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VISION MUNDIAL PARA LA FAMILIA

¿ASI DICE EL SEÑOR?

En la generación de Jeremías, la decadencia espiritual del pueblo era la más clara evidencia
de lo errado del mensaje que le anunciaban los profetas. Este artículo es una mirada a la
predicación en la carne y a la que se hace en el Espíritu. Se basa en reflexiones sobre el capítulo
30 del libro de Jeremías.

Una tendencia preocupante

Hace un tiempo participé en un congreso para líderes y pastores. En una de las plenarias, el
orador principal —cuyo nombre es conocido por muchos cristianos— dijo: «Algunos teólogos han
afirmado que Dios habló en el pasado, pero ya no lo hace hoy”. Sin embargo yo creo que él sigue
hablando. Y ¿Quiénes creen esto?». Todos los que estábamos presentes levantamos nuestras
manos para mostrar nuestro acuerdo con su afirmación. En seguida agregó: «Dejemos la Biblia
bajo el asiento, porque cuando venía en el avión, Dios me dio una palabra para ustedes». Para mi
sorpresa las Escrituras ni siquiera fueron citadas. Lo que más preocupación me produjo, sin
embargo, es que su exposición sufrió frecuentes interrupciones por los aplausos de aprobación que
le ofrecía la mayoría de los presentes.

Estamos viviendo en un tiempo donde existe una notable ausencia de discernimiento con
respecto al mensaje que se proclama al pueblo de Dios. El profeta Jeremías en su momento,
señaló de que es posible hacer proclamaciones en el poder de la carne en lugar del poder del
Espíritu. La diferencia está claramente presentada en el capítulo 23 de su libro y quisiera invitarlo a
que me acompañe a reflexionar sobre este texto.

La escuela profética

La lectura del pasaje revela claramente la consternación y perplejidad del profeta ante el
inexorable avance de superficialidad y mundanalidad en el pueblo. Esa decadencia espiritual
constituía la más clara evidencia de lo errado del mensaje que le anunciaban sus profetas. Un
profeta era el portavoz de la voluntad divina y, aunque había muchos varones en Israel, sólo a él se
le asignaba la condición de «varón de Dios». Su misión era sagrada y su autoridad radicaba en el
hecho de que no pronunciaba sabias reflexiones humanas, sino que declaraba enfáticamente la
frase:

Así dice el Señor.

Aunque la figura del profeta en el Antiguo Testamento no es exactamente igual a la del


predicador de nuestros días, podemos encontrar algunos paralelos que arrojan luz sobre la tarea de
quienes hemos sido llamados por Dios para comunicar Su mensaje. La preocupación de Jeremías

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se debía a la existencia de dos escuelas proféticas, las cuales tenían diferentes fuentes de
autoridad. Aunque por las apariencias eran iguales, sus contenidos eran antagónicos.

Pregunta, con indignación: «¿tiene que ver la paja con el trigo?» (v. 28). La respuesta la
inferimos del contexto: « tienen que ver»

El trigo es un grano muy resistente a condiciones climáticas adversas y de él se obtiene la


harina con la que se elabora el pan, alimento básico para el ser humano. Cuando se extrae el
grano, el resto de la planta es paja, un tallo seco y sin vida que se usa, entre otras cosas, como
combustible. Hoy hay multitudes que tienen hambre espiritual, porque se les alimenta con la paja y
no con el grano y por eso, vivimos tiempos como los que describe Amós: «Vienen días, dice Jehová
el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la
palabra de Jehová. E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán
buscando palabra de Jehová.» (Amos 8:11-12)

Para ayudar a saciar a esas multitudes con el «Pan de Vida» (Juan 6:35), consideremos las
diferencias que existen entre la proclamación en el poder de la carne y la proclamación en el poder
del Espíritu.

La proclamación en el poder de la carne

Podemos mencionar al menos tres características de la proclamación en el poder de la


carne:

1.- Surge del sentimentalismo

En el versículo 16 se afirma que «hablan visión de su propio corazón», es decir, aquella


parte del ser humano que la Biblia define como «engañoso más que todas las cosas y perverso»
(Jeremías 17:9) es la que provee materia prima a estos predicadores.

