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       EL RAKUSA

Carolina Sanseviero Rakusa

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Esta es la pequeña historia del Rakusa, la
crónica de sus días, de nuestros sueños, nuestras
alegrías. La crónica de cinco años que cambiaron
nuestras vidas.
No está todo. Quedan las historias que
guardamos en nuestra memoria y que nos
pertenecen a cada uno de nosotros. Este es el
ambiente, el escenario en donde viven.
Aquí están otra vez; pedazos del Rakusa,
pedazos de nosotros, de lo que fuimos, y quizás,
de lo que alguna vez seremos.

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A Carmela, Nico
y todos los que fuimos
El Rakusa

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“De aquel amor, de música ligera…”, decía la
canción, y en nuestras almas, y en nuestras vidas, se iba
escribiendo una historia.
Nuestra última noche, nuestro desencuentro, la
entrada a nuestra memoria.
“Todos giran y giran, todos bajo el sol, se proyecta
la vida, mariposa tecnicolor…”
Allí estábamos, muchos de los que teníamos que
estar, de cerca o de lejos, despidiendo a esa mariposa
que a veces vuelve con aquellos colores y nos hace
sonreir.

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MONTAMOS EL GIM

El local
el alquiler del local
el techo del local
el vinil del piso del local
la pintura de las paredes del local.
Las máquinas de Nico;
en la fábrica
en la casa
en la aduana,
el transporte
el chofer
los lockers
-rojos -,
los baños
los espejos
los espejos de los baños,
los pipoticos de los baños
las pesas
las barras
los discos
las mancuernas
las colchonetas
la pancarta
el logo
la publicidad
la oficina;
el escritorio
las sillas
las tarjetas

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la papelería
el televisor
los videos
la música
los instructores
los sueldos de los instructores
los horarios
el precio
el precio especial
el examen de termodinámica;
todo,
todo,
todo, para hoy.
Y hoy abrimos. Se ve extraño, artificial, irreal…,
claro!, es que no hay nadie…, pero un momento, ahí
viene alguien.

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ALUMNOS PIONEROS

Es Adolfo K., un muchacho gordito, estudiante de


leyes, buena persona, nuestro primer alumno, nuestro
primer amigo.
También viene “El Moi” o “Mohicano”, con su corte
de pelo y su personalidad.
Gabriel G, de catorce años, inteligentísimo, con su
beisbol y sus negocios.
Los hermanos Gavidea, dos de los jóvenes más
correctos y esbeltos que había.
La señora Petra, primera todas las mañanas, que
remaba más que muchos jóvenes.
“El Chino”, nuestro primer “Chino”, de una lista de
tres “Chinos” memorables.
Carlos G, nuestro primer “Carlos”, de otra lista
(porque entre nosotros se dio muchas veces la felíz
conjunción de personalidades especiales y nombres, y
tuvimos, por ejemplo, tres “Chinos”, tres “Negros”, tres
“Carlos”, seis “Carolinas” o tres “María Alejandras”)
Carlos G era un muchacho brillante, muy inteligente y con
un agudo sentido del humor. Carlos nos trajo a Susy, la
muchacha más dulce del Rakusa.
Vino Alejandro, con sus preguntas y su necesidad
de saber.
Fernando F, un catire medio antipático que luego
terminaría siendo “nuestro Nano”.
Erika, una niña bonita, de piel transparente y ojos
azules, que con el tiempo también sería “nuestra Erika”.
Marco; un niño excepcional, que todas las tardes
simplemente nos alegraba la vida.

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Y personas como la señora Rosaura, el joven
Ubaldo, alias “Robocop”, el “Maracucho”, Severina, con su
acento italiano, Leonor, el señor Virgilio, Fredy, mi amiga
Elizabeth, y tantos otros que se fueron sumando, quien
sabe por qué fundamento desconocido, a esto que se
estaba formando y que todos llamábamos simplemente
“El Rakusa”.

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NOSOTROS; “LA TRIPULACION”.

Te lo perdiste Carola ! – no lo viste? – se acaba de


ir.
Martín C. había ido al gimnasio por el puesto de
instructor de pesas y el revuelo era evidente.
- Era un gigante
- parecía una nevera
- tenía unos pantalones de Alí Babá
- los brazos
- la espalda
- el trasero
- el pecho
…eran así de grandes (seguido de una señal de
magnitud)
- era un monstruo
- era un Adonis.

Era Martín C; un muchacho argentino, de


magnífica presencia, que había logrado un lugar
prominente entre los fisicoculturistas del país. Tuve que
esperar hasta el otro día para verlo.
Martín accedió a trabajar con nosotros, aunque
éramos un gimnasio muy modesto, despertando
admiración en hombres y mujeres, por distintas razones,
y desde ese momento, quizás hasta siempre, pasó a ser
algo así como nuestra imagen.
Nuestro otro instructor era Rafael K, o como yo le
decía misteriosamente : “el señor K”. Rafael era un rubio
rosado, gélido y flemático, que tenía la más alta dosis de
amor propio que he conocido. No tardaron en bautizarlo

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“chupeta de ajo”, por el tono displiciente que dirigía a
sus interlocutores.
En el fondo, todo esto a nosotros nos causaba
mucha gracia, y no eran pocas las damas que disfrutaban
siendo objeto de obligada atención de este gélido joven.
Estos eran nuestros muchachos: uno, un derroche
de corpulencia y el otro, un ego sublimado.
El resto éramos Olga, nuestra colaboradora y
amiga de siempre, mi hermana Carmela, abogado, mi
hermano Nicolás “Nico”, y yo Carolina “Carola”,
estudiantes de ingeniería, que nunca habíamos estado en
un gimnasio de pesas, ni conocíamos ninguno, ni
habíamos pensado abrir uno y que, por un imperativo
oculto del destino, nos encontramos con un espacio lleno
de equipos dentro de una escuela de karate, y con gente
que quería pagar por utilizarlos.
Todo estaba dado, sólo nos dejamos llevar.

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TODOS LOS DIAS (I)

Había algo… no sé bien qué era…

- no cobrábamos inscripción
- no teníamos límites de horario
- nunca nadie dejó de entrenar por no haber
cancelado (incluso instituimos, en la intimidad, un premio
imaginario; “El Molinari de Oro”, para honrar a algún
cliente excepcionalmente moroso. Con el paso de los
años tuvimos cuatro honrosos recipientes).
- teníamos un modesto equipo de sonido y un
televisor, en donde todos libremente poníamos la
música o los videos que queríamos.
- Teníamos un teléfono que todos podían utilizar si
cancelaban la llamada, a menos de que no tuvieran cómo
hacerlo, que era las más de las veces; en cuyo caso era
gratis.
- Leíamos muchísimo, todo el día, desde las
últimas publicaciones deportivas hasta la
Divina Comedia de Dante, y siempre había un
lugar para la poesía. Había gente que venía al
gimnasio sólo a hablar, a comentar algo, a
mostrarnos un poema o un lindo dibujo.
Vivíamos en un estado idílico de calidéz, de
fraternidad, de creatividad, de alegría. Todo era nuevo y
todo estaba por hacer. Todo era una aventura, todo era
un chiste , todo era un juego.
Había un enredo bien llevado, un caos con orden
propio, que todos consentimos en permitir y
protagonizar.

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Había una sensación de bienestar, de que todo
estaba bien y de que todo era posible.
Había una cierta magia; recuerdo que alguna
noche me atreví a interrumpir la clase de aeróbicos sólo
para mostrarles a todos lo espléndida que estaba la luna.
Había algo, no sé… quizás es que éramos jóvenes.

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Había momentos de tanta calma!…, momentos en
los que sólo leíamos. Martín me decía que debíamos
haber abierto una biblioteca, en vez de un gimnasio.
La gente llegaba a media mañana y al final de la
tarde y todo se iluminaba.
La señora Petra ya terminaba cuando Ubaldito,
alias “robocop” comenzaba sus interminables e
imperturbables series.
Algunas señoras se esforzaban por robarle una
sonrisa a “chupeta de ajo”, pero él no se dejaba.
“El mohicano”, y Nano hacían el trabajo duro.
Alguna joven se iniciaba en “las pesas”, alguna otra
trataba de captar la atención de Martín, bajo la estricta
vigilancia de su novia, y él permanecía tranquilo en su
protagonismo.
Llegaba Marcos con el último chiste o el último
paso de baile y en la otra parte del local, la que no nos
pertenecía, se oían las estridencias de una clase de
aeróbics o los gritos de un entrenamiento de karate. Nico
mantiene a un grupo cautivo con alguna historia y mi
hermana y yo leemos, atendemos a alguien, o buscamos
refugio a nuestra soledad apoyadas en las ventanas,
perdiéndonos en la oscuridad de la noche.
Karatecas van y vienen y en nuestro televisor,
“welcome to the jungle”, de Axel Rose, suena por tercera
vez.

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NOSOTROS MISMOS PERO OTROS

Hay una sabiduría popular colectiva que juega


con nosotros y a veces, casi en broma, nos define en
nuestra justa medida.
A continuación los nombres con los que
firmábamos en nuestro cuaderno de asistencias .

Lee Haney AyrtonSenna


El Moi benfatto
Los novios Taty
La china Martin
Sheen
el negro / Koyi Kabuto / Dylan la Divina
los barbarians la pimpi
El chino Hulck
el negro II “Blaxel” Chasis
El chino II / Carlos Lee Labrada Erikaka
El chino “Bruce” Nano
Cheche Pelo lindo
el negro III alias “el pequeño juan” macarrone
señora traje marrón Bob marley
Jennie “la gallinita” “Pelusa”
Blacho / Bacci Susy
El Gim Elo y Caro
Sansón melena
alfonso “Alonzo” / El oso
Clarck Kent
George Buche
Nimitz
Rodolfo Valentino

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Elvis Presley
Pecho de paloma
Magú
Manuel“Manolo”
Vampi
El pequeño
Jim Morrison
Alejandro “cuchillo”
Jesús “El hombre fuerte del Rakusa”
Oscar “El Magnífico”
Domingo “Dimanche”
Luis “La leyenda”
El motorratón
Ale Ponce
Ale Vera
Y hubo uno que nunca supe quién era, que firmó
durante todo el último año; desde aquí un saludo para
El zorro.

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NOS MUDAMOS (I)

Hay mucha gente y poco espacio, hay mucho


ruido y muchos líos; hoy nos mudamos.
Es un sábado, a primera hora. Los alumnos están
apareciendo espontáneamente para recoger nuestro
equipo y llevarlo al nuevo local.
Estamos Moi, Adolfo, Nano, Ricardo, Olga,
Martín , Nico, Carmela y Yo, luego se sumarían más
personas.
Subimos y bajamos todas las veces que cabían en
un día, del viejo local al camión y del camión al nuevo
local, cargando, literalmente, toneladas de hierro (suena
excesivo, pero es así, recuerdo que sólo la estructura de
pecho y espada -“el monstruo”-, con todas sus pesas,
pesaba unos 450 kilos).
Las muchachas hacíamos trabajo aeróbico ( poca
carga y muchos viajes), y los muchachos hacían trabajo
de fuerza (pocos viajes y mucha carga). Fue uno de
nuestros mejores entrenamientos. Todo tuvimos que
desarmarlo, y todo era de hierro o acero, y hasta un
tornillo era pesado. Porque Nico había hecho las
estructuras a prueba de fracturas, y creo que también de
mudanzas.
Nico medía casi dos metros, y su magnitud era la
norma o cánon de su diseño. Nico, mi hermano, era un
ingeniero con alma de artista, o quizás un artista con
alma de ingeniero, no sé, y nuestros equipos eran
dramáticos; un pasador podía ser un arma oriental, y un
soporte de barra era igualmente un arma filosa que una
semi ojiva gótica. .

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Nuestro estilo era retro pero futurista, con el
futurismo que rinde tributo a los años setenta, y un
marcado acento medieval-oriental en los detalles (¿?).
A finalizar el día todo estaba tirado de cualquier
forma en el nuevo local, había que armar todo otra vez,
pero sería a la mañana siguiente.
Carmela había preparado una deliciosa pasta al
horno y terminamos el día sentados entre todo tipo de
piezas, extenuados, felices, oyendo música, comiendo y
bromeando, en nuestro nuevo espacio propio.

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TODOS LOS DIAS (II)

Un nuevo espacio, un nuevo comienzo; el lugar era


más amplio, pero mucho menos adecuado. Era un
depósito largo y estrecho, sin ventanas, que tenía por
frente una gran reja “santa maría”. No tenía espejos aún,
sólo tenía un baño, no tenía casi iluminación, y todo
olía a una especie de polvillo propio de los sitios poco
ventilados.
Luego de la euforia inicial de la mudanza,
Carmela, Nico y yo, sin confesárnoslo, estábamos un
poco deprimidos por el ambiente. La entrada al local, la
pesada reja, la dejábamos a media altura, lo que
contribuía con el aspecto poco elaborado o
“underground” del local.
Colocamos luces, espejos, baños, y para el
momento en que nuevamente nos mudábamos, apenas
acababan de colocar la puerta y el nuevo sistema de
ventilación. Sólo estuvimos unos seis meses.
Lo que nos dió este nuevo y sombrío lugar fue la
libertad; la capacidad de escuchar la música a cualquier
volumen, de manejar el horario a voluntad, de decidir a
voluntad, de hacer ruido, de gritar, de cantar, de estar
realmente cómodos, de depender sólo de nuestras
exigencias, y desde el primer día, desde la mudanza,
esta libertad pudimos sentirla.
Fue nuestra segunda y más auténtica fundación.
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Aquí comenzamos a ser más nosotros, y el Rakusa
estrenó su caracter definitivo. Aquí se configuró
plenamente nuestra democrática anarquía.
Lo que nos enseñó este momento fue el valor
relativo entre lo verdaderamente importante y lo
accesorio; entre la apariencia y la esencia, y creo que
muchos lo comprendimos.

