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Silvia Ratto (1998)

¿FINANZAS PÚBLICAS O NEGOCIOS PRIVADOS? EL SISTEMA DE RACIONAMIENTO DEL NEGOCIO


PACÍFICO DE INDIOS EN LA ÉPOCA DE ROSAS

Introducción
En el libro Juan Manuel de Rosas de John Lynch, se describe la estructura social en la campaña bonaerense como dominada por la
relación paternalista entre patrones y peones en donde la estancia era a la vez “santuario y prisión” para los trabajadores. Con la llegada al
gobierno de Rosas lo que se produce, siguiendo a Lynch, es la proyección a nivel provincial de este esquema de dependencia. Desde hace
pocos años esta visión sobre el significado del caudillismo se ha modificado considerablemente. Así, se plantea que los regímenes de
caudillos deben vincularse con la existencia de tendencias autonómicas en las provincias a partir de 1820 y a los intentos por formar
instancias estatales dentro de sus jurisdicciones. En este sentido la experiencia de Buenos Aires adquiere características particulares. La
relativa densidad de las prácticas políticas inauguradas durante la “feliz experiencia” rivadaviana llevaría a que durante el período rosista
se mantuvieran gran parte de éstas con el objeto de dotar de legalidad y legitimidad al régimen. A pesar de los avances que se han
realizado sobre el período rosista quedan aún varios aspectos que merecen ser objeto de una profunda revisión. Uno de ellos es el manejo
de las finanzas públicas, tema que se vincula a la problemática más general sobre la relación clientelística implementada por el caudillo. En
este sentido se ubican los trabajos más tradicionales que han intentado caracterizar al régimen rosista como representante de intereses
económicos de sectores particulares: terratenientes, saladeristas o grandes comerciantes. Aún en estudios más recientes se puede encontrar,
matizada, esta noción sobre la relación clientelística organizada en torno al caudillo. El propósito del trabajo es analizar de qué manera el
Estado hizo frente a los gastos derivados de su política indígena que se conoció en la época con el “negocio pacífico de indios”. El mismo
consistió en el asentamiento de tribus amigas sobre la línea de frontera con el objetivo de que sirvieran de barrera de contención ante el
ataque de grupos hostiles. Esta función de defensa era retribuida mediante la entrega de raciones alimenticias. A través del análisis de los
libros contables de la Tesorería de la provincia de Buenos Aires se busca determinar la política de financiamiento implementada por el
gobierno en el “negocio pacífico” señalando de donde obtenía el Estado los recursos para sostener los gastos, quiénes eran los proveedores
de las raciones y cuál su vínculo con el gobierno provincial. El análisis de esta documentación permite sostener que durante el período
rosista se produjeron modificaciones en las formas en que el gobierno hizo frente a las erogaciones de su política indígena.

El negocio pacífico de indios


La política indígena se caracterizó por la conjunción de una acción negociadora tendiente a la captación de algunas parcialidades y otra de
guerra ofensiva hacia aquellas que no aceptaran las condiciones de paz. El “negocio pacífico de indios” experimentó variaciones a lo largo
del período: una primera etapa abarcaría el primer gobierno de Rosas (1829-1832) y constituye un período de prueba o de
experimentación. En esta etapa las tribus amigas se alojaron en estancias del interior de la provincia donde eran asistidas económicamente
por los hacendados. Un segundo momento se situó a continuación extendiéndose hasta fines de 1839, cuando los ataques al gobierno
rosista pusieron en peligro la continuidad del régimen. Durante el mismo las tribus amigas fueron asentadas en la frontera, a inmediaciones
de algún fuerte, debiendo aportar milicias auxiliares cuando fuesen requeridas. El último período abarcaría el lapso entre 1840 y 1852
cuando, como consecuencia de los ataques al régimen ya mencionados, se produjo una extrema “militarización” de la sociedad a la que no
escaparon las tribus amigas: varios grupos fueron reubicados, abandonando sus puestos de frontera y pasando a formar parte del ejército
rosista.

