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La situación carcelaria

Muchas veces padezco un aburrimiento insoportable y busco alivio en la


televisión: me sirvo un café, me acomodo en un sillón y pronto el brillo de la
imagen interrumpe en la penumbra de mi pieza. Me intereso sobre todo en los
programas de opinión. No quisiera agobiarlos con un relato minucioso de mis
costumbres, porque además de resultar aquí impertinente, estoy
completamente seguro que no despertaría su interés: en mis opiniones y actos
no me alejo por sendas peligrosas, sigo las huellas que otros dejaron y camino
junto a las mayorías, así me lo recomendó mi madre siendo un muchacho y
siempre seguí su consejo. Y bien, volviendo a mi distracción predilecta,
quisiera someter a Vuestra distinguida consideración algunas ideas discutidas
en el programa “La espada, la pluma y la palabra” hace algunas semanas. El
tema: la situación carcelaria. Esa noche se habían dado cita bajo la dirección
del siempre agudo Mariano, con el fin de arrojar luz definitiva sobre el asunto,
un cura, un político, un filósofo y un jurista, gente cuya sobriedad y paciencia
no poco contrastaron con la extrema impaciencia y tonito reivindicativo de n
conocido presidiario recientemente liberado, que completaba el grupo de
invitados. Creo estar del lado de la equidad y el bien, por lo que honestidad
obliga, debo reconocer que mi simpatía me predispuso a favor de los
primeros- sobre todo del filósofo, que hablaba muy clara, grave y
quedadamente, no sin algo de indulgencia hacia los otros-. Lo que a
continuación trascribo es sólo un resumen de lo que se dijo, espero que
suficiente para darles un conocimiento fidedigno del espíritu de los diálogos,
ya que no me creo capaz de hacer constar las palabras exactas pronunciadas.
Disculpen ustedes que me valga de las meras letras para indicar quienes
hablaron y en que orden, pero el tiempo apremia y pronto deberé marcharme
al trabajo. Ahí va:

(M): Uno a veces se pregunta- Para qué sirve la cárcel, para qué penar a una
persona cuando comete un delito? Qué puede decirnos doctor?

(J): Ante todo, Mariano, quiero agradecerle que me haya invitado. No caben
dudas sobre el fin de la pena: la Constitución Nacional dice que debe aplicarse
la pena no para castigo de los reos sino para “seguridad”, es decir, para que
podamos vivir seguros, libres en lo posible de agresiones a nuestros bienes y
derechos, porque mientras el delincuente permanece preso no puede
cometerlas; por otra parte la cárcel debe resocializarlo, educarlo para que se
aparte de esos comportamientos socialmente desvalorados, fin este último que
le asigna a la prisión las constituciones provinciales y los tratados
internacionales. Sólo la pena aplicada con este fin es legítima. De este modo…

(Ex P): La cárcel no mejora a nadie, yo conozco a rateros que han salido de
ella sólo dispuestos a no dejarse atrapar tan estúpidamente como antes y que
junto a presos más experimentados en el delito, planean en sus celdas formar
nuevas bandas y dar golpes más importantes al salir.

(M): Le rogaría en adelante respete el tiempo asignado a cada uno para


completar sus ideas. Se que el tema no permite una objetividad y calma
absolutas, pero tratemos de no interrumpir a los otros. Padre, qué piensa
usted?

(C): Gracias. El mas y el bien, la paja y el trigo, estarán mezclados hasta el fin
de los tiempos, pero no hay duda de que el hombre puede mejorar. Delinque
quien se aleja de Dios, ya no ve a los otros hombres como pares, todos hechos
a semejanza del creador. En este sentido, el encierro, la soledad y el
aislamiento que procura, le puede servir al preso para reflexionar largamente
sobre el mal causado y arrepentirse.

(ExP): yo pasé diez años en prisión y no pude estar solo ni un sólo instante. En
una celda para dos éramos cinco, sin colchones suficientes, las pertenencias
mezcladas, siempre vigilados, hasta en el baño. Con el mayor respeto, padre,
de qué soledad me habla?

(M): caballeros, les ruego…

(ExP): No he conocido preso que se arrepienta de su acto sinceramente, el


remordimiento raramente lo visita, el preso no se hace más virtuoso sino más
cauteloso, receloso, menos confiado.

(M): reitero mi pedido de mesura. Prosigamos. Usted, diputado, forma parte


del partido oficialista, qué puede aportar sobre esta cuestión?
(P): El gobierno ha tratado de mejorar la seguridad. Recuerde usted el caos
que hemos heredado de la anterior gestión. La impunidad debe ser desterrada
de nuestra patria, que ha resultado un suelo fértil para ella. Estamos haciendo
desde el congreso todo lo que podemos, lamentablemente la oposición se
practica salvajemente, sin ánimo de contribuir al bien de todos y obstaculizan
muchos proyectos para edurecer las penas. Las leyes penales son muy blandas,
se necesita mayor severidad, quien piense delinquir debe sentir que se expone
a un grave riesgo. En definitiva terminar con la situación actual…

(ExP): Estamos de acuerdo con que debe haber más severidad, pero con los
que no la hubo nunca, los ricos y los influyentes. Siempre se encierra a los
mismos, los pequeños ladrones y adictos a las drogas forman el ochenta por
ciento de la población de las cárceles. Para ellos nunca hubo impunidad, el
sistema penal siempre los eligió para dar el ejemplo, así que sería deseable que
privaran de ella a quienes siempre la gozaron, los funcionarios corruptos, los
grandes evasores impositivos. Eso sería un buen ejemplo, si es que la pena
sirve de ejemplo.