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Carmela y Martín abrían a las 8:00; venían
algunas señoras, Venían Petra, Olga, Ubaldito y Nano. Se
inscribieron dos niños de dieciseis años que, en poco
tiempo serían “Alonzo” y “Chasis”, dos niños muy
educados y extremadamente fuertes para su edad.
Estaba también su amigo Stivel, otro pequeño Sansón.
Vino por primera vez “El Chino” ,el segundo chino,
Carlos B., un joven con una personalidad especial.
El Chino era un pequeño James Dean oriental. Era
comiquísimo y a la vez muy grave; escribía poemas y
tenía pose de galán trasnochado. Se preocupaba
muchísimo, entre muchas otras cosas muy importantes,
por la fortaleza de sus piernas; cultivava lo divino y lo
profano. Era la mezcla de lo chistoso con lo exótico, y era
un amor. El chino era toda una personalidad.
Venían Erika, la jovencita bonita, Leo, las
“francesitas”, unas jóvenes recien llegadas de Europa
que eran la sensación entre los muchachos.
Carlos G. y Susy, “Cyborg”, un moreno de ojos
“blancos”, Abelardo, Miguel , el imponente señor Freddy,
que era policía y tantos otros que entrenaban por la
noche.
Escuchábamos “like a prayer” , de Madonna,
Police, Guns n´roses, The Cars, Queen y Billy Joel, todo el
día, todos los días.
Y afuera en la puerta, estaban Martín y Pablo, su
amigo de pelo largo, que traía una camioneta”Dodge
Dart” de su mamá, de los años cincuenta, en la cual los
cambios de transmisión eran botones en el tablero.
Los días transcurrían suavemente, sin mayores

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cambios, cargados de cotidianeidad; siempre nueva y
siempre la misma.
Recuerdo un día diferente, en el año noventa y
uno, eran aproximadamente las ocho de la noche cuando
todos dejamos las pesas y las risas a un lado, para
observar , llenos de asombro y de miedo, en vivo, la
primera guerra televisada de la era moderna.
Acompañamos atónitos a los aviones americanos
en su primera ofensiva a través de la noche Irakí, y no
podíamos creer que desde nuestro pequeño lugar del
mundo, lleno de superficialidad, alegría y bromas, éramos
mudos testigos del horror de lo que estaba ocurriendo en
otro pequeño lugar del mundo. Esa noche nuestro mundo
fue mucho más complejo.

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NOS MUDAMOS (II)

Parece un déjà vu
Hay que mover todo otra vez.
Hay que desarmarlo
y hay que armarlo,
y ya es la tercera vez que lo armamos; parecemos
nómadas. Decíamos que éramos como el pueblo hebreo,
sin territorio fijo pero un grupo humano unido y
diferenciado. Nos gustaba bromear con la idea de
pertenecer a algo.
Emprendimos la tarea, y de tanto conocerla,
optimizamos nuevas técnicas de manipulación y
transporte. Esta vez era un reto, porque el nuevo local
era un pent house en un tercer piso. Hubo estructuras
inmensas y pesadas que no pasaban por la puerta ni por
las escaleras, y que tuvimos que alzar mediante poleas,
por afuera del edificio, e introducir por los ventanales.
Viéndolo ahora, desde lejos, me parece una locura, pero
entonces estuvo muy bien.
Toda la labor la supervisó ” Portugues”, el gatico
gris de la panadería que desde que nos vió subió con
nosotros, y hoy, nueve años después, todavía vive en mi
casa.
Terminamos exhaustos, como a las cinco de la
tarde. Recuerdo que ese día, aunque nadie me lo crea, a
los veinticinco años abrí mi primera lata de cerveza . Aún
lo recuerdo, era una “Bock” de Polar.
Como era propio de cada ocasión importante, mi
hermana Carmela nos hizo una comida, esta vez fue una
parrilla que cocinamos arriba, en la terraza del gimnasio.

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La escena final era como sigue: Adolfo K,
mostrando que podía comerse un beefsteak en tres
mordiscos, la mayoría de nosotros sentados en el piso
del salón de aeróbicos, exaustos, bromeando, Pablo
retando a duelos de esgrima con unos ahislantes de goma
largos y Martín durmiendo, vencido ya por el cansancio,
con el pequeño “Portugués” en brazos.

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TODS LOS DIAS (III)

El nuevo local era muy bonito; era amplio,


iluminado y abierto. Era una terraza techada con un lindo
techo de madera y rodeada por amplios ventanales.
Había mucho aire, había sol, había vida.
Teníamos cocina, cuarto con mesitas y cuartos de
lockers. Teníamos también, por primera vez, un pequeño
salón de aerobics.
Esto le dió nueva vida al Rakusa; atrajo a un
nuevo grupo de gente, vinieron muchas más mujeres y
jóvenes. Fue nuestro momento de mayor esplendor, de
mayor potencial, más emocionante y más bonito.
Volvíamos a comenzar y cada comienzo traía nuevas
promesas.
En las pesas seguíamos con Martín, ayudado
ahora por Fernando F. Aquel catire había resultado una
agradable sorpresa, era muy serio y muy capáz, y pasó a
ser el pupilo o discípulo de Martín, y el depositario de
sus valiosos conocimientos. Ahora todos lo llamábamos
Nano.
Para las clases de aerobics tuvimos la suerte de
conseguir a Rafael “Rafa”, amigo de nano, un muchacho
muy correcto y muy culto, a Jenny L, nuestra “profesora
de aerobics” por antonomasia, a Alexis, un moreno con
mucho carisma y a Fulvia, muy seria, con mucho método,
de la misma escuela de Jenny.
Los días transcurrían bastante tranquilos; las
señoras y los señores venían por las mañanas y los
jóvenes por las tardes y las noches.
A eso de las cinco de la tarde se formaba el

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“zaperoco”; había una exaltación, una alegría que se
daba cita todas las tardes en el Rakusa.
Venía “casi todo” el Instituto Escuela a hacer
ejercicios y cuantos salíamos de clases o del trabajo,
pasábamos por el Rakusa como un ritual diario, una
exigencia del cuerpo y del espíritu por igual, y
pasábamos unas horas sanas, entre amigos, entre
juventud, entre bromas y juegos; y digo juventud, porque
todo el que se ponía unos shorts, levantaba pesas y
saltaba y bailaba en nuestra fiesta diaria era un joven de
alma, tuviera la edad que tuviera.
De noche, la música del area de pesas se
confundía con las estridencias del aerobics, y todo era
energía y revuelo, y en medio de los dos salones, del
imposible ruido, estaba yo, en el escritorio, leyendo
igual que en una biblioteca, a veces hasta escuchaba en
mi “walkman” mis lecciones de francés…
Aquí se manifestó en su más plena expresión
aquella idea del caos con orden propio que venía
tomando forma y que siempre nos acompañó, aquí
encontró su espacio y su momento;
Tarde, como a las ocho y media, todo se calmaba y
oíamos de fondo Rolling Stones o The Doors para
acompañar el entrenamiento de algún trasnochado atleta
que viniera tarde.
Recuerdo a una señora que era química de
profesión, que siempre venía tarde, a la que yo le ponía
The Doors mientras hablaba con Nico sobre música o
lanchas de fibra de vidrio , y se alejaba del trabajo del
día pedaleando bajo la hipnotizante cadencia de Jim
Morrison : “c’mon baby light my fire…”

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MIS SABADOS

Los sábado eran míos; me refiero a que no abrían


el gimnasio ni Carmela ni Nicolás. Yo abría a las diez, y
por tres horas el gimnasio era mi espacio.
Si normalmente el Rakusa carecía de protocolo y
todo en él fluía libremente, los sábados eran aún más
amplios, más cálidos, más nuestros.
No había clases ni instrucción, ni profesores, y a
decir verdad; casi no había tampoco alumnos. Pero los
que íbamos éramos los que en verdad necesitábamos
pasar por el Rakusa durante el fin de semana. Los que
“teníamos” que ir.
El gimnasio, los espejos, la música, el espacio, la
mañana y hasta el silencio eran nuestros.
Yo esperaba siempre sentada en el salón de
aerobics, siempre leyendo, y comenzaban a llegar los
alumnos, siempre no menos de seis y no más de quince;
nuestro día record fue de veintiuno.
Venían Hector, los Urzúa, Carlos G. e Iram.
Venían Freddy, María, Carolina A. o Carlos, mis
interlocutores favoritos, y teníamos conversaciones
bizantinas en las que arreglábamos el mundo según
nuestra óptica y desde nuestro pequeño rincón. Eramos
filósofos, visionarios, sociólogos, políticos, hombres de
ciencia y artistas, por algunas horas, cada siete días.
Venían carolina P., Mayra , Carmela y Maria
Teresa y entrenaban duro. Nico practicaba karate
dándole patadas a un saco que colgaba de “la jaula”,
saltábamos cuerda, improvisábamos una clase de steps
o hacíamos estiramientos .

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Al final siempre nos quedábamos hablando,
alejando la hora de cerrar, prolongando la mañana o ese
espacio que era diferente a toda la semana, que estaba
impregnado de sábado, y que por tres horas era nuestro
espacio.

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SUCESOS EXTRAORDINARIOS DE TODOS LOS DIAS

Francisco bájate !
Francisco vale, no ves que es peligroso?- y
además, si pasa algo, después va a ser culpa nuestra…
Además, mira cómo pusistes la colchoneta y Olga
la acababa de lavar con cloro…
-Ok, está bien, pero tu entiendes…
No te montes más, por favor
……………………….

Cuidado !
-Francisco, cómo te tiras así de repente,
casi me matas del susto !…
-No vayas a manchar ahora todas las máquinas
con aceite.
Ok

Es Francisco, uno de nuestros alumnos; un


muchacho bueno, educado, de buena presencia, que
tiene costumbres un poco particulares.
Le encanta tomar sol cubierto de aceite, subido
sobre el techo del gimnasio, a cuatro pisos de altura.

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¿Qué pasó allá abajo ?
¿Qué miran ?- ¿pasó algo ?
-NO!
No puede ser ! _ Dios mío ! – y no le pegó a nadie?
pero… y qué estaba haciendo?
Cómo pudo!
Gracias a Dios que no pasó nada!
Pudimos matar a alguien…

Una alumna nueva, una jovencita linda, muy


coqueta y de una tranquilidad pasmosa, se puso a hacer
ejercicios con mancuernas asomada en la ventana… a
tres pisos de altura, y en un descuido… la mancuerna de
hierro se soltó de su mano y cayó, como proyectil en
caída libre, justo sobre la entrada de la concurrida
panadería que quedaba abajo; entre todos los clientes
que entraban o salían y entre toda la fila de carros que
estaban estacionados…
Y no tocó a nadie y nadie la vió, y fue a dar
rodando por la pendiente hasta la acera, en donde
nuestra alumna, la señorita X la recogió y subió
tranquilamente a seguir con su entrenamiento.
Dios mío!
-No vuelvas nunca más –nunca- a acercarte a la
ventana con las pesas!

Estos son sólo dos incidentes que creo que ilustran


o dan una idea del tipo de cosas que sucedían a diario y
que un angel, que rondaba el Rakusa, siempre hizo que
no pasaran de ser un susto o una anécdota graciosa en
nuestro poco complicado devenir.

