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Navegando hacia la muerte

Por Ventura Cota y Borbón III

Capítulo I

“La amenaza”
Preparándose para navegar…

La tripulación del buque tanque “María Dolores” se aprestaba para zarpar del puerto
sonorense de Guaymas. En los rostros de cada uno de los miembros de la tripulación, se
dejaba notar un signo de preocupación.

Dos días antes de partir, cuando la nave se estaba avituallando, se recibió una amenaza
de muerte en contra de cada uno de sus ocupantes. El recado mortal lo encontraron en la
cubierta principal al lado de la escala de acceso al barco. Dicho mensaje decía lo
siguiente: “A quien ose viajar en este buque, la muerte lo sorprenderá en el mar en el
momento en que menos se lo espere”. Estaba firmado, naturalmente, con un seudónimo:
“LM.”

El capitán Daniel Vallecillo Valadez, de momento se preocupó, sin embargo no le tomó


importancia alguna, ya que pensó que era producto de una broma de muy mal gusto de
parte de algún orate.

No era usual que antes de zarpar, el comandante de la nave emitiera discurso alguno;
pero, en vista de las circunstancias anormales, optó por tomar sus precauciones y reunió
a todo el personal en la sala de juntas y les dijo:

—Como ya todos han de saber, existe una amenaza de muerte en contra de cada uno de
nosotros.

Presiento que no se trata de algo serio, sin embargo no estará de más cuidarnos las
espaldas unos a otros. Ya lo saben, si notan algo extraño dentro de sus labores a bordo,
de inmediato den aviso al primer oficial Cruz Gil Tapia, ¿entendido?

— ¡Sí señor ¡ - contestaron todos al unísono.


— Muy bien, suerte para todos y espero que tengamos un buen viaje.

Capítulo II

“Parten rumbo a Cuba”


Que suelten amarras...

Por favor Chema, que suelten amarras de popa con cuidado. “Trece de Julio” media
máquina atrás ¡

— Gritó con voz estentórea el práctico de puerto capitán Santiago Núñez Tinajero.
El “María Dolores”, barco que calaba alrededor de 10.30 metros y con una eslora de
220, empezó lentamente a despegarse del muelle fiscal No. 6.

—¡¡ Pancho, suelten cabos de proa también!! ¡¡ “Trece de Julio” todo avante!!

Ya suelto de sus amarras, el elegante buque enfiló rumbo al canal de navegación. La


chimenea escupió una espesa bocanada de humo negro que tiñó de un color amarillento
el soleado día portense.

Las potentes propelas rasgaron y a su vez agitaron cual filosas hojas de un cuchillo las
tranquilas y contaminadas aguas de la bahía aledaña al muelle.

Alcanzados los límites del puerto, el práctico Tinajero se preparó para abandonar la
embarcación, no sin antes desearle buena suerte y un buen viaje a su colega Vallecillo.

El buque tanque parecía un pedazo de tierra flotando en medio de la inmensidad de


aquel océano. Construido en los astilleros del Japón en el año 2005, contaba con los
adelantos de ingeniería marítima más avanzados de la época.

Su navegación la hacía por medio de satélite. Grandes computadoras estaban al tanto de


cualquier detalle o anomalía que interfiriera con el buen funcionamiento de la nave. En
fin, era más fácil encontrar a ésta embarcación en medio del Pacífico, que al Chiquilín
cuando se ponía a dormir en horas de trabajo. Sus salones estaban bellamente decorados
a la usanza mexicana. Todo ello, por requerimiento de su propietario Ventura Cota
Núñez.

Cada camarote, incluso el del tripulante de menor rango, tenía su TV, DVD, equipo
estereofónico y una muñeca inflable, por aquello de las dudas. Podía navegar a una
velocidad constante de 19.5 nudos marítimos por hora. A bordo, una desalinizadora
producía agua suficiente para tres meses de viaje sin recargar.

