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Le noccdentl define, primero, los tres LA CULTURA OCCIDENTAL eeu gun conflaere ou a formtclon de i las nuevas sociedades surgidas tras la caida del a7 t igri, ounoy Si] 950f 2 WI ero (Buenos Aires, 1909-Tokio, 1977) revelé una excepeional capacidad intelectual, tanto a través de su labor docente como de sus eseritos, ya sean los grandes textos: La revolucién bburguesa en el mundo feudal, Crisis y orden en el ‘mundo feudoburgués, Latinoamérica: as ciudades y Jas ideas, entre otros, 0 bien sus magistrales sintesis, de las cuales son acabada muestra los dos ensayos {que se publican en este Volumen, Un adecuado complemento de ambos es el Estudio de la ‘mentalidad burguesa, texto publicado por Alianza Boksllo, 16. El presente volumen, que comporta ademas un modesto homenaje al gran historiador argentino, trae un apéndice biobibliografico, con una semblanza del autor escrita por Ruggiero Romano. VINAGINI0 VAAL: $ 8-00 pteueg one HRD 99) 8V Alianza Bo é Luis URA OCCIDEN L cultura ocidntal define, primero, los tres legals que conflyeron eh la formacién de las nuevas sciedades surgi rasa caida del Imperio Romano de Occident: el germénico,e romano jel legado hebreocristiano, Lineg,traa un preciso cuadro de su desarrollo histrio hasta el presente, caraterizando Is tres ctapes cesvas Imagen del Edad Media amply enriquce ese cuatro en lo que concierne ala Primera Edad 0 Baad dein Genesis José Lis Romero (Buenos Aires, 1909-Tokio, 1977) revel una excepetonal capucidad intelectual, tanto u través de su labor docente como de sus eects, yu sean los grandes textoe: La revolucin Durguesi ene! mundo feudal, Cris y orden en el mundo feudcburgués Ltinoumétiea a cindades y Tas ideas entre otros, bien sus magitralessintss, de las cuales son acabada muestra los dos ensayos {que se publican en este vlumen, Un adecuado zmenta de ambos es el Estudio dela nes, texto publicado por Alianza oxowioy sin] 9505 390 VALID VI ‘VINAAI: Bolsillo, 16. EL presente volumen, que comporta ademas un ‘modesto homenaje al gran historiador argentino, trae un apéndice biobibliografico, con una semblanza del autor eserita por Ruggiero Romano. $ 8-00 : & 99) 4¥ Alianza Bolsillo José Luis Rome: OWN U0) ;1: 40 Oli) = % I ‘cultura occidental define, primero, los tres /egados que confluyeron en la formacién de las nuevas sociedades'surgidas tras fa caida del Imperio Romano de Occidente: el germanico, el romano y el egado hebreocristiano. Luego, traza un preciso cuadro de su desarrollo historico hasta el presente, caracterizando las tres tapas sucesivas. Imagen de la Edad Media amplia y enriquece ese cuadro en lo que concierne a la Primera Edad 0 Edad de la Génesis. José Luis Romero (Buenos Aires, 1909-Tokio, 1977) revel6 una excepcional capacidad intelectual, tanto a través de su labor docente como de sus ‘eseritos, ya sean los grandes textos: La revolucién burguest en e! mundo feudal, Crisis y orden en el mundo feudoburgués, Latinoamérica: las ciudades y las ideas, entre otros, o bien sus magistrales sintesis, de las cuales son acabada muestra los dos ensayos que se publican en este volumen, Un adecuado complemento de ambos es el Estudio de ta ‘mentalidad burguesa, texto publicado por Alianza Bolsillo, 16. EI presente volumen, que comporta ademas un ‘modesto homenaje al gran historiador argentino, trae un apéndice biobibliografico, con una semblanza del autor eserita por Ruggiero Romano. oxowoy SINT 950f IVI 3990 VAAN: WWINAAI: $ 3-00 99) 4¥ v8 Alianza Bolsillo La cultura occidental | Seccion: Historia José Luis Romero La cultura occidental Seguido de: “Imagen de la Edad Media’ yun texto de Ruggiero Romano Alianza Editorial Buenos Aires - Madrid [xe 910 Romero, José Lub ROM ——_Laculivra occidental - 1 ed. - Buenos Aves: ‘Alianza Argentina, 1994 $60 ps 18 x IL em, - CAlanza bosillo) SBN 950-40-0110-6 [Titulo - 1, Cultura Occidental © Luis Alberto Romero © Bd. cast: Alianza Editorial, S.A Madi © Allnza Edioral, S.A, Buenos Aires Moreno 3362 - (1209) Buenos Aires Fax: G0 () 86-0834 Hecho el depésio que marca fa ley 1.723 Impreso en fa Argetiaa = Prited m Argentina LA CULTURA OCCIDENTAL INTRODUCCION Un conjunto de circunstancias ha suscitado en los altimos decenios una vehemente preocupacin acerca del destino de la cultura occidental. Qui Pueda decirse que es ésta la inquictud que mas conmueve hoy al pensamiento contempordneo, y 5 seguro que puede halladrsela en la raiz de mu- Chas reflexiones sobre temas diversas que se refi ren a fenémenos que no son, en el fondo, sino ex- resiones de las dudas que han asaltado al hombre occidental acerca del sistema de sus ideas y convi iones. Bastarfa sefialar algunos aspectos del problema ara que quedara en evidencia la magnitud de su conjunto. La segunda posguerra ha dejado de ha- blar de “cultura occidental” y prefiere hablar de “mundo occidental’, expresion, ésta, que se opone a la de “mundo oriental’, en el que se incluye a Rusia, un pais, sin embargo, que desde el siglo XVIII hace esfuerzos denodados por incorporarse a los principios y a las formas de vida occidentales y cuya misma evolucién actual es eminentemente oc- cidental; se incluyen también en éi las regiones de Asia sometidas hoy a la influencia rusa, que fueron no obstante escenario de la mas vasta empresa de 7 8 José Lis Romero imposici6n cultural que conoce Ia historia, por parte de los paises occidentales, y ciertamente con notable éxito. En cambio, la primera posguerra preferia hablar de “cultura occidental” 0 *civiliza- cién occidental” especialmente cuando se pensaba en su decadencia © declinacién, como lo hicieron Spengler 0 Valéry. Por entonces, apenas se mencio- naba ya el “peligro amarillo”, que habia sido tema apasionante algunos decenios atrés, y se preferia en cambio descubrir en el seno mismo de la cultu- ra occidental los gérmenes de su decadencia. Pero antes de la Primera Guerra Mundial -y desde el Siglo xvi esa idea carecia totalmente de vigenci y, por el contrario, parecia evidente que la "civili- zacién" o la “cultura” era, por antonomasia, la civi- lizacién o la cultura europeas, esto es, lo que lla- mamos “cultura occidental”, acerca de la cual pare- cia licito y evidente pensar que le estaba reservado un curso de continuo ¢ ilimitado progreso. Unos pocos afios parecen pues haber bastado para mo- dificar notablemente nuestros juicios sobre un pro- blema que atafie tan de cerca a nuestro destino. Esta variacion en las opiniones proviene de al- gunos hechos de realidad y del desarrollo paralelo de cients ideas. La expresin “cultura occidental” define, en sentido estricto, una concepcin del mundo y la vida que se expresa en infinidad de formas y que tuvo su origen localizado en cierto Ambito territorial y por obra de determinados gru- [pos sociales. Por algiin tiempo sélo alli se desarro- lo y por obra de esos grupos; su tendencia fue més bien a acentuar las diferencias con las culturas vecinas y a circunscribir el Ambito de su desenvol- 1a cultura occidental 9 vimiento. Pero a partir de cierto momento, la cultu- ra occidental se torna expansiva y sus portadores comienzan a difundirla mas all4 de !as fronteras dentro de las que se habia originado, y con tanto éxito que parecié justificarse la ilusiGn de que se habia tornado universal. En efecto, algunas de sus formas, algunas de sus creaciones, y especialmente la técnica indus- trial, habianse difundido por todo el mundo y se habian convertido en patrimonio de todos; los he- rederos europeos de quienes las habfan forjado y difundido se encontraron asi constituyendo una minoria frente a los nuevos poseedores de sus se- cretos, que podfan competir con ellos, con iguales © Semejantes armas, por la supremacia. Este proce- so -a partir del mundo romano, que constituye su primera etapa- es el que hay que tener en cuenta ara comprender las peripecias contemporaneas de la cultura occidental. Tratemos de puntualizarlo brevemente. Sobre el rea del Imperio Romano se advierten dos regiones marcadamente diferenciadas: el Oriente y el Occidente. La primera revela s6lo una superficial influencia de la romanizaci6n, y por el contrario una acentuada perduraci6n de’ las tradi ciones culturales del Oriente clasico y de Greci en tanto que la segunda manifiesta una penetra. cin vigorosa de la romanidad que casi borra las leves tradiciones culturales indigenas: celtas, tberas, italiotas, ete. Esta diferenciacién se acentu6 a lo argo de la época imperial y se hizo patente a par- tit de los tiempos de Diocleciano, en que quedé reflejada en la divisién politica del Imperio, y con- 10 {José Luis Romero sagrada definitivamente a la muerte de Teodosio. Durante ese lapso ~esto es, en el siglo Iv- se acen- tuo mas y més: la tradici6n greco-oriental desperté notablemente en el 4rea oriental del Imperio, y el desarrollo y la difusién del cristianismo acentué fa diferenciacién, pues en una y otra regiGn estimulé un distinto tipo de religiosidad y suscit6, ademés, la rivalidad entre las distintas iglesias de una y ota parte, cuyos ideales eran diversos: mas especulati- vos en Oriente, mas formalistas y activistas en Oc- cidente. A partir de la muerte de Teodosio, en 395, esa diferenciacion se acentué mucho. Los germa- nos invadieron el érea occidental del Imperio, sa cudieron el orden romano -excepto en aquello que pudo defender la Iglesia-, y crearon condicio- nes de vida y de cultura que acentuaron la diver- gencia con respecto al 4rea oriental. Alli la tradi- cién greco-oriental cristiana adquiri6 una fisonor peculiar ~a la que alude la designacién de Imperio Bizantino que individualiza a esa zona-, la que apenas admitia parentesco con la presentada por el nuevo complejo cultural constituido en el Occiden- te. Aqui la tradicién romano-cristiana comenz6 a ordenarse a través de nuevas formas reales de vida, impuestas por la conquista germénica, que ademas influia sobre la vida espiritual en alguna medida. El Impetio Bizantino y los reinos romano-germanicos representaron la primera oposiciGn categorica entre Oriente y Occidente en cuanto valores culturales, en cuanto ramas disidentes de la cultura clasica. El tiempo no hizo sino acentuar esa divergen- cia, especialmente a partir de Justiniano. La rivali- dad entre la Iglesia de Roma y los patriarcas de las La cukura occidental u grandes iglesias orientales ~Alejandria, Constantino- pla, Jerusalén~ no era solamente una puja por la preponderancia eclesiastica, sino también un con- flicto entre coneépciones diversas, pues el patriarca de Constantinopla, por ejemplo, admitia la supce- macia del emperador sobre Ia Iglesia oriental, en tanto que el Papa de Roma no s6lo se la negaba al poder civil sino que en ocasiones aspiraba a sobre- ponerse a él. Cosa semejante ocurrié en el plano doctrinario, En el siglo vill se suscit6 entre ambas iglesias -la de Roma y la de Constantinopla~ 1a fa- mosa querella de las imagenes, que suponfa una diferencia sustancial en el campo de las creencias y demostraba que obraban en una y otra area cultu- ral muy distintos supuestos. Tres siglos més tarde Ja querella desembocaba en el cisma de Oriente, que concret6 la crisis. En todo ese perfodo, el complejo cultural resul- tante de Ia interaccién de elementos romanos, he- breocristianos y germénicos que se constituy6 en el Occidente de Europa, afirmé su diferenciacién frente al mundo bizantino y al mundo musulméa. ¥ poco después del Cisma de Oriente comenz6, con las