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Drogas y crimen: un viaje de Estado

Stregga
stregga81@gmail.com
Algunos antecedentes

Hace ya cerca de 150 años que, al atreverse a caracterizar al sistema capitalista, Carlos
Marx señaló que el capital nació chorreando sangre y lodo, y el mejor ejemplo de esto
estaba en las colonias y la forma en que fueron saqueadas institucionalmente por parte de
las metrópolis. Pero no se piense que Marx al hablar de la acumulación originaria de
capital se refería a una situación singular que ya no se repetiría. Por el contrario, hablaba
de una situación inherente al capitalismo, por lo que el robo y la violencia son parte del
mismo. Claro que puede ser un robo refinado y de cuello blanco, que pretende parecer
menos grave cuando se le tilda de fraude o, inclusive, sólo se le llama privatización;
generalmente actos propiciados por el Estado.

La más sagrada de las funciones del Estado en la sociedad capitalista es el


propiciar la acumulación de capital; a la vez la raíz de su mayor contradicción al tratar de
conciliar este objetivo con su legitimación a través de sus obligaciones sociales, éstas
más marcadas en el Estado mexicano posrevolucionario del siglo XX, por su notable
origen popular (Basañez, 1988). Desde el enriquecimiento de los generales
revolucionarios hijos del movimiento constitucionalista, hasta la incubación de uno de los
hombres más ricos del planeta, ese Estado mexicano hubo procurado una acumulación
originaria de capital sustentada en fraudes y compadrazgos que para nada fueron
carentes de violencia, pues basta ver la cantidad de personas que sufrieron las
consecuencias, tanto de la Revolución en la que dieron la vida para luego quedar
desprovistas de cualquiera de las metas de justicia que buscaban en la Revolución, hasta
aquellas que pagaron con la vida las crisis del 82 y 95.

En 1982 comenzaba el desmantelamiento de la hegemonía que había detentado el


sector público mexicano por más de 40 años, sobre todo como consecuencia del
movimiento estudiantil-popular de 1968 y por la crisis energética de mediados de los
setenta. El bastón de la hegemonía lejos de pasar a las masas populares pasó a los
intereses privados. Esta situación se ha repetido a lo largo de la historia de México
(Pipitone, 1994), el liberalismo económico rompía de nuevo con la intención de poner en
marcha un proyecto nacional, siempre dirigido por el Estado; las consecuencias de las
formulas del fénix liberal han sido nefastas para la nación en estos casi 200 años.

A finales de los años ochenta lo que quedaba del PRI-gobierno no era más que
una pantalla y su proyecto nacional-desarrollista quedaba para los libros de historia, las
películas de Pedro Infante y las leyendas de terror del Grupo Monterrey. Con el
desmantelamiento de las empresas paraestatales en beneficio de particulares nacionales
y extranjeros, así como las contra reformas que rompían de tajo con el espíritu de 1917, el
sexenio salinista marcaba la ruina del priismo (pre)histórico, pero desafortunadamente
también el del Estado mexicano con consecuencias tan negativas que hasta la fecha
levantan los suspiros de muchos, llevándonos al grado de que la izquierda ha levantado la
bandera de algo mucho muy parecido al echeverrismo.

La llegada del PAN al gobierno en el año 2000 era el tardío corolario de la crónica
de una muerta anunciada, todos aquellos empresarios que habían nacido y/o crecido a la
sombra del viejo aparato estatal ahora declaraban de manera terminante su autonomía y
para ello era necesario poner a un gerente en el gobierno, sin importar su incompetencia
en todos los ámbitos, siempre y cuando cuidará de sus negocios, llevando consigo una
débil legitimidad, expresión de lo mejor de la hegemonía que buscaba detentar el sector
privado desde los setenta, bochos y changarros para todos (chiquillos y chiquillas). Pero
el libre mercado cuesta demasiado para la mayoría y beneficia sólo a unos pocos.

El narco ante el Estado mexicano

De vuelta al punto que se esbozaba al inicio, el crimen (en sus distintas formas) ha jugado
un papel importante en la conformación del Estado, en el caso particular del priista, desde
ex-presidentes, secretarios de estado, diputados, senadores y más de un gobernador,
transitaron con facilidad al sector privado como empresarios “exitosos”. Dejando a su
paso un grupo de favorecidos, en el que recibía dadivas hasta el menor de los contratistas
o jefe de obra; era parte de la hegemonía priista, pero además construyó una cultura de la
transa que ha tocado a una parte importante de la población mexicana.