La comunicación entre barco y tierra, se hacia en instantes, y si además eso fuera poco,
sobre la parte superior del puente de navegación, un helicóptero esperaba para
cualquier emergencia. Estar a bordo de ese barco, era como estar en casa.

El tanque navegante iba a su máxima capacidad de carga. Llevaba en sus inmaculados


tanques 33,000 toneladas métricas de ácido sulfúrico. Su destino era el puerto cubano
de Moa Bay, en el sureste de la isla caribeña.

Los tripulantes, aunque con miedo y desconfianza al principio, una vez despegada su
embarcación del puerto de Guaymas, comenzó a fluir una paz y tranquilidad motivada
por las bromas y desenfado de uno de los miembros más peculiares de todo el singular
grupo: Sergio Pacheco, mejor conocido con el apodo de La Marimacha.

Él era el pistón principal del selecto grupo de marineros. Su carácter jovial lo habían
convertido en el líder de cubierta, claro está, sin quitarle autoridad alguna a Marcos
López Murillo, contramaestre de a bordo.

—¡¡ Marimacha, tú vas a ser el primero que le dé chicharrón el asesino misterioso...!! -–


dijo en afán burlón Manuel Aguilar, alias el Camote, otro de los marineros.
— !! Me gustaría guey..¡¡ — contestó Sergio, y soltó una sonora carcajada.

—Ese compa está loco si cree que nos va asustar. A mí me las pérez prado...—continuó
dicharachero Sergio.

La mayoría celebró lo dicho por el marinero y de cualquier modo, alguna duda quedó
flotando el en aire.

Capítulo III

“Un día tranquilo”


Aparece el primer muerto...

Transcurría aparentemente con calma el sexto día de navegación. El clima era bastante
benigno. Unos blanquecinos cúmulos poblaban el cielo dando formas caprichosas a
dichas nubes. Una de ellas parecía un caballo galopando sobre el cielo azul,
remembrando a uno de los jinetes del Apocalipsis. Otra, una graciosa rana en un salto
gigantesco hacia su propio destino. En fin, todo era cuestión de aplicar la imaginación
decían los miembros de la tripulación del “María Dolores” con ella podemos jugar y
jugar....

Raúl López, “La Coneja” hacía su guardia vespertina, cuando en el pasillo de acceso a
la cubierta B, casi se tropieza y cae sobre un pesado cuerpo. Ahí, sobre su costado
derecho, en posición cúbita dorsal yacía inerte Manuel Aguilar, El Camote.

La yugular le acababa de ser destrozada con una saña inaudita. Bañado en su propia
sangre y con los anteojos sobre el puente inferior de la nariz, Manuel aún respiraba con
pasmosa dificultad, sin embargo, unos segundos después de encontrado, murió en
brazos de su querido compañero Raúl.

—!!!! Nonoooo... ven para acá. Apúrate mataron al Camote....¡¡¡¡—- Clamó Raúl en un
desgarrador grito.

De inmediato, Eleazar Blanco, mejor conocido como El Nono acudió al lugar que le
señalaban. De Carácter demasiado pausado y tranquilo, Eleazar con voz trémula
preguntó...

— ¿¡Qué pasó Raúl, qué le hicieron al Camote....!? —- ¡Que no estás viendo guey, le
partieron la madre.... ¡ Chingado ¡ ya empezó aquel cabrón a cumplir su amenaza...¡

— Debemos avisarle al Capitán – terció en la plática Abraham Amador, cuyo apodo era
El Azteca. Otro de los marineros. —- Sí, démosle aviso al capitán.—- dijo de manera
mecánica Eleazar.

Una hora más tarde, el capitán Daniel Vallecillo estaba interrogando a su gente. —¿
Alguien escuchó o vio algo...?

—- preguntó con acento impaciente.


— No señor —- dijo Raúl —-Yo lo descubrí, pero así como estaba lo deje.

