Está en la página 1de 10

Esas maravillosas partículas – El bosón de Higgs

Hoy terminamos con la última partícula interesante del Modelo Estándar que nos queda por ver en la serie
Esas maravillosas partículas (esto no quiere decir que la serie acabe, por cierto). Ya dijimos en el artículo
anterior de la serie, el del gluón, que habíamos acabado de recorrer todas las partículas que hemos
observado — la que nos queda por ver hoy es parte del Modelo Estándar, pero nunca ha sido detectada.
Hablaremos de la que a veces se llama Partícula de Dios, el bosón de Higgs.

Antes de empezar, un par de avisos pertinentes. En primer lugar, como digo de manera algo repetitiva, si
eres físico como yo puedes sufrir intensos deseos de golpear la pantalla de tu ordenador según lees este
artículo, debido a las atroces simplificaciones que voy a hacer. Si sucumbes a la tentación y destruyes tu
ordenador, El Tamiz no se hace responsable — si quieres leer textos más técnicos, hay muchísimos por
la red.

El Universo según Higgs. No, en serio. Sigue leyendo.

En segundo lugar, querido lector, te pido que tengas paciencia: voy a empezar con algo que no parece
tener que ver directamente con esta misteriosa partícula fundamental, pero te aseguro que llegaremos a
ella a su debido tiempo, y de manera que entiendas por qué los físicos piensan que puede existir, y por
qué algunos rezan secretamente por que exista (y otros por que no exista). La cuestión es que éste es un
asunto complejo, y no puedo ir deprisa ni escribir un artículo breve. Por cierto, si no has leído los
anteriores artículos de la serie puede que te cueste algo más entender algunos conceptos: tal vez
deberías empezar por el principio.

¿Preparado? Vamos allá.

A lo largo de esta serie de artículos hemos descubierto juntos multitud de partículas subatómicas, desde
las más cotidianas, como el electrón, hasta las más extrañas como los hiperones. Desde el momento en
el que los físicos empezaron a darse cuenta de la gran cantidad de partículas que había, trataron de
explicar por qué existen ésas y no otras, a qué se deben las características que tienen, qué simetrías
existen (como el hecho de que el electrón tenga carga negativa y el positrón positiva), etc.
Entre 1970 y 1973 se desarrolló lo que denominamos Modelo Estándar de física de partículas. Muchos
físicos participaron en el desarrollo, basándose además en numerosas teorías anteriores. El Modelo
Estándar es una teoría cuántica de campos, que combina la mecánica cuántica con la teoría especial de
la relatividad. Es una teoría compleja, pero que establece una serie de ecuaciones matemáticas que
predicen la existencia de un gran número de partículas subatómicas con distintas características y las
interacciones entre ellas: analizando las ecuaciones puede concluirse qué partículas existen y cuáles no,
y cómo son las que existen.

Todas las partículas que hemos descrito en esta serie hasta hoy son consecuencias inevitables de esta
teoría, de ahí que se diga que son partículas “del Modelo Estándar”, y que estemos tan satisfechos con el
modelo. Fíjate además en que hemos hablado del fotón, los bosones W y Z y los gluones, de modo que el
Modelo Estándar predice la existencia y propiedades de las interacciones fundamentales
correspondientes – la eléctromagnética, la nuclear fuerte y la nuclear débil. Es decir, es un modelo muy
completo y que describe muy bien el Universo que vemos.

Desde luego, sabemos perfectamente que el Modelo Estándar no es la “teoría final”. Para empezar, en
esta serie no hemos hablado una sola vez acerca de la gravedad, ya que el Modelo Estándar no la
incluye. Además, aunque no está claro dónde están los límites, parece probable que para energías muy
grandes (mucho mayores que las que experimentamos en la vida cotidiana) el Modelo Estándar no es
válido. Sin embargo, estas limitaciones son conocidas desde el principio, y el Modelo Estándar es,
conscientemente, una teoría parcial.

Sin embargo, antes incluso de que existiera el modelo formalmente, ya se vio un problema teórico
bastante irritante. La forma más sencilla del Modelo Estándar que podía proponerse, la que tenía el menor
número de suposiciones posibles y la mayor sencillez matemática, era de una gran belleza y coherencia,
salvo por un pequeño problema: según la forma sencilla del modelo, todas las partículas deberían
tener masa nula y moverse, siempre, a la velocidad de la luz.

Por supuesto, nadie supuso que la “forma simple” del Modelo fuera la correcta. Es evidente que hay
muchas partículas que sí tienen masa, y que nunca se mueven a la velocidad de la luz. De hecho, sólo
algunas no tienen masa, y son justo ésas las que sí se mueven siempre a la velocidad de la luz. La
pregunta inmediata que se hicieron los científicos, naturalmente, fue ¿por qué? Si la versión simple del
modelo no funcionaba, es que faltaba algo más: una extensión al modelo, algún tipo de mecanismo por el
que pudiera deducirse la existencia de la masa.

