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PELIGRO: RELIGIÓN

21 de septiembre de 2009

EXTRAVIOS DE LA CONCIENCIA

Apelando al miedo, chamanes, faraones, califas, papas, rabinos o dalái lamas, se han
disputado, desde siempre, las extensas clientelas de una humanidad ingenua y dócil. Pero
también astrólogos, brujos, curanderos, adivinadores o futurólogos se han llevado su ración
de tarta basándose en estos principios.

Hasta hace unos pocos siglos, en una multitud de sociedades del planeta, desde Hawái al África
Central y desde China a los Andes, estos líderes religiosos han sido, además, líderes políticos.
Estos líderes, a los que el pueblo identificaba con los dioses, han manipulado las mentes
infantiles de una mayoría que les ha venerado y construido templos en los que han vivido
cómodamente. Cuando el emperador Constantino decidió legalizar y encumbrar el culto
cristiano, era sabedor de las múltiples ventajas de dominar a un pueblo sometido al mandato
paulino de doblegarse ante la autoridad política, dispuesto a aceptar la miseria y la pobreza, a
obedecer con la cabeza gacha y a tolerar la alienación y las desigualdades. Constantino venció,
pero el cristianismo también, pues empezó a utilizar la política como herramienta para
erradicar todo aquello que pusiera en entredicho su propio discurso y emprender la
construcción de basílicas y centros religiosos con fondos del imperio.

Más recientemente, en Europa, los papas recogieron fielmente el testigo de esta dominación.
Durante la edad media todos los asuntos giraban en torno a la autoridad papal. La política, la
moral, la sociedad, las leyes o la guerra dependían de la voluntad de esta figura religiosa. Para
ello contaba con dos instrumentos muy eficaces: la Excomunión, por la cual podía excluir de su
seno a los disidentes, y la Inquisición, cuyos tristemente famosos tribunales juzgaban a los
sospechosos de herejía.

El término hereje significa en su origen una creencia a la que se llega por uno mismo (en
griego, hairesis, 'elección propia') o que se halla alejada u opuesta a la doctrina oficial. Durante
la inquisición la herejía estaba considerada un crimen contra el estado. Los castigos consistían
en una peregrinación, un suplicio público, una multa o cargar con una cruz. En casos más
graves la pena era la confiscación de propiedades (que por supuesto iban a parar a las arcas de
la Iglesia católica) o el encarcelamiento. La pena más dura que los inquisidores podían aplicar
era la de prisión perpetua. En 1252 el papa Inocencio IV autorizó la práctica de la tortura para
extraer la verdad de los sospechosos. Este tipo de actividades degeneró en ejecuciones
públicas (hogueras) de las que tenemos abundantes referencias.

En España Tomás de Torquemada acumuló infinidad de riquezas confiscando los bienes de los
acusados de herejía y brujería. Se estima que solo en los 18 años como representante de la
inquisición unas 10.200 personas fueron quemadas en la hoguera, y 6.800 cadáveres fueron
exhumados con el fin de ser quemados tras pleitos celebrados después de la muerte. Además,
unos 800.000 judíos fueron obligados a abandonar España bajo pena de muerte, quedando
para la Iglesia y Torquemada todos sus bienes.

Hasta el día de hoy la historia da buena muestra de lo que ha sido la religión amp

arada por el poder en materia de vejaciones y


asesinatos.

Por suerte a partir del siglo XVIII, gracias a la irrupción del movimiento humanista, se empezó a
fraguar la separación de la doctrina religiosa respecto de la política, si bien esta separación aun
no ha concluido. En buena parte del planeta apenas ha empezado, y en Occidente, aunque la
mayoría de países son laicos, sus legislaciones todavía se ven impregnadas de contenido
religioso, y los políticos siguen tratando de asociarse con la religión de la mayoría, pues de ese
modo se ganan el beneplácito del populacho, ya que estos sienten que obran bien al apoyar el
partido que comulga con sus ideas.
Como ejemplos más comprometidos, las dictaduras de Argentina, Brasil, Chile y Bolivia, entre
otras, estuvieron siempre legitimadas por los jerarcas de la Iglesia. La Iglesia estuvo al lado de
Hitler durante el nazismo, y también al lado de Mussolini, en Italia, de Pinochet, en Chile, y de
Franco, en España.

Si la religión, en general, se ha vuelto más tolerante que hace cinco siglos, se debe, sobre todo,
a los humanistas, filósofos, científicos y personas de espíritu crítico que la atacaron con valor y
constancia, entregando sus vidas, muchas veces, en el empeño. Pero también porque hoy se
cree menos en Dios que hace cinco siglos.

En este sentido quiero contestar a los creyentes que ven en los escépticos a individuos
irrespetuosos con su fe. Considero que opinar es un recomendable ejercicio de salud mental,
sobre todo aquellas opiniones encaminadas a mejorar nuestras sociedades. Sin la opinión en
materia de igualdad de derechos, valores morales y conocimientos de personas como Solón,
Galileo, Descartes, Marx y muchos otros la humanidad no habría avanzado ni un solo paso, las
ideas aceptadas por nuestros antepasados primitivos seguirían vigentes.