— Hiciste bien, la Policía se encargará de investigar. Estamos a la altura de Lázaro


Cárdenas, Michoacán. Enviaré un aviso por la Radio.

—¡ Pinchi Policía, no sirve para nada, mientras investigan, a los demás nos van a
matar...! — Masculló en tono de enfado Jorge Medina, cocinero del buque.

—Es posible que tengas razón, pero independientemente de lo que se logre, mi deber es
dar parte a las autoridades – Dijo el Capitán.

— ¿ Y mientras tanto, qué hacemos con el cuerpo de Manuel..? – preguntó Fernando


Aguilar, segundo oficial y además piloto del helicóptero.
—¡ Pónganlo en el cuarto frío – acotó el Capitán, -cuando menos no pasará calor.
Enseguida, dirigiéndose todavía al segundo oficial le ordenó...

—¡ Fernando, prepara el helicóptero y vuela a Lázaro Cárdenas ! En el muelle principal,


estará una persona esperándote. Es el comandante C. Borbón, tráelo a la brevedad a
bordo. Ten cuidado, amenaza una pequeña tormenta.

—Sí Capitán, tomaré mis precauciones y regresaré tan pronto como pueda.

—Deberás ubicarnos bien, recuerda que seguiremos navegando.—Le acotó el Capitán.

Capítulo IV

“Llega el comandante Cota”


La Policía a bordo investiga...

Cuatro horas después de partir del buque en movimiento, el helicóptero regresó sin
ninguna novedad. Sobre la base que tenía asignada en el puente, descendió suavemente.

De su interior, surgió la imponente figura del comandante Ventura C. Borbón, policía


traído ex profeso para hacerse cargo de la investigación concerniente a la muerte del
“Camote”.

El Capitán recibió al Comandante y juntos se dirigieron al interior del comedor. Ya


sobre la mesa se encontraban unas sabrosas viandas graciosamente adornadas por
Ramón Orozco Pacheco, alias La Monchi, camarero del mencionado buque.

Sólo les tomó alrededor de una hora para que los platillos artísticamente adornados
desaparecieran en los abultados estómagos de los degustantes comelones.

En la sobremesa, ante la humeante taza de un capuchino y un sabroso pastel de fresas, el


comandante C. Borbón, empezó de inmediato su trabajo y después de un breve
comentario, a quemarropa lanzó un par de preguntas...
— Durante el vuelo fui informado a grandes rasgos de la situación. Desde el recado
amenazador, hasta la muerte del señor Aguilar. ¿Capitán, tiene usted a algún sospechoso
en la mira... ? ¿Quién cree que pueda ser al tal LM...?

—Esperaba ese tipo de interrogatorio – respondió Vallecillo –, pero francamente, no


tengo la menor idea de quien pueda ser el asesino. Lamento la muerte de uno de mis
hombres y esperemos que sea localizado pronto quien la haya hecho. — acotó en tono
compungido el Capitán.

— Esperaré hasta mañana para empezar los interrogatorios, por lo pronto necesito los
pasaportes de los tripulantes y enseguida del nombre, el apodo respectivo...incluyendo
el suyo Capitán. – dijo fríamente el Comandante.

— En cinco minutos los tendrá en su camarote Comandante, personalmente se los


llevaré.

El camarote asignado al comandante C. Borbón estaba situado en la cubierta D. A la


entrada del mismo, una pintura de un tigre acechando a su presa lo recibía. Al final, una
pequeña oficina con todos los accesorios necesarios para cualquier trabajo.

Una amplia cama, perfectamente cubierta con un edredón verde reflejaba la pulcritud
del lugar. A un costado inmediato, sobre un fino escritorio de roble color miel adornado
con una lámpara imitación del siglo XVIII, esperaban ya los pasaportes de cada uno los
miembros de la tripulación.

Una breve ojeada al lugar le bastó al Comandante para darse cuenta de que cuando
menos, dentro de la labor difícil que le esperaba, el confort del lugar aminoraría la
estadía.

