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Fabián Herrero (2004)

¿LA REVOLUCIÓN DENTRO DE LA REVOLUCIÓN? ALGUNAS RESPUESTAS IDEOLÓGICAS DE LA


ELITE POLÍTICA DE BUENOS AIRES

La Revolución de Mayo de 1810, fue en más de un sentido un momento de ruptura frente al modelo monárquico impuesto por España
durante más de tres siglos. En ese nuevo camino se ensayaron diferentes tipos de experimentos políticos en donde predominó la idea de
centralización del poder. Ellas se encarnaron en distintas construcciones institucionales como Juntas de Gobierno, Triunviratos y
Directorios. Tales gobiernos fueron provisorios hasta que una Asamblea general decidiera qué forma definitiva debían adquirir las
ciudades y provincias recientemente liberadas. En esas reuniones no se llegó a ningún resultado concreto. El propósito del trabajo es
situar al lector en el clima de los alzamientos políticos armados en el cual emergió a la luz la tendencia confederacionista que aquí se
analiza.

Aclaraciones previas. Los Movimientos de Pueblo


Estas irrupciones recibieron distintos nombres por parte de sus autores pero también por aquellos que las presenciaron como testigos. Sin
embargo, hubo una denominación que tuvo más consenso que otras. Al referirse a ellos, la mayoría manifestaba que se trataba de un
Movimiento de Pueblo. ¿Qué significa? De este particular modo se aludía a ese movimiento de vecinos, de milicianos, de empleados del
Estado, entre otros, que se desplazaban armados en las calles centrales de la ciudad o en la Plaza de Mayo. Generalmente, ese grupo
heterogéneo de personas tenía como principal propósito exigir un reclamo puntual a las autoridades. A partir de trabajos previos se
determinan dos grandes ciclos de estos tipos de irrupciones políticas. El primer ciclo se extendió desde 1810 hasta 1815. Fueron
“revoluciones” generalmente exitosas, en la medida que lograron su principal propósito: el cambio de un gobierno por otro. En un
segundo ciclo, entre 1816 y 1820, puede decirse a grandes rasgos que esos movimientos de fuerza fueron generalmente frustrados. Por
ejemplo, en junio de 1816, fue derrotada la tendencia confederacionista que intentó reemplazar a reciente Director Pueyrredón. Pues
bien, ¿quiénes se alzaban? Estos levantamientos fueron realizados por sectores de distinto origen ideológico. Si bien luego de 1815 los
grupos confederacionistas fueron quines más intentos de levantamientos armados realizaron, constituye un serio error pensar que tales
acontecimientos fueron hechos sólo por “los federales”. El principal motivo de ello debe buscarse en que aquellos grupos que los
producían eran sectores generalmente desplazados o bien ocupaban el espacio de la oposición política. De esta manera, esos
movimientos de fuerza constituían una vía alternativa para acceder al poder provincial.
En el trabajo se analizan algunas respuestas ideológicas que se conocieron luego de la irrupción de un Movimiento de Pueblo: el
producido durante los días de junio de 1816. ¿Por qué ese caso? Porque, indudablemente, constituyó uno de los acontecimientos de este
tipo que más reflexiones y discusiones merecieron. Y en esta línea una de las preguntas más frecuentes era ¿por qué se utilizaba por
ejemplo la fuerza frente a un gobierno legal?

