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MEJOR QUE PENTECOSTÉS


MONDAY, FEBRUARY 8, 2010

¡Juan el Bautista nunca llegó hasta Pentecostés! Él no vio las lenguas


de
fuego ni escuchó el estruendo del viento recio. Él no vio a Jerusalén
sacudirse ni a las multitudes convertidas. ¡Pero Juan dijo que su gozo
fue
cumplido! Él había escuchado algo mejor que el viento recio – mejor
que
buenas noticias – mejor que la risa de una novia feliz. Él había
escuchado
la voz del Salvador.

“El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que
está a
su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues,
este mi
gozo está cumplido” (Juan 3:29).

Juan disfrutó del gozo más grande que cualquier seguidor de Jesús
pudiera
conocer. Él dijo, “Me quedé quieto y lo escuché hablarme. Su voz hizo
saltar mi corazón. Él me habló personalmente. Yo escuché a mi Señor y
ese
es mi gozo. Sólo escuchar su voz.”

Juan podía decir, “Oh sí, yo lo amo. Yo he adorado postrado a sus


pies, y
le he dicho cuán indigno yo soy. Pero mi gozo no está en lo que le
dije, ¡mi
gozo está en que él me habló! Escuché su voz, y me regocijo tan solo
en el
sonido de esa voz.”

Algunas personas enseñan que el Señor ya no habla a los hombres,


excepto a
través de su Palabra revelada. Ellos no pueden creer que los hombres
puedan
ser dirigidos y bendecidos al escuchar esa voz apacible y delicada hoy
en día.

Jesús dijo, “Mis ovejas conocen mi voz; ellas escuchan cuando las
llamo…a
otro no escucharán…” Hoy en día estamos temerosos de todos los abusos,
temerosos de ser guiados hacia revelaciones contrarias a la Palabra de
Dios.
Pero, ningún abuso es culpa de Dios. Cada visión falsa, profecía
falsa,
dirección falsa es el resultado directo del propio orgullo del hombre
y de su
voluntad propia. Los hombres abusan cada don de Dios. No obstante,
Dios
todavía habla directamente a los corazones de aquellos dispuestos a
escuchar.

“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro


tiempo a los
padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el
Hijo…” (Hebreos 1:1).
“Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no
endurezcáis vuestros corazones” (Hebreos 3:7).

UNA LECCIÓN SOBRE ESCUCHAR

Dios tenía que enseñarle a Elías una lección sobre escuchar, así que lo llevó a la cima del
monte Horeb y le dio un sermón ilustrado.

“Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y
un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová;
pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el
terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un
silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se
puso a la puerta de la cueva. Y he aquí vino a él una voz, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías?” (1
Reyes 19:11-13).

Cuando ese viento comenzó a rugir, yo creo que Elías pensó, “Ya era hora, Señor. Que este
viento remueva a Jezabel de su trono – que ella y sus amigos pecadores sean arrojados a los
vientos. ¡Destrúyelos a todos!” ¡Pero Dios no estaba en el viento!

De repente, vino un gran terremoto y Elías dijo, “¡Eso los asustará en sobremanera! Dios se
encargará. ¡Él los sacudirá hasta que no quede nada de ellos! Señor, tú estás vengando a tu
siervo.” ¡Pero Dios no estaba en el terremoto!

Después del terremoto, ¡un fuego! ¡Los cielos radiaban con el fulgor de las llamas! Elías
clamó, “Señor, ellos no aceptaron el fuego que cayó sobre el altar - ¡Quémalos ahora! ¡Quema
al impío Acab! Frita a Jezabel. Que tu fuego consuma a los impíos. ¡Dios, yo sé que tú estás
en este fuego!” ¡Pero Dios no estaba en el fuego!

“Y tras el fuego un silbido apacible y delicado” (verso 12).

¿Puede usted imaginarse esto? Un profeta que no temía a un huracán ni a un terremoto, ni al


fuego del cielo, ahora está asustado por el susurro de una brisa apacible. “Y cuando lo oyó
Elías, cubrió su rostro con su manto” (verso 13).

¡Elías cubrió su cabeza con su abrigo! ¿Por qué? ¿No había hablado este profeta con Dios
varias veces? ¿No era él un gran hombre de oración? ¿No lo había usado Dios grandemente?
¡Sí! ¡Pero para Elías esa voz apacible y delicada era desconocida!

Cuando Elías finalmente permitió que aquella voz hablase – al estar solo, callado, lejos de las
muestras de poder – él recibió las direcciones más específicas de todo su ministerio.

“Vuélvete por tu camino; por el desierto de Damasco; ungirás a Hazael por rey de Siria; ungirás
a Jehú por rey sobre Israel; y unge a Eliseo para que sea profeta en tu lugar…” (ver 1 Reyes
19:15-16).

¿Cuántos hijos de Dios están tan ocupados hoy día y nunca han conseguido que la voz venga
a ellos? Ellos están ocupados testificando – haciendo el bien – orando por un despertar
espiritual – ayunando – intensos – dedicados. Sin embargo, ellos han escuchado todo, menos
la voz del Señor.
DEBEMOS PERMITIRLE HABLARNOS

Elías ejercitó el poder de la oración. Él cerró y abrió los cielos, pidió que cayera fuego del cielo,
y partió las aguas con su manto. Fue un hombre de acción impactando gobiernos enteros, y en
el monte Carmelo se burló de los profetas de Baal, matándolos en las mismas narices del rey.

Este hombre poderoso entró al lugar del trono de Dios siete veces, orando fervientemente por
lluvia. Siete veces Elías habló con Dios acerca de esta necesidad. Una pequeña nube apareció,
y este profeta después de haber cerrado anteriormente los cielos durante tres años y medio
causando una terrible sequía, ahora abrió los cielos y “una abundancia” de lluvia cayó.

Elías estaba exuberante con la victoria. Un gran despertar espiritual estaba por comenzar. El
fuego de Dios había caído y los milagros habían sido presenciados por las multitudes. Había
sido una muestra increíble del poder de Dios. Elías pensó, “Ahora, ¡aún Jezabel se arrepentirá!
Ni siquiera ella puede desechar estos milagros y prodigios. Esta es la hora de Dios para esta
nación.”

Qué golpe se llevó. Jezabel no estaba impresionada de ninguna manera con las señales y el
poder, y le dijo a Elías, “Mañana, a esta misma hora, te mataré así mismo como tú mataste a
mis sacerdotes.”

La siguiente vez que encontramos a este gran hombre de poder y de acción, está escondido en
una cueva en el monte Horeb a trescientos kilómetros de distancia.

¡Qué espectáculo! Él se pasó cuarenta días y cuarenta noches “empollando” sobre cómo todo
había salido mal. Él se tornó preocupado con los problemas, y sus ojos estaban sobre sí mismo
en lugar de estar puestos en Dios. Así que Dio lo llamó, “Elías, ¿qué haces aquí escondido en
esta cueva?”

Rezongando, Elías respondió, “Señor, la nación se está desintegrando. El gobierno está


totalmente impío, inmoral. Las personas te han abandonado; ni siquiera creen en los milagros.
La sociedad se ha enloquecido. El mensaje que les di, me lo han arrojado de vuelta en mi cara.
El diablo está en control – él se ha apoderado de todos menos de mí. Yo soy el único que te
sigue fiel, Señor. Me estoy escondiendo para que por lo menos quede un santo vivo.”

