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La imaginacion simbélica Gilbert Durand Amorrortu editores Buenos Aires yr Director de la biblioteca de filosofia, antropologia y religién, Pedro Geltman L'Imagination Symbolique, Gilbert Durand Primera edicién en francés, 1964; segunda edicién, 1968 ‘Traduccién, Marta Rojeman Unica edicién en castellano autorizada por Press's Universitaires de France, Paris, y debidamente protegida en todos los paises. Queda hecho el depé- sito que previene la ley n° 11.723. © Todos los der chos reservados por Amorrortu editores S.C. A., Luca 2223, Buenos Aires, La reproduccién total 0 parcial de este libro en forma idéntica o modificada, escrita a maquina por el sistema multigraph, mimeégrafo, impreso, etc., no autorizada por los editores, viola derechos re~ servados. Cualquier utilizacién debe ser previa mente solicitada. Impreso en la Argentina. Printed in Argentina. Fivosoet <— Le gritamos en tu suefio! ;En verdad, aqui esté la prueba evidente!» j Abraham! ;Creiste Coran, XXXVIT, 104-106. be Introduccié6n. El vocabulario del simbolismo «Un signo es una parte del mundo fisico del ente (being) ; un simbolo es una parte del mundo hu- mano de la significacin (meaning)», E. Cassirer, An Essay on Man, pig. 32. Siempre ha reinado una gran confusién en el em- pleo de los términos relativos a lo imaginario. Quiza sea necesario suponer ya que tal estado de cosas proviene de la desvalorizaci6n extrema que sufrié Ia imaginaci6n, Ia a la bilidad, como, por ejeinplo, al recordar fancia, al imaginar los paisajes del planeta Marte, al comprender eémo giran los.electrones en derre- 1 CL, G. Dumas, Traité de Psychologie,te y el excelente articulo de F. Edeline, eLe symbole et Pimage selon la théorie des codes», en Cahiers Internationaux de Symbol- ime, n? 2, 1963. 4 Véase la bibliografia en castellano al final de la obra, dor del miicleo atémico o al representarse un mas all después de la muerte. En todos estos casos de conciencia indirecta, el objeto ausente se re-pre- senta ante ella mediante una imagen, en el sentido mas amplio del término. En realidad, la diferencia entre pensamiento di- recto ¢ indirecto no es tan tajante como, para ma- yor claridad, la acabamos de exponer. Seria mejor decir que la conciencia dispone de distintas grada- ciones de la imagen —segin que esta dltima sea una copia fiel de la sensacién o simplemente indi- que la_cosa—, cuyos extremos opuestos estarian constitiiidos por la adecuacién total, la presencia perceptiva, o bien por la inadecuacién mis extre- ma, e3 decir, un signo eternamente separado del sig- nificado. Veremos que este signo lejano no es otra cosa que el simbolo. En primer lugar, pues, el simbolo se define como perteneciente a la categoria del signo. Pero la ma- yor parte de los signos son solo subterfugios desti- nados a economizar, que remiten a un significado que puede estar presente o ser verificado. De esta manera, una sefial se limita a prevenir de la pre- sencia del objeto que representa. De Ia misma for- ma, una palabra, una sigla, un algoritmo, reempla- zan con economfa una larga definicién conceptual Es més répido dibujar sobre una etiqueta una cala- vera estilizada y dos tibias cruzadas que explicitar el complicado proceso por el cual el cianuro de potasio destruye la vida, De igual manera, el nom- bre «Venus» aplicado a un planeta del sistema so- lar, o su sigla astrolégica ®, 0 incluso el conjunto de algoritmos que definen la trayectoria elipsoidal de este planeta en las férmulas de Kepler, son mas 10 econémicos que una larga definicién apoyada en observaciones sobre la trayectoria, magnitud y dis- tancias de dicho planeta con relacién al sol. ‘Como este tipo de signos no son sino un medio para economizar operaciones mentales, nada impi- de —por lo menos en teoria— elegirlos arbitraria- mente, Basta con anunciar que un circulo rojo con rayas blancas significa que no se debe avanzar para que se vuelva sefial de «mano ‘inica». No hace ninguna falta agregar al cartel sefialador la ima- gen amenazante de un agente de policia. Asi tam- én, la mayoria de las palabras, en especial los nombres propios, le parecen al que no estudié la filologéa del idioma carentes de toda motivacién, de toda razén para estar construidos de una forma y no de otra: no hace falta saber que existié dn dios céltico Lug, y que . 7 P. Godet, eSujet et symbole dans les arts plastiques», en Signe et Symbole: eLa figura alegérica tiene su significa cidn fuera de ella misma, en el programa conceptual que debe ilustrars 13 a de la alegorfa: «La alegorfa parte de una idea (abstracta) para legar a una representacién, mien- tras que el simbolo es en primer lugar y de por si luna representacién, y, como tal, fuente de ideas, entre otras cosas». Pues lo que caracteriza al sim. bolo es ser centrfpeto, ademés del cardcter centri fugo de la figura alegérica con relacién a Ia sen- sacién. El simbolo, como la alegoria, conduce Io sensible de lo_representado a lo significado, pero ademés, por Ja naturaleza misma del significado inaccesible, €s epifanta, es decir, aparicién de lo i efable.porel significante.y.en él* ~~ Nuevamente se advierte cuél va a ser el dominio Predilecto del simbotismo: Jo no-sensible en todas sus formas; inconsciente, metafisico, sobrenatural y surreal. Estas «cosas ausentes o imposibles de per- cibir», por definicién, serén de manera privilegiada Jos temas propios de la metafisica, el arte, la reli- gién,* la magia: causa primera, fin dltimo, «fina. Iidad sin fin», alma, espiritus, dioses, etcétera, Pero existe una paradoja que es menester destacar desde luego en esta misma definicién del simbolo, Inadecuado por esencia, es decir, para-bélico,” de 8 La liturgia cristiana ortodoxa, en la decoracién del ico- nostasio 0 en el sacramento de la Eucaristia, demuestra que Ja imagen simbética (icono) es al mismo tiempo anarine: 4, ipificada en el sacramento de la comunién, y epieless, Uipificada en el Pentecostés. 9 Hay que destacar que los filésofos utiizan signo y stmbo- Jo de manera inversa a los teélogos y lingiistas. Para estos, Jo que es pleno, incluso natural, es el signo, mientras ef simbolo es convencional. Cf. B. Morel, Le signe sacréy J L. Leuba, Signe et symbole en théologies, en Signe. ¢ symbole; P. Guiraud, La sémantique.ce 10 Dando al prefijo’ griego para’ su sentido més fuerte: i manera todavia més radical que las imAgenes y pro- cedimientos embleméticos, el simbolo, a la inversa, esté mucho menos limitado a Jo arbitrario, a la «convencién», que el emblema{¥a que la re-pre~ sentacién simbélica nunca puede confirmarse me- diante Ia presentacién pura y simple de lo que significa, el simbolo, en altima instancia, sélo vale por si misma." Al'no poder representar la irre- presentable trascendencia, la imagen simbélica es transfiguracién de una tepresentacién conereta con un sentido totalmente abstracto. El simbolo. es, = pues, una representacién que hace aparecer un sen- tido ‘secreto; es la epifania de un misterio.* La parte visible del simbolo, el , 0 ~ la adivinidads, puede ser significado por cualquier cosa: un alto pefiasco, un rbol enorme, un Aguila, 14 Sobre la etimologia de Sumbolon, ef. R. Alleau: De la nature des. pmbols. Tanto. en grego (sumbolon) come tm hebreo (marhal) o' en alemin (Sandia), et tning ue significa simbolo implica si Game yagi 16 ‘una serpiente, un planeta, una encarnacién huma- na como Jestis, Buda o Krishna, 0 incluso por la atraccién ‘de la Infancia que perdura en nosotros. Este doble imperialismo ® —del significante y del signifiéado— en la imaginacién simbélica carac teriza especfficamente al signo simbélico y consti tuye la «flexibilidad» del simbolo. El imperial mo del significante, que al repetirse lega a inte- grar en una sola figura las cualidades més contra- dictorias, asi como el imperialismo del significado, que llega a inundar todo el universo sensible para manifestarse sin dejar de repetir el ‘acto « simbélica suplementaria."” Ademés, a partir de esta propiedad especifica de redundancia perfeccionante, se puede esbozar una clasificacién somera, pero cémoda, del universo simbélico, segin los simbolos apunten a una redun- 15 C£. P, Godet, op. cit: «El simbalo, cuya caracteristica es manifestar un sentido del” ue es portador, puede tener umerasos sentido. / 46 Casirer, An Douay on Men. 17 Veremos mas adelante que este método de redun- rr—~—r—CiCOCsCUSW dante, sin duda, de un lugar, una cara, un mo- oe ae aeemaaee delo, pero también representacién, por parte del ie torte la oracirse prosterna hacia el cte;—j——-SBeetadr, de To que el pintor ya represents téeni- el sacerdote cristiano que bendice el pan y el vino; cammente... En el caso de las icons religiosas, hay el soldado que rinde honores a Ia bandera; el bai- mn Sic eu eo) codielo] en rauchiog faincckactor que cinterpreta» un combate ouna -x~—=~=«emplares: cada estatuita de Nuestra Sefiora de Ee ae eee Lourdes es la dnica Inmaculada Concepeién, el al- Se oe a eeeae tar de cada iglesia es al mismo tiempo el Censculo ee ¥ el Gélgota. Pero incluso en el caso de una simple fLa redundancia de las relaciones lingiiisticas es sig- pintura profana, La Gioconda, por ejemplo, se cap- nificativa del mito y sus derivados, tal como lo de- ta este poder de la imagen simbélica: el «modelo» mostré el etnélogo Claude Lévi-Strauss." Un mito Mona Lisa desaparecio para siempre, no sabemos i i i de él, y si aeciere “ou bcp phy, eA aélicas— es una repeticion de ciertas relaciones, 16- sente esta ausencia definitiva, Cada for que visita el Louvre repite sin saberlo el acto redun- Gicas y Iingiisticas, entre ideas o imagenes expre- isita € p a Sadas verbalmente, De esta manera, en los Evan- 0 dante de Leonardo, y La Gioconde se I aparece {gelios, el «Reino de Dios» es, significado mediante coneretamente en tuna cpitania inagotable:” Por tun conjunto de pardbolas que constituyen, sobre Gierto, hay variaciones en la intensidad simiélca — todo en San Mateo,” un verdadero mito simbélico de una imagen pintada y la intensidad significativa cn ol que la selacin srmdnticn entre 1 pajay el del stems de redundancies iconogrfias Laima: trigo, Ia pequefiez del grano de mostaza transmite més o mi ido. a LLrt—~—™—— ha dicho, Los peregrinos de Ematis, de Rembrandt, ces, ctc., tiene mas importancia que el sentido literal son incuestionablemente més ricos, desde este pun- de cada parsbolad to de vista, que El buey desollado® De igual ma- Por diltimo, la imagen pintada, esculpida, etc., todo 20 H. Corbin (op. cit.) insistié. mucho sobre este poder de repeticién instauradora del objeto simbélico, que com- : para con la winlerpretacién» musical «El simbolo (...) TA nunca queda explicado de una vex para siempre, sino que siempre hay que volver a descifrarlo, lo mismo que una par- titura musical nica es descifrada de una vez por todas, sino que siempre exige una ejecucién nuevas. 21 P. Godet, of. cit 18 Cf. CL. Lévi-Strauss, Anthropologie structurale,te cap. xt: Les structures des mythos. Este autor demuestra que bajo el «diacronismas aparente del relato es el «sincronis- mo» de las secuencias —o sea, las redundancias— Io si nificative. G. Durand, Les structures anthropologiques de Fimaginaive. 19 San Mateo, xin, 3-52. | 19 nera, la intencién simbélica de un icono bizantino, © incluso de un Giotto, es mas intensa que la del pintor impresionista, a quien solo interesa la «ex- resin» epidérmica de Ia luz. Una pintura 0 una escultura de valor simbélico es la que posee lo que Etienne Souriau Hama —ya veremos si el término ‘esta justifieado— «el Angel de la Obras, es decir que encierra un «contenido que la trasciendes." El verdadero icono oulig | couensqier ouig sonneagite) gq osso03d wiony ep 36 pou -aueoyy p anb soup vp 2 anb on epensge Jeopy wan 0 ofayduseo | opeayatig ‘oxdaquo un #9 [er |-ous8 oy sod sorvonp |-esuod ap on expam un sod 91g |-20014 ono 10d saides syusupeyer | -uaqaide 195 pan, (op seoytuis 9 asa seoiluguose sonpen) es med © tugonpeny opeoyusis & anueoyy 13s anu2 ugHEPY, «09 | eS apmorpe | copouy 9 atuaeyfng oponoopy | wise 2 "ugeoy} gos m8 aonpueg aqueaytusig uoyoureuor on | t | oroyns> opsuoe ua) roast wuofoye eT coulis 1 “opeupus ojuazurs0ucs ap sopow so7T *] oxpenc, 23 22 1. La victoria de los iconoclastas 0 el reverso de los positivismos El positivismo es la filosofia que, en un mismo mo- vimiento, elimina a Dios y clericaliza todo pensa- miento>. Jean Lacroix, La sociologie d’Auguste Comte, pag. 110. ‘Acaso parezca doblemente paradéjico referirse al «Occidente iconoclasta». ;Acaso la Historia cul- tural no reserva este epiteto para la crisis que con- movi6 al Oriente bizantino en el siglo vu? ¢¥ cémo podria ser tachada de iconoclasta una civilizacién que rebosa imagenes, que inventé la fotografia, el ,, innumerables medios de reproduccién icono- grdfica? Pero es que hay muchas formas de iconoclastia. Una por omisién, rigurosa: la de Bizancio, que se manifiesta desde el siglo v con San Epifanio y se ird reforzando bajo la influencia del legalismo ju- dio o musulmén, sera més bien una exigencia refor- madora de «pureza» del simbolo contra el realismo demasiado antropomérfico del humanismo cristo- égico de San German de Constantinopla, y después de Teodoro Studita.’ La otra, mAs insidiosa, tiene 1 Gf. V, Grumel, eLticonologie de saint Germain de Cons- tantinoples en Echos d'Orient, vol. 21, pig. 165 y «L'ico- nologie de saint Théodore Studites, en Echos d’Orient, vo 21, pag. 257. Cf, también H. Leclerc, Dict, d'archéologie chrétienne et de liturgic, artieulo sobre «Las imégeness. Cl, nuestro articulo, «L’occident iconoclastes, en Cahiers In ternationaux de Symbolisme, n° 2, 1963. de alguna manera, por exceso, intenciones opuestas a los. piadosos concilios bizantinos. Ahora bien; aunque Ia primera forma de iconoclastia haya sido un simple accidente en la ortodoxiactrataremos de~ demostrar que la segunda forma de iconoclastia, por exceso, por evaporacién del sentido, fue el ras- go constitutivo y sin cesar agravado de la cultura pecidental > mera_instancia, el «co-nocimiento» simbéli- ‘co, tripleménte definido como pensarniento “para sienipre Ittdirecto;‘comp’ presencia representada de a ‘trascendencia y como comprensién epifanica, aparece en las antipodas de la pedagogia del saber tal como esta instituida desde hace diez siglos en Occidente. Si, adoptando el plausible criterio de Spengler,’ se fija el comienzo de nuestra civilizacién en la herencia de Carlomagno, se advierte que Oc- | cidente siempre opuso, a los tres criterios prece- | dentes, elementos pedagégicos violentamente anta- sgénicos: a la presencia epifinica de la trascen- dencia, las iglesias opusieron dogmas y clericalis- ‘mos; al «pensamiento indirecto», los pragmatismos ‘opusicron el pensamiento directo, el «concepto» —cuando no el «percepto»—; por iiltimo, frente ala imaginacién comprensiva sucesivos del triunfo de la explicacién positivista son los tres es- tadios de 1a extincién simbélica. \ 20. Spengler, La decadencia de Occidente.te 25 ao Debemos examinar brevemente estos «tres estadios» _Aormadoray. Lo que instaura Descartes es, en ver- de la iconoclastia occidental. Sin embargo; dichos dad, el «reino»* del algoritmo matemitico; por ‘atres estadios» no son iconoclastas con igual evi- eso Pascal, matemitico, catélico y mistico, no se dencia, y para pasar de lo mas a lo menos eviden- fi Lequivoca cuando denuncia a Descartes. I carte- te invertiremos en nuestro estudio el curso de la " sianismo asegura el triunfo de la iconoclastia, ay historia, tratando de remontarnos, més all de la is iunfo del.esigno».sobre el simbolo,){Lodos los car? T jiconoclastia demasiado notoria del cientificismo, a ianos rechazan la imaginacién, asi como tam- las fuentes ms profundas de este gran cisma del Q bien la sensacién, como inductora de errores. Es Occidente respecto de la vocacién tradicional del verdad que para Descartes sélo el universo ma- conocimiento humano. terial se reduce a un algoritmo matemitico, gra- cias a la famosa analogia funcional: el mundo fi- sico no es sino figura y movimiento, vale decir; res extensa; ademas, toda figura geométrica no es sino una ecuacién algebraica) Pero semejante método de reduccién a las evi- La desvalorizaci6n més evidente de los ‘que nos presenta la historia de nuestra ci cs, sin duda, la que se manifiesta en la corriente ciemtfica surgida del cartesianismo. En verdad, y dencias» analiticas se presenta como el método segiin Ia excelente definicién de un cartesiano con- universal [Incluso en Descartes —y en él antes que 4 temporinen, esto no se debe a que Descartes se ,) en ningtin otro— se aplica precisamente al «yo niegue a utilizar Ia nocién de simbolo [Sin embar= pienso», iltimo , pobreza esencials* Bajo el influjo cartesiano se produce en la filosofia 6 Cf, F. S.C. Northrop, The meeting of East and West, donde el autor asimila este reino del algoritmo a la igual: dad politica en Ia democracia de Locke, inspiradora de los tedricos franceses de la Revolucién, 7 Cf. Brunschvieg, Héritage de mots, hévitage Pidées. Alain, Préliminaires la mythologie. Gusdort, Mythe et méta- physiques 8 Sartre, L'imaginaire.te 28 contemporanea una doble hemorragia de simbo- lismo: ya sea que se reduzca el cogito a las «co- gitaciones» —y entonces se obtiene el mundo de la ciencia, donde el signo sélo es pensado como tér- mino adecuado de una relacién—, 0 que «se quie- ra devolver el ser interior a la conciencia»* —y entonces se obtienen fenomenologias carentes de trascendencia, segiin las cuales el conjunto de los fenémenos ya no se orienta hacia un polo metaff- sico, ya no evoca ni invoca Io ontol6gico, no logra sino una ¢verdad a la distancia, una verdad redu- cidax—.1En resumen, se puede decir que la im- pugnacién cartesiana de las causas finales, y la re- sultante reduccién del ser a un tejido de relaciones objetivas, han eliminado en el significante todo lo que era sentido figurado, toda reconduccién_hacia ‘Ja profundidad vital del lamado ontolégico) ‘Tan radical iconoclastia no se ha desarrollado sin graves repercusiones en la imagen artistica, pin- tada o esculpida. El papel cultural de la imagen pintada es minimizado al extremo en un universo donde se impone todos los dias la potencia prag- mitica del signo. Incluso un Pascal proclama su desprecio por la pintura, iniciando de esta manera el menosprecio social en que el consenso occiden- tal mantendrA al artista aun durante la rebelién artistica del romanticismo, El artista, como el ico- ‘no, ya no tiene lugar en una sociedad que poco a poco ha eliminado la funcién esencial de la ima- gen simbélica. Asi también, después de las vastas 'y ambiciosas-alegorias del Renacimiento, se ve que 9 Alquié, op. eit. 10 P. Ricoeur, op. cit. 29 en su conjunto el arte de los siglos xvm y xvmt se empequefiece hasta convertirse en una simple «di- versiém>, en un mero «omamentos. La misma imagen pintada, tanto en la fria alegoria de los Le Sueur como en la alegorfa politica de los Le- brun y David y en «las comedias de costumbres» del siglo xvm, ya no procura evocar. De este re- chazo de la evocacién nace el ornamentalismo aca- démico que, desde los epigonos de Rafael hasta Fernand Léger, pasando por David y los epigonos de Ipgres, reduce el icono a la funcién de deco- radqf Y ni siquiera en sus rebeliones romantica € impresionistas contra esta situacién desvalorizada, hhan recuperado la imagen y el artista, en los tiem- pos modemnos, Ia potencia de significacién plena que tuvieron en las sociedades iconéfilas, en el Bi zancio macedénico asi como en la China de la nastia Song. Y en la anarquia turbulenta y ven- gativa de las imagenes, que de pronto desborda y sumerge al siglo xx, el artista busca desesperada- mente enclavar su vocacién més allé del desierto cientificista de nuestra pedagogia cultural. Al remontarnos algunos siglos antes del cartesia- nismo, percibimos una corriente atin ms profun- da de iconoclastia, repudiada por la mentalidad cartesiana, aunque mucho menos que lo que se afir- ma.” Esta corriente es transmitida desde el siglo 11 E, Gilson demostré en qué medida Descartes era el he- redero de la problemética y de los conceptos peripatéticos; cl, Discours de la méthode,te notas criticas de E. Gilson, Paris: Vrin. 30 xnt al 20x por el conceptualismo aristotélico, © con mis exactitud por su desviacién ockhamista y ave~ rrofsta. La Edad Media occidental reanuda por su cuenta la vieja disputa filoséfica de la antigtic- dad clisica. El platonismo, tanto grecolatino como alejandrino, es mas 0 menos una filosofia de la «claven de la trascendencia, es decir que impl una simbélica. Es verdad que diez siglos de racio- nalismo han corregido ante nuestros ojos los dia- logos del discipulo de Sécrates, donde ya no vemos otra cosa que las premisas de la dialéctica y la égica de Aristételes, incluso del matematismo de Descartes. Pero la utilizacién sistematica del sim- bolismo mitico, y hasta del retruécano etimolégico, en el autor del Banguete* y del Timeo, bastan para convencernos de que el gran problema plat6- nico era el de conducir * los objetos sensibles al mundo de las ideas; el de la reminiscencia que, lejos de ser una memoria vulgar, es por el contra- rio una imaginacién epiffnica. En los albores de la Edad Media, Juan Escoto Eritgena sostendré una doctrina parécida: Cristo se transforma en el principio de esta reversio, opuesta a la creatio, por medio de la cual se efec- tuaré la divinizacién, deificatio, de todas las co- 12 CL. L. Brunschvieg, Lexpérience humaine et la causalité physique TBH, Gorkin (op. it), demosies que el Inlam oriental shiita, en especial con Ibn Arabi, llamado Ibn Aflatun, hijo de Platéns, estuvo més protegide que el Occidente cristiano de la ola peripatética del averroismo, y asi pudo conservar intacta esta doctrina de la reconduccién, el ta’wi y los privilegios de la imaginacién epiffnica (alem al- rmithal). a1 sas." Pero la solucién adecuada del problema pla- t6nico es, en definitiva, la gnosis valentiniana pro- puesta en la lejana época preoccidental de los pri- ‘eros siglos de la era cristiana. Al interrogante que obsesiona al platonismo: «;Cémo ha llegado a las cosas el Ser sin raiz_y sin vinculo?»,"* planteado por el alejandrino Basilides, Valentin responde mediante una angelologia, una doctrina sobre los, ‘«dngeles> intermediarios, los eones, que son mo- delos cternos y perfectos de este mundo imperfecto (puesto que es separado), mientras que la reunién de los eones constituye la Plenitud (el Pleroma). Estos Angeles, que aparecen también en otras tra- diciones orientales, son, como lo demostré Henri Corbin," el ctiterio propio de una ontologia sim- bélica. Son stmbolos de la funcién simbélica mis- ma que es —jcomo ellos!— mediadora entre la trascendencia del significado y el mundo mani- fiesto de los signos concretos, encarnados, que por medio de ella se transforman en simbolos. CAhora bien; esta angelologia, que constituye una doctrina del sentido trascendente comunicado me- diante el humilde simbolo, consecuencia extrema de un desarrollo histérico del platonismo, ser& re- chazada, en nombre del «pensamiento directo», Cappuyne, Jean Scot Erigene, a vie, zon oewore, , Lovaina, 1933. 15 Titulo del libro xur de los Comentarios de los Fvangelis de Basiides. Cf. F. Sagnard, La gnose valentinienne et le témoignage de saint Irénée, Paris: Viin, 1947; 8. Hutin, Les gnostigues,& pig. 40: , mediante homologias simbélicas.* 19 CE. P, Festugitre, La révélation d’Hermés Triemégite: «En la medida en que los antiguos, incluso los bizantinos y después la Edad Media, tuvieron alguna idea del método centifico, se la deben al Estagirita oa Ja larga linea de sus comentaristas, desde Alejandro de Afrodisia a Filopéna. 20 Ibid. Sobre la literatura y de la evocacién angélica que lo acompafia, por parte del sentido comin terrenal de la filosofia aristotélica y el ave- rofsmo latino, no se cumplié en un dia. Habré resistencias apenas ocultas: el florecimiento de la cortesania, del culto del amor platénico en los Fe- deli d’Amore, asi como el renacimiento francisca- no del simbolismo con San Buenaventura.** De igual modo, es necesario sefialar que en el realismo de cicrtos artistas, por ejemplo de Memling y més adelante de Bosch, se trasluce un misticismo oculto que transfigura Ia minucia trivial de la visién.* Pero no ¢s menos cierto que el modo de pensamien- to adoptado por el Occidente «féustico» del siglo xm, al hacer del aristotelismo la filosofia oficial de la cristiandad, da prevalencia al . La imagen simbélica estaba destinada a perder es- tas virtudes de apertura a la trascendencia en el seno de la libre inmanencia. Al convertirse en sis- 27 GER. Alleau De la nature des symbotes 28 GI. B. Morel, Le signe et le sacré: eLes conventions 29 Op. cit, 30 Las bastardillas son nuestras 38 tema se funcionaliza ; casi podrfamos decir que, con respecto a los clericalismos que la van a definir, se purocratiza. Al encarnarse en una cultura y en’un Jenguaje cultural, la imagen simbélica corre peligro de esclerosarse en dogma y sintaxis. Es aqui donde Ia forma amenaza al espiritu cuando la poética pro- fética cs cuestionada y amordazada. Sin duda, una de las grandes paradojas del simbolo es la de no expresarse sino por medio de una ; Puech, ‘«Phéno- nénologie de la gnoses, en Ann. Collége de France, n? 58, pags. 168-69, Cf. §, Petrement, Le dualisme ches Platon, les gnostiques et les manichéens, Patis: Presses Univers taires de France, 1947. 4a «activay, Es lo que ya habia expresado Platén, es Jo que expresa Ja figura judia de la Schekhinah, asi como la figura musuimana de Fatima.” Asi pues, la Mujer es, como el Angel, el simbolo de los simbolos, tal como aparece en la mariologia ortodoxa en la figura de la Theotokos, 0 en la li- turgia de las iglesias cristianas que asimilan de buen grado, como mediadora suprema, a «La Esposay."* Ahora bien; es significative que todo ¢l misticismo occidental recurra a estas fuentes platénicas, San Agustin nunca renegé completamente del neopla- tonismo, y fue Escoto Eritigena quien introdujo en Occidente, en el siglo 1x, los escritos de Dionisio Areopagita.