Los grupos político enfrentados. El debate ideológico durante la tendencia confederacionista de 1816
Se enfrentaban aquí dos posiciones muy diferentes. Estaban, por un lado, los confederacionistas. Fueron los que a través de tres
Representaciones dirigidas al Gobernador Intendente y firmadas por vecinos de la ciudad como también por habitantes de los pueblos de
la campaña, solicitaban que Buenos Aires se “convirtiese” de un modo inmediato en “un estado confederado”. Los confederacionsitas se
oponían a la reciente designación de Pueyrredón como Director propietario del Estado, ya que se había mostrado dispuesto a continuar
con la política de aquellos odiados gobiernos centrales. Dos sectores políticos diferentes formaban parte de esta tendencia
confederacionista. Uno de ellos, es el que integraban aquellos que habían militado en las filas del centralismo y que ahora defendían la
postura confederal. El máximo líder de este grupo es el Director Interino del Estado, Antonio González Balcarce. Un segundo grupo, es
el que componían aquellos que se presentaban como los más decididos partidarios del confederacionismo. Las cabezas más visibles de
este sector fueron el Gobernador Intendente, Manuel Luis de Oliden y Manuel Dorrego. Pero hubo además otros apoyos. Especialmente
importante es el que brindaban los Alcaldes de Barrio de la ciudad, quienes expresaban que los residentes en sus respectivos cuarteles
respaldaban ampliamente dicha tendencia. Por otro lado, estaban los centralistas. Los líderes de este sector fueron el Cabildo de Buenos
Aires y la Junta de Observación, nueva institución integrada por los notables de la elite de Buenos Aires. ¿Cómo logró vencer el grupo
centralista a los partidarios de la confederación? El conflicto se decidió justamente cuando recibieron dos poderosos apoyos: el del
Congreso reunido en Tucumán que lucía como el máximo organismo político nacional y la del jefe de los Ejércitos de la campaña de
Buenos Aires, Juan Ramón Balcarce. Tras la disputa había una lucha clara por el poder y visiones distintas sobre la naturaleza del nuevo
Estado. Veamos cuáles fueron los argumentos de ambos sectores.

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1. Los confederacionistas: un Estado revolucionario regido por el sistema popular. La propuesta: Confederación
y sistema mixto para convocar al Pueblo

Desde La Gaceta se afirmaba que debía respetarse la opinión del pueblo de Buenos Aires que había solicitado que las autoridades
provinciales impulsen una reforma política cuyos efectos deberían extenderse, además, a todo el territorio nacional. Numerosas
columnas estaban dedicadas a explorar cuál es el mejor sistema para que el pueblo se exprese. Su propuesta al respecto podía resumirse
de la siguiente manera: desde las jornadas de mayo de 1810 Buenos Aires vivía bajo un “Estado revolucionario” que, con relación a
cómo debía ejercer su derecho el pueblo, presentaba una suerte de sistema mixto basado en dos formas tan diferentes como legítimas: los
comicios indirectos y las reuniones populares. Desde la perspectiva de los confederacionistas esta forma era la más aceptada. Y es
precisamente en el marco en el que funcionó el primer Cabildo Abierto en donde podía hallarse el principal motivo que explicaba su
conveniencia. El acontecimiento podía ser interpretado así de maneras diferentes: o como un alzamiento de fuerza (que sólo privilegia
este último elemento) o como un Movimiento de Pueblo, una reunión popular, un Cabildo Abierto entendido como el acto más pleno de
ejercicio de derecho soberano. De este modo, estos últimos movimientos no serían alzamientos que sólo se basaban en la fuerza, sino
que su fuente de legitimidad se apoyaba en la presencia y en la voluntad del pueblo. Un segundo aspecto aludía a quienes podían
convocar a esas reuniones populares. Para los partidarios de la confederación podía convocarlo tanto el gobierno como los mismos
ciudadanos. Tal como ocurrió por esos días. Un tercer aspecto, se refería a las actividades realizadas en tales asambleas.
Los que la promovían no desconocían ni negaban que el pueblo se movía de manera tumultuaria.
¿Cuál fue la segunda forma? La que claramente brotaba de la ley. En rigor, provenía de las páginas del Estatuto Provisional en el que se
establecía de modo muy preciso el sistema de representación, o sea, comicios indirectos para designar determinados cargos de gobierno.
A los ojos de los confederacionistas, estas dos formas de convocar al pueblo fueron consideradas legítimas y legales. El sistema popular
y el sistema de representación estarían contemplados en una suerte de “sistema mixto”. Cada experiencia histórica requería entonces de
una forma establecida por la tradición o por la ley, y, según el caso y las circunstancias, se debía optar por un camino u otro. De este
particular modo, eran las circunstancias, los hechos, los que señalaban el rumbo político. Así, habría aquí una política de hecho.