En materia de igualdad de derechos no debemos olvidar el trato que musulmanes, judíos


ortodoxos, hindúes y algunos grupos cristianos han dispensado a las mujeres desde tiempos
inmemorables. En el Nuevo Testamento, por ejemplo, en la primera epístola de Pablo a los
corintios (14:34), se dice:

Vuestras mujeres callen en las congregaciones, pues no les está permitido hablar.

Lo peor de esta actitud es que no se trata de un hecho aislado, sino de una constante a lo
largo del Nuevo y el Viejo Testamento. Por ejemplo, está esa historia en la que Dios reveló a
Abraham que destruiría Sodoma por medio de fuego y azufre, aunque Lot (un sobrino de
Abraham) y su familia fueron salvados. Bien, según el capítulo 19, en los versículos 1 a 38,
dos ángeles de Dios entraron en Sodoma a rescatar a Lot. Los ángeles eran de hermosa
apariencia y llamaron la atención de los habitantes. Al verlos, Lot insistió en que pasaran la
noche en su casa. Pero antes de que se acostasen, los sodomitas cercaron la casa y exigieron
que les entregase a sus invitados para abusar de ellos. Lot se negó y les dijo:

Les ruego, hermanos míos, que no cometan semejante maldad. Miren, tengo dos hijas que
todavía son vírgenes. Se las voy a traer para que ustedes hagan con ellas lo que quieran,
pero dejen tranquilos a estos hombres que han confiado en mi hospitalidad.

Bien, este el tipo de trato que las mujeres reciben en toda la cultura Bíblica. Por tanto, si me
piden que acepte la Biblia como ejemplo moral, aceptaré. Pero solo tal y como sugiere Henry
Louis Mencken:

En el sentido y en la medida en que respetamos su teoría de que su mujer es guapa y sus


hijos son listos.

Si las religiones tienden a ser peligrosas es porque a menudo están basadas en libros a los que
se les atribuye un origen divino, y la palabra de los dioses, huelga decirlo, es sagrada,
inequívoca, inamovible e incuestionable. Estas verdades absolutas, si bien coherentes dentro
de su contexto histórico, se ven, sin quererlo, enfrentadas al fluir irremediable de la historia y
de los conocimientos que la acompañan.

Por esta misma razón, la religión queda estancada y en peligro por falta de coherencia en su
explicación del hombre y del mundo, lo cual es peligroso, pues puede dar lugar al nacimiento
de fundamentalismos e integrismos, en un intento desesperado de sobrevivir al empuje de los
conocimientos y a la erradicación de la ignorancia.

No es ningún secreto que, durante los últimos mil años, el cristianismo ha reaccionado con
violencia frente a los descubrimientos científicos que contradecían el discurso bíblico. Miguel
Servet fue condenado a morir en la hoguera el 26 de Octubre de 1553 por su negación de la
doctrina de la Santísima Trinidad y por su defensa del bautismo a la edad adulta, pero también
por sus teorías sobre el sistema circulatorio humano que el reformador Juan Calvino
reprobaba. El 17 de febrero de 1600, después de ocho años de presidio, Giordano Bruno fue
quemado vivo por blasfemia, herejía e inmoralidad por el tribunal de Venecia, principalmente
por sus enseñanzas sobre los múltiples sistemas solares y sobre la infinitud del universo. Sus
libros también fueron quemados. Galileo fue condenado el 22 de junio de 1633 a residencia de
por vida y su obra fue prohibida por apoyar el modelo heliocéntrico de Copérnico.

Sin duda alguna la muerte de algunos de estos hombres de ciencia y de muchos otros debió
ejercer un poderoso efecto disuasorio en el avance científico europeo, particularmente en las
naciones católicas. Cuando Descartes tuvo noticias de la condena a Galileo retiró de la
imprenta su obra Tratado del mundo, en la que presentaba un mundo físico consistente
únicamente en materia homogénea. No en vano, a pesar de los obstáculos, el avance científico
y el conocimiento en general siguió su curso, hasta el punto de poder asegurar que cualquier
persona que hoy día recibiera una educación bíblica estaría tan absurdamente desinformada
como un indígena de una tribu perdida del Amazonas.

Pero la Biblia puede ser también útil, pues nos ayuda a entender lo que pensaban nuestros
antepasados, lo que representa uno de los primeros intentos escritos en los que se trata de
explicar la existencia y el origen de la vida. La Biblia fue, como después lo fue la Enciclopedia
Británica, un valioso, pero obsoleto, compendio de conocimientos que nos sirve para medir la
distancia recorrida desde esas primeras e ingenuas creencias hasta los conocimientos que nos
ofrece la capacitada ciencia actual.

En general, si la religión en Occidente ya no reacciona con violencia ante todo aquel que
desacredite su discurso es porque se halla fuera de la esfera política y, por tanto, carece de los
poderes necesarios para actuar. Pero mientras el respectivo libro sagrado de turno ha servido
de fundamento a una nación o la religión ha controlado los hilos de la política esta se ha
mostrado, como recoge la historia, intolerante y agresiva.