®* Bernardo de Clairvaux, su amigo Gui llermo de Saint-Thierry, Hildegarde de Bingen,” estén todos emparentados con la anamnesis platé= nica. Pero ante esta transfusién de misticismo, la institucién eclesidstica vigila con recelo“) 37 Platén no solamente considera al Amor (Eros) el proto- tipo del intermediario (Banquete), al que la iconogratia an tigua representaba como un edaimon» alado, sino que tam. bién (Timeo) sitia entre el modelo inteligible. ye mundo sensible un intermediario misterioso: «el Recep- téculo», ela Nodrizay, ela Madre»... Cf. los resurgimien tos de platonisino en la Madonna intelligencia de los plato- nistas de la Edad Media y en la figura de Fétima-Crea- cién del sufismo, en H. Corbin, of. cit. Sobre la Schekinah, ch. G. Vadja: Juda ben Nissim thn Malka, philosophe juif 38 Ci. B. Morel, op. cit 39 ." Asi se revela el papel profundo del simbolo: s «confirmacién» de un sentido a una libertad per- sonal. Por eso el simbolo no puede explicitarse: en ‘itima instancia, la alquimia de la transmutacién, de la transfiguracién simbélica, solo puede efectuar- se en el crisol de una libertad. ¥ la potencia poética 41 CF, B. Morel, op. cit, eles asservissements liturgiquess. CE. Olivier Clément, op. cit.: «Cristo no es slo el Verbo de Dios, sino también su imagen. La encamacién fundamenta al icono y el icono prueba la Enearnacién (...) La gracia divina reposa en el conor. Este papel de intermediario que el icono desempeia esté simbolizado por el iconostasio mismo, que, en su centro, fi- ‘ura en todos los casos la Deesis (la intercesién) repre- sentada por la Virgen y San Juan, los dos grandes inter~ 43 del simbolo define Ja libertad humana mejor que ninguna especulacién filosdfica: esta tiltima se obs- tina en considerar la libertad como una eleccién objetiva, mientras que en la experiencia del sim- bolo comprobamos que la libertad es creadora de un sentido: es podtica de una trascendencia en el interior del sujeto més objetivo, mas comprometido con el acontecimiento conereto. Es el motor de la simbélica; es el Ala del Angel Henri Gouhier dijo alguna vez qc la Edad Media se extinguié cuando desaparecicron los Angeles. Se puede agregar que una espiritualidad concreta se esfuma cuando los iconos son secularizados y reem- plazados por la alegoria. Ahora bien; en las épocas de reaccién dogmatica y de rigidez doctrinaria, en cl apogeo del poder papal con Inocencio TIL 0 des- pués del Concilio de Trento, el arte occidental es esencialmente alegérico. El arte catélico romano es dictado por la formulacién conceptual de un dog- ma. No conduce a una iluminacién; se limita a ilus- trar las verdades de la Fe, dogmaticamente defit das. Decir que la catedral gética es una «biblia de piedra» no implica en absoluto que en ella se tolere una interpretacién libre negada por la iglesia a la Biblia escrita. Esta expresi6n quiere decir, simple- mente, que la escultura, el vitral, el fresco, son ilustraciones de la interpretacién dogmética del Li- bro. Si el gran arte cristiano se identifica con el 42 Por eso la iconografia —e incluso la etimologia de calmay entre los griegos— la considera una hija del aire, lel viento. El alma es alada como la victoria, y cuando Delacroix pinta su Libertad en Io alto de la barticada, © cuando Rude esculpe en el arco de triunfo, reproducen es. ponténeamente el vuelo de La Victoria de Samotracia, “4 bizantino y el romAnico (que son artes del icono y del simbolo), el gran arte catélico (que sos-tiene toda Ia sensibilidad estética de Occidente) se iden- tifica tanto con el «realismo» y la ornamentistica sg6tica como con la ornamentistica y el expresionis- mo barrocos. El pintor del «triunfo de la iglesia» es Rubens y no André Roublev, ni siquiera Rem- brandt. De esta manera, en el alba del pensamiento con- temporéneo, en el momento en que la Revolucién Francesa est por terminar de desarticular los so- portes culturales de la civilizacién occidental, se advierte que la iconoclastia occidental resurge, con- siderablemente reforzada, de seis siglos de «progre- so de la conciencia». Pues si bien el dogmatismo literal, el empirismo del pensamiento directo y el cientificismo semniolégico son iconoclastias divergen- tes, su efecto comin se va reforzando en el curso de Ia historia. Tanto es asi, que Comte ® podrd cons- tatar esta acumulacién de los «tres estadios de nues- tras concepciones principaless, y esto es lo que va a fundamentar el positivismo del siglo xix. Porque el positivismo que Comte extrae del balance de la historia occidental del pensamiento es, a la vez, dog- matismo «dictatorial» y «clerical», pensamiento di recto en el nivel de los «hechos reales» en oposicién a las «quimeras» y al legalismo cientificista."* Adop- 43 CE, A. Comte, Cours de Philosophie positive, primera leceién, 44 CE. A. Comte, Systime de politique positives J. Lax croix, La sociologie d’ Auguste Comte, y la importantisima 45 tando una expresién aplicada por Jean Lacroix al positivismo de Auguste Comte, Se podria decir que la gradual «reduccién> del campo simbélico condujo, a principios del siglo x1x, a una concep cién y a un papel excesivamente del simbolismo. Con justa razén se puede preguntar si estos «tres estadios» del progreso de la conciencia no son tres etapas de la obnubilacién del espiritu y sobre todo de su alienacién. El dogmatismo «teolé- ico, el conceptualismo «metafisico», con sus pro- longaciones ockhamistas, y finalmente la semiologta «positivista», no son sino una extineién gradual del poder humano de relacionarse con la trascendencia, del poder de mediacién natural del simbolo. y monumental obra de H. Gouhier, La jeunesse d’Auguite_ Comte et la formation du positvisme (3 vols). 45 J. Lacroix, of. cit-: «Bl positivismo es la flocofia que, fen in mismo movimiento, elimina a Dios y elericaliza todo pensamiento>; «Solo se escapa a la tirania politica para caer en el despotismo espiritual 46 2. Las hermenéuticas reductivas por se- mejanza o contigiiidad; haber tomado por causa necesaria y suficiente del fantasma Io que era ape- nas un accesorio asociado en el polimorfismo del simbolo. Freud no solo reduce la imagen a no ser mis que él espejo vergonzoso del érgano sexual, si- no que también reduce la imagen a reflejo de una sexualidad mutilada, semejante a los modelos pro- porcionados por las etapas de maduracién sexual de la infancia. La imagen queda entonces viciada de anomalia, acorralada como esta entre dos trau- matismos: el del adulto, que provoca la regresién neurética, y el infantil, que fija la imagen en un nivel biografico de «perversidad>.* EI método aso- ciativo —en el que la asociacién no posee ninguna ibertad— confundido con la biisqueda estrictamen- te determinista de una causalidad —y, en este caso, de una causa tinica— no puede sino reducir cada vez. mAs, en cada asociacién, la aparicién anodina y fantéstica de una imagen a efecto necesario de la causa primera y sus avatares: la libido y sus inci- dentes biogratficos. Pero hay algo mas grave que esta reduccién empo- brecedora del simbolo a un sintoma sexual: Dal- biez” sefiala que Freud utiliza la palabra «simbolo» en el sentido de efecto-signo, con lo cual reduce el 5 R. Dalbies, op. eit, vol. 2, pig. 267. 6 Gf, Freud, «Fragment d'une analyse dPhystérien,& en Rev. de Peychan., vol. 2, n° 1, ples. Ly 112. TR. Dalbiew, op. ct, vol. 2, pig. 124 51 campo infinitamente abierto del simbolismo, tal co- mo lo definimos al comienzo de esta obra:’ «Cada ser pose una infinidad de simbolos,* mientras que sélo puede tener un niimero limitado de efectos y de causas. . .» tal como lo concibe Freud: La sabiduria > Minerva que sale de la ca- beza ~ nacimiento por la vulva. El defecto esencial del psicoandlisis freudiano es haber combinado un determinismo estricto, que convierte al simbolo en simple «efecto-signo», con una causalidad tinica: la libido que impera sobre todo. Por eso el sistema de explicaci6n s6lo puede ser univoco (donde un signo remite a otro signo) y pansexual (donde el signo ‘iltimo, la causa, es accesoria de la sexualidad, sien- do esta una especie de motor inmévil de todo el sistema). Puede advertirse esta doble reduccién en un caso concreto, poniendo en evidencia el famoso comple- jo de Edipo en el siguiente ejemplo: X... suefia que come en compafiia de un monje, en cuya pre- sencia se compromete, ante una estatua de Ia Vir- gen y no sin repugnancia, a ir a cuidar leprosos. El anilisis freudiano de este caso nos ofrece en primer lugar las siguientes asociaciones: «monje»: en el pasado el sujeto X... tuvo como consejero moral a un capuchino; es la alusién biblica al pecado; ademés, reside, ante todo, la revolucién freudiana.”” ‘Veremos ahora que hay, no obstante, otra manera de concebir el inconsciente, no ya «como el refugio inefable de las particularidades individuales, el de- positario de una historia tinicay,” sino como depo- sitario de las «estructuras> que la colectividad privi- legia, no ya por sobre ese perverso polimorfo que serfa el nifio, sino por sobre este «social polimorfo» que ¢s el nifio humano, 10 Gf. R. Dalbiez, of. cit, vol. 2, pig. 56: eLa influencia de Froud en la psiquiatria y ta psicopatologia se tradujo fen una verdadera resurreccidn de la creencia en la efica- cia del psiquismo>. 11 CE, LéviStrauss, Anthropologie Structurale.te 54 de El pensamiento mitico (...) construyd sus pala- ‘ios ideolégicos con los escombros de un discurso social antiguo>. Claude Lévi-Strauss, La pensée sauvage.* sAcabamos de verlo: el psicoanAlisis, al mismo tiem- ‘po que redescubria la importancia del simbolo, es- {camoteaba el significado en beneficio de la biogra- fia individual y la causa libidinal. En su aspecto freudiano esboz6, es cierto, una tipologia arqueti- pica, pero obsesionada por la sexualidad, reducien- do el simbolo a la apariencia vergonzosa de la libido reprimida, y la libido al imperialismo multiforme de la pulsién sexual. Este monismo subyacente, este imperialismo de la sexualidad, y en especial el universalismo de los mo- dos de represin, es lo que ha sido justamente cri- ‘icado. Los etnégrafos, en particular, siguiendo a ‘Malinowski " y su decisivo estudio sobre los indige- nas de Ia isla Trobriand, pusieron en duda la univer- \salidad del famoso complejo de Edipo."* La invest ‘gacién etnografica demuestra que el simbolismo edi pico en que est4 basado todo el sistema freudiano no es sino un episodio cultural, localizado de mane- ra estricta en el espacio y probablemente en el tiem- Lo. La antropologia cultural en su conjunto ha vuel- to a cucstionar la unidad de los modos de represién, la unidad de la pedagogia parental. Ya no se puede sostener la reduccién primaria a un traumatismo edipico, piedra fundamental del psicoandlisis freu- 12 B. Malinowski, La vie sexuelle chez les sauvages de Mélandse. 13 Cf. pag. 108 de esta obra. 55 diano. En particular, en feneral: sociologia propiamente dicha, etnologia, antropo- Togia cultural, etnografia, etoétera. 37 método de «reduccién> simbélica, que se puede denominar como los «romanos> coexisten en el conjunto de las sociedades del grupo lingiifstico indocuropeo. Mas atin; en los celtas, ger- manos, latinos 0 los antiguos hinddes e iranios, la sociologia lingiifstica pone de relieve no dos sino 17 Término tomado del psicoanalista Baudouin, que sig- nifica eperteneciente cualitativamente a la misma especies y, remite al mismo origen interpretative; preferitiamos ‘Ssétopo>. tres capas simbélicas perfectamente distinguibles, Tas cuales manifiestan su simbolismo religioso en los tres dioses latinos que pasan a ser emblema de todo el sistema dumeziliano: Japiter, Marte, Quirino. Pero Dumézil no posee las timideces reductivas de un Piganio] o de un Lowie: la «difusién> indoeuro- pea no explica nada; la explicacién profunda, la lilkima reduccién de la «triparticién» simbélica en- tre los indoeuropeos, es una explicaci6n funcional. Los tres regimenes simbélicos se corresponden, tér- mino a térrnino, con una triparticién de la sociedad indocuropea en tres grupos funcionales, muy pare~ cidos a las tres castas tradicionales de la India an- tigua: brahmines, chatrias y vaisias. Japiter, con su ritual y sus mitos, es el dios de los «sacerdotes»,"* del flamen, tal como Mitra-Varuna es el dios del brahmin; Marte es el dios de los «jinetes» y los «li- ceres»,* tal como Indra es el de los guerreros cha- trias; en cuanto a Quirino, es la divinidad «plural», a menudo feminoide (Fortuna, Ceres, etc.), divi- nidad de los agricultores y los en re- Tacién con el sentido propio?— sino en las complica~ ciones del inconsciente... El simbolo necesita ser descifrado, precisamente por estar cifrado, por ser un criptograma indirecto, enmascarado, Por otra parte, los principales conjuntos simbélicos, los mi- tos, poseen la extrafia propiedad de escapar a la contingencia lingiiistica: el mito se opone a un «compromiso> lingiifstico como el de la poesia, fi jado en el propio material de la lengua: su fonetis- mo, su léxico, sus aliteraciones y equivocos. Esta originalidad respecto de todos los otros hechos lin- gilisticos es lo que sefiala Lévi-Strauss" al decir: «Se podria definir al mito como el modo del discur- so en que el valor de la férmula traduttore, tradito- re® tiende practicamente a cero. ..» «El valor del mito persiste como mito a través de las peores tra- ducciones», mientras que el valor filolégico de la palabra —jlamen 0 rex, por ejemplo— se evapora en una traduccién. ¢ Qué significa esto? Que el mito no se reduce directamente a un sentido funcional por medio de la contingencia de una lengua, como la palabra incluida en el léxico. Constituye un len- guaje, si, pero un lenguaje allende el nivel habitual de la expresi6n lingiifstica®™ Esto constituye la diferencia fundamental entre la reduccién semAntica directa del funcionalismo de DuméZil y la reduecién translingiifstica del «estruc~ 19 Anthropologie Structurale 20 Que se aplica al maximo en el texto. poético. Dt LévieSerauss, op. cit 60 turalismo» de Lévi-Strauss. Este Giltimo no basa en absoluto su antropologia, y en especial su herme- néutica, en una lingiifstica positivista, en el nivel del Iéxico y de la seméntica, sino en la fonologia estructural, y su ambicién es lograr que la sociolo- sfa, en especial la hermenéutica sociolégica, eve a cabo un progreso andlogo™ en cuanto a la forma (sino en cuanto al contenido) al que introdujo la fonologia.* Al abandonar toda interpretacién que modelara estrechamente el simbolo sobre un patrén de lingifstica material (es decir, lexicol6gica y se- mintica), Lévi-Strauss solo conserva de la lingitis- tica el método estructural de la fonologia. Y este método, tal como se desarrolla en N. Troubetzkoi,”* inde cuenta admirablemente —entre otros— de los propios caracteres del mito en particular y del sim- bolo en general. . Del inconsciente, que es el érgano de la es- ‘tructuracién simbélica, y de ninguna manera «el re- fugio inefable de las particularidades individuales». Esdecir que el vinculo reductivo ya no ser busca- do de manera directa, sino indirecta y muy alejada del semantismo de los términos; y esto nos remite al segundo carécter. En efecto: en segundo lugar, la hermenéutica es- 22 Subrayamos este término, que nos parece importante. 