en el mundo y ‘el impacto’ del mundo en ella, Sorel, que examiné ese vasto campo con la mayor comprensién y del modo més concienzudo, nos dice que “para poner- se de acuerdo con Ja revolucién francesa, la vieja 7 Europa abdicd de sus principios; para ponerse de acuerdo con la vieja aes 4 rai francesa falsificé los suyos. Francia habia renunciado solemne- mente a las conquistas, pero la victoria hizo belicosa a la revolucién, La guerra, iniciada para la defensa del territorio francés, continué con la invasién de territorios vecinos, Después de haber conquistado tie- ras en la lucha para su propia liberacién, Francia hizo Rarticiones para conservarlas™* Al leer es0 uno no Pue- le dejar de pensar en Yalta y Potsdam, donde, al ac- ceder a la expansién de la Rusia stalinista, los jefes del occidente capitalista abdicaron claramente de sus prin- cipios, mientras la Rusia stalinista, al insistir en Ja necesidad de fronteras estratégicas 'y en la absorcién de la mayor parte de las tierras vecinas, conquistadas © en otro tiempo por los zares, falsificé de modo flagrante los suyos propios. gEs realmente verdad que la historia no se repite? 40 que, cuando se repite, el drama ori- ginal se convierte en una farsa? ;No es més verdad acaso que, en su repeticién rusa, fa tragedia francesa aparece magnificada ¢ intensificada, proyectada desde su escala europea a una escala universal, y desde una época anterior a la maquina de vapor, a la era de la energia atémica? Comparemos una ver mas el orginal con la repe- ticién. “No siendo capaz de destruir a todas las mo- Gieroley Tap cReeaT Cup! nue necersa asanien con los monarcas. Vencié a sus enemigos, les persi- guié hasta su propio territorio, realizé conquistas mag. nificas; pero para mantenerlos en paz era necesario tratar; para tratar era necesario negociar, y negociar era volver a la costumbre. El ancien régime y la revo- lucién hicieron un comproimiso, no a propésito de los principios, que eran irreconciliables, pero si a propé- sito fronteras, que eran modificables, Solamente 5. Sorel, op. eft, p. 3, n habia una idea en comin para que la vieja Europa y la Francia republicana pudiesen entenderse_mutua- mente y Ilegar a un acuerdo: la raison @état. Esa idea residié sus tratados. Al no haber cambiado de lugar [es terrtoris, y al permanscer las ambiciones de los estados siendo las que eran, todas las tradiciones de la politica renacieron en las negociaciones. Dichas tra- diciones estaban perfectamente de acuerdo con los designios de los revolucionarios ... éstos pusicron al servicio de Ja revolucién victoriosa los métodos del ancien régime.” * Mientras que desde el angulo del desarrollo inter- no de la revolucién puede decirse que, hasta cierto punto, las fases correspondientes al jacobinismo, termi- dorismo y bonapartismo se han mezclado en el stali- nismo, en su politica exterior durante la segunda guerra mundial él stalinismo victorioso puso simplemente a su servicio los métodos del ancien régime. En mi libro he descrito cémo, en Potsdam y Yalta, “la conducta, las aspiraciones, los métodos de accién, incluso los ges- tos y caprichos de Stalin se asemejaron vividamente al comportamiento, las aspiraciones y los gestos del zar Alejandro I al témmino de las guerras napoleénicas”.* ¥ Ia concepcién staliniana de la preponderancia de las grandes potencias y de la divisién entre éstas de esfe- fas de iofiuencis, qué otra cosa era, sino aquella vieja raison d'état, la tmica idea que tenia en comin con Churchill y Roosevelt? Que, en cierto sentido, aquella raison d'état estaba de acuerdo con un designio revo- Jucionario, los acontecimientos subsiguiontes iban a revelarlo, Rusia, como antes Francia, ha Ievado su revolucién al extranjero. Notemos que no fue en el perfodo jaco- bino y republicano cuando Europa adquirié la infec- & Sora, op. eit, pp. 5445. Sta, F536 72 “4 cién revolucionaria procedente de Francia, ¥ no fue en el perlodo heroico, leninista, cuando 1a revolucién bolchevique se extendié mas alla de las fronteras rusas. Las dos revoluciones fueron levadas al extranjero por gobernantes que primeramente las habfan domesticado en casa, “La Paha fue detenida en Francia, y en cierto modo congelada en despotismo militar; pero, por la aceién misma de ese despotismo, continué propa- gindose por Europa. La conquista la difundid por poke istintos. Aunque muy degenerada, conservaba yastantes atractivos para excitarles...”* Y, en otro lu- gar: “Fue de ese modo como la revolucién parecié haberse detenido y congelado en Francia; fue de ese modo como Europa la entendié y la imité”.® Es en su forma stalinista, y no en su forma leninista y trotskista, « como la revolucién se ha detenido y congelado en Ru- sia, y es en esa forma como se ha difundido, para yresa_de ex-comunistas desilusionados, que tienen grandes dificultades para entender c6mo una revolucién tan “grandemente degenerada” ha podido conservar tanto atractivo.!? Igual que la Francia bonapartista, la Rusia stalinis- ta ha creado todo un sistema de satélites. Stalin podia ver ahi una grave advertencia, Fue la rebelién de sus ae satélites lo que contribuyé de modo tan no- table a la caida del imperio bonapartista. Dos de esos satélites, Prusia e Italia, produjeron alguna de las mas serias contrariedades de Francia, Fue un patriota ita- Kano ee escribié en 1814 estas significativas pala- bras: “Me apena decirlo, porque nadie siente en mayor medida que yo la gratitud que debemos a Napoleén; nadie aprecia mejor que yo el valor de cada gota de esa generosa sangre francesa que regé el suelo italiano Sorel, op. cit. pp. 45: 9) Told, pra. 10. El lector encontrard un tratamiento mas detallado de este tema en Stalin, caps. 15 y 14. 3 y lo redimié; pero tiene que permitirseme que lo diga, {sue es la Tae: ver part de is ane fue una alegria inmensa, inefable”. Hemos ofdo a Tito promuciar palabras semejantes acerca de los rusos, y quién sabe cudntos comunistas de la Europa oriental serfan felices de pronuneiarlas, si pudieran, A Bona- parte, y a muchos de sus compatriotas, la conducta de Italia y de Prusia les parecié el colmo de Ja ingratitud. Lo mismo le parece a Stalin la conducta de Tito, Pero, equé es lo que da origen a esa “ingratitud”? ambos sistemas de satélites ha habido carac- teristicas que les redimen. “En los paises que Francia unié @ su territorio o constitayé a su imagen — dice Sorel— proclamé sus principios, destruyé el sistema feudal ¢ introdujo sus leyes, Después de los inevitables desérdenes de la guerra y de los primeros excesos de la conquista, la revolucién constituyé un inmenso bene- ficio para los pueblos. Por eso no podrian confundirse las conquistas de Ja repiblica con las del ancien régi- ‘me, Unas y otras diferian en la caracteristica esencial de que, pesar del abuso de los principios y de las desviaciones de las ideas, la obra de Francia se cum- plié para las naciones”."