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Historias alrededor del fuego I

Ejercicio para una historia muy probable


Mario Acha

¿Qué otras cosas vislumbras en la oscura lejanía, allá en el abismo del tiempo?
William Shakespeare, La Tempestad.

Estamos en el teatro de la ciudad más contaminada del mundo, a la tercera

llamada se abre la cortina, baja una enorme pantalla IMAX de cine y empieza la

proyección. Vemos un cielo lleno de espesos nubarrones, a lo lejos varios

volcanes se apagan lentamente, llueve intensamente. Es el diluvio universal.

Escuchamos la sonata claro de luna de Beethoven en una interpretación de

Arthur Rubinstein. La cámara se sumerge en un mar espeso y lleno de vida. A

poca profundidad, vemos a un diminuto organismo que crece rápidamente y se

convierte en una especie de larva que a su vez se transforma en un pequeño

pez que luego se aventura torpemente en tierra firme. Sus aletas se convierten

en patas y se transforma en un pequeño e insignificante animal de pequeñas

extremidades que come insectos y corretea con ojos saltones entre la alta

vegetación de un bosque prehistórico. De improviso sus cuatro extremidades se

alargan como zancos, ahora corre mejor, puede saltar y escapar de sus

enemigos. Sube a un árbol y sus ojos se desplazan hacia la parte delantera de

su rostro hasta tener visión tridimensional. Sus dedos crecen para poder agarrar

mejor las hojas, bayas y frutos que ahora le gustan más que los insectos. Su

mirada refleja curiosidad. Sus extremidades delanteras se convierten en brazos.

Su cuerpo es ahora considerablemente más grande y le crece una cola flexible

que lo ayuda a desplazarse. En vez de saltar y correr ahora se balancea y

columpia de rama en rama, sus brazos se fortalecen y la cola se le atrofia por

completo.
Baja de los árboles y se interna en la alta hierba de la llanura. Para poder ver a

donde va, se yergue en dos patas de vez en cuando. Toma un hueso para

defenderse de los carnívoros que encuentran en la llanura y se convierte en

mejor cazador que ellos. Cambia su dieta y aprende a comer carne. Ya de pié,

sus manos se liberan de la necesidad de ayudar a desplazarse. Se le cae el pelo

del cuerpo, su cerebro crece, fabrica armas de piedra, viste con pieles, se

refugia en cavernas, conserva el fuego y vive en grupo. Empieza a hablar, mira

las estrellas e interroga el infinito. 50 millones de años después de aquel

insignificante insectívoro que correteaba por el bosque primigenio, había surgido

el ser humano (la pantalla se oscurece, se inicia una sucesión de golpes de

tambor).

Amanecer humano

Sobre la pantalla vemos el gélido interior de un enorme glaciar de color azul

verdoso. Arriba una luz blanca y cegadora. Sobre sus paredes agrietadas,

pequeñas figuras humanas, todas semidesnudas, escalan en silencio.

Entra decididamente a escena el narrador que nos dice con dicción impecable,

(sus gestos son amanerados, viste de frac y guantes blancos): -En los

comienzos de la última gran deglaciación, cuando el hielo continental se retiró

del hemisferio norte, la familia humana acostumbrada a vivir durante

generaciones en cuevas y cavernas. Tuvo que adaptarse a violentos cambios

climáticos.

Se escucha un gran estruendo y una enorme masa de hielo de dos kilómetros

de largo cae arrastrando todo a su paso a lo largo de un recorrido de 200

kilómetros hasta llegar al mar. La fricción es tal, que las piedras arden

incandescentes bajo la enorme presión de millones de toneladas de hielo. Una

gigantesca ola estalla contra un farallón calcáreo del jurásico haciéndolo añicos.
Millones de aves asustadas levantan vuelo y son abatidas por la tromba de un

poderoso huracán.

El Narrador se protege de la lluvia con un paraguas blanco que surge de la nada

y continua: -Las prolongadas lluvias torrenciales conservadas en la memoria

colectiva gracias al antiguo testamento, así como la aparición de nuevos

fenómenos antes nunca experimentados, como tormentas, ciclones, aludes, y un

mar embravecido que subía drásticamente de nivel día con día, cambian el

paisaje transformándolo en un elemento no confiable, inseguro y traicionero. Los

animales conocidos huyen al norte y aparecen desde el sur nuevas especies,

más evolucionadas y eficientes para sobrevivir en las heladas planicies;

bisontes, venados y alces.

Dos enormes toros negros y ensangrentados se baten por una hembra. Una

banda de renos enloquecidos corre y cae en un barranco profundo. Una enorme

fogata arde con estrépito al costado de una ruma macabra de huesos humanos

que brillan bajo su pálida luz.