De su neceser, sacó cepillo y pasta dentífrica y se encaminó al sanitario. Una vez


cubiertas sus necesidades, se aprestó para meterse en la cama.

Al ir rumbo a su aposento, dirigió una breve mirada sobre el elegante escritorio. Una
pila de pasaportes le esperarían para iniciar sus pesquisas.

—Debo descansar —- caviló — mañana será otro día...y presiento que será bastante
difícil...

Despojándose de sus anteojos, se dispuso a dormir, lográndolo de inmediato.

Capítulo V

“El asesino actúa otra vez”


Dos muertos ya son muchos...

Una brillante luna llena enmarcaba la estrellada noche, dando una luz espectacular que
parecía que era de día. Las olas, empujadas por un ligero viento, se levantaban más de
un metro golpeando el frente y costados del buque, no produciéndole ningún efecto por
lo grande de su tamaño.
Por lado de estribor, una furtiva sombra perseguía a quien en ese momento realizaba su
guardia nocturna.

Sin sospechar siquiera que el asesino estaba a sus espaldas, Rogelio Méndez,
electricista de a bordo, sintió sobre su nuca un golpe seco.

La parte contraria al filo de un hacha se le incrustó en la espalda, muy cerca del


omóplato izquierdo. De inmediato por el golpe asestado, a Rogelio le produjo una
intensa hemorragia.

Al ir cayendo, desesperado metió las manos para protegerse, sin embargo, producto del
encontronazo de su frente cuando chocó contra el cañón de agua, la hemorragia se
intensificó agrandándole y causándole una herida más sobre la sien del lado derecho.

El ensordecedor ruido de las máquinas y bombas operadas en ese momento, ahogaron el


lastimero grito emitido por Rogelio. Poco a poco la vida se le escapó. Y con ello, formó
parte de la lista de los que iban apareciendo muertos durante la navegación.

El Sol asomó tímidamente su haz de luz. La monotonía de las propelas en curso,


rompieron el amanecer con su ruido ronroneante ese día.

Alejandro Moncayo, segundo de máquinas fue a quien le tocó descubrir el cuerpo de


Rogelio. Con un dejo de sorpresa, llamó por radio a su capitán, dándole señas de su
macabro hallazgo.

En su camarote plácidamente dormía y las manecillas del reloj del comandante C.


Borbón, apenas marcaban las 4:50 horas. El timbre insistente del teléfono de su cabina
lo despertó bruscamente y con un poco de enfado, levantó el auricular.

Una vez que se le informó sobre el acontecimiento...

— ¡Que no toquen nada, voy para allá ¡ — dijo el Comandante y colgó la bocina.

— Señor Moncayo, tengo entendido que usted encontró el cuerpo del señor Méndez.
Cualesquier situación rara que haya notado, debe decírmela...¡

Aún con voz temblorosa por la impresión, Alejandro titubeantemente intentó contestar.

—...No co...co...comandante, sólo el hallazgo y de inmediato informé al capitán. Para


mí fue impresionante, de verdad me siento atribulado y confundido...
—Es verdad —- secundó Vallecillo Valadez.

— Muy bien –dijo C. Borbón – quiero a todos dentro del comedor rápidamente...

Media hora después, uno a uno de acuerdo a su jerarquía fue requerido para presentarse
ante el Comandante. El primero en comparecer fue el capitán Vallecillo.

— Como está enterado Comandante, soy el capitán. Mi nombre ya lo sabe, apodo no


tengo y estoy a sus órdenes.
— Usted capitán será el último a quien entreviste...dejémoslo así – dijo C. Borbón.

Capítulo VI

“Los sospechosos”
Todos frente al comandante...

Con el objeto de facilitar las cosas, Ventura C. Borbón hizo una lista aparte con ciertos
arreglos a la misma. En ella puso a quienes formaban parte de la tripulación y con ello,
aunque no fueran sospechosos, estarían dentro del contexto de investigación.