* Sin repetir aqui mi andlisis de nuestra contrapartida contempordnea de aquel fe- némeno, diré solamente que no creo que el veredicto que dé la historia del sistema stalinista de satélites sea en ese aspecto mis severo que el que ha dado del sis- tema bonapartista.* No obstante, el sistema francés no se salvé por los rasgos que le redimian, Serfa dificil IL, Sorel. city pe S47, 12, Yo, fii educado en Polonia, uno de lor palses satdlites de Nappleéa, donde, todavia en mii tempo, la leyenda napolednica stabs tia vive’ que, slendo escolar, yo. Uorsba. con lagrimas ainargas Ja, caida de Napoleén, como. casi todos los miios palacos, Yahora vivo en Inglaterra, donde ta mayoria de los. escolares, oS, gett, wh, con, Ik intra doe ret de Napoledn, exe villaao de los historladares tradicionalistas ingleses, 4 encontrar una explicacién més brillante y convincente de ese hecho que la que nos ofrece Sorel: “Los republicans franceses se crefan ciudadanos del mundo, pero lo eran solamente en sus discursos, sentian, pensaban, obraban, interpretaban sus. ideas universales y sus prineipios abstractos de acuerdo con las tradiciones de una monarquin conquistadora ... Identificaban la humanidad con su patria, su causa nacional con la causa de todas las naciones, En conse- cuencia, y de modo enteramente natural, confundian la prdpagacién de nuevas doctrinas con la extensién del ‘franeés, la emancipacién de la humanidad con TP eadeur de ln sepobiios, ol mbada. da Jn rant con el de Francia, la liberacién de los pueblos con la conquista de estados, la revolucién europea con la, dominacién de la revolucién francesa en Europa ... es- tablecieron repiblicas sometidas y subordinadas a las que mantenian en una especie de tutela ... La revolu- cién degeneré en propaganda armada, y mds tarde en conquista ...”3* Del mismo modo, los stalinistas rusos se creen internacionalistas, pero sienten, piensan y obran de acuerdo con la tradicién de una monarquia conquistadora que tienen a la espalda; y también ellos euler la emancipacién de la humanidad con la grandeza de su repablica, y el reinado de la razén con la hegemonia de Rusia. No es sorprendente que Ja reaccién de los paises satélites tienda a tomar una forma familiar: “Los pueblos entendfan con facilidad ese lenguaje [el de la emancipacién, hablado por los revolucionarios}. Lo que no entendian en absoluto era que, mientras empleaba ese lenguaje ... Francia se pro- ponia esclavizarles y explotarles, Por lo dems, no dis- tinguian entre Francia y el hombre que la gobernaba; no investigaban las fases por las que habfa pasado la revolucién, y cémo la republica se hab{a transformado 13. Sorel, op. cit, pp. 541-2. ic) - en un imperio; conocfan Ja revolucién solamente en forma de conquista ... y fue en esa forma como, en vir- tud de los mismos principios de aquélla, legaron a aborrecerla, Se alzaron contra su dominio”. No pro- fetizamos aqui un alzamiento de los pueblos contra a dominacién staliniana. Pero no puede dudarse que Jos pueblos de la Europa central y oriental, que po- drian haber entendido bien el lenguaje de la emanci- pacién social hablado por Rusia, no pueden entender or qué tienen que subordinarse a Rusia; que esos ieblos, y otros, no hacen ahora distincién alguna entre la revolucién rusa y “cl hombre que la gobiena”; que no estin interesados en las tapas por las cuales la reptiblica de los consejos de obreros y campesinos se ha transformado en algo como un imperio; y que co- nocen la revolucién Tusa, en gran parte, en forma de conquista, Después de entregarme a esas comparaciones, no puedo por menos de indicar dénde y por qué esa am. lia analogia histérica deja de tener aplicacién. No aré hincapié en Jas obvias diferencias — importantes en algunos aspectos, poco significativas en otros — entre las dos revoluciones, una de las cuales era de cardcter burgués, y Ja otra proletaria, al menos en principio. Ni me explayaré acerca de las diferencias mds sefialadas entre Ja escena internacional de hoy y Ja de hace un siglo y medio. Pero quiz4 deban decirse algunas pala- bras sobre un episodio importante —la revolucién china — que sélo hace poco ha tenido lugar. El rapido hundimiento del Kuomintang y la victo- tia absoluta de los ejércitos comunistas han alterado de una manera clara el equilibrio internacional del poder. A la larga, la revolucién china ha de tener también repercusiones dentro de Rusia. Indudablemen- te esa revolucién merece ser colocada en una categoria 14. Iola, p. 5, diferente de las “revoluciones desde arriba” habidas en la Europa central y oriental en los afios 1945-48, Estas fueron principalmente subproductos de la victo- ria militar de Rusia: “Aunque los partidos comunistas locales fueron sus agentes y ejecutores inmediatos, el gran partido de la revolucién, que permanecia en el fondo de la escena, era el ejército rojo”. En contraste, aunque pueda haber sacado inspiracién moral de Rusia, el comunismo chino puede pretender con todo derecho ne su revolucién ha sido obra suya y mérito pepe ‘magnitud misma de la revolucién china y su impetu intrinseco han sido tales que es ridiculo considerarla como un titere de nadie, La revolucién china no es satélite de la revohuoién rusa, sino otro gran levanta- miento por derecho propio. A ese fenémeno no se le encuentra paralelo.alguno en la época de la revolueién francesa. Hasta su final, la revolucién francesa estuvo sola, Solamente puede pensarse una analogia imagina- ria: nos podemos preguntar cual serfa el aspecto de Europa si, en el transito del siglo xvi ol xxx, Alema- nia, entonces desunida y atrasada, hubiese Mevado a cabo mds o menos independientemente su. propia ver- sién de la revolucién fonsses, ‘Una combinacién de una Francia jacobina o bonapartista con’ una unificada Alemania jacobina podria haber dado a la historia una direceién diferente de la que pudo comunicarle, a solas, Francia. Quizd no habria habido un Waterloo. O quizi as fuerzas antirrevolucionarias de Europa se habrian unido mucho antes y mas resueltamente de lo que lo hicieron contra Francia. ‘Tanto los stalinistas como los anti-stalinistas han empezado hace poco a fomentar la leyenda de que Stalin ha sido el verdadero inspirador de la revolu- cién china, gCémo se puede conciliar tal cosa con el hecho de su papel en los acontecimientos de China 15. Stalin, p. 554. en 1925-27? -Cémo ponerla de acuerdo con Ja afirma- cién del propio Stalin en Potsdam de que “el Kuomin- tang es la tmica fuerza politica capaz de gobernar China”? Puede argiiirse que, en Postdam, Stalin des- conocla ostensiblemente a los comunistas chinos sélo para engafiar a sus aliados occidentales. Pero es dificil pensar que ése fuese el caso, La versién de los acon- tecimientos que parece mds préxima a la verdad es que hasta muy tarde Stalin aprecié en poco la capa- cidad del partido comunista para controlar China, y que llegé incluso a intentar, todavia en 1948, disuadir a Mao Tse-tung del lanzamiento de la serie de ofen- sivas que iban a dar Ja victoria al comunismo chino, Una carta de Stalin a Mao Tse-tung en ese sentido fue