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SSSR Pueblo 586 PUEBLO Juan Francisco Fuentes Aunque el concepto de pueblo founé parte de los mecanismos de autolegitima- cién desarrollados por el Despotisiroilustrado, la participacién popular en Ie in~ surrecei6n contra los franceses en 1808 le otorgé un prestigio y un poder inimagi- ables hasta aquella fecha. En ausercia dela familia rea, y ante la pasividad o la raicign de la viejas clases dirigences, las clases populares se convirtieron, junto a Femando VIL en mse referent dea ica orf ndependeni aston y >rincipal fuente de legitimidad de la intinuciones que debian cubrir el vacfo de- vel tr Monargesbiolaa Le gurl sume costyeron, de esa forma, la primera expresin de una -ealidad que se conformaba democréticamen- te por la apelaci6n constante a una soberanis popular de facto instaurada a partir de mayo de 1808. La nueva prenss patriota sefialard al pueblo, efectivamente, ‘como tnico artifice de la resistencia, en tanto‘que las demés clases sociales perma- ‘ncefan bajo sospecha por su dudosa conducta. Las consecuencias politicas que se derivaban del alzamiento populse qeedaron plasmadas en el manifiesto de la Jun- 1a Central anunciando la préxima convocatoria de Cortes: «Pueblo tan magani- mo y generoso», aducia la Central como justficacin de sw iniciativa, «no debe ya ser gobernado sino por verdaderasleyese (28-X-1809; ed. Dérozier, 1970, 262) El adverbio ya resulta muy expresivo del cambio radical que se habia producido en la opinién de la minora iustrads sobre la eapacidad politica del pueblo, des- preciado hasta entonces por su ignerancia y fanatismo, pero cuyo papel en la hu- cha contra los franceses le habia hecho acreedor al reconocimiento general. En la Espafa de 1808, el viejo destinde romano entre plebs y popudus, entre la vil multi- tad y la nacién, pacecia haherse borrado como por ensalio. Bien es verdad que algonos textos de la epoca que, por su cardcterprivado 0 por publicarse en el ex- teanjezo, estaban fuera del alcance de la poblacién demuestra la persistencia so- terrada de los prejuicios iustrados sobre el pueblo espafol, del que Jovellanos aims, en su correspondencia desis afios con lord Holland, que «es ardiente y fécil de conmover, con motivo o sin él, por cualquier malvado», y que, al estar forrado por jornsleros, «es miserable y indiferent, sin capita de patria~ (22 ‘V-1808 y 2-11-1810; cit. Fuentes, 200, 60). Un liberal de primera hora e ineq vocas conviceiones revolucionarias como A. Flérez Estrada manifestaria pareci- das reservas en la Historia de la Revolucién de Espaita que publics en Londres en 1810: «Los pueblos siempre han sido serin victima de su ignorancia, nica exu- sade todos los males» (BAE, vol. 11, 240). Pero, cualesquiera que fueran las opiniones expresadas en privado, nadie en Ia Espaiia patriota queria quedar fuerade un concepto que condensaba todas las vir- tures de la lucha por Ie independensia y que ponia a cubierto de cualquier sospe- 37 Pueblo cha de infidelidad a la patra, «Toda Espafa es pueblo», proclama en 1810 un tex- to anénimo (cit, Varela, 1989), recogiendo una idea central del discurso patriots, segtin la cual el pucblo habia dejado de ser una eategorfa social espectica —en la ‘medida relativa en que lo era en la sociedad de Antiguo Régimen— para integrar a todos aquellos espafioles que luchaban por la patria. Tal es el sentido que le da ‘un patriota conservador como Antonio Capmany al asegurar que «cuando nues- tro pueblo se movid en masa, se mavieron todas las partes que componen este todo; habia nobles y plebeyos, ciudsdanos y risticos,failes y clésigoss. Aue la insistencia de los sectores més refractarios a cambio politico en hacer del pueblo un fotum revolutum de patriots de toda especie —xtan espaiiol es el noble como el plebeyo», apostilla el propio Capmany, aquellos liberales que mis destaca- ban por su radicalismo demoeritie> habrian de recordarles mis de una vez la trascendencia socal del término, pus, sibien era certo, sgn B. J. Gallardo, que en su emis alto y sublime» significado pueblo era «sinénimo de naciGn>, «por “pueblo” enol sentido més humildes habia que entender el comin de los ciuda danos que, sin gozar de particulars distinciones, rentas ni empleas, viven de sus oficioss (Diccionario rtico-burlesco 1811). Concepeién sieyesiana del pueblo, en la que se funden el pueblofnacién y el tercer estado, y de la que da mis detalles ‘otro érgano liberal cuando apostrof:«Vosotros, honrados labradores, atesanos, comerciantes, etc, que constituis la parte esencial del pueblo espaiiol (El Conci- 50, 28-1V-1814), Mientras tanto, desde el absolutismo més rancio y militante se descalificaria el concepto liberal de pueblo con la evocacién de ese verdadero pueblo, inmensamente mis