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Revolucign os cién milenarisa y'ut6piea que en 1951 tenia en Espafia muchos partidaris. Pen- ‘sando seguramente en estos tltimos, Azaiaafirmé en un mitin celebrado en Va- Tencia en 1932 que «la Repiibica no hace felice alos hombres; lo que les hace es simplemente hombres». \Véesetambif: ANARQUIA, DEMOCRACTA, ESPA®A, FEDERALISMO, JUNTAS, LIDERTAD, PUEBLO, REvOLUCION, REVOLUCION Juan Francisco Fuentes y Javier Fernandez Sebastién En origen, revolucién sigaificiba on espaital, lo mismo que en las otras lenguas ‘occidentale, la érbita que los astros describen en el universo y, por extensin, el ‘movimiento que leva alas cosas a valver a su punto dé partida natural. A partic del siglo xvi, sin embargo, el tgmino haba ido cobrando tun nuevo sentido politica e kistérico, indicaivo del giro completo de na sociedad que, mediante un brusco cambio de régimen, se retrotraia haca formas de libertad que habia perdido con el paso del tempo. De ahi la asociacin entre revolucin y regeneracién habitual en el Tengusje de Ia Revolucién Francesa, que consagea la primacia del concepto politico de revolucién ala vez como rupturacon el Antiguo Régimen y como regeneraciin nacional. En Espafia,e primer Diccomario de lc RAE incluye ya en la entrada re- ‘volucién —junto al significado césmico originarioy a otras definiciones que 0 son Gel caso— dos acepeiones politica, en ls gue se omite cualquier referencia chic. La primera, en el sentido de winguierud, alboroto, sedicién, ateraciOny; la segunda indica novedad radical: «Metaféricameste —afade el diccionario en cuestién— vale mudanza, 0 nueva forma en el estado o gobierno de las cosas» (Autoridades, 1737), En.un sentido menos taumiico la idea de una feliz revolucién aparece a ‘menudo en el vocabuluiv de la tlusuacién, sobre todo para referise a las reformas ‘econémicss, legslativas o educativas promovidas por el gobierno de Carlos I 'A partir de 1789 y sobre todo de 1793 el concepto se carga de connotaciones peyorativas, al asocazse al reiciio, al terror ya la guillotina. Es muy sintom o que incluso la propaganda revolucionatia elaborada por los espafioles exiladas en Francia procuraraevitar el téemino, en prevision del rechazo popular que pu- dliera provocar: a diferencia de Franca, leemos en uno de esos textos, «la Espatia no necesita mis que de una renova:ién» (Marchena, A la nacin expatiola, 1792; ced. 1990), Con todo, en ciertos ambientes tarde-ilustrados persist el designio de a Revolucion aque el poder se antcipe preventivamecte a la expresién tumultuaria del descon- fento y profundice en sus planes de reforma: «La buena politica dicta que cuando amenaza el espiritu de novedad, el mixisterio se adelante a producir una revolu- cidn concertada, sin dar lugar a que la intente la ciega multtud con menoscabo de Ia autoridad soberana» (J. Traggia, Idec de ana feliz revolucinliteraria en la ne- ‘iin espatola, 1791), ‘Tras la insurreccién popular de mayo de 1808 se produciré una rehabilitacién parcial del concepto si bien asocidadolo a una experiencia yenuinamente nacional 1 patric, dervada de la falta de autoridad y de la necesidad de crearla ex 2000 {G también, segin algunas interpeetaciones, dela iniquidad de las instcuciones hasta entonces vigentes) sta tlkima vsin, tributaria de la idea arstotélica de re- vyolucién, es a que encontramos en los @rganos més radicals de la Espa patcio- 1a, como El Robespierre espe, que l define como una «declaracién de ls opi- rida piblica con los hechos», lo que explica que los gobiernos despéticos, cuando gobiernan al margen de la opinin piblica, acaben siendo desplazados por una revolucién. En este sentido, segin el mismo periédico, que express una pinion desde entonces ampliamente compart, +21 memorable Dos de Mayo» de 1808 marcaba el «origen venturoso de nuestra revoluciémm (EI Robespierrees- ‘paizl, mim. 4, 1811). La revoluci6n como ruptuca y, al mismo tiempo, como fobra exclusiva del pueblo figura ya en la literatura patriota de primera hora, como en la respuesta del ayuntamiento de Yecla ala Consulta al pat: «Si esta fe- liz revolucién se debe al pueblo [..] parece no puede ponerse en duda que las Cortes deben ser una verdadera y legiima representacin nacional, sin atender a To que fueron en otro tiempo» (Artole, 1959, 1,329) Pese a la acusada tendencia del liberalismo a nacionalzar y singularizar 