lefda en Ja conferencia del partido comunista chino que tuvo Ingar poco antes del desencadenamiento de Ta ofensiva; pero la conferencia rechaz6 el consejo de Stalina? En su intempestivo escepticismo acerca de la revo- Iucién china, Stalin aparece fel a su carfcter. Mediada la década de 1920 habfa hecho un cflculo erréneo similar, antes de que Chiang Kai-chek comenzase su gran marcha hacia el norte. En marzo de 1926, el Po- litburd ruso discutié si se debia animar a Chiang (que 16, Por elemplo, véase Tames F. Bymes, Speaking Fra (vaya York, $8ahp. 88, Anen ss, Tf, En ol Tondo ac eoaeepoeal expec witb ou Yopreeo “Shay mochas proces que rusiren que el = utadara victeia gue el ccmusinao’ chino iba a obs Madara oa Hib Go 1080's tine eo copra al her proat deseaben na inmediata. victoria comuniita en China. En sqwel mes el partido comunista chino celebrd una conferencia para dis. ccutir planes para Ia campafia del préximo ototo, El eonsjo de Rusia tera continnar la lucha de guerrilies durante un aflo mds, para de- bilitar @ los Estados Unides, que se esperaba siguiesen voloando farmas oa China, en apoyo del Kuomintang. Rusia s0 oponia a todo plan para feminar Ja queda civ] mediaote la toma de las, grandes Ghudades, EL consejo de Rusia fue rechazedo por in conferencia, ¥ se atopté Ie politica contraria...” The Times, 27 do junio Go 2950, nfarmes’ serjantes ha’ aparecido en’ otros” muchos eribioos. 3B entonces era atin aliado de Mosc, y miembro honora- tio del ejecutivo del Comintern) en sus planes de con- quista de toda China, Stalin insistié en que se acon- jara a Chiang que se contentase con la zona del sur, que ya controlaba, y buscase un modus vivendi con Chang Tso-lin y su gobierno, que controlaban todavia el norte. Chiang desprecié el consejo, y poco después establecié su control sobre toda China, Mas de dos décadas més tarde, Stalin, al parecer, sobreestimé de nuevo la estabilidad de un régimen viejo y decadente, y subéstimé las fuerzas revolucionarias que se le opo- nfan. Con mncho mayor justificacién que ‘Tito, Mao Tse-tung podria, pues, decir, no solamente que su régimen no fue creado por la fuerza de las armas rusas, sino que 61 se asegurd su triunfo en contra del consejo * explicito de Mosca. Sea cual fuere la verdad acerca del papel de Stalin en aquellos acontecimientos, es probable que la revo- Iucién china afecte grandemente a la suerte del stali- nismo. En mi libro he mostrado que el stalinismo es ante todo un producto del aislamiento del bolchevis- mo ruso en un mundo capitalista, y de la asimilacién mutua de la revolucién aislada y la tradicién rusa. La victoria del comunismo chino marca el final de aquel aislamiento, y de una manera mucho més decisiva que Ja expansién del stalinismo en la Europa oriental. Asi, una de las principales precondiciones para el surgi miento del stalinismo pertenece ahora Me pasado, Eso puede estimular dentro de Rusia procesos que tiendan a superar aquella extrafia ideologia y estructura men- tal que se formaron en el periodo de aislamiento, No obstante, sabemos por la historia cudntas veces los efectos han sobrevivido a sus causas, y por cudnto tiempo. lientras en una de sus repercusiones la revolucién china tiende a privar al stalinismo de su raison @étre, en otra tiende a vigorizarlo y consolidarlo. El stalinis- 9 mo no ha sido solamente el producto del aislamiento del bolchevismo; ha reflejado también el predominio en Rusia, y, en consecuencia, en su revolucién, del elemento oriental, semiasidtico y asidtico, sobre el ele- mento europco, La victoria de Mao Tse-tung realza aquel elemento y le aporta un enorme peso adicional. ;Cudnto mds verdadero tiene que sonar ahora al mismo Stalin su propio Ex Oriente, thes que en 1918, cuando Jo publicé! Es tanto lo que el elemento oriental ha egado a predominar en todo el movimiento comu- nista internacional, que la lucha entre comunismo y anticomunismo se va identificando cada vez mas, ya no sélo geogrificamente, con el antagonismo entre Oriente y Occidente. El hecho de que el comunismo es en su origen una idea occidental par excellence, y ne el Occidente Jo exports a Rusia, esta casi olvida- io. Habiendo conquistado el Oriente, y absorbido el clima y las tradiciones de éste, el comunismo en su forma stalinista no slo comprende mal al Occidente, sino que se hace cada vez més incomprensible para éste, En Rusia, la tradicién ortodoxa-griega y_bizan- tina se ha refractado en la revolucién. Se refractard ahora de un modo similar la tradicién confuciana en el comunismo chino? La historia politica de Stalin es un cuento no exento de horror y_crueldad, quizé deba uno guardarse de sacar de ella una moraleja de desilusién y desespero, porque el cuento no se ha terminado toda- Via. Casi todas las grandes revoluciones han destruido tants esperanzas como lis que In enmplid en con- secnencia, toda revolucién dejado tras de si una cosecha de frustracién y cinismo. Por regla general, tos hombres sélo han sido capaces de hacer plena justi- cia al conjunto de la experiencia cuando han dispuesto de una dilatada perspectiva de tiempo histérico. “;Qué 5 lo que sabemas, después de todo?”, escribié una vez Louis Blane, en un contexto similar. “Para que el pro- 80 greso sea realizado es quiz’ necesario que se agoten todas las alternativas malas. La vida de Ja humanidad es muy larga, y el mimero de soluciones posibles es muy limitado. Toda revolucién es witil, al menos en el sentido de que se hace cargo de una alternativa peli grosa, Por a hecha de quo desde uo doigraciada es- tado de cosas las sociedades caigan a veces en un estado peor, no nos apresuremos 2 concluir que el pro- greso sea una quimera.” ® No nos precipitemos, 18. Louis Blane, Histoire de dix one (10.* ed., Paris, sin fecha), 1, 185. 81 MARX, ENGELS Y RUSIA? Las actitudes de Marx y Engels hacia Rusia, y sus opiniones sobre las perspectivas de revolucién rusa, constituyen un tema curioso en la historia del socia- lismo. gTuvieron los fundadores del socialismo cienti- fico alguna premonicién del gran levantamiento ruso que iba a ser realizado bajo el signo del marxismo? Qué resultados esperaban de los desarrollos sociales en ol interior del imperio de los zares? ¢Como con- cebfan la relacién entre Ja Rusia revolucionaria y el Occidente? Ahora se puede dar una respuesta mas completa fa esas preguntas sobre la base de la corres- pondencia entre Marx, Engels y sus contemporineos tusos, publicada el afio dltimo por el Instituto Marx- Engel in de Mosc, Esa correspondencia cubre aproximadamente medio siglo, Se abre con las famosas cartas de Marx a Anenkov, en 1846, Se cierra con la correspondencia entre Engels y sus amigos rusos en 1865. El volumen contiene también unas cincuenta cartas publicadas por primera vez. Enire los rusos que tuvieron contacto con Marx y Engels habia hombres y mujeres tenecientes a tres generaciones de reyolucionarios, En la década de 1840 el movimiento revolucionario en Rusia tenia un cardc- ter casi exclusivamente intelectual y liberal. No estaba 1, BBG., charla del “Tercer programa”, noviembre de 1948. 