El caso del narcotráfico se inserta en este contexto, durante la segunda guerra


mundial, EEUU recurrió a México para cubrir las necesidades de paliativos para sus
soldados, Sinaloa iniciaba su celebre vocación agrícola con la amapola. De nuevo el
“ilícito” contribuía a originar acumulación de capital, cosa que no podía escapar a la
actividad del Estado mexicano, sobre todo en sus representantes regionales y locales.
Grandes fortunas se empezaban a consolidar gracias a las drogas y las migajas se
repartían en varios estratos; pero eran las grandes ganancias las que empezaron a
generar pugnas, por las características del mismo capitalismo, pero además, por sus
características de “ilegalidad” no hay otra institución que la de la violencia más cruel para
dar salida a dichos conflictos de intereses.

Así el narcotráfico pronto se caracterizó por la sangre y el lodo que dieron a luz al
capitalismo. Mientras el Estado mexicano se desmoronaba, el control que ejercía sobre el
narco se iba desvaneciendo, como es lógico que sucediera. También el narcotráfico pedía
su autonomía y con mayor hegemonía de la que tenía la clase empresarial mexicana en
general, puesto que, al irse marginando cada vez más a los campesinos, estos se veían
orillados a tener tratos con el narco, y algunos de estos marginados se volvieron jefes en
el transcurso de dos décadas. Dejando a su paso donativos, iglesias de pueblo y más de
alguna dadiva que hace tiempo el Estado dejó de repartir, antes por el contrario el
gobierno llega al pueblo o ejido sólo a quitar; materializado en ejército ha llegado a
saquear, violentar o, incluso, a violar.

Sólo basta recordar que los bandidos de hace 100 años eran esencialmente
campesinos “fuera de la ley a quienes el amo y el Estado consideraba criminales, pero
que permanecen dentro de la sociedad campesina y están considerados por su gente
como héroes, campeones, vengadores o luchadores por la justicia, y quizá hasta como
líderes de la liberación, y en todo caso como hombres que deben ser admirados
ayudados y sostenidos” (Eric J. Hobsbawm, citado por Herrera-Sobek, 2000:164).
Guardadas las proporciones, los medios rurales le han otorgado algunos narcotraficantes
elementos de heroísmo, o por lo menos, cierta admiración; prueba de ello son abundantes
narcocorridos. Pero no se puede dejar de lado que en la punta de la pirámide está un
adinerado capitalista, con o sin orígenes de humilde campesino, y en tanto capitalistas
tienen poca diferencia con los demás de su clase, tal vez solamente su aparente cercanía
con el pueblo. También existe un elemento que ha cambiado de manera notable la cultura
global, el neoliberalismo, dando nuevas aspiraciones a los más jóvenes, que
generalmente son individualistas, egoístas y van en contra de la comunidad.

El caso de Michoacán

En Michoacán esas diferencias entre capitales narcos y los no narcos son imperceptibles,
nadie podría negarse a poner en el mismo peldaño a un narcotraficante que a un
traficante de madera o tala montes, los tala montes de ayer son los aguacateros de hoy,
de nuevo, abundante sangre y lodo permitieron que los “admirados” aguacateros de hoy
(que siguen atentando contra el medio ambiente de la meseta purhépecha y de todo el
estado) obtuvieran su capital originario.

¿Qué el narco es mucho más violento que cualquier otro negocio capitalista? Hace
casi tres años obreros de Sicartsa en el puerto de Lázaro Cárdenas se pusieron en
huelga, en un intento de represión por parte de la PFP y la policía estatal, éstos se
toparon con la fuerza de la organización obrera, pero antes de la derrota, sin sentido,
asesinaron a dos obreros. El Estado puso un precio por la vida de estos hombres, al igual
que en Pasta de Conchos, dio míseros pesos a las familias y nadie fue a la cárcel, nadie
hizo averiguación previa alguna. Los obreros mineros y metalúrgicos (como la mayoría)
conviven con la muerte en el trabajo diario, en parte por eso enfrentaron y vencieron a los
policías ese día. Finalmente, sólo para dar otro elemento a esta argumentación, en la
segunda mitad de los noventa, el patriarca de la familia Ramírez, una de las más
prominentes de Michoacán fue asesinado en el interior de su bien resguardada casa de
manera sumamente misteriosa.