Evolución contable del negocio pacífico


Si bien el sistema comenzó a implementarse con la llegada al gobierno de Rosas en 1829, los gastos insumidos por el negocio pacífico en
ese momento fueron muy pequeños. Desde 1832, y en concordancia con la mayor disponibilidad de recursos puede percibirse en el registro
contable la creciente importancia política que fue adquiriendo el negocio pacífico. Se pasó así de montos exiguos y de un registro de gastos
sumamente desordenado a la creación de una partida propia que fue incrementándose paulatinamente. Planteada la necesidad de contar con
un sistema periódico y formal de provisión, existió un primer intento de organización en 1832, con la creación de la Caja del Negocio
Pacífico, partida perteneciente al Departamento de Guerra que debía contener los gastos relacionados con la política indígena del gobierno.
De todas maneras, la Caja no concentró todas las erogaciones del negocio pacífico, ya que, paralelamente a su creación, comenzó la
práctica de realizar compras de artículos a través del Ministerio de Hacienda, los que eran depositados en la Comandancia del Parque de
Artillería y de allí retirados posteriormente para racionar a las tribus amigas. Recién en 1833 se creó dentro del Departamento de Gobierno
una partida presupuestaria denominada Negocio Pacífico de Indios que englobó todos los gastos de la política indígena y se mantuvo hasta
la caída de Rosas.

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Los proveedores del negocio pacífico
Al analizar este rubro presupuestario lo primero que se observa es la extrema fluctuación de los gastos tanto en la composición como en el
total desembolsado anualmente. La causa de estas modificaciones debe buscarse en una característica inherente al negocio pacífico, como
es la extrema inestabilidad de los contingentes de indios amigos que participaban de este sistema. La estructura política de las tribus
existentes en la pampa durante el período se caracterizaba por tener jefaturas débiles. Esto llevaba a que los pactos concertados por un
cacique con las autoridades criollas no fueran aceptados por la totalidad de los indígenas a su cargo produciéndose conflictos intertribales
que podían derivar en cruentas sublevaciones. Estos movimientos llevaron a que durante el período analizado se registraran constantes
alzas y bajas de grupos indígenas que percibían las raciones del gobierno. Otro factor que incidía en la modificación de la partida
presupuestaria era que, en determinados momentos, agrupaciones indígenas transcordilleranas arribaban a la frontera bonaerense en
calidad de misiones diplomáticas. Éstas esperaban entrevistarse con las autoridades provinciales para acercarles alguna información y, en
contrapartida, recibir los obsequios de rigor. Estos presentes eran entregados en los fuertes de frontera y significaban un incremento no
previsto de los gastos del erario.

Inicio del sistema (1830-1833)


Para Rosas el éxito de una política pacífica dependía de la disponibilidad de recursos para obsequiar a los indígenas. En esta etapa el
gobierno mantenía relaciones con dos categorías de tribus, tribus amigas y tribus aliadas. Las primeras, habían aceptado establecerse en
forma permanente en estancias ubicadas en el interior de la campaña. Las segundas mantenían su hábitat en las pampas cumpliendo un
servicio de “espionaje” informando sobre los movimientos de las tribus hostiles. De ahí que, hasta fines de 1832 –cuando las tribus amigas
fueron relocalizadas en la frontera y comenzaron a percibir raciones del gobierno- la mayor parte de los gastos provenientes del negocio
pacífico se redujeron a los obsequios realizados en los fuertes de campaña en ocasión de la llegada de partidas indígenas para comerciar o
parlamentar con las autoridades. Las sumas gastadas en obsequiar a los indios reflejan la precariedad de las relaciones con éstos ya que
frecuentemente se realizaban inversiones que excedían las previsiones del gobierno. Este tipo de racionamiento fue efectivo hasta la
instalación de las tribus amigas en la zona de la frontera, momento a partir del cual el comercio se constituyó en una práctica cotidiana que
no implicaba la movilización ni el hospedaje de partidas en los fuertes. Con el asentamiento de grupos indígenas en la frontera un nuevo
rubro se agregó a los gastos del negocio pacífico: el ganado. Todas las tribus recibían mensualmente una remesa de ganado yeguarizo.
Durante este período existen dos mecanismos de provisión de ganado. En 1832 el único grupo que recibía ganado por cuenta del Estado
era la tribu borogana situada en Guaminí. Las yeguas destinadas a estos indios provenían de compras “compulsivas” a los vecinos de la
Guardia de Luján, Villa de Luján, Fortín de Areco y San Andrés de Giles. El resto del monto pagado por la compra de ganado fue captado
por el otro mecanismo de provisión que tendía a concentrar en una sola persona el aprovisionamiento de yeguarizos para cada toldería.

