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Graffiti: arte o vandalismo

Karl Henning

¿El graffiti es un arte o un acto punible en contra de la propiedad ajena? En torno a este
conflictivo tema se reúnen en Berlín 200 expertos internacionales, provenientes de
todos los ramos a los que atañe esta forma de expresión: el arte, la policía, la política, el
derecho. Si para unos “la pared y la muralla son el papel del canalla”, para otros el
graffiti es una forma de expresarse, que puede llegar a la categoría de arte por lo que no
debe ser reprimida.

En la capital germana, que destina anualmente cincuenta millones de euros a reparar y


borrar tales “obras de arte” de sus muros, los bandos se agrupan, básicamente, en torno
al director del movimiento “Nofitti”,

Karl Henning que aboga por un régimen de absoluta no tolerancia a ninguna clase de
expresión muralista –a menos que sea expresamente permitida- y, en torno el
patrocinador del evento, Klaus Wowereit, el mismísimo alcalde de Berlín.

El cosquilleo de lo ilegal

Wowereit, si bien reconoce la molestia que puede ocasionar el arte callejero, opina que
los sprayer no serán frenados con represión –al estilo de los países nórdicos en donde se
los castiga hasta con seis años de cárcel-, sino con ofertas alternativas adecuadas a su
edad. Sin embargo, la idea de murallas en donde esté permitido expresarse le quitaría al
asunto el cosquilleo magnético de lo ilegal, así la opinión de algunos jóvenes “vándalos
del color”.

No pintar, sino pegar


La alternativa conciliadora de los graffiteros es el Post-Graffiti, Urban Art o Cut-outs:
las murallas no se pintan, se pegan y, para alivio de los dueños del edificio, despegan.
Esta forma de arte se popularizó en los años noventa en Nueva York. Si para efectos de
los daños físicos a la propiedad, esta forma de expresión es menos dañina, para la
Policía representa el máximo horror: ya que no está codificada, no es en absoluto
castigable.

Sus ejecutores, sin embargo, la ven como una concesión y como la media salomónica
entre el respeto y el espacio a la expresión, también política. Por otro lado, Henning,
quien se ha autoerigido como archienemigo de los graffiti y suele organizar cuadrillas
voluntarias de limpieza, hace hincapié en el aspecto criminal de la escena berlinesa, que
cuenta con unos 8000 activistas, no del todo pacíficos ni inofensivos.

La búsqueda del límite

Más allá del marco legal que, en el mejor de los casos, acuerden los expertos reunidos
en la capital germana, cabe resaltar la dificultad de una respuesta categórica, pues a
todas luces existe una diferencia esencial entre las pintadas con declaraciones de amor –
por más originales que sean- y las que, según cuentan testigos oculares, en años los
ochenta y en plena dictadura, llenaban los muros chilenos con su famoso “y (el dibujo
de una vaca) er”.

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