Aunque al parecer uno solo era el culpable de cometer los asesinatos, la inquietud y la
zozobra marcaban los rostros de todos y cada uno de ellos, porque además, la decepción
de saber que entre ellos, que eran como una familia por tener tanto tiempo de contacto,
estaba el asesino, no dejaban de sentir curiosidad por esa razón tan incluyente y mortal.

— Dentro de la lista, el asesino debe de estar. –Pensó el Comandante – Sin embargo


pudiera ser un polizón y que naturalmente no lo encontraré en ella. El asesino quiere
que tome como sospechosos a 4 de ellos; que podrían ser todos los LM’s: La
Marimacha, la Morticia, La Monchi, e inclusive López Murillo, que no es apodo, pero
en sus apellidos lleva la tal LM...—Continuó cavilando C. Borbón. —

Eso me da una lista de 5, más un sexto que podría ser alguien ajeno a ellos pero que
quiere confundirnos basados en las LM´s.

—- ¡Vaya que está bastante complicada la situación! – Dijo en un soliloquio el


comandante.

El atardecer caía ya sobre ese octavo día de viaje. El mar se mostraba tranquilo. Por
lado de babor, un grupo de 15 a 20 delfines acompañaban a la embarcación.

El océano azul se fundía con la bóveda celeste en el horizonte dando una apariencia de
telón mágico del edén que junto a la suave brisa de ese día, semejaban una tranquilidad
que muy lejos estaba en la realidad. Era como un refugio para esconderse junto a las
odiseas marinas. Un delgado hilo sostenía la diferencia entre la cordura y la locura. La
desesperación mermaba la fortaleza de cada uno de ellos.

— Por órdenes del comandante C. Borbón, a partir de este momento, las guardias
deberán hacerse en parejas. Vayan a donde vayan, siempre será uno junto al
otro...espalda con espalda, — ¿Comprendido...?

—preguntó Daniel Vallecillo.

La pareja formada por Abraham Amador y Gabriel Lugo estaban por el lado de proa. El
Sol hacía tres horas se había ocultado. La noche era tranquila, sin novedad, sin embargo
pronto cambiaría esa percepción.
— Traigo ganas de ir a zurrar, al reparto de utilidades, ¿Gustas Lugo...? – Dijo
Abraham.

— Que te haga buen provecho, yo paso. Ahí sí deberás ir solo...cuídate – Acotó Gabriel.
Puja que puja estaba Abraham en el baño, en aberrante pelea por despojarse de sus
desechos íntimos cuando la puerta se cerró de un golpe.

— ¿Eres tú, Lugo...? –Interrogó Abraham. Un pesado silencio le contestó.

—¡¡ Ah ya sé, me quieres asustar...ya sal cabrón..!!—exigió el Azteca Amador. Aún no


había terminado la frase del todo, cuando de la parte superior del sanitario un extintor
golpeó fuertemente su humanidad. Abraham sucumbió hacia el frente.

Una vez que lo tuvo a su modo, el asesino terminó su obra. Con un bolillo de acero
maceró sin misericordia una centena de veces el rostro de su víctima.

La masa encefálica rápidamente cubrió la taza del baño. Con rostro desfigurado por la
tremenda golpiza, terminó la existencia del pobre de Abraham.

— ¡ Ya salte guey, córtale...—Se escuchó la voz de Lugo. El asesino al oírla, rápido se


refugió en el fondo del baño. Y allí permaneció agazapado durante un buen momento.

— ¡¡ Apúrate Abraham, acuérdate del matón... — ¡¡ En la madre..!! – Exclamó Lugo al


ver el cuerpo lacerado de Abraham y cuando terminó su exclamación cayó desmayado.

Fue hasta el día siguiente cuando ambos fueron encontrados. Lugo aún yacía
desmayado. Fue tanta la impresión de ver a su compañero muerto, que quedó idiota.