82 basado en ninguna clase social o fuerza popular. A esa época pertenecen los primeros eorresponsales de Marx: ‘Anenkov, Sazonov y unos pocos mas. Marx les expli- caba su filosofia y sus ideas econdmicas, pero no ha- blaba nada de revolucién en Rusia. Era demasiado onto para eso, Hablando claramente, en aquellos afios Rosia or para Marx todavia sinénimo de zarismo, y el zarismo era el odiado “gendarme de la reaccién euro- pea”. La principal preocupacién de Marx y de Engels era levantar a Europa contra aquel gendarme, porque crefan que una guerra europea contra Rusia aceleraria el progreso del Occidente hacia el socialismo. in la década de 1860 Ilegé al primer plano otra generacién de reyolucionarios rusos. oo Jos narodniki, © populistas, o socialistas agrarios. De un modo ba: tante curioso, fue con los intelectuales rusos de aquella escuela, que abogaban por un puro socialismo cam- pesino, con los que los dos fundadores del socialismo occidental, estrictamente proletario, establecieron los més estrechos vinculos de amistad. Rusia no poseia atin industria, ni wna moderna clase de trabajadores, ni casi burguesia, Los intelectuales y los campesinos cons- titufan dentro de Rusia las tnicas fuerzas a que podian mirar los dos enemigos jurados del zarismo, También habia, desde luego, el anarquismo de Bakunin. Marx Drimeramente ooper6 con Balenin, y luego se peleé con él. Pero no voy a tratar de esa controversia, de Ja que sélo aparecen referencias casuales en la corres- pondencia que estamos examinando. Ante Mars, dicho sea incidentalmente, el papel de Bakunin era més el de portavoz de los anarquistas italianos, suizos y ¢s- paiioles, que el de reyolucionario ruso. Los narodniki en Rusia y en el exilio respondieron ardientemente a las teorfas de Marx y Engels. El ruso fue la primera lengua a que se tradujo El capital. Basada en la economia clisica inglesa y en la filosofia alemana, y en un completo estudio del capitalisma in- 83 dustrial de occidente, la gran obra de Marx no parecia tener relacién directa con las condiciones sociales que prevalecian en Rusia, Y, no obstante, desde el primer momento, cuando atin no hacia la menor impresién en el ptblico de la Europa occidental, ET capital ejercié ‘una enorme influencia entre los intelectuales rusos, Su traductor, Danielson, que era un destacado economista narodnik, escribié a’ Marx que el censor ruso autori- zaba el libro, creyéndolo demasiado estrictamente cien- tifico para tener que ser prohibido, En todo caso, pen- saba el censor, el libro era demasiado pesado de Jectura para poder tener la menor influencia subver- siva, Le asustaba mds la portada de la edicién rusa, con el retrato de Marx, y, mientras permitia que las ideas de Marx Iegasen al piblico ruso, conliscé el retrato, Algunos afios mds tarde el censor ruso autoriz6 también el segundo volumen de El capital, aun cuando poco antes habia secuestrado uma edicién rusa de las obras del buen viejo Adam Smith, Novecientos ejem- plares de EI capital se vendieron en San Petersburgo en unas semanas, después de su publicacién en 1872, im mimero muy elevado si se considera el cardcter del libro, la época y el lugar. Pero incluso antes de eso, Marx recibié una notable prucba del extrafio entusias- mo ruso por sus ideas cuando, en marzo de 1870, un grupo de revolucionarios rusos le ~~ que represen- tase a Rusia en el Consejo general de la Primera Inter- nacional, Marx quedé ligeramente perplejo ante aquel ines- perado entusiasmo uso; “una edmica posicién para mi”, escribié a Engels, “jfuncionar como representante de {a joven Rusia! Un hombre munca sabe a lo que puede llegar, o a qué extrafia amistad puede tener que someterse”. Pero la diversién irénica era sélo una parte, quiz4 la menos esencial, de la reaccién de Marx a la admiraci6n rusa. Su mente estaba muy interesada por Rusia como fenémeno social, A la e de cin- wu cuenta afios, él y Engels empezaron a estudiar ruso. Seguian el desarrollo de Ta literatura rusa, y devoraban volumen tras volumen de estadisticas y sociologia ruses. Marx pensé incluso en reescribir una parte de El capital palaslaraiiocon vi eloecbyaatoy cs cited ar cién que no llegé a levar a la préctica. Aunque el sen- tirse divertidos ante algunas excentricidades rusas si- guié dandose en sus reacciones, tanto Marx como Engels adquirieron un profundo respeto por los logros intelectnales rusos. Chernichevski, que por entonces cumplia su condena de trabajos forzados en Siberia, impresiond a Marx como el mis original pensador y economist contemporinco. Marx planes levantar pro- testas en Ia Europa occidental contra el trato dado a Chernichevski, pero los amigos de éste temieron que lie govtolieg ¢ tn icloterencs Gleugine, Uedaa wale mal que bien al gran convicto. Dobroliubov, que habia muerto a Ta edad do veintcines alos, fud otro pen- sador muy valorado por Marx, como “escritor de la alla de un Lessing 0 un Diderot”. Finalmente, en 1884 Engels escribi6 a a sofiora Papritz, una cantante rusa, y traductora de Engels: “Nosotros dos, Marx y yo mismo, no podemos que- jarnos de sus compatriotas. Si en algunos grupos habia ‘nls confusion revoladionarla, que tavestignciio.clenti- fica, habfa también, por otra parte, pensamiento critico investigacién desinteresada cn el campo de la. pura teorfa, dignos de Ia nacién de Dobroliubov y Cherni- chevski ... Pionso no solamente en los socialistas revo- Iucionarios activos, sino también en la escuela histérica y erftica de la literatura rusa, que es infinitamente su- rior a todo lo lograda por respetables historiadores le Alemania y Francia.” Pero el tema principal de Ja correspondencia era el camino de Rusia hacia el socialism, En Oceidente Ia industrializacién capitalista, segiin Marx y Engels, es- taba preparando el terreno al socialismo. La clase obrera 85 industrial era la principal fuerza interesada en el socia- lismo. Pero gqué decir de Rusia, donde la industria capitalista no habia ni siquiera empezado a echar rai- ces? Los narodniki argumentaban que el. socialismo uso se basarfa en Ja primitiva comuna rural, u obschina, iue habfa existido junto al feudalismo, Incluso después oie emancipacién de los siervos, en 1861, la tierra campesina era todavia propiedad de la comunidad rural, precursora en algunos aspectos de! actual koljés nso. Rusia, decian los narodniki, no necesitaba pasar por las pruebas y tribolaciones del industrialismo ca- pitalista para aleanzar el socialismo, Podia encontrarlo en su tradicién rural nativa, a la que solamente nece- sitaba depurar de sus restos de feudalismo. Ese era, pues, el camino de Rusia hacia el socialismo, muy dife- rente del que se esperaba que recorriese Ia Europa occidental. La mayoria de los narodniki, aunque no todos, eran eslavéfilos, y crelan en la peculiar misin socialista de Rusia, Marx, como sabemos, rechazaba el eslavofilis- mo, y nada Te enfurecia més que la palabreria