En la actualidad también se ha hecho común que las visiones e historias se hayan instalado
en el lugar preponderante e insustituible de las Sagradas Escrituras. Y no solamente esto, sino que
han pasado a ser parte del fundamento, el magisterio y la praxis de la iglesia. Por eso no deja de
preocupar que cada vez sea mayor el número de personas víctimas de delirios místicos y que
confunden la realidad con la fantasía. Aunque entristece, no debe sorprender. Ya en el primer siglo
Pablo advertía que algunos «apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas». (2ª
Timoteo 4:4).

La iglesia no es ajena a las influencias del mundo. En estos tiempos está siendo permeada
por el pensamiento del postmodernismo, el cual privilegia el sentimiento por encima de todas las
cosas. En tiempos pasados, un célebre filósofo hizo famosa la frase «Pienso, luego existo». El
actual desencanto con la racionalidad ha producido una reacción pendular que nos lleva a vivir con
la premisa «siento, luego existo». Las experiencias suplantan la exégesis bíblica y las emociones a
las convicciones. Nuestros cultos están sujetos al auge del sentimiento. Esta manipulación
irreverente de las cosas sagradas, sin embargo, no quedará impune. En el versículo 31 Dios
declara: «Yo estoy contra los profetas que endulzan sus lenguas y dicen: El ha dicho».

2.- Produce sincretismo


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En el versículo 30 el Señor declara, por medio del profeta, que «Hurtan mis palabras cada
uno de su más cercano».

Ese sincretismo surge del intento de conciliar la verdad bíblicamente revelada con otras
formas de pensamiento o doctrina. Cuando las Sagradas Escrituras están ausentes, o se descuida
o enfatiza demasiado alguna de sus enseñanzas, se acondiciona el terreno para que germine la
desviación y la herejía.

Los falsos profetas poseían la habilidad de fingir ser verdaderos y mediante la proclamación
de medias verdades -que al final son mentiras enteras- lograban adhesión popular. Hoy proliferan
movimientos, considerados como cristianos evangélicos, los cuales son el reflejo de una
espiritualidad sin arraigo bíblico.

Este estado de anarquía doctrinal nos enfrenta además a un nuevo glosario que
imperiosamente necesita ser redefinido. Aunque todos usamos el mismo vocabulario, es evidente
que le hemos asignado diferentes interpretaciones. Esto sucede con palabras como:
«evangelización», «unción», «prosperidad», «avivamiento», «restauración», «apóstol» e «iglesia».
Esos términos son más que sonidos y letras combinadas: son conceptos que se instalan para
formar o deformar la vida de las personas. Es más, tanta importancia tienen los contenidos, que
adquieren proyecciones eternas.

A un pastor y evangelista de la iglesia primitiva se le exhortaba: «Ten cuidado de ti mismo y


de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren»
(1ª Timoteo 4:16). Muchas veces, queriendo facilitar la unidad del Cuerpo de Cristo, hemos
observado pasivamente estos excesos mas nuestro silencio se ha hecho cómplice con el avance
del error.

El pueblo de Dios, en la época de Esdras, experimentó tiempos de reforma espiritual que


resultaron en la eliminación del sincretismo. Según la Biblia «el sacerdote Esdras trajo la ley
delante de la congregación... y leían en e! libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido, de
modo que entendiesen la lectura». (Nehemías 8:2 y 8)

3.- Levanta personalismos

En el versículo 21 de nuestro texto Dios dice: «No envié yo a aquellos profetas, pero ellos
corrían, yo no les hablé, mas ellos profetizaban».