—Ya van tres víctimas, sin contar al pobre idiota de Lugo. – caviló el Comandante –

Una solución sería poner bajo custodia a todos, pero eso atenta contra sus
derechos...creo que debo esperar a que el asesino cometa un error. – Pensó C. Borbón.

Capítulo VII

“Llegan a Panamá”
Ya eran tres los muertos y un idiota

Por lo lejos se divisaba las luces del puerto panameño de Balboa. Puerta de entrada por
el Pacífico al Canal de Panamá. Un inmenso arco iluminado que pertenece al Puente de
las Américas engalanaba la entrada a la ciudad. 6 ó 7 embarcaciones esperaban el
convoy para hacer el cruce hacia el Atlántico.

Sólo barcos con una eslora máxima de 250 metros podían atravesar el Canal. Esa
medida era el límite. Los grandes súper tanques u otro tipo de embarcación mayor a esa
eslora tendrían que hacer el cruce por el extremo de América del Norte o del Sur.

El buque tanque “María Dolores” se enfiló rumbo al Canal. Un potente remolcador ya


esperaba a la nave. Las amarras fueron lanzadas, y una vez asegurada, entró a la primera
esclusa. 197 millones de litros de agua del océano irrumpieron salvajemente sobre la de
Mira Flores.

En cuestión de minutos, la esclusa ya llena, sirvió para que se desplazara lentamente el


“María Dolores”. Una y otra vez se repitió la maniobra de llenar y desalojar el agua de
cada esclusa. Quince horas después de ir navegando sobre el Canal, apareció al Lago
Gatún. Su forma es semejante a una culebra por esa razón también lo llaman Corte
Culebra.

El Canal de Panamá fue inaugurado el 15 de agosto de 1914 con el tránsito del buque
vapor “Ancon”. El 31 de diciembre de 1999, pasó a ser administrado por el Gobierno
panameño, en cumplimiento al acuerdo Carter-Torrijos. Presidentes respectivos de EUA
y Panamá.

Diez horas más tarde, se dejó ver el puerto de Cristóbal, en el extremo final del Canal.
Eso anunciaba la entrada al océano Atlántico.

Cabe hacer mención que durante el cruce del histórico Canal no sucedió ningún
incidente de consideración.

El cuarto frío del buque, ya guardaba tres cuerpos en su interior: Manuel Aguilar,
Rogelio Méndez y el de Abraham Amador.

También una mente desvariada aguardaba en un camarote: la de Lugo, que de la


impresión de mirar a su amigo Abraham muerto; quedó idiota.

Capítulo VIII

“La tormenta acecha”


Casi se descubre al asesino...
Un ensordecedor ruido producido por la caída de un potente rayo sobre el pararrayos del
buque sobresaltó a Eleazar. La tormenta tropical “Sandra” amenazaba con convertirse
en huracán. En esa zona del Caribe era muy común ese tipo de tormentas.

El buque se bamboleaba de un lugar a otro. Las fuertes e inmensas olas de 12 metros


cruzaban de lado a lado la embarcación. Eleazar, en esos momentos se encontraba en el
manifold del buque y agarrado con uñas y dientes, esperaba que amainara un poco el
temporal. Buscó refugio en un andén y ahí permaneció agazapado.

Dos metros detrás de él, un cable con potente corriente de 440 voltios dirigido por una
mano asesina, se aproximaba lentamente a la futura víctima.

—!!! No puede ser, ¿Eres tú el asesino ... Noooo....¡¡¡ —Gritó Eleazar.

La parte superior del cable se introdujo en su boca y una descarga de cientos de voltios
recorrió el frágil cuerpo de Nono. Pero Eleazar, con una voluntad grande de vivir,
empezó a forcejear con el maleante.
En el puente de navegación, el comandante C. Borbón y el capitán Vallecillo se
encontraban platicando, cuando C. Borbón divisó las sombreas que forcejeaban. Con
rapidez abandonó el puente e hizo un par de disparos al aire.

