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Adagio estival

La calidez que disfrutamos ha puesto otra vez sobre mi razn el eterno debate entr
e la aldea y la ciudad. Entre el silencio y el ruido. La existencia recoleta del
cenobio y la explosin estruendosa de la urbe. Vivo a treinta metros del arenal R
iazor-Orzn y mi santa y yo dejamos abierta la ventana para gozar sueo reparador si
n agobios climatolgicos. Nos mece el fragor del oleaje y contemplamos cursi diade
ma de retricas luces que rielan en el agua. El ruido afirma La Corua. Sirenas de a
mbulancias, coches de bomberos y de polica. Tambin estridencias de motos, biciclet
as, patines y tablas para deslizarse vertiginosamente. Con estos sonidos podramos
escribir una partitura sinfnica marinera. Con adagio dulcsimo para contrastar ese
silencio campestre que enva hmero roco lleno de oscuridad.
Tambin las esquinas, bancos, perspectivas de hormign, carreteras, playas, pasos de
cebra, semforos, parques infantiles dan en cuadros, esculturas y arquitectura ci
vil clavada en la retina como diana alocada y hermosa. Estos ejemplos plsticos as
mismo despliegan ritmo y danzan en el tiempo pasado y el que vendr... Apilan poem
as escritos sobre el cristal de la tarde o la tristeza del domingo cuando regres
amos al hogar. Nostlgica sensacin me deja mi pueblo al reflexionar en alta voz. Aque
l crecimiento sostenible de antao. Alegra. Bullicio, Inconsistencia. Progreso. Fir
mas punteras herculinas financieras. Que se han ido diluyendo como azucarillos e
n taza de caf con crecimiento poblacional negativo. Sin industria. Ni armadores c
on plateadas sonrisas de pescado en la lonja. Tristeza. Suciedad callejera. Nulo
cuidado de parques y jardines. Olvido y proteccin de monumentos que identificaba
nuestra burquesa que otrora andaba de parranda y dorma de pie... Hoy, castigados
por los mviles y cagadas de perros.

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