25 Op. cit. 24.N. Troubetskoi, eLa phonologie actullen, en Paycho- logie du langage (Paris, 1983), citado por Lévi-Strauss, op. eit 6 tructural, lo mismo que la fonologfa, «rehiisa tratar los términos como entidades independiente, toman- do, por cl contrario, como base de su andlisis, las relaciones entre los términos». Agregaremos que es- to es lo fundamental del estructuralismo: la posibi- lidad de descifrar un conjunto simbélico, un mito, reduciéndolo a relaciones significativas. Ahora bien, gcémo distinguir estas «relacioness? ¢Cémo esta- Biecer relaciones no arbitrarias, es decir, constituti- vas, que puedan ser ofrecidas como leyes? Asi como Ia fonologia supera y deja de lado las pequefias uni- dades seménticas (fonemas, morfemas, semante- mas) para centrar su interés en el dinamismo de las relaciones entre los fonemas, de igual forma la mi- tologia estructural nunca se detiene en un simbolo separado de su contexto: tiene por objeto Ia frase compleja, en la que se establecen relaciones entre los semantemas, y esta frase es la que constituye el mitema, «gran unidad constitutiva, que por su complejidad «tiene cardcter de relacién».* Tomemos un ejemplo del mismo Lévi-Strauss: en el mito de Edipo, tal como nos lo brinda la tradi- cién helénica, no hay que detenerse en el simbolo del dragén matado por Cadmos, 0 en el de la Esfin- ge muerta por Edipo, como tampoco en el ritual del entierro de Polinice por Antigona, o en el sim- bolismo del incesto, tan caro para el psicoanalista, sino, en cambio, en la relacién expresada por las frases: «Los héroes matan a los monstruos ct6t cos», «Los parientes (Edipo, Polinice) sobrestiman la relacién de parentesco (matrimonio con la ma- dre, entierro del hermano prohibido. ..)», etcétera. 25 LéviSteauss, op. cit Por iiltimo, se establecen relaciones entre estas mis- mas «grandes unidades», y, de acuerdo con el mé- todo de Ia fonologia, se’ va a demostrar que estos diferentes «amitemas» se sitfan también en sistemas, de afinidades mutuas. Se podria decir, por ejem- plo, que la descomposicién en mitemas estructura- les del mito de Edipo «muestra sistemas-. . concre- tos y pone en evidencia su estructuray.”” En efecto, los mitemas obtenidos de esta manera pueden ser ordenados en clases de relaciones semejantes, clasi- ficados en «paquetes> «sincrénicos» que acompasan, por medio de una especie de repeticién, de «redun- dancia» estructural, el hilo del relato mitico, su ‘ Mamadas «mitemas», y los mitemas ali- neados en columnas «sincrénicas>; entonces, se pue- de reducir finalmente estos sincronismos a un solo sistema: la TV columna (consagrada a seres lisia- dos, «que trastabillan hacia adelante o de costado>, que la mitologia comparada nos muestra como «los hijos de la tierra»), que significa la «persistencia de la autoctonia humana», mantiene con la columna TIT («negacién de la autoctonia» por medio de la destruccién del monstruo cténico) la misma rela- 26 Tal como Troubetzkoi lo afirma de la fonolegia. Citade por Cl. Lévi-Strauss, op. cit. 27 Tomamos lo esencial de este cuadro de LévicStraus op. cit Hilo del relato (diacronismo). «aurdo». ‘. | Edipo = «pie hin- ‘chado». _ 1 1 | Bteocles mata a su ! a ‘hermano Polinice. ] | | 1 | um Vv | Labeaco (padre de Layo (padre de \ Layo) 'Edipo) dragén. [Edipo inmola a la Esfinge, ‘Gadmos mata al | | Edipo mata a su! t padre Laios. ‘exterminan mutua- |'Los espartanos se mente. ‘Antigona entierra pesar de la I prohibicién. & E a a Edipo se casa con hermana Europa. su madre. Cadmos busca a su nice a z Sistema sincrénico de «mitemass. ci6n que la columna I («relaciones de parentesco sobrestimadas») tiene con la columna IT (erela- ciones de parentesco desvalorizadas»). Por lo tanto, el mito de Edipo seria un instrumento I6gico utilizado con fines sociolégicos:** permitiria a una sociedad que afirma en muchos relatos que Jos hombres provienen de la tierra (. Reducido de esta manera el mito a.un juego estruc- tural, uno se da cuenta de que la combinatoria es- tructural, que en primera instancia parecia tan complicada, es muy simple en definitiva, de una simplicidad casi algebraica, asi como ® y enmascaran en ma- yor 0 menor grado esta corriente tinica de vida, ste impulso especffico cuya potencia vital sobrepa- sa por doquier la clara voluntad individual y deja incesantemente rastros sobre el contenido de la re- presentacién, colorea todas las imagenes y actitu- des. Para el sociélogo, por el contrario, el incons- ciente est «siempre vacor,** «tiene tan poca rela- cién con las imagenes como el estémago con los ali- ‘mentos que pasan por él», se limita a .* Lung denomina arquetipo a este «sentido espiri- ‘uals, a esta infraestructura ambigua de la propia ambigiiedad simbélica. El arquetipo «per se>, en sf mismo, es un «sistema de virtualidades», * de la libido. Por tanto, la (funcién simbélica es en el hombre el lugar de «pa- sajen, de reunién de los contrarios: en su esencia, y casi en su etimologfa (Sinnbild en alemin), el sim- bolo cunifica pares de opuestos»."" Serfa, en térmi- nos aristotélicos, Ia facultad de «conservar juntos» el sentido (Sinn = el sentido) consciente,"* que per- cibe y recorta con precisién los objetos, y la mate- ria primera (Bild = la imagen), que emana, por su parte, del fondo del inconsciente."* Para Jung, la funcién simbélica es conjunctio, unién, donde los dos elementos se fundan sintéticamente en el pen- samiento simbolizante mismo, en un verdadero ¢her- mafroditay, en un «Hijo divino> del pensamiento. En efecto, este simbolismo es constitutivo del pro- ceso de individuacién mediante el cual se conquista el yo por equilibracién, por «sintesis» de los dos términos del Sinn-bild: la conciencia clara, que es en parte colectiva,”* formada por las costumbres, 12 Ast figura en el titulo de una importante obra de Jung. 13 Jacobi, op. cit 14 Cf. et esquematisma en Kant. 19 Cf, Bachelard, para quien, de la misma forma, el sim- bolo necesita la conciencia. desperta 16 Bl término de la conciencia social en vigencia 75 La disociaci6n a-simb6lica, tal como lo sefialé Cas- sirer, constituye la enfermedad mental: en este ca- so, el simbolo se reduce a un simple sintoma, el sin- toma de «una antitesis rechazada>." «La materia prima-imagen, contenido del inconsciente, carcee del poder que tiene lo consciente de crear formas, engendrar estructuras. . .»"* y entonces la pulsién se manifiesta ciegamente, sin encontrar nunca su €x- presién simbélica y consciente. De modo paralelo, al cignificante» ya no le corresponde un significa do instaurador, una energia creadora, y el simbolo se extingue> en signo consciente, convencional, «ciscara vacia de los arquetipos ® que se agrupa con sus semejantes en teorfas vanas —j pero temi bles, pues son ersatz de simbolos!—, «doctrinas, pro- gramas, concepciones que entenebrecen y engafian a nuestra inteligencia», y entonces el individuo se vuelve esclavo del consciente colectivo, del prej cio en boga, se transforma en chombre masa», brado a las aberraciones de la conciencia colectiva EI simbolo es, pues, mediacién, ya que es equilibrio que esclarece la libido inconsciente por medio del «sentido consciente que le da, pero que recarga la conciencia con la energa psiquica que transpor- ta la imagen. El simbolo es mediador y al mismo tiempo constitutivo de la personalidad por el pro- ceso de individuacién. Por tanto, en Jung se ve es bozarse, a la inversa de la asociacién reductiva de Freud, un subconsciente personal y universal, que es el dominio propio del simbolo, 17 Psychologische Typen.s 18 Jacobi 19 Jacobi 76 ‘Sin embargo, la gran oscuridad que rei —a la que suelen agregarse las imprecis Jenguaje que sefialabamos al principio de este pa- ragrafo— proviene de que hay una frecuente con- fusin entre las nociones de arquetipo-simbolo, por una parte, y de individuacién, por la otra. Ahora bien; en Ia practica se percibe muy bien que hay simbolos conscientes que no son «personalizantes», y que la imaginacién simbdlica no tiene sino una funcién sintética en el interior del proceso de indi- viduacién. Todos los grandes delirios presentan las caracteristicas del simbolo y no son , en tanto in Gividualizada, es més bien un sistema —rico en potenciali dades contradictorias que permiten la libertad— que una «sintesis» —anulacin estitica de las contradieciones- 7 dar cuenta de la universalidad notable de los gran- des simbolos mediante el truco de la extrapolacién edipica (desmentida por toda la etnologia) ; si so- bre todo el sistema de represién no puede explicar la expresi6n simbélica en sus formas creadoras mas altas, y si la teorfa de Jung precisamente restaura el simbolo en su dignidad creadora no patologica, sin recurrir al Edipo generalizado para explicar el caracter universal de los arquetipos-simbolos, su sistema todavia parece confundir extraftamente en un optimismo de lo imaginario la conciencia sim- bélica, creadora del arte y la religién, con la con- ciencia simbélica creadora de simples fantasmas del delirio, del suefio, de la aberracién mental. «La imagen solo puede ser estudiada por medio de Iaimagen, softando imagenes tal como se componen en la ensofiacién». Gaston Bachelard, La poctique de la réverie, pig. 46. Gaston Bachelard precisa, a nuestro parecer, este buen y mal uso de los simbolos. El universo de Ba- chelard se divide en tres sectores, en los cuales los simbolos son utilizados de distinta manera: el sec- tor de a ciencia objetiva, del cual debe ser pros- cripto todo simbolo, so pena de desaparicién del ob- jeto;* el sector del suefio, de la neurosis, donde el 21 Poétique de la réverie: «Bn el pensamiento cientifico, {1 concepto funciona tanto mejor cuanto que carece de toda imagen implicita>. Cf. Le matérialimme rationnel, pig. 49: Se sabe que la actitud cientfica consiste precisamente en foponerse a esta invasién del simbolos. Cf. La formation 78 simbolo se deshace, se reduce —como bien lo sefial6 Freud—a una misera sintomatica. En estos dos sec- tores, todo simbolo debe ser puesto en duda, pe guido, desalojado, mediante un «psicoandlisis obje- tivo» que restituya Ia limpidez y la precisién del signo, o mediante un psicoandlisis clasico, subjetivo, que despierte la psiquis de las brumas del delirio y Ja vuelva a situar en el dominio de la conciencia humana, Pero existe un tercer sector, pleno por ser especifico de la humanidad que hay en nosotros: el sector de la palabra humana, es decir, del lenguaje que nace, surge del genio de la especie, que es a la vez lengua ¥y pensamiento, Es en el lenguaje poético donde en- contramos esta encrucijada humana entre un des- cubrimiento objetivo y el arraigo de este descubri- miento en lo mas oscuro del individuo biolégico.” EI lenguaje poético proporciona, tal como lo sub- raya Fernand Verhesen en un notable articulo, : por un lado, la objetivacién de la ciencia, que poco a poco domina la naturaleza; por el otro, la subjetivacién de la poesia, que por medio del poema, mito, religién, asimila el mundo al ideal humano, a la felicidad ética de la especie humana, ‘Mientras que cl psicoandlisis y Ia sociologia se orientaban a una reduccién al inconsciente, ya sea mediante sintomas oniricos o mediante secuencias mitol6gicas, Bachelard orienta su investigacién a la vex hacia el subconsciente poético —-que se expresa por medio de palabras y de metéforas— y hacia ‘se sistema de expresién, més impreciso, menos re- t6rico que Ta poesia, que constituye la ensofiacién. Ensofiacién libre 0 (of Git). Esta distinlén es deckva, pes permite ilucdat 81 ginario es, en Bachelard, una ¢escuela de ingenui dad» que nos permite, por encima de los obstaculos de la inseripeién biogrdfica del autor o del lector, captar el simbolo en carne y hueso, pues «no se lee poesia pensando en otra cosan.” A partir de ese punto, el lector ingenuo, este fenomendlogo sin sa- berlo, no es otra cosa que el lugar de la «resonan- cia» ‘poética, Iugar que es recepticulo profundo porque la imagen es semilla y nos . 52 Cf. JeP. Sarre: Limaginaire y la crtica del método de Sarre, on G. Durand, Ler structures onthropologiques dle Pimaginire. a2 mis cerca de Hegel, quien definié la fenomenologia como «ciencia de la experiencia de la concien o concibe pleno de imagenes: entonces lo imagina- rio se confunde con el dinamismo ereador, la ampli- ficaci6n de cada imagen concreta, {Esta investigacién fenomenolégica de los simbolos” 4 ppotticos nos abriré, a través de la obra de Bache- lard, confusamente en los primeros trabajos, en for- ma cada vez mas precisa, sobre todo en uno de sus * liltimos libros, La poétique de la réverie,® las gran- des perspectivas de una verdadera ontologia simbé- lica que, mediante aproximaciones sucesivas, con- ‘ducen a los tres grandes temas de la ontologia tra- dicional: el yo, el mundo y Dios} ‘La cosmologia simbélica preocupé a Bachelard du- rante muchos ajios, tal como lo testimonian las cit co obras consagradas a la reconduccién simbélica de los cuatro elementos. Agua, tierra, fuego y aire, con todos sus derivados poéticos, no son sino el lu- ¥ gar m&s comin del imperio en que lo imaginario se une directamente con la sensacién. La cosmolo- gia no pertenece al dominio de la ciencia, sino mAs ien al de la pottica filosdfica; no es «visién» del mundo, sino expresién del hombre, del sujeto hu- mano en el mundo. Como lo dijo Fernand Verhe- sen," en esta cosmologia de las materias ya no hay més oposicién entre el ensuefio y Ia realidad sensi- ble, sino «complicidad... entre el yo que suefia y el mundo dado, hay una secreta congivencia en una 33 Paris: Presses Universitaires de France, 1960. 