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SIMBOLOS COTIDIANOS:

SOLUCIONES
PARA UNA EPOCA
DE INCERTIDUMBRES

Edgardo Werbin Brener


Analista de Símbolos
SIMBOLOGIA ESTRATEGICA®

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Introducción

“El mundo es un objeto simbólico“. Zalustio

Final de siglo, fin de milenio. Que ha cambiado en la mente del hombre posmoderno si la
comparamos con la del ancestro antropoideo que recién aprendía de las ventajas de la
bipedestación, la oposición del pulgar y la precaria pero eficiente capacidad de simbolizar?
Podríamos afirmar que poco. Ante la incertidumbre del devenir, el movimiento de
lanaturaleza en sus ritmos caóticos y la impermanencia donde nada es seguro, el hombre
continúa gritando su desolación ontológica.

Ante este panorama donde reina el caos y ninguna forma aparece como estable, genera
sus remedios transitorios: simboliza, elabora secuencias organizadas de relatos, los mitos,
que se activan en rituales cotidianos través de cientos de hábitos, comportamientos y
conductas. El homínido ritualista se aferra a íconos, modelos, productos y marcas, que al
lograr el status de símbolo, recorren las culturas y geografías a través de los tiempos,
brindando efímeras mesetas que le permiten crear estructuras de contención y sostén.

En cada gesto de la cotidianeidad, los símbolos aparecen revelando sentidos y a su vez,


velando significados al desplegar su matriz infinita que yace perdida en el origen de los
tiempos.

Modernidad: Movimiento más Incertidumbre

Los antropólogos de la modernidad caracterizan a éste período de la historia del hombre


como la etapa evolutiva en la que se asocian el movimiento y la incertidumbre. El primero
de éstos dos términos se realiza en formas múltiples, vistas por muchos como otras tantas
ocultaciones o máscaras del desorden. Desde el campo hasta la ciudad, desde los grupos
hasta las relaciones entre individuos, desde éstos últimos hasta los espacios de cultura y
poder, todo ha sido condenado a transformarse.

La era de lo falso y lo engañoso, más “la era del vacío” y el fracaso del pensamiento“, han
sido proclamados más recientemente. Las apariencias, las ilusiones y las imágenes, el
“ruido”de la comunicación desnaturalizada y lo efímero llegan a ser poco a poco los
constituyentes de una realidad que no es tal, sino que se percibe y es aceptada
encadadenada a esos aspectos.

La incertidumbre expresa a la vez la irrupción de lo inédito bajo los impulsos de la


modernidad, y el riesgo, para el hombre, de encontrarse en posición de exiliado,
extranjero o bárbaro en su propia sociedad. Frente a una realidad incierta, la figura del
hombre se hace más confusa, borrosa como lo sería la imagen devuelta por una superficie
líquida en constante movimiento.

En el horizonte aparecería una barbarie encubierta: un mundo donde la creación cede el


lugar al aburrimiento, lo sagrado a la angustia, la educación a la programación de los

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individuos; un mundo donde la cultura se atrofia mientras que la ciencia y sus aplicaciones
se hipertrofian, donde lo sensible perece y donde la energía de la vida encuentra mal su
empleo.

La conciencia del desorden se agudiza cuando las referencias del orden se vuelven
ambiguas, cuando se acrecienta la incertidumbre. Cuando los dioses efímeros reemplazan
al Dios perdido, el destino se fragmenta, lo trágico adopta las figuras cambiantes del
riesgo, real o mitificado. Y cada uno se siente tentado, a su manera, de preservar, con
mayor libertad posible, su lugar en un mundo donde descubre en ciertos momentos sólo
el desorden, el estrépito, el arcaismo.

La realidad de la fisura

“En el principio era la plenitud, la totalidad”. Esa totalidad indolente y callada que atesora
toda forma de devenir, toda potencialidad, reposa en sí misma y se percibe como
oscuridad y silencio. Se puede presentar como el punto cero del tiempo mítico, previo a
todo conocimiento y a toda acción.

Tal experiencia se transluce en la multitud de narraciones mitológicas, en la infinidad de


expresiones artísticas, litúrgicas o votivas que constituyen el primer documento en el que
se muestran las problemáticas relaciones del hombre consigo mismo, con el mundo y con
el misterio.

Estos tres elementos, que el proceso occidental de civilización ha separado


progresivamente, constituyen, en los primeros estados de la humanidad, los tres rostros
solidarios de una misma figura: el Dios, el Hombre, la Naturaleza, trinidad primitiva,
evocación permanente de la totalidad escindida, de la herida trágica, del sentido
fragmentado y roto.