El Narrador prende una antorcha y dice: -El fuego y la inteligencia se convierten

en la posesión más preciada del grupo humano. Los pocos proto-humanos o

Neandertales que aún sobrevivían, menos inteligentes, más violentos e

instintivos que nuestros prometedores antepasados, fueron desapareciendo

poco a poco, hasta convertirse en un montón de huesos carcomidos por el

tiempo. Esas son las dramáticas circunstancias de esta nuestra primera historia

alrededor del fuego. (Se inclina respetuoso en señal de agradecimiento,

desaparece y la escena se oscurece).

Angustia en la cueva de los muertos


En medio de la escena aparece iluminada y completamente inmóvil, Krápina,

hembra Neandertal de unos 25 años de edad, de nariz ancha, talle corto,

enormes senos y un tórax de barril capaz de soportar bajas temperaturas debido

a la poca superficie corporal que posee. A pesar de un exceso de pilosidades,

está cubierta por una burda piel de oso. Nos encontramos en una cueva, en

algún lugar de Croacia en los Balcanes, hace más de 30 mil años.

Krápina se rasca, camina unos pasos apoyándose sobre la parte externa de sus

piernas, sus rodillas están dobladas y su cabeza echada hacia adelante, levanta

el rostro hacia el público y dice: -Pertenezco a una especie extinta y diferente a

la de ustedes. Tuvimos un antepasado común conocido con Homo Erectus pero

salimos demasiado pronto de África, llegamos a Europa hace 200 mil años, nos

adaptamos al frío y desaparecimos en el misterio hace apenas 30 mil, justo

cuando el hombre moderno llegaba, mejor equipado que nosotros, de Asia

Menor. Éramos expertos cazadores, lo hacíamos con puntas de hueso o con

piedras afiladas que podíamos fabricar en menos de dos horas y hasta en

sesenta formas diferentes, dependiendo del uso que le diéramos. Nos

organizábamos en grupos y sabíamos cuidar a nuestros enfermos. A pesar de

descender de primates herbívoros, vivíamos y moríamos a ras del suelo bajo las

reglas de los carnívoros. Teníamos los dientes muy fuertes y los usábamos

como una tercera mano. No éramos tan rápidos como el tigre, ni tan fuertes

como el oso, pero sabíamos pelear y lo hacíamos con inteligencia. Sin embargo,

fuimos un corredor evolutivo sin salida. Desaparecimos por mucho tiempo de la

memoria del hombre, hasta que nos descubrieron el siglo pasado en Alemania,

cerca del aeropuerto de Dusseldorf, en una cueva situada en un valle estrecho

de laderas abruptas por donde discurre el río Neander, pequeño afluente del

Rin; no sin antes confundir los restos de nuestras piernas arqueadas, con los de

un cosaco mongol de la caballería rusa que se suponía llegó hasta la cueva para

morir, después de perseguir sin fortuna al ejercito vencedor de Napoleón.


Entra Shanidar (espécimen macho Neandertal procedente de una cueva más

lejana), va apoyado en el hombro de su hijo , se mueve con dificultad, su rostro

está deformado en una mejilla y le falta un ojo, su brazo derecho está cercenado

arriba del codo, renguea y tiene una severa artritis en el tobillo izquierdo, lleva

una pesada lanza con punta de piedra en la mano izquierda.

Shanidar se sienta y mientras Krápina le unta las heridas con un ungüento

espeso de hierbas curativas, dice: -La vida aquí era dura y peligrosa, éramos

sobrevivientes desde que nacíamos. La mayoría no llegábamos a cumplir los 40

años. Los viejos se morían de puro cansancio, no soportaban el duro ritmo de

vida que teníamos que llevar. Cuatro de cada cinco adultos machos teníamos

severas deformaciones óseas producto de enfermedades artríticas o de heridas

inferidas durante prolongadas peleas con animales depredadores, como el

Auroch, toro gigantesco cuyo lomo llegaba más arriba de mi cabeza. Tengo 27

heridas en mi cuerpo y no entiendo cómo he logrado sobrevivir hasta ahora, ni

por qué me ayudan mis semejantes.