Derecho Penal y Crisis

El criminólogo estadounidense Richard Quinney (1985) establece que mientras las


contradicciones del Estado promotor de la acumulación de capital, se agudizan, el
derecho penal va convirtiéndose en una política social, y los crímenes de los de abajo van
aumentando y amenazando a los grandes capitales, por lo que el Estado debe cumplir su
función prioritaria a través del uso de la fuerza, con su policía, sus procuradores,
abogados penalistas, etc. Así la represión se va agravando, encubierta a través de una
política de seguridad para todos, en realidad a quien se le brinda seguridad es al capital.
Pero esto trae consigo costos que implican una disminución en la plusvalía de la que se
apropia el capital, aunque también es un paliativo, ya que brinda algunos empleos en el
gremio de la seguridad pública. De igual modo el narco-capital brinda empleos en una
especia de contraparte.

A manera de reflexión final, sería una atrocidad decir que la pobreza se traduce en
crimen, pues ya se argumentó que el crimen original viene del capital, y que es parte del
sistema. Pero mientras exista una pobreza y marginación como las que existen en este
momento, la mayoría de la gente se ve reducida en sus posibilidades de ganarse la vida
de manera “legal”. Esa falta de posibilidades (que es más real que la de oportunidades;
véase Gutiérrez, 1999) derivada del neoliberalismo como política económica, aunada al
neoliberalismo como ideología, que se ha generalizado en nuestra sociedad, la que de por
sí ya se había habituado a la cultura de la transa promovida como práctica
hegemoneizante del Estado priista; han confluido en el aumento del narcotráfico como
opción de vida para muchos mexicanos y mexicanas marginados.

Huelga decir que el Estado actual no representa nada para la mayoría de los
mexicanos, menos aún para este sector de marginados y marginadas, lo que provoca que
no sólo no tengan escrúpulo en enfrentarlo, sino que además lo hagan más que por
dinero, hasta dejar la vida en ello. Esta es una razón más por la que no es posible que
este Estado pueda resolver el problema del narco y la delincuencia organizada en el país.
Al igual que en cualquier relación laboral capitalista, los grandes capos de la droga tienen
intereses capitalistas (de momento son sus ovejas negras) y en el proceso hay una amplia
gama de trabajadores y trabajadoras que son explotados por este capital, aunque un
salario un poco más alto de lo normal lo encubra, y dentro de estos “bandidos” puede que
arda aún el espíritu del justiciero social que en la Revolución de 1910 jugó un papel
importante.

En este sentido, será necesario que haya un cambio revolucionario para que este
y muchos otros problemas sociales puedan tener una solución. Lo que es un hecho es
que la guerra contra el pueblo ya está en marcha y la sangre se derrama día a día,
aunque aparezca como una guerra contra el narco a últimas fechas ha mostrado sin
tapujos su carácter de terror y sobre este punto me parece necesario recordar a Octavio
Paz cuando menciona que:

La persecución comienza contra grupos aislados –razas, clases, disidentes,


sospechosos-, hasta que gradualmente alcanza a todos. Al iniciarse, una
parte del pueblo contempla con indiferencia el exterminio de otros grupos
sociales o contribuye a su persecución, pues se exasperan los odios internos.
Todos se vuelven cómplices y el sentimiento de culpa se extiende a toda la
sociedad. El terror se generaliza: ya no hay sino persecutores y perseguidos.
El persecutor, por otra parte, se transforma muy fácilmente en perseguido.
Basta una vuelta de la máquina política. Y nadie escapa de esta dialéctica
feroz, ni los dirigentes (2000: 76).
Las imágenes de la “guerra contra el narco” han rayado en el terror, pero además
buscan hacernos cómplices de tal política. Antes de que el terror se generalice en toda la
sociedad y se vuelva un círculo vicioso se requieren cambios de raíz, cambios que sólo
pueden venir del seno de la sociedad civil y en el marco de relaciones sociales de
producción distintas, que no estén sustentadas en la propiedad privada sobre los medios
de producción.

Bibliografía

Basáñez, Miguel, (1988), La lucha por la hegemonía en México 1968-1980.,


Siglo XXI: México.
Herrera-Sobek, María, (2000), Joaquín Murrieta. Mito, leyenda e historia. En
“Entre la magia y la historia: tradiciones, mitos y leyendas de la frontera”/
coord. José Manuel Valenzuela Arce. 2da ed. Tijuana, B. California. El
Colegio de la Frontera Norte: Plaza y Veldés. México.
Gutiérrez, Francisco, (1999), Educación como praxis política, Siglo XXI:
México
Paz, Octavio, (2000), El laberinto de la soledad, Posdata y vuelta al laberinto
de la soledad, Colección Popular, FCE: México
Pipitone, Ugo, (1994) La salida del atraso: un estudio histórico comparativo.
FCE: México.
Quinney, Richard, (1985), Clases, Estado y Crimen, Breviarios, FCE: México

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