34 F. Verhesen, op. cit. pag. 9 83 regién intermedia, una regién plena, con una ple- nitud de ligera densidad». ese a las apariencias, no se trata de un conceptua- lismo aristotélico que parte de cuatro elementos construidos mediante la combinacién de lo calien- te, lo frio, lo seco y lo htimedo, sino de una ensofia- cién que parte de los elementos, se amp! solo por medio de las cuatro sensaciones, sino de todas las sensaciones y las relaciones de sensaciones posibles: Io alto, lo bajo, lo claro, lo denso, lo pe- sado, lo ligero, lo volatil, etc. A’su vez, la feno- menologia se apodera de estas imégenes y re- construye un mundo que abarca todas las actitudes del hombre, un mundo de felicidad por el acuerdo, Detrds de esta cosmologfa se encuentra la gran ins- piracién alquimica de un macrocosmos imagen del microcosmos, y sobre todo de un macrocosmos don. dese dan las transformaciones y el trabajo humano, es decir que es receptaculo, marco, para el micro cosmos del organismo humano y los ttiles del homo faber. En este trayecto de felicidad se desarrollan muchos cosmos intermedios, por ejemplo, los que describe LEspace Poétique, y en especial ese microcosmos privilegiado, ese cosmos humanizado por el trabajo y el suefio humanos: la casa, la morada humana que reine, «del sétano al desvn», los simbolos del mundo en sus piedras, vigas, chimenea, pozos, sétanos htimedos y oscuros, desvanes aéreos y secos. Todas las imagenes, las metéforas sustancialistas de 35 Poétique de la réverie, citado por Verhesen. Cf, la nocién de mundo intermediarios en el chiismo, en Terre clleste et corps de résurrection, de H. Corbin. a4 Jos poetas, conducen, en definitiva, a esta morada del mundo de la que mi casa es el simbolo iltimo. Por lo tanto, el simbolo nos devela un mundo, y la simbélica fenomenol6gica explicita este mundo que —en las antipodas del mundo de la ciencia— es, sin embargo, éticamente primordial, rector de to-7, dos los descubrimientos cientificos [Parafrascandé Ja famosa formulacién: «ciencia sin conciencia no es mis que ruina del alma», se podria decir que la cosmologia simbélica de Bachelard nos dicta que 7 —aunque desde el punto de vista de la poética— un retomar en profundidad la teorfa junguiana del anima y el animus que nos parece muy préximo a una angelologia. En Ia conciencia clara y viril del racionalista, en el rigor del trabajo de la inteligencia cientifica, de pronto el anima desciende ¢ a su alma. Pe- 10, sobre todo, esta fenomenologia descubre la «cua- dripolaridady del sofiador y del ser sofiado: «Estoy solo, por lo tanto somos cuatro>,*" y Bachelard es- boza una especie de erdtica de los «cuatro seres en dos personas, o mas bien de los cuatro seres en un sofiador y una ensofiacién>,** al referirse directa- mente al Banquete # de Platén.»* Es que el sofiador, al ser doble por naturaleza psicoanalitica, proyecta a su vez, en una especie de proyeccién cruzada, un objeto de su suefio que también es doble: «Nuestro 37 Pottique de la réverie. 38 Op. cit 39 Op. at. 86 doble (sofiado) es el doble de nuestro ser do- ble...» ® Lo que la fenomenologia del simbolo en- cuentra como fundamento de la antropologia que inaugura es una Androginia. En el plano césmico, el simbolo Ilevaba a reconocer una consustanciali- dad fraternal y feliz entre macrocosmos y microcos- ‘mos; el espiritu sensorial de uno abrevaba en la materialidad del otro, y Ia materialidad del prime- ro tomaba sentido en la ensoftacién técnica del se~ gundo. En el plano antropolégico, el simbolo con- duce a una naturaleza comin de «este hombre y esta mujer intimos> que en la ensofiacién . Hay mucha distancia desde esta conciencia clara de la clara infancia, hasta la perversidad polimorfa que el psicoandlisis pretende ocultar en el seno del in- consciente del nifio. 41 P. Ricocur, eLe conflit des herméneutiques: épistémo- logie’ des interprétations», en Cahiers Internationaus de Symbotisme, n° 1, 1962. 42 Bachelard, Poétique de la réverie, 88 yn una seguridad de psicblogo sagaz, conocedor $e os esoollos sempiternos del falso problema de la canemoria afectivay, Bachelard establece que los olores son el significante de este arquetipo de la Infancia® El fenomendlogo nos propone, pues, todo un florilegio de perfumes de infancia recogi- dos por los poetas mAs variados."* Para el filésofo de Champagne, si la cosmologia era multisensorial, si la psicologia se definia como dilogo amoroso del alma con su Angel, jhe aqui que la teofania se re~ vela ante todo como olfativa! Dios es el Nifio que est en nosotros, y la epifania de esta infancia es un perfume de infancia al que nos Hleva el olor de una flor seca. El sabor del abolliton y el perfu- me de la infusién solo producian en Proust una pena biografica; para Bachelard, el perfume es guia espiritual hacia una teofania de la Infancia. Las flores secas, el pachuli de los viejos armarios, exhalan més que un olor de santidad, ; perfuman de manera teoséfica! Es entonces cuando Bachelard, precediendo a Paul Ricoeur, encuentra la prescripcién evangélica del Reino: «Si no os parecéis a uno de estos peque- fios...» Pues la verdadera anamnesis no ¢s mera 43 Op. cit 44 Op. cit, en especial esta cita de Documents secrets de Franz Hellen: ea infancia no es algo que muera en nos- ‘otros y se deseche cuando cumplié su ciclo. No es un re ceuerdo, Es el mis viviente de los tesoros y contin enti- Gueciéndose sin saberlo nosotros (...) yDesdichado de aquel que no puede acordarse de su infancia, recobrarla en si mis: zo como si fuera un everpo dentro de su propio cuerpo una sangre nueva en I vieja! Esta muerto desde que elia lo abandonés, 89 ‘memoria, ni tampoco, como en Plat6n, conduceién a un mundo objetivo de las ideas. Retomando una cita del romantico Karl Philipp Moritz, Bachelard comprueba que la infancia es, con mucho, el fondo iltimo de la anamnesis. «Nuestra infancia seria el Leteo en el que habriamos bebido para no disolver- nos en el Todo anterior o futuro. Si se quiere expre- sarlo en lenguaje atin mas platénico,"* digamos que la Infancia es el Soberano Bien concreto, autoriza- do, eficaz>. La anamnesis de todos los simbolismos contenidos en todlas las ensofiaciones conduce, mis allé del tiempo y sus trafagos, a un Tedio primor- dial, a la Infancia, al Puer aeternus que Jung y Ke- renyi sefialaron en muchas mitologias.*" Y el autor del Rationalisme appliqué invoca a Kierkegaard para confirmar esta intuicién definitiva, confesan- do que en «una humilde vida, que no posee las cer- tidumbres de la fe, actiéian las imagenes de su her- moso libro»,"* y sobre todo invoca a una de las mas 45 Op. cit: «El pasado rememorado no es solo pasado perceptive (...) La imaginacién colorea desde el origen los cuadros que le gustard volver a vers, y con esto retoma Ja concepeidn baudeleriana, que cita mis adelante, acer- ca de una memoria fundada en la evivacidads de la imaginaci6n. 46 Es necesario sefialar en Bachelard el «tono» platénico del discurso. En toda la obra del filésofo del Rationaltime appliqué y de la Poétique de la réverie hay una soberana ironia, una manera de no tomar nunca en serio lo que se expone 0 se argumenta, con el fin de dar al argumento toda la gravedad convincente necesaria. Este elegante buen humor, esta ligereza plena de modestia dan a las obras de Bachelard, como a las afirmaciones de Sécrates, una temi= bile eficacia de conviceién 47 Citado por Bachelard, op. ct. 48 Bachelard cita a Kierkegaard, Lilien pa marken of fue 90 novelescas de nuestras misticas: Mme. Guyon, que exalta el Espiritu de la Infancia, el culto de un ico- no en cera del Nifio Jestis. De esta manera, la fenomenologia de los simbolos poéticos de la ensofiacién conduce, més alla de una cosmologia de reconciliacién con el mundo, allende una sociedad intima del corazén donde vela el angel de la compensacién sentimental, hasta una teofania en Ja que la anamnesis ya no es iluminada por un Soberano Bien abstracto, sino por el célido sol de Ia infancia, que huele a cocina tentadora: .” El genio de Bachelard reside en haber comprendido que esta superacién de la iconoclastia solo podia efectuarse por medio de la meditacién y la supera- cién de la critica «cientifica», ast como a través de la superacién del simple y confuso sumirse en lo onfrico. El optimismo de Bachelard, més circuns- ~ pecto que el de Jung, se justifica por la misma pre~ jén_de su campo de aplicacién: la_singenui len under himlen, (Los lisios del campo y las aves del cielo.) 49 E. Van der Cammen citado por Bachelard, op. ct. 50 Op. ait 51 GE. P, Ricoeur, Le symbole donne a penser. a Jo menos «beatitud» de lo it nario, a que ha Ile- rd, puede replantearse, sin renegar de poms doce del filésofo de Ja Ensofiacién poética, el interrogante sobre la totalidad de lo ima- Einario y dar acceso, en la experiencia de la con ciencia, no solo a la poesia, sino también a los antiguos mitos, a los ritos que caracterizan las reli- giones, las magias y las neurosis. Dicho de otra ma- nera, después de Bachelard solo quedaba «generali- zar> la antropologia restringida del autor de la Poétique de la réverie, sabiendo bien que esta ge- neralizacién, por su método mismo, no puede ser ‘ino una integracién mayor de las potencias imagi- ‘nativas en el macleo del acto de conciencia. 92 4. Los niveles del sentido y la con- vergencia de las hermenéuticas «Un stmbolo siempre revela, cualquiera que sea el contexto, la unidad fundamental de varias zonas de lo real», Mircea Eliade, Traité d'histoire des reli- gions, pag, 385. Es asf como, para generalizar la antropologia de lo imaginario, nos convenia, paradéjicamente, aplicar un «psicoanilisis objetivon a lo imaginario mismo a fin de expurgarlo, de esta manera, de todas las supervivencias culturales y juicios de valor que los pensadores citados heredaron sin saberlo por medio de la triple iconoclastia occidental. En primer lu- gar, era necesario repudiar los métodos puramente reductivos, que no apuntan sino a la epidermis se- miolégica del simbolo; luego, aislar las superviven- cias del privilegio racionalista que se trasluce inclu- so en la simbélica de Cassirer cuando sobrestima la ciencia con relacién al mito. También habia que descubrir, més alld de la meditacién bachelardiana, ese punto preciso privilegiado en el que los ejes de la ciencia y de la poesfa se incluyen y complemen- tan en su dinamismo contradictorio, se reabsorben en una misma funcién de Esperanza. Por iiltimo, era necesario evitar caer en el optimismo parad co de Jung, que solo ve en el simbolo una «sintesis mental», con lo cual vuelve incomprensible el sim- bolismo, agudo sin embargo, de la enfermedad mental y del automatismo clereistico, Pero una refutacién y extrapolacién tales de lo ima- 93 ginario a todo el contenido de la psiquis humana Tequerfan un cotejo minucioso y vasto del pensa- miento simbélico, en primer lugar tedrico, luego directamente aplicado al equilibrio psicosocial de los psiquismos singulares, normales y patolégicos. Esta fue la labor que emprendimos en forma site, mitica con nuestros colaboradores, y que prosegui- mos desde hace quince afios.’ En esta breve exposi- cién no podemos sino resumir nuestras conclusio- nes, que se escalonan en tres planos: en primer lu- gar, el de una teoria general de lo imaginario ? con- eebido como una funcién general de equilibrio an- tropolégico; luego, el de los niveles formadores de las imagenes simbélicas, que se forman e informan én todos los sectores y en todos los entomos de la actividad humana; finalmente, la_generalizacién tanto estatica como dindmica de la virtud de la imaginacién vertida en una metodologia que ya es una ética y que esboza una metafisica, de la cual ‘nos ocuparemos en la iltima parte de esta obra, pe- To que desde ya, por la generalizaci6n misma de su punto de aplicacién, implica la convergencia de los métodos, la convergencia de las hermenéuticas, Re- sumiremos brevemente estos tres resultados. 1 Cf. G. Durand, Les structures anthropologiques de Vis ginaire, Le décor mythique de la Chartreuse de Parme 2 Nuestra obra Les structures anthropologiques de Pimagi- naire se subtitula: Introduction a Parchétypolowie générale 94 fe —— — «Los dngeles que rodean el Trono por arriba se lta- man Dias, y los que lo rodean por abajo, Noches». 1 Zohar, UL, 137, a. El Zol 4 He aqui los resultados globales que podemos dedu- cir de nuestras investigaciones. En primer lugar, una supresi6n total de las secuelas de la doctrina - clésica —todavia aparece en Cassirer y en el dualis- mo bachelardiano—, que distingue el consciente ra~ cional de los otros fenémenos psiquicos, y en parti- cular de los sectores subconscientes de lo imagina- rio. Esta integracién de toda la psiquis en una tinica actividad puede expresarse, ademas, de dos mane- ras. En primer lugar, por el hecho de que el sentido propio (que conduce al concepto y al signo adecua- do) no es sino un caso particular del sentido figu- rado, es decir, que es solo un simbolo restringido. Las sintaxis de la razén no son sino formalizaciones extremas de una retérica sumergida ella misma en el consenso imaginario general. En segundo lugar, ~ y de una manera més precisa, no hay ruptura entre lo racional y Io imaginario; el racionalismo no es més que una estructura polarizante particular, en- tre muchas otras, del campo de las imagenes. Entonces, se puede asimilar Ia totalidad del psi- quismo a lo Imaginario, desde que surge de la sen- sacién inmediata, y el pensamiento en su totalidad se encuentra integrado a la funcién simbélica. La imaginacién, en tanto que funcién simbélica, ya no es juzgada un déficit, como en las concepciones cla sicas, ni una prehistoria del pensamiento sano, como todavia ve al mito Cassirer, ni siquiera un fracaso del pensamiento adecuado, como aseveraba Freud. Ya no es més, como en Jung, el tinico momento de 95 un raro logro sintético en el cual el esfuerzo de indi- viduacién mantiene en contacto comprchensivo cl Sinn y el Bild. No es solo la vuelta al equilibrio de la objetivacién cientifica por medio de la poética, tal (como aparecfa en Bachelard. La imaginacién se re- vela como el factor general de equilibracién psico- social. ‘Desde el punto de vista antropolégico-en el que nos hemos colocado, el dinamismo equilibrante que es To imaginario se presenta como la tensién de dos fuerzas de cohesiOn»,* de dos «regimenes> que enumeran cada uno las imAgenes en dos universos antagénicos, Estos universos, en el estado normal y medio de la actividad psiquica, «se componen> bien, como lo sefialé Jung, en’ un sub-universo que, en verdad, es mas y «pato- 6gicon. Cualquiera que sea el régimen al que pei nezcan las imagenes, al contacto con la duracién pragmatica y los acontecimientos se organizan en el tiempo, o mejor dicho organizan los instantes psi- quicos en una chistorian. De estas estructuras dis- 3 Cf. Yves Durand, eLe test archétypal A neuf éléments (A.T. 9)9, en Cahiers Internationaux de Symbolieme, n° 4, 1964, Estas efuerzas de cohesién» no son puramente, como fen los psicoanilisis, psicolégicas y_biogréficas, sino que son ademas sociales y reflejan la globalidad de ta cultura que se toma en cuenta, 96 ccursivas de Io imaginario emergen entonces cicrtos habitos ret6ricos inherentes al relato, tal como la hipotiposs, y ciertos principios, tal como el de cau- salidad, que vincula un antecedente con un conse- cuente, que sin embargo es «otro». Como lo com- probé Lévi-Strauss, el relato histérico 0 mitico, igual que la seriacién causal, es un «sistema» de imagenes antagénicas. Es el relato lo que, en el mi- to de Edipo,* permite coordinar episodios antag6- nicos tales como Ia hostilidad de los consanguineos y Ia sobrestimacién de la consanguinidad. Este dinamismo antagénico de las imagenes per- mite, sobre todo, dar cuenta de las grandes manifes- taciones psicosociales de Ia imaginacién simbélica y su variacién en el tiempo. El desarrollo de las artes, Ia evolucién de las religiones, de los sistemas de conocimiento y de valores, los mismos estilos cientificos, se manifiestan con una regularidad al- temante advertida desde hace tiempo por todos, los socidlogos de la historia y la cultura.