sobre la Bee micltcen dat Reta; Bk ciaeday. Gijoranih oe, que la vieja Europa necesitara ser rejuvenecida por la sangre rusa, Pero, a pesar de ello, compartia algunas de las esperanzas que los narodniki ponian en la pri- mitiva comuna rural rusa. Abi, decia en una famosa carta a un periédico ruso en 1877, estaba “la mds bella oportunidad ofrecida jamés por la historia a una na- cién”, la oportunidad de escapar del capitalismo_y pasar directamente del feudalismo al socialismo, Es verdad que Marx afiadia importantes cnalificacion la comuna rural habla empezado a desintegrarse, y_ si ese proceso continuaba Rusia perderia su “més bella oportunidad”. Ademds, un estimulo del exterior, la transformacién socialista de la Europa occidental, se necesitaba para hacer posible Ia cidifeacién del socia- lismo ruso sobre Ia comuna rural. A ojos de Marx, 86 | a la Europa occidental Je correspondia Ja. revolucién socialista por derecho de nacimiento, mientras que el papel de Rusia s6lo podria ser secundario, Sin embar- go, Rusia podria seguir su més corto atajo hacia el socialismo, Marx y Engels simpatizaban también con el texo- rismo de los narodniki, con sus atentados contra la vida del zar y sus sitrapas. Cuando, en 1881, unos revohi- cionarios asesinaron al zar Alejandro II, Marx y Engels aplaudieron Ja hazafia, En un mensaje a una reunién usa en Ia que se conmemoraba el décimo aniversario de la comuna de Parfs, expresaban Ja esperanza de que el asesinato del zar presagiase “la formacién de una comuna rusa”, Alcanzamos aqui el punto més dramé- tico de toda la correspondencia. En los dias del ase-” sinato de Alejandro TI una nueva generacién de revo- Tucionarios, los primeros verdaderos marxistas Tusos, habia entrado en la politica. Sus principales porta- vores eran Jorge Plejanov, Vera Qeasich y Pablo Axelrod, los futuros fundadores de 1a socialdemocracia rusa, Esos primeros marxistas rusos eran duramente opuestos a los narodniki, precisamente en aquellos pun- tos en que Marx y Engels les habian apoyado. Los jévenes marxistas se oponfan al terrorismo, Plejanov en ‘particular habia visto el asesinato premeditado del zar como una aventura insensata. £1 creia que Ja tarea de los revolucionarios rusos consistia en abolir el sistema autocritico, no en matar a un antécrata. Los marxistas rusos crefan ademés que, como la Europa occidental, Rusia tenia que pasar por Ia industrializacién capita- lista y_por, pt del autogobierno democré- e tico antes de poder empezar siquiera a evolucionar en Ja direccién del socialismo, Sostenfan que la comuna rural era irreversiblemente desintegradora y no servia al socialisino. Ponfan sus esperanzas no en los campe- sinos, sino en los obreros industriales, clase que en- 87 tonces empezaba a desarrollarse; no en el socialismo agrario, sino en el proletario. Pero narodniki y marxistas citaban como autoridad El capital. Los marxistas tenfan razdn en esperar que Jos dos grandes socialistas alemanes convendrian con ellos en que Rusia estaba destinada a pest por la misma evolucién por la que habia pasado la Europa occidental. Podemos, pues, imaginar su desilusién euan- do el propio Marx les trataba con frialdad. En una carta a Vera Zasulich, de 1881, Marx les decia que no tenian por qué citar El capital contra los narodniki y la comuna rural, porque en dicha obra él habia anali- zado solamente la estructura social de la Europa oc- cidental, y era muy posible que Rusia cvolucionase hacia el socialismo por su propio camino. Marx admi- tia que la comuna rural haba empezado a decaer, pero atin suscribfa la opinién de los narodnikt de que la comuna tenfa un os futuro, Y tampoco impresiona- ban a Marx los indignados argumentos contra el terro- rismo narodnik, aunque lo vela como “un método es- pecificamente ruso e histéricamente inevitable, a pro- pésito del cual no hay razén alguna ... para moralizar, ni a favor ni en contra”. Desde luego, él no admitiria un terrorismo asi en Ia Europa occidental. En 1883 morié Marx, y Engels prosiguié la corres- pondencia. Los marxistas rusos trataron de convertir su propio punto de vista al padre fundador super- viviente de Ia escuela marxista. Al principio no tuvie- ron éxito, Engels persistla en la esperanza de que los atentados terroristas narodniki conducirfan al derroca- miento del zarismo. En 1884 y 1885 esperaba cambios politicos draméticos en el interior de Rusia. Rusia, es- cribia Engels, estaba aproxim4ndose a su 1789. Recor- dando el asesinato del zar, a los cuatro afios del su- ceso, dijo que era “uno de los casos excepcionales en que un pufiado de hombres podian hacer una revolu- Gién”, opinién de la que los jévenes marxistas rusos, 88 qe cereaban: a revolicién de ung clase socal, y no un “pufiado de hombres”, se habian ya burlado ‘como de tna peligrosa ilusién. “Ahora, cada mes que pase —escribia Engels a Vera Zasulich en 1884— deben agravarse las dificultades internas de Rusia. Si algin gran duque valeroso y de mentalidad constitu- ional apareciera ahora, incluso las clases superiores de Rusia encontrarian que una revolucién de palacio seria Ia mejor salida del callején.” Podemos imaginar la sonrisa irénica con que Plejanov y Zasulich tratarfan de desilusionarle, aun’ sin conseguirlo, Sabemos ahora que en esa controversia eran los marxistas rusos, y no Marx y Engels, los que tenfan razén, si hay que juzgar por los acontecimientos. El asesinato de Alejandro II tuvo de hecho como consecuencia la desintegracién y desmoralizacién del movimiento ik, y un Jongado periodo de reaccién, La fria actitud de Marx y Engels hacia sus seguidores rusos era intelectual- mente inconsecuente; pero era comprensible y muy humana, Los narodniki habian sido amigos intimos y admirados de Marx, los primeros en alzar la bandera de la revolucién popular, los primeros en responder, a su manera eslava, al marxismo. Las opiniones de los narodniki habian quedado anticuadas, pero una vieja lealtad y, sin duda, su alejamiento de la escena rusa, impidieron a Marx y Engels advertirlo con la viveza con que lo advirtieron sus jévenes discfpulos rusos. Sélo al comenzar Ia wiltima década del siglo, hacia el final de su vida, reconocié Engels que Plejanov y Zasulich habjan tenido razén, que la comuna rural estaba sentenciada, que el capitalismo estaba invadien- do Rusia, y que la rama agraria del socialismo tenia que ceder el paso a la rama industrial, Engels intent imprimir sus nuevas opiniones en los viejos narodniki, especialmente en Danielson, el traductor de El capital, La lectura de las cartas cruzadas entre Danielson y Engels produce un efecto melancélico, Danielson des- 89 ahogaba su decepcién por la nueva actitud de Engels. Describia muy cloccctacnite los cuales, del, cacitalit mo en Rusia, sugiriendo que, con su insistencia en la necesidad de que Rusia atravesara la fase capitalista, el marxismo estaba haciendo de advocatus diaboli. Recordaba a Engels la mucha importancia que Marx habia dado a la comuna rural rusa. Engels