El Arquetipo de la Ruptura está en al base del imaginario colectivo de la humanidad y su


dotación simbólica -fecunda y continuamente actualizada- se convierte en perpetua
búsqueda de sentido. El desgarro es fundamental y constitutivo, es ontológico.

La historia del hombre está, en todas sus formas y estadios de evolución, ligada al destino
cuyo prólogo es la relación agónica y polémica entre el hombre, la naturaleza y los dioses.
De aquí surge la necesidad del culto para atenuar la ira de los dioses o solicitar su favor,
de aquí surge la necesidad de armarse técnicamente para agredir la naturaleza o
defenderse de ella, de aquí tanto la ética como el derecho para regular la convivencia.

La sutura simbólica

La radicalidad ontológica de la herida impele a la búsqueda de formas de sutura que, si


bien nunca recomponen la unidad rota, impliquen los fragmentos en dispersión. Tal sutura
no se satisface con la propuesta de un consenso racional, ya que el desgarro aludido es
pre-racional: es el hombre mismo la parte desgajada de la unidad originaria.

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Para la calidad del vínculo que se trata de establecer, la razón es insuficiente. La naturaleza
y los dioses aparecen objetivados, se mantienen a distancia, se pretende atraparlos en el
concepto o re-presentarlos a través del signo.

Otro es, sin embargo, la potencialidad de la sutura simbólica: en el símbolo hay acción,
implicación material. La palabra símbolo procede del verbo irregular griego ballo, que
significa lanzar. Se trata de un lanzar que, inicia una búsqueda, pretende establecer un
vínculo (symballo: unir, vincular, enlazar). De ahí que el símbolo sea siempre una pieza de
unión. No es representativo (como el signo) sino implicativo; no alude a un “estar por”
sino a un “estar con”.

El símbolo es la pieza que garantiza la unidad pretérita, que mantiene el recuerdo en la


distancia, y que asegura el reconocimiento en el futuro. La sutura simbólica es más
profunda que el mero acuerdo, el pacto o el consenso. Más profunda que la tolerancia o el
respeto. Supone y exige implicación afectiva y efectiva. Toda sutura es simbólica y todo
símbolo lo ha de ser comprendido como vínculo o sutura.

La facultad del hombre de producir símbolos enlaza con la persistencia en el inconsciente


tanto individual como colectivo de residuos de la ruptura originaria: a través de la
actualización de tales residuos (símbolos) se produce el re-conocimiento de dioses,
naturaleza y hombre, el saberse mutuamente concernidos por el destino de la totalidad
desgarrada.

Mitos en Acción: Ritos de la cotidianeidad

El Hombre como “animal simbólico” ejerce cotidianamente su capacidad de resignificar la


realidad para ajustar su mundo imaginario al mundo de los hechos y las materialidades. Se
adhiere sin proponérselo a relatos de relatos, las estructuras míticas que emergen en cada
acontecimiento de la vida cotidiana.

Los mitos son relatos concretos fijados en la memoria, la lengua, la creación: restituyen
mediante la simbolización los momentos y los fenómenos originales. Remiten a una
realidad primordial que preexiste a una profundidad misteriosa y que se traduce con
signos, imágenes y reflejos en nuestro mundo.

Los mitos se actualizan, practican y ejecutan a través de ritos. El rito penetra en el


“bosque de símbolos”,los utiliza dándoles forma por su asociación y manipulándolos; pone
en marcha el capital simbólico para expresar y actuar; es operador simbólico pero no se
reduce sólo a eso. El rito es una dramatización que impone condiciones de lugar, tiempo,
circunstancias propicias, designación de los que incluye o excluye. El rito cumple una
función mediadora, completamente aparente en el momento de su intensidad más fuerte;
produce un cambio de estado en el cual las antinomias se disuelven, en tanto que las
dificultades desaparecen bajo la acción de la creencia. Durante un tiempo, convierte la
incertidumbre en certidumbre.

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Cualquiera sea su objetivo, por su naturaleza, el rito es el orden en sí mismo. Está
estructurado y constituye un sistema de comunicación y de acción de una gran
complejidad. Posee a la vez una estructura simbólica, una estructura de valor, una
estructura teleológica y una estructura de rol, que ponen de manifiesto lo imaginario.