Elías, un profeta de oración, había estado tan ocupado con las cosas de Dios, tan ocupado
demostrando el poder de Dios, tan ocupado salvando el reino de Dios, que se había tornado en
un siervo que sólo hablaba. Él había estado hablando con Dios a menudo, pero no había
estado escuchando mucho. Si él hubiese estado escuchando, hubiera escuchado a Dios decirle
que había 7,000 santos que no se habían apartado.

UNA MIRADA FUGAZ AL CORAZÓN DE JESÚS

“¿Quién de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta ganado, al volver él del campo,
luego le dice: ‘Pasa, siéntate a la mesa’? ¿No le dice más bien: ‘Prepárame la cena, cíñete y
sírveme hasta que haya comido y bebido. Después de esto, come y bebe tú’?” (Lucas 17:7-8).

No tenemos ningún problema en identificarnos con el sirviente en su deber hacia su amo.


Ningún problema en ponernos nuestro delantal y servir al Señor una mesa llena de alabanzas –
un buen banquete de adoración. ¡Amamos alimentar a nuestro Señor! Es nuestro mayor gozo,
nuestra realización suprema – ministrar al Señor.

Pero tenemos dificultad con la última parte – la parte del Señor. “Después de esto, come y
bebe tú”. Eso es demasiado para nuestro entendimiento. No sabemos cómo sentarnos después
de haberlo servido – ¡para permitirle el mismo gozo a él que nosotros experimentamos al
servirle! Le robamos a nuestro Señor el gozo de ministrarnos.

Creemos que nuestro Señor recibe suficiente placer de lo que hacemos por él, pero hay mucho
más. Él responde a nuestra fe y se regocija cuando nos arrepentimos. Él le habla al Padre de
nosotros y se deleita en nuestra confianza como de niños. Pero yo estoy convencido de que su
necesidad más grande es tener una comunicación uno-a-uno con aquellos que dejó aquí en la
tierra. Ningún ángel en el cielo puede suplir esa necesidad. Jesús quiere hablar con aquellos
que se encuentran en el campo de batalla.

¿De dónde tengo yo la noción de que Cristo se siente solo y tiene una necesidad desesperante
de hablar? Está todo allí en el pasaje donde Cristo se les aparece a los dos discípulos en el
camino a Emaús. Jesús recién había resucitado y ese mismo día dos de sus discípulos estaban
caminando de Jerusalén a Emaús. Ellos estaban tristes porque su Señor se había ido, pero
cuando él se les acercó, no lo reconocieron. Él quería hablarles; tenía mucho que decirles.

“Y sucedió que, mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó y caminaba con
ellos…Y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas
las Escrituras lo que de él decían” (Lucas 24:15, 27).

No podía haber ninguna experiencia mejor para esos discípulos y se decían el uno al otro, “¿No
ardía nuestro corazón en nosotros mientras nos hablaba?” Pensamos en el gozo de los
discípulos, pero ¿qué hay del gozo de Jesús? Yo puedo ver a un Señor resucitado, con
lágrimas cayendo sobre sus mejillas glorificadas, y con el corazón lleno de gozo. Él estaba
satisfecho, su necesidad había sido suplida, y lo veo gozoso en sobremanera. Él había
ministrado, y en su forma glorificada él había podido experimentar por primera vez una
comunión mutua. Él había derramado su corazón, pero su corazón ya no se sentía solo y su
necesidad había sido suplida.

CÓMO VENCER SOBRE LA TENTACIÓN


El poder para aguantar y no ceder a la tentación, no viene de llenar nuestras mentes con
versos de las Escrituras, o de hacer promesas y votos, o de pasar horas en oración y
ayuno, ni aún de entregarnos a alguna gran causa espiritual. Estas cosas son todas
loables y normales para el crecimiento Cristiano, pero no es ahí donde se encuentra
nuestra victoria.

El simple secreto para aguantar cualquier tentación es ¡romper el miedo que tenemos al
poder de Satanás! El temor es el único poder que Satanás tiene sobre el hombre. Dios no
nos da el espíritu de temor. ¡Eso es sólo de Satanás! Pero el hombre le tiene miedo al
diablo. Está atemorizado de los demonios. Tiene miedo a fallar. Miedo a que sus apetitos
y hábitos no puedan ser alterados. Miedo a sus deseos íntimos, a que estos estallarán y
controlarán su vida. Miedo a que él sea uno entre mil que es diferente a los demás, lleno
de lujuria, y sin compostura.

El hombre tiene miedo a no poder dejar su pecado. Él acredita a Satanás con poder que
éste no tiene. El hombre clama, “¡Estoy atrapado y no puedo parar! Estoy hechizado y en
poder del diablo. ¡El diablo me hace hacerlo!”

El miedo tiene tormento. Mientras usted esté con miedo del diablo, usted nunca podrá
romper el poder de ninguna tentación. El temor le da alas a Satanás, y los Cristianos que
tienen miedo del diablo tienen poco o nada de poder para resistir.

¡Todo está basado en una mentira! La mentira es que Satanás tiene poder para derribar a
los cristianos que están bajo presión. ¡No es así! Jesús vino a destruir todo el poder del
diablo sobre los hijos de Dios que han sido lavados en la sangre. Yo me he preguntado
varias veces por qué Dios permite que las personas espirituales sean tentadas. ¿Por qué
Dios no remueve todas las tentaciones en lugar de dar con la prueba “la salida para que
podáis soportarla” (1 Corintios 10:13)? La respuesta es simple. Una vez que usted se da
cuenta de que Satanás está sin poder – una vez que usted se da cuenta de que él no
puede hacerle hacer ninguna cosa – una vez que usted se da cuenta que Dios tiene todo
el poder para mantenerlo sin caída – de ahí en adelante usted puede “aguantar”
cualquier cosa que Satanás lance contra usted. ¡Usted podrá atravesar eso sin temor a
fallar!

No somos librados de la tentación, pero sí del miedo al diablo que nos hace ceder a ella.
Seguiremos siendo tentados hasta que lleguemos al lugar de “descanso” en nuestra fe.
Ese descanso es la confianza inamovible de que Dios ha derrotado a Satanás, de que
Satanás no tiene en nosotros derecho ni reclamo, y que nosotros emergeremos como
oro probado en el fuego.

EL MOTIVO DE LA TENTACIÓN
La tentación es una invitación o un incentivo a cometer un acto inmoral. Ahora mismo,
Satanás está con ira sobre la tierra como león rugiente tratando de devorar a los
Cristianos a través de incentivos poderosos hacia la inmoralidad. Nadie está inmune, y
mientras más se acerque usted a Dios, más Satanás deseará zarandearlo.

Los pecadores no pueden ser tentados – ¡sólo los verdaderos hijos de Dios pueden
serlo! La lluvia no puede tocar a un cuerpo que ya está sumergido bajo el agua. Los
pecadores ya están ahogados en perdición, y como hijos de Satanás hacen lo que él les
manda. Ellos no tienen que ser tentados o incentivados, porque ya son inmorales – ya
condenados. Como esclavos, ellos no tienen libertad para escoger. Ellos simplemente
van de muertos, a dos veces muertos, y a “desarraigados”. Los pecadores pueden ser
molestados por Satanás pero no tentados. Satanás molesta a sus hijos para hundirlos en
pozos profundos y oscuros de inmoralidad, pero ellos ya están muertos en sus
transgresiones y pecados y ya no pelean las batallas de los vivos. Es por eso que
nuestro Señor nos dice que tengamos por sumo gozo cuando nos hallemos en diversas
tentaciones. Estamos experimentando algo único que es sólo para los Cristianos que
están madurando.