El asesino, levantó la mirada y la dirigió hacia donde provenían dichas detonaciones. De


inmediato tomó un objeto filoso y cortó de tajo las dos manos a Nono y salió huyendo.
Las sombras de la noche y el fragor de la tormenta, fueron sus cómplices y pronto
desapareció dentro de la casetería.

—¡¡ Rápido, aún puede estar con vida, ayúdenlo...!! -Dijo el comandante.

Efectivamente, Eleazar fue rescatado vivo, pero a pesar de que había visto al asesino,
jamás podría decirlo, ya que su lengua estaba completamente quemada y sus
extremidades superiores le habían sido cercenadas.

—¡¡ Fernando, prepara el helicóptero, debemos llevar al Nono para que reciba atención
médica!! —Apuró Daniel Vallecillo.

Una vez a bordo del helicóptero, ya preparado Fernando con su herido compañero
Eleazar, despegó con dificultad por lo fuerte del viento.

A pesar de ser un piloto experimentado, Fernando sabía que tendría que hacer hasta lo
imposible por llegar a puerto seguro y rápido.

El rotor y la hélice giraron con espectacular fuerza. Poco a poco, tomó altura.
Cincuenta metros llevaba de elevación, cuando un viento cruzado lanzó contra babor al
frágil helicóptero. Fernando a pesar del esfuerzo, nada pudo hacer, y la estrellada fue
inevitable.

Un manojo de hierros retorcidos anunciaba la suerte de sus tripulantes. Aunado a ello,


producto del encontronazo, una gran llama azul empezó a consumir los restos del
helicóptero y con él, a sus ocupantes: Fernando y Eleazar.

La cortina de uno de los camarotes se cerró discretamente. Unos ojos furtivos fueron
testigos del cruento final de dos más de los tripulantes del “María Dolores” y sobre la
comisura de sus labios, una leve sonrisa se dejo ver. Era el asesino que había observado
todo y ello le ahorraba trabajo para sus futuras víctimas, además que quedaba a salvo su
identidad.

—No puede ser, hasta la naturaleza está en contra de nosotros. —Comentó Daniel
Vallecillo, y calló de nuevo.

Capítulo IX

“Por fin cae el asesino”


Ya iban cinco muertos…

Cinco muertes hasta ese momento eran muchas, y los miembros de la tripulación
desesperados como estaban, presionaron al comandante.
— Creemos que ya es hora de que encuentre al asesino – Exigió Sergio Pacheco

– Ya basta de tanta muerte, no queremos que nadie más muera...

Serenamente el comandante C. Borbón les contestó

—No es por falta de voluntad el que aún no sepa el nombre del asesino, pero será
cuestión de minutos para conocerlo.

Vayamos al interior, ahí les diré quién creo que es el asesino...

Una vez todos dentro del buque, el comandante C. Borbón los condujo al comedor.

Todos de pie y formando una valla, con la expectación en el rostro, la interrogación fue
unánime...casi gritando el cuestionamiento le increparon a C. Borbón...
—¡¡ Esperamos la respuesta comandante ¿quién es...? Unos a otros se miraban con
verdadera duda y expectación.

—Sé quien es el asesino.. – Dijo Ventura, y continuó —. Cuando forcejeaba con


Eleazar, un rayo iluminó su cara.—Dijo en tono sombrío C. Borbón. – y pude verlo
claramente...

De un salto Ramón Orosco Pacheco tomó del cuello a Cruz Gil y con un cuchillo
cebollero, amenazó con degollarlo si intentaban detenerlo...

—¡¡ Maldito policía, tenías que venir a regarla... pero de nada servirá por que huiré de
aquí...!! Masculló Ramón Pacheco, alias La Monchi.

— ¿Cómo supiste que era yo el asesino...? Preguntó Ramón.

– Eso que dices de que pudiste verme e identificarme, no es cierto, con tamaños lentes
de fondo de botella, ni que fueras Superman para tener vista de rayos X...estaba muy
lejos...insistió La Monchi...