Krápina: -Ya no somos animales, la compasión y la ternura forma parte de

nuestro ser. Tenemos espíritu y sabemos hablar. Nos comunicamos y usamos el

fuego para calentar. Somos extremadamente fuertes. Si las personas de ahora

hubieran tenido los músculos que poseíamos, sus costillas se hubieran

reventado al menor esfuerzo de sus brazos. Algunos dicen que éramos

caníbales, otros que festejábamos ritos mortuorios durante la luna llena para

liberar la vida que se quedaba encerrada en el cráneo de los muertos. Sabíamos

disponer de los cadáveres, los adornábamos con abundantes flores blancas,

amarillas, azules y verdes, y los arrojábamos a la Cueva de los Huesos, junto a

otras podredumbres.
Amanece lentamente, al fondo de la escena aparece la enorme boca de la

cueva, y casi tocándola, una hermosa vista del océano. Una brisa helada entra a

la cueva.

Shanidar se abriga más y se levanta con dificultad ayudado por la mujer y su hijo

mientras dice: -Las últimas evidencias de nuestra especie se encontraron

paradójicamente en España frente a las costas de África, lugar de donde

habíamos salido. Tardamos 200 mil años en dar la vuelta y estábamos frente a

nuestro lugar de origen, nunca supimos que, con tan sólo cruzar el estrecho de

Gibraltar habríamos sobrevivido. Pero no sabíamos nadar ni teníamos balsas,

no éramos curiosos, vivíamos el presente; esa fue nuestra limitación, estábamos

demasiado ocupados en adaptarnos a un medio ambiente inhóspito y agresivo,

lleno de temibles depredadores. El medio ambiente nos formó, el medio

ambiente nos aniquiló (se yergue lo más que puede y mira al público con

tristeza)... muchos sostienen... que otra rama humana más evolucionada, como

la de ustedes... nos exterminó.

Sobre la pantalla aparece un segmento de cráneo y varios huesos

semienterrados delante de la fogata desenfocada.

Shanidar continua: -Krápina fue descubierta en la cueva de Vindija, Croacia en

1970, (sobre la pantalla vemos tanques serbios atacando posiciones croatas en

la guerra de Bosnia). Yo pude ser descubierto en cualquier lugar de Europa, o

de Asia Menor, sin embargo vengo de una cueva de Irak. (Aviones

norteamericanos disparan misiles contra posiciones iraquíes durante la guerra

del Golfo Pérsico).

Entran a escena una decena de “Homo Sapiens Sapiens” de cuerpo más

esbelto, dedos delgados, cabeza fina y frente ancha (nuestros verdaderos


antepasados). Corren en círculos con arcos y flechas detrás de un personaje

disfrazado que salta como gacela (el brujo). Rodean a los tres Neandertales y

los aniquilan en silencio... (El público rechifla y la escena se oscurece).

Humano demasiado humano

Se escuchan jadeos y toses enfermizas. Un rayo cruza la escena con gran

estruendo y se prende una pequeña fogata en un costado de la escena,

alrededor de la misma cuelgan varias figuras femeninas de barro y hueso, todas

ellas voluptuosas y protuberantes con grandes senos y enormes nalgas. En el

centro un enorme cráneo de oso se calcina. Al fondo vemos una tarima con el

cadáver desnudo de un hombre pintado de rojo, está rodeado de enormes falos

y sexos femeninos de barro.

La pantalla nos muestra detalles de las figuras mencionadas, reconocemos

entre ellas, las exageradas curvas femeninas de la Venus de Lespugue. Afuera

sopla el viento con mucha fuerza.

En el rincón opuesto del escenario aparece el Narrador (Esta vez es un

sobreviviente de otra época lejana y futura, aún para nosotros; lleva una especie

de traje gris presurizado, lleno de tubos y pequeños recipientes). Está de

espaldas, lo ilumina un reflector amarillo que tiene fallas eléctricas de algún tipo.

Mientras gira lentamente hacia el público, dice con voz grave y pausada: -Nueve

decimos de la historia de la humanidad nos la pasamos cazando y recolectando,

viviendo en cavernas... y como van las cosas, parece que volveremos otra vez a

las cavernas (La pantalla muestra su rostro increíblemente pálido, lleva la barba

crecida de varios días y las órbitas de sus ojos totalmente en blanco producto de

la radiación solar). Se coloca lentes oscuros y continúa en un tono más bajo:

-Han pasado quince mil años desde que Krápina murió...hoy sabemos que

nunca le hicimos el amor, pues teníamos 27 diferencias genéticas con ella, 55

nos separan del chimpancé.


Una docena de personajes prehistóricos salen temerosos de la penumbra y se

acercan lentamente a la fogata, están cubiertos con pieles, adornos y collares,

tienen el rostro pintado de azul y ocre, las mujeres llevan el pecho descubierto,

sus críos van prendidos de las mamas. Algunos comen carne, otros, frutas y

semillas silvestres. Sobre la pantalla vemos cómo unas manos tallan con gran

habilidad un pequeño y diminuto caballo sobre un diente de jabalí. Son los

comienzos del arte.