Cruzadas de los siglos xt al xa, la empresa de extender imponer su propia concepcién del mundo y la vida, que Alufa de su concepcién reli- giosa y politica, en la que se sintetizaban todas las actitudes acerca de todos los problemas. Ese designio de extender e imponer su cultura no fue abandonado ya mas por el Occidente de Europa. A fines de la Edad Media se vio constre do por el avance de los turcos en el Mediterraneo oriental, pero se desvi6 hacia el Oeste y se dirigié 2 José Luis Romero hacia América, primer territorio occidentalizado met6dicamente, en tanto que, hacia el Este, sortea- ba el obstaculo dirigiéndose por el cabo de Buena Esperanza al medio y al lejano Oriente. Comenz6 entonces una nueva etapa. Mas que en el Imperio Turco, heredero de Bizancio y continuador de la adiciéa musulmana, el Oriente se encarné en los ‘Vastos territorios de la India y la China y més tarde del Japon. Hacia ellos se dirigié la catequesis reli- giosa y la penetraci6n econémica. Esa empresa continu6 sin interrupci6n hasta nuestros dias, pero s¢ intensificé notablemente en el curso del siglo XIX, en el que se difundié la certidumbre de que la empresa de civilizar al mundo, esto es, de impo- nerle las formas y los supuestos de la vida occiden- (al, constituia “la carga del hombre blanco”, como la definié Rudyard Kipling aludiendo a la mision de Inglaterra EI debilitamiento de esta concepcién s6lo apa- rece con cierta evidencia en el siglo XX. A través de movimientos y tendencias de cardcter religioso y nacionalista, se insinGa el comienzo de rebelién de las pafses orientales sometidos a la influencia occi- dental, al tiempo que en los patses occidentales co- mienza a aparecer la duda acerca de la legitimidad de su acciGn. Pero conviene no equivocar los tér- minos. E] Oriente que se sacude, aunque conserva seguramente ciertos atributos profundos, ha asimi- lado muchos rasgos de la cultura occidental. En cuanto creacién del espiritu humano, la cultura oc- cidental no esté indisolublemente unida a las co- ‘marcas que le dieron origen. Quiz4 pueda hablarse de declinacién 0 decadencia de estos patses, pero 1a cultura occidental B el mundo entero afirma la supervivencia de la cul- tura occidental, cuyos portadores se renuevan Quizé su secreto sea que ha alcanzado el més alto grado de universalidad, Cultura sincrética, la cultu- ra occidental surge con los caracteres que la defi- nen en los primeros siglos medievales y como resultado de la confluencia de tres grandes tradi- ciones, la romana, la hebreocristiana y la germéni- ca, de las cuales las dos primeras suponian una sintesis de variados elementos. Esas tres tradiciones constituyen los legados que la cultura occidental recibi6 y con los que constituy6 su patrimonio. Seri itil examinar el contenido de ellos antes de introducimnos en el estudio de su propia fisonomia. 1 LOS LEGADOS. Los tres legados que confluyeron en la cultura ‘occidental tienen distintos caracteres y ejercieron intas influencias en el complejo que constituye- ron al combinarse. No eran, por cierto, anélogos. En tanto que el legado romano y el legado germa- nico estaban representados al mismo tiempo por troneos raciales y comientes espirituales, el legado hebreocristiano consistia solamente en una opinion acerca de los problemas iiltimos que condicionaba un modo de vida, opinién que se encarnaba en gentes diversas de uno de aquellos dos troncos y ‘que, naturalmente, se acomodaba de cierta manera segiin la calidad del terreno que acogia @ la nueva simiente. Por esa circunstancia, las combinaciones fueron miiltiples y las primeras etapas de la cultura ‘occidental se caracterizaron por su aspecto informe y cabtico. El legado romano constituia una sélida reali dad. El vasto proceso de fusién que dio por resul- tado la cultura occidental se desarrollé sobre suelo romano, y la romanidad debia aportarle sus estruc- turas fundamentales. Hasta ¢! clima y Ia naturaleza mediterrinca imprimirfan su sello a las nuevas for- mas de vida que se elaboraban en la encrucijada 8 6 José Luis Romero hist6rica que constituye el perfodo comprendido entre los siglos 1V y 1x. Para medir la intensidad del legado romano conviene no olvidar el hecho ya sefalado de que la romanizacién fue mucho mas intensa en el Oeste de Europa que en el Este, Lo que se llam6 el Imperio Romano de Occidente no contaba, a dife- rencia del de Oriente, con tradiciones indigenas de gran alcurnia. Nada habia allt que pudiera compa- rarse al patrimonio de los viejos pueblos orientales 0 de Grecia. Iberos, celtas, italiotas y otros grupos menores cubrfan las tierras que los romanos con- quistaron durante la época republicana, y ninguno de ellos pudo resistir a la capacidad de catequesis de que dio pruebas Roma. Al cabo de muy poco -mpo, las tradiciones locales habian quedado su- mergidas bajo el peso del orden impuesto por los conquistadores, y no mucho después ese orden podfa parecer propio y constitutivo de esas regio- nes. Habjan cumplido esa labor muchas fuerzas, El ejército y las colonias militares fueron agentes efi- caces de la romanizacién, porque difundieron un sistema preciso de normas, defendido y justificado 4 un tiempo por una severa disciplina que erigia en valor absoluto la idea del bien comtin, de la co- lectividad, del Estado. La religién piiblica contri- bua al mismo fin asignndole cardcter sagrado al Estado, asimilando la traicién al sacrilegio y otor- gando radical trascendencia a los deberes del indi- viduo frente a la comunidad. Régulo, prisionero de los cartagineses y enviado a Roma para solicitar la paz al senado en nombre de sus vencedores, acon- La cukura occidental y sej6 que se rechazara el ofrecimiento y volvié a Cartago, sabiendo que pereceria, para entregarse prisionero porque habfa jurado hacerlo si el tratado no se concertaba. El nombre de Roma y el de la trfada capitolina constitufan el sistema de valores absolutos hacia los que se dirigia el romano, cual- quiera fuera su condicion civil y politica, y este sis- tema se adentr6 en el espiritu de las poblaciones occidentales hasta confundirse con ellas. Bajo el peso del orden politico y juridico roma- no, apenas subsistio nada de las tradiciones de las poblaciones indigenas del Occidente, y lo que sub- sistié procuré adecuarse al riguroso marco que lo constreftfa. Pero tras aquel orden se escondia una idea de la vida, Cada principio politico, cada norma juridica, suponia una actitud definida y re- suelta frente a algtin problema: la organizacion de la familia, el régimen patrimonial, 1as relaciones econémicas, los principios morales, los deberes s0- ciales, o las obligaciones frente al Estado. A través de a inexorable vigencia de aquellos principios se filtraban las-ideas que les habian dado origen, y el asentimiento prestado a los principios arrastraba la asimilacién de las ideas directrices, de modo que el vigoroso formalismo romano plasmé una idea del mundo que reemplaz6 a las débiles creencias tradi- cionales de las poblaciones indigenas del Occiden- te, que no podfan oponerle sino accidentalmente una resistencia eficaz. El formalismo romano, la tendencia a crear s6- lidas estructuras convencionales para conformar el sistema de la convivencia, dej6 una huella profun- da en el espiritu occidental. La Iglesia misma no 18 José Luis Romero hhubiera subsistido sin esa tendencia del espiti r0- mano ajeno a las vagas e imprecisas explosiones del sentimiento, y las formas del Estado occidental acusiron perdurablemente esa misma influencia Pero tras el formalismo se ocultaba un realismo muy vigoroso que descubria con certera iniuicién Jas reiaciones concretas del hombre y la naturaleza y de los hombres entre sf, Ese realismo tambien implicto en la casuistica juridica y en la idea de las telaciones entre el hombre y las divinidades~ ope, aba eficazmente sobre la vida practica confirien. dole a la experiencia un alto valor muy por encima de la pura especulacion, ¥ esta actitud frente a la naturaleza y Ia sociedad, la legarfa la romanidad al mundo occidental informando un activismo radical Y; a partir de cierta época, un individualism acen, tuado Acaso algunas otras notas caractericen también el legado romano a la cultura occidental. Con todas ellas se entreteje una cosmovision que se constituy6 en el mundo romano, a lo largo del tiempo, con escaso aporte del pensamiento teorico y con limitada asimilacién de los esquemas here. dados a su vez de Grecia, a la que la tomanidad debia muchas ideas, pero que s6lo acepis en la medica en que coincidian con su propio genio, Los Giltimos tiempos de la Repablica ¥ los dos pri, meros siglos del Imperio -la €poca del *principa do”, como suele llamarsela, hasta los titimos tiem. os de Marco Aurelio- constituyen la época de florecimiento y predominio de esa cosmovision, Peto, como el imperio mismo, esa cosmovision oo. mienza a sufrir una crisis intensa a parti del siglo La cultura occidental 1» MM, menos intensa en el Occidente que en el Oriente, sin duda, pero suficientemente grave a pesar de eso como para que se disociaran sus ele- mentos. La influencia de las religiones orientales. con su secuela de supersticiones y creencias, la impotencia militar del Imperio frente a sus peligro- sos vecinos de allende el Rin y el Danubio, ef res- quebrajamiento de la moral ciudadana y del orden politico, todo ello alcanz6 a la parte occidental del Imperio en alguna medida. Surgieron los particula- rismos, y por un instante la Galia se mantuvo au- t6noma; declinaron las convicciones, se modificé la composicién étnica por la inclusién de crecidos contingentes germanicos, se alter6 el régimen eco- némico y social: en todos los Grdenes, se not una répida transformaci6n que caracteriz6 los siglos del Bajo Imperio. Algo subsistia, sin duda, del viejo espiritu, pero la fisonomia cambiaba sensible € incesantemente. La gran propiedad y el régimen politico -imitacion, cada vez mas, del de los impe- rios orientales~ destrufan la antigua nocién de la dignidad del ciudadano y acostumbraban a la vi- gencia de los privilegios. La vida pablica habia de- jado de ser ta expresién de los intereses de la co- munidad, y el ejercicio de los cargos piblicos ha- biase tornado una carga pesada y obligatoria, en tanto que el fisco oprimfa cruelmente a los mas humildes. El Estado, que antes representaba, junto con la triada capitolina, la majestad del pueblo ro- mano, era ahora tan s6lo la expresi6n de un grupo privilegiado que se inclinaba vorazmente sobre la riqueza. El Estado cra un amo; cuando se aproxi- maron los conquistadores germdnicos fueron mu- 2 José Luis Romero chos seguramente los que pensaron que sélo cam- biaban un amo por otro Esta era la romanidad que encontraron los pue- blos invasores, y cuando se quiere comprender el Proceso de los primeros tiempos de la cultura occi- dental -la llamada Edad Media es necesario recor- dar que no precede a los reinos romano-germani- cos una época como la de Augusto, Trajano o Marco Aurelio, sino otra en la que ya'se insindan muchos de los caracteres que mas tarde se tendrin Por propios de la temprana Edad Media. El legado Fomano es pues, sin duda, una s6lida realidad, ero no en todas sus partes. El legado de la roma. nidad clasica leg a la cultura occidental a través del recuercio © de la literatura; pero el legado real fue el de una cultura herida en sus supuestos fun- damentales, empobrecida por esa crisis interna y debilitada por los problemas