Siempre han existido las personas ávidas de protagonismo, con autoridad fingida y auto
asumida. Tienen cargos, pero no ministerio; elocuencia, pero no un don espiritual; reconocimiento
humano, pero no aprobación divina. Es fácil detectarlos: son narcisistas, alimentados de sueños de
grandeza, sin sujeción y causantes de divisiones en la Iglesia. Igualmente, aducen que son los
«ungidos» de Dios y quienes cuestionan sus enseñanzas, son tratados con dureza. Además,
tienden a usar el púlpito con la misma demagogia que los políticos, manipulando a la gente menos
instruida y, con base en una oratoria atractiva, prometen lo imposible. Estas personas tienen tan
alto concepto de sí mismos que se consideran libres del escrutinio divino, sin recordar que: «todas
las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta» (Hebreos
4:13).
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En el versículo 14 se describe la deplorable conducta de estos personajes en la época de


Jeremías. Nótese cómo cometían adulterios y andaban en mentiras, y fortalecían las manos de los
malos.

La proclamación en el poder del Espíritu

Si seguimos con la lectura del pasaje encontraremos señalado, en el versículo 22, lo que los
falsos profetas no fueron capaces de hacer. De este reclamo del Señor podemos inferir tres
características de la predicación en el poder del Espíritu:

1.- Surge de la comunión con Dios

El versículo 22 señala la relación que el Señor deseaba de sus profetas: «Si ellos hubieran
estado en mi secreto». Siempre corremos el riesgo de descansar en las habilidades, el
conocimiento o la experiencia adquirida. No obstante, debemos notar que Dios no nos invita a
emprender estudios teológicos ni a adquirir mayor experiencia, sino a cultivar una vida de intimidad
con él. Todos aquellos que tenemos responsabilidad en la proclamación de la Palabra necesitamos
acercarnos a la Biblia con un deseo mayor que el de elaborar sermones. Debemos estar dispuestos
a que nos hable, exhorte, corrija y anime primeramente a nosotros. Para la correcta comunicación
de la palabra de Dios al pueblo, es imprescindible pasar tiempo con el Dios de la Palabra. El
resultado de permanecer constantes en la oración no será tanto descubrir el mensaje para predicar
sino que este nos encuentre a nosotros. Cuando llegue el momento de su respectiva proclamación,
será evidente que hemos estado en íntima comunión con Dios.

Es importante destacar que esa relación personal con el Señor no es para unos pocos
iluminados. Es para todos aquellos que desean profundizar su entendimiento de la revelación de
Dios, y que esta es la única manera de poner por obra su Palabra. No olvidemos que «las cosas
secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros
hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley» (Deuteronomio 29:29).
Cuando existe en nosotros una verdadera convicción de que «toda la Escritura es inspirada por
Dios» (2ª Timoteo 3:16), no podemos dejar de imitar el ejemplo de los hermanos de Berea, quienes
«recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras» (Hechos 17:11).
Aquel profeta que hace de la ley de Jehová su «delicia», para meditar en ella «de día y de noche»,
verdaderamente es bienaventurado. (Salmos 1:2).

2.- Es fiel al mensaje bíblico

Además del reclamo recién mencionado, el Señor señala dos realidades adicionales que no
se dieron porque los profetas estuvieron ausentes de él. Del primero dice: «habrían hecho oír mis
palabras a mi pueblo» (v.22). Recuerdo un himno que aprendí en mi niñez, el cual realza el valor de
las Escrituras. Sus palabras iniciales eran: «Santa Biblia, para mí eres un tesoro aquí».
Tristemente, en algunos púlpitos de la iglesia hoy, sería más acertado decir: «Santa Biblia, para mí
eres una reliquia aquí».

El profeta no se refiere a un mandato para asistir a un seminario, aprender los idiomas


originales o estudiar homilética. Si bien Dios no rechaza la excelencia académica, en realidad pide
a sus predicadores lo siguiente: «Tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina» (Títo 2:1).
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Con esto entendemos que un alimento sano y balanceado traerá un efecto saludable sobre
quienes lo reciben. Esa dieta debe incluir lo que Pablo llama «todo el consejo de Dios» (Hechos
20:27). En ella deben aparecer mensajes evangelísticos, doctrinales, éticos, de aliento,
consagración y consuelo para el crecimiento y madurez espiritual.