Por desgracia la religión sigue siendo fuerte y opresiva en muchos países de bajo nivel
económico y considerable retraso cultural, condiciones bajo las que el fervor religioso y el
fanatismo florece con mayor facilidad, y en las que, por esta misma razón, la religión suele
estar ligada al poder político, constituyendo un sistema teocrático, como por ejemplo sucede
en Irán, Arabia Saudí o, hasta hace bien poco, también en Afganistán o Irak. Son sociedades
donde la educación representa, por lo general, una lectura literal de las sagradas escrituras,
donde la fe en Dios no es objeto de debates de ningún tipo, y donde, sin embargo, se
producen graves violaciones de los derechos humanos como un elevado número de
ejecuciones, lapidaciones, actos de tortura y persecución de las minorías étnicas y religiosas.

El problema de tomarse al pie de la letra los textos sagrados es que, como en realidad no han
sido revelados por divinidad perfecta alguna, sino escritos por los hombres, carecen de la
coherencia necesaria con la que evitar la contradicción que en estos constantemente se
produce. Así, por ejemplo, aquellos que sostienen que los Diez Mandamientos son sagrados y
representan el único código ético válido, entre estos, el famoso no matarás, son los mismos
que, precisamente a fin de preservar y defender estos mandatos divinos, son capaces de
matar, violando así aquello que defienden.

La Biblia, como el Corán, también se distingue en este sentido. Es un libro en el que la caridad,
el amor y la tolerancia se mezclan, con pasmosa naturalidad, con la instigación al combate, a la
intolerancia y al crimen.

Este juego de contradicciones da lugar a que cada cual utilice las citas de su respectivo libro
sagrado a favor de su causa particular. La clásica cita de poner la otra mejilla, que podría servir
de válido referente ético, se ve confrontada con la cita no menos popular de ojo por ojo, diente
por diente, un claro ejemplo de dos mensajes contrapuestos que sin embargo proceden de la
Biblia. Toda la violencia desplegada durante las Cruzadas estaba apoyada en citas bíblicas,
mientras que Luther King predicaba la no violencia amparándose también en el mismo libro.
Todo el amor y tolerancia que se desprenden de la Torá queda reducido a la nada cuando los
mismos judíos deciden, amparándose también en este libro, invadir por las armas poblaciones
vecinas y ampliar fronteras. Del mismo modo un musulmán puede predicar la paz y la armonía
inspirándose en citas coránicas, mientras que otro puede estrellar un avión contra un
rascacielos legitimado, también, por el Corán.

En la actualidad, el integrismo, a pesar del asesinato en 1979 del presidente egipcio Anwar
Sadat a manos de radicales islamistas, o los más recientes atentados del 11-S y el 11-M, no es
exclusivo del Islam. En San Pedro de Cutud, una localidad cercana a Manila (Filipinas), cada
Semana Santa cientos de personas se flagelan y crucifican desde 1976, en una representación
que sigue al pie de la letra el Nuevo Testamento. En Estados Unidos, en ciertos estados del
Cinturón bíblico (término coloquial utilizado para referirse a una extensa región donde el
cristianismo evangélico tiene un profundo arraigo social) se enseña la explicación bíblica de la
creación, como alternativa a la evolución. No es, por tanto, extraño hallar opiniones como la
de la bióloga Judith Hayes que, en tono irónico, propone enseñar la teoría de la cigüeña como
una alternativa a la reproducción biológica.

El hinduismo también posee su brazo fundamentalista, pues muchos sostienen que la India
debería ser una nación solo para hindúes, y promueven, con violencia muchas veces, la
expulsión de musulmanes, cristianos y otros credos religiosos, además de la restauración del
sistema de castas reduciendo a las castas inferiores a la esclavitud, y la prohibición de las
religiones no indias, entre otras muchas propuestas más de similar esencia. No hay que olvidar
que Mahatma Gandhi fue asesinado por un fundamentalista hindú.
Incluso el budismo no se ve libre de fundamentalismos, como demuestra el atentado por
envenenamiento que en 1995 protagonizó en el metro de Tokio el grupo budista japonés Aum
Shinrikyo del líder religioso Shoko Asahara. Sin embargo no sería justo demonizar el budismo
por este hecho aislado, pues se trata de una religión que, dentro de la falsedad que se pueda
hallar en su discurso, y a pesar de las similitudes que se observan respecto a las demás
religiones (entre ellas el objetivo inconsciente de inmortalidad, en su caso a través de una
constante reencarnación), está enfocada a servir y mejorar la vida de los hombres, lo que
constituye un grado mayor de tolerancia. El budismo es, en general, más racional, humanista y
conciliador que cualquiera de los tres monoteísmos más importantes, los cuales tienden, casi
siempre, al sectarismo. De hecho los pilares del budismo son moral, sabiduría y concentración,
lo que representa un actuar para el hombre, mientras que el ideal monoteísta posiciona al
hombre en un permanente sometimiento a su Dios (Islam significa sumisión), para ganarse su
favor, su perdón, etc.

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