sociales, econémicos ¥ politicos que afectaban a sus portadores. Entre las muchas opiniones enunciadas para explicar las causas de la crisis del Bajo Imperi hay una que la atribuye a la influencia del cristi nismo. Como todos los simplismos, esta opinién es inexacta; pero acaso encierre una parte de verdad, produjeron una PUrdadera catastrofe, y s¢ mantuvo dure mucho Tempo la sensacion de que nada imporan® habia tiemido en un imperio que se suponka Ge seguia Subsistiendo. Pero el proceso de transformacion seas accleradamente por enkonces Para PATS cor nuevo estilo cultural que muy promo man far arta gu inequivoca y ofiginal fisonomia tra circunstancia es 1a que inducta a PSSA ta continuidad enue 1a Antigtiedad y 18 Hamada Bsa Media. ¥ si bien 8 cierto ave Bay algo que Eeatinda, conviene saber bien qué eS, Pordue aca- go en eso radica todo el equtvoce To que continda ~aun cuando no debenct ol vidar que transformandose aceleradaments, hasta vida ar de signo- no es esa cultura que se IMAC SI espiritu cuando se evoca 18 ‘Antigiiedad si Mayor preocupacion critica, esto es, £m SE mo- mays clisicos, sino uno de sus perfodos, singula- migme por cierto, que corresponde al bajo imperio 1a cultura occidental 85 y cuyo origen remonta a la grave crisis Roma en el curso del siglo de nuestra ies ti ence ecg tt cans anigua que sf consttuye el antecedent dro de lad Me prefiguracn de ell SES eee dS a ree ny pecs ae Ia €poca de los E: ue scipiones, de Ci ton, de Augusto; poco tambien que vet cpa la co Aurelio, y poquisimo, nat te, on i adiion helena, ie Tapert albaae, al aiblsten los extucrures formals 2 wadicién, ea. cambio han apatecido ya los elemento que de- bian deformar su contenido esenialmente a sabe las inluenciasorenales, que Wegnn 2 fiaves do relgn en general, especialmente dorane ln paca eros; las influencias c i ; ristianas, en particu- li, abe som ida vex mas ues pane de esa sa fecha; ly fuenias geome, que om pic ate ta se petercnas Seige i olen ing ace en a crisis militar del i pats bi a ac el seionalimo de que hacen gas lox eos y su if, regionalism que impulsa durante algan ia Galia a afirmar su ind tes su independencia. ¥ ene moo, ol pedo que raps dade uel grave crisis asa Ia oa mis grave an del go v cultura singular a travé Nega a Antigiedad aI Tamada Ed fiat gn eet te ase bajo Imperto, y se adverrd qué antigiedsd, qué fa Antigiedad, es la que perdura y se filtra a 26 José Luis Romero Ja llamada Edad Media. La figura més representati- va es el Emperador Constantino, el que inicia la politica de tolerancia frente a una religion que ne- gaba los ideales fundamentales de la romanidad, aquel cuya biografia escribiria el més célebre histo- riadorde la Iglesia -Eusebio de Cesérea-, aquel cuya efigie monumental, conservada hoy en el Pa- lacio de los Conservadores en Roma, revela ya la acentuada influencia del estilo escult6rico oriental. A esa época corresponden también los poctas Ruti- lio Namaciano, Ausonio y Claudiano, los historia- dores Eutropio y Amiano Marcelino, el erudito Ma- crobio, y Simaco, el tiltimo militante del paganis- mo. Todos ellos, los que son aparentemente cristia- nos, como Ausonio, el poeta de Burdeos, o los que se aferran desesperadamente a las tradiciones 10- manas, como Simaco, todos revelan los mismos signos de un compromiso entre las influencias que obran sobre el viejo fondo tradicional. Poco des- pués, en las postrimerias del siglo 1v y los primeros tiempos del V, cristianismo y romanidad habran ‘operado una primera sintesis en el sentido insinua- do anteriormente, de la que son testimonios San Jerénimo y San Agustin, Casiodoro y Boecio, Sido- nio Apolinar y Prudencio. Esta sintesis tiene una caractertstica precisa: la romanidad ingresa en ella como forma de la realidad, pero desprovista de Prestigio; a la concepci6n naturalistica debia suce- der una concepcién teistica del mundo que ganaba terreno a pasos agigantados. Empero, esa primera sintesis no debia dar cua- jados frutos. Cuando hubiera podido ofrecerlos, se produjeron las invasiones germanicas y el proceso 1a cultura occidental 7 ‘se detuvo, porque el aporte naturalistico que supo- nia el bagaje cultural de los invasores reavivé la vieja tradicion pagana, La superstici6n, la concep- cin magica de la naturaleza y la fresca vitalidad de los germanos seminémades que desde entonces Constituyeron las aristocracias dominantes en el te- rritorio del antiguo Imperio romano, se oponian decididamente a una concepcién de la vida que significaba la condenacién de cuanto constitu‘a su propia peculiaridad: el valor, la audacia, el goce de los sentidos, en una palabra la exaltacion de la vida desarrollada en el marco de la naturaleza. El cristianismo perdi6 buena parte de las posiciones. conquistadas, y aunque poco a poco logré la con- version formal de reyes y arist6cratas, es notorio, que muy poco consiguié en los primeros tiempos en cuanto al predominio profundo sobre las con- ciencias. Sin embargo, organizado ahora severamente segin el modelo romano, en una Iglesia que as raba a calcar la estructura imperial, el cristianismo trabajo esforzadamente por reconquistar lo que habfa perdido. Los misioneros, los monjes, los obispos que se insinuaban cerca de las cortes bar- baras y los pontifices que desafiaban a los reyes 0 se confiaban a ellos, lograron poco a poco condu- cir tanto a las masas como a las minorias hacia su propia concepcién de la vida, mediante una pro- gresiva vitalizacion de las formas exteriores ya im- uestas. De ellos era la preocupaci6n por los pro- blemas del espiritu y de la cultura, y a ellos corres- pondia innegablemente la superioridad en cuanto a |a elaboracion de nuevas formas de pehsamiento. 88 José Luis Romero Esas nuevas formas de pensamiento se torna- ron imprescindibles en el curso de la temprana Edad Media ~esto es, entre la época de las invasio- res y la disolucion del Imperio carolingio-. Las cir- cunstancias variaron considerablemente durante esa €poca, los conquistadores se entremezclaron con los conquistados, y al orden militar de los pri- meros momentos debié suceder una organizacién para la que no eran particularmente aptas las nue- Vas aristocracias. Esos y otros problemas comenza- ron a ser resueltos con el consejo de Ia Iglesia cuyos cuadros se compontan en su mayor parte de hombres de tradicién romana, cde modo que, vo luntaria ¢ involuntariamente dejaron filtrar sus pua- tos de vista para modificar el de los dominadores. ‘Asi surgi6 poco a poco una segunda sintesis entre diversas tradiciones, sobre la que conviene fijar la atenci6n. Recordemos que la primera sintesis se logra durante el bajo Imperio entre elementos culturales romanos y elementos culturales cristianos, combi- nados de tal manera que los elementos cristianos evidenciaban su mayor prestigio y su mayor vitali- dad. Véase el testimonio de San Agustin que es en. este sentido irrefragable. Ahora ya, durante la tem- prana Edad Media, se constituye una segunda sin- tesis que retine los tres elementos fundamentales de la cultura occidental; romanos, cristianos y ger- manicos. De esos tres elementos, el cristiano vuel- ve a ser predominante en cuanto a las grandes li reas directrices; pero en tanto que en la primera sintesis el elemento romano representaba ¢1 enemi- , ahora, en la segunda, el enemigo es el germa- La cultura occidental mm nico, y en consecuencia, el cristianismo se vuelve hacia el elemento romano como hacia un aliado y lo reivindica como simbolo de ta cultura, en tanto que el germanismo parece representar simplemen- te, la forma de la realidad. Véase el testimonio de San Isidoro, el ilustre obispo sevillano autor de las Eitmologias y tantas, otras obras de variada materia, cuya preocupacion fue, como es bien sabido, afirmar resueltamente el valor de la tradici6n clasica. En sus concepciones politicas y juridicas, en sus ideas pedagogicas con respecto al clero y en sus opiniones sobre el saber, San Isidoro es un ecléctico. No puede ocultar el prestigio que tiene ante sus ojos la tradicién clési- ca, y rene afanosamente en su magnifica bibliote- ca hispalense cuanto encuentra a su alcance en materia de autores paganos. De todos ellos recoge noticias y opiniones y con ese bagaje compone la vasta enciclopedia que llam6 Evimologtas, verdade- ro monumento erigido a la tradicién clasica por un ctistiano que advertia el valor del legado antiguo, y que, en consecuencia, realizaba denodados esfuer- 208 por conjurarlo con el legado de la revelacién y el Evangelio. Lo que él y sus discipulos salvaron del saber antiguo fue cuanto se posey6 durante toda la tem- prana Edad Media, lo que nutrié el movimiento cultural de esa época, cuyo punto més alto se sitéa en el llamado Renacimiento Carolingio, obra de Al cuino, de Paulo Didcono, de Rabano Mauro y tan- tos otros que se suceden hasta la aparicién de la prominente figura de Escoto Erigena, Todo ese ba- Baje no poseia, ciertamente, la pureza originaria. 9 José Luis Romero No se lo podia apreciar entonces dentro de las ca- tegorias con que fue creado, y se notan en la esti- maci6n y en el uso que se hace de él los signos de la voluntad de conciliacién de quienes estin domi- nados por los grandes esquemas de Ia tradicion bi blico-ctistiana, De abi que no scan sino elementos de una sintesis, cuyo sentido general no coincide ‘con el suyo de origen, pues quienes la realizaban debjan atender también a la presion de una reali dad que imponia, a su vez, ciertos elementos de 1a concepcién gernénica de la vida. ¥ lo cierto es que, desde el punto de vista hist6rico-cultural, lo que adquiere eficacia y valor es la sintesis y 0 los elementos aislados. En efecto, esta segunda sintesis esconde las rat- ces de toda la vasta creacion de la llamada Edad Media, de la Primera Edad de la cultura occidental, asf como también de todo lo que en ella se frusira y desvanece. Ante todo, la idea de imperio, cuya primera y efimera realizacién opera Carlomagno, para recorrer luego el largo via cructs que debia Conducirla a su frustracién definitiva. Luego la idea del papado universal, la de un orden ecuménico, spiritual y temporal. MJunto a todo esto, Ia singular visi6n del mundo —somana, cristiana, germénica y céltica todo a un tiempo en la que se superponen de modo indes- ccripiible la realidad y Ia irrealidad, lo verdadero y to fantistico, lo visto y lo pensado, el mundo y el trasmundo en una palabra. Dentro de ese Ambito, el individuo alcanza la dignidad de la persona humana en el plano tedrico “plano en que la sustenta el cristianismo- y lucha 1 utara occidental ” por realizarla en el plano de Ia realidad Bases bateog cue 9s oponea Yeates gee sin del cristianismo de esa nacion parece imprac- ticable, apelara a la ayuda de las formulaciones que de esa idea puede realizar la tradici6n social y juridica de romanos y germanos. Un orden politico nuevo se insinéa desde los rimeros tiempos: los reinos romano-germénicos prenuncian la idea de nacién, a la que se opon- drén también, mil obstaculos de la realidad. Lego las grandes dinastias nacionales proporcionarin las formulas posibles, en tanto que la Iglesia conserva celosamente et principio de universalidad. He aqui el vasto almacigo en el que reconocemos las semi- lias de muchos drboles que hoy constituyen el os- curo bosque por donde vagamos, perdidos, en bdsqueda de una obra iluminada. ° a a aa ali um LA CREACION MEDIEVAL Si la llamada Edad Media merece incuestiona- blemente el dictado de