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No voy a hablar del vidrio que cayó cortando el
aire ni de la estructura que voló traspasando la ventana,
hasta el estacionamiento del Club Líbano, ni del carro de
la prensa que casi sale disparado, en un esfuerzo
inexplicablemente sobrehumano; todo esto sería
reiterativo, pero creo que sí merece mención relatar una
de nuestras dos inundaciones…

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Estaba yo saltando, perdida en la euforia de una
clase de aerobics y afuera el cielo se nos venía encima a
mares.
¡Qué lluvia tan estruendosa!. Era de noche, los
edificios cercanos habían cesado sus actividades y la
terraza del Rakusa, con sus amplios ventanales, era una
isla de luces y sonidos en la oscuridad de la noche.
¡Carola, el gimnasio se está inundando! …
-¿Cómo?…, -¿Inundando?...
- ¿Por dónde?
Mi corazón como a ciento treinta y mi razón que
no entendía…
En efecto, de no sé dónde había venido un caudal de
agua que sumía la superficcie del Rakusa a unos diez
centímetros de profundidad y amenazaba con entrar al
area de aerobics.
Al poco tiempo descubrimos que el caudal de la
lluvia había superado la capacidad de un desague
obstruido que quedaba bajo el piso, y este se desbordó
levantando la tapa. -Pronto!, hay que destaparlo,
busquen un gancho de ropa… -algo!-.
La clase de aerobics seguía con su estruendo, y a
lo largo del area de pesas los muchachos hacían todo tipo
de bromas relativas al diluvio, montados sobre los
bancos de ejercicios, sin intención alguna de
abandonar el gimnasio y la surrealista situación en que
nos encontrábamos; inundados en un pent house, y
bailando con música a todo volumen.
Algunos muchachos, armados con sendos pipotes
y haraganes de los baños, comenzaron la enérgica labor
de colectar las aguas, en el mejor estilo de “telemach”,

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aquel programa de concurso alemán de los setenta. Iban
y venían tobos de agua del salón al baño, al ritmo de
“eins – sweig –drai…”
Todo se inundó. El piso de madera, los cuartos, los
lockers. Había, un cliente muy particular, cuyo locker
tenía una ropa muy sucia; recuerdo que los muchachos
dejaron que “se las llevaran las aguas”…
El piso de vinil se comenzó a despegar, eso fue lo
que en un futuro nos daría ese aspecto “underground”,
de parches pegados con goma hércules por todos lados.
La madera del salón de baile también se mojó y algunas
de las tablas se doblaron y se despegaron.
Esa noche pudimos finalmente convencer a la
gente para que se fuera a sus casas, y nos quedamos un
pequeño grupo limpiando todo, como hasta las doce.
Al día siguiente todo volvió a la normalidad, salvo
que por consenso general y ante futuras contingencias,
decidimos exigir una condición previa a la inscripción:
saber nadar.

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LOS CROATAS

Mi abuela materna nació en Croacia, y mi abuelo


en Slovenia, así que, de manera esencial y sin saberlo, yo
estaba relacionada, en alguna forma desconocida, a lo
que ocurría en otra parte del mundo: Los Balcanes.
Se desarrollaba en la Europa meridional uno de
los grandes conflictos de esta última parte del siglo, la
guerra entre servios y croatas. Una señora conocida de
una conocida de mi mamá tenía un sobrino croata que
había escapado, junto a su novia servia, del conflicto y
venían a Venezuela.
No sé bien cómo fue que se nos ocurrió la noble
idea de refugiar a los tiernos enamorados en la cocina del
gimnasio, hasta que su tía los ubicara mejor, pero un
buen día estaban allí, con una maleta y sin hablar palabra
de inglés o español.
El era un muchacho catire medio tosco, medio
ingenuo, y ella una flaca nerviosa de pelo negro corto.
Eran nuestros refugiados de guerra!… ¡Qué historia !.
Desde el primer momento nos desvivimos por
hacerlos sentir bien. Los alojamos, les regalamos
utensilios, les compramos comida, les preparamos dulces,
les explicábamos las direcciones y nos ofrecíamos a
llevarlos a donde quisieran.
Les hablábamos en un muy deficiente pero bien
intencionado croata, y queríamos explicarles español, les
trajimos libros y cuadernos, y cada tantas horas, mi
amigo Igor, venezolano de pura cepa, perturbaba su paz
para preguntarles si les provocaba un “chajek” (o
“tesito”; así, en diminutivo).

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Estábamos realmente emocionados con el suceso,
y la labor altruista que nos tocó cumplir.
Pero los “paisanos” eran raros. Definitivamente
raros; desde el primer día cerraron la ventanilla y la
puerta de la cocina, y permanecían sentados en el suelo,
sin salir en todo el día, salvo que tuvieran alguna
necesidad imperiosa. Eramos todos jóvenes y estábamos
en un gimnasio; todos los días, del otro lado de su puerta
transcurrían catorce horas de música, ejercicios, bailes y
alegría, pero su puerta permanecía cerrada.
Primero pensamos que pudo ser la guerra, que
condicionó sus actitudes, pero luego ya no sabíamos qué
pensar.
Cada día habrían menos la ventanilla. Estaban
recluídos.
Recuerdo una noche de un viernes que pudimos
ver por la ventana que estaban jugando cartas vestidos
elegantemente. Ella vestía toda de negro, con un top
que dejaba sus hombros al desnudo y tacones altos, él
llevava mangas largas y un bonito pantalón. Decidimos
invitarlos a conocer la ciudad y extrañamente accedieron.
Cual fue nuestra sorpresa cuando se presentaron “listos”
para salir: se habían desvestido la ropa bonita que tenían
en la cocina y se pusieron unas franelas viejas y
estiradas, blue jeans viejos y zapatos tennis en el último
estado. Así salimos.
En los días siguientes todo volvió a ser como
antes; nunca abrieron la ventanilla, nunca comentaron el
paseo y no contestaban si les tocábamos la puerta. Esto
me afectaba mucho; podíamos tocar y llamarlos hasta
quedarnos sin voz, pero ellos nunca nos hacían caso. Si

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alguien, al verlos entrar o salir, me preguntaba por ellos:
-“Carola, quienes son esos”. Yo respondia en un tono
casual que era casi tan extraño como la respuesta: “son
unos muchachos croatas de la guerra; tú sabes, allá en
Yugoslavia, que tenemos refugiados en la cocina”…
Una de las pocas veces que observé bien a la
muchacha fue un día que quería devolver una plancha
que habían comprado y que supuestamente no calentaba
bien. La flaca estaba indignada con la tienda y no era
necesario entenderla para saber, por su furibundo tono,
que no decía nada bonito. Para ser una persona retraida
parecía bastante agresiva.
Un día había un fuerte olor a algo quemado y Erika
me dijo en tono burlón: “ - Carola - tus paisanos como
que están fumando hierba”. – Qué?… hierba?, Cómo
hierba?-“Hay carola, yo no sé, pero Angel sí sabe a qué
huele eso, si quieres le pregunto…”
Nunca le pregunté a Angel. Sinceramente ya no
me importaba, y luego de tantas irregularidades lo que yo
esperaba era que los refugiados se fueran cuanto antes
pudieran. Quisimos hacer un bien y quizás lo hicimos,
pero no se sentía así.
Hablamos con su tía y acordamos que los vendría
a buscar. Vino aquella semana y tocamos y tocamos la
puerta y la ventana a más no poder, pero nunca abrieron.
Tuvimos que romper la cerradura.
No estaban. Se habían marchado desde hacía días
y no lo sabíamos… dejaron todo sucio; una olla con
espaguettis, salsa, vasos, platos, basura…ni siquiera
lavaron las cosas, ni siquiera se despidieron o nos
agradecieron haberlos recibido y cuidado… Nos dejaron

35
de recuerdo una abultada cuenta telefónica por pagar.
Días después su tía recibió una carta de ellos,
remitida desde Alemania.
Nunca entendimos ni entenderemos qué pasó con
ellos; por qué tuvieron esa actitud.
Este fue uno de esos episodios extraños de la vida
que creemos que van a salir bien, pero luego se desvían
y no nos dejan nada, aparte de preguntas y un gran
hastío. Quisiera decir que aprendí algo de esta extraña y
única experiencia, pero no es cierto. Sinceramente yo no
entendí nada.

36
LAS LLAVES, LAS LLAVES…

Mis despistes eran proverbiales; con igual facilidad


olvidaba el nombre de alguien o perdía mi morral o
cualquier otro objeto, pero había uno que era el más
importante, por la conmoción que causaba y la magnitud
de las consecuencias que provocaba; era dejar las llaves
dentro de aquello que ellas cerraban.
Dentro del carro era mi lugar favorito, aunque yo
no discriminaba ocasiones.
Se dieron todo tipo de confusiones con llaves; con
las del gimnasio, las de mi carro, las del edificio, las de la
cocina, las de los lockers, las del escritorio y hasta las del
teléfono.
Como ocurrió el día que dejé las llaves adentro de
mi carro nuevo, prendido y con la radio y el aire
acondicionado funcionando durante toda la tarde y parte
de la noche y, tras una larga e inútil parada de intentos
fallidos para abrirlo, con todo el dolor del mundo, tuvimos
que romperle el vidrio con una mandarria.
O la noche que un gracioso cerró la reja de la
entrada del gimnasio y tuvimos presos, contra su
voluntad, a todos los alumnos, durante unos larguísimos
cuarenta minutos. La noche que se me cayó la cara de
vergüenza cuando tuve que explicarle, a través de las
rejas, al Jefe del Comando Mayor de Las Fuerzas Armadas,
que teníamos secuestrados su hijo Gerardo y a sus dos
guardaespaldas.
O cuando, dos días antes de la presentación de mi
Tesis de grado dejé todo el material de estudio encerrado
en el gimnasio, junto con la llave y tuvo Olga que

37
mandarme de emergencia la copia desde Valle de la
Pascua, a través de Expresos Los Llanos…
O las tantas noches que se nos hacía tarde y nos
quedábamos presos en la entrada del edificio, a última
hora..O cuando se trancaba la cocina y entrábamos por la
ventana. O cuando teníamos que romper los candados de
los lockers, o cuando no podíamos utilizar el teléfono,
porque no teníamos cómo vaciarlo…
Hasta tuvimos una vez, un accidende memorable
con otro tipo de "llave", la llave de paso del agua, que
inundó tres locales, pero eso es diferente…
Aún hoy, nueve años después, hay en el sótano de
mi casa, una solitaria y misteriosa cajita de metal que un
buen día cerramos y no hemos conseguido la llave…

38
MI CARRO

“Mi carro, azul como yo, con vidrios oscuros como


yo. Es mi lugar, es mi espacio, mi libertad, mi posibilidad.
Mi trono y mi refugio; la vitrina desde donde a distancia se
ve el mundo, y a veces, también es el mundo”.
Un día, medio en serio, medio en broma, escribí
esto.

Mi carro tuvo un papel importante para mí, dentro


del Rakusa. El gimnasio quedaba relativamente cerca de la
casa, así que, varias veces al día, me encontraba yo
haciendo el trayecto de Cumbres a Prados y viceversa.
Por las mañanas era una alegría comenzarlo todo;
partir con el día hacia una nueva historia.
En las noches, cuando todo terminaba, camino a
casa, sentía cómo lentamente se desvanecían con la
noche las estridencias del día que había quedado atrás.
En mi carro yo meditaba, estudiaba, y hasta algún
poema escribí, esperando en la cola del auto banco.
En mi carro fuimos a los eventos y a los paseos,
en él hicimos mudanzas. En él se montaron los amigos,
los afectos; mi carro también era el Rakusa, como lo eran
todas las cosas que rodeaban mi vida en aquellos días.
Mi carro; el que yo cambiaba de puesto en la
congestionada calle, n veces al día, el que dejaba
encendido con las llaves adentro, el que siempre tenía el
indicador de gasolina en “échele”, y las luces apagadas
de noche o prendidas de día, el del color azul-gris-violeta
indefinido, el de las eternas marcas de las pisadas de los
gatos.

39
40
LAS CANCIONES

La música y los olores nos llevan hacia momentos


específicos de nuestra historia, momentos que irrumpen
con fuerza y sin aviso, y sin saber nosotros cómo,
estamos nuevamente en el ayer.
He aquí la lista de aquella música que llenó las
horas del Rakusa.