1a revolucién espatola, en un gesto caracteristico de todas ls revoluciones liberales,subsistan las dudas sobre la pes~ tinencia de una palabra que inevitablemente remitia al modelo revolucionario francés, el menos oportuno en aquellascircunstancias. De ah el interés de ls au- toridades patriotas y de buena parte dela prensa liberal en desmarcarse del ejems- pplo galo, ya sea distinguiendo entre vna revolucién y otra, como hizo la Junta Central en octubre de 1908 —«La revolucién espafcia tend (..] caracteres en- teramente diversas de los que se han visto en la francesa» (cit. por Moliner Prada, 1984-1985, 37) sea rechazanco el té-mino revoluei6n y recurriendo ala voz in- surreccin como tds adecuada a la singular experiencia espaiiola. Tampoco falta- 1 entre Loy primercsliberslesespato.es, quien seivindique el términa revalicin tn el sentido universal que tents desde finales del siglo xvi asurniendo todas las consecuencias seménticas ehistGricas que entrafiaba el coacepto: «Espasa, a des- pecho suyos, afirmard solemnemente Agustin de Argielles, sha entrado ya en el furno de la revolucin», entendida como «alteraci6n inexorable, consecuencia ne- cesaria de la que va corriendo por toda Europa, anunciada por las laces (..] del Siglo pasado (Diario de as Cortes, ¢-1V-1811; cit. Seoane, 1968, 43). Flérez Es- ‘ada pensaba igualmente que e] mundo habla iniciado una erevolucién general» de la que la mismisima Revolucién Francesa no representaba sino wn momento © Revolucion oo peza destacada, mientras que Blanco-White, conscience dela universlidad de un ‘movimiento que alcanza también al continente americano, habla en sus escritos dde una gran «revolucién alintisa. ‘Sin embargo, como no dejarin de sefilar varios comentgriseas, en su origen fa revolucién espafiola tuvo un earécter inducido, puesto qi, lejos de ser fruto de ‘una inicativa revolucionaria auténoma, su desencadlenamniento obedecié a la ne- cesidad de dar perentoria respuesta a los graves problemas planteados por un agente externo: la intervencién napoleénica en la Peninsula. A decir de Alcalé Galiano, eran muchos, en efecto, los que pensaban que Li palabra revolucicn, adecuada para los grandiosos acontecimientos de Francia, era poco apropiada para referise a la guerra contra Napoledn, esto es, a la rsistencia hecha por el pueblo espafiol al poder francés en defensa de sus reyes ¥ de sus leyes, y de sus altaes y de sus hogares, de su independencia y de sv glotia. “Nosotros no esta- mos en revolucin, nos han revuelto”, exclamd en las G@rtes un diputado muy ‘puesto a las reformas-entonces emprendidas» (Moreno: Alonso, 1979b, 228). Pero incluso los partidarios de las reformas parecen ansiogps por desembarszarse de un término que no les agrada demasizdo: sigaficativamente, los redactores del Semanario Patristico en el tltimo atimero de ests publiacién periédica, se apre- ‘suran a dar por laustrada lt revolucién una vex que la Constieucién ha sido pro- mulzada, ; El recurso al eufemismo se intensificaré durante el Trignip. Mientras el eatedré- tico Ramén de Salas proclama sin ambages que «una revoluci6n politica era ine- vitable en Espaiiar para poner las insttuciones del pais en armonia con «la opi- nin del mundo eivilizado [..]y con el bicn de la nacién espafiola> (Lecciones de Derecho Pablic, 1821), na parte del liberalismo espaiiol tatard de estabilizar la zevolucién depurando el lenguaje revolucionario de sus elementos potencialmen- te més subvessivos, como et propio término revolueiin, susttuido, segin un pe~ riédico exaltado, «con apodls ingeniosos como regeneracién, reformas politias, nuevo orden de cosas, etc, etc, ¥ todo por evitar el verdadero nombre que los asustaba> (El Araige del Pueblo, tien. 7, 1822, 179). Por otra parte, la tendencia a asociar revolicién y liberalismo (con la consiguiente apropiacion por parte de los liberales de Ia revolucicn esparola, nuestra revolucisn) no elimind del todo otros sos, genéricas o especificos, que poco o nada tenian que ver con la Revolucién liberal (is revolucién por antonomasia). Asi, junto 2 ese uso dominante, coexisten Inasta fines de siglo las alusiones, bajo esta misma voz, a trastomos y perturbacio~ nes de cualquier signo: también los absolutistasy los reaccionarias hacen revolu- ciones, aunque se trate ms bien de contrarrevoluciones, esto e, de «revoluciones cen sentido servile (El Consor, 8-XII-1821, 