Día a día el hombre se aferra de costumbres y hábitos que le aseguran la necesaria


estabilidad para la producción de sus tareas a lo largo de su vida. Es en cada uno de esos
actos en los cuales se ponen en acción las arcaicas “danzas rituales” que ordenan,
relacionan, estructuran y socializan a los hombres.

El vínculo de los individuos con los diferentes productos de consumo involucran gesto a
gesto innumerables constelaciones de símbolos que ligan, estimulan, dan sentido y urden la
trama posible del devenir en un contexto donde impera la incertidumbre y lo imprevisible.

Un día en la vida del Animal Simbólico Ritualista

Esta es la historia de un día en la vida de Josefina Perez, una especie de Doña rosa
moderna y actualizada que sigue las tendencias, hábitos y modalidades de consumo de la
sociedad en la que vive.

Temprano por la mañana nuestro personaje toma su baño diario. Elije su jabón y shampoo
preferido e inicia un ritual que imperceptiblemente la vincula con el Esquema Simbólico de
la Purificación en sus formas más complejas. Tanto lavar como limpiar generan la acción
de purificar, siendo la pureza una de las categorías fundamentales de la valoración. Podrían
simbolizarse todos los valores por la Pureza. Mediante la Purificación se participa de una
fuerza fecunda, renovadora y polivalente.

Aquí Josefina, que gracias a ser un animal urbano no escatima del uso del agua, disfruta de
su transparencia, símbolo inequívoco de la pureza activa y sustancial. El agua denota
frescura, renovación y despertar de energía. Un viejo dicho de la tradición dice que “como
el agua tiene un poder íntimo puede purificar al ser íntimo, puede devolverle al alma
pecadora la blancura de la nieve“.

Ahora le toca el turno a la cabeza. Los útimos comerciales del shampoo se depliegan en la
imaginación de nuestro personaje. La propia palabra Shampoo describe la acción de
masajear, estimular y friccionar la cabeza, símbolo de la mente, centro y principio de la
vida, “el jefe del cuerpo”. La estrella principal de la escena es el cabello, matriz simbólica
del movimiento ondulante, de aquellos procesos arquetípicos asociados con los Paisajes
nocturnos y los Símbolos del Tiempo.

Arquetipos de personajes mitológicos femeninos, Venus, Melusinas y Rusalkas la


acompañan en el detallado masaje del cuero cabelludo. La ondulación especular de los
cabellos recreados por la espuma remata la escena, en donde ésta puede ser considerada
como símbolo de cierta espiritualidad, en la medida en que se considera al espíritu capaz
de sacar todo o nada: una gran superficie de efectos con pequeño volumen de causas.

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Completado el baño, es el momento de acondicionar el cuerpo y su limitante esencial: la
piel. Crema en mano, Josefina recrea rituales de profundo significado litúrgico y religioso:
la crema, se origina en los procedimientos de unción, de aplicación de los óleos sagrados
en el albor de los tiempos del homínido inteligente. Cuidado, protección, búsqueda de la
caricia, encuentro con la desnudez, mimo de autoidentificación...metáforas que se
desgranan en la recorrida de la piel y los pliegues de Josefina.

Llegó el momento del desayuno. Hay poco tiempo, pero el jugo de frutas es infaltable. Es
el “líquido que contiene la Fuerza de la Vida”. Es lo provechoso, útil y sustancial de
cualquier cosa material o inmaterial. El Jugo está en el trayecto metafísico de la Esencia. Es
Simbolo de la bebida sagrada que reproduce esquemas cíclicos de renovación, de juventud
triunfante y secreta. La “bebida de la Juventud”, de la Inmortalidad y las “aguas de la vida“
vehiculiza arquetipos primarios asociados con las valorizaciones sexuales y maternas de la
Leche.

Unos sabrosos y crocantes Snacks reemplazan el pan tostado con mermelada. Alimento
rápido, ligero y liviano, remite a dos vertientes simbólicas principales. La poderosa
imaginación juega al “Picoteo del Pájaro”, donde en función de semilla, representa la
reposición de energía “entre vuelo y vuelo“. Por otra parte el Snack opera como la
“Mordida de la Serpiente”, la “presa”, la tentación, la transgresión y el remordimiento,
constituyéndose en un ansiolítico que permite totalizar desde el fragmento y ocupar
espacios vacíos.