® Se ha comprobado que los grandes sistemas de imAgenes (Weltbild), de «representacién del mundo», se su- ceden de manera intermitente en el curso de la evo- lucién de las civilizaciones humanas. Pero su dia- _ Iéetica es, por lo general, més sutil que Ia que entrevieron los filésofos, incluso los filésofos de Ia historia. La dialéctica puede operar en diferentes planos de generalizacién, Puede tratarse de una cultura perfectamente integrada,° donde arte, mo- 4-CF supra, pig. 64. 5 Hegel, Marx, Spengler, Worringer, Sorokin, Matoré, Pey- re, para no citar sino algunos nombres. 6 Sobre este concepto de integracién y la nocién inversa de 7 ral, religiOn, visi6n del mundo, respondan al mismo «modelo» imaginario y se coloquen en el mismo grupo de estructuras. Este caso es, claro est, muy teérico, pues definirfa un tipo de cultura que recorre la energfa simbélica), sino en el plano psi- cofisiolégico, advertimos en primer lugar que el concepto de libido, tal como se revela en el psico- andlisis, ya no tiene razén de ser. En efecto, el fac~ so- ciedad; o al revés: sociedad —> fisiologia. Simple- mente, se comprueba una convergencia de simbolos cn series isétopas, en diferentes niveles antropo- lbégicos. Regimenes, estructuras, clases de arqueti- pos, no son sino categorias clasificatorias deducidas de esta convergencia empirica, més econémicas que el arsenal explicativo de pulsiones y complejos pos- 8 GE. cuadro pags. 100-1, 99 Cuadro de la clasificacion Regimeneso | el is Tiqattonorfes (0 Feraicay | 2) Kaine ens 2B) Bates (i Barats Geom fant sonia. | 8) hatha een ckie a git | Rape Blcivamots betcopnciams Tn Beary a | SY “Abita (at io Non | Oe Ge ea in naa me) | Dopinante pestara con ow devados manna Refljos dominantes | y'elagregado de as snsacones @dnanca (vs) | ta aiiofonacén) j isotdpica de las imagenes Nocturna ‘Sintéticas (0 draméticas) Misticas (0 antifrdsicas) ¢) Cincidenia poston y st | 12) Duplclén 9. peseverca ish Glens opciones 9 S|) urecied “edhe oa Dalton de tos antiport, | ffi [tari FP Rate scx Se) Hisoriacion, 3) Misiataizacn (Gulliver) 142) Prosresimo’ parcial (cielo) 0 eal resentaclin diserinica que vis. | Represmtacién abjetvamente homo. Tas contediciones por medio | geneiante (perseverscién) y,sobie- [cor empo. Ht pcp de | ramets, Recropneante (core eer i fray (en | 2 anna) Tos fepecial, inal 'y eficiente), actia | talaga, de simi plenamente. Plamen. [Dominant copulation, con sus de | Dominante digstiva, con ous o> lvador motores riemicor sus eo. | adyuvantes, ceneisicos, trmicos, y dyuvante sensors (kindsieos, | Sus deivados tctle, clftoos, a Garo 4 Oscar, || \soandcrtenn eee Ditin ' Vinculer I Conti eunar eee | Sep + Meni, eh Case > Madura, Rages, Descnde, poser, peer erent ner pe, ‘aiba anon ie ¢ Hah [ ie + dene, ss [Deed melo. Tefal eens, Toms, ee [Ee Lue 4 Tas Tiniebls.| La Cima -} El Abisno 1EI Focgollama. | La Rocda EI Microcogmos, | La Merada, Bete Hcl] Ge fa Ae I Faeeotans. ie Reeds eae | Ci Aueipor | EL Ati Hence FB | El eyed tae Bae Boe le Dee dene, ise Beet 4 Boe IB Gorn, | Aalto, | EAs rea Ee Hae | Bite | Er beet, |B ce NS] A, Sa EP age Anim a oars BAS a hat [Bote | | | Hf Recent HS d An, d Op) la Ba, b Baie Ea cies Vine, Dayo | Ea Tomb, Go del Padre, los Runas, el| Betilo, el Campanatio, ene. adores: la Crisélide, De os simbolos | Manta, ls “Armas, "ias| In Zur pee Sec, Kolm id, os sntenas” | Comat I usta, In| Alone Pasa 36 re ait | eee om | | 100 vorsdos, Kobold | 1a"sl, a. Caver Décelos, lag Tin!| na, cl) Mandal, rag, ‘uss, las Geman, | In Barca, el Ho: fall Catscoly el Melons, ef Ve | par, ef ueyo, la EI | Oso, Cordero, | Jo, el Manto, la la Mie, Mesias, la Pedss ose, Ie MG | la Lire, la Roe: | Copa, el Calde-| Vino, el Oro, ee sica, etc: {ss ‘el Yesquero, la | 10, eX. fotequeta, 101 tulados por el psicoandlisis. Pues una pulsién es un postulado; un comportamiento reflejo o social es un hecho comprobable. Esta triparticién «verbab> que descubrimos en el origen reflejo, totalmente biolégico atin, del trayee- to antropolégico, la volveremos a encontrar sin ce- sar en los diferentes niveles de la formacién de los simbolos. Antes quisiéramos insistir aqui en el sis- tema de formulaciones Iégicas que sugieren estas diferentes estructuras is6topas de las imagenes. Es- tas formulaciones demuestran muy a las claras que el simbolo no se reduce a una légica esbozada,” sino que, por el contrario, los esquemas dindmicos que sostienen las imagenes is6topas promueven tres grandes direcciones Idgicas, tres grandes grupos constitutivos de Iégicas muy distintas. Ya en 1955, Roger Bastide, al estudiar el «candomblé> afro. brasilefio," sefialaba en el interior de este universo simbélico religioso la cristalizacién de simbolos y actitudes rituales alrededor de tres principios que, por lo demés, actuaban de manera _concurrente Estos eran: el famoso Principio de Relacién que, desde Lévy-Bruhl, caracteriza por su acentuacién el pensamiento y una resultante mixta. Estos tres términos casi coincidian con las «tres légicas» que Roger Bastide y yo mismo comprobamos en nuestra investigacién antropolé- gica. De esta manera, la coherencia (isotopismo) conereta de los simbolos en el interior de constela- ciones de imagenes revelaba de la misma manera ese sistema dindmico de «fuerzas de cohesi6n» an- tagénicas, de las cuales las logicas constituyen solo ‘una formalizacién, Pero fbamos a comprobar igual- mente que la genética de los simbolos, en todos sus niveles, responde también a esta dialéctica dind- mica, «La biisqueda de estructuras solo tiene sentido y valor si se la encara desde el punto de vista de lo- grar una relacién armoniosa entre los diferentes do- ‘minios de lo Real y con el fin de arribar a una es- 12 Gf. cuadro pags. 100-1, extraido de nuestra obra Let structures anthropologiques de Vimaginaire; S, Lupasco, Les trois matiires;% y el importante Apéndice teérico del libro Liénergie et la matidre vivante, en el cual Lupasca forma. liza las tres logicas rectoras de las tres materias. 103 pecie de sintesis totalizadora», André Guimbretiere, Quelques remarques préliminaires sur le symbole at le symbolisme. En efecto, si se deja de lado todo problema de transformacién dindmica de los regimenes y las es- tructuras, se pueden sefialar genéticamente, en la psiquis de cada individuo adulto, muchos niveles, de algiin modo matriciales, donde se constituyen los elementos «simbolizantes» (Bild) del simbolo. O si se prefiere, comprobamos varios mapas —més o menos coordinados entre si segiin el grado de inte- gracién de las culturas examinadas— de «pautas» simbélicas culturales, que derivan, acentiian, bo- rran o reprimen una w otra de las fuerzas de cohe- sién que animan las actitudes psicofisiolégicas de un adulto humano, normalmente desarrollado. Si dejamos de lado el nivel psicofisiolégico que ya tratamos, y que nos dio la clave de la clasificacién de los simbolos, nos encontramos frente a diferentes entornos que forman —o informan— el simbolismo adulto. Aparte de ese nivel natural que nos revela a reflexologia, distinguimos dos grandes niveles de derivacién del simbolismo, a los que podriamos Ila- mar nivel pedagégico, de la educacién del nifio por el entomo inmediato, y nivel cultural, al cual po- driamos calificar, siguiendo a René Alleau, de sin- temitico,** pues la herencia y la justificacién de 13 Cf. G. Durand, , «adiana» entre los nifos musulmanes; cf. C. Béart, Recherche dune sociologic des peuples africains & partir de leurs jeux. 17 Agonistico: que se refiere a los juegos de compete 105 nes agrarias."* Finalmente, la mayorfa de Jos cuen- tos —que son juegos de imaginacién— transmiten un simbolismo secularizado en el que se profanan mitos muy antiguas.” ~Asi, pues, los juegos, mucho antes de la sociedad adulta, educan a la infancia en el interior de un residuo simbélico arcaico —a menudo transmitido, ademés, por los abuelos y abuelas, y siempre por la muy esttica seudo-sociedad infantil— que, mas que la iniciacién impuesta por el adulto a los sim- bbolos admitidos por la sociedad, permite a la imagi- nacién y a la sensibilidad simbélica del nifio «jugars con torta libertad, En segundo lugar, los antropélogos encuentran en la clasificaci6n de los juegos dos series «inconcilia- bles»: la serie agonistica (agon — competencia re- glamentada) y la serie ilinxica (ilinx = torbellino) pasando por los términos medios de la alea (suer- te) yla mimicry (simulacro). Esta clasificaci6n bi- naria de los juegos parece anunciar, de manera sin- gular, la de los patterns ® esenciales de las institu- ciones adultas y las culturas. Por lo demas, esta fase lidicra se vincula estrecha- mente con la pedagogfa de la fase parental, segin que Ia «escuela de los juegos» —y toda escuela es mas 0 menos hidicra— tolere, incite 0 reprima los juegos y el ejercicio previo sexual y conyugal. Aqui 18 Cl. R. Girard, Los Chortis ante el problema maya.te y R Ginc, Le Popo Vuh, have cxturele des Moya 19 Cf. Leia, Le symbotisme des contes de fées. 20 Gr. Caillois, Les jeux et les hommes. 21 Palabra que en la antropologia norteamericana signifi- a «modelos, epatréns. 106 son posibles todos los matices pedagégicos: desde la ‘stricta prohibicién y Ia segregacién sexual de las sociedades, caras a nuestros psicoanalistas, hasta el ejercicio previo de las «casas de nifios» de los muria ¥ los trobriandeses, pasando por los colegios «mix- os» de Ios paises luteranos.* De esta manera se pereibe que la Iamada entre los de simbolos: la nodriza «natural», engrama del regazo materno, y luego la femineidad, que una mutacién cultural prohibe en mayor 0 menor grado al hijo, y cuyo simbolismo de- pende del entorno cultural de la familia en el mo- mento de la maduracién de la pubertad; no fatal- mente Yocasta, sino Electra o Euriclea o Astimedu- 26 Malinowski, op. cit, y La sexualité et sa répression dans les sociétés primitives 27 Matriarca: se dice de aquel que potee Ia autoridad (el hhermano de la made) en las sociedades matrilineales no patriarcales, 109 sa... "De igual modo, no hay una sino dos image- nes del macho: la «natural>, protectora, benevolen- te, que es la imagen del Padre, y la que, después de la mutacién sociol6gica, puede ser tanto la del tio como la del padre o el abuelo. Entre los trobrian. deses, la primera persiste y eclipsa a la segunda, De este nivel pedagégico intermedio entre la natu- raleza y una cultura singular podemos decir, com. parindolo con el nivel sustantivo de la sociedad adulta, que es epitético, ya que instaura «cualida- des afectivas», «sentimientos» * que influyen sobre todo el simbolismo adulto, Pone de relieve una cua lidad, confirma los simbolos colocados, en una de terminada sociedad, por la pedagogia, en primer término, y luego por el catecismo afectivo de tal 0 cual medio parental y lidicro, En este nivel del desarrollo de Ia funcién sexual se forman las categorias adjetivas de «maternal», « y a reagrupar estas estructuras cultura- les, no por reduccién a una infraestructura dltima ¥ Por tanto ontolégica, sino, mas modestamente, en un dualismo antagénico. Ain ms; se observa que existe, en el interior de un régimen cultural muy diferenciado, sin embargo, una dialéctica que anima, dinamiza, vivifica, el simbolismo de una cultura determinada. El mismo Sorokin comprueba que una sociedad nunca est’ totalmente integrada en un tipo y que existen ele- mentos irreductibles, supervivencias, islotes antagé- nicos, que denomina «cristalizaciones».* Roger Mucchielli,®* después de Ruyer y la estética de An- dré Malraux, que definié el lenguaje artistico como un ; creemos que con écrstalizaciones» se vier= te mejor la idea de Sorokin. El término empleado en fran- és es congéres. (N. del E.) 35 R. Mucchielli, Le mythe de la cité idéale, of. Ruyer, Lrutopie et les utopies. 