322-323). Sea como fuere la uilzacién recurrente del término {consecvencia en parte de 1a larga duracién del cielo revolucionario) y el consiguiente agotamiento de mu- chas de hs esperanzas nacidas ea 1808 y de las f6rmulas que habian servido para cexpresarlastraerin consigo & parti de los afios treinta un cierto desprestigio so- cial de la palabra, ineluso entre los grupos mis identficados eon aquello que re os Revolucién presenta, Entre los cuales, sin embargo, son mayoréa los que consideran esa «me- tamorfosis runuleuosa» que es siempre una revolucién un medio en principio poco deseable,tltimo recurso ance la inviabilidad o el taponamiento de las trans- formaciones pacifcas ¥ progresivas. Ademés, la decepcién de determinados sec- tores populares ante los resultados de un proceso cuyo programa emancipedot juzgaban inacabado o insuficiente lev6 a muchos a creer que la verdadera revolu- ion atin estaba por hacer. Para compensar esta erosion de su significado y distin guir entre concepsiones cada vez mis diversas, en torno a revolucién apareceré ‘una nutrida bateria de adjetivos apuntando en todas dicecciones, que venfan a su- marse a Jos habituales epitetos denigratorios del absolutismo contra la revolucién. El hecho es que, a partir de los afios teinta, junto ala persistencia de viejos usos del término y a la fe renovada en el comienzo de una nueva y verde- dera revolucién (consecvencia en muchos casos del naufragio de un vieja ideal), se hace cada ver mis frecvente la distincién, fundamental a partic de entonces, entre revolucin poltice, ectendida 2 la manera liberal, y revolucén social —e io~ cluso revolucién econdice— postalads por una nueva tzquierda emergente de carieter republicano y obrersta y presentada desde la extrema derecha como ine~ vitable secucla de toda revolueion democritics. Es tl la capacidad alucinatoria de «sta imagen calidoscépica de la revolucin, que en un autor como Lazra podemos ceacontrar, en un lapso de dos o tes afios, les combinaciones més variadas y con- ‘wapuestas:alude en ocasiones a la arevoluciOn espafiolar y a snuestra revohi- ciéns en la clisica linea nacionalista ¢ historiista del liberalism; clama contra esta mezquina revoluciéay casa la vex que exalta enuestra gloriosa revoluciSn>, vislumbra una «gran revolucién social» en toda Furopa y, ala altura del aio 1836, parece creer que, en Espaa, a revoluciéa no ha hecho mas que empezar, «que cesté en su primer grador, que «es vaga todavia y no reviste forma alguna de- terminada» (Rusz Otin, 1983, 45-469) En la izquierda del liberlismo se extien- de, efectivamente, la imprasion de que, como dice el periddico El Sancho gober- nador (13-X1-1836), «la revolucién esté por empezar» y requlere, para ser reconocida como tal, que sea portadora de un bien superior capaz de trascender el émb:to espurio dela politia: para unos debe tratarse de una erevolucién moral en las ideas» (EE Pueblo, 4-1l-1837), de una erevolucién santa» que limpie a Espe- fia de ladcones y sanguijuelas (EU Republiaano, 15-X-1842); para otros, sin per cio de compartir esta concepcién moralizante del ideal revolucionario, ala rev0- lucién politica consumada en los aos treinta debe sucederle una contra la sociedad constituye el méximo dessfio que la arrogancia de la razén hu- ‘mana —lo que Donoso llama la «civilizacién flos6fica»— ha osado alzar contra «se trasunto de la agustniana Civitas Def que es la scivilizacion catdlicar (OC, I, 935 y Il, 329 y ss) Pero, fuera de la exaltaciin de los circulos militantes de uno w otro signo y de 1a teologia de la historia (ala manera de Donoso Cortés), lo cierto es que, como decfamos, la palabra revolucin ha perdico buena parte de su mordiente y de su capacidad de sugestin, La tendencia a afadirle process semanticas del estilo de la Revolucisn ot Revolucibn de le moralidad de 1854 0 la Gloviose de septiembre de 1868 eviden- cia un cierto agotamiento del concepto y ef deseo de sus protagonistas de darle ‘un nuevo lustre. Mientras la palabra se degeads y trivializa, en el plano de la re- presentaciones simbilicas va tomando cuerpo el mito renovadl de la revolucién como ideal nunca alcanzado de igualdad y justcia. Desde mediados de siglo la ‘conografia politica la representa como una mujer —como a Espafa y ala Repd- blica, a ls que aparece directamente asociads— con ef ademén violento, espada o + antorcha en mano, los ojos deseneajados y una