(P): Hemos hecho más que ningún otro gobierno para acabar con la
corrupción…

(M): Una vez más les ruego que no se traben en sus discusiones personales, la
verdad no es patrimonio de nadie, tratemos de que surja el debate fructífero.
Licenciado, le doy la palabra.

(F): Gracias. Desde la filosofía griega y a lo largo de la historia del


pensamiento se ha intentado justificar la pena desde muy distintas
perspectivas, se ha pretendido asignarle muy distintos fines, sea para evitar
que la mayoría delinca mediante el ejemplo de la pena públicamente ejecutada
contra quien lo ha hecho, esto es, por la intimidación de los espectadores, sea
como acto de justicia y compensación del mal causado por el delincuente con
el mal mismo que la pena le produce; sea que se tratase de evitar que el
delincuente vuelva a infringir la ley mediante su reeducación durante el
encierro; y, en fin, atribuyéndole al castigo otros servicios muy diversos o
varios de ellos a la vez. Lo cierto es que todas estas posturas han sido
severamente criticadas, con excelentes argumentos, desde las contrarias. Yo
creo que hoy no puede desentrañarse el fin con que la pena se persigue: una
mezcla de sanas intenciones, conveniencias económicas e intereses políticos;
la cuestión es muy compleja. Personalmente abogo por una pena que no haga
al hombre un medio que otros hombres empleen en sus estrategias políticas,
sociales o económicas, el hombre debe ser tratado con la dignidad que le es
esencial, como fin en si mismo, por lo que debe ser castigado en atención a su
crimen y proporcionalmente a su gravedad, por estrictas razones de justicia.

(ExP): En su postura, licenciado, hay mucho de inflexibilidad y crueldad, poco


amor a los hombres de carne y hueso.

(L): Yo lo entiendo joven, usted ha sufrido mucho y, por lo demás, no carece


de inteligencia.

(M): Finalmente, le ha llegado el turno a un caballero, aunque hasta ahora


habló más que el resto del grupo junto. (aquí todos se rieron menos el aludido,
cuya cara pálida permaneció ininmutable. Cuando se reestableció el silencio
habló).

(ExP): Pertenezco a una familia de clase media y realicé estudios


universitarios antes y durante mi encierro, por lo que no puede decirse que
pertenezca al grupo social de mis compañeros presos. Me llevó a la cárcel el
azar, pero no he de hablar de ello, sólo quisiera decir que me enjuicié
severamente y de nada me hallé culpable, por otra parte el juicio de los demás
hombres me deja indiferente. Eso es para mi la dignidad. La cárcel es un lugar
repugnante, no llego a comprender cómo el hombre puede hacerle semejante
cosa al hombre: he visto muchas crueldades pero ninguna semejante. Es cien
veces peor que el delito, que en ocasiones por lo menos encuentra la excusa de
la pasión o de la ira, sentimiento por demás humanos. La pena es sufrimiento
racional e intencionadamente suministrado; peor aún, burocráticamente
suministrado, sin contacto entre el que decide que se aplique y el que ha de
padecerlo: nada menos humano y cálido. El preso es una criatura triste,
solitaria, aunque muchos aparenten jovialidad, que se cree- con acierto-
víctima de una terrible injusticia e infortunio, lo que hace aflorar en ocasiones
el resentimiento en su corazón. Nada sé ni puedo decir de justificaciones del
castigo, todo ello me resulta extraño, todas las voces que aquí he escuchado
me llegan como de otros mundos. Mis planes para el futuro no siento
necesidad de hacerlos públicos. La cárcel me ha dado un punto de vista
distinto para enjuiciar todas las cosas, valores y personas, se en realidad para
que he venido aquí.

(M): Por favor, usted es todavía joven y con el paso del tiempo podrá…

(ExP): Para mi ya no hay tiempo.


Aquí se produjo una cierta tensión momentánea e incomodidad entre los
invitados que de pronto se levantaron de sus mesas para dejar sus lugares a los
que estaban citados para tratar el próximo tema: creo que el problema del
déficit de la balanza comercial del país, pero ya estaba muy cansado y me
quedé dormido, con el reflejo de la imagen velando mi tranquilo sueño. Si
escribo sobre esto no es porque me interese sino por distracción, como les
dije, en ocasiones me aburro mucho y el ocio es padre de todos los vicios.

CONSIGNA:
De acuerdo a lo que surge de los términos del debate y la información previa
con la que Ud. cuenta, ¿cree que la pena de prisión tiene alguna utilidad? En
caso afirmativo explique por qué. De no considerarlo así fundamente su
opinión, luego identifíquela con alguna de las posiciones de los panelistas y
las teorías de la pena estudiadas.

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