36 Cazeneuve, Les Dieux dansent 4 Cibola 14 Koyemshis, verdadera vAlvula de seguridad «dio- nisfaca>. i "1 arte, la dialéctica puede oscilar entre las, Jpos fases que hemos discemnido en este nivel, entre al tito y el mito, como lo supusieron muchos antro- pologos. Lévi-Strauss, por ejemplo,” demostré, res- to de los pawnees, la falta de homologia, en tuna sociedad daca, entre costumbreso ritosy mitos Tncluso se puede afirmar que cuanto mis e compli ‘can las dialécticas en una determinada sociedad, cuanto mas se contradicen y se compensan los es- {quemas simbélicos, tanto més se halla esta sociedad en vias de transformaciin integral de fieufaccién istolitica. Segyin nos parece, este e3 el caso de nues- te lcledades aciviizadass, en las que chocan simbolismos religiosos, estatales, familiares, senti- mentales, mitos de progreso, mitos nacionalistas, utopias internacionalistas, mitos socialistas 0 inc vidualistas... mientras que las socedades primi: tivas antagénicas. Las imagenes simbélicas se equilibran entre si con ma Sel emediador» para la serie isomorfa: mesias > dioseu os > trickster > ser bisexuado, etcétera, 39 LévieStrauss, op. cit. 6 or precisién, més o menos globalmente, Yijon la cohesion de ls sociodades y también segin el grado de integracién de los individuos en los grupos. . ; vis que el objeto de la simbologia sea for temcia ploridimensonal y se rfracte en todo €l trayecto antropolécico, resulta de ello que ya no nos podemos contentar con una hermenéutica res- tringida a'una sola dimensién. Dicho de otra ma- nera, tanto las hermenéuticas reductivas como las instaurativas que examinamos hasta ahora adole- ccen todas de restriccién del campo explicativo. No pueden adquirir validez sino uniéndose entre si, al esclarecerse el psicoandlisis mediante la sociologia estructural y referirse esta diltima a una filosofia de tipo cassireano, junguiano o bachelardiano. El co- rolario del pluralismo dindmico y de la constancia bipolar de lo imaginario es —como lo descubre Paul Ricoeur “ en un artfculo decisivo— la coherencia de las hermentuticas. «Pues todo esté en lo Alto, nada abajo. Pero esto parece asi solo a los que carecen de conocimiento>. Odas de Salomén, 34. Hemos comprobado la existencia de una doble po- laridad: la del simbolo, cruelmente dividido entre el significante y el significado, y la de toda Ia sim- 40 P, Ricoeur, «Le conflit des herméneutiques, épistémologie des interpretations», en Cahiers Internationaux de Symbo- Tisme, 1962, n° 1. u7 1 contenido de la imaginacién simbélica, lo imaginario, concebido como un vasto campo onga- nizado por dos fuerzas reciprocamente antagénicas. Obligado a meditar acerca del simbolismo del mal," Paul Ricocur centra su reflexién sobre la do- ble polaridad de los métodos de interpretacién, de las hermenéuticas. Comprobamos con anterioridad que existfan, a grandes rasgos, dos tipos de herme- néuticas: las que reducen el simbolo a mero epife- némeno, efecto, superestructura, sintoma, y aque- las que, por el contrario, amplifican el simbolo, se dejan Hevar por su fuerza de integracién para lle- gar a una especie de sobreconsciente vivido. Paul Ricoeur precisa mAs el sentido de esas dos herme- néuticas. Al ser ambas un esfuerzo de desciframien- to, son éreminiscencias», tal como lo dijimos en la introduccién de este libro, Pero una, segiin la ex- presién de Ricoeur, es arqueolégica, domina en to- do el pasado biografico, sociolégico ¢ incluso filoge- nético; la otta es escatolégica,” vale decir que es reminiscencia, 0 mejor dicho Hamado al orden esencial, incesante interpelacién de lo que hemos denominado el angel. La primera, la de Freud, por ejemplo, es denuncia de la méscara que son las imagenes que disfrazan nuestras pulsiones, nuestros descos més tenaces. La segunda es, por asi decirlo, descubrimiento de la esencia del Angel, de la esen- cia del espiritu a través de las metamorfosis de 4M P. Ricoeur, «La symbolique du mala, en Finitude et cculpabilite 42 P. Ricoeur, «Le conflit des herméneutiquess. Es tam- bign el tema del Livre des deux Sagesres de Nasir-e Khos. raw; cf. edicién H, Corbin, 1953. 48 Del griego eschaton, el fin dltimo, el ultimo término, Hg nuestra encamacién, de nuestra situacién aqui y ahora en el mundo. ‘La hermenéutica sigue dos caminos también anta- gonicos. Por una parte, el de la demistificacién, preparado por la iconoclastia de seis 0 siete siglos de nuestra civilizacién, con Freud, Lévi-Strauss (y Paul Ricocur agrega a Nietzsche y Marx) ; por la otta, el de la remitizacién, con Heidegger, Van der Leuw, Eliade, y nosotros agregariamos a Bachelard. Remitizacién, es decir, recoleccién del sentido, co- Iectado, cosechado,"* en todas sus redundancias y vivido de pronto por la conciencia que lo medita en una epifanta instaurativa, que constituye el mismo ser de la conciencia. De esta forma, hay dos mane- ras de leer, de cotejar un simbolo. Se pueden efec- tuar ados Iecturas» del mito de Edipo: una freudia- na, otra heideggeriana o platénica."* No insistire- mos en la lectura freudiana; ya sabemos que «lee» en el mito de Edipo el drama del incesto: «al ma- tar a su padre y casarse con su madre, Edlipo se limita a realizar uno de los deseos de nuestra infan- cia». Pero al lado de este drama de Edipo nif, y en el mismo texto de Séfocles, se puede «leer» otro drama: el de Edipo Rey, y este Edipo encarna el drama de la verdad, ya que busca al asesino de su padre Layo y lucha contra todo lo que constante- mente obstaculiza este descubrimiento de la ver- dad. En tal lectura, Ricoeur pone frente a la Esfinge —que representa el enigma freudiano del nacimiento— a Tiresias, el loco ciego que es el sim- 44 P. Ricocur alude a la palabra alemana Weinlese, op. it 45 P. Ricoeur, op. cit. ug bolo, la epifania de la verdad. De aqui la impor- tancia que adopta la ceguera en esta segunda lec- tura. Es verdad que e! freudiano advertia esta ce- guera y hacia de ella un efecto-signo de un autocas- tigo castrador, mutilador. Pero, lo mismo que en Lévi-Strauss —donde no es dificil, por lo demis, clasificar la automutilacién de Edipo como carac- teristica suplementaria de la «dificultad de caminar erguido>—," el freudiano lee la escena del cega- miento de Edipo con indiferencia y la posterga en beneficio del incesto o del parricidio. Por el contra tio, en Ia segunda lectura que propone Ricoeur, la ceguera de Edipo, reforzada por la de Tiresias, se vuelve esencial. Tiresias «... no tiene ojos carna~ les, tiene los del espiritu y Ia inteligencia: sabe. Por lo tanto, serd necesario que Edipo, que ve, se vuelva ciego para legar a la verdad. En ese momento se transformara en el vidente ciego, y cuando Edipo se arranque los ojos habremos Ilegado al iiltimo actor. Asi, pues, Ricoeur legitima las dos hermenéuticas, porque, en el fondo, todo simbolo es doble: como significante, se organiza arqueolégicamente entre los determinismos y los encadenamientos causales, es «efecto». sintoma; pero, como portador de un sentido, se orienta hacia una escatologfa tan inalie- nable como los matices que le otorga su propia en- camacién en una palabra, un objeto situado en cl espacio y el tiempo. Paul Ricocur propone, ademas, no rechazar ningu- 46 Cr. supra, piig. 64; recordamos que Edipo significa «pie hinchadoo. 47 P. Ricoour, op. cit. 120 na de estas hermenéuticas opuestas. Somos hijos de nuestra civilizacién y de seis siglos de critica, de racionalismo y positivismo, y «ahora, para un hom. bre moderno, esta labor de iconoclasta, de demisti ficador, pertenece necesariamente a toda relacién con los simbolos».** Pero, asimismo, la potencia de figuracién de las figuras, la interpelacién de los em- blemas, de las alegorias, de las simples palabras, con toda su carga de evocacién poética, exigen irrevo- cablemente otra interpretacién, El sentido figurado inalienable: las palabras se organizan en frases, Jas cosas en universo, los objetos cobran vida como valores de uso... . El sentido propio no puede bas- tar. Entonces, parafraseando a Bachelard, que apli- ca este término a la quimica moderna, se puede concebir que las hermenéuticas opuestas y, en el interior del simbolo mismo, la convergencia de sen tidos antagénicos deben ser pensadas ¢ interpreta- das como un pluralismo coherente, en el que ¢! si nificante temporal, material, aunque distinto € in- suficiente, est muy reconciliado con el sentido, con el significado fugaz que dinamiza la conciencia y rebota de una a otra redundancia, de uno a otro simbolo. Sin embargo, en el interior de esta coherencia, que- rriamos insistir sobre la circunstancia de que lo es- catolégico prevalece de hecho sobre lo arqueolégi- co. Porque hay sociedades sin investigadores cient- ficos, sin psicoanalistas, pero no las hay sin poetas, sin artistas, sin valores. Para el hombre la , la creacién perceptiva, la poesia de Ia frase que en el interior de la limitacién niega esta misma limitacién. Porque, tal como lo demostré Lupasco, Ia verdadera dialéctica no es una serena sintesis, sino una tensién presente de contradict rios. Y' si tantos simbolos, tantas metAforas poét cas animan el espiritu de los hombres, :m0 es aca- so, en iiltimo andlisis, porque son las . En otras palabras: en el vasto universo bergsoniano de distintos matices de dualismo, la fabulacién se jsitia del lado del instinto, de la adaptabilidad vi- tal frente a la inteligencia grosera y estAtica de los sélidos, de los hechos y, por lo mismo, de la muerte. Gracias a la fabulacién, el permanece potencial en la concien- cia, enmascarado por el proyecto vital muy con- creto que la imaginacién presenta al pensamiento. Algunos afios después de Bergson, René Lacroze* confirma en un estudio sistematico la tesis del «rol biolégico» de la imaginacién. Al confrontar esas conclusiones con la tesis freudiana de la represién, el reino de las imagenes se le present6 como una . 6 CE. Les structures anthropologiques de Pimaginaire. 17 muerte como un reposo, un suefio, por eso mismo Ta eufemiza y Ia destruye. En segundo lugar, la imaginacién simbélica es un factor de equilibrio psicosocial. El psicoanlisis cla- sico ya habfa comprobado, en la concepcién de la sublimacién, el papel amortiguador que cumple la imaginacién entre la pulsién y su represién. Sin embargo, el psicoanilisis freudiano se contentaba, por la desvalorizacién de que hacia objeto a la imagen, con verificar la estructura equilibrante del proceso de sublimacién, pero consistia en demis- tificar las aberraciones imaginarias de la neurosis reduciéndolas a su causa temporal y reemplazdn- dolas por el encadenamiento positivista de los he chos biogrficos de la primera infancia. En un si tema tal, y salvo en el caso de Ia sublimacién, la imagen es mas un obstaculo para el equilibrio que un coadyuvante eficaz. Es cierto que ya en el psi- coandlisis junguiano, gracias a la nocién de arque- ~tipo, el simbolo es concebido como una sintesis equi- librante, por cuyo intermedio el alma individual se armoniza con la psiquis de la especie y da solu- ciones apaciguantes a los problemas que plantea la inteligencia de la especie. Sin embargo, ni Jung ni Freud encaran jamés el simbolo como medio te- rapéutico directo. Algo totalmente distinto sucede con ciertos psi- quiatras y psicélogos contempordneos, que atribu- yen a la imagen un papel esencial: ‘el de factor dindmico de la vuelta al equilibrio mental, es decir psicosocial. Y en la terapéutica de Robert Desoille 128 0 de la doctora Séchehaye” puede verse una apli- cacién sistematizada de lo que Bachelard presen- tfa en la felicidad de la lectura, en el equilibrio re- cobrado del «sofiador de palabras». Es que el «s0- fiar despierton, del que Desoille se hace te6rico y practicante, tiene efectos muy cercanos a la «en- sofiacién» bachelardiana. Cuando el psicoterapeuta tiene que tratar psicépatas depresivos inyecta a su iquismo asténico imAgenes antagénicas, de ascen- sién, de conquista vertical. En seguida, no solo todo el «régimen» is6topo de las estructuras ascen- sionales invade el campo de la conciencia: luz, pu- reza, dominacién, vuelo, ligereza, etc., sino que ade- mis la conciencia experimenta una verdadera re- vitalizacién moral. La verticalidad es inductora de proezas acronduticas o alpinistas, pero también de rectitud> moral. De igual modo, para volver al equilibrio a los neurépatas que tienen tendencia a perder contacto con la realidad, Desoille los hace sofiar, no ya con la ascensién, sino con el descenso a la tierra o al mar concreto, haciéndoles «olvidar el miedo»,* segiin la bella expresiin de Bachelard, En [a terapéntica que preconiza la doctora Séche- haye, el papel equilibrador de un régimen de la imagen y de sus resonancias simb6licas en relacién con el otro es todavia més neto, En este caso, el psiquiatra combate contra graves psicosis de aspec- 7 CER, Desoille, Le réve évellé en psychothérapie, Pats: @Artrey, 1952 y MA. Séchehaye, La réalsation symbo- lique;és Berna: H. Huber, 1947; H. Chambron, Contribu: tion @ Pétude du téve évellé en paychothérapic, Toulouse, 1963. 8 Bachelard, La terre et les réveries de la volonté 129 to esquizofrénico.? La enferma estudiada vive ob- nubilada por el régimen «diumo de la imagen. Se siente abandonada en el «Pais de la luz», donde los objetos, los sonidos, los seres, estn «separadosy, Jas personas no son sino «estatuas, «marionetas» con caras «como de cartén». En este universo de- solado, seco, en el que «todo esta separado, cs eléc- trico, minerals, Ia enferma est aterrorizada, aplas- tada contra el «muro de bronce, la «pared de tal.” El psiquiatra se esfuerza, en Ja cura de «rea- lizacién simbélica> que hard seguir a la enferma, por atemperar el imperialismo de un solo régimen y arrancarla gradualmente del terrible «Pais de la luz» por medio de un sistemAtico «descanso» muy concreto."