La tentación es “entrenamiento en condiciones de combate”. Es guerra “limitada” – Dios


la limita hasta el punto en que sea “soportable”. Él quiere guerreros experimentados en
la batalla que puedan testificar, “¡Yo estaba bajo fuego! ¡He estado en la batalla! El
enemigo estaba en todos lados, disparándome, tratando de matarme, pero Dios me
mostró cómo soportar la lucha y no tener miedo. Ahora tengo experiencia, así que la
próxima vez no temeré.”

La tentación no es una señal de debilidad ni de inclinación hacia la mundanalidad. En


lugar de eso, es una graduación, una señal de que Dios confía en nosotros. El Espíritu
llevó a Jesús al campo de tentación en el desierto para que él pudiese aprender el
secreto del poder que hay sobre toda tentación. En realidad, Dios le estaba diciendo a
Jesús, “Hijo, te he dado el Espíritu sin medida. Te he confirmado delante del mundo.
Ahora voy a permitir que Satanás lance hacia ti todas las artimañas que tenga – para que
tú veas cuán impotente él es – para que tú nunca temas su dominio – para que tú sigas
hacia adelante predicando acerca del Reino con la fe de que Satanás está derrotado – y
que él no puede tocarte de ninguna manera.”

Esa es la razón por la que los Cristianos son tentados hoy en día. La tentación es
permitida en las vidas más santas para enseñarnos las limitaciones de Satanás. Para
exponer sus debilidades. Para revelar que Satanás es un espantapájaros. Tememos sólo
lo que no entendemos.

SOBRE SUS PIES Y LISTO


“Mas Saúl estaba temeroso de David, por cuanto Jehová estaba con él…” (1Samuel
18:12).

Satanás envidia y teme más a aquéllos que han estado con Dios en oración y están
determinados a ponerse de pie y luchar en la fe. Satanás teme incluso a un pequeño
ejército equipado en fe para pelear. El se acobarda ante los que están de pie, listos para
resistir. Y porque él le teme a usted, su designio es neutralizar su espíritu combatiente.

El diablo lo hace, al tratar de inundar su mente con pensamientos del mismo infierno,
que atacan y distraen, que engendran desconfianza y cuestionamientos acerca del poder
de Dios. El le gritará a su mente y a su espíritu: “Ya no tiene sentido seguir luchando.
Estás demasiado devil a causa de tus luchas personales. Nunca serás un vencedor. Los
poderes del infierno son demasiado grandes para vencerlos. Así que puedes relajarte. Ya
no necesitas ser tan intenso respecto a la batalla.

¡Todo esto es una distracción! La estrategia completa de Satanás es llevarlo a usted a


quitar su mirada de la victoria de la Cruz. Él quiere que usted ponga su mirada en sus
debilidades, sus pecados, sus fracasos, y es por ello, que él sube la temperatura de sus
problemas y sufrimientos presentes. Él quiere hacerle creer que usted no tiene la
suficiente fuerza para continuar. Pero la fuerza de usted no es el punto: ¡La fuerza de
Jesús sí lo es!

El hecho es, que todos vamos a estar en una lucha hasta que, o muramos, o Jesús
vuelva. Podemos pasar por temporadas de calma, tiempos de sosiego. Pero mientras
estemos sobre esta tierra, estamos envueltos en una guerra espiritual. Y simplemente,
no existe un final para estas batallas. Por ello Pablo dice que Jesús nos ha dado armas
poderosas para la destrucción de fortalezas. Hemos sido equipados con armas que
Satanás no puede soportar: la oración, el ayuno y la fe.

El tiempo ha llegado en el que debemos desatascar nuestra mirada de nuestras


aflicciones presentes. Debemos quitar nuestros ojos de nuestras pruebas y fijarlos en el
Capitán de esta guerra. Jesús tiene las llaves de toda victoria y Él nos ha prometido: “Te
he provisto de toda arma necesaria para la batalla. Y estoy listo y dispuesto para darte
fuerza en tiempos de debilidad”.

UN CAMINAR AGRADABLE

El apóstol Pablo enseñó a la iglesia colosense: “Para que andéis como es digno del Señor,
agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de
Dios” (Colosenses 1:10).

¿Qué se requiere para tener un caminar agradable? Pablo nos dice: “Vestíos, pues, como
escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad,
de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si
alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo
vosotros” (Colosenses 3:12-13).
Pablo nos está diciendo en tantas palabras: “Aquí está mi palabra para ustedes en estos
momentos de crisis. A la luz de los tiempos difíciles que ustedes saben que se avecinan, deben
prestar atención a su caminar con el Señor”.

En otras palabras, debemos preguntarnos: “¿Estoy siendo más como Cristo? ¿Estoy siendo
más paciente o más impetuoso? ¿Más manso y gentil o más malo y conflictivo? ¿Más tierno y
perdonador o más amargo y envidioso? ¿Soporto “unos a otros”? ¿Sobrellevo la debilidad y
faltas de los que me rodean, o siempre debo tener la razón?

Pablo está sugiriendo que, a la luz de tal día venidero, no importan los logros que usted pueda
obtener ni las obras de caridad que usted haga. No interesa cuán amable sea usted a los
desconocidos, ni cuántas almas traiga a Cristo, esta pregunta permanece: “¿Se está volviendo
usted más amoroso, paciente, perdonador y tolerante?”

Examinar su caminar con Cristo significa ver no tanto lo que usted está haciendo, sino lo que
usted está siendo, o en lo que usted está convirtiéndose. Tal andar no puede ser logrado por
puro esfuerzo humano. No sucederá por determinación propia, por el mero decir: “Voy a ser
ese tipo de creyente”. Más bien, sucede por la obra del Espíritu Santo, a través de la fe en su
Palabra.

Primeramente, leemos estas palabras y creemos que son el llamado de Dios, a examinarnos a
nosotros mismos. De modo que le pedimos al Espíritu Santo que nos muestre, quiénes somos
en realidad y nos medimos por su Palabra. Luego le pedimos al Espíritu Santo que nos ayude a
cambiar.

ESPANTANDO A LAS AVES DE RAPIÑA

En Génesis 15, Dios hizo un acuerdo glorioso con Abraham. Él le pidió al patriarca que tomase
una becerra y una cabra y las partiera por la mitad. Luego Abraham debía tomar una tórtola y
un palomino y ponerlos en el suelo cabeza con cabeza. Abraham hizo lo que se le había dicho,
y mientras estas criaturas yacían sangrando, las aves de rapiña descendían sobre los cuerpos
muertos. De pronto, Abraham sintió una gran oscuridad rodeándolo. ¿De qué se trataba esta
oscuridad? Se trataba de Satanás, en pánico.

¿Cómo cree usted que Satanás reacciona al ver que todas las promesas de Dios llegan a
usted, a medida que le entrega su vida a Jesús? El diablo entra en una furia de celos. Luego,
cuando le ve resuelto a caminar hasta el final con el Señor, sólo hay una forma en la que él
reacciona: ¡Todo el infierno entra en pánico!

¿Qué fue lo que hizo Abraham cuando vinieron estos buitres? La Escritura nos dice que él los
ahuyentaba. Así también, el Señor nos ha mostrado la forma de tratar con estas amenazantes
aves de rapiña. No debemos tener miedo de los ataques del diablo, porque nos han sido dadas
poderosas armas de guerra.