numeroso, que habitaba en las aldeas fil a su religign Y asurey y ajeno alas intrigas de unos cuantos politicos y petiodisus. Surge ast la dicotomia, lamad 2 tener larga vida, encre un pueblo fabo y otro verdadero, separados por la linea divsoria de su procedencia rural 6 usbana. La complejidad del asunto aconseaba no silo fijarcorcectamente el sigeficado del téemino, sino también atinat en la eleccin de la palabea ms adecuada para expre- sar el concepto.Siel «Elogio de la ple espaiclaspublicado por EI Robespiere r= ‘pafol en 1811 ¢s a manifestacin cabal de un liberalism radical y democritco que pretendia serlo tambien en el ienguaje, al oxo lado del freee, el excritorafrancesa- do José Marchena definia con toda claridad la eorrelacién entre terminalogia e ideas poiticas al prevenir sobre los impulsos autodestructivos de aquel al que «los ‘emagogos llaman pueblo, y los pradentes vulgo o plebes (Gaceta de Madrid, 29-VII-1812) La restauracin absoltista harfa mucho por restableeer Is normale ‘dad semotica reclamada por ios afrexcesados y alterada durante la guerra. Los va~ sallor recuperaron el espacio que tralicionalmente habian ocupado en el discurso el absolutismo, mientras muchos liberales mostraban su desepeién por Ia indie reneia con que el pueblo habia recibico el golpe de Estado absoluita de 1814 La vieja cuestidn, mil veces debatida por los ilustrados del xvi, de la solvencia, politica de las clases populares se repante6 tras el restablecimiento de la Consti~ tucién en 1820. No habiendo ya enenigo exterior contra quien luchar, un amplio sector del liberalismo espaiiol aboz6 por la marginacidn politica del pueblo, Pueblo 538 ‘eando menos temporal, mediante una reforma constitucional que permiiera ex~ dluirle del censo, impleando al mismo tiempo una adaptacién del yocabvlario politico a las nuevas cizcunstancias. . El obispo de Tarazona ensalzaba, por su parte, el infalible tino politico del pueblo, «cuya politica jamas ha errado, y el de Leda no podia pasar por alto que «este pueblo as el que con sus verdaderas virtudes dos veces ha dado la ibercad a su rey>, do- ble procza que el prelado explicaba por la perspicacia narural del pueblo espaol, ‘cuyo juicio «es muy s6lido, y slo le aquietan los hechos», a diferencia del fran- cfs, «que se alimenta de diatiose (Informes sobre el estado de Espare, ed. Sudree, 1966, passim) Es de notar, por lo demas, cierta simetra en la opiniéa sobre el pueblo manifestada tanto desde el absolutismo como desde el liberalsmo: des- confianza y temor en los stores moderados de ambos movimientos; coinciden- cia, en cambio, de los ulra-absolutistas y los liberals exaleados en crear una ima- en idealizada del pueblo, compuesta en ambos easos de una serie de virtudes recurrentes, como el heroismo, la sencllezy, sobre todo, el instinto, pues «el del pueblo», al decir de un periédico exaltado, «es mis seguro que los silogismos de Ia gente leteads> (El Setands, 7-1-1837). Convertido en oréculo infalible y princi- pal garante de la causa —Ia revolucido, para unos la contrarrevolucién, para los 02703—, s6lo faltaba atribuirle un padre simbdlico que guiara sus pasos y diera sentido a sa existencia. Bs el papel que, en un caso, desempefarén primeca Fer- nando VIL y luego el pretendiente don Carlos, y, en el oto, el general Rafael del ‘tego y, en menor medida, don Baldomero Espartero. De momento, la crisis nacional de los afios teinta, en la que se entrecruzan la fase decisiva de la Revoluciéa liberal, la guerra civil, las dvisiones del liberalismo yy lz influencia del pensamiento romntico, iba a potenciar ls tendencias contra ppuestas apuntades en etapas anteriores: exaltaciGn y execracion del pueblo, consi- derado, tl vez mas que nunca, desde una perspectiva psicolégiea y moral. La sx turucién del concepto provocari una significativa Sragmentacin terminol6gics, de la que saldrin expresiones inducidas por la nueva realidad social en ciernes, como clase obvera, clase trabsjadora o proletariado, y vieja formulas, siempre vi feats, peo reforeadas por mera coyuntura De ail reieracié desea prensa liberal en atribuir los éxtos del carlismo al apoyo del populacho, de la ple- Bc paola dela chuona delat masa igorates sabre dy de sles pro- Ietarias, expresién peyoratva utilizada por érganos tan cuaificados del liberals mo como El Eco del Comercio y El Espariol. No menos elocuente seréel distinto citerio en el tratamiento que estos dos periSdicos rivales dispensarin al pueblo, al que, casi sin solucién de continuidad, se efieren en términos encomidsticos y enigratorios en funcisn de la coyuntara politica (Fuentes y Rojas, 1997). El doble lenguaje del liberalismo al uso en relacién con el pueblo fue eriticado al mismo tiempo desde el carlismo, el moderantismo y la izquierda demécrata y republicana, Jaime