* De tal modo, en estas terapéuticas, el cambio de régimen instituye, primero en el campo de la imaginacién, después en el de la conducta tuna recuperacién simbélica del equilibri. Es verdad que, en el limite, como advirticron Cas- sirer y Jung, Ia enfermedad es pérdida de la fun- cién simbélica. Sin embargo, en los casos antes ¢i- tados, el simbolismo atin acta, pero esclerosado y enfocado sobre un solo régimen. Los trabajos ya citados de Yves Durand demuestran que la salud mental es siempre, y hasta los limites de la postra- cién cataténica, una tentativa de equilibrar entre si ambos regimenes. Por ejemplo, en ciertos enfer- mos de nivel ya muy bajo, y en quienes los temas imaginarios estin muy estereotipados, muy pola- rizados por un solo régimen, la forma trataré de 9 cf, 10 Op. cit. 11 Op. - Séchehaye, Journal d'une schizophréne.ce 130 Jograr un restablecimiento supremo hacia el ré- gimen antagénico. También la enfermedad inter- media, la que deja esperanzas de curacién, ¢s mas que «pérdida de Ia funcién simbélica>, hipertrofia de tal 0 cual estructura simbélica y bloqueo de esta estructura. El enfermo es un inadaptado, y casi di ramos un «anticuado» en relacién con el medio y la accién en que se inserta: su modo de volver al equilibrio con respecto al medio no es el admitido por el propio medio. Pero al lado de esta dialéctica, en cierto modo es- tatica, necesaria para el equilibrio presente de la conciencia, la historia cultural y especialmente la de los temas literarios y artisticos y Ia de los estilos y formas, revela una dialéctica cinemética, por ast llamarla, pasible de la misma funcién de equilibra- miento, vital para una sociedad. No abordaremos de manera extensa el problema de las y los «dias»™* de la historia cultural sigue un doble movimiento en su equilibramiento constante: cada «generacién de 36 afio», la de los «hijos», se opone a la precedente, la de los epadres» o de los mayores; y los regimenes simbélicos se refuerzan mientras los adultos educan a los nifios, para después cambiar bastante brusca- ‘mente cuando los nifios Hegan a ser adultos avidos de cambio, de . El equilibrio sociohistérico de una determinada sociedad no se- ria otra cosa que una constante «realizacién simbo- licap, y la vida de una cultura estarfa compuesta de esas difstoles y sistoles, més 0 menos lentas 0 r4- pidas segiin la propia concepcién que esas socie- dades tengan de la Asi como la psiquiatria aplica una terapéutica de vuelta al equilibrio simbético, se podria concebir entonces que la pedagogia —deliberadamente cen- trada en la dinamica de los simbolos— se transfor- mase en una verdadera sociatria, que dosificara en forma muy precisa para una determinada sociedad los conjuntos y estructuras de imagenes que exige por su dinamismo evolutivo. En un siglo de acel racién técnica, una pedagogia téctica de lo imagi- nario parece més urgente que en el lento desarrollo de la sociedad neolitica, donde el equilibrio se lo- taba por si solo, al ritmo lento de las generaciones, ‘En primer lugar, la funcién de la imaginacién apa- rece como equilibramiento biolégico, psiquic sociolégico. Pero, paradéjicamente, nuestra civili- zacién tecnocratica, plena de exclusiones simbél cas, facilita otro tipo de equilibrio. Pues frente a la triplemente reforzada iconoclastia que denuncia- mos al comienzo de este estudio, nuestra civiliza- ci6n, que muy a menudo confundié demis i con demitizacién, propone un gigantesco procedi- miento de remitizacién en escala planetaria, medio que ninguna sociedad poseyé hasta ahora en la historia de la especie. 132 ‘André Malraux ™ tuvo el gran mérito de haber de- mostrado perfectamente que los medios rapidos de comunicacién, la difusién masiva de obras maes- tras de la cultura mediante procedimientos foto- graficos, tipograficos, cinematograficos, por el bro, la reproduccién en color, el disco, las telecomu- nicaciones, la prensa misma, permitieron una con- frontacién planetaria de las culturas y una enume- racién total de temas, iconose imagenes, en un «Mu- seo imaginario» generalizado para todas las mani festaciones culturales. Frente a la enorme actividad de la sociedad cientifica ¢ iconoclasta, he aqui que esta misma sociedad nos propone los medios de reco- brar el equilibrio: el poder y el deber de promover un intenso activismo cultural. Pero entonces, tal como lo supuso Northrop," el «Museo imaginario», generalizado al conjunto de todos los sectores de todas las culturas, es el supre- mo factor de equilibrio de toda Ia especie humana. Para nosotros, los occidentales, la asi como en el civilizado, en el pensamiento normal asi como en al patolégico. Aqui nos reencontramos con el opti- mismo de un Lévi-Strauss cuando declara que «el hombre siempre ha pensado de igual modo», y su- pone que la especie humana siempre estuvo dotada de «facultades constantes». Pero, oponiéndonos al célebre etnélogo, no pensamos que esta perennidad y ecumenismo residan exclusivamente en el «xégi- men diurmo», en el pensamiento analitico que mo- \dela la légica aristotélica de nuestra eivilizacién. Al contrario: después de nuestras investigaciones estamos persuadidos de que la Esperanza de la espe- cie, lo que dinamiza el pensamiento humano, esti 16 Fs lo que esbozamos modestamente en Le décor mythi que de la Chartreuse de Parme cuando intentamos relacio- nar la novelistca del siglo x1x con los grandes mitos de la antigtiedad clisica, 17 J. Lacroix, La sociologie d’Auguite Comte, 18 LéviStrauss, Anthropologie structurale 134 polarizado por dos polos antagénicos ® en torno a fos cuales gravitan alternativamente las imagenes, mitos, ensofiaciones y poemas de los hombres. El ecumenismo de lo imaginario se diversifica para nosotros en un dualismo «coherente>. El «pensa- miento salvaje», que no es el pensamiento de los calvajes», como ya lo explicé Lévy-Bruhl, sino que se aloja en lo mas secreto del pensamiento domesti- cado por la ciencia, no es un simple balbuceo de esta dtima. Deotro modo, la ciencia, «régimen diur- no» de la conciencia, representaria un progreso s0- bre sus infancias salvajes, y volveriamos a introdu- cir con esto el orgulloso racismo cultural, tan caro a muestra civilizacién. Ahora bien, como habfa admitido ya Lévi-Strauss,” «an hacha de hierro no es superior a otra de pie- dra porque una esté mejor hecha que la otra. Las dos estin igualmente bien hechas, pero el hierro no es lo mismo que la piedra». Nosotros mismos aplicamos esta verdad tecnolé: imAgenes y a las familias de simbolos electrénica, las hipétesis sobre la expansién del uni verso, no estin «mejor hechas> que un mito de emergencia mifi o que la parabola del grano de mos- taza. Simplemente, se aplican a dos objetos diferen- tes. Pero ya no hay més derecho a desvalorizar esos, mitos y su vocacién de esperanza en relacién con nuestras ereencias cientificas y su vocacién de do- 19 En las altima lineas de La pensée sauvage Lévi- ‘Strauss parece volver a introducie de pronto esta doble po- laridad cuando distingue «dos caminos» del pensamiento para aprehender el mundo, «uno supremamente concreto, el otto supremamente abstracto. 20 Lévi-Strauss, Anthropologie structurale. 135 minio, que a reducir el hacha de piedra a su —que constituye el espiritu jus- to—, la ciudad y sus sintemas, el género humano y el museo gloriosodelas imagenesy ensofiaciones que construyé en una leyenda secular interminable y fraternal, son también, para la insaciable funcién simbélica, y en su misma relacién negativa con la muerte, la locura, la inadaptacién o la segregacién racista, simbolos vivientes, revestidos a su vez de un sentido que los acompafia y trasciende. Detras de la vida que se apoya en la muerte se esboza una vida del espiritu que, en lo esencial, ya nada tiene en co- min con la biologia. Esto es lo que quiere decir Paul Ricoeur cuando nos habla de este «intercam- bio entre el nacimiento y Ia muerte» en el que «se leva a cabo la simbélica». Asimismo, en el Gltimo plano de la exactitud de Ja conciencia en su buen sentido, se bosqueja un tipo de Justo, que resume la virtud del héroe, el sabio y el santo. Por fin, la ciudad de los hombres se proyecta en el cielo en una inmutable Ciudad de Dios, mientras que el ‘ecumenismo de las imégenes vuelve a lanzar en el plano ¢spiritual una reversibilidad de los méritos y penas que hace realmente conereta la fraternidad. De aqui que el simbolo aparece desembocando por 22 CE. Mucchielli, Le mythe de ta citéidéale. 137 todas sus funciones en una epifanta del Espfritu y el valor, en una hierofania. Por fin, Ia epifania —iiltima dialéetica en que por liltima vez. la imagen, Bild, persigue al sentido, Sinn— indaga una representacién suprema para abarcar esta misma actividad espiritual, y busca una Madre y un Padre para esta vida espiritual, un Justo entre los Justos, un Rey de la Jerusalén celes- te, un Hermano divino que pueda verter en rescate cesta gota de sangre por tiv... Sin embargo, inelu- so en este punto extremo en el que la simbolologia parece a punto de perderse en la mistica con esta «vuelta al silencio» de que habla Paul Ricoeur," ya agotada toda hermenéutica, actéa todavia la dia- Metia fundamental de as imgenes. El historiador * que estudia estas teofanias com- rencia de esta tensidn dialéctica en el sa, asi como en la evolucién temporal de toda religién. De esta mane~ ra, el Gran Dios Shiva se desdobla en un sosia energético y antagénico: Kali, que a su vez se des- dobla en ebienhechoras y «terrible». El mismo Dios de la Biblia, tanto el Dios del Corin como el de !a fala, tiene una faz de Rigor y otra de Miseri cordia, El «Santo bendito sea» inefable se desdobla incluso en la encamacién femenina de la Scheki- nah. Y al observar en la historia la evolucién de una religién, por ejemplo, cl cristianismo, no tarda en advertirse esta pluralizacién: a la sobriedad cristo- ogica de las catacumbas se opone la rutilancia de Jos esmaltes bizantinos; mas tarde, al oro y la hagio- 23 P. Ricoeur, Le conjlit des herméncutiques. 24 CL. B. Morel, Dialectiques du Mystére. 138 grafia bizantinas, la reforma cisterciense occidental, y de nuevo sobre la estela del purismo romano, la exuberancia y florescencia géticas. Podriamos se- guir observando estos flujos y reflujos de teofanias antagénicas a través de la Reforma, la Contrarre- forma, el Quietismo, y finalmente, en nuestra época, entre cierto formalismo moral del cristianismo so- cial y la enorme proliferacién del culto mariano en Lourdes o Fatima, Tanto estética como din&mica- mente, la teofanfa misma est animada por la dia- Kectica. Tanto es asi que la dialéctica, y el simbolo que es dialéctica en acto, tensién creadora, no pue- de tolerar la astenia de un fin, Dicho de otro mo- do, la antropologia simbélica reconstituye en todas sus tensiones antagénicas una teofanfa. Al finalizar este libro volvemos a nuestra comprobacién ini- cial: la de que el simbolo, en su dinamismo instau- rativo en busca del sentido, constituye el modelo mismo de la mediacién de lo Etemo en lo temporal. De tal manera, este breve estudio, que partié del psicoandlisis freudiano, Mega a la teofania Sin pretender especializar al lector en estos dos extre~ mos de la hermenéutica, desearfamos simplemente, al cerrar junto con él estas paginas, que este exa- men de la imaginacién simbélica sirva realmente de iniciacién en este humanismo abierto que ser& el humanismo de mafiana, al que nos invita la simbé- lica a través de la psicopatologia, etnologia, histo- tia de las religiones, mitologfas, literaturas, estéti- cas y sociologia. En definitiva, la simbélica se con- 25 El psicoanalista Stern recorrié espiritualmente este «it nerarios. Cf. Stern, La troisiéme révolution & y Le buisson ardent. 139 funde oon la marcha de toda la cultura humana. En el irremediable desgarramiento entre la fugaci- dad de la imagen y la perennidad del sentido, que constituye el simbolo, se refugia la totalidad de la cultura humana, como una mediacién perpetua en- tre la Esperanza de los hombres y su condici6n temporal. Después de Freud y Bachelard, el hu- manismo futuro ya no puede encerrarse en una ico- noclastia exclusiva. Asi, ojala pueda este libro in- citar al lector a que sin renegar para nada de la cultura occidental y sus procesos de demistificacién se convierta, siguiendo el ejemplo de Bachelard, en sofiador de palabras, de poemas, de mitos, para asi instalarse plenamente en esa realidad antropolégi ca mucho mas vital, mucho mAs importante para el destino, y sobre todo para la felicidad del hom- bre, que la muerta verdad objetiva. Porque es entre las verdades objetivas demistificadoras y el insacia- ble querer ser que constituye al hombre donde se instaura Ia libertad poética, la libertad . Ahora més que nunca sentimos que una ciencia sin conciencia, es decir, sin afirmacién miti- ca de una Esperanza, sefialaria la decadencia defi- nitiva de muestras civilizaciones. 140 Bibliografia escogida Alleau, R., De la Nature du Symbole, Paris: Flam- marion, 1958. Alquié, F., «Conscience et signes dans la philoso- phic moderne et le cartésianismes, en Polarité du Symbole, Paris: Desclée de Brouwer, 1960. Bachelard, G., L’air et les songes. Essai sur Vimagi- nation du mouvement, Paris: José Corti, 1943. La postique de Vespace,* Paris: Presses Univer- sitaires de France, 1957. La postique de la réverie, Paris: Presses Univer- sitaires de France, 1960. Bastide, R., Sociologie et psychanalyse, Paris: Presses Universitaires de France, 1950. 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Lévi-Strauss 3, Las hermenéuticas instaurativas Kant y el criticitmo de Ernst Cassier. La arque- tipologia de Jung. G. Bachelard y la fenomeno- logia postica. Cosmologia, psicologia, teofania pobticas 4. Los niveles del sentido y la convergencia de las hermenéuticas La antropologta de lo imaginario y la dialéetica de los simbolos. Los niveles de formacién del simbo- lismo. P. Ricoeur y la coherencia de las herme- néuticas, 147 5. Conclusién: Las funciones de la imagi- nacién simbética 1a fanciia bioliica: ol eufemimo, La funcién Prlcoocal realizacion simbdlica y wash. al eq Hie sora ‘La, funelon,huranigas, lauren. Tidad del sinholo, La fancion tetiniee: Ty Grat Obra diatetcn, Bibliografia escogida Bibliografia en castellano

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