Período “clásico” del negocio pacífico: el apogeo de los proveedores (1834-1839)


Instaladas las tribus sobre la línea de frontera se produciría el primer reacomodamiento en la composición de gastos que se mantuvo en
términos generales hasta inicios de la década de 1840. En los primeros años del período los mayores gastos procedían de la Caja del
negocio pacífico que tenía a su cargo la entrega de obsequiosa caciques y otras jerarquías indígenas. En efecto, entre marzo de 1833 y
fines de 1834 tuvo lugar la expedición al sur llevada a cabo por Rosas con la ayuda de contingentes indios, los que debieron ser agasajados
y obsequiados al inicio y a la finalización de la misma por los servicios prestados. La provisión de artículos de consumo requirió, en este
período, la contratación con un proveedor que debía entregar la mercadería en los almacenes del parque de Artillería donde se mantenían
en depósito hasta que fueran distribuidos a los indígenas. La entrega regular de vicios no era homogénea. La mayoría de las tribus no los
recibía periódicamente, y solamente a los grupos asentados en Tapalqué se les enviaban raciones bimestrales. Además de las cantidades
entregadas por la tribu en su conjunto se enviaban “vicios” en forma personalizada a los caciques y capitanejos. Otro rubro de importancia
dentro de los bienes entregados a los indios eran las prendas de vestir. Se hacía especial hincapié en el tipo y calidad de la prenda a
entregar según se tratara de un cacique, capitanejo o indio de pelea.
El abastecimiento de estos rubros fue monopolizado en todo el período por Simón Pereira, importante contratista del Estado que también
procuraba artículos de consumo y vestuario para las tropas provinciales. No obstante, existía por parte del gobierno un control de los
precios ofertados por los artículos de consumo y vestuario. Con respecto a la compra de ganado yeguarizo, a partir de 1833 se fue
estructurando un nuevo sistema de provisión que se consolidó en 1836 con la existencia de cuatro proveedores que acapararon más del 90
% del dinero invertido. Ellos fueron Gervasio Rosas, Gerónimo Olazábal, Vicente González y Manuel Guerrico. El caso de González
como proveedor del gobierno refleja claramente una situación de privilegio: beneficiado durante los gobiernos de Rosas, perdió esa
posición cuando Balcarce fue gobernador y se aceleró el enfrentamiento entre ambos. Así, es posible relacionar las modificaciones que se
produjeron en las condiciones de pago a los suministros comprados por González entre los años 1833 a 1835 con las tensiones crecientes
entre Rosas y el gobernador Balcarce. La cancelación de deudas del Estado en moneda corriente se redujo a un período bastante limitado

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ya que a partir de 1837 el gobierno implementó con mayor generalidad el pago de sus acreedores con títulos de deuda debido a dificultades
financieras. Parece razonable suponer que el beneficio que obtuvieron ciertos personajes cercanos al régimen como proveedores del Estado
y que derivó tanto de la fijación de precios abultados como de favoritismos en las formas de pago, se limitó a un corto período. Cuando los
problemas financieros del Estado se hicieron evidentes, esa política fue reemplazada por otra en donde es posible advertir una búsqueda
por garantizar la eficiencia en los gastos del Estado a través de un estricto control de precios.