argumen- taba en réplica, con seriedad, paciencin y dulzura, que habian tenido lugar nuevos ‘procesos sociales, que en ese tiempo Ja comuna rural habia legado a formar te de un “pasado muerto”, y gue aunque los males del capitalismo fuesen tan grandes Rusia, desgracia- damente, no podia escapar a ellos, “La historia —de- cla Engels — es la més cruel de las diosas, Conduce su carro triunfal sobre montones de cadveres, no sola- mente durante la guerra, sino también en tiempos de ‘pacifico’ desarrollo econémico.” Habia en esas palabras una referencia a la desas- trosa sequia y hambre de 1891 en Rusia, por la que Da- nielson habia culpado a Ja desorganizacién del capita- lismo incipiente en la agricultura, La comuna rural, continuaba Engels, habria podido ser la base del so- cialismo ruso si en el Occidente industrial el socialismo hubiese triunfado “hace unos diez o veinte aiios. Des- graciadamente, nosotros [es decir, el Occidente] hemos sido demasiado lentos”, — eran los sintomas? La pérdida por Inglaterra de su monopolio industrial, la competencia. industrial entre Francia, Alemania e Ingla- terra, “América —escribia Engels en 1898— promete desalojarlos a todos de los mercados del mundo... Es seguro que la introduceién de una, al menos relativa, politica de libre comercio en los Estados Unidos com- letaré la ruina de la posicin industrial de Inglaterra, y lestruird, al mismo tiempo, el comercio de exportacién industrial de Alemania y Francia; entonces tendra que sobrevenir la crisis...” Mientras tanto, el capitalismo seguia dominando en Ocoidente, y también Rusia tenfa 90 que entrar en su érbita, Ese retraso en la marcha del socialismo era lamentable, pero, decia Engels, “noso- tros,.. somos, desgraciadamente, tan estiipidos que nun- ca sabemos cobrar énimos para un verdadero progreso a menos que nos empujen a ello sufrimientos que pa- recen casi desproporcionados” al fin que hay que al- canzar. Ahora es fécil ver que en aquella controversia am- bas partes estaban acertadas y equivocadas al mismo tiempo. Engels, convertido a Ja opinién de sus jévenes diseipulos rusos, tenia desde luego raz6n al decir’ que Rusia no podfa evitar convertirse en capitalista. Pero Danielson, el viejo narodnik, tenia también razén al insistir en que el capitalismo ruso tendria pocas po- sibilidades de desarrollo, porque la terrible pobreza * de los campesinos rusos limitaria a un minimo el merca- do interior, y porque Rusia era demasiado débil para competir con otras naciones en los mercados extranjeros. Fue precisamente esa debilidad del capitalismo en Rusia, una debilidad no claramente vista ni por Engels ni por los primeros marxistas rusos, lo que condujo en tiltima instancia a la revolucién bolchevique de 1917. Esa debilidad era Io que iba a hacer de Rusia, en pala- bras de Lenin, “el eslabén mis débil en la cadena del capitalismo”. No obstante, Engels tuvo una fuerte premonicién de a préxima revolucién rasa. Afirmé repetidamente que Rusia era “la Francia de la nueva era”. Casi en su lecho de muerte, en 1895, contemplé los primeros pasos del nuevo, y tiltimo, zar tuso Nicolés II, y, en una car- ta a Plejanov, profetizé: “Si el demonio de la revolu- cién tiene agarrado a alguien por el cnello, ése es el zar Nicolés II”. Pero lo que Engels esperaba que ocurriera en Rusia era “otro 1789”, otra revolucién burguesa, antifeudal, no una revolucién socialista. Incluso hacia el final de su vida, cuando ya se habia separado intelectualmente de los narodniki, Engels se om negaba atin a criticarles en piblico, Plejanov y Zasulich Je instaron repetidamente a hacerlo, fomentando asi Ja causa del marxismo ruso; pero Engels, con un cierto tono de excusa, explicaba a Plejanov su actitud extre- madamente delicada hacia los viejos narodniki: “Es enteramente imposible argumentar con los rusos de esa generacién ... que creen ain en la misin es- pontineamente comunista que se supone que distingue a Rusia, la yerdadera Rusia santa, de todos los demas paises infeles ... Incidentalmente, en un pais como el wuestio ... rodeado por una més o menos sélida mu- ralla de China intelectual, levantada por el despotismo, no hay que sorprenderse de la aparicién de las mis in- crefbles y cnriosas combinaciones de ideas.” ‘Con esa nota de casi apenada comprensién de las limitaciones de sus viejos amigos narodniki Mega a su final la correspondencia de Engels, EL STALIN DE TROTSKI* La “apreciacién” de Stalin por Trotski es uno de los documentos clisicos de la literatura moderna, El lec- tor contemporineo no puede todavia ver ni al héroe de ese libro ni al autor del mismo en Ia perspectiva de la historia, y, en consecuencia, no es f4cil definir el valor de la “apreciacién” como documento. El convoy de Jos acontecimientos, al que pertenece Ja enemistad de los dos hombres, no ha recorrido atin todo su camino. La misma publicacién del libro, independientemente de Jas intenciones de su autor, se ha convertido en un incidente menor en la controversia contempornea entre Oriente y Occidente. El libro estaba dispuesto para la publicacién en los Estados Unidos ya en 1941. Enton- ces los editores norteamericanos se abstuvieron de pu- Dlicarlo, en deferencia al jefe de una poderosa nacién aliada. No vio por primera vez la hu (en los Estados Unidos) hasta 1946, cuando el gobierno no era ya aliado de Stalin, y cuando la opinién habia dado el notable viraje por él que pasé de la admiracién por Rusia en la €poca de la guerra a las agudas suspicacias de la post- guerra, El testimonio de Trotski esté siendo, asi, uti- lizado para desacreditar a Stalin. Pro captu lectoris habent sua fata libelli. 1, Esta rosofia del Stalin de Trotski aparecié on The Timer Literary Supplement, 17 de julio de 1948. 93 Ese uso adventicio del libro hace tanto mas nece- sario el que se intente una critica del mismo como do- ‘cumento histérico , y nada mAs, Imaginemos que a Dan- ton, una vez condenado, se le hubiese concedido un tiempo de vida que le hubiera permitido eseribir una biografia de Robespierre, Su testimonio habria influido indudablemente en el juicio de la posteridad sobre Robespierre. Pero es dudoso que la posteridad acepta- se sin mas ni mAs el conjunto de tal testimonio, Semejante analogia—imaginaria, por supuesto— s tan imperfecta como cualquier comparacién tomada de dos situaciones reales @ histéricas. Stalin es, y no es, el Robespierre del bolchevismo. En Ja hechura real de la revolucién su papel fue incomparablemente menos importante; el titulo de Robespierre ruso corresponde a Lenin, no a Stalin, Fue en la era post-revolucionaria cuando la imagen de Stalin se hizo tan grande 0 mayor que la de Robespierre y combind incluso sus rasgos con la del primer cénsul. Por otra parte, la semejanza de Trotski y Danton no es apenas discutible, Ambos representan’ el mismo tipo de caudillismo revolucio- nario, genio retérico y brillantez, tactica, Ambos dieron expresin a todo el élan de una revolucién mientras el entusiasmo popular fue el principal