Los comicios y los cabildos abiertos, los demagogos y una política de hecho

En la visión confederacionista el sistema de representación presentaba dos problemas muy serios. La primera dificultad era que el pueblo
al no asistir a los comicios convocados oportunamente por las autoridades, mostró de modo contundente “su poca inclinación a sus
métodos”. Si la alarmante indiferencia que mostraban los sufragantes era la primera dificultad, la segunda, era que aquellos que estaban
habilitados para participar de ese acto soberano no parecían estar los suficientemente ilustrados para ejercer su derecho. Esta doble
impugnación resultó de real importancia en cuanto reveló, a su vez, un doble problema: un problema de legitimidad y, al mismo tiempo,
un problema de derechos en el ejercicio de la soberanía. De legitimidad en cuanto la participación de un número reducido de vecinos no
resultó suficiente para brindar la fuente de legitimación necesaria a los nuevos funcionarios. Un problema de derecho en el ejercicio de
la soberanía, porque el pueblo que votó parece no estar informado convenientemente y por esta razón no supo a ciencia cierta por quien
lo hizo. Es a partir de estas creencias que, los partidarios del confederacionismo, afirmaban que el método electoral señalado por las
leyes de la provincia no resultaba del todo efectivo.
Habría una suerte de política de hecho. Varias son las evidencias que pueden mencionarse. Una de ellas es la presencia de hecho de un
Estado revolucionario en Buenos Aires que se remontaría a los días de mayo de 1810. Si en el marco impuesto por ese Estado
revolucionario el pueblo, por su propia voluntad, prefiere reunirse en una asamblea popular no habría, por parte de la administración
provincial, ningún motivo para prohibirla. Los cabildos abiertos no son presentados como un método perfecto. Básicamente, se
reconocen problemas en su funcionamiento. En el marco de la señalada “política de hecho”, consideraban que en el cotidiano se
presentaban obstáculos en los que era preferible optar por el mal menor. En relación a las respuestas que ofrecieron con respecto a las
agitaciones producidas en las reuniones populares, debe trazarse el perfil de dos figuras políticas que, a los ojos de los
confederacionistas, resultan claves. Cada una de ellas debía entrar en escena para que dichas asambleas resultaran efectivas. Por un lado,
una autoridad reconocida en la ciudad que funcionaría a modo de “garante”. Esa autoridad generalmente era el Cabildo. Por otro lado,
debía aparecer en escena la figura siempre polémica y conflictiva del demagogo. Y es aquí en donde la política de hecho volvía a
ponerse en movimiento: esos sujetos eran parte de esa realidad revolucionaria, quiérase o no, formaban parte de las reuniones populares.
Para los confederacionistas, esos tribunos de la plebe han mostrado ser útiles y eficaces para ilustrar al pueblo como así también para
encender sus corazones. A la hora de informar al pueblo, asimismo, el demagogo se imponía como una figura tan eficaz como
alternativa frente a la ineficacia que manifestaba cotidianamente la prensa.

2. Los centralistas: por el camino de las leyes provinciales. La propuesta: no innovar las instrucciones dadas a
los diputados y mantener el sistema de representación