Primera Edad de la cultura occidental, es sobre todo porque constituye una era de impetuosa creacién, Un genio vigoroso y desbordante en busca de su propia expresi6n, ser- Pentea a través de un piélago de elementos cultu- rales unas veces recibidos como legado del pasado ¥ otras veces recibidos como prenda de un contac- I to con civilizaciones vecinas, hasta lograr una pro- digiosa fusién de todos ellos dentro de un marco de precisa y original fisonomfa. De un caos surge un cosmos plet6rico de variedades, pero acentuado constantemente por la reminiscencia de un princi- Pio profundo que le proporciona una remota uni- dad, 0 al menos la quimera de una unidad. Porque Ia creacién medieval no ¢s una crea- cin hecha de la nada. Antes de que el mundo me- ieval profiriera la palabra creadora, miiltiples crea- ciones erigian a su espalda los testimonios de un pasado imborrable, y en su contorno mismo otros demiurgos obraban sus encantamientos. Ya nos ha sido dado vislumbrar la magnitud del legado anti- uo, acaso el mas vigoroso entre todos los que la lamada Edad Media recibiera, en compatiia de las 33 OO * José Lui Romero otras herencias, la del cristianismo, la del germanis- mo y la del celtismo. De todas elias, correspondio al cristianismo imponer su sello, y con él la im. Pronta de cierta concepci6n oriental de la vids que debia fundirse con el resabio romano formando tuna muy peculiar amalgama. Pero toda esta heron. cia no constituye la totalidad de los elementos cul. turales con que la llamada Edad Media se encuen. tra, También contribuyen a diversificar ese caos los elementos que provienen de la versién bizantina de la Antigiledad que llega desde la imperial Cone tantinopla, y las nuevos elementos orientales y clé. sicos que acarrean los pueblos convertidos al isla. mismo en su ya elaborada sintesis. Sobre todo ese Conjunto multiforme y heterogéneo se erigla poco @ poco una cultura de definido estilo, de prodigio. Sa riqueza, de probado vigor, dentro de cuyas for imas habrfa de proseguir su ruta la cultura del O do, Ct imposible abarcar en espacio tan reduci lo, las maltiples caracteristicas de la ingente crea, cion medieval, y, desde luego, menos aun sus di. versas manifestaciones en los distintos campos de {a cultura, Pero como todo lo que posee un estilo, la creacion medieval permite una caracterizacion tan somera como se quiera. Uno, dos o tres de sus Fasgos peculiares suscitan en el observador torlos los demas; porque hay entre ellos una profunda radical coherencia. Y parejamente, un ligero panc. rama de las manifesaciones en que ese espttu se ncaa, trae a la memoria prontamente el vasto 12 cultura occidental 6 medieval es la presencia del trasmundo en cons- tante y variado juego con la imagen del mundo sensorial. Ese trasmundo ¢s multiforme y diverso. Se impone a través de la experiencia mistica, a tra- vés del sentimiento magico del germano 0 a través de la poética adivinacion de lo misterioso que anida en el celta. El Paraiso cristiano vale como la misteriosa Aval6n donde aguarda y reposa el rey Arturo, 0 como el umbrio territorio que pueblan los endriagos, los genios y las hadas, Antes de toda precision, antes de todo dogma, el trasmundo vibra en el espiritu medieval como el resultado de una experiencia pottica, metafisica 0 cognoscitiva. La realidad y Ia irrealidad se confunden y se entrecru- zan constantemente, y el prodigio parece revelar !o ignoto y escondido tras la superficie del mundo sensible. De ese modo la verdadera realidad es la suma de la realidad sensible y de la realidad intui- da, De esta curiosa interpenetraciéa de mundo y trasmundo surge la peculiaridad de tantas ideas medievales, secreto a su vez de otras tantas mani festaciones de la cultura. Piénsese en el espiritu de aventura, el qué mueve a los caballeros a cumplir la inaudita proeza para alcanzar el favor de su dama, el que mueve al cruzado, al peregrino, al ¢s- tudiante, 0 al mercader. Al fin de su jornada esta el misterio y la esperanza, como al fin de la jornada de la vida esté la muerte, tras de la cual ociltanse también esperanza y misterio. Porque se anuda con el espiritu de aventura que preside su vida, el espiritu de aventura que preside su muerte. Ciertamente, la muerte constituye en la crea- a OO * José Luis Romero: cin medieval una dimension reveladora. El mile- nario, los capiteles historiados del monasterio de Silos 0 los de San Trofimo de Arles, los frescos tre. centistas de la Capilla de los Espaftoles de Santa Maria Novella en Florencia 0 del Camposanto de Pisa, las danzas de la muerte y los espejos de peni- tencia como el de Jacopo Passavanti, todo y aun mucho mas revela ia presencia de la muerte en la Presencia de la vida, de esa muerte que evocaba Francisco de Asis en el Cantico de las criaturas lla- mandola “nuestra hermana la muerte corporal", y 4 la que invocaba con patética voz Catalina de Siena en una vision enrojecida de angustia 1a muerte, hermana de la vida, la aventura por excelencia del hombre, la entrada en el mismo misterio del tasmundo apenas entrevisto, ¢s her. mana también del amor, la mas excelsa y'delicada erfeccién de la vida. Misteriosa pasién, indomable Pasion, el amor conduce al tormento y a la muerte a Isolda en la leyenda de Tristn, a Francesca en la oscura Rimini de los Malatesta, a Inés de Castro en. la aspera Lisboa del rey don Pedro. Porque si Ia muerte es la Gltima aventura de la vida, el amor es la mas prodigiosa y profunda, aquella en la que el misterio abre su flor més delicada, aquella en la ue la revelaci6n de lo incégnito se hace mas pa- tente. Por todo eso late en la creaci6n medieval un profundo y exaltado patetismo, isreprimible bajo los rigores de una razén moderadora. El patetismo conduce sucesivamente desde las Iigrimas de Cata- lina de Siena y las imprecaciones de Domingo de Guzmén, hasta las carcajadas de Boccaccio 0 de 1a cultura occidental 7 Juan Ruiz; desde la hierdtica exaltacién de los vitra- les de Chartres hasta la agresiva procacidad de los Carmina Burana con que se satisfacian los clérigos goliardos; desde la esperanzada santidad de Joa- Quin de Flor hasta la c6lera y a ira de Ezzelino 0 los Malatesta. La pasiGn se deslizaba a flor de piel y fraguaba intensamente tanto en el arranque del hombre de espada como en ¢! martillazo del imagi- nero o en la metifora del poeta. Era el amor y la muerte -que era como decir el amor y la vida— que reivindicaban para si el derecho a realizarse de una vez, a sumergirse de una vez en el misterio, a ago- tar de una vez el punzante enigma del trasmundo. Obvio es decir que estos rasgos de la creacion medieval empiezan por manifestarse en las formas mismas de la vida, que son ya una creacién, La vida seftorial, la vida mondstica, la vida de las na- cientes ciudades burguesas y aun la vida de los campesinos se tifien en alguna medida con estos colores. Sobre todo, a idea del hombre y Ia idea de las relaciones sociales y politicas que se estable- ccen entre ellos, trasuntan ~como formas de la reali- dad- la primacia de ciertas nociones que no termi- an en Ia realidad misma, sino que hunden sus rai- ces en otros estratos. Hay quien niega el trasmun- do -como lo negaban Guido Cavalcanti y Farinata degli Uberti con sus camaradas del Sexto circulo del Infierno-; pero aun quien lo niega y se hunde en la certidumbre de que el curriculum del hom- bre acababa con sus dias terrenos, lucha con el fantasma y necesita de toda su energfa intelectual para sobreponerse a las alusiones que lo cercan. Los més participan de la opuesta certidumbre y es ae 98 José Lis Romero conciben la vida como una mision, de tal modo que la jerarquia de la mision mide la significacion del individuo, nada en si mismo sino sujeto, eso sf, de un inalienable derecho natural que pugna por que se le reconozca contra todos los embates de un mundo en estado de génesis, con un marcado aire de provisionalidad pese a la resuelta voluntad de forma conque, precisamente, se quiere cubrir el hervor de la creacion y la inestabilidad del orden, Tal la vigorosa estratificacion estamentaria que pre side el orden social, con el que se quiere legalizar Prestamente un orden nuevo ~el orden feudal que fo reconoce otro fundamento que el faacttun de la Conquista y Ia eficacia militar. Pero si aquellos rasgos tifien las formas de la vida real, mucho més tiften las manifestaciones del espiritu, en las que se refleja directamente el im- Pulso creador tal como surge de las fuentes mis- mas. Ahi esta la poesia. Se oscurece el recuerdo de Ovidio y de Cétulo, el recuerdo de los aedas célti- cos y germénicos, el recuerdo de los liricos musul- manes, y surge con algo de todo eso y con mucho mas el extrario prodigio de la lirica provenzal, de la Itica galaico-ponuguesa, de la lirica siciliana y toscana, de la lirica de la alta Francia y de Germa- nia, de Ia Ifrica castellana. El trovador habla de amor y de aventura, de dolor y de muerte, llamese Jaufré Raudel o Bernard de Ventadom, Bernardo de Bonaval o Pedro de Ponte, Guido Cavalcanti o Cino de Pistoya, Chrétien de Troyes o Wolfram von. Eschenbach, 0 Gonzalo de Berceo. En sus palabras ‘se mezelan lo sacro y lo profano, como en su espi- La cutura occidental ” n Io que sus ojos ven y Io que su es- puta avira Y como alls, obidades de voy Lucano, surgen los aedas heroicos que enaltecen la mision de Rolando o del Cid, las aventuras de Re- naud o de los infants de Lara, ls proezas del gran Carlos de la Barba Florida o las esperanzas de! gran Federico el de la Barba Roja, o las balandro- madas del gran Ricardo, el del Coraz6n de LeGn Amor y muerte, aventura y proeza, devocién y he- foismo, todo se mezciaen las figuras de Ia epope: ya como en las exaltaciones de la lirica, y del mismo modo saturarén de prudente temor estos Sentimientos tas palabras mesuradas de los poe- tas didacticos para regimiento de la vida y de NA est Ia arquitectura, la escutura, el wal y el mosaico. De la presencia vigorosa de los mode- tos antiguos deriva una nueva concepeién arquitec- t6nica y un nuevo espirty plisico que habia de cuajar en el espint roméntico, Fl sentido apaisad e la mole, la gruesa pilasra, el arco de medio Punto y el disefto de ta planta proporcionan un nto de partita para a creacion, pero ésta ins ge y se desenvuelve por sus propios caries apo- yada en un nuevo esquema ideal, en una nuev ‘concepcién de la vida, en un nuevo repertorio de elementos entre los que no faltan las aportaciones de comarcas y estilos remotos, de un Oriente que se fra a través de las pigs del Apocalipsis. De 41 saldra luego el estilo ojival, pleno de vigor y de it .ci6n creadora. AE ganero caaila, reuto subslo de la vila serial; el adornado y evocativo claustro, en el 100 José Luis Romero 225, {08, caviteles itustran al monje sobre los ver. siculos apasionantes de la terribje Profecfa; el tem- Blo acogedor en el que se igualas ne esperanzas de grandes y pequeatos; el vital que filtra y toma. Sola ta luz al tiempo que represents ia tiema y evo- fiers leyenda, y ef masaico que fija la imagen hierética, corresponden aun nutug ¥ no acostum- Det y el amor sui- alojados eminentemente en las os inseparables ciudades distinguidae ¢jemplar- dad tepPor San Agustin: la ciudad celeste y la ciu- Asi €s, unitaria y multiforme, contradictoria y homogénea a un tiempo, la steacion medieval Unt cteacién que es, ante todo, la de un estilo de Naa. Y due es después el movil del earn de una Cultura. Esa cultura no debe ser