cabellea ensortijada de sexpicntes, como las furias de Ia mitologia clisiea. Contrafigura femenina del pueblo —el viejo leén hispano— la revolucién aparece 2 menudo en las revistas satiicas de la + época—el Gil Blas 6 La Flaca, por ejemplo— como um ser leno de ira y energia, que irrumpe violentamente en la escena en ayuda de una Espaiia moribunda. Esti +: por ver, sin embargo, que su aparicin sieva para algo més que para impartir una Justicia sumaria, pero efimera, entre una clase politica que ha llevado al pais ala ruina, que sea algo mis, en defintiva, que ese «remedio hercico, pero inevitable», del que habla el general Prim en septierabre de 1868 (cit. Battaner, 1977, 618). La cuestién, nuevamente planteada a partir de esta \ltima fecha, es side la revolu- cién puede nacer una forma de gobierno que'satisfaga de una vez los viejos anhe~ los, siempre raicionados 0 bastardeados, de igualdad y democracia. En la coali- ciém gobernante tras la Gloriosa predomina una concepcién respetable y pragmities de la revoluciéa, opuesta a toda formulacidn quimérica que degenere en un proceso inacabable y, a la postr, autodestructivo, porque. como dird tn digurado de la mayoria, «toda revoluci6n que no se concretay se limita es una re- volucién que sucumbe» (Fermin Lasala, DSC, 14-V-1869). La izquierda, por el contrario, eme que la de 1968 sea una de tantas revoluciones «de quitate ti para pponerme yon (José Maria Orense, DSC, 21-1V-1871). Autores de uno y otro lado del espectto ideolégico coinciden, sin embargo, en reconocer que, considerada con Is necessria perspectiva hist6rica, «toda revolucién polities tiene mucha de revolucia social. Las palabras anteriores las pronunci el diputado conservador Rios Rosas (DSC, 20-V-1869), pero la idea (enunciada afios antes por Donoso casi en los mismos términos) la repite ese mismo afo Pi y Margall: «Las revolu- ciones politicas vienen cesi siempre « ser una revoluciSn en Ia propiedad», y son la manifestacin, en tleima instancia; de eluchas de clase a clasee (ct. Battaner, 1977, 621), Tres lstros antes, el politico republicano le daba al eoncepto de revo- hucién una dimensién metafisica y humanista: eLa revolueién es, hoy como siem- pre, la férmula de la idca de justicia en la whima de sus evoluciones conocidas, la sancin absoluta de todas nuestras libertad {...J. Tiene por principio y fin el hombre, par medio el hombre mismo, es deci, la raz6n, el deber, libertad co- sas en al fondo idénticase (La reac y la revolucién, 1854, ed. 1982, 24). Habia gue saber, por tanto, de qué revolucién se hablaba, y, en toda caso, si- tuar el concepto en el terreno de los incereses sociales. Si un dipatado de la coali- ‘ién de septiembre distingue eulemisticamente entre revoluciones conseroadoras y revoluciones destructoras, tomando como piedra de toque sus efectos sobre el 635, Revolucién ‘orden socal y ef régimen de propiedad (S. Moret, DSC, 24-11-1868), la derecha, por boca de Cénovas, relacions en 1871 «la revolucion dlemagégica actual» con el tstado de agitacién al que estaba llegando la clase obrera (DSC, 3-XI-1871), micnteas que los primeros dirigentes internacionalistas abogan por wna revoli- cidn proletaris superadora de la poitce burguesa, aunque alguno de ellos, como José Mesa en su correspondencia con Engels, reconoce que en Espatia, dadas las circunstancias, el cambio no podia producitse inmediatamente (carta del 3-V- 1873, ci por Battaner, 1977, 622). Fn el deslinde del campo serndntico situado en tomo al concepto de revolucin, es muy signficaiva la distincién que el progre- sista Moret establece en 1869 entre revolucén y revolacionario: la primera pala~ bra tiene cuando menos un paso de respetabilidad si serrata de una «revolucin como la nuestra, hecha en nombre del derechow; por el contraria, Moret confiesa rho entender muy bien «lo que significa la palabra revolucionarion, pero la posibi- lidad de que se la identifique con «esas hordas que [..] se esparcen por los pue- bios llevando por doquiera el saqucos basta para reprobarla (DSC, 24-11-1869), La conclusin serfa que, a esas alturas del siglo, un hombre de orden todavia po- dla ereer, como mal menor, en una revoluci6n controlada, pero nunca ser un re- volucionario. Todo lo contario que los drigentes dela izquierda obrera, que ven tun antagonismo radical entre politica y revolucién:

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