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1 de mayo de 2010
La flor de nuestra palabra no marchitará porque renueva su vida con los brazos
y versos que brotan de nuestros verbos. Ya sabemos que nuestra lucha se nutre
de las expresiones de solidaridad en nuestro país, así como de hermanos y
hermanas con otros idiomas en otros países y en otras universidades.
Somos hijos e hijas de la noche, actuamos para que la luz de la mañana sea de
las multitudes infinitas del futuro y, sobre todo, para que ellos no tengan que
llorar la noche. Nos hermana la imaginación, la creatividad y la participación.
Aquellos que ocupan las estructuras de poder no quieren que soñemos, no
quieren dejarnos crear y buscan decidir por nosotros. La democracia no es
elegir, es hacer: es participar directamente en el debate, en la propuesta y en la
búsqueda de soluciones. Ser democráticos no es ser identificados por un
adjetivo o con un nombre, es realizar y actuar; ser democráticos es ser verbo.
En los pasados meses y ahora más que nunca, hemos descubierto que podíamos
creer, que valía la pena creer, que debíamos creer – en nosotros mismos. No lo
olviden, nos hermana la posibilidad de creer en nosotros, en que podemos
cambiar el hoy. Nos hermana la esperanza que, como las flores, se cultiva.
Por más soberbio que sea el poder, nuestra palabra no dejará de crecer entre la
brea y el concreto. Las raíces de nuestra palabra corren más profundas que
nuestros cuerpos: hemos cambiado la historia, la hemos hecho nuestra.