considerada como ponctamente medieval sino en segunds instancia, Porque, en primera instancia, es esencialmente la failtura occidental en su primera faz: anc cultura de !a que la llamada Edad Media Perfecciona cierta linea y deja viegenes por cierto Aumerosas posibili- dades para futuros desarrollos, Lo que desarrolis y llev6 hasta su Posible per feci6n constituyé un orden que alesne su esplen- dor en el sigo xu y parte del xan, Rare orden fue, a 101 1 cultura occidental fu viz una eenclon de lect ae aoe espontanea. Y alli brillé un dela taxon capa de esclarecer lo conti ¥ de limitar lo entremezclado. El Bese Na we teolégico fue la obra maestra de ese or 8, ¥ de i: pereccin signa ananonts ou ela es ural del vast fermentario que constituye Edad Media y el primer Renacimiento. Vv ORDEN Y CRISIS DE LA CULTURA MEDIEVAL, Si la creacién medieval nos asombra por su profundidad, su variedad y su riqueza cuando con- sideramos las formas reales de vida que modela 0 los productos que logran su literatura 0 sus artes, nds atin nos asombra cuando consideramos lo que €s, a mi juicio, su obra mas gigantesca: la imagen que forja del universo, y dentro de él, de este mundo, y esta vida que constituye el signo del hombre, todo lo cual consigue ser armonizado ~pese a todo- dentro de un sistema coherente. Este sistema -el que evoca la idea de orden, tan pecu- liar de la Edad Media~ no emerge de Ia realidad. Ha sido concebido ¢ impostado sobre la realidad; ha sido, puede decirse, sostenido heroicamente contra la realidad, como don Quijote sostendria itrenunciable ilusion. Por eso puede considerarsclo como una gigantesca creacién, acaso un insdlito alarde de vigor intelectual, realizado, eso si, a ex- pensas de la inmediata percepcién sensorial del mundo. Repitimoslo para que esta nocién quede paten- te. inequivoca. La idea de que el mundo de la realidad conforma un orden dentro del cual nada carece de sentido constituye una invencién del 103 eet ee 104 José Luis Romero ‘enio especulative de la E en el moment? de la Edad Media, ata que llega h realidad; Un principio cictépeo ‘coneabrds mnpesacion de ~como los planos de una cate bido racionalment te ‘dral~ y bajo el cual la x i todo el NO que poseia ~de tradicién anti- La cultura occidental, ™ de gracia-, y de ese verde frescor que revela la im- pronta del poder creador que no escatima su es- fuerzo ni gusta de pulir sus frutos. En todo ese vasto esfuerzo creador, son muchas las rutas reco- tridas que no coresponden a lo que, contempori- neamente, declaraba la razon especulativa que constituia el “orden” inalienable del universo, Piénsese -aun antes de precisar excesivamente en qué consistia ese orden -en lo que podria lla- marse “la otra Edad Media”, la que vernos aparecer ya en los albores del siglo xu saturada de profani dad y de mundanidad, 10 que desafia luego la qui- mera del orden universal en las postrimerfas del siglo xi y da con él en tierra para predominar en la baja Edad Media y en el primer Renacimiento, Esa ¢s la Edad Media en la que influye ya desde el! siglo XI el saber y la sensualidad musulmanes; la Edad Media que florece en Ia riquisima y prodigio- sa Occitania; la Edad Media que restaura el mani- quefsmo con los albigenses y exalta el amor de los cuerpos y la alegrfa de los sentidos con los poetas provenzales; la Edad Media de los clérigos goliar- dos y de los Carmina Burana; la Edad Media de la convivencia de las tres religiones, en iglesias, mez- quitas y sinagogas, la Edad Media de la coexisten- cia de los varios saberes; la Edad Media de los gue- freros y los mercaderes de la Cuarta Cruzada; la Edad Media de Federico I de Sicilia; la Edad Medi de los epictireos, de los iracundos, de los lujurio- 805; lo que puede Ilamarse la otra Edad Media, en fin, con respecto a la que erige como legitima y or- todoxa Ja mente reflexiva de los tedlogos, filésofos Y moralistas, pero que es por sf misma tan Edad José Luis Romero izar en cambio la dura in- la hipocrita vir. ee ~: e La cukura occidental 107 dos de valores, con sus cuadros estrictos de virtu- des y de pecados, con sus rigurosos senderos tra- zados para toda existencia posible, y todo ello de- pendiendo de un severo y preciso cuadro del més, alla en el que se distinguian con nitidos perfiles las, 4reas iluminadas ~con harto distintos resplandores, or cierto- del Paraiso, del Infierno sin esperanza, y del Purgatorio, prolongacién del mundo con su dolorida ilusion de bienaventuranza eterna ‘Tan severa como fuera esta creacién del pensa- miento para con todo aquello que escapaba a sus limites, ¢s innegable que constituye un especticulo extraordinario de vigor, de poderfo intelectual, de imaginacion y de voluntad. Slo que amenazaba a todas las otras formas de la creaci6n que eran her- manas de su propio genio. Durante algin tiempo inf en toda la linea, pero aunque extendiG su brazo vengador contra lo que consideré heterodo- XO, no consiguié su juego, sino apenas proporcio- narle el estimulante matiz del pecado, el agridulee sabor del peligro, el demonfaco -o prometeico, si se prefiere— temblor humano que lo hacfa mis de- seable cuanto mas temido. La Inquisici6n hizo pro- digios de vigilante severidad; los predicadores, ver- daderos alardes de elocuencia para que no s¢ bo- rrara de las mentes ¢] recuerdo del espantoso cre- pitar de Jas Hamas consumiendo eternamente los cuerpos condenados; los misticos, insuperables evocaciones al infinito amor con que la infinita dulzura de Dios esperaba a las almas puras. Pero el experimento del orden universal habia roto el en- cantamiento de la creacién medieval. Quien se st mergia en los arroyos que le sefialaban sus propios 108 30S Luis Romero impulsos, temia llegar al ancho mar donde acabarta Su aventura, y se inventaba nuevos y plurales meandros para no llegar nunca y permanecer en fu minima y feliz linfa. El encanto estaba toto. La Edad Media empez6 a aprender dénde comensaba {a realidad y dénde comenzaba la irrealidad, donde €mpezaban el mundo y el trasmundo, dénde esta. ba el fin de su aventura, cual era ef misterio del amor y la muerte, cual era la causa de su antes misterioso patetismo, Empezaba la gran crisis de la Que nacer‘a el oscuro mundo de Fausto, ya anun. lado en el s6lo aparente mundo de Dante 4a gran crisis que se advierte ya al promediar el Siglo xill en Halla, y que se advertira sucesivamente en todo el mundo occidental en el curso de los si. los Xill y XIV, no es sino el resultado de este inten. {0 de afirmacién de un orden tinico. Todo lo que Quedaba fuera de él, combatido, menospreciato, conclenado y envilecido, empez6 a afirmar su dere, cho a la vida aun cuando fuera al precio de renun. pat @ la posesién del trasmundo. No sin dolor, el hombre aprende que s6lo esté en sus manos un destino humano, en el momento en que se quiere Convencer de que se le ofrece un destino divino al Precio de renunciar a su inalienable flaqueza, a su carne mortal, a su dulce pecado, dulce dos veces, Por el placer y por el arrepentimiento, Quizd quien vio con més profundidad la terri- ple tragedia de plantear este dilema fue el dulce y humanisimo Francisco de Asis, esptritu ejemplar, tan santo como lo puede ser el hombre, tan huma. no como le sea dado seguir siéndolo al santo, Su clamor se alza contra la intolerancia, contra la di. OC — 1 cuura occidental 109 odiosos, y corazén, contra los formalismos odio Base Gass ees aha i voce mae a ie el pecado mismo, de querer borrar la dulce inmer- si6n del hombre’ en la naturaleza que le ha sido dada para toraro puro espiiv, I hombre no es Puro esp, porque es hermano de laters y de ue no lo son tam- ajaro y del torrente y det lobo, que no poco. Bs espirity ademas de ocr Care, yay en oe noe hoe tna inexcusable lucha sin la que la vida mana ni el hombre criatura de Dios. Que no se le arebate al hombre todo aquello que siente latir en su corzén, sno se quiere hacer de un hip ta, un hombre hecho para el sébado, como Jess RO quiso que fuera hecho. Asi esoubrin Praise i las Hamaba a su lado, a la criatura humana, y asi las J , Decaoras y arrepentidas, pero vias en au cor 26n, con tanta potencialidad para el bien con dia esperarse de su naturaleza y de su angustia. Potgmpero, a pesit de les clamores del hermano de Asis, a pesar de la persistencia del clamor de quienes Io habian precedido proclamando el va gelio Eterno, a pesar de todo, Ia obsesi6n intele tual de as enamorados del orden y de la uniarie al el oat eseneides sein glo xa. drama de la crisis iniciada en el siglo XI. ta criss se adviete ya acaso a principles del sil, en i crue actu de a crisiandad Onoda si asi cabe Hamarle- frente a los albigenses yal espioty meridional Lo que ali sucumbié fue tod una manera de entender la vida a cura Tf a desaparecer del todo y dej camp lie a Ios closes deensoes de wn orden severo y rigido, sino para empezar una renova CN _ OO _ José Luis Romero lucha desde otros puestos de combate, con otras Consignas, con otras normas, pero casi con los mist mos ideales, sen io enacer en Sicilia y en Toscana, ya ©, Pleno siglo xan, bajo ta forma de actitudes tone, lectuales: como escepticismo, como epicureismo, Como apetito cognascitivo, como una especi ‘nso de la burguesia. Y se lo vio des. Bués, generalizado ya en toda Europa, manifesta de infinitos modos, tanto a través de las schening Gilianas, tanto a través de Antoine de la Salle, de Giovanni Boccaccio, de Juan Ruiz, de Poggio Brak Golini, de fos miniaturistas de los libros de cans y de los calendarias, de los pintores flamencos, de Massaccio, de Brunelleschi, de Dalmau y de Jaco, mart de Santillana y de Charles Orleans, dé Bo. Yard y de Pulei, de todos, en fin, los que no se te. Signaban a practicar en su espitity una mutilacion ue sabfan estéril sf sobreviene y se manifiesta la crisis. Dante m La cultura occidental jo. EL (6 con restaurar su inexistente pena: HL i ce teu nt i ificado a un oF ee Gabon unas posts yen el que & necesario conde: sare ay demnds. La modemidad ics ett mee ae oa en Sein desde donde se la contemp! le, sel sr a mada con idémtica limitacién baja m: Primer Renacimiento, = v EDAD MEDIA Y RENACIMIENTO 1a ilusiOn de la vigencia del orden universal parecié arraigarse firmemente en las conciencias durante los siglos XII y Xl, Entonces se pretendi6 defenderla coactivamente € imponerla con belige- ante energia. Empero, todas aquellas fuerzas que quedaban excluidas y condenadas se prepararon para la defensa y comenzaron a minar la estructura que se pretendia ortodoxa. Precisamente, esas fuerzas que conspiraban contra el pretendido orden ortodoxo estaban cre- ciendo por entonces en poderfo por diversos facto- res, y acaso fuera precisamente ese renovado im- petu lo que habia provocado la reaccién en contra- fio, El interrumpido contacto con la cultura bizanti- na y la cultura judia se habfa restablecido con mo- tivo de las cruzadas y del curso de la reconquista espafiola, y poco a poco habian comenzado a cir- cular obras e ideas que enriqueciendo el bagaje cultural del Occidente tendian a hacerlo més com- plejo, esto es menos simple y menos apto para res- tringirse dentro de esquemas arbitrarios, La escuela de traductores de Toledo en el siglo xu y Ia corte de Federico II de Sicilia, ast como los esfuerzos parciales de numerosos sabios -y equipos de sa- na m4 José Luis Romero bios de las tres religiones- dieron como fruto la inauguracion de vigorosos esfuerzos intelectuales que, naturalmente, comprometian la