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Estas dos líneas políticas constituyen algunos de los elementos más destacados del punto de vista de los centralistas. Aquí y allá,
vocablos como novedad, innovación, cambio, son percibidos como un mal en sí mismo. Sostenían que la instalación de un Estado
confederal supondría inexorablemente la sanción de nuevas leyes generales para todas las provincias, hecho que implicaría realizar
amplias y complicadas innovaciones en cada una de ellas. Hacer este tipo de modificaciones, precisamente, suponía de algún modo estar
expuestos a los no siempre previsibles desmanes que todo buen gobierno pretendía evitar. Especialmente en el Estado de Buenos Aires.
¿Por qué temían modificar la maquinaria estatal? Temían ese tipo de reformas porque tanto los centralistas como los confederacionistas
tenían dos visiones diferentes sobre el Estado. Los primeros pretendían una estructura estatal con jurisdicción en todas las provincias,
con un poder ejecutivo fuerte de carácter nacional y residencia en Buenos Aires. Los segundos pretendían otra cosa. Depositar el poder
en la soberanía provincial, manteniendo una relación laxa con las demás provincias.
Los centralistas rechazan el pedido de los federales para que Buenos Aires cambie de bandera ideológica y defienden la nueva
designación de Pueyrredón como Director del Estado. Se muestran además firmes partidarios del sistema de representación. Ya que a
sus ojos resulta el mejor modo para que el pueblo se exprese, en cuanto consideran que es el único camino que señalan las leyes de la
provincia, desechando cualquier otra forma como los cabildos abiertos o las asambleas populares.

Sobre el sistema de representación y el sistema popular


La figura del demagogo o la del orador sedicioso o turbulento, tal como la concebía el centralismo, como así también la irrupción de
sentimientos irracionales o la valoración altamente negativa de las pasiones políticas resultaban cuestiones sustantivas que eran vistas
como serias amenazas que los buenos ciudadanos debían evitar. Pues bien, ¿qué debían hacer entonces los hombres ilustrados y
modernos? Los canales de la imprenta y el sistema de representación resultaban dos buenas opciones frente a los peligros mencionados.
Para los centralistas el pueblo era el pueblo que tenía derecho a votar en los comicios electorales, cuyo rasgo más saliente era su carácter
restrictivo, basado en la edad, la propiedad y la riqueza.

Palabras finales
Lo señalado resultó necesario para reconstruir un fragmento de la lucha ideológica porteña de la primera década revolucionaria. Es la
que se produjo durante la irrupción confederacionista de junio de 1816. Acontecimiento que desplegó todo su fulgor en todo el territorio
bonaerense, al mismo tiempo que paralelamente se realizó la reunión del Congreso de Tucumán. En el trabajo se discutieron dos
cuestiones de real significación política: si podía, en primer lugar, cambiarse las instrucciones que los diputados bonaerenses tenían en
su poder en aquella provincia y que, ahora, podían ser modificadas porque un grupo numeroso de porteños así parecía manifestarlo y
desearlo. En segundo término se analizo uno de los puntos más altos de ese conflicto. El mismo alude, puntualmente, a cuál es el mejor
método para que el pueblo exprese su voluntad al respecto. Los partidarios del centralismo caminan por el sendero que ofrecen las leyes
de la provincia, los adherentes al confederacionismo lo hacen, en parte, por el mismo sendero legal pero también prefieren hacerlo por
otro camino, más difuso indudablemente, determinado por la simple decisión y voluntad del pueblo. Este debate ideológico tiene una
doble significación. Se está discutiendo en primer término la estructura de la esfera estatal. Para los centralistas ella debe alcanzar los
límites nacionales, por el contrario los confederacionistas proponen que sólo se mire la fachada de un estado, el que comprende el
territorio de la provincia de Buenos Aires. El debate también puso en evidencia, en segundo lugar, las dificultades que presenta el
sistema de representación para imponerse. Los cabildos abiertos, las asambleas populares, el elogio de las actividades de los
demagogos, la presencia de distintos sectores sociales en ellas como reflejo de esa democracia directa, constituyeron una alternativa a
esos comicios indirectos que las leyes provinciales disponían para que el pueblo expresase su voluntad.

[Fabián Herrero, “¿La Revolución dentro de la Revolución? Algunas respuestas ideológicas de la elite política de Buenos Aires”,
en Fabián Herrero (Comp.), Revolución política e ideas en el Río de la Plata durante la década de 1810, Ediciones Cooperativas,
Buenos Aires, 2004, pp. 101-124]

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