—Tienes razón, jamás pude verte y en realidad no sabía quien era esa sombra que sólo
alcancé a divisar cuando forcejeaban; pero usando la táctica de Frens; la cual consiste en
lanzar una acusación al azar, al aire, de hecho en concreto para nadie, sin pruebas, y ya
ves, dio resultado. Tu testarudez, sumado a tu estupidez se conjuntó para que tú solo te
delataras... Eres un pobre hombre Ramón.

— ¡¡ Jamás me atraparán...!!

En ese momento, una fuerte ola, sacudió al buque e hizo que los presentes perdieran el
equilibrio. Acción que fue aprovechada por el comandante y en un dos por tres, sometió
a Ramón.

Ya esposado y con la frente perlada en sudor por el miedo, Ramón observó a todos. El
comandante le increpó
— ¿Por qué lo hiciste Ramón...? Bajó su mirada y empezó a hablar.

—Todos a bordo —- comenzó – me trataban con desprecio. Decían que era un tonto.
Que mi trabajo no servía para nada. Siempre desde niño, sufrí el desprecio de mis
padres, de mis amigos, de todos los que me rodeaban.

Eso me fue forjando un complejo de inferioridad y al transcurrir de los años la


estimación y confianza, mi autoestima, decreció. – continuó ya con ojos húmedos por
las lágrimas.

—Pensé que matando a aquellos que me insultaban lograría satisfacer mi venganza y no


sería nunca más el tonto, el pendejo el hazmerreír de todos...ya ven –- continuó
hablando Ramón – hasta para firmar el recado fui tonto, lo firmé con las iniciales de mi
apodo; pero como éramos tantos LM´s creí que sería difícil dar conmigo..— Así
terminó su triste elocución Ramón Orozco Pacheco alias LM.

Los murmullos de sus compañeros se acallaron, y sobre ellos cayó un complejo de


culpa. Sin querer habían dado vida a un asesino y éste también era una víctima más.

Ventura, el comandante de policía, tomó del hombro a Ramón y lentamente lo condujo


hacia una cabina donde sería confinado hasta llegar al puerto siguiente para que
cumpliera con la sociedad la deuda de sus asesinatos.

Capítulo X

“Entregan su carga”
La esperanza renace en el regreso...

Habían pasado catorce días de navegación. El Sol asomaba tímidamente su luz y con él
empezaba una nueva esperanza.

El buque tanque “María Dolores” pausadamente se acercaba con su carga al puerto de


Moa Bay, en Cuba. A lo lejos, unas débiles luces anunciaban la cercanía del remolcador
que venía a asistir al buque tanque.

Dentro del puente de navegación, el capitán Vallecillo y el comandante Ventura C.


Borbón, disfrutaban de un humeante café. Charlaban sobre los funestos acontecimientos
y recordaban con dolor a las víctimas.

El buque tanque “María Dolores” llegó al puerto cubano de Moa Bay con la carga
completa, no así con cinco de sus tripulantes quienes a pesar de la advertencia de
muerte, heroicamente abordaron el buque para cumplir con su trabajo y
desgraciadamente también con su destino.

Desde ese momento, una vez que todo quedó resuelto, pero aún con la tristeza en los
rostros, los demás miembros de la tripulación dejaron de navegar hacia la muerte, para
hacerlo rumbo a la esperanza.
¡¡ Comandante!! – Expresó Daniel Vallecillo – ¿Cuáles son sus planes para regresar a
México...? Si gusta puedo llevarlo de regreso en mi barco.

— Bueno me gustaría capitán, pero ya fue suficiente para mí. Mejor en caso de que se le
ofrezca de nuevo, llámeme...

— ¡¡ Ni lo mande Dios...!!

Ambos soltaron unas sonoras carcajadas y un fuerte apretón de manos fue el símbolo de
¿su despedida....?

FIN

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