ortodoxia. Obras filosoficas, cientificas y literarias introdujeron ideas antes insospechadas que despertaron nuevas rutas en el pensamiento occidental, del mismo modo que lo hacian los contactos directos estable- cidos por los viajeros que visitaban regiones antes desconocidas, como Giovanni Pian del Carpine 0 Marco Polo La consecuencia fue una sensible y profunda mutacin en el mundo occidental que se advirti en el plano de las ideas, y que muy pronto se ad- vertiré en el orden de las relaciones econémicas, sociales y politicas. Una nueva era comenzaba, que se acostumbra lamar baja Edad Media en algunos paises de Europa y primer Renacimiento en otros Es la que cubre los siglos XIV y XV, y cuya fisono- mia de crisis esconde un profundo ¥ decisivo ajus- te del espfritu occidental, en visperas de esa nueva etapa que constituye la modernidad. El siglo Xiv, sobre todo, ofrece a quien contem- pla hoy su panorama Ia precisa imagen de una es- pecie de ensayo general de la modernidad. Todo aquello que luego, poco a poco, ir imponiéndose con laborioso esfuerzo, aparece entonces como movido por una fuerza juvenil y ausente de expe- riencia que lo impulsa a tentar la gran aventura de desalojar de una sola vez las s6lidas estructuras tra- dicionales, Nuevas opiniones, nuevas ideas, nuevas formas de relacién econémica, social y politica. ‘Todo hace irrupci6n repentinamente, con una in- genua frescura, y todo cae prontamente ante la re- a cultura occidental 45 sistencia opuesta por la realidad, Pero nada moriré del todo. Lo que entonces fracas6 en ese gran ata- que frontal intentara luego triunfar ~y lo logrard a Ja larga -mediante un vasto y sinuoso movimiento lateral y envolvente. ‘Asistimos ya en el siglo xm en Italia, y en el siglo siguiente en el resto de Europa, a graves y profundas mutaciones econdmicas. La economia monetaria reemplaza a una econom{a fundada en los bienes raices, y con las ciudades prosperas se desarrolla el comercio y las manufacturas con su secucla de activacién del tréfico del dinero. Una ‘organizaci6n internacional de ese trafic se advier- te ya en el siglo xm y sobre todo en el xIV, con las poderosas casas italianas de los Bardi, los Peruzzi y Jos Acciaiuoli, cuyo primer ensayo entra en crisis con motivo de las inesperadas catistrofes produci- das por las inestables relaciones entre las nuevas concentraciones urbanas y el régimen de la pro- duccion rural, cuya consecuencia es el hambre y la peste, fenémenos tfpicos de esa época. La produc- ién libre se pierde entre los vericuetos de wna or- ganizacién econ6mica que atin ocultaba celosa~ mente sus secretos, y comicnza a parecer que la solucién es el control y el apoyo del Estado, repre- sentado por las monarquias. El premercantilismo se insintia, con su vigoroso control estatal, pretendida panacea para una situaci6n inexplicable pot lo no- vedosa. Pero esta mutaci6n econémica est acompafia- da por una mutaci6n politico-social so menos im- portante. El orden feudal entraba en evidente € inevitable quiebra, y arrastraba con ella la posicién FD 0 a =" ae ee ee 116 José Luis Romero predominante de las clases privilegiadas, celosas naturalmente de sus privilegios. Rebelaronse los nobles contra los reyes apresurados por afirmar su autoridad en favor de las nuevas circunstancias econémicas, tanto €n Inglaterra como en Aragon, como en Alemania. Pero su esfuerzo apenas pudo salvar una parte de sus privilegios personales, sin que pudiera robustecerse la débil base econdmica que ahora los sustentaba. Esa base econémica, en efecto, estaba comprometida en sus cimientos por el ascenso de la burguesta, que los socavaba con la vasta red de una economfa monetaria ante la cual aquella otra, fundada en la posesin de la tierra, debia ceder y derrumbarse en poco tiempo. La naciente burguesfa dominé prontamente en Italia y en los Paises Bajos. Ya en el siglo xm la re- volucién florentina de Gian della Bella mostraba el alcance que tenfa la revoluci6n. Y poco después, las sublevaciones de los tejedores de Brujas y Gante, los estados generales revolucionarios fran- ceses, la Jacquerie, el movimiento de los Ciompi, la insurreccién burguesa de 1380 en Francia y la insu- mrecci6n campesina de 1381 en Inglaterra mostra ban el grado de efervescencia de las clases en as- censo, comprobado mas tarde por los movimientos de los husitas, de los campesinos gallegos y ma- Horquines, y tantos otros que se producen en el siglo Xv. A estos movimientos corresponde un acrecen- tamiento del poder real, a veces bajo la forma de mera tiranfa, como las que ensayan en Italia Cas- truccio Castracani, Sim6n Boccanegra, Marino Fa- liero, Ugguccione della Fagiuola, y sobre todo, los. a7 1a cukurs occidental Scala, los Gonzaga, los Ese, los Malatesta los Vis : Malate, es los Sforza 0 los Medici. Pero, también, Te tuhme de un acrecentamiento del poder real, como el que alcanzan los monarcas napolitanos, franceses € ingleses por esta epoca, Distinias cit cunstancias hacen que el fenémeno no sea general ¥ que no logren los mismnos objetivos, sno esporé- dicamente, los reyes de Casilla, de Aragon, © tos emperadores de Alemania, Pero el proceso estd en marcha, y més tarde o mAs temprano, legardn mismo fin. . Porque cuanto se oponia a esa nueva oTzany zacion tel poder desepareci rapidsimamente, Y 2 ridicas avanzaban jevas ideas sociales y ju ‘Quier respaldando las situaciones de hecho, de poder, de fuerza. EI mundo spiritual adoptaba una renovada fisonomfa, y de ella surf como wn rele nueva vision del mundo. a ‘Sacra, que es necenrio analiza para Cestir brir su_auevo perf primero, la css del wscen- dentalism; segundo, la erupeién del sentimiento naturalist; tereero, lf mutacin del sentimiento Ps, i irupci de la vida en relacién con la Hedonismo, y cuarto, la imupcién del sentimiento individualista. He aqui eémo se pecan mundo nuevo, mucho més nuevo, acaso, que el que ibrifa poco después _ ase afimacién polemica de un orden habia troducido em la acttud medieval ante Ia realidad un : le ipio de supremacia del trasmundo, de lot Renna Eae principe safe hiego una cuss volueiOn. Li tercera escolastica -con Dut Serco aterm sutlmente Ta elacion ene el na Joa Lis Romero campo expectico dela fe y el campo espectico de ¥ afirma de manera indirect ta Ia legitimi- dad del muro dela ead sensorial y slg scion eminent para el hombre. Lo mismo hace a platonamo que predomina en las academia a nas, distinguiendo el_ mundo de las ideas y el mundo sensible, y lo mismo hace la incipicate len- cia ge desacollan por entonces un Burdan, que desar un ‘lly, un Toscanelli. Mundo mundo quedan discriminados radcalmente J con tal discriminacion el trasmundo queda ao ido emi jemente s6lo en Ia reflexiGn d syed. i6n de letrados net ‘medi- tativos, en tanto que ef mundo sensible ae libre significacion en el énimo del hombre mec, de que no se dedica a pensar, acentuado por I di aston gue Fe arega ia vida inmedita . Esta crisis de la primacia del : rasmundo se ad- este en lt decinacin del respaldo sncafaley ate setef es eas en onde univ, expec a realidad. Imj do dejan de "valor rite Poser poco a poco el valor mi lor mi de aatano, y al primado de un orien de quae mens a sicedet el primado de un orden de ac aque se manifiesta a través de todas las convulsio- nes econémicas, sciles y polis de la époce ero més nctamente an, eta cris dela praca se advierté en la in Gel tasmando se en la irrupcién del senti- so Uigeroso despertar del amor ala natraleza se advierte por doquier en esta época. Lo que es pacecia expresarse suficentemente en condenatoria formula de *mundo, demonia ; arne", abre ahora su secreto y revela sus mai. 1a cultura occidental us ples encantos apelando a los sentidos que el hom bre posee para captarlos. Giotto y Simone Martin} trasladan al fresco la timida vibracién del contorno warural del hombre. Los calendarios miniados y los Tibros de hojas -como el del duque de Berry-, los bres de caza como el de Gastén Phebus, los lien- zos flamencos y los frescos italianos, los de Van Eyck, Memling, Masaccio, Benozzo Gozzoli y ft nalmente, Sandro Botticelli, inundan de frescura y de esponténea vitalidad el especticulo ofrecdo al hombre con sus ricos paisajes, con sus delicados sentimientos. ‘Lo mismo pasa en la poesta. Bl tema de las flo- res aparece en Villasandino, en Jerena © en Hunter Jo de Mendoza, como el paisaje aparece, inunda- do de vida y de luz, en Boccaccio, en Chaucer, et Juan Ruiz.o en Santillana. Y sobre todo aparece ¢} ‘amor, tanto el amor quintaesenciado de Petrarca Gomo el amor sensual de Boccaccio o de Juan Ruiz, o como ese amor maltiple que offecen Ma- Ghaut o Charles dPOrleans 0 el marqués de Santilla, sero Alain Chartier 0 Mateo Maria Boiardo en el ‘Orlando enamorado, © Lorenzo de Medici en sus delicados poemas de amor. De sentimiento naturalistico, finalmente, est saturada Ia nueva arquitectura: la que bosquejan fos artistas del g6tico Mlorido como la que bordan {oe fineas del mudéjar, labradas con la infinita de- Teetacién que produce Ia linea y el volumen, como fn Ia Sinagoga del Trénsito o en Santa Marfa Ia Blanca de Toledo; o 1a que bosquejan los artistas Gel Cuatrocientos italiano, un Brunelleschi, un eon Battista Alberti o un Michelozzo Michelozzi. 120 José Lvis Romero Todo ello revela un vigoroso despertar del sen- timiento profano, una afirmacién de la vida tal como se ofrece en los cauces que el hombre tiene a sus pies para sumergirse en ellos, tal como brota de la clara linfa de los impulsos esponténeos, sin temores, sin prejuicios, sin trasposiciones de lo in- mediato visible a lo remoto invisible e insospecha- do. La vida se manifiesta exigente y reveladora. El lujo parece su expresién mas delicada, y el lujo inunda las cortes borgofionas e italianas, en Dijon © en Ferrara, en la coronacién de Carlos V de Fran- cia o en la de Alfonso XI de Castilla Este sentimiento profano ~adviértase bien— coe- xiste con un vigoroso Ilamado a las conciencias del sentimiento mistico, tal como lo expresarin Tauler Ekhardt, Groote y Ruysbroeck, Hus y Wickleff, alina de Siena y, finalmente, el duro y sever avonarola, simbolo de la medievalidad del Renaci- miento, si asi puede decirse. Pero ese sentimiento mistico no es ya sino el refugio de los reflexivos, de los elogios, y carece de vias de comunicacion normales y permanentes con el sentimiento popu- lar. Reaparece como secuela del hambre y de la este, pero desaparece cuando vuelve a florecer la vida. Las danzas de la muerte y los severos frescos apocalipticos, los espejos de penitencia y los infini- tos memento mort, no son sino estridentes llama- dos de quienes observan el desbande del redil, ue sigue acaso fiel a las practicas religiosas pero. se aleja de la estrecha dependencia del trasmundo ara dejarse arrastrar dentro del mundo de la reali- dad sensible. Ya no se llora por el mas alla, sino por la pérdida del més acd; ya no se llora por el m tal ta cura oocies 4 arre- no se Hora por el oT goce. Un hedonismo acen- tha abandonado jsterio y de an- ino por el dol . ‘onttmiento sind POF al gnc, Un vida, a Ta ado caracteriza la vida, wade caret impregaado dT : ia pertene- Bs realidad el misterio y la angustia penne ean a mun y lm ead dem divinan y viven ed de bee a nmediata. BL mundo ed es bate personal coc que comers 2 setine bres, Yinica y definitiva realidad. ioe Sono ta antigua flosofia de los erlegos, que Pete aeice a los reflexivos, la antigua poes onde see Caulo 0 de Properco, la