Para Josefina ya es hora de activar la rutina de la casa. Mucha ropa para la lavar. Desde
hace unos años se ve aliviada por el lavarropas automático y la irrupción de jabones que
transforman lo sucio y manchado en puro y limpio. Los polvos para lavar estimulan una
mística donde se establece un combate contra la Mancha, símbolo del pecado, la caída y la
enfermedad de la ropa. El sapónido purificador se despliega como arquetipo policial y
justiciero del puro arcángel triunfante sobre los negros demonios, las manchas.

La Máquina lavadora funciona como el lugar donde se produce el fenómeno de


transformación. Pura alquimia, misterio que merece la adoración de Josefina, el lavado de
ropa integra códigos que van desde la racionalidad más extrema hasta los confines de la
magia de los antiguos demiurgos que desde el “nigredo” de la mancha transmutaban a
estadios de “albedo”: la blancura que certifica que el ama de casa está en el control total
de las con las que se enfrenta.

LLegó la hora de distenderse. El cigarrillo de la media mañana es infaltable en la vida de


Josefina. Mientras todo sigue su curso en el hogar, el ritual del fumar ocupa su lugar. Aquí
se disparan una multiplicidad de imágenes y representaciones simbólicas que involucran el
hábito de fumar como una de los hábitos más complejos del ser humano. En este claro
ritual intervienen elementos de la más pura antropología existencial.

El fuego como activador del acto del fumador remonta a casi un millón de años (si un
millón de años!!!) la memoria ancestral de Josefina. Aquí se produce un contacto directo
con la capacidad de manejar el fuego que es un logro humano universal que hallamos en
todas las sociedades conocidas. También es, en una medida aún mayor que el lenguaje y el

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uso de herramientas, exclusivamente humano.

A este elemento puntual se le agregan la fascinanción del humo, que en sus volutas
ascencionales remite a lo efímero y trascendente de lo divino que se encuentra en las
alturas; la delicada forma y tamaño del filtro del cigarrillo que remeda e imita las
dimensiones del pezón materno; la compleja cadencia gestual de las manos, labios y lengua
que acompañan la escena del fumar...todos ejemplos que todavía no incluyen la rica
simbólica del tabaco que por sí mismo nos llevaría a narrar rituales de adoracion,
pacificación, purificación y conjuro.

Mientras tanto Josefina retorna entre pitada y pitada a la realidad que la reclama. Antes del
almuerzo quiere remover el gusto del cigarrillo por lo que saborea un chicle de última
generación. Otra cascada de reminiscencias y asociaciones se apoderan de su inconsciente.
Hábito que liga y depliega una rica tradición de las mujeres de la Antigua Grecia que tenían
la costumbre de mascar goma de lentisco para endulzar el aliento y limpiar los dientes. Así
de simple, el chicle, gomorresina de origen vegetal, es portador de un caudal simbólico
nutrido y polisémico: renovación cíclica, asimilación materna, órgano del gusto que
discierne, lengua y dientes en acción...

La recorrida por el universo diario de Josefina recién se inicia y ya nos conectamos con un
cosmos simbólico prolífico y multidimensional. La idea de Zalustio de que “El mundo es un
objeto simbólico”, cobra vigencia y absoluta realidad cuando podemos comprender que en
cada gesto y acto de la cotidianeidad, en cada hábito de consumo, anidan núcleos de
imágenes, símbolos, narraciones y rituales que transcienden los idiomas, las culturas y las
geografías. La comprensión de éstos esquemas permite ahondar el conocimiento de las
pautas de comportamiento que el homínido moderno va perfilando.

Así como nuestro persononaje, cada uno de nosotros realiza anclajes en costumbres y
rituales, a través de productos y marcas, que nos permiten sobrellevar la dinámica de la
incertidumbre y del caos del fin de milenio. Frente al pensamiento posmoderno de que “lo
seguro no es seguro, sino horroroso“, los hábitos de la cotidianeidad nos afirman y descri-
ben trascendiendo roles, clases sociales, ocupaciones y responsabilidades.

El enfoque simbólico del devenir de todos los días condimenta y sazona los gestos
mínimos, descubre matices sutiles de los verbos que todos conjugamos y estimula nuevas
ideas frente a la maraña informe de imágenes, íconos y mensajes ante los cuales nos toca
vivir. Afinar la mirada, aguzar la escucha, sensibilizar el tacto, adecuar los olfatos, ampliar
los gustos, desarrollar la atención: ejercicios para que el asombro por lo natural y lo
sencillo se desplieguen y orienten al consumidor que transita bulímico de estímulos en la
confusión y el aturdimiento.

Edgardo Werbin Brener


Analista de Símbolos
ewb@fibertel.com.ar

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