Balmes les recordé a los progresistas el cinismo con el que, de forma reterada y siempre en estado de necesidad, invocaban a un pucblo que, su- pusestamente, paticipaba de sus ideas y favorecfa sus miras, pero del que renega- Pueblo 590 ban sila voluntad popular resultaba ser contrara als de los drigentes revolucio- narios; en tal caso, os progresistas eran los primeros en oponerse alas masas Y en rentnciar a seguir «hasta las wtimas consecuencias elespirtu democratic de sus principios» (OC, VI, 60-61). Muy parecida es la opinin que, desde la otra crilla idcolGgice, inspira la advertencia bnzada a fos pueblos por el republicano El Fu- racin tras el triunfo de la Revolucin de 1840: «No os dejéis sorprender de las rmentidas palabras con que sores execrables os halagan para después devoraros com la rabia que enciera su corazon» (24-XiI-1840). Catbree aos después, TP Yy Margallreiteraba el mismo mersaje en un manifieto que los deméeratas dit sian al pueblo en plena Revoluci6n de 1854 (cit. Artola 1991, Il, 47-48) ero esta suerte de «pedagogia cel escarmiento* tipica de la izquierda liberal en cl siglo xm no alters los rasgos esenciales del concepto de pueblo que, entre unos y otros, se habia ido forjando desde la guerra de la Independencia, Los herederos nds conspicuos de la tradicién absolutista manjarén wna idea de pueblo fundada, al mismo tiempo, en crterios cuantitativos y cualitativos: el pueblo més numero- 50, «el pueblo que habita nuestros campos, naturalmentesencillo y honrado> (La Verdad, 5-VII-1838), resula ser también el ms genuino. ¥ aunque los liberales amen pueblo a algunos «sicarios salariadose que ejecutan sus torvos planes, sel pueblo, el verdadero pueblo no es és, leemos en el periddico de Donoso Cortés al Jueves Santo de-1838, «el pueblo es el que corre hoy al altar a borat [J la muerte nunca bastante llorada de Dios» (La Verdad, 13-IV-1838). Religiosilad, fidelidad, recitud... Al inacabablelistado de vietudes populares, Balmes incorpo- ravuna faculted de suma importansia que tal vez explique las demés, porque adi ferencia del pueblo urbano, el hasitante de las montafias, paradigma del pueblo verdadero, conserva intacto ese depésito de viejas y santas tradiciones que & la rmemris (OC, V, 900) La izquierda del liberalismo no ibaa la zaga en la exalse cin de una imagen primaria y ativice del pueblo, empastada con una notable do- sis de paternalsmo. Un dia se elegia, como hiciera ya El Robespierre espaial en plena guerra de la Independencia su «sumisin, valor y patrioistao> (El Satands, 23-XI-1836), otro se le recuerda que es Ia viva simagen de Dios ea la Tierra (ibid, 17-X11-1936) y el verdadero srey de reyes» (EL Hriracin, 19-IX-1840) y se anuncia ese momento terrible en que el pueblo saltaré las barreras que separen su masa de lo que se lama clase acomodada y hard aticos los sistemas politicos» (El Pueblo, 4-11-1837). Porque si su eincansable paciencia» ¥ su magnanimmidad ton proverbiales, no lo es menos Is fuerza explosiva de su eélera enando, agotada su paciencia, se desata contra sus opresores. Situado en el centro de uoa anplia serie de combinaciones alegSricas entre lo sagrado y lo profano, es difeil diseernir lo que en él pueda haber de transfigura- cién de tna concepcin roussesuriana y jacobina del liberalismo y de reminiecen- cia dela tradicién politica eal, y en particular escoldstica, patente en expre- siones del tipo de «voz del pueblo es vox de Dios», tan del gusto de los exaltados del Trienio —pero también de los revolucionarios parisinos de 1848—. Formida~ ble instrumento de la justicia merced 2 su fuerza y a su tantas veces ponderado a Pueblo instinto, carece, sin embargo, de criterio propio para administrar su energia, soloed Sic ron esate mete gue a Ia animalizacién de su figura, como en algunos grabados de Goya en que soars carscteriaado como bestia de car expres inclement des iraco- nalidad, pero también de la explotacién de que era objeto por la aristocracia— (Domergoe, 1991), , en fecha muy postion en el periodico progress E Sata ‘nds, que lo represent ora cual «triste rucio», ora cual camelio «que se arodilla para que le pongan la carga. Algo similcr sugeria el diputado liberal Julién Sola. na en 1920 al afirmar que el pueblo espaol ha menester para andar por la senda dela libertad mis espuela que freno» (cit. Gil Novales, 1975, $45) 'No patecia ci, sin embargo, que rompiera por sf mismo esa tendencie natural a lafatalidad y ala sumisién, De ah la imperiosa cnecesidad de apdstoles,y apés- toles de progreso» que le atribuye un égano del iberalismo més avanzado (El Sancho gobemnador, 19-X1L-1836), que seaadia a una necesidad material recono- cida por todos, aunque cada cual la interpretara a su manera:

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