El régimen en peligro. La confiscación de los bienes de los unitarios y el control de los proveedores
A fines de 1839 comienza una nueva etapa que se prolonga hasta mediados de la década siguiente. El período de extrema conflictividad
que se produjo a partir de 1839, a raíz de las diversas expresiones de repudio al régimen como la conspiración de Maza, la revolución de
los Libres del Sur y la expedición de Lavalle; llevó al gobierno a extremar las medidas de seguridad. En este proceso fueron involucradas
las tribus amigas, que pasaron a revistar en forma permanente como divisiones militares. Otra causa de la modificación en la estructura de
gastos estuvo dada por el ingreso de la tribu de Calfucurá al sistema. La estructura de gastos se simplificó concentrándose la mayor parte
de los gastos en la compra de ganado y artículos de consumo. La Caja del negocio pacífico se limitó a consignar el pago de los sueldos
militares asignados a las divisiones de indios amigos. La desaparición del rubro a partir de 1847 se debió a que desde esa fecha los sueldos
de las partidas indígenas fueron contabilizados dentro de la partida de Eventuales del Departamento de Guerra. Con respecto al ganado un
hecho de importancia fue la desaparición de los principales proveedores del período anterior por distintas causas. La estructura de compras
fue aplicada hasta agosto de 1844 cuando, a raíz de una resolución superior se prohibió la remisión de yeguas “por haber cesado el
gobierno de todo punto en estas compras”. A partir de entonces el abasto fue cubierto por las confiscaciones a las haciendas de unitarios.
El ganado debía ser obtenido de las estancias embargadas a los unitarios y, de no alanzar dicho ganado, con compras realizadas a los
vecinos del partido por un valor de 10 pesos por cabeza. Para agilizar las operaciones, a partir de 1848 el gobierno designó a Máximo
Terrero comisionado para la compra de yeguas. Terrero recibía 200.000 pesos anuales para realizar las operaciones, debiendo rendir cuenta
de los gastos dos veces al año, en mayo y octubre. El dinero, a su vez, era entregado a los jueces de paz encargados de la recolección del
ganado. Estas rendiciones muestran que no existían productores que monopolizaran el abasto sino que, por el contrario, las yeguas eran
adquiridas de un universo bastante amplio de personas pertenecientes a los diferentes partidos manteniéndose el precio de 10 pesos por
cabeza. Los montos correspondientes a artículos de consumo sufrieron un incremento asombros debido a la repetición del esquema anterior
de hospedaje y obsequios de partidas indígenas. Esta vez el centro de atención fue el fuerte de Bahía Blanca y los protagonistas indígenas
Calfucurá y otros caciques chilenos. Al igual que con el ganado, el gobierno comenzó a realizar un control cada vez más estricto de las
cuentas presentadas a la Contaduría para su cobro que afectaron tanto a los principales proveedores como a los negociantes de Bahía
Blanca. Que reclamaban el pago de los gastos invertidos en el hospedaje de las partidas chilenas.
Cabe preguntarse si esta política indígena sustentada en la entrega de raciones fue un recurso “económico” para la defensa de la frontera. Y
por otro lado, si fue eficaz en el cumplimiento de esta tarea. Para contestar el primer interrogante es necesario referirse a la relación
existente entre la población indígena asentada en los alrededores de los fuertes de frontera y la dotación militar afectada a los mismos. Al
lado de una pequeña fuerza militar blanca existía una importante población indígena sobre cuyas milicias descansó en gran medida la
defensa de la frontera. Las ventajas económicas de utilizar a los indios amigos en esta tarea eran muy grandes ya que mientras el mayor
gasto de las tribus eran las raciones yeguarizas, el mantenimiento de los fuertes de frontera incluía el pago de sueldos a los efectivos
militares y personal civil afectado al funcionamiento de la guarnición, raciones de carne y vicios, vestuarios y armamento. Si se dirige la
atención a las crónicas militares que reseñan los enfrentamientos producidos en las provincias, se constata que, con excepción de los
ataques indígenas perpetrados contra el fuerte de Bahía Blanca a mediados de 1836 y sobre la región de Azul-Tapalqué a comienzos del
año siguiente, no se registraron malones de envergadura en el resto del período rosista. De todos modos, la ayuda militar de los indios
amigos no se limitó en los hechos a la defensa de la frontera sino que también fueron utilizados como milicias auxiliares para
enfrentamientos políticos del régimen, situación que será más frecuente a partir del levantamiento de los Libres del Sur de 1839.

Conclusiones
La implementación del negocio pacífico significó, en principio, la desvinculación de los pobladores de la campaña en el sostenimiento de
la frontera, tarea que habían cumplido intermitentemente hasta ese momento. Pero, por otra parte, este sistema les abrió nuevas
posibilidades de lucro a través de su ingreso como proveedores tanto de ganado como de otro tipo de artículos. El período no es
homogéneo en cuanto a los mecanismos de provisión implementados hacia las tribus amigas, sino que, por el contrario, se evidencian
claramente tres etapas diferentes en donde la explicación de estas modificaciones no debe buscarse solamente en el contexto político sino
también en la situación financiera de la provincia. Es decir, el manejo financiero del negocio pacífico no es unilineal ni puede subsumirse
en la tesis del clientelismo. Por el contrario, junto a mecanismos clásicos del caudillismo como el favoritismo hacia personajes cercanos al
régimen, las confiscaciones a enemigos políticos y las ventas forzosas, se advierte en los momentos de dificultades financieras de la
provincia, un estricto control de precios.

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[Silvia Ratto, “¿Finanzas públicas o negocios privados? El sistema de racionamiento del negocio pacífico de indios en la época de
Rosas”, en Noemí Goldman – Ricardo Salvatore (compiladores), Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema,
Buenos Aires, Eudeba, 2005 (1998), pp. 241-265.]

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