Arriba, en el gimnasio de Alto Prado:


- Welcome to the jungle de Gun´s and Roses
- Paradise City - Gun´s
- Sweet Child of Mine - Gun´s
- Todo Poison
- Todo Motley Crue
- Todo Queen
- White Lion
- Skid Row
- Aerosmith
- Def Leppard
- Metalica (en general el rock pesado es muy
bueno para entrenar con pesas)
- Billy Idol (para alegrarnos)
- Enjoy the silence - Depeche Mode (el video del
hombre con la silla)
- Nothing Compares To You - Sinead O´Connor (el
famoso video con el close up de su hermosa cara)
- Girl´s Just Want To have Fun - Cindy Lauper
- One of my Kind – INXS
- Suicide Blond – INXS

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- By my Side – INXS (me encantaba INXS, y para
mí, Michael Hutchinson era el segundo Jim
Morrison)
- Faith - George Michael (aquel video en que sale
con la rocola y los jeans apretados)
- Luca - Susan Vega
- So Lonely – Police
- Every Breath You take – Police
Y por supuesto, la célebre changa aquella de los
Woperoo…
- “Pump Up The Jam…”

Abajo, en Prados:
- Madonna – The inmaculate Collection, (con
mención espacial para ¨Like a Prayer¨, que iba a
servir para una exhibición de Martín)
- The Police – Greatest Hits (todo el disco, todo el
día, todos los días)
- Cars – Greatest Hits (idem)
- Billy Joel – Greatest Hits (idem)

Arriba, en Prados, en el pent house:


- The Doors – Greatest Hits (tarde en la noche)
- Metallica
- Rolling Stones – Greatest Hits
- Led Zeppelin
- Queen, siempre Queen (el Queen para Nico y
para mí es además un recuerdo de antes del
Rakusa, de nuestra infancia y adolescencia)
- U2

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- UB 40 (de tanto oirlo en las clases de aeróbics, se
mermó mi capacidad para escuchar reggae)
- Tracy Chapman (fabuloso para hacer
abdominales, y para momentos depresivos)
- REM (idem)
- Sinnead O´Connor – The Lion and The Cobra
(esto sólo lo ponía yo)
- Soda Stereo – Todo, con mención especial para
¨De Música Ligera¨ (que todos cantábamos
cuando intentábamos ser cantantes o músicos)
- Fito Paez – Mariposa Technicolor
- ¨Dos Margaritas¨- Paralamas ( lo mejor para
saltar cuerda)
- todo Bon Jovi (bueno para clases de steps)
- I’ m a Creep – Radiohead
- todo Men at Work
- ¨Dookie¨- Green Day
- todo The Cure
todo INXS
y, para hacer aerobics, changa como:
- Salt´n´Pepper
- Woperoo
- ¨Everybody, everybody…¨
- Real Mac Coy
- Ace of Base
O cosas horribles que se ponían de moda y nos
divertían mucho, como aquellas infames de Twenty
Fingers and Gillette:
- You gotta lick it
- Short Short man…y la celebérrima

43
- ¨El Meneito… el meneito¨…
había un disco bastante malo que siempre ponía ¨El
Chino¨ en las mañanas, para echarnos broma; aquel
insulso tema pop ¨Catwalk¨, con el que nos torturaba
por largo rato, repitiendo hasta el cansancio la pegajosa
frase: ¨I´m too sexi for my car, too sexy for my car, too
sexy by far…¨

Algunas noches, tarde, en un arrebato nacionalista,


Alfonzito me ponía algo de Luis Silva, o alguna música
llanera para que apreciara el género (debo admitir que
nunca surgió en mí la afición, pero se hizo el intento).
Yo particularmente, oía todos los días toda esta
música, varias canciones a la vez, porque los dos
salones, el de pesas y el de aeróbicos eran contiguos, y
los sonidos de ambos se mezclaban, pero además tenía
otra música que oía todo el tiempo en el walkman, en mi
carro y en la casa, que era:
Sheryl Crow (muchísimo, todos sus discos, y continué
escuchándola como por tres años)
Soda
Queen
Presuntos Implicados (un grupo español con una
cantante que canta muy bonito)
The Cure
Sinead O´Connor
INXS
The Doors
Paralamas
Algo de Bach, Beethoven y Chopin (en el sótano de
mi casa, pintando)

44
Cosas raras como ¨La Vie en Rose¨ de Grace Jones,
Terrence Trent Dárby, Cowboy Junkies, Adam Ant o
una canción de Morrisey que una vez me grabaron y,
por supuesto, mi querido Fito Paez

Todas estas canciones son de distintas épocas y en


cada persona evocan mundos diferentes, pero para los
que estuvimos en El Rakusa, estas canciones, todas
juntas, fueron nuestra época, nuestro momento.
hubo un disco que nunca más he podido escuchar,
un disco que oimos expectantes mientras arrastrábamos
las largas horas de la última semana del gimnasio; un
disco triste y obscuro que guarda en él toda la confusa
carga emotiva de aquellos momentos:
- 12 Gracious Melodies, de Stone Temple Pilots.

45
HISTORIAS PERSONALES

Todos los que estuvimos en el Rakusa dejamos


nuestra impronta y el gimnasio fue poco más de lo que
nosotros fuimos. A continuación voy a presentarles
algunas de las individualidades que tanto sumaron al
Rakusa y que cambiaron y formaron sus días y nuestras
vidas.

46
MARTIN

En nuestros primeros años Martín fue la imagen


del Rakusa.
Martín era un joven argentino, de unos treinta
años, con un físico privilegiado. Martín fue, desde el
comienzo, nuestro principal instructor, la persona
conocedora de la actividad que se desarrollaba en un
gimnasio de pesas.
Además de eso Martín era el hombre serio,
educado y atento que pronto hizo amistad, y se ganó el
afecto y el respeto de los alumnos. Martín fue lo mejor
que le pudo pasar al Rakusa en sus comienzos.
Todos admirábamos a Martín, por las más diversas
razones; era campeón de fisicoculturismo, tenía una
marca importante entre los levantadores de pesas del
país, tenía método para entrenar a la gente, era
inteligente, era reservado, era culto, era atento y era
grandísimo. Martín inspiraba seguridad y respeto, y
además era muy apuesto. Ciertamente nadie era inmune
al efecto que su imagen causaba.
Martín era como nuestro compañero en el negocio,
nuestra persona de confianza., de hecho, muchas
personas nos preguntaban si Martín era nuestro hermano.
Trabajaba todos los horarios, y podríamos decir que
convivíamos con él todo el día; leíamos, oíamos música,
hablábamos por horas sobre nuestras vidas y el Rakusa,
que para ese momento era gran parte de nuestras vidas.
Los muchachos lo admiraban y las muchachas lo
adoraban. No había término medio. Todos querían ser
como él. Era nuestro “hombre grande” del gimnasio,

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nuestra imagen ideal, como gimnasio, ante nosotros y el
resto del mundo.
Con él conocimos lo que conocimos sobre
técnicas, campeones y campeonatos y alguna vez nos
representó muy honrosamente en algún evento. Martín
siempre sobresalía, Martín siempre quedaba bien y
llamaba la atención.
Nos hicimos sweaters deportivos con el emblema
del gimnasio, y todos los lucíamos orgullosos de
pertenecer y de que Martín fuese uno de nosotros.
Con el tiempo, Martín hizo escuela en el Rakusa
,con su forma de entrenar, y hubo luego toda una
tradición de jóvenes instructores que seguían su método.
Había “los entrenadores que habían aprendido con
Martín”, como Nano, y los otros, que también tuvimos
muy buenos.
Martín estuvo con nosotros como tres de nuestros
cinco años, hasta que decidió seguir su propio camino,
pero su aporte en lo que fuimos fue esencial. Siempre
continuó siendo una referencia dentro del Rakusa y tanto
su imagen como su historia siempre estuvieron, de
alguna manera, unidas a nosotros.
No volvimos a tener otro “hombre grande”, hasta
que llegó Jesus.

48
JENNY

Jenny era “la mujer más dura del mundo”, -no


exagero-. Jenny era nuestra profesora de aerobics.
Era delgadísima, menuda, de suave hablar, pero
era un pequeño tanque de artillería, por su vigor y el
acero del que estaba hecha.
Jenny tenía la más perfecta combinación de
fuerza, elasticidad y resistencia que he conocido; y
estaba, como decíamos en nuestro nuevo argot,
totalmente “rayada”.
En el ánimo de todas las muchachas que
entrenaban con Jenny se producían dos reacciones; la
primera era que le tomaban afecto casi
instantáneamente, porque Jenny era dulce, y la
segunda era que todas querían convertirse en “super
atletas” y estar “durísimas,” como Jenny. Así
comenzaba una etapa de sacrificios y esfuerzos que
duraba el tiempo necesario que tardábamos en tomar
conciencia de la realidad y de nuestras propias
limitaciones. A mí me duró unos dos años, en los que mis
clases eran sagradas y había días de paroxismo en los
que entrenaba en la mañana, la tarde y la noche.
Jenny era muy buena en lo que hacía, era una de
esas personas que Dios dotó con un don que se apreciaba
claramente al verla trabajar, pero era bastante sencilla,
era tímida y al igual que yo, era bastante despistada; la
recuerdo siempre apurada, siempre retardada para la
clase, siempre bañándose y secándose el pelo a última
hora, pero todos los sustos se pasaban al disfrutar de la
clase. Jenny era un caso.

49
Luego, entre clase y clase , sentadas en el piso del
cuarto de los lockers, las muchachas hablábamos
interminablemente con Jenny sobre cualquier tema.
Fueron cientos de horas las que pasé durante cuatro
años, hablando con Jenny y no fueron pocos los libros
que le presté , en mi afán de compartir con ella algunas
de las cosas que yo quería. Fueron momentos bonitos, de
una bonita época.
Con su sencilléz Jenny no pudo evitar el
protagonismo que tuvo, como una de las personas que
hicieron del Rakusa el sitio cálido que era. Las
muchachas querían a Jenny y la apreciaban.
Tengo en mi recuerdo una imagen de Alfonzito, la
Pimpi, Chasis, Jenny y yo en la última tarde del Rakusa;
apoyados sobre los largos ventanales, dejando colgar los
brazos y el ánimo, mostrando al mundo nuestras muecas
de hastío, en una pose digna de una fotografía. Esa
noche, la última clase de aerobics del Rakusa fue
interminable. Yo la filmé con todas sus bromas y su
carga de nostalgia, y algo que no podía faltar para la
posteridad: un close up a los abdominales de Jenny; “la
mujer más dura del mundo”...

50
JESUS

Durante nuestros últimos dos años, Jesús fue


nuestro “hombre fuerte del Rakusa” .
Jesús llegó una mañana ofreciéndose para el cargo
de instructor; su físico y su forma educada de expresarse
le valieron una oportunidad, y luego ya no pudimos
prescindir de él, porque todos los días nos tomaba por
sorpresa y nos cautivava a todos.
Jesús era una anarquía que funcionaba
eficientemente bajo otro orden, otra causalidad. Era un
disparate genial y de mucha clase.
Si Martín fue el entrenador clásico de los
muchachos fuertes, puedo decir que Jesús fue nuestro
mejor entrenador para el resto de la gente; y las jóvenes
lo adoraban.
Jesús era buen entrenador, asumía cada cliente
como un reto, y tenía su corte de seguidoras, a las que
entrenaba con cariño y mucha disciplina, y realmente
lograba resultados.
Jesús era una personalidad. Era una muestra de la
diversidad de la vida; nada se parecía a Jesús, y podíamos
amarlo u odiarlo, pero jamás ignorarlo, y mucho menos
explicarlo.
Jesús no podía respetar los horarios, y tenía todo
tipo de opiniones y métodos poco ortodoxos, pero era
efectivo.
Jesús era un muchacho de convicciones, de
valores, con una personalidad desbordada que tocaba
límites, pero siempre con una clase y una sonrisa que
sólo dan la seguridad de saberse cierto.

51
A manera de broma, cuando cerramos el
gimnasio, quisimos otorgar entre amigos un galardón
simbólico a las tres individualidades más originales, más
diferentes, más fuera de lo común que habíamos
conocido en esos años, y entre grandes y meritorios
candidatos, Jesús obtuvo el lugar de honor, por algunas
razones.
En nuestro mundo era así, pero en el suyo Jesús
era el Rey.

52
OLGA

Nosotros conocimos a Olga en nuestra infancia, en


casa de una amiga de mi mamá. Olga era una llanera de
catorce años, que desde ese día pasó a ser parte de
nuestras vidas. Ahora, veinte años después, Olga seguía
con nosotros.
Olga hizo carrera como estilista, pero ahora, como
siempre, estaba aquí, apoyándonos en nuestra nueva
empresa.
Olga era del Llano, de Valle de La Pascua, y había
llegado a Caracas de catorce años. La mayor parte de su
vida la hizo en la capital, aunque siempre tenía su lado
“llanero” a flor de piel.
Con ella aprendimos expresiones tan simples y
elocuentes como “está mascando el agua” - “va a dejar el
pelero” - “ pobre oveja”, y los vocablos “motolito” y
“bailorio”.
No había acontecimiento que no encontrara un
chistoso reflejo en la elocuencia popular de Olga. No
habían frases más sabrosas y más francas que las que
soltaba Olga seguidas de una carcajada.
Olga nos transculturizó, y como dicen que la
cultura superior influencia a la inferior, me imagino que
algunas cosas de la cultura de Olga eran superiores, en
algún aspecto, a las de la nuestra; en pureza, en
elocuencia o autenticidad, no sé. Puede ser que lo que
nos influenció fue la persona de Olga, su humanidad, y
esa especie de inteligencia intuitiva que se comunicaba
con las emociones más íntimas de las personas.
Una de las cosas curiosas que pasaba en el

53
Rakusa a diario era que la persona que uno menos
esperaba estaba tratando con Olga temas de su vida
privada. Olga sabía y asesoraba acerca de divorcios,
noviazgos, infidelidades, incompatibilidades, afinidades y
cuanto drama humano existe. La gente le contaba las
cosas a ella.
Olga era una llanera – caraqueña, que vestía con
ropa de “Mayami”, como ella decía. Adoraba a Elvis
Presley, la música de Julio Iglesias, las fiestas llaneras,
las cervecitas, “con moderación”, despertarse al alba,
hacer todo rápido, tener todo limpio, hacer empanadas y
arepitas, y la música de Nicola Di Bari, que le recordaba
a su ex esposo y sus años de juventud. Olga era una
romántica y una nostálgica que no aguantaba mucho
antes de que se le aguaran los ojos. Siempre
bromeábamos diciéndole que cualquier día conocía a un
“buen partido” y se nos casaba de nuevo.
Con su sencilléz y su mundo aparentemente poco
complicado, Olga no aparentaba ante nadie la
importancia que tenía en nuestras vidas. Cuando éramos
niños nos invitaba a comer arepas en casa de la amiga
de mi mamá, jugaba con nosotros y nos contaba cuentos.
Luego, ya en mi casa, hablábamos y bromeábamos todo
el día, y ahora que crecimos Olga estaba ahí de nuevo,
para acompañarnos, ayudarnos, o llamarnos muy
respetuosamente la atención si a su agudo olfato le
parecía que algo no era correcto.
Ahora esta llanera se ponía unas lycras , hacía
dieta, leía revistas de “fitness” y se aprendía ejercicios
de “triceps”, o de “abdominales oblícuos”, para estar
siempre a la altura de los acontecimientos.