Cada vez que alguna voz de duda o de cuestionamiento a Dios viene a mi mente, debo
confrontarla con aquello que yo conozco sobre mi Señor amoroso. No puedo aceptar ningún
pensamiento como si fuera cierto, si éste está simplemente basado en lo que estoy sintiendo
en ese momento. Debe ser medido al lado de las promesas de Jesús hacia mí sobre sí mismo
y sobre la victoria que Él ha ganado para mí.

icho de una forma sencilla, si pensamientos acusadores vienen a mí, si producen duda y
temor, o son de condenación, o traen un sentimiento de rechazo, yo sé que no son de Dios.
Todos debemos estar preparados para que cuando vengan tales pensamientos horribles.
cluso el Señor Jesús estuvo expuesto a este tipo de pensamientos por parte del enemigo,
durante la tentación en el desierto.

Cuando las aves de rapiña vengan sobre usted, trayéndole pensamientos de inseguridad y falta
de dignidad, ahuyéntelos con la Palabra de Dios. El sacrificio que el Señor le ha guiado a
realizar es agradable a Él, y Él honrará dicho sacrificio.

“Y MUERTO AUN HABLA”

Mientras leemos Hebreos 11, encontramos un común denominador singular de las vidas de las
personas mencionadas. Cada uno tenía una característica particular que denota la clase de fe
que Dios ama. ¿Cual era ese elemento? Su fe había nacido de una intimidad con Dios.

El hecho es que, es imposible tener una fe que agrada a Dios sin compartir intimidad con él.
¿Qué quiero decir con intimidad? Estoy hablando de un acercamiento hacia el Señor que sólo
viene cuando lo deseamos a él. Esta clase de intimidad es un vínculo cercano y personal, es
una comunión. Viene cuando deseamos al Señor más que cualquier otra cosa en esta vida.

“Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio
de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aun habla por ella”
(Hebreos 11:4). Quiero que noten varias cosas significantes sobre este verso. Primero, Dios
mismo testificó de las ofrendas de Abel. Segundo, Abel tuvo que construir un altar al Señor,
donde él trajo sus sacrificios. Y él no ofreció sólo corderos sin manchas para el sacrificio, pero
también la gordura de esos corderos también. “Y Abel trajo también de los primogénitos de sus
ovejas, y de la grasa de ellas” (Génesis 4:4).

¿Qué significa la gordura aquí? El libro de Levítico dice sobre la gordura, “Es manjar de ofrenda
de olor grato que se quema a Jehová. Toda la grasa es de Jehová” (Levítico 3:16). La gordura
era la parte del sacrificio que causaba un dulce aroma que se levantaba. Esta parte del animal
ardía rápidamente y era consumida, trayendo un dulce olor. La gordura aquí sirve como un tipo
de oración o comunión que es aceptable a Dios. Representa nuestro ministrar al Señor en
nuestra habitación secreta de oración. Y el Señor mismo declara que esa adoración íntima se
eleva hacia él como un sabroso y dulce aroma.

La primera mención en la Biblia de esta clase de adoración es hecha por Abel. Por eso es que
Abel está en la lista de los Campeones de la Fe de Hebreos 11. El es un tipo de siervo que
tiene comunión con el Señor, ofreciéndole lo mejor que tiene. Como declara el libro de los
Hebreos, el ejemplo de Abel continúa viviendo hoy día como un testimonio de una fe viva y
verdadera: “Y muerto, aun habla por ella” (Hebreos 11:4).

AUMENTA NUESTRA FE

Marcos 4 relata la historia de Jesús y sus discípulos en una barca, siendo zarandeados por una
tormenta en el mar. Empezamos la escena cuando Cristo ha calmado las olas con una sola
orden. El entonces se dirige a sus discípulos y les pregunta, “¿Cómo no tenéis fe?” (Marcos
4:40).

Usted puede pensar que esto suena severo. Era una reacción normalmente humana el tenerle
miedo a la tormenta. Pero Jesús no los estaba reprendiendo por esa razón. En lugar de eso, él
les estaba diciendo, “Después de todo este tiempo conmigo, ustedes todavía no saben quién
soy yo. ¿Cómo pudieron haber caminado conmigo tanto tiempo, y no me conocen
íntimamente?”
Ciertamente, los discípulos estaban atónitos por los milagros asombrosos que Jesús había
efectuado. “Entonces sintieron un gran temor, y se decían uno al otro: ¿Quién es este, que aun
el viento y el mar lo obedecen?” (4:41)

¿Puede usted imaginarse? Los propios discípulos de Jesús no lo conocían. El había llamado
personalmente a cada uno de ellos para que lo sigan, y había ministrado a su lado a multitud
de personas. Ellos habían efectuado milagros de sanidad, y habían alimentado a masas de
personas hambrientas. Pero ellos eran extraños a quién su Maestro realmente era.

Trágicamente, lo mismo sucede hoy día. Multitudes de Cristianos han subido a la barca con
Jesús, han ministrado junto a él y han alcanzado a multitudes en su nombre. Pero ellos
realmente no conocen a su Maestro. No han pasado tiempos íntimos a solas con él. Nunca se
han sentado calladamente en su presencia, abriendo sus corazones a él, esperando y
escuchando para comprender lo que él quiere decirles.

Vemos otra escena sobre la fe de los discípulos en Lucas 17. Los discípulos vinieron a Jesús
pidiéndole, “Aumenta nuestra fe” (Lucas 17:5). Muchos Cristianos hoy día preguntan la misma
pregunta: “¿Cómo puedo obtener fe?” Pero ellos no buscan al Señor para recibir la respuesta.

Si usted quiere aumentar su fe, usted tiene que hacer lo mismo que Jesús les dijo a sus
discípulos que hagan en este pasaje. ¿Cómo les respondió su pedido de más fe? “Prepárame
la cena, cíñete y sírveme hasta que haya comido y bebido” (17:8). Jesús estaba diciendo en
esencia, “Ponte tus ropas de paciencia. Luego ven a mi mesa y cena conmigo. Yo quiero que
me alimentes allí. Tú has trabajado arduamente todo el día. Ahora quiero que tengas comunión
conmigo. Siéntate conmigo, abre tu corazón, y aprende de mí”.

ÉL AGRADÓ A DIOS

Enoc disfrutó de un compañerismo cercano con el Señor. En realidad, su comunión con Dios
fue tan íntima, que el Señor lo traspuso a la gloria mucho antes de que su vida en la tierra fuera
a acabarse. “Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, por que lo
traspuso Dios; y antes que fuera traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios”
(Hebreos 11:5).

¿Por qué Dios eligió trasponer a Enoc? Las palabras que encabezan este versículo nos dicen
claramente que fue debido a su fe. Y además, La frase final nos dice que la fe de Enoc agradó
a Dios. La raíz Griega para la palabra “agradó”, aquí significa completamente unido, totalmente
en acuerdo, en unidad total. Para decirlo de una manera simple, Enoc tuvo la comunión más
cercana posible con el Señor que cualquier otro ser humano pudo haber disfrutado. Y este
compañerismo íntimo era agradable a Dios.
La Biblia nos dice que Enoc comenzó a caminar con el Señor después de que engendró a su
hijo Matusalén. Enoc tenía sesenta y cinco años en ese tiempo. El entonces pasó los próximos
300 años teniendo compañerismo íntimo con Dios. El libro de Hebreos deja en claro que Enoc
estaba tan en contacto con el Padre, tan cerca de él en su comunión por horas, que Dios eligió
llevarlo a casa consigo mismo. En esencia, el Señor le dijo a Enoc, “Ya no puedes ir más allá
en la carne. Para aumentar mi intimidad contigo, tengo que traerte a mi lado.” Y Dios se lo llevó
repentinamente a la gloria.