motor de ésta, y ambos se eclipsaron cuando aquel entusiasmo de- cayé. Si, a veces, Stalin parece combinar algunos rasgos de Robespierre con otros de Bonaparte, también en ‘Trotski parecen al menos mezclados dos caracteres, el de Danton y el de Babeuf. Sdlo unos ajios después de sus resonantes triunfos, el universalmente aclamado tribuno del pueblo era ya el dirigente perseguido de una nueva conspiracién de iguales, que clamaban por Ja regeneracién de la revolucién y desafiaban a los im- placables constructores de un imperio semi-revolucio- nario y semi-conservador. La corriente de la historia 4 operd contra Trotski tan poderosamente como habia operado contra Babeuf. Lo que los editores de ‘Trotski nos presentan ahora no es una biograffa de Stalin, sino una acusacién con- tra éste, Se trata de un libro que muestra todas las huellas de la tremenda presién nerviosa bajo la que vivié su autor durante sus tiltimos tragicos afios. Cuan- do Trotski lo eseribié tenia tras de si mas de diez afios de un frustrante aislamiento, diez aiios en el curso de Jos cuales vagabunded inquicto, en constante peligro de muerte, de un refugio inseguro a otro. Estaba opri- tido pot Ta pesailla de los procesos de Moses, en los que se le habla descrito como el centro de la més siniestra conspiracién, Todos sus hijos habian muer- to en circunstancias misteriosas que Ie inducfan a creer que habian cafdo victimas de ta venganza de Stalin, Por ultimo, cuando estaba atin trabajando en su libro, el 20 de agosto de 1940 fue abatido por un asesino, que presumiblemente ejecutaba un veredicto de Mosct. Sélo los siete primeros capitulos fueron acabados ‘Trotski; los demas se reunieron a base de notas del autor, aunque no siempre de estricto acuerdo con la tendencia de pensamiento de Trotski, y asi fueron edi- tados. Trotski habria protestado contra la frase de Mr. Malamuth, “la tendencia hacia Je centralizacién, ese seguro precursor del totalitarismo”, 9 contra su deserip- cién del mariscal Pilsudski como “libertador de Po- Ionia”. No es, pues, nada sorprendente que este libro péstumo carezca de la arrebatadora brillantez que ca- racteriz6 la Historia de la revolucién rusa. Como pieza literaria es decepcionantemente imperfecta y, a veces, incoherente. Aun asi, hay que decir que muchas de sus paginas estin iluminadas por relimpagos de genio, epigramas y dichos que pueden pasar a la historia: ‘De los doce apéstoles de Cristo [dice Trotski en la pagina 416, refiriéndose a los procesos de la purga] sélo 95 Judas resulté ser un traidor, Pero si hubiese conseguido el poder habria presentado como traidores a Jos otros one, y también a los discipulos menores, cuyo niimero eleva Lucas a setenta.” Y éste es el resumen que el propio Trotski hace de su acusacién de Stalin: “Etat cest moi es casi una férmula liberal en comparacién con las realidades del régimen totalitario de Stalin. Luis XIV se identificaba solamente con el es- tado, Los papas de Roma se identificaron con el estado y con la iglesia, s6lo durante Ja época del poder temporal. EI estado totalitario va mucho mas lejos que el césaro-papismo, porque ha abarcado también toda Ja economia del pais. A diferencia del Rey Sol, Stalin puede decir justamente: ‘La société, c'est mot”. En el conflicto de los dos hombres estaban en juego principios, ideas y politicas, pero no era menos impor- tante el conflicto de los temperamentos. Dos persona- lidades tan extremadamente contrastantes habrian cho- cado dentro de cualquier partido, en cualesquiera circunstancias. La mente de Stalin es astuta, estricta- mente practica, precavida y pedestre. Sélo en una atmésfera_sobr de revolucién como la de la Rusia zarista habria podido ser atrafda por la doctrina marxista una mente tan cautelosa como la suya. Alli donde sus obras muestran el impulso arrebatador de Ja més osada experimentacién social, reflejan menos las cualidades de su mente que las extraordinarias presio- nes de una revolucién que obliga a los lideres cireuns- peetos a saltar sobre precipicios, con riesgo de romperse €1 cuello, Por regla general, Stalin da tales saltos a contre-cceur, cuando la situacién en que se encuentra no permite ni la retirada ni el avance por una via nor- mE AB vetvestichow aspectos, el mis aventurero de los estadistas contemporaneos aborrece y teme de coraz6n las aventuras, Sus inclinaciones son las del rigorista partidario del “centro del camino”, de “primero, Ta se- 6 guridad”, aun cuando los acontecimientos le hayan Janzado insistentemente fuera del centro del camino, ‘unas veces hacia un extremo inseguro, otras veces hacia el otro, Temido por los conservadores como la encarna- cién misma de a revolucién, él ha sido, a su vez, un conservador en la revolucién, No as{ Trotski. La reyolucién era su elemento, Fue arrastrado a ella por su temperamento y su concepto de Ja vida. La filosofia dialéctica, que considera la vida como un continuo conflicto de opuestos, como continuo cambio y movimiento, no era para él una mera doctrina que asimilar intelectualmente: penetraba igualmente su comportamiento instintivo. Mientras Stalin desconfia de is ginetilcacbnes, Trott las buscaba constantemente. puede perder de vista el bosque por atender a ~ Jos Arboles. Trotski tenia poco 0 aegis eit, por los Arboles que no legasen a formar un bosque, Contras- tes como esos podrian seguir enumerindose indefinida- mente. Stalin manifiesta una falta absoluta de sentido artistico y de imaginacién; no confia mas que en los sélidos mecanismos del poder, En Trotski, el artista era tan fuerte como el dirigente politico; es indudablemento sincero cuando en su autobiografia que “sen- tia la mecinica del poder como una carga inevitable mas bien que como una satisfaccién espiritual”, Era exaltado, elocuente, generoso y pintoresco, mientras que las principales earacteristicas de Stalin son la fria reserva, la taciturnidad y la suspicacia, ‘Trotski era el émigré empapado en cultura europea occidental, mien- tras que Stalin xespiraba exclusivamente el airo de Ru- sia. Poco puede sorprender a nadie que desde su primer contacto personal hubiera falta de mutua confianza en ambos hombres. Trotski recuerda “el destello amarillo” de animosidad que advirtié en los ojos de Stalin duran- te su primera conversacién en Viena, en 1913, Desde el comienzo, él trat6 a Stalin con el desprecio que no w 7. —pnorscusn abandoné ni por un momento mientras estaba eseri- Diendo su libro. ‘La amargura de Trotski hacia Stalin es ilimitada, No obstante, la afirmacién de que la amargura dirigia su pluma con demasiada frecuencia, tiene que cualificarse Como historiador y bidgrafo, Trotski trata los hechos, fechas y citas de un modo concienzudo casi hasta la pedanterfa. Donde se _equlvoct es e Jas construeciones que hace sobre los hechos. Yerra en sus inferencias y én sus conjeturas. No pocas veces sus pruebas se basan fen rumores dudosos. A esa categorla corresponde su oscura, vaga y contradictoria sugerencia de que Stalin, en su lucha por el poder, pudo acelerar la muerte de Lenin, No obstante, por regla general su conciencia de historiador le hace trazar una clara linea de distin cién entre Jos hechos y sus propias construcciones 0 conjeturas, de modo que el lector con sentido critica puede cemer el riquisimo material biogrifico, y for- marse sus propias opiniones. Es entLie Gee los lectores ingleses del libro en- cuentren su método de exposicién cxcesivamente abu- rrido, reiterativo y pedante. El autor profundiza con implacable suspicacia en todos Jos detalles de la vida de su adversario. Armado de un formidable arsenal de ci- tas y documentos, za extensamente. Muchas vyoces expresa acuerdo 0 desacuerdo con otros bidgrafos de Stalin, muchos de los cuales apenas merecen ser to- mados en serio, y es patético que ese gran luchador politico y literario dirija todos sus cafiones de grueso Calibre contra las liebres y los conejos que cruzan por el campo ante él, ‘ero Trotski no escribia su libro con la mirada puesta ‘en ningiin piblico angloparlante, ni de ningin pais oc- cidental, Ni sentia tampoco gran interés por su éxito inmediato. En su intencién se dirigia més bien al pii- blico ruso, al que esperaba que eventualmente Megasen 98 sus palabras, aunque tal vez no en vida suya, Habla uma nueva generacién rusa habituada desde la cuna al culto a Stalin, y educada en relatos de la revolucién de Tea Gua ee bala; Denado coiled omiente, elena de Trotski y todo lo que éste representaba. En beneficio de esa generacién, él se proponia, paso a paso, destruir el culto stalinista, reafirmar su propio papel en la revo- lucién y reenuneiar Io que él consideraba como los prin- cipios pristinos del bolchevismo. El futuro mostrar si su trabajo ha sido inttil o no. En diez o veinte afios, su Stalit puede Iegar a constituir una gran experiencia espiritual para la intelectualidad rusa, un estimulo para alguna extensa e impredecible “transmutacién de va- lores”. Es posible que una nueva generacién rusa en- cuentre en el trotskismo (junto con un intento obvia-~ mente conservador y quijotesco de Hevar de nuevo el reloj de la historia Tusa a 1917) un punto de partida para una nueva direccién de ideas, lo mismo que los progenitores del socialismo francés encontraron un pun- to de partida en Babeuf, No obstante, la debilidad de Ja acusacién trotskista no es dificil de ver. Aparece claramente, por ejemplo, en los siguientes pasajes de la pagina 836: “Esa desemejanza fundamental [entre Stalin y los dictadores fascistas] puede ilustrarse ... con el cardcter ‘nico de la carrera de Stalin en relacién con las casre- ras de ... Mussolini y Hitler, cada uno de ellos iniciador de un movimiento, agitador excepcional, tribuno po- ular, Su elevacién politica, por fantéstica que parezca, roté de su propio impetu, a la vista de todos, en co- nexién irrompible con el desarrollo de los movimientos que encabezaban ... La naturaleza del ascenso de Sta- lin fue enteramente distinta. No es comparable con nin- guna del pasado. Parece no tener prehistoria alguna. El proceso de su elevacién tuvo lugar detrés de una cortina politica impenetrable. En un determinado mo- 99 mento, su figura, en la panoplia del poder, se despren- dié stbitamente de la pared del Kremlin, y por primera vez el mundo supo de Stalin como un dictador prefa- bricado... "Las corrientes comparaciones oficiales de Stalin a Lenin son sencillamente indecentes. Si la base de la comparacién es el cardcter arrebatador de Ia persona- lidad, es imposible colocar a Stalin ni siquiera al lado de Mussolini y Hitler. Por endebles que sean las “ideas’ del fascismo, los dos jefes victoriosos de la reaccién, el alemén y el italiano, desde el principio de sus respec- tivos movimientos desplegaron iniciativa, excitaron a la acciéa a las masas, abrieron nuevas sendas en In jungla politica. Nada de eso puede decirse de Stalin.” Esas palabras, escritas mientras Rusia estaba entran- do en su segunda década de economia planificada — es decir, varios afios después de la colectivizacién de vein- titantos millones de granjas—, tenfan un sonido sufi- cientemente irreal incluso hace ocho o nueve aiios; hoy snenan a cosa puramente fantistica. El retrato que Trotski hace de Stalin esté coloreado por el desprecio, comprensible pero irrazonable, del hombre de letras y pensador original por un hombre de accién muy po- deroso, aunque gris y algo lerdo, Trotski subestimo a su adversario hasta él punto de Hegar a ver la figura de Stalin como un deus ex machina “desprendiéndose subitamente de la pared del Kremlin”, Pero Stalin no salté de ese modo al primer plano. Las propias revela- ciones de Trotski dejan perfectamente claro que, desde Ja revolucién de octubre, Stalin fne siempre uno de los muy pocos (tres o cinco) hombres que efercieron el poder; y que su influencia practica, aunque no ideold- fica, ea el grupo gobemante sélo fue inferior a Ia de Lenin o Trotski, No fue sélo Ia personalidad de Stalin lo que Trotski subestimé, Subestimé también la profundidad y la fuer- 100 za de los cambios sociales que condujeron a Stalin a primer plano, aunque él mismo habla sido el primero en interpretar esos cambios. Trotski vefa a Stalin como el caudillo de una “reaccién termidoriana” salida de la revolucién, como el jefe de una nueva jerarquia buro- cratica, el iniciador de una nueva tendencia nacionalista resumida en la férmula del “socialismo en un solo pais”. A todo lo largo de las décadas de 1920 y 1930, Trotski censurd a Stalin pe todas las derrotas que el comu- nismo sufria en el mundo. En esas eriticas habia parte de verdad, especialmente en las devastadoras criticas de Ja politica del Comintern en Alemania, en visperas de la era nazi. Pero el conjunto de sus acusaciones delata un grado de “subjetivismo” en Trotski que es opuesto a su método marxista de andlisis, Stalin aparece casi como * el demiurgo, el demiurgo malo, de la historia contem- ranea, el tinico hombre cuyos vicios han dominado destinos de la revoluciéa internacional. En ese punto Ja polémien de Trotski huele menos a Marx que a Car- lyle. ¢Fue Stalin el caudillo del termidor soviético? En Francia la reaccién termidoriana puso fin al terror, Ne deshizo la obra econémica y social de la revolucién, pero Je impuso un alto, Después de termidor no tavo lugar ningéin cambio importante en la estructura social de Francia, en la que tanto habfa operado la revohicién. El poder politico pasé de la plebs al Directorio bour- geois. En Rusia, por el contrario, la revolucién social no se detuvo con el ascenso de Stalin al poder. Antes ‘bien, los actos més extensos y radicales de la revolucién, Ja expropiacién y colectivizacién de todas las fincas individuales, la iniciacién de la economia dirigida, no tavieron lugar hasta la época de Stalin, Hay mucha mds verdad en Ja otra acusacién de ‘rotski: la de que Stalin se erigié en jefe de una nueva buroeracia que se habia elevado sobre el pueblo. Contra 101

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