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Un año antes de que cerrara el gimnasio, Olga
Volvió a La Pascua, a atender asuntos familiares, y al
poco tiempo nos dio la noticia: se casaba con un señor
que conocía desde que era muchacha. Esa fue
sinceramante una de las noticias de la década, junto con
el fin de la guerra fría y alguna que otra cosa importante
que pasó en el mundo. Aún años después, todo el que
pregunta por Olga se alegra de la noticia.
Siempre mantenemos comunicación con Olga, y
cada tanto tiempo viene a Caracas y pasa a contarnos de
su vida, y de cómo se mantiene en forma trotando
tempranito por las calles de Valle de la Pascua.
El gimnasio pudo haber pasado, y con él su
historia, pero la historia de Olga es una que está unida a
la nuestra desde siempre. Siempre me imagino a Olga
viejita, con el pelo blanco, echando broma, en algún
lugar, con nosotros.

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EL SEÑOR N

Cuando el señor N llegó al Rakusa era un señor


bastante mayor, frágil, delgado, de cabello blanco y
actitud reservada. Fue una sorpresa para nosotros que
quisiera hacer pesas.
El señor N era una persona que yo definiría como
muy muy seria, con quien el respeto no concedía mayores
licencias.
Entrenaba callado y seguía luego una rutina de
relajación, acostado en una colchoneta, con los ojos
cerrados, en algún rincón apartado del gimnasio.
Recuerdo uno de los primeros días a alguien gritándole
asustado a Nico -“¡ Nico , corre -el Sr. N está tirado en
el piso con los ojos cerrados …
El Sr. N siguió entrenando, siempre igual, por
años, y su cuerpo, aún esbelto, ya daba cuenta de ello;
era un hombre sano, vital y más robusto, si cabe el
término. Pero algo que también se transformó o se dejó
ver ante nuestros ojos fue la personalidad del Sr. N., que
resultó un feliz hallazgo.
Algo en él tenía una suavidad, una amabilidad,
una benevolencia que asomaba en alguna tenue sonrisa.
El Sr. N era uno de nosotros, y durante años contribuyó a
darle forma a aquello tan variado y amplio que éramos y
al carácter que tenía nuestro mundo.
Nunca me voy a olvidar una imagen única del Sr.
N, tan serio siempre, burlándose de un video de rock,
saltando, haciendo “air guitar”.

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MARIA

Estaba yo pintando y remodelando el gimnasio, en


vacaciones, cuando vino un señor a inscribir a sus dos
hijas.
Una de ellas era una muchacha de aspecto poco
usual. Tenía lentes oscuros y un walkman y algo en ella
era rígido, hermético, casi duro.
Los días siguientes la veía venir, siempre con sus
lentes y su rígida expresión .
Un sábado surgió entre nosotras una
conversación casual que, para sorpresa mía, se prolongó
inusitadamente. Resulta que esta niña aparentemente
oscura y uraña tenía muchísimas coincidencias de
afinidad, conceptuales e intelectuales conmigo. Era poco
común que alguien se interesara por temas tan variados
como los que me interesaban a mí, y menos alguien tan
joven. María tomaba cursos en la Alianza Francesa, igual
que yo, leía a Isaac Asimov, como hacía yo, gustábamos
de cantantes poco conocidos como Tanita Tikaran o
Terence Trent D´arby. Yo amaba las artes plásticas y el
dibujo y ella quería estudiar cine y fotografía, ambas
teníamos una concepción visual del mundo. Ella leía
sobre la historia de Inglaterra, mientras que yo leía la de
los griegos, tenía interés por las artes marciales que yo
había practicado durante tantos años, llevaba el pelo muy
corto y yo siempre había bromeado diciendo que me lo
quería “rapar”. Tenía mi misma pasión por la lectura y el
conocimiento y un muy parecido gusto estético por el
arte. Todo esto con diez años menos que yo. Me
impresionó bastante.

57
María pasó a formar parte de mi vida diaria en el
Rakusa; conversábamos muchísimo sobre cualquier
nuevo libro, foto, obra de arte, o cualquier tema. María
tenía pasión por las cosas y bastaba muy poco para que
su cara se iluminara y olvidara su grave expresión .
María vivía en Cumbres, igual que yo, así que
muchas noches, luego de cerrar el gimnasio, yo la
dejaba en su casa.
Se estableció una verdadera identidad y, salvando
todas las distancias que podía haber, había una
afinidad real, una comunicación, un lenguaje común, que
quizás nacía de esa forma de ver el mundo, de esa gran
curiosidad e interés que Simone de Beauvoir llamaba
“ansias de infinito”. María tenía eso.
Yo le tomé mucho cariño a María y lo noté cuando
se fue a estudiar a Europa. Me hacía falta su presencia en
el gimnasio; me había acostumbrado a sus ocurrencias, a
su criterio y a su compañía.
Con María aprendí que puede haber afinidades aún
entre las personas aparentemente más diferentes, y que
estas simplemente se encuentran. María fue un hermoso
hallazgo.
María volvió de Londres cuando ya el Rakusa
había cerrado y nuestras vidas tomaban nuevos rumbos.
Ya no teníamos la fiesta diaria, el ambiente distendido,
la vitrina desde donde veíamos el mundo y a distancia lo
cambiábamos y lo inventábamos, ahora había nuevas
responsabilidades, nuevas realidades. Salimos de aquel
ámbito ideal y volvíamos a ser personas reales dentro
de un mundo real.
María entró en la universidad e hizo su vida y cada

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tanto tiempo, cada vez menos, pero con el mismo cariño,
nos hemos visto y nos hemos puesto al día, manteniendo
aquella pueril promesa de que ella me invitaría a la
premiere de su primera superproducción y yo a la de
mi gran exposición en el Louvre.

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MI AMIGO CARLOS

Carlos cambió mi mundo, sacudió mis conceptos y


muchas veces iluminó o nubló mi realidad.
Llegó un día en que yo no estaba y sin embargo
supe de él porque llamó la atención y generó
comentarios. Otro día lo conocí y ya me parecía familiar.
Carlos era único, no se parecía a nada y no había
parámetros para medirlo, quizás por eso “conectó” en
algún nivel conmigo, porque yo tampoco entraba muy
bien en los cánones tradicionales.
Salió de la nada, sin pasado y sin futuro definido y
con una historia extravagante y surrealista que hablaba
de Europa, de Milán, de pasarelas y celebridades, de
modas y vanguardias y de rebelión cultural. Su imagen
acompañaba a este mundo ajeno, extraño y desconocido;
Carlos era raro, bastante raro, en todos los aspectos;
hablaba raro, miraba raro, sus movimientos eran raros y
sus pensamientos eran raros.
Alguien así era un enigma, porque era diferente,
pero era diferente en una forma benigna, porque a pesar
de sus extravagancias era una persona suave y educada
y conmigo era especialmente atento.
Hicimos amistad y parecía que nos habíamos
conocido desde siempre; había como una confianza, un
entendimiento, casi una complicidad entre él y yo.
Carlos adoraba mis dibujos y los analizaba.
hablábmos durante horas de sus diseños (porque quería
ser un diseñador vanguardista), de sus radicales
convicciones y de sus incomprensibles anhelos. Me
prestaba “la vie en rose” de Grace Jones, me grababa

60
canciones y películas o se aparecía con una piedra que
había encontrado, para que yo la tallara y se la dedicara.
Me llamaba “sweet Caroline”, por la canción “sweet
Jane”, de Cowboy Junkies, que a ambos nos gustaba. Yo le
hacía leer a Sartre o “El Principito” de Saint Exupéry, le
explicaba francés y divagábamos sobre “la nuit etoilee”
de Van Gogh.
Teníamos conceptos tan radicalmente opuestos de
las cosas que nuestras mutuas opiniones eran valiosas
para ambos, éramos como el blanco y el negro pero nos
llevábamos increiblemente bien. Nos sentíamos bien
juntos.
Entrenábamos con mis hermanos o con amigos,
jugábamos a ser músicos en los salones del Rakusa o a
veces nos íbamos a entrenar al Avila.
Todo era un gran juego, todo era alegría y todo era
bueno; era una vida sana, bonita y alegre y Carlos, mi
amigo, era parte de ella. Pero poco a poco iba surgiendo
una historia oscura, ingrata e imprevista, que en nuestro
mundo blanco no encontraba cabida. Yo Traté de
ignorarlo por un tiempo, la razón tiene capacidades
ilimitadas para ocultarse de ella misma, pero era inútil,
algo no estaba bien .
Carlos viajó a Europa y volvió. Yo pensaba que
mi capacidad de asombro con él ya estaba agotada, pero
no era así; vi a mi amigo Carlos como nunca hubiera
querido verlo .
Cuando dije que Carlos había oscurecido algunas
veces mi realidad me referí a estos momentos; aquí
muchos de mis conceptos se vieron sacudidos. Mi razón
no entendía lo que mi alma no quería aceptar. Si con

61
alguien me hubiera gustado estar equivocada era con mi
amigo Carlos.
Aprendí muchas cosas en esos días; sobre la vida,
sobre la gente y sobre mí. Y tardé un tiempo en “digerir”
todo lo que se había “mezclado” dentro de mí.
Aprendí que la realidad es muy compleja y que
tiene posibilidades infinitamente retóricas de explicación,
pero que las cosas son lo que son, aunque nosotros no lo
comprendamos.
El Principito decía: “lo esencial no es visible a los
ojos”, y siento que en el fondo quizás es cierto, pero
entendí que hay cosas visibles que son realmente
importantes, y que casi siempre estas son la forma que
toma ese fondo esencial… Como dije antes, la vida es
algo realmente complicado.

62
ERIKA

Erika era una muchacha de colores preciosos;


tenía la piel blanca, de un blanco puro, como la nieve, los
ojos de un azul claro como el cielo y el cabello castaño, a
veces un poco naranja, y sonará a cliché, pero no hay
mejor manera de describir sus colores.
Erika era una niña linda.
Cuando comenzamos con el Rakusa Erika tenía
unos dieciseis años, era una niña de la zona, conocida de
mi hermano.
Poco a poco Erika se fue convirtiendo en una
referencia dentro del gimnasio. Un día empezó a
ayudarnos con los clientes, y fue una grata sorpresa.
Igualmente inscribía a un alumno, cuidaba el gimnasio,
entrenaba a otro, llenaba la jarra de agua o le seguía la
trayectoria a mi morral, que inevitablemente yo seguía
perdiendo.
Si faltaba algún profesor de Aeróbics, Erika estaba
dispuesta y capacitada para dar la clase, y el resto de las
muchachas aplaudía la opción.
Erika era una joven completa; estudiaba en la
universidad, trabajaba como promotora de productos,
trabajaba con nosotros, entrenaba diariamente, era
amiga de todos, era alegre; las muchachas la apreciaban
y a los jóvenes les encantaba.
Era inteligente y tenía una personalidad aguda;
era una pequeña triunfadora. Me la imagino ocupando
cualquier cargo que quisiera y haciéndolo bien.
Erika estuvo con nosotros desde el primer mes
hasta el último, durante nuestros cinco años y siempre

63
fue grato que nos acompañara; fue una del grupo
selectísimo de “íntimos” que el último día se montaron
sobre el techo del edificio, para ver por única y última
vez, cómo se veía Prados del Este desde arriba del
Rakusa.
Erika era una muchacha de bonitos colores.