De acuerdo a Hebreos 11:5, lo que agradó a Dios fue la intimidad de Enoc. A nuestro
conocimiento, este hombre nunca efectuó un milagro, nunca desarrolló una profunda teología,
nunca hizo grandes obras que fuesen dignas de haber sido mencionadas en las Escrituras. En
lugar de eso, leemos esta simple descripción de la vida de este hombre: “Enoc caminó con
Dios”.

Enoc tuvo comunión íntima con el Padre. Y su vida hasta ahora es un testimonio de lo que
verdaderamente significa caminar en fe.

AMIGO DE DIOS
De: devotions@davidwilkersonglobal
.org
Enviad jueves, 21 de enero de 2010 01:29:37
o: a.m.
Para: mmmelendez_2112@live.com.mx
Considere la manera en que Dios describe su relación con Abraham: “Abraham mi amigo”
(Isaías 41:8). De igual manera el Nuevo Testamento nos dice, “Abraham creyó a Dios…y fue
llamado amigo de Dios” (Santiago 2:23).

¡Qué increíble distinción, ser llamado el amigo de Dios! La mayoría de los Cristianos han
cantado ese himno tan conocido, “Qué gran amigo tenemos en Jesús”. Los pasajes bíblicos
que acabamos de ver nos muestran esta verdad de una manera poderosa. Que el Creador del
universo llame a un hombre su amigo, parece estar más allá del entendimiento humano. Pero
sucedió con Abraham. Es una seña de la gran intimidad de este hombre con Dios.

La palabra Hebrea que Isaías usa para decir “amigo” aquí, significa afecto e intimidad. Y la
palabra Griega que usa Santiago para decir “amigo”, significa alguien querido, una relación
cercana. Ambos implican una intimidad profunda y compartida.

Mientras más cerca crecemos hacia Cristo, más grande se hace nuestro deseo de llegar a vivir
completamente en su presencia. Y también, empezamos a ver más claramente que Jesús es
nuestro único y verdadero cimiento.

La Biblia nos dice que Abraham “esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y
constructor es Dios” (Hebreos 11:10). Para Abraham, nada en esta vida era permanente. Las
Escrituras nos dicen que en el mundo él era “como extranjero”. No era un lugar para sentar
raíces. El país celestial que Abraham anhelaba, no era un lugar literario. Era estar en casa con
el Padre. Vea usted, la palabra Hebrea para “ciudad” es Pater. Tiene su raíz de la palabra que
significa “Padre”. Así que la ciudad celestial que Abraham esperaba, era literalmente un lugar
con el Padre.

Y sin embargo, Abraham no era un místico. El no era un santurrón con humos de santidad y
que vivía en una neblina espiritual. Este hombre vivió una vida terrenal, envuelto activamente
en los asuntos mundiales. Después de todo, él era el dueño de miles de cabezas de ganado. Y
él tenía suficientes sirvientes como para formar un pequeño ejército. Abraham tenía que haber
sido un hombre muy ocupado, dirigiendo a sus sirvientes y comprando y vendiendo ganado,
ovejas y cabras.

Pero de alguna manera, a pesar de los muchos asuntos de negocios y responsabilidades,


Abraham encontró tiempo para tener intimidad con el Señor.

EL PODER DE MANTENERSE VERDE

Yo fui guiado a estudiar Apocalipsis 9, el capítulo de las langostas. Mientras leía el verso 4,
sobre la orden que Dios les da a las langostas de no destruir nada verde, un pensamiento saltó
dentro de mí.

Me di cuenta que aquí estaba la llave para mantenerse seguro en cualquier tiempo de terror:
“mantenerse verde”. David escribió, “Pero yo estoy como olivo verde en la casa de Dios…
eternamente y para siempre” (Salmo 52:8).

El “verde” al que David se refiere aquí, significa salud espiritual. Significa estar lleno de vida,
crecer, ser fructífero. David nos está diciendo, “Mi salud viene de confiar en el Señor. Yo me
lleno de vida cuando me vuelvo a él. Mi confianza en él produce vida espiritual en mí.”

Aquí hay una gloriosa verdad sobre el poder de mantenerse verde. “Así ha dicho Jehová;
¡Maldito aquél que confía en el hombre, que pone su confianza en la fuerza humana, mientras
su corazón se aparta de Jehová! Será como la retama en el desierto, y no verá cuando llegue
el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada”
(Jeremías 17:5-6).

El Señor nos advierte, “No confíes en el hombre. Si pones tu fe en el poder humano en lugar
del mío, serás maldito.”
Pero, si ponemos nuestra confianza en el Señor, aquí está lo que nuestra fe producirá:
“¡Bendito el hombre que confía en Jehová, cuya confianza está puesta en Jehová! Por que será
como un árbol plantado junto a las aguas, que junto a las corrientes echará sus raíces. No
temerá cuando llegue el calor, sino que su hoja estará verde. En el año de sequía no se
inquietará ni dejará de dar fruto” (17:5-6).

Cuando confiamos totalmente en el Padre, ponemos nuestras raíces en el río de la salud. Y su


divina fortaleza – salud espiritual frondosa, verde- fluye dentro y a través de todo nuestro ser.
Mientras todo alrededor nuestro se esté pudriendo, nosotros estaremos frondosos como un
árbol verde, saludable y fuerte. Y cuando venga la hora de los problemas, no nos
marchitaremos ni decaeremos. En lugar de eso, nuestra fe continuará creciendo.

EL FUEGO DE DIOS TODAVÍA ARDE

Penosamente, mucho del Cuerpo de Cristo parece un “Valle de Huesos Secos” de días
modernos. Es un desierto lleno con los esqueletos blanqueados de Cristianos caídos. Ministros
y otros creyentes devotos se han apagado por un pecado que los asedia. Y ahora están llenos
de vergüenza, escondiéndose en cuevas que ellos mismos han construido. Como Jeremías, se
han convencido a sí mismos, “No me acordaré más de él [el Señor] ni hablaré más en su
nombre” (Jeremías 20:9).

Dios todavía sigue preguntando la misma pregunta que le hizo a Ezequiel: “¿Pueden estos
huesos muertos vivir otra vez?” La respuesta a esta pregunta es un “¡Sí!” rotundo. ¿Cómo?
Sucede al renovar nuestra fe en la Palabra de Dios.

La misma Palabra de Dios es un fuego consumidor. Ciertamente, es la única verdadera luz que
tenemos durante nuestras noches oscuras de desesperación. Es nuestra única defensa en
contra de las mentiras del enemigo, cuando él susurra, “Estás acabado. Has perdido el fuego.
Y nunca lo recuperarás.”

La única cosa que nos sacará de nuestra oscuridad es la fe. Y la fe viene por oír la Palabra de
Dios. Nosotros simplemente tenemos que aferrarnos a la Palabra que ha sido implantada en
nosotros. El Señor ha prometido, “No dejaré que te hundas; así que no tienes razón para
desesperarte. No tienes por qué rendirte. Descansa en mi Palabra.”

Usted puede pensar, “Pero ésta noche oscura es peor de lo que antes yo he conocido. He
escuchado mil sermones de la Palabra de Dios, pero ninguno parece tener ningún valor para
mí ahora”. No se desespere, el fuego de Dios todavía está ardiendo en usted, aunque usted no
pueda verlo. Y usted debe de avivar ese fuego con la gasolina de la fe. Usted hace esto al
confiar en el Señor. Cuando usted lo hace, usted verá todas sus dudas y lujurias consumidas.
El aliento del Espíritu de Dios está dando vida nuevamente a cada hueso seco. El les está
haciendo recuerdo de la Palabra que implantó en ellos. Y aquellos que una vez habían caído
muertos, están siendo revividos. Ellos están clamando como Jeremías lo hizo, “El fuego de
Dios ha estado guardado dentro de mí por mucho tiempo. Ya no puedo mantenerlo escondido
más. Puedo sentir el poder de Dios levantándome. El está poniendo vida dentro de mí. Y yo
voy a hablar la Palabra que él me dio. Voy a proclamar su misericordia y su poder sanador.”

MI VIDA ESTA PRESERVADA

La Biblia nos dice que Jacob recibió una increíble revelación a través de un encuentro “cara a
cara” con Dios: “Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; por que dijo: Vi a Dios cara a
cara, y fue librada mi alma” (Génesis 32:39). ¿Cuál fue la circunstancia alrededor de esta
revelación? Fue en el punto más bajo, más aterrador de la vida de Jacob. En ese tiempo, Jacob
se encontró atrapado entre dos fuerzas poderosas: su suegro Labán quien estaba muy
enojado, y su hermano Esaú, hostil y amargado.

Jacob había trabajado más de veinte años para Labán, el cual lo había engañado una y otra
vez. Finalmente Jacob se hartó, y sin decir nada a Labán, tomó a su familia y se marchó.

Labán lo persiguió por el Este con un pequeño ejército, listo para matar a Jacob. Pero sólo
cuando Dios advirtió a Labán en un sueño de no hacer daño a Jacob, éste dejó que se fuera.
Tan pronto como Labán se aparta, Esaú aparece por el Oeste. El también traía un pequeño
ejército de 400 hombres, listos para matar a su hermano por haberle robado su derecho de
primogénito.

Jacob se encontró en una situación calamitosa, convencido que iba a perderlo todo. Las cosas
se veían sin esperanza; pero en esa hora oscura, Jacob tuvo un encuentro con Dios como
nunca antes. El luchó con un ángel que muchos estudiosos de la Biblia creen que fue el Señor
mismo.

Ahora piense también sobre Job. En su hora más oscura, Dios se le apareció en un torbellino.
Y Dios le dio a este hombre una de las revelaciones más grandes de sí mismo como nunca lo
ha hecho con ningún otro ser humano.

Dios llevó a Job al cosmos, luego a las profundidades del mar. El lo guió a los secretos mismos
de la creación, y Job vio cosas que ninguna persona había visto. A él se le mostró la gloria
misma y la majestad de Dios. Job emergió de esa experiencia alabando a Dios, diciendo, “Yo
sé ahora que tú puedes hacer cualquier cosa, Señor. Me arrepiento por haber cuestionado tus
decisiones. Yo veo que todas las cosas están bajo tu control y dirigidas por tu gracia. Tú tenías
un plan todo el tiempo, pero ahora yo actualmente te he visto con mis ojos” (ver Job 42:2-5).
Algo maravilloso sucede cuando nosotros simplemente confiamos. Una paz viene sobre
nosotros, capacitándonos para decir, “No importa lo que salga de todo este problema. Mi Dios
tiene todo bajo control. No tengo que temerle a nada.”

EL TIENE TODAS LAS LLAVES

A través de las Escrituras, las más grandes revelaciones de las bondades de Dios vinieron a
las personas durante sus momentos de problemas, calamidades, aislamiento y privaciones.
Encontramos un ejemplo de esto en la vida de Juan. Durante tres años, este discípulo estuvo
“recostado cerca del pecho de Jesús”. Fue un tiempo de descanso, paz y felicidad, sin
problemas ni dificultades. Durante todo ese tiempo, Juan recibió muy poca revelación. El
conoció a Jesús solo como El Hijo de hombre. Entonces, ¿Cuándo recibió él su revelación de
Cristo en toda su gloria?

Sucedió sólo después de que Juan fuese sacado de Éfeso a rastras y en cadenas. El fue
exilado a la isla de Patmos, y sentenciado a trabajos forzados. El estaba aislado, sin
comunicación, sin amigos ni familia que lo consuelen. Fue un tiempo de completa
desesperación, el punto más bajo en su vida.

Es aquí cuando Juan recibe la revelación de su Señor que llegaría a ser el elemento final de las
Escrituras: El libro de Apocalipsis. En esa hora oscura, la luz del Espíritu Santo vino a él y Juan
vio a Jesús como nunca lo había visto antes. El literalmente vio a Cristo como el Hijo de Dios.

Juan no recibió esta revelación mientras él estaba con los otros apóstoles, o aun durante los
días de Jesús en la tierra. Pero ahora, en su hora más oscura, Juan vio a Cristo en toda su
gloria, declarando “[Yo soy] el que vivo, y estuve muerto, mas he aquí que vivo por los siglos de
los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Apocalipsis 1:18). Esta increíble
revelación hizo que Juan cayera como muerto. Pero Jesús lo levantó y le mostró las llaves que
él tenía en sus manos. Y él lo tranquilizó a Juan diciéndole, “No temas” (1:17).

Yo creo que esta revelación viene a cada siervo (o sierva) lastimado que ora, y que está
pasando momentos de necesidad. El Espíritu Santo dice, “Jesús tiene todas las llaves de la
vida y de la muerte. Así que la partida de cada uno descansa en sus manos”. Esta revelación
tiene el propósito de traer paz a nuestros corazones. Al igual que Juan, debemos visualizar a
Jesús de pié delante de nosotros, y sosteniendo las llaves de la vida y de la muerte,
asegurándonos a nosotros “No teman. Yo tengo todas las llaves. ¿Cuál debe de ser nuestra
respuesta? Como Job, debemos de decir en fe, “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de
Jehová bendito” (Job 1:21).

GRACIA DE PERSONAS

Dios con frecuencia usa ángeles para ministrar a las personas. Pero mayormente, él usa sus
propias personas cariñosas para repartir su gracia. Esta es una razón por la que hemos sido
hechos partícipes de su gracia: para ser canales de ella. Se supone que la repartamos a otros.
Yo llamo a esto “gracia de personas.”
“Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo”
(Efesios 4:7). Debido al consuelo que se nos es dado por medio de la gracia de Dios, es
imposible que ninguno de nosotros continúe apenado toda su vida. En algún punto, estaremos
siendo sanados por el Señor y comenzamos a almacenar una reserva de la gracia de Dios.

Yo creo que es esto lo que Pablo quiso decir cuando él escribió, “del cual yo fui hecho ministro
por el don de la gracia de Dios…de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutable
riquezas de Cristo” Efesios 3:7-8). “Todos vosotros sois participantes conmigo de la gracia”
(Filipenses 1:7). El apóstol está haciendo una declaración profunda. El está diciendo, “Cuando
yo voy al trono de Dios para obtener gracia, es por vuestro bien. Yo quiero ser un pastor
misericordioso para vosotros, y no uno que sea crítico o sentencioso. Quiero estar dispuesto a
dispensar gracia a vosotros en vuestros tiempos de necesidades”. La gracia de Dios hizo que
Pablo sea un pastor compasivo, capaz de llorar con aquellos que estaban afligidos.

Pedro escribe, “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos
administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4:10). ¿Qué significa ser un buen
administrador o dispensador de la multiforme gracia de Dios? ¿Soy yo tal persona? ¿O paso
mi tiempo orando por mi propio dolor, penas y problemas?

Amados, nuestros sufrimientos actuales están produciendo algo precioso en nuestras vidas.
Están formando en nosotros un clamor por el don de la misericordia y la gracia, para
ofrecérselas a otros que están doliendo. Nuestros sufrimientos hacen que nosotros queramos
ser dadores de gracia.

MIGAJAS

La mujer con su hija atormentada por un demonio persistió en buscar a Jesús. Finalmente, los
discípulos instaron a su maestro, “Señor, dile que se vaya, desásete de ella. Ella no deja de
molestarnos”. Note la respuesta de Jesús a los ruegos de la mujer: “Pero Jesús no le respondió
palabra” (Mateo 15:23). Evidentemente, Cristo ignoró toda esta situación. ¿Por qué tomó esta
actitud? Jesús sabía que la historia de esta mujer sería contada a cada generación futura, y él
quería revelar una verdad para todos aquellos que la lean. Así que él probó la fe de la mujer
diciendo, “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (15:24). Cristo estaba
diciendo, “Yo he venido para la salvación de los Judíos. “¿Por qué malgastaría yo el evangelio
de ellos en un Gentil?

Esta declaración hubiera hecho que cualquier persona se hubiera ido, pero esta mujer no
cedió. Ahora, yo le pregunto, ¿Qué tan fácil usted deja de orar por algo? ¿Cuántas veces usted
se ha acobardado y ha razonado, “He buscado al Señor. He orado y he pedido. Pero no recibo
resultados”?

Considere cómo respondió esta mujer. Ella no contestó quejándose, ni con un dedo acusador
diciendo, “¿Por qué te niegas a mí, Jesús?” No, las Escrituras dicen lo contrario: “Entonces ella
vino y se postró ante él, diciendo: ¿Señor, socórreme!” (15:25).
Lo que continúa es duro de leer. Una vez más, Jesús desairó a la mujer. Pero esta vez su
respuesta fue más áspera. El le dijo, “No está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los
perros” (15:26). Una vez más él la estaba probando.

Ahora la madre respondió, “Sí Señor; pero aun los perros comen de las migajas que caen de la
mesa de sus amos” (15:27). ¡Qué respuesta increíble! Esta mujer determinada no iba a ceder
en su búsqueda de Jesús. Y el Señor la elogió por ello. Jesús le dijo a ella, “¡Mujer, grande es
tu fe! Hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora” (15:28).

Amados, no debemos de conformarnos con las migajas. Se nos ha prometido toda la gracia y
misericordia que necesitemos en nuestras crisis. Y eso incluye cada crisis que tiene que ver
con nuestra familia, ya sean salvos o no. Hemos sido invitados a venir audazmente al trono de
Cristo, con confianza.

MÁS ALLÁ DE LA ESPERANZA HUMANA

Llega un tiempo en que ciertas situaciones de la vida están más allá de la esperanza humana.
No hay consejero, doctor, ni medicina ni cualquier otra cosa que pueda ayudar. La situación se
ha vuelto imposible. Se requiere un milagro, o si no acabará en devastación.

Durante esos tiempos, la única esperanza que queda es que alguien pueda llegar a Jesús. No
importa quien sea, padre, madre, o niño. Esa persona tiene que tomar la responsabilidad de
agarrarse de Jesús. Y tienen que determinar, “Yo no me voy hasta que me hable el Señor. El
tiene que decirme, ‘Esta hecho. Ahora puedes irte.’”

En el Evangelio de Juan, encontramos una familia en una crisis así: “Había en Capernaúm un
oficial del rey, cuyo hijo estaba enfermo” (Juan 4:46) Esta era una familia distinguida, tal vez de
realeza. Un espíritu de muerte estaba sobre esa casa, mientras los padres cuidaban de su hijo
que estaba muriendo. Pudo haber habido otros miembros de la familia en la casa, tal vez tíos o
tías, abuelos, o algún otro hijo. Se nos dice que todo el hogar creyó, incluyendo los sirvientes.
“[El padre] creyó él con toda su casa” (4:53).

Alguien en esa angustiada familia sabía quién era Jesús, y había escuchado de su poder
milagroso. Y de alguna manera, la noticia llegó al hogar de que Jesús estaba en Caná, como a
cuarenta kilómetros de distancia. En desesperación, el padre se propuso poder llegar al Señor.
Las escrituras nos dicen “Cuando oyó aquel que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a
él” (4:47).

Este oficial del rey tenía una determinación fuerte y llegó a Jesús. La Biblia dice que él “le rogó
que descendiera y sanara a su hijo, que estaba a punto de morir” (4:47). Qué cuadro
maravilloso de intercesión. Este hombre dejó todo a un lado para buscar que el Señor le diese
una palabra.

Cristo le respondió, “Si no veis señales y prodigios, no creeréis” (4:48). ¿Qué quiso decir Jesús
con esto? El le estaba diciendo a este oficial del rey que una milagrosa liberación no era su
necesidad más grande. En lugar de eso, la necesidad más importante era la fe de este hombre.
Piense sobre esto: Cristo pudo haber ido a la casa de esa familia, pudo haber puesto sus
manos sobre el hijo moribundo y sanarlo. Pero lo único que toda esa familia hubiera conocido
de Jesús, es que él hacía milagros.

Cristo deseaba más para este hombre y su familia. El quería que ellos creyeran que él era
Dios encarnado. Así que en esencia él le dijo a este oficial del rey “¿Crees que es Dios al que
tú le estás suplicando por ayuda? ¿Crees que yo soy el Cristo, el salvador del mundo?” El
oficial del rey respondió, “Señor, desciende antes que mi hijo muera” (4:49). En ese momento,
Jesús debió de haber visto fe en este hombre. Fue como si Jesús hubiera dicho, “El cree que
soy Dios encarnado.” Por que leemos, “Jesús le dijo: Vete; tu hijo vive” (4:50).

LOS CIMIENTOS DE LA FE

¿Sobre qué cimientos está su fe construida? Las Escrituras nos dicen que la fe viene por el oír,
y que la Palabra de Dios nos da “oídos espirituales” permitiéndonos oír (ver Romanos 10:17).
Bueno, aquí está lo que la Biblia dice sobre la experiencia de los desiertos en nuestras vidas:

• “No me arrastre la corriente de las aguas, ni me trague el abismo…Respóndeme, Jehová,


por que benigna es tu misericordia…No escondas de tu siervo tu rostro, por que estoy
angustiado” (Salmo 69:15-17). Claramente, las aguas de aflicción inundan las vidas de los
que agradan a Dios.
• “Por que tú, Dios, nos probaste; nos purificaste como se purifica la plata. Nos metiste en la
red; pusiste sobre nuestros lomos pesada carga… ¡Pasamos por el fuego y por el agua!”
(66:10-12). ¿Quién nos mete en la red de aflicciones? Dios mismo lo hace.
• “Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; pero ahora guardo tu palabra…Bueno
me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos” (119:67, 71). Estos versos lo
hacen perfectamente claro: Es bueno para nosotros – aun nos bendice – el ser afligidos.
Considere el testimonio del Salmista: “Amo a Jehová, pues ha oído mi voz y mis súplicas…Me
rodearon ligaduras de muerte, me encontraron las angustias del seol; angustia y dolor había yo
hallado. Entonces invoqué el nombre de Jehová, diciendo: ‘¡Jehová, libra ahora mi alma!’”
Salmo 116:1-4). Aquí tenemos a un siervo fiel quien amaba a Dios y tenía gran fe. Aún así, él
enfrentó las penas del dolor, problemas y muerte.

Encontramos este tema a través de la Biblia. La Palabra de Dios declara a gran voz que el
camino hacia la fe es a través de las aguas y del fuego: “En el mar fue tu camino y tus sendas
en las muchas aguas” (Salmo 77:19). “He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz…
Abriré camino en el desierto y ríos en la tierra estéril” (Isaías 43:19) “Cuando pases por las
aguas yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te
quemarás ni la llama arderá en ti (Isaías 43:2). “Por que yo Jehová soy tu Dios, quien te
sostiene de tu mano derecha y te dice: ‘No temas, yo te ayudo’”. (Isaías 41:13)
El último verso contiene una llave importante: En cada desierto que enfrentamos, nuestro
Padre está agarrando nuestra mano. Pero sólo aquellos que pasan por el desierto reciben esta
mano de consuelo. El se la extiende a aquellos que están atrapados en rugientes ríos de
problemas.

EL PODER DEL ESPÍRITU PARA LIBRAR

“El nos libró y nos libra y esperamos que aun nos librará de tan grave peligro y de muerte”
(2Corintios 1:10). ¡Que declaración increíble! Pablo está diciendo, “El Espíritu me libró de una
situación desesperada. El me está librando aún ahora. Y él continuará librándome en todas mis
aflicciones.”

El recibir al Espíritu Santo no es evidenciado por una manifestación emocional. (Pero creo que
hay manifestaciones del Espíritu). De lo que estoy hablando es de recibir al Espíritu a través de
un conocimiento que continúa aumentando. Recibirlo a él significa tener una luz que aumenta
siempre para conocer más de su poder liberador, de que lleva cargas, de su provisión.

Yo repito las palabras de Pedro: “Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos
han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su
gloria y excelencia” (2 Pedro 1:3). Según Pedro, el poder divino del Espíritu no viene como una
manifestación. El viene primero “mediante el conocimiento de aquel que nos llamó”.

“De su plenitud recibimos todos” (Juan 1:16). Además, el Espíritu Santo no es completamente
recibido hasta que está en completo control. Nosotros simplemente no lo hemos recibido si no
le hemos dado control absoluto. Debemos de entregarnos totalmente a su cuidado.

Déjeme darle un último ejemplo para ilustrar esto. En Génesis 19, encontramos a Lot y a su
familia en una crisis terrible. El juicio iba a caer sobre su ciudad, Sodoma, así que Dios había
enviado a sus ángeles para librarlos. Lot les abrió su puerta a estos mensajeros del Señor, y
ellos entraron a la casa. Ellos tenían el poder del cielo para librar a toda la familia. Pero los
ángeles no fueron recibidos.

Al final, los ángeles tuvieron que forzar su voluntad sobre Lot y su familia, sacándolos a
empujones fuera de Sodoma. El plan de Dios todo ese tiempo era librarlos por medio del
escape. El los iba a vestir y a darles de comer, y a cuidar de ellos. Pero como sabemos, la
esposa de Lot miró hacia atrás y murió.

El mensaje de los ángeles era claro: “Si usted quiere que Dios esté dirigiendo, entonces
entréguele a él las riendas. Si usted lo busca para ser librado, usted tiene que dejar sus propios
planes a un lado y estar decidido a hacerlo a la manera de él.” Puesto de una manera simple, el
Espíritu Santo no usa sus poderes para librar a los que dudan. La incredulidad aborta su
trabajo. Tenemos que estar dispuestos a dejar que él haga cambios en nuestras vidas, si ese
es el camino que Dios ha escogido para librarnos.

UN GRAN DESPERTAR

¿Qué quiero decir con un gran despertar? Hablo de lo que Pablo describe como una revelación
e iluminación: “Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu
de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él. Alumbrando los ojos de vuestro
entendimiento para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las
riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su
poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza” (Efesios
1:17-19)

Pablo les estaba diciendo a los Efesios, “Yo oro para que Dios les dé una fresca revelación,
para que él les abra los ojos al llamado que les ha dado. Le estoy pidiendo que os dé nuevo
entendimiento sobre vuestra herencia, las riquezas de Cristo que os pertenecen. Existe un
impresionante poder que Dios quiere desatar en vosotros. Es el mismo poder que estaba en
Jesús. Sí, el mismo poder que tiene el Cristo entronado en el cielo, está en vosotros ahora
mismo.”

Según Pablo, “[el poder de la fuerza de Dios] la cual operó en Cristo, resucitándole de los
muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales” es la misma “supereminente
grandeza de su poder para con nosotros los que creemos” (1:20,19). Por esta razón, Pablo nos
exhorta, “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe” (2 Corintios 13:5)

¿Cómo es que debemos examinarnos? Lo hacemos midiéndonos en luz a las maravillosas


promesas de Dios. Debemos de preguntarnos: “¿Saco yo de los recursos de Cristo para resistir
al diablo? ¿Acceso a su poder para vencer al pecado? ¿Vivo continuamente en la felicidad, paz
y descanso que Jesús ha prometido a cada creyente sin excepción?”

Para usted, su propio “gran despertar” viene el día en que usted mira a su vida y clama, “Tiene
que haber más de la vida en Cristo que esto. Todos mis planes se han deshecho. Mis sueños
se han hecho añicos. Vivo como esclavo de mis miedos y deseos de mi carne. Pero no puedo
seguir así más”.

“Sé que el Señor me ha llamado a algo más que a esta vida vencida. Y no seré un hipócrita.
Oh, Dios, ¿existe realmente un lugar donde tú me suplirás con fortaleza para vivir
victoriosamente? ¿Estás realmente deseoso de hacerme más que conquistador en todas mis
aflicciones? ¿Es verdad que has provisto un lugar perfecto de paz para mí en medio de mis
batallas?”
¿Es realmente posible para mí tener intimidad continua contigo? ¿Es verdad que no tengo que
deslizarme a la apatía nunca más ni luchar penosamente para complacerte? ¿Hay realmente
un lugar de descanso en ti donde yo nunca más necesitaré ser avivado, por que mi fe continúa
firme?”

LLENO CON EL ESPÍRITU

“Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino
poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia” (2 Pedro
1:3).

Por años yo he afirmado estar lleno del Espíritu. He testificado que he sido bautizado en el
Espíritu. He predicado que el Espíritu Santo me da poder para testificar, y que él me santifica.
He orado en el Espíritu, le he hablado al Espíritu, he caminado en el Espíritu y he escuchado su
voz. Yo verdaderamente creo que el Espíritu Santo es el poder de Dios.

Puedo llevarlo a usted al lugar donde fui lleno del Espíritu a la edad de 8 años. He leído todo lo
que las escrituras dicen acerca del Espíritu Santo. Pero últimamente, me he encontrado
orando, “¿Conozco realmente este increíble poder que vive en mí? ¿O el Espíritu es sólo una
doctrina para mí? ¿Estoy de alguna manera ignorándolo? ¿No he sabido pedirle que haga en
mí lo que él fue enviado a hacer?”

El hecho es, que podemos tener algo muy valioso y no saberlo. Y no podemos disfrutar lo que
tenemos, por que no entendemos lo valioso que es.

Hay un cuento de un campesino el cual trabajó en su pequeña terreno toda su vida. Por
décadas él aró el terreno pedregoso, viviendo pobremente y finalmente murió de descontento.
Después de su muerte, el terreno pasó a manos del hijo. Un día mientras araba, el hijo
encontró una pepita de oro. Fue a avaluarla y le dijeron que era oro puro. El joven descubrió
pronto que todo el terreno estaba lleno de oro e instantáneamente, se convirtió en un hombre
rico. Pero esta riqueza no fue del padre, aunque estaba en su terreno toda su vida.

Así es con el Espíritu Santo. Muchos de nosotros vivimos ignorantes de lo que tenemos, del
poder que reside en nosotros. Muchos cristianos viven todas sus vidas pensando que tienen
todo lo que el Espíritu Santo ha traído, y sin embargo no lo han recibido verdaderamente en la
totalidad de su poder. El no está completando en ellos el trabajo eterno para el cual él fue
enviado.

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