nueva, perspecti 9.3 intetigencia dorinadora, del mundo, y RET ge je a otra palanca capaz. de moverlo: | net we tuna y domina wn mundo nuevo, 14 Pee syed de la cltura occidental deja paso a le Seat esa eal a fa modemidad inquistva y analtica, 14 ears de la Genesis ba vermin y come a dl Jos . ‘miitiples y varia a aadad ds ardo. y Descartes, de Galileo Y era siglos Bac razén ha triunfado, y ser labor de los seks J Jinienzan entonces wransformatia en fa =P" eo ee Cluye la Edad de la GEnests. SOBRE EL AUTOR 1 NOTICIA BIOGRAFICA José Luis Romero nacié en Buenos Aires en 1909 y se doctoré en la Universidad de La Pla- ta en 1937. Vinculado a los movimientos literarios y antisticos, comenz6 a escribir en 1929 sobre lite- ratura y cine en Clave de Sol y sobre historia en Nosotros. Desde entonces publicé regularmen- te, alternando la investigaci6n con fa docencia y la politica. Easefé en la Universidad de ta Plata desde 1938. Por su militancia en el Partido Socia- lista fue expulsado de la universidad en 1946, pe- ro volvi6 como rector de la Universidad de Bue- nos Aires en 1955. Entretanto habia sido profesor de la Universidad de la Repdblica, en Montevideo, y habia continuado sus investigaciones sobre los origenes de la burguesfa medieval, principalmente en la Universidad de Harvard. En 1958 inauguré en la UBA Ia cétedra de Historia Social y el Centro de Estudios de ia misma especialidad, del que sal- drian buen nimero de nuevos estudiosos de la historia provistos de una mentalidad y una meto- dologia modernas. La universidad y la politica di- vidieron su tiempo: fue miembro del Comité Eje- cutivo del Partido Socialista (1956-1960) y poco después decano de la Facultad de Filosofia y Le- 135 7 0 ee 126 José Luis Romero tras de la UBA (1962-1965), mientras participaba activamente en la agitada polémica cotidiana que caracterizé a Buenos Aires por esos afios. Cuando se jubil6, en 1965, fue designado profesor honora- rio y similar distincién le confirié la Universidad uruguaya. Romero ejerci6 Ia direccion de dos revistas: Imago Mundi, que fundara (1953-1956), y la Revis- ta de la Untwersidad de Buenos Atres (1960-1965). Participé activamente de la vida de muchas otras: Clave de Sol, Buenos Aires Literarta, Realidad. Ejer- cid el periodismo, y entre 1949 y 1955 fue editoria- lista de politica intemacional en La Nacton. Pero ante todo fue un historiador. Inicialmente preocupado por los problemas sociales del mundo greco-romano, se volc6 desde 1940 a la historia medieval, y particularmente al estudio de las bur- gue-sfas urbanas, que coroné con dos de sus libros més importantes: La revolucion burguesa en ef mundo feudal (1967) y Crists y orden en ef mundo _feudobtirgués (1980). En los Gitimos afios habia ex- tendido su interés al campo mds amplio del mundo urbano y las burguesias cn Ia historia europea y su proyeccién en Ia latinoamericana. Fruto de ello es la tercera de sus obras mayores: Latinoamérica, las ciudades y las ideas (1976). Sobre estos temas han quedado ‘materiales inéditos, que debian integrar un estudio sobre “La estructura hist6rica del mundo urbano’, Paralelamente se ocup6 de Ia historia ar- gentina, menos como investigador académico que como ciudadano preocupado por un presente cuya clave crefa encontrar en su historia. De esa preocu- paciéa nacié —precisamente en el ato critico de La cultura occidental 127 1946— uno de sus libros mas conocidos: Las ideas politicas en Argentina. En parte por sus intereses vinculados con la historia de las ciudades, viajé mucho y dict6 confe- rencias en varias universidades. En tres de ellas — ‘en Paris, Nueva York y México— estuvo como pr fesor visitante durante periodos prolongados. 1975 fue designado miembro del Consejo de la Universidad de las Naciones Unidas, encargado de su organizacién. Ocupaba ese cargo cuando falle- ci6, en Tokio, en 1977. 0 “ENTRONQUE” Ruggiero Romano roducciéa a un grupo de articu- los" es, en el fondo, una cosa sencilla (al menos, si se conoce algo del problema sobre el que tratan los articulos en cuestin). Qué hay que hacer, en. realidad? Después de situarlos cronolégicamente, Indicar en qué aspectos esos textos eran innovado- res, de acuerdo con la €poca en que fueron escri- tos; cual es la linea ideolégica; donde se sittian me- todolégicamente. Hecho esto, indicar el hilo con- ductor que une los escritos. En tal sentido seria facil, tratindose de los tex- tos de José Luis Romero reunidos en este volumen, situarlos en relacion con un Luzzatto, un Meinecke, un Pirenne © un Dopsch... y la lista podria conti nuar. Pero de qué serviria? Confirmaria lo que ya sabemos: que José Luis Romero era un gran medie- valista; que sus posiciones fueron muchas veces nuevas € innovadoras; que su independencia de espiritu lo levaba muchas veces a ciertas contra- * Este texto de Ruggiero Romano fue “Prolog” a Quien os el burgués? y otros estudios de bistoria medieval (Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1984); fue tradueido ddl original italiano por Teresa 8. de Romero y Eva B, de ‘Muaw. 129 130 José Luis Romero dicciones; que le permitia en cambio aventurarse por caminos en los que otros, ciegos ideol6gica y/o metodolégicamente (cosa que con frecuencia es lo mismo) se negaban a entrar 0 ignoraban to- talmente. Pero proseguir por este camino significaria ha- cerle un flaco servicio a José Luis Romero. Si caria caer en una suerte de autopsia de un cerebro: ll parte griega, la romana, o la medieval, la ameri- cana, la argentina... Una divisin de este tipo, cies- tamente, puede ser til para un examen previo; puede servir para un primer acercamiento; puede ser valida para ver c6mo se fue formando el perso- naje. Pero en realidad, todo esto es apenas una parte de lo que el mismo Romero tlamaba el *ofi- cio" del historiador. Seguramente una parte impor- tante, pero no la totalidad; esta también lo que él define como Ia “pasi6n’ 0 el *amor’? que el histo- riador debe tener en el ejercicio de su “oficio”, Pero si es asi (y es ciertamente asi), reducirse a una autopsia constituye un procedimiento total- mente falsificador. Puede valer, como mucho, para el historiador que ha hecho honestamente su traba- jo, que ha respondido con clara simplicidad a su ficio". Pero con un procedimiento de este tipo, el gran historiador queda distorsionado, y directa- mente corre el riesgo de desaparecer del todo. 1 Fé Luna, Conversactones con José Luts Romero, Bue- nos Aires, Timerman ediciones, 1976 (da, ed., Editorial de Belgrano, 1978) 2. Ibidem, En adelante las citas de estas Gonversaciones se harin consignando en el texto el nGimero de la pigina La cultura occidental BI José Luis Romero fue (o es) un gran historia~ dor. Pero es 0 fue un gran historiador, no tanto por la multiplicidad de sus intereses, sino mas bien porque hizo converger ¢sa multiplicidad hacia un centro catalizador. Después veremos qué significd esto. Primero quiero recordar la frase que un dia me dijo otro gran historiador, Lucien Febyre: *En cada siglo hay pocos grandes maestros, todos hom- bres de una sola idea, después, estin los petit-mai- tre, con cuatro 9 cinco ideas en total. Por iltimo, estin los imbéciles, que tienen una idea por dfa, es decir, que no tienen ninguna idea” Por €s0, me parece en realidad que José Luis Romero se sittia entre los grandes maestros. Estoy profundamente convencido de que nuestro Horado ‘amigo, finalmente, se interesaba poco por sus Gra- cos, © por Dante Alighieri 0, exagerando, por la misma Argentina (después volveré sobre esta para- doja). Su idea —que era casi una obsesion— era la de sorprender el momento, el instante fugaz, de tuna sociedad, de situaciones, de acontecimientos. Un nacimiento en el seno de una crisis. Es abi, entre la crisis y el nacimiento (o mas exactamente la concepcidn) donde se sitéa el nticleo del pensa- miento (y la actividad) de José Luis Romero. Como lo ha sefialado con notable fineza Tulio Halperin Donghi: “La historia sigue resumiéndose para él en el acto creador de nuevas formas culturales, no en esas formas mismas’.> Tenemos una prueba muy 3 Tulio Halperin Donghi, “José Luis Romero y su lugar en la historiograia argentina’, en Desarrollo Econémico,n. 78, ¥. 20, Buenos Aires, juio-setiembre de 1980, p. 266. a2 José Luis Romero clara. Un historiador consagra afios y afios de su vida al Medioevo europeo. Bien. Pero qué encon- tramos en el interior de ese Medioevo? En primer término, en la Temprana Edad Media, los estudios sobre San Isidoro de Sevilla. Pero en realidad no ‘era tanto cl Santo lo que le interesaba como el en- tronque de esa personalidad y de su pensamiento con el nacimiento de! estado visigético. ‘Su titulo exacto no era —sefialo— San Isidoro de Sevilla. Su pensamiento bist6nico politico y sus relactones con {a bistoria visigodd' Y¥ no eta exactamente el se- gundo aspecto de su trabajo el que José Luis Ro- mero “subraya con justificado orgullo® > Primeramente, pues, San Isidoro. Luego —en la Baja Edad Media— los siglos XIV y XV; los siglos de la gran crisis; de Dante a Dino Compagni, de Boccaccio a Ferniin Pérez de Guzmin, toda la te- miatica de José Luis Romero esté incluida en estos dos siglos. Helo alli, atento al nacimiento y a la creacion de un mundo nuevo (el mundo burgués). Hubiera sido logico (y puede decirse que esa ha sido la trayectoria de docenas de historiadores) que tuna vez captado el fenémento inicial, José Luis Ro- mero se hubiera dedicado a seguir hasta su madu- ez al nifio cuyo nacimiento habia visto. Hubiera sido légico que se volcara hacia el Renacimiento. En realidad —repito— una multitud de historiado- res ha seguido este camino en Furopa: partir del siglo XIV y XV para llegar al apogeo del siglo xv En cambio, José Luis Romero se interesa poco 0 4 En Cuaderias de Historia de Expat, VIM, 1947. 3 T. Halperin Donghi, cit. p. 266. 1a cultura occidental 3 nada por el Renacimiento: algiin articulo (por cier- to, no de los mas apasionados) y el ensayo sobre Maquiavelo bistortador (muy importante, pero n0 por el contenido renacentista sino por la relacion, en general con la teoria historiogréfica y con los problemas conexos con el nacimiento del nuevo Estado), Est4 claro, pues, que no son “las formas mismas" las que le interesan. De todos modos, desde el trabajo sobre los Graco? era evidente que Jo que le importaba era la “crisis” de la Repiblica Romana y el nacimiento implicit, pero también sucesivo) del principado. Igualmente clara se halla ¢sta misma posici6n en el ensayo juvenil sobre La formactén bist6rtca® Obsérvense los autores alli citados: de Splenger a Valéry, de Unamuno a Orte- ga y Gasset, de Russell a Scheler... son todos test monio de aquello que puede llamarse Ia crisis de 1a civilizaci6n burguesa. Una excepcién, tal vez, puede considerarse a aquella que representa Laitnoamérica: las ciudades » las tdeas? En este gran libro, de hecho, José Luis Romero parte de los origenes, de la creacién primi- genia, pero no se detiene alli, y prosigue su anili- sis de las formas hasta nuestros dias. Esta es, si no 6 Maguiavelo bistoriador, Buenos Aires, Nova, 1943 (pero cfr. preferiblemente la segunda edicién, Buenos Aires, Signos, 1970). 7. a criss de la Repiibtica Romana, Buenos Aires, Losade, 1942. Incluido en Estado y sociedad en el mundo antigua, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1980. 8 Santa Fe, 1933. Indluido en La vida béstérica, unos ‘Aires, Sudamericana, 1988. 