La respuesta a este problema fue dada por varios físicos casi al mismo tiempo, en varios equipos y de
manera independiente, en 1964. Entre ellos se encuentran Robert Brout, Francois Englert, Gerald
Guralnik, C. R. Hagen, Tom Kibble y Peter Higgs. Sin embargo, en 1971 Gerardus ‘t Hooft denominó al
proceso por el que se deduce la existencia de la masa mecanismo de Higgs, y así seguimos llamándolo.
No olvidemos, por otro lado, que hubo muchos otros físicos involucrados en el proceso y no es justo
olvidarlos, aunque Higgs fuera un paso más allá que los demás (en breve veremos cómo) y por eso su
nombre sea el que ha perdurado.
Peter Higgs.

La idea de Higgs y los otros físicos que resolvieron el problema de forma similar fue la siguiente
(planteada, por supuesto, sin utilizar fórmulas y de forma simple): supongamos que existe un campo
nuevo, como el eléctrico o el magnético pero de una naturaleza diferente, que llena el Universo completo.
Da igual que haya cargas, masas o que no las haya — el vacío absoluto no sería realmente vacío, pues
este campo hipotético (que llamamos hoy campo de Higgs) estaría en todas partes.

Explicar la naturaleza de este nuevo campo no es fácil. De hecho en 1993 William Waldegrave, Ministro
de Ciencia del Reino Unido, lanzó un desafío a los físicos británicos para que tratasen de explicar, en una
sola página de texto, qué es el bosón de Higgs y por qué queremos encontrarlo: los cinco ganadores
recibirían una botella de champán (al final del artículo dejaré un enlace a las cinco explicaciones
ganadoras).

De modo que voy a realizar una analogía que te ayude a entender de forma relativamente intuitiva cómo
es este campo de Higgs: una especie de “traducción” de las ecuaciones que lo definen a una imagen
mental, basada en varias de las explicaciones ganadoras del desafío. Eso sí, el concepto es muy
abstracto, de modo que te pido que lo pienses despacio y teniendo en cuenta que es una analogía.

El espacio del Universo, según las ecuaciones establecidas por Higgs, es algo así como un campo de
hierba alta. Esta “hierba alta” existe en todos y cada uno de sus puntos, y es la “representación mental”
del campo de Higgs. Todas las hojas de hierba están dirigidas en la misma dirección, sólo que esta
“dirección” no es realmente una dirección en el espacio, sino una dirección conceptual. Digamos, para
seguir con nuestra analogía, que la dirección en la que crece esta hierba es “hacia arriba”.

De acuerdo con la mecánica cuántica, no existe distinción entre ondas y partículas: toda onda es partícula
y toda partícula es onda. La cuestión es que cada una de las ondas asociadas a las partículas oscilan en
una dirección determinada. Una vez más, esta “dirección” no es una dirección física en el espacio
tridimensional que vemos, es una “dirección” en ese espacio conceptual que hemos definido antes.
Distintos tipos de partículas tienen ondas que oscilan en diferentes direcciones en este espacio
imaginario.

Y aquí llega la clave de la cuestión — si la entiendes, comprendes la enorme importancia de este campo
de Higgs (si existe, claro): Las partículas cuyas ondas asociadas oscilan en la misma dirección que
las “hojas de hierba” pasan a través de la hierba sin notarla en absoluto. Esas partículas se mueven
a la máxima velocidad posible: la velocidad de la luz. De acuerdo con la teoría de Higgs, nosotros
llamamos a esas partículas “partículas sin masa”. Dicho en términos algo más técnicos, esas partículas
no interaccionan con el campo de Higgs, de modo que no lo notan. Es decir, el fotón (por ejemplo) oscila
“hacia arriba”, la dirección de la hierba, de modo que se mueve a la velocidad de la luz y no tiene masa.

Otras partículas tienen ondas que oscilan casi en la dirección de la hierba, pero cuando se mueven tienen
que apartar algunas de las hojas de hierba (aunque no muchas) al estar ligeramente inclinadas. Al
hacerlo, reducen su velocidad: les cuesta más moverse a través del “campo de hierba” que a las
partículas anteriores, aunque no mucho más. Estas partículas son las que, en nuestro lenguaje, “tienen
poca masa”. Observa cómo, en términos del campo de Higgs, estas partículas tienen masa como
consecuencia de interaccionar con el campo de Higgs. Como consecuencia adicional, no pueden moverse
a la velocidad de la luz: la hierba se lo impide.

Finalmente, una partícula con mucha masa tiene una onda que oscila en una dirección casi perpendicular
a la de las hojas de hierba: al moverse por el espacio, debe apartar casi todas las hojas de la hierba, de
modo que (vista “desde fuera”) es una partícula con mucha masa. Lo crucial del asunto es que la “masa”
de todas las partículas conocidas es el nombre que damos a la intensidad de su interacción con el
campo de Higgs. El propio concepto de “masa” es una forma de referirnos a algo más profundo y
fundamental: la interacción mayor o menor de cada partícula con el campo de Higgs.

Cuando Peter Higgs envió su teoría a la Physical Review Letters, parece ser que fue rechazada por no
cumplir uno de los requisitos básicos de cualquier nueva teoría: realizar una predicción nueva, verificable
mediante la experimentación, que permitiera corroborar o rechazar su teoría. Decