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Taller de procesamiento de Datos

Parcial Domiciliario
Mariana Zito
Comisión 12
Pero entonces… ¿cualquiera es periodista?
Así como los siglos XVIII y XIX tuvieron sus características revoluciones -Industrial y
Francesa respectivamente- el siglo XX ha sido testigo de una nueva revolución que muchos
han acordado en llamar “tecnológica”, la cual continúa expandiéndose en nuestros días, y que
tiene como centro el creciente desarrollo de las tecnologías de la información.
No intento aquí describir las características de dicho proceso, ni mucho menos las
causas. Lo que me interesa es plantear un interrogante que surge en este contexto de la mano
de las aplicaciones Web 2.0. Estas dieron a luz una nueva forma de construir y distribuir
conocimiento basada en la colaboración y participación de todos los usuarios. Así aparecen
herramientas como Wikipedia, My Space, Google Docs, You Tube, y los famosos blogs. Quiero
destacar, principalmente, esta última: cualquiera puede crearse un blog en forma gratuita y
simple en donde podrá escribir libremente acerca de cualquier tema permitiendo a todos los
usuarios online leer cualquier artículo publicado y comentar acerca del mismo.
Ahora bien, todas estas características permitieron el surgimiento del fenómeno hoy
conocido como “periodismo ciudadano”. La polémica no se hizo esperar. Cada vez que un
nuevo fenómeno hace su aparición en sociedad, las reacciones que genera son diversas:
miedo, aceptación, paranoia, rechazo, fanatismo, indiferencia… en fin, una amplia gama de
sentimientos y opiniones desencontradas que, lógicamente, desencadenan en encendidos
debates e inevitables conflictos de intereses. En este caso, el eje de la discusión pasa por una
pregunta: ¿la aparición de estas nuevas tecnologías y, con ellas, el periodismo ciudadano le
quitan valor al rol del periodista profesional?
Para sumergirme en esta problemática, tomaré dos ejemplos. Por un lado, un diario
tradicional, con su edición impresa (y ahora también digital), con un cierto prestigio y perfil, en
el que escriben periodistas especialmente formados para ese fin y que, además, reciben un
remuneración económica por realizar dicha tarea. Supongamos, LA NACION. Por el otro lado,
un diario nuevo, en soporte únicamente digital, de menor conocimiento público, en el que,
voluntariamente y sin recibir dinero a cambio, escriben ciudadanos “comunes”. Me refiero a
SOSPERIODISTA.COM.AR (nacido en julio del 2006).
Estos dos casos me remiten a ciertas nociones que introdujo el filósofo Pekka Himanen
para hablar de la ética hacker. Él describe un modelo cerrado, comparable al monasterio, “(…)
en el cual una persona o un grupo muy reducido de gente planea todo por adelantado y, luego,
lleva a cabo el plan bajo su propio poder.” En contraposición, el modelo abierto, o academia, en
el que “(…) la ideación está abierta a todos y las ideas se confían a otros para ser puestas a
prueba desde un principio. La multiplicidad de puntos de vista es importante (…)” La idea, en el
caso de los hackers, era liberar el código permitiendo a los demás aportar a su creación,
modificación y mejora. Aún así, existen ciertas restricciones que regulan esta actividad: “La
investigación está abierta a todos, pero en la práctica las contribuciones que aparecen en las
publicaciones científicas de prestigio son seleccionadas por un grupo más reducido de
evaluadores.”
Retomando el caso que nos compete, podríamos decir que el periodismo profesional
posee algunos elementos del modelo cerrado, mientras que el periodismo ciudadano se alinea
del lado del modelo abierto. La tensión que se plantea entre los dos tiene que ver con la
defensa de cierta “autoridad intelectual” que creen tener los periodistas de profesión, por el
hecho de haber dedicado varios años de sus vidas a estudiar una carrera y formarse
académicamente, autoridad que se ve amenazada con la introducción de estas herramientas
que permiten a cualquiera, formado o no, hacer “periodismo”. El debate es complejo porque, en
el primer caso, no podemos negar que un título universitario confiere cierto prestigio a su
poseedor, independientemente de que sea o no la garantía de una segura salida laboral, no
obstante, sabemos que en las redacciones de los diarios hay también personas que no cargan
con una carrera universitaria en sus espaldas y aún así trabajan al mismo nivel que aquellos
que sí la tienen. Del otro lado, también podemos encontrar periodistas de las dos clases:
profesionales y amateurs que, a diferencia del primer caso, escriben independientemente no
como un trabajo sino como una vocación, haciendo hincapié en la “(…) defensa de un trabajo
apasionado y libre (…)” y en que “(…) en la era de la información, la nueva información se crea
de forma más efectiva si se permiten prácticas lúdicas y la posibilidad de trabajar a un ritmo
personal (…)” según palabras de Himanen.
En este punto la pregunta inicial se complejiza. ¿No podría también suceder que el
periodismo profesional desvalorice al periodismo ciudadano o amateur? ¿Por qué un artículo
publicado en LA NACION, escrito por un profesional, debería valer más que uno publicado en

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SOSPERIODISTA.COM.AR, escrito por un aficionado? Al respecto, podríamos hacer referencia


a un interesante fragmento en “Sobre lo nuevo. Ensayo de una economía cultural” de Boris
Groys. Él plantea: “La transmutación de los valores es la forma general de la innovación: en
ese acontecimiento, lo verdadero y lo distinguido, que tiene vigencia como valioso, resulta
devaluado, y se revaloriza lo que antes se consideraba carente de valor, profano, extraño,
primitivo o vulgar.” Hace muchos años atrás, era impensable la posibilidad de un periodismo
hecho por ciudadanos, ya que no sería tomado en serio ni valorizado por ser obra de personas
“no capacitadas” para tal fin. Ahora vemos como aparecen “talentos ocultos” gracias a las
posibilidades que brinda la Internet. ¿Quiere esto decir, sin embargo, que las nuevas formas del
periodismo serán consideradas como “la” verdad o que reemplazarán a las anteriores? No
necesariamente. ¿Acaso alguna de las dos posee realmente la verdad absoluta? Otra vez, no.
Estos interrogantes nos conducen a “(…) la pregunta por el sentido de lo nuevo: si lo nuevo no
trae consigo verdad alguna, ¿no sería mejor quedarse con lo antiguo?” A lo que Groys
responde: “Lo nuevo es insoslayable, inevitable, irrenunciable. No hay ningún camino que nos
saque de lo nuevo, porque, si lo hubiera, sería un camino nuevo.” El autor sostiene también
que “(…) lo nuevo es nuevo en relación a lo antiguo, a la tradición. Por eso, para entender lo
nuevo no es necesario hacer ninguna referencia a algo oculto, esencial o verdadero. La
producción de lo nuevo es la exigencia a la que todo el mundo debe someterse para encontrar
en la cultura el reconocimiento al que aspira (…)”
Me quedo con esta última frase para volver al tema en cuestión. Las nuevas
herramientas que permitieron el desarrollo del fenómeno tratado aquí no pueden ser ignoradas
por nadie, pero mucho menos por los periodistas profesionales. Por más que muchos de ellos
se empecinen en afirmar que “periodismo ciudadano no es periodismo”, la realidad es que este
existe y representa también una exigencia para el ambiente profesional: el estar siempre al
tanto de las nuevas tecnologías, teniendo como opciones el rechazo y la crítica a sus
consecuencias o la resignificación positiva de las mismas. En este sentido, los editores de
SOSPERIODISTA.COM.AR, Mario Albera y Analía Reineri, han optado por la segunda opción,
poniendo sus conocimientos al servicio de estas nuevas formas y manteniéndose abiertos a lo
creativo y novedoso del proyecto. Esto no significa que los diarios como LA NACION dejen de
existir y los artículos de sus periodistas pierdan valor. Todo depende del punto de vista de
donde se lo mire. Si nos enfocamos en el prestigio y la trayectoria académica como formadores
de credibilidad y valor, entonces probablemente nos inclinemos a defender a los segundos. Si,
por el contrario, valoramos la vocación, independencia y espontaneidad por sobre lo rutinario y
dependiente que puede ser el periodismo como trabajo, entonces seguramente defendamos a
los primeros. Lo cierto es que en los dos lados nos encontraremos con personas inteligentes
cuyas opiniones valoraremos y respetaremos, así como otras que, diría el saber popular, “mejor
perderlas que encontrarlas”.
En mi opinión, el equilibrio es posible. Valoro la formación académica tanto como las
posibilidades que florecen con las nuevas tecnologías, y creo que unas tendrían que
complementarse con las otras. Podría resumirse en una dialéctica en la que a una situación
inicial se le opone una nueva, lo cual termina dando como resultado una situación superadora,
pero que posee, a la vez, elementos de las dos instancias anteriores.

Fuentes:

• Himanen, Pekka. “La ética del hacker y el espíritu de la era de la información”, Grupo
Editorial Planeta, Buenos Aires, 2002.
• Groys, Boris. “Sobre lo nuevo. Ensayo de una economía cultural”.

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