Por ejemplo, Pablo exhorta al joven predicador Timoteo: «Procura con diligencia presentarte
a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de
verdad». (2ª Timoteo 2:15)

La Reforma protestante proclamaba, entre sus postulados básicos, «la sola Escritura», como
una afirmación de que la Biblia es la Palabra de Dios y única regla de fe y práctica. Por tanto, la
verdadera autoridad de un ministro no está en su patrimonio cultural ni en su imaginación exaltada.
Más bien radica en ser «retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también
pueda enseñar con sana enseñanza» (Tito 1:9).

3.- Produce vidas transformadas

Como resultado de esta falta de intimidad con Dios, la segunda realidad que no se dio fue
que «habrían hecho volver de su mal camino a mi pueblo y de la maldad de sus obras» (v. 22). El
mensaje de los profetas tenía repercusiones éticas y morales y se daba con el propósito de
producir cambios genuinos en la vida del pueblo de Dios. Cuando la verdad llega a una persona se
genera una genuina conversión, la cual se expresa mediante una renuncia al pecado y una vida
acorde con los valores del Reino de Dios. El apóstol Pablo declara que: «si alguno está en Cristo,
nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas». (2ª Corintios 5:17).

Para ilustrar e! poder de la Palabra de Dios cuando es proclamada con fidelidad, Jeremías
utiliza, en el versículo 29, dos figuras: el martillo y el fuego. Cuando el corazón está endurecido o
cauterizado por el pecado, la Palabra del Señor actúa como un martillo, para romperlo y formar uno
sensible a sus cosas. Dice Dios: «Daré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón» (Jeremías
31:33). Sin embargo, a veces, quien predica permite en su vida la libre existencia del mismo
pecado que ha denunciado con tanta energía. Entonces, para no incurrir en esta tragedia, tenemos
que permitir que el martillo de la palabra comience por nosotros. La Palabra claramente dice: «El
que encubre sus pecados no prosperará, mas el que los confiesa y se aparta, alcanzará
misericordia.» (Proverbios 28:13)

El fuego tiene una función similar a la del martillo. Por un lado consume la escoria y produce
vidas íntegras, porque él «es fuego consumidor» (Hebreos 12:29); pero además, es símbolo de la
ardiente presencia del Espíritu Santo. Sé que muchos hombres y mujeres que han sido llamados
por Dios hoy se encuentran apagados por el desgaste ministerial, abrumados por la rutina y sin el
vigor de otras épocas. Jeremías tampoco se libró de esta experiencia. En medio de una profunda
crisis expresó: «No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi
corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos» (Jeremías 20:9).

En esas circunstancias es menester hacer un alto en el camino para renovar fuerzas. Puede
que sea necesario abrir nuestro corazón ante algún consiervo que pueda ayudarnos, o quizás
necesitemos revisar los objetivos de nuestro ministerio; incluso es posible que necesitemos, al igual

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que Isaías, que nuestros labios vuelvan a ser tocados «con carbón encendido, tomado del altar»
(Isaías 6:6).

Conclusión

La sagrada tarea de proclamar la palabra divina es una que ningún siervo de Dios puede
tomar livianamente.

Continuamente debemos hacerle frente a la tentación de realizar este ministerio en el poder


de la carne.

El mensaje del profeta Jeremías, sin embargo, debe servir para advertirnos que el Señor no
participa de proclamaciones de esta naturaleza, ni tampoco las prospera, aun cuando estén
vestidas de una singular elocuencia y cuenten con la adhesión de multitudes.

El ministerio profético que impacta es aquel que imparte al pueblo una visión de los
profundos anhelos y deseos del corazón de Dios.

Probablemente incomode a los oyentes, porque les llama a un cambio de vida el cual les
permite alinearse con la Palabra eterna de Verdad.

Empero, solamente podremos realizar esta clase de ministerio si nosotros, primeramente,


hemos percibido, en el secreto de nuestra intimidad con él, las verdaderas dimensiones del
mensaje divino.

Por tanto, la inversión más valiosa que puede hacer un predicador es procurar con pasión el
rostro de Dios.

Cuando lo haya hecho podrá, en el lugar donde Dios le haya puesto, ir a las plazas, los
templos, los estadios, las casas o la televisión y abrir las Escrituras con toda autoridad, para
declarar en el poder del Espíritu:

Así dice el Señor.


Apóstol Daniel Márquez
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