9 México, Siglo Veintiuno, 1976. aa JJoué Luis Romero me equivoco, la Unica excepcién que se puede en- contrar en el conjunto de su obra. Una vez sefialado este continuo contrapunto entre nacimiento (o mejor, concepcién) y crisis, queda atin mucho por decir, Qué ¢s lo que da el acento, la ‘pasion’ a todas las paginas de José Luis Romero? Una fuerza moral altisima. Toda su vida es testimonio de esa fuerza. Pero no hablaré de ello. Lo que me interesa subrayar sobre todo es cémo esa fuerza moral constituye la base de su pensa- miento. En una de sus extraordinarias Conversacio- nes, reunidas por Félix Luna, José Luis Romero hace una declaracién que no calificaré de poco sincera sino, mas bien, de fruto de una coqueterfa “Jo que he hecho sobre historia argentina, siempre hha sido movido por una vocacién ciudadana mas que por una vocaci6n intelectual” (p. 27). Es inte- resante hacer notar que en seguida se contradice por ejemplo, escribf mucho en la época de la gue- ra, en Argentina libre, y he escrito bastante en Re~ dacctén: me apasiona y yo dirfa que esa linea no es exactamente la de ia militancta, sino la de la preocupacion por las cosas de mt Hempo, en mi ‘pats y en el mundo. En esa Iinea esid lo que be hecho sobre bistoria argentina” ;Qué “vocacion ciudadana’ es, pues, la que lo leva a ocuparse —en esa “linea"— por la Argentina y ¢l ‘mundo? Pero vuelve la coqueterfa: “en esa linea estd lo que he hecho sobre historia argentina, No en el campo estrictamente intelectual de mis intereses. Yo digo + subrayado es de Ruggiero Romano, 1a cultura occidental 135 siempre que soy un medievalista, pero en realidad soy un especialista en historia occidental” ( p. 27). ‘Medievalista, entonces? {Occidentalista? :Las se encuentran sola- mente en el ejercicio de estos “oficios”? Realmente me parece que en la vispera de su muerte se ha dejado aprisionar por quienes querfan atribuirle so- lamente especializaciones en su tarea Chelenista romanista, medievalista...) y que de aqui derivan contradicciones y coqueteria. Por el contratio, ic6- mo hubiera sido posible, sélo por vocacién ciuda- dana, esctibir ese importante articulo sobre Mitre?! De cualquier manera el propio José Luis Rome- ro nos indica hasta qué punto es atilicial el distin- 0 entre vocaci6n “ciudadana” e “intereses intelec- wales’, Ante una pregunta de Félix Luna, quien le requeria si el ser un medievalista le habia ayudado para entender mejor los procesos histéricos argen- linos, José Luis Romero no tenia dudas (me parece escuchar su voz): “Tengo miedo de contestarle lo que pienso, porque me inclino a creer que sélo los medievalistas los entencemos bien... En fin, ésta es una especie de deformacién profesional. Pero creo que sf, que es rigurosamente cierto” (p. 58). El cft- culo esti cerrado: del mismo modo que el agudo argentino que él fue se aprovech6, entre otras cosas, de su conocimiento de la pampa para enten- 10. “Mitre, un historiador frente al destino nacional”, Buenos Aires, La Nacidn, 1943 (incluido en La experiencia argentina y ‘otros entsayos, recopilados por Luis Albeno Romero, Buenos Ares, 1980). Es interesante ver también la *Presentacion’ a, B Mitre, Historia de Sarmiento, Buenos Aices, Eudeta, 1963. 136 José Luis Romero der mejor el espacio medieval europeo, a la inver- sa, el andlisis de los problemas argentinos y ameri- canos le result mas claro (no diré que mas facil, ni mucho menos que ocurtiera por filiacién dir ta) debido a sus conocimientos de la Edad Media Desgraciadamente, no sé cuando fue que José Luis Romero ley6 por primera vez a Sarmiento; tampo- co sé cuando lo habia leido por titima vez antes de 1976 (fecha de sus conversactones con Félix Luna). Creo imaginar cudndo José Luis Romero leyé la Hilstorta de lalta de Francesco Guicciardini (debe de haber sido entre los afos 30 y 40). Me parece que en torno de esas fechas y esos nom- bres se podria organizar un hermoso seminario para graduados con el tema: Comentar la stgulente grase de Jose Luis Romero a la luz de la pagina de Guicctardint “Romero: ;qué es lo que se pregunta Sarmien- to? Como es posible que la Argentina haya termina- do en esto que estamos viendo en 1845 (p. 21). Guicctardint: He decidido escribir las cosas que recuerdo, acaecidas en Italia después de que las tropas de los franceses, llamadas por nuestros propios principes, comenzaron a perturbarla con gran alboroto: tema memorable por su variedad y grandeza, y leno de atroces accidentes. (Storia @halia, 11161)" La grandiosa pagina de Guicciardini, con la que comienza su Historia de ltalta, plantea con una fuerza dificilmente igualable el problema de saber ‘cémo y por qué el pais mas poderoso, rico y civili- zado de Europa en ese momento, justamente Italia, 1a cultura accidental 37 hha sido vencido, desmembrado, convulsionado por una turba de soldados. Del mismo modo, Sarmien- to se preguntaba cémo era posible que, en 1845, s€ viera lo que se estaba viendo. Cuando un histo- riador se formula preguntas de ese calibre, ha lle- gado a ser un gran historiador. Me parece que José Luis Romero ha planteado las preguntas de Guic- iardini y Sarmiento, no solamente reviviéndolas sino haciéndolas suyas, sangre de su sangre, inteli- gencia de su inteligencia Esto y nada mAs que esto es lo que anterior mente he llamado la fuerza moral. La fuerza que empuja a José Luis Romero a retomar esas pregun- tas e invocar la Hegada de un nuevo Mitre: "El de- fecto de la concepcin de Mitre es la ignorancia del interior. Desde ese punto de vista, tiene que haber otro Mitre, un dia... Bueno... jtiene que haber muchos Mitre mas! gno es cierto?” (p. 25). ¥ no solamente Mitre, pues en toda América estaban los Barros Arana, los Restrepo, los Sierra... toda la familia de los grandes historiadores hispanoameri- canos. Asi es como la historia se transforma en po- litica, gran politica, no la que deriva de la pequeria historia, que se imagina politica simplemente por- ‘que se considera “comprometida”, “engagée” Notese bien: esta thima cita de José Luis Ro- mero es sumamente importante. Decir que era ne- cesario superar la ideologia portuaria de Mitre para Hegar a un Mitre sensible a los problemas del inte- rior significa, de hecho, volver a plantear la discu- siGn sobre el papel de la ciudad, Y esto, en boca de José Luis Romero, es fundamental. Fundamental porque, mds allé de sus entusiasmos urbanos, obli- Bs José Luis Romero, ga a precisar qué era para él la ciudad. Ciertamente Ja gran ciudad; pero sobre todo la pequefia, y mas exactamente Ia aldea: para él no ¢s posible enten- der a Londres sin York, sin la antigua Winchester, como no es posible entender a Bogots sin Tunja y Villa de Leyva... "Lo que podria justificar este des- dén por lo que (Sarmiento) llamé barbarie y su fre- nest por el proceso de urbanizacion de América La- tina seria fruto de la falta de una instancia interme- dia, que para mf es el secreto de la civilizaci6n: la aldea (..), slo en algunos paises donde hay una fuerte produccién agricola prospera la aldea o la pequena ciudad, que ¢5 uno de los grandes secre- tos de la cultura” (p. 55). Entonces éste es el punto principal: Ia cultura. No es solamente la temética Barbarie/Civilizaci6n de Sarmiento en términos es- trictamente argentinos la que retoma sino que es toda la historia la que se le presenta sub especte de este enfrentamiento."" Reléanse las obras de José Luis Romero siguiendo este esquema y se lo en- contraré como una constante; es la lucha de lo nuevo Ccivilizacion ) contra lo viejo Cbarbarie) en la cual lo segundo trata de impedir que lo primero salga a luz. Esto —sostenido, repito, por una pode- rosa fuerza moral— es José Luis Romero. Esto, exactamente, ¢s lo que Io sitta en el limbo de los, grandes historiadores de nuestro siglo. 11 Confrontar con este propésito el hermoso ensayo de Leopoldo Zea, “Cultura, civilizackin y bacharie", en De bistoria @ historiadores-Homenaje a Jose Luis Romero, México, Siglo XXI, 1982, 1a cultura occidental 139 Podrfa, en verdad, continuar, Podria profundi- zat en ciertos detalles ¥ confrontar las concepcio- nes historiograficas de José Luis Romero por ejem- plo con las de Pirenne, mostrando cémo las de Ro- mero sobre la ciudad medieval han ido notable- mente més all que las del historiador belga. Po- dria igualmente sefialar las relaciones (qué dialécti cas e imbricadas!) entre José Luis Romero y Ia ast llamada escuela de los Armales. Pero estas reflexio- nes, y también otras, ocultarian el peso de la per- sonalidad de José Luis Romero que, en cambio, he tratado de mostrar en sus rasgos més simples y li- reales (y por lo tanto mas importantes). Mas bien prefiero explicar la raz6n del titulo que he puesto en el encabezamiento de estas lineas: “Entronque”. Cada vez que en el curso de una conversacion con amigos espafoles debo pronunciar la palabra “entronque” vuelve a mi memoria el recuerdo de José Luis Romero. Creo que vale la pena que cuen- te por qué: no por vanidad autobiografica sino porque me parece que esta breve historia sirve para presentar, mejor que cualquier discurso, 1a compleja personalidad del gran historiador que fue José Luis Romero. E] me habia invitado a dictar seminarios de His- toria econémica europea en ese extraordinario vi vero que fue el Centro de Historia Social. Tenia que hablar de precios y monedas, demografia y agricultura, O sea, tenia que introducir en aquel rico mundo de ia calle Lavalle los temas dominan- tes en la historiografia europea, y en particular en Annales (donde yo por entonces colaboraba). El dia de la inauguracion del Seminario, José Luis Ro- 140 José Luis Romero mero me invit6 a almorzar en un restaurante (Ale- xandra? creo que sD) y después fuimos a su oficina del Centro de Historia Social. Conversamos sobre distintos temas; después, llegada la hora de iniciar el Seminario, nos levantamos para ir hacia la sala donde nos esperaban los amigos. Llegados a la puerta se paré y me dijo (cito de memoria, pero son casi sus mismas palabras) “Romano, le reco- miendo justed debe mostrar, subrayar, el entronque que existe entre los distintos problemas de los que va a hablar!” ¢Entronque? Yo no conocia la palabra. Entonces, con sus extraordinarias manos de artesa- no, mas que con la voz, me explic6. Habria podido servirse de palabras mas 0 menos complicadas. En cambio me dijo (repito, mas con las manos que con la voz): “lo que se hace con los Arboles, con la vid", Fue ésta una de las muchas cosas que José Luis Romero me ensef6. Porque en las oscuras y hiimedas (sobre todo para mis bronquios de empe- derido fumador) habitaciones de la calle Lavalle, més que ensefiar cosas, aprendi muchisimas. Y aprendi entre otras que el problema del entronque es fundamental. No se hace historia (no se hace cultura) sin imbricacion, conexién, intercambio de problemas, o sucesivas convergencias hacia un centro, De esto, José Luis Romero ha sido un in- comparable Maestro. m1 BIBLIOGRAFIA’ “Los hombres y a historia en Groussac’, Nosotros, ‘nim, 242, julio de 1929. Incluido en La expe- riencta argentina (1980). “Biografias de ayer, vidas de hoy", Clave de Sol, ‘lim 1., septiembre de 1930. “Tres artes inquictas", Clave de Sol, nim. 2, mayo de 1931. “Variaciones sobre la acciéa y el peligro", Clave de Sol, nim. 2, mayo de 1931. “Palabras a un escritor cat6lico", La Vida Literarta, afio IV, nim 5., noviembre de 1931, También. en Boletin de Educactén, nim, 86, Santa Fe, 1932. 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