El narrador sube unos peldaños de vidrio y dice: -Una infancia prolongada es la

que distingue a los humanos de sus predecesores, ello significó la posibilidad de

estar más tiempo con ellos y de enseñarles los secretos de la supervivencia y de

la sensibilidad humana.

El grupo humano extiende las palmas de las manos hasta casi tocar las llamas y

se queda así por un rato, silenciosos, temerosos, expectantes. Súbitamente ruge

un animal y todos instintivamente toman una rama encendida y se colocan en

posición defensiva gritando y gesticulando exageradamente (el narrador saca un

arma y dispara una ráfaga de rayos láser de color verde).

Narrador (guardando el arma): -Las primeras comunidades humanas dependían

de las habilidades heredadas de sus ancestros proto-humanos. Utilizaban

maderas y piedras para defenderse, un lenguaje elemental y hábitos de

cooperación para la caza y la defensa (la escena se oscurece).

En la pantalla se muestra una serie de explosiones atómicas mezcladas con

escenas documentales en blanco y negro, de sobrevivientes de Hiroshima y

Nagasaki, escuchamos un segmento de las Bachianas de Heitor Villalobos en la

voz de Jessie Norman.


Narrador (colocándose en posición fetal): -La evolución cultural reemplaza la

lenta transformación biológica. La historia comienza para no detenerse nunca

más (rayos láser dibujan en el espacio la colorida molécula del ADN que gira

enorme frente a la gran pantalla).

Entran con antorchas, tres hombres prehistóricos rodeados de una docena de

niños. Se acercan con respeto a la gran pared rocosa donde vemos dibujados

en color rojo, negro y amarillo: bisontes, toros, caballos, rinocerontes, cabras,

venados y leones prehistóricos, todos saltando y corriendo con agilidad, llenos

de acción, movimiento y vida. Uno de ellos se llena la boca con un líquido

morado que sorbe de un recipiente vegetal, pone la mano sobre la pared

(notamos que le falta una falange), rocía con cuidado el color sobre ella y dibuja

su contorno sobre la piedra con precisión y arrogancia humana. (En la pantalla

vemos a Pablo Picasso que dibuja una figura extraña con una linterna). El grupo

empieza a saltar, gritar y azuzar simbólicamente con sus antorchas, a los

cientos de animales pintados. Un muñeco femenino de tres metros de altura

entra danzando entre tules y luces fosforescentes. Luego, desaparecen todos al

fondo.

Narrador (se para de nuevo): -El clima del planeta cambió por completo, los

animales se movieron y las cavernas fueron abandonadas al igual que nosotros

tendremos que abandonar algún día nuestras contaminadas ciudades (vemos

vistas de las diez ciudades más contaminadas de mundo). Algunos grupos

humanos llegaron hasta el mar y aprendieron a pescar y a navegar (un barco

petrolero contamina una bahía); otros, descubrieron la vitalidad de la tierra y

empezaron a sembrar (soldados entierran minas unipersonales, varios niños

lisiados observan en silencio apoyados en sus muletas).


Aparece una enorme luna llena que cubre casi todo el escenario. Un hombre

alto, desnudo y primitivo se levanta del suelo, rápidamente una mujer se sube

encima de sus hombros, ambos alzan los brazos con los dedos separados y

recitan con voz grave y profunda (un coro de voces emiten un OOOOOOO

gutural):

“Redondo, frío y blanca... lejos, crece y camina... blanca

muere pálido el hombre pequeño... viaja lejos, arriba

encuentra el gran espíritu universal”.

Lentamente la luna se transforma en un rostro humano pintado con una pasta

gruesa y pastosa, sobre los ojos lleva colocadas dos flores blancas.

Escuchamos lamentos, llantos y una cantaleta. La pareja se inclina hasta el

suelo en una posición obscena, otros los rodean danzando hasta formar un

círculo mágico pulsante y fértil. Sobre la pantalla vemos imágenes de torsos

humanos de diversas razas, edades, sexos y contexturas que giran en varios

sentidos, escuchamos algunos compases del Rito de Primavera de Stravinsky,

las órbitas vacías y huecas de los cráneos Neandertales nos miran en silencio.

Son los inicios de la religión.

El hombre desnudo llora, la mujer tiembla; ambos se sobrecogen frente a lo

desconocido. Todos se abrazan, nace la angustia, el temor y la tolerancia.

Tendrían que pasar 30 mil años más, hasta que se descubra la metafísica

alrededor de una historia humana más acumulada. (El fuego se apaga y cae el

telón).

México, 29 de junio de 1998

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