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ALFONZO

Alfonzo, “alfonzito” era uno de aquellos pequeños


“Sansones” que se había inscrito en nuestra segunda
sede. Era flaco, como de dieciséis años, era callado y
llevava el cabello largo.
Un día, cuando ya teníamos como tres años con el
gimnasio, Alfonzito comenzó a trabajar con nosotros
como instructor en uno de los horarios. Ese niño se sabía
todos los ejercicios, era de la escuela de Martín, era
discípulo de Nano y entrenaba “durísimo”. Para esa
fecha ya su físico había cambiado totalmente; ahora era
un pequeño “tanque” armado.
Alfonzo creció como persona con nosotros. Al
comienzo era un joven más, con las inconsistencias
propias de su edad, pero poco a poco se fue
transformando en un hombre responsable que hacía su
trabajo con método y cariño, y al que todos los alumnos
comenzaron a respetar.
Teníamos un juego tonto en el que
constantemente le decíamos a los alumnos nuevos y
viejos que le preguntaran cualquier duda al entrenador
“Alonzo”, causando una ingenua confusión que luego se
autoalimentaba, sembraba la duda, y nunca terminaba
de aclararse completamente. Era algo tonto, como tantas
cosas, pero era divertido e inocuo. También le decíamos
Alonzo “El Oso”, por una marca de cerveza muy famosa,
que tenía como símbolo a un osito.
Alfonzo quería tener un carro, pero no tenía
posibilidades económicas, así que un día compró un
“carro” que consistía casi principalmente en la

65
carrocería; era un wolkswagen hueco que había sido
verde y tenido motor, sillas y ruedas alguna vez. Armarlo
y ponerlo en funcionamiento fue todo un reto y una gran
diversión para Alfonzo, “Chasis”, y otros; recuerdo que lo
pintaron con “Spray” verde. Ese era Alfonzito; un niño
que estudiaba, trabajaba y se armaba su propio carro.
Con los años decidimos dejarle el nombre de “Alonzo” a
el carro, a manera de jocoso alter ego.
Los últimos días Alfonzo estaba inconsolable;
“era la sombra de una pena, era el eco de un dolor”,
como dice la canción. Todo en su conducta lo reflejaba, y
la última noche tuvo hasta sus lágrimas y sus cervezas de
más, junto con sus respectivas promesas de amistad y
fidelidad eternas. Era un niño dulce Alfonzo.
Supe que en sólo tres años ya Alfonzo tenía un
carro nuevo, una moderna moto y a “Alonzo”, además de
un buen trabajo.
Cada tantos meses nos encontramos con alfonzo
y hacemos nuestro tradicional ejercicio de memoria y
nostalgia, informándonos sobre la vida de todos nuestros
antiguos alumnos , y nunca falta, por supuesto, un
saludo para “Alonzo”.

66
JP

JP fue otra de las realidades que me estremeció


en el Rakusa .
JP era un muchachote fuerte, alegre, dulce y
abierto, era una buena persona. Estudiaba en la
universidad, tenía novia, era rico y era felíz, Olga lo
apodaba “el llanero”, porque su padre tenía tierras y
ganado. JP lo tenía todo.
JP tenía fuertes problemas de adicción con drogas
y alcohol.
Una vez invitamos a un grupo de alumnos a la
playa, y para sorpresa nuestra, JP se pasó el viaje
borracho, triste, lamentándose de su suerte y haciendo
caso omiso de Nico, Igor, Carmela y yo, que tratábamos
en vano de calmarlo o hacerlo comer algo. Para nosotros
fue una inesperada y triste sorpresa. JP era un peligroso
coctail de euforia y depresión.
Recuerdo a JP el día de nuestra fiesta de
despedida del Rakusa, desorientado, buscando pelea, sin
camisa y tratando de encontrar su correa. Al día
siguiente, cuando todo terminó, nos conseguimos a JP
durmiendo dentro de su auto, en la calle.
Un año después de cerrar el Rakusa, me encontré
con JP en la misa del Papa en Venezuela, junto a su madre
y un grupo de jóvenes católicos.
Años después supimos de JP por un horrible
accidente en el que casi perdió la vida desangrado, pero
poco luego supimos que estaba rehabilitado , hacía
deportes e incluso daba clases de karate.
Esta parece una historia ingrata y sin esperanzas,

67
pero espero que no lo sea, porque yo conocí a JP y sé que
si alguien tiene potencialidades, ése es él, así que yo
guardo mis esperanzas .
Había una expresión que JP usaba para referirse a
nosotros; él decía que nosotros éramos “gente”; bueno,
JP era “gente” también.
Un día, en el Avila, JP me mostraba un árbol
inmenso, de imponentes raíces, y me decía que así era
él, que era así de fuerte y que iba a lograr algo grande,
que nunca olvidara eso. Si es cierto que las pruebas que
Dios nos pone son del tamaño de nosotros mismos, es
posible que JP lo logre.

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NANO

Nano erara un muchacho catire, callado y fuerte


que llegó como uno más y luego sucedió a Martín como
entrenador y fue una de las personas que dieron forma y
personalidad al Rakusa.
Decir Rakusa era como pensar en Martín, en Nico,
en Jesús, en Jenny, en mi hermana y yo, o en Nano. Nano
fue desde el comienzo el ayudante de Martín y cuando
este se fue, él lo sucedió. Hizo escuela entre los jóvenes
que entrenaron con él y siempre fue competente,
educado y apreciado por todos. Podemos decir que junto
a Martín y a Jesús, nuestros “hombres grandes” del
gimnasio, Nano fue uno de nuestros tres mejores
instructores.
Nano le tenía mucho cariño al gimnasio y a mi
hermana , pero yo no tenía “sangre” con Nano.
Siempre nos caímos un poco mal, era recíproco;
no sé, había algo que no fluía entre nosotros.
Para mí, Nano estaba como “sobrado” y quizás
para él yo era una “antipática”, esto nunca fue
deliberado, pero él sabía y yo sabía.
Durante años Nano estuvo con nosotros y vivió lo
que vivimos y creo que crecimos juntos. Cuando
pudimos ayudarlo lo hicimos y cuando él pudo ayudarnos
también lo hizo. Una vez tuvimos un problema y Nano
fue una de las personas que nos ofreció su apoyo leal y
sincero.
Uno de los últimos días del Rakusa, estando él y
yo solos, sentados en el piso, cargados de nostalgia y
honestidad, despojados de poses correctas y ya inútiles,

69
nos confesamos que siempre nos habíamos caído mal.
Fue cómico, fue extraño, pero se sintió bien, creo que la
honestidad se siente bien.
Con Nano yo tuve un viaje de ida y vuelta en el
ánimo y el entendimiento, que fue de la indiferencia al
recelo y finalmente a la confianza . En los últimos
momentos lo que Nano me inspiraba era como un aún
no digerido cariño, sinceramente no lo comprendo muy
bien. Quizás era nostalgia por lo que pasamos juntos,
quizás era que crecimos, o quizás finalmente nos
reconocimos como personas.

70
El CHINO

“El Chino” Carlos fue nuestro segundo “Chino”,


pero fue el primero. Carlos era todo un personaje.
“El Chino era pequeño, jovencito, y no muy fuerte,
pero era un galán.
Tenía un pelo liso y negro que le caía
misteriosamente sobre media cara, y detrás del cual se
escondían sus exóticas cejas. Como dije antes, era un
James Dean oriental, y conjugaba en perfecta armonía lo
grave con lo jocoso. Escribía poesía romántica al mismo
tiempo que decía un chiste malo , o se preocupaba
desconsoladamente por la fortaleza de sus piernas. El
Chino cultivava lo Divino y lo profano.
Me leía sus escritos, entrenaba con solemnidad
ceremoniosa, o nos ayudaba como entrenador, pero su
principal actividad era dejarse ver bien por todas las
alumnas, y comprobar en cada espejo que todos los
elementos de su maquinaria de seducción estuvieran en
su sitio.
¡Qué le pasó a tus piernas Chino, que están tan
flacas!… , -¡Chino, mira!, un espejo!-…, Chino, ya la
tienes rendida a tus encantos!…, No Chino, no quiero ver
tus fotos otra vez…, ¡ hay Chino tu eres loco…
Y es que el Chino era toda una personalidad, era
un buen muchacho con una pose que era más grande que
él mismo. Como “Holly Golightly”, la protagonista de
Breakfast at Tiffany’s, el Chino era un personaje que era
real, porque “él realmente creía en el personaje que
creía que era”…
El Chino se fue del gimnasio como en nuestro

71
tercer año, pero no podía faltar a nuestra fiesta de
despedida, en donde hasta nos regaló con una canción.
Ahí lo grabé, le hice un close up y lo presenté como “el
Chino”, “el primer Chino del Rakusa”, para que a nadie
le quedaran dudas.

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“LAS GROBS”

Había dos catiritas, delgadas, delgadas, que eran


morochas, y de tan parecidas, parecían gemelas. Eran las
hermanas Grob.
Las conocí gracias a esa implícita relación genética
que como expliqué antes, nos unía, sin yo advertirlo, a la
comunidad eslava.
Vinieron al gimnasio aceptando una invitación
nuestra, porque su tía conocía a mi tía.
“Las Grobs”; “ambas Grobs”, como yo las
llamaba, acentuando hasta el extremo su identidad, eran
todo menos deportistas; eran delgadas, de apariencia
delicada, y venían al gimnasio muy esporádicamente.
Siempre bromeámamos sobre sus “breves pero efectivos”
entrenamientos.
Las Grob estudiaban y trabajaban, eran
muchachas serias, pero por sobre todo eran
comiquísimas; había algo en ellas, no sé qué; quizás su
ingenuidad, quizás su forma de reir. Cualquier detalle
cotidiano encontraba expresión en su disparatada alegría,
y siempre era una grata sorpresa que “las Grobs”
aparecieran por el gimnasio, impregnando de alegría un
momento de la tarde.
A veces las veíamos por la calle y nos ofrecíamos a
llevarlas, o venían al gimnasio a saludar o comentar algo,
y la visita se extendía, pero casi nunca entrenaban, y
para ser sinceros, tampoco les hacía demasiada falta.
Todo el mundo en el gimnasio hacía dieta, y
entrenaba concientemente, pero las Grob podían comer
“cualquier cosa”; mayonesa, chocolate, o cualquier

73
alimento prohibido para el resto de los mortales, y su
figura parecía no darse cuenta.
Cómo será la ironía de la vida, que en alguna
ocasión, las alumnas, al ver a Carola tan esbelta me
preguntaron si era una nueva profesora de aeróbicos, a lo
que yo conteniendo la risa respondí que no, pero que su
tipo atlético se debía a que era maratonista…
Las Grob eran como de confianza, como conocidas
desde siempre. Se estableció un vínculo natural e íntimo
entre nosotras; nos trataban a carmela y a mí como a
unas hermanas mayores, y Beatriz bromeába diciéndole a
mi hermana “tía Carmela”.
Bromeábamos con las cosas más tontas, y como
teníamos un origen étnico común, nos
autodenominábamos, de manera burlona, “The Croatian
Girls”. Eramos realmente “naif”, o “zanahorias”, y lo
asumíamos con orgullo, eso era lo bonito de nuestra
honesta amistad.
Conociendo a las Grob descubrimos que habían
vivido, cuando niñas, en la misma urbanizacíón que
nosotras, a pocas cuadras de distancia, que recordaban
los dulces y helados de la misma panadería, y que habían
asistido al mismo colegio y a la misma iglesia.
Casualidades de la vida que sólo podían ser naturales,
dado el grado de afinidad que había entre nosotras.
Las hermanas Grob; Bea y Carola, nunca fueron
realmente “personas del gimnasio”, en el sentido estricto
del término, pero su presencia en él obedeció a algún
fundamento que rige el devenir de las cosas, y que hizo
que nos encontráramos.
Pasó el Rakusa y todo el mundo tomó su camino,

74
pero Beatriz y Carolina se fueron convirtiendo, cada vez
más, en una referencia en nuestras vidas. De entre
tantos rostros y tantos momentos, una de las cosas que
nos regaló el Rakusa fue la amistad con “las Grobs;
ambas Grobs”.

75
OFELIA

Ofelia tenía una personalidad fuerte que la


revestía de un encanto mayor que el que pudiera
brindarle la belleza, o cualquier otro atributo.
Ofelia irradiaba firmeza, calidéz y seguridad, y era
una niña de diecinueve años.
Ofelia estaba “bien plantada”, y no podría
explicarlo, pero creo que todo el mundo lo sentía. Los
muchachos tenían una frase un poco vulgar para
explicarlo; “Ofelia está buena”, decían; y si había un
revuelo y todos corrían hacía las ventanas, era probable
que Ofelia estuviera en el taller de enfrente.
Al comienzo, cuando nadie entrenaba aún con
Jenny, éramos sólo Ofelia, Andrés y yo, y aunque pudiera
pensarse lo contrario, esas clases de sólo tres alumnos,
uno de los cuales era la propietaria, eran de las mejores
que hubo.
Un día Ofelia vino corriendo con una perrita en
brazos; la había encontrado en la calle, herida, y como
era de esperarse se encargó de ella. Ese día comprendí
que mucho de la personalidad de Ofelia consistía en que
era una persona de buenos sentimientos.
“la Chilindrina”, como bautizó Ofelia a la perrita,
se quedó encerrada detrás de la cocina del gimnasio
como por dos semanas, hasta buscarle hogar. La
ocultábamos tras unas cajas, evitando por cualquier
medio que mi papá pasara a la cocina y descubriera a
nuestro secreto huesped. Nos divertimos mucho en esos
días.
Un día decidimos participar varias personas del

76
Rakusa en una competencia de aeróbicos; recuerdo que
Ofelia participó “enratonada” y sin haber dormido la
noche anterior, y por pura voluntad quedó segunda,
detrás de Erika, de entre un grupo mixto de unos ciento
cincuenta jóvenes. Así era Ofelia.
Ofelia estudiaba odontología y, al igual que Erika,
trabajaba como modelo. Yo siempre me la imagino como
a una mujer fuerte; Doña Bárbara, Cleopatra, o por qué
no, una gran Doctora.

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IGOR "IGORIEVITCH"

No hay que confundirse por el nombre; Igor es un


muchacho venezolano que tiene un nombre étnico al que
nosotros, para acentuar aún más, le colocábamos la
coletilla de "Igorievitch", a la usanza de las novelas de
Tolstoi, pero como dicen que la persona hace al nombre y
no el nombre a la persona, creo que a Igor su nombre le
iba mejor que a cualquier ruso. Igor, al igual que su
nombre, era diferente, era grave y era muy serio.
Igor y Nico se conocieron en la escuela, en
primaria, y desde siempre fueron inseparables.
Igor es bueno, genuinamente bueno; si hay que
acompañarar a alguien, Igor quiere ir, y si hay que hacer
un favor, Igor quiere hacerlo. Si hay que quedarse tarde
ayudando, limpiando, reparando algo, cuidando,
colaborando o apoyando, Igor lo hace, y lo hace bien, y lo
hace por que quiere hacerlo, que es lo más importante.
A veces, cuando hay mucho que decir sobre algo,
sobran las palabras y las sumimos todas bajo un
concepto más amplio. Este es precisamente el caso con
Igor; si quisiéramos describir a Igor deberíamos pensar
en muchas cosas para luego decir simplemente que Igor
es una buena persona.
Desde niños, Igor y Nico escucharon juntos todos
los discos, fueron a todos los conciertos, y tuvieron los
mismos amigos. Ahora con el gimnasio, Igor que era
terapeuta cardiopulmonar siempre nos ayudaba en los
momentos que tenía disponibles.
Igor cuidó del gimnasio por las tardes, atendió a

78
los clientes, les cobró, los entrenó, nos acompañó en las
noches, mudó el gimnasio con nosotros, limpió nuestras
inundaciones, compró vasos para la cocina, pegó con
goma nuestro piso, pintó nuestras paredes, ordenó los
lockers, se quedó horas ayudando a mi papá a reparar
alguna luz, hizo amistad con todo el mundo, y hasta
asistió a un alumno que tuvo un ataque de epilepsia en
medio de una clase de ejercicios aeróbicos, pero además
de todo esto, Igor venía con nosotros a la casa, y veíamos
películas y escuchábamos música, y algúnos días
también trotábamos por las calles de Cumbres y Prados.
"Igor es un pan...
Igor es especial...
ese muchacho es un santo...", son algunas de las
descripciones que la gente hacía de Igor, pero si yo,
después de tantos años de amistad, tuviera que decir
algo de nuestro amigo Igor "Igorievitch", diría que Igor es
algo que no se encuentra mucho en estos días, algo
como un tesoro; diría que Igor es un hombre bueno.

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MIS LOCOS

Había una frase que se repetía cada vez con


más frecuencia: “es que a tí se te pegan todos los locos
Carola”. Y era cierto; yo hacía siempre relaciones con las
personas menos comunes, y si es cierto que “todos
somos diferentes”, también es cierto que “algunos somos
más diferentes que otros”. Bueno, todos estaban
conmigo.
Desde Carlos con sus diseños y su mundo
inaprehensible, María con su “look”, sus ocurrencias y
sus lecturas, pasando por Freddy y sus personajes, Jesús,
sin más explicaciones, JP y su “montaña rusa”, el señor
de la cola de caballo, de otro gimnasio, que pasaba a
saludar, me regalaba chicles y bromeaba con invitarme a
la playa de noche, cuando no hubiera sol , David y sus
escritos, Sylvia con su linda perra Cucha que me visitaba
los viernes, Gerardo y sus fotos, Miguel y sus cosas, el
Chino y sus poemas y sus piernas, el Chino “Bruce” y sus
chistes, Carolina y sus sueños de ser actríz, Hector y su
hermosa cabellera, el señor de las acuarelas y los
poemas, Johnny con sus aviones y sus “nazis”, aquel
niño, Johan, que me enseñaba sus dibujos, y toda una
gama de artistas, filósofos, genios, o simplemente
soñadores que se llevaban maravillosamente conmigo.
Debía haber una razón, todo la tiene. Quizás se
sentían en casa.
Yo siempre le rendí culto a la personalidad,
siempre busqué y admiré la diversidad y la individualidad
. Todos eran personas con una visión propia del mundo y
tenían valores, sueños y deseos de crear algo, de lograr

80
algo, que casi siempre era una utopía; todos mis “locos”
eran buenas personas.
Con ellos aprendí muchas cosas sobre la vida y
sobre la gente y además, fue divertido. Mis “locos” fueron
mis afectos, mis alegrías y mis momentos bonitos.
He pensado mucho, en todos estos años, sobre el
comportamiento humano, y llegué a una conclusión que a
mí me satisface; “todos están locos, sólo basta conocerlos
lo suficiente”…
Ese ideal que llamamos normalidad en realidad
es sólo eso; un ideal, que se esconde bajo una apariencia
de uniformidad que en realidad no es más que
superficialidad. No conocemos a la gente lo suficiente
como para llegar a su “substancia”.
La vida es muy rica y compleja como para creer
ingenuamente que hay uniformidad . No; “cada cabeza
es realmente un mundo” y lo que es inmensamente
importante para uno, simplemente no existe para otro.
Creo en la individualidad, en la riqueza de la
diversidad, es así y está bien que sea así; creo que las
cosas están bien hechas.
Finalmente resulté ser una privilegiada; así que
como dijo Teresa de la Parra: “que me sigan siguiendo”...

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EL PREMIO MAYOR

En el Rakusa tuvimos un muy rico y nutrido caldo


de individualidades; tuvimos todo lo que se da bajo el
amplio espectro de la gama humana. Tuvimos viejitas,
pavitas frívolas, pavitas serias, doctores, ingenieros,
jóvenes estudiantes, rockeros, raperos, señores serios,
militares, divorciadas, novios, niños, violinistas, cellistas,
percusionistas, guitarristas, amas de casa, actores de
teatro, de televisión, politólogos, tenistas, judokas,
abogados, modelos, oficinistas, artistas, políticos, señores
mayores, gorditas, peluqueros, profesoras, karatecas,
policías, químicos, dentistas, flacos flacos y super
hombres. Pero había unos que no cabían en ninguna
definición, por amplia que fuera.
Había varios, pero había tres; tres que eran los
señores indiscutibles de un discutible privilegio. Eran
personas que sólo a ratos nos visitaban a nosotros los
terrícolas, pero que habitaban mundos propios.
Eran Jesús, JP y mi amigo Carlos; tres personas
ante las cuales cualquier ingenuo intento de definición se
derrumbaba aparatosamente.
Nunca dejaron de asombrarnos y siempre fueron
una pregunta abierta. Con ellos no había cánones ni
límites, y las medidas no servían. Eran inaprehensibles.
No era tarea de nadie definirlos.
Con ellos nos reimos mucho, y a veces nos
preocupamos, pero nunca dejamos de preguntarnos.
Ellos fueron los honrosos ganadores de nuestro
premio “EL MAS LOCO DEL RAKUSA”, y aquí la palabra loco
no es más que una simplificación.
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1er. Lugar - Jesús
2do. Lugar - JP
3er. Lugar - Carlos
En ese orden, aunque cada uno pertenecía a una
categoría propia en la que se erigía con todos los honores.

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LAS REUNIONES

Tuvimos algunas reuniones bonitas. Algún


cumpleaños, alguna navidad nos reunimos en el Rakusa y
siempre fueron buenos momentos. Fueron momentos
alegres, tontos, triviales, ingenuos y felices. Todas
nuestras reuniones fueron muy “zanahorias”.
Recuerdo a Adofo K. jugando, molestando a todo el
mundo con una serpiente boa, a Alexis bailando con mi
amiga elizabeth, a Nico y Roberto escondiéndose debajo
del escritorio para no bailar con una furibunda
admiradora de catorce años que los perseguía, a Teresa C
y Carmela decorando los espejos con guirnaldas rojas, al
Sr. Miguel en la cocina, haciendo espaguettis, un
desenfadado trencito recorriendo el gimnasio, Nico
bailando merengue como todo un dominicano…“I want to
live in the streets of San Pedro de Macoris…”, JP felíz con
una muchacha, o aquella primera noche que nos
quedamos hasta tarde, en el cuarto de las mesitas, con la
luz apagada, contando chistes malos y terminándonos la
torta de chocolate, embriagados de tanta tontería, tanta
juventud y tanta alegría.

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EL DIA QUE NO VI A LEE HANEY

Lee Haney era el campeón mundial de


fisicoculturismo de los últimos siete años, y venía a
Venezuela. Venía a Mata de Coco, y la expectativa en
Martín y los muchachos era inmensa.
“El sábado es la cosa”… Nos mandamos a hacer
unos sweaters a la usanza de los deportistas del género,
con los cuellos bien anchos, y holgados, para alojar
nuestras “corpulentas” humanidades. Les imprimimos
en el pecho el logo de nuestra gimnasio y los lucíamos
todos orgullosos. Todo era un juego más, en ese lúdico
período de nuestras vidas.
El evento era al final de la tarde, pero nosotros
llegamos como a las dos. Allí estábamos, éramos
veintidós, todos uniformados y alegres, formándonos
ante las puertas del local. No sé por qué varias personas
nos preguntaban si promocionábamos una nueva marca
de equipos de sonido.
Con el paso de las horas fue llegando el público;
eran en su mayoría superdesarrollados atletas; “gente
grande”, como les decían. Nosotros parecíamos los hijos
de esos señores y señoras de abultadas cejas y
geométricas mandíbulas y observávamos admirados la
escena.
Había algo que no sabíamos; y era que la mayoría
de estos atletas no albergaban en su ánimo la menor
posibilidad de tener que hacer cola o esperar su turno
para entrar al recinto.
Como a las siete de la noche comenzó el dispar
forcejeo; las personas no entraban caminando al local,

85
sino que sobrevolaban los escalones de la antesala y
finalmente aterrizaban asombrados ante la puerta.
Para la fecha, Nico acababa de ser operado de la
columna y estaba bastante débil y por debajo de su peso
habitual. Cuando nos tocó entrar, Nico, “Cyborg” y yo
salimos disparados volando contra una vidriera que
franqueaba la entrada del local. Golpeé fuertemente el
vidrio y ví como Nico y Cyborg me caían encima. No me
explico cómo no quebramos el vidrio.
El “encargado de la seguridad”, un señor al que
apodaban “Cabeza e’caja” se dirigió a Nico, ahora en el
suelo, en los siguientes términos: “ o te paras o yo
también te doy tu coñazo”… ¡Qué indignación corrió por
mis venas y terminó incontenible en mi boca: “será para
que “EL” te de “DOS” coñazos a ti; … él es cinta negra…
ATREVETE!…qué es esto?, cómo se te ocurre?….qué falta
de educación, todos parecen animales, lo mínimo que
pueden hacer es disculparse!;… ¡Qué burrada… y ustedes
se supone que son los que ponen orden?… ¡qué
ignorancia Dios mío, qué ignorancia tan grande…”
Durante toda mi desencajada intervención Nico,
preso de una sabia fuerza mayor no dio mayores señas de
vida, parado frente a “Cabeza e’caja”, que para sorpresa
mía, también se quedó impávido. Nunca supe si se
impresionó por mi verborrea, si le tuvo genuino miedo a
Nico, que es muy alto, o si simplemente nos perdonó la
vida.
Ese fue el primer capítulo de la noche que
coronaría un largo día.
Luego entramos al local; el sitio era negro,
NEGRO, sin puertas ni ventanas y estaba lleno de sillas

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hasta superar con creces su capacidad de alojamiento. No
había lugar para pasillos entre las sillas, por los que se
pudiera entrar o salir, casi no había sitio ni para las
piernas. Esto, normalmente sería irregular, pero dados
los antecedentes, era peligrosísimo. Traté de no entrar en
pánico y esperé, en medio de quejas y groserías del
público, a que comenzara el evento; a estas alturas lo
único que podía salvar la noche era ver al campeón
mundial.
Al final de la noche, luego de unas dos largas
horas de interminables presentaciones y competencias, y
como por cinco minutos, salió a escena el ilustre
invitado; todos los asistentes, para poder apreciarlo
mejor, consideraron oportuno y adecuado subirse de pie
sobre las sillas de aquel saturado y oscuro local. Está
de más decir que mi estatura era menor que la del
promedio y que, además, yo no estaba dispuesta a
subirme a la silla y pelear desesperadamente por un poco
de espacio para ver el peinado o algún dedo de alguna
mano en alto de Lee Haney.
Como ya yo había tenido oportunidad de irme
aclimatando a las incidencias de la noche, ésto no me
tomó por sorpresa, así que permanecí estóicamente
sentada en mi silla, a un metro treinta, en promedio, por
debajo de la audiencia, sumida en la mayor oscuridad, y
en mi testaruda y resignada soledad, esperando que
terminaran de aplaudir para poder, cuanto antes,
desalojar el local. Sinceramente no sé que confusa
mezcla de emociones sentía al salir.
Esa fue nuestra primera incursión en el mundo de
estos eventos “deportivos”, y tuvo “de todo”; alegría,

87
expectativas, frustración, injusticia, empujones, risas,
groserías y mucha confusión. Todo era nuevo en esos
días, y creo que no teníamos tiempo de comprenderlo
totalmente. Ciertamente fue un día muy intenso.

88
EL MARATON DE AEROBICS

No todos los eventos a que asistimos fueron


traumáticos; al contrario, hubo los que nos dieron
satisfacciones. Martín nos representó alguna vez muy
honrosamente y sin sustos, y también pudimos, un día,
dejar que las muchachas se midieran en una competencia
de aerobics.
Erika, Ofelia, el señor Miguel, Pelusa, la Gorda,
Elizabeth y Yo nos entusiasmamos con la idea, y como era
un evento modesto, nos atrevimos a probar.
Teníamos meses entrenando, luego Alexis nos
entrenó fuertemente durante un mes, y además,
entrenábamos con Jenny en las mañanas. Recuerdo que
el sábado anterior a la competencia entrenamos tan
fuerte que nos dieron nauseas. . .“Ahora Carola se trae un
trofeo el lunes…”, bromeó Jenny incrédula, cuando se
despidió el viernes.
Yo no sé que pasó esa mañana; yo no soy fuerte,
nunca lo he sido, pero me puse una malla negra,
bloqueador solar en toda mi anatomía, una cachucha, y
estaba lista y determinada para la batalla. MI mamá
bromeó también: “ahora la flaca gana”…
Frente al Rakusa, a las ocho de la mañana ,
estaban Pelusa, Erika , La Gorda y Elizabeth, y faltaban el
señor Miguel, Ofelia y Alexis. Salimos a buscar a Miguel
con el carro de Nico, y cuando ya regresábamos al
gimnasio nos encontramos con Alexis, que venía
corriendo por la calle. Cuando Nico retrocedió para darle
la cola, LO PISO con el carro…, dejando así el pie de
nuestro instructor y coach en estado deplorable. Así las

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cosas, recogimos a Alexis y al resto de las muchachas y
partimos hacia la competencia.
El lugar era un colegio, y la concurrencia la
formaban mayormente niños de diez a doce años…
Elizabeth no se sometió a la humillación de
inscribirse. Pasaron las ocho y media, las nueve, las diez,
las once, las doce y la una, y nada comenzaba, mientras
nosotros “devorábamos” una manzana y un cambur que
habíamos llevado “por si acaso”.
Finalmente llegó la gente; eran como doscientos
hombres, mujeres, niños y hasta viejitos que se
congregaron en una cancha de futbolito.
Antes de empezar llegó Ofelia, con un terrible
dolor de cabeza y sin haber dormido la noche anterior.
La inscribimos igual, a último momento, y ya estaba todo
listo. Hasta teníamos nuestra propia “entourage” formada
por Nico y algunos amigos que grabarían el evento.
Comenzó y siguió y siguió. Fueron dos horas de
levantar brazos y piernas, de agacharnos y levantarnos,
hacia la derecha y hacia la izquierda, bajo el sol del
mediodía. Yo tenía bloqueador como de cinco mil SPF´s, y
creo que nunca en mi vida había sentido tanta sed. Nos
pasaban pequeñas botellitas de agua que, en el furor de
la actividad, apenas probábamos y colocábamos en el
piso hasta que las sorprendía alguna patada.
El grupo se fue reduciendo hasta que quedamos
como veinticinco, y cada vez faltaba menos para que
termináramos. Los jueces pasaban de largo y hacían
anotaciones. “la de negro”, oí alguna vez y esperaba que
estuvieran hablando de mí.
Nico, sabiendo que yo no era muy fuerte, me hacía

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señas para asegurarse de que estaba bien y no me iba a
dar ninguna “moridera”.
Todo finalmente terminó y Erica y Ofelia estaban ,
como era de esperarse, fuertes hasta el último momento.
También Miguel llegó al final.
La sorpresa fue cuando comenzaron a premiar
según categorías a los participantes.
En adultos de más de cuarenta años ganó Miguel,
en adultos de veinticinco a treinta y cinco quedé yo
segunda, detrás de un muchacho, y en jóvenes hasta
veinticinco quedaron Erika y Ofelia de primera y segunda.
¡Qué orgullo, y qué emoción!, EL RAKUSA ARRASO!.
Todos teníamos nuestros sweaters con nuestro nombre, y
pasábamos a recibir los premios. La escena era
totalmente reiterativa, parecía algo arreglado, y nosotros
no lo creíamos. Nos tomaron fotos y hasta salimos en un
periódico de la comunidad. Fue algo pequeño, pero para
nosotros fue un logro grandísimo. No cabíamos en nuestra
emoción; nos reíamos, nos felicitábamos y nos sentíamos
en el Cielo. El dolor del pie de Alexis había quedado bien
lejos.
Fuimos al Rakusa a celebrar con jugo de naranja y
cachitos, y a dejar los trofeos, que nosotras mismas aún
no creíamos que habíamos ganado. Fue un día grande,
un día importante, al menos para cuatro personas.

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MOMENTOS INGRATOS

Hubo algunos momentos, dos o tres, que no


debieron ser; que rompieron con algo, que nos arrancaron
del idílico sueño y nos plantaron en una brusca realidad.
Momentos discordantes, momentos grises, tristes y sin
gloria que forman parte de todas las historias y que
nunca terminamos por comprender.
Momentos que dan cuenta de lo más débil de
nuestra condición, momentos que dejaron un sabor
amargo.
Dos nombres, algún lugar, una frase, que ahora
tienen otro sentido.
Momentos grises, tristes y sin gloria que
nunca terminamos por comprender.

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EL MIERCOLES 28

Finalmente llegó el día, el último día. La semana


final no había sido más que un largo compás de espera;
con Alfonzito arrastrando el paso, yo observando todo,
tratando de no olvidarlo, los alumnos haciendo chistes
malos en tono nostálgico y Nico escuchando repetidas
veces un insoportable disco que nunca más he podido
escuchar.
El ambiente era denso, todo fluía lentamente y de
nosotros se iba apoderando un hastío cada vez más
pesado.
Vinieron pocas personas, entrenaron sin ganas y
desordenadamente. Era una situación extraña; mañana
no vendrían, quizás no volverían a verse entre ellos y
ciertamente no volverían a reunirse nunca en el Rakusa.
Llegó la noche y las emociones fueron creciendo
en intensidad y una especie de euforia nerviosa era
nuestra forma de despedir al Rakusa sin
sentimentalismos.
Yo había estado registrando todo el día en mi
grabadora de video; la hermosa y tranquila mañana, la
frustrante tarde, la exaltada noche.
“La última clase de Yenny” fue dramática; todos
aprovecharon para hacer la famosa serie de abdominales
y saltar eufóricos en la última noche del Rakusa.
Una jovencita, “la Pimpi”, repetía en todo
momento aquella canción de la comiquita del Show de
Porki Pig: “…no es más que un hasta lueeego… no es más
que un breve adiooós…”
Todo el mundo se metió a la clase y cuando ésta

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se acabó nadie quería terminar, tuvimos que repetir otra
vez los saltos y los bailes. Yo grababa todo, quería
atrapar todo y a todos en mi casette, quería llevármelos
conmigo. “No cierres Carola”… “los queremos, los
queremos”… . Eran frases tontas y locas que decían
mucho… Fue alegre y fue triste.
Luego nos calmamos y nos fuimos despidiendo
con una promesa.
“EL RAKUSA INVITA A TODOS SUS ALUMNOS A LA
REUNION DE CLAUSURA DE ACTIVIDADES, A REALIZARSE
EL DIA 30/06/95 A LAS 8 P.M.”, rezaba un cartel en la
puerta, y la gente se alejaba, bajando las escaleras bajo
la cadencia lastimosa y burlona de “la Pimpi”: “…
laástima que terminó el feeestival de hoy…”

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LA DESPEDIDA

Comenzaron a llegar como a las ocho, alumnos de


todas las épocas, de todas las edades, nuevos o viejos.
Fueron convocados y vinieron para decir adiós al Rakusa.
Nico e igor trajeron la batería y una guitarra y,
tímidamente, se aventuraban a tocar algunas canciones.
Yo comencé a repartir entre mis “elegidos” un poema que
había escrito para la ocasión y que dedicaba
personalmente a cada uno. Avanzó la noche y en nuestro
ánimo avanzó la necesidad de despedirnos.
Nunca abracé a tanta gente, nunca me besaron
tanto. Nico tocaba la batería poseido de una energía
incontenible; tocó sin parar durante siete horas y surgían
músicos y cantantes de turno, como el Moi, Luis o “El
Chino”, que tomaban por momentos el control del
ambiente y se despedían del Rakusa con una canción.
“De aquel amor…”, la canción de Soda Stereo fue
una sola voz que se escuchó en el Rakusa y que
cantamos todos, como un himno que expresaba lo que
sentíamos y que se repitió varias veces durante la
noche.
Unos bailaban, otros bebían, los más osados
cantaban y alguno que otro, más sensible, lloraba. Hubo
promesas, declaraciones, notas escritas, confesiones, y
todo tipo de expresiones de un sentimiento exaltado que
veía en esa noche su última oportunidad de expresarse.
Fue un mixto coctail de emociones. Casi hasta tuvimos
una pelea de JP.
Como a las cuatro de la mañana una patrulla de la
policía vino a callar el estruendo que la batería de Nico

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causaba en la noche de Prados de aquel viernes.
Nico tocó como hasta las cinco y luego “la Pimpi”
nos dió un recital “a capella”… bajaron los ánimos y
estábamos como aturdidos de sentimientos. Al final Nico
estaba rifando, como recuerdo, algunas piezas del
mobiliario. El miércoles habíamos regalado los afiches y
alguna colchoneta y hoy, Nico iba ya por las mancuernas,
los pasadores o hasta las manillas de las máquinas.
Recibimos el día a través de los ventanales del
Rakusa y con las primeras luces del alba decidimos irnos
todos a un mismo tiempo, y así, Nico, Igor, Alfonzito,
“Chasis”, Erika, Patricia M, su amigo, La “Pimpi”, aquella
alumna nueva que le ganó las mancuernas a Nico, y yo,
cerramos finalmente el Rakusa el primero de julio de
1.995, a las seis y cuarto de la mañana.
En la acera de enfrente, la mañana sorprendió a
JP durmiendo en su carro y un nuevo día y una nueva vida
nos esperaba a todos.

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LA DESPEDIDA (II)

El gimnasio cerró por varias causas, pero


finalmente cerró porque tenía que cerrar; tenía que dar
paso a otras cosas, a otro momento. Siempre hay un
momento para todo, y todo tiene su momento, y como
decía un poeta: “nunca vuelve todo, aún volviendo todo”.
El tiempo del Rakusa se cumplió, y todo; su espacio, su
ritmo, y nuestra propia naturaleza, lo denotaba.
Siguieron días de recoger y limpiar todo, desde las
máquinas hasta nuestros recuerdos.
El cinco de julio, fecha patria, nadie pasó por el
gimnasio, y nadie advirtió una gran fuga de agua que
salía insistentemente desde la noche del del día anterior
hasta la mañana del seis, y que se convirtió en lo que fue
nuestra segunda y privada inundación.
Cuando llegamos el lunes a continuar con la
limpieza, nos recibió el nuevo escenario. Todo se deterioró
aún más, y tuvimos que arreglar, además del gimnasio,
los daños causados a los dos locales del piso inferior. Si
todo tiene un sentido, no entiendo cual fue el sentido de
esta extraña despedida.
El Rakusa tenía una pancarta azul y blanca que yo
pinté con mucho cariño y que fue nuestro distintivo por
cinco años. Cuando cerramos, la hice despegar y
enrollar, para llevármela a casa como un recuerdo de
excepción.
Uno de los últimos días que pasé por el gimnasio
ví con profunda tristeza cómo los obreros que pintaban el
local confundieron mi pancarta con algún desecho y la
estaban usando para proteger el piso. La convirtieron en

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razgados trozos colocados en el suelo que pisaban.
Recogí todos los pedazos, los doblé y aún los guardo en
una bolsa, en el sótano de mi casa. Algún día quizás,
enmarco los trozos individuales, con partes de la K o la R,
a manera de memorabilia de Pop Art.
La pancarta es una imagen que representa
bastante fielmente lo que fue el Rakusa, cuándo dejó de
serlo, y lo que pasó a ser para nosotros; un conjunto de
múltiples pedazos, más o menos razgados, más o menos
limpios, más o menos bonitos, más grandes o más
pequeños, que permanecen doblados y guardados, con
mucho cariño, en algún sitio de nuestra memoria, y que
cualquier día podemos desempolvar y volver a extender,
pero que no podemos volver a unir.
Trozos, pedazos, de una bonita historia.

          al  “Rakusa”

Adiós Rakusa
ya no te vuelvo a ver,
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me voy un poco contigo,
te quedas tú en cada atardecer

Adiós a los amigos;
los que fueron y los que son,
adios a tantas historias
que ahora son un poco yo

Adiós Rakusa,
adiós a todos,
gracias por lo que me enseñaron,
gracias por el modo.

Yo no olvido,
yo recuerdo todo,
 lo llevo conmigo,
Lo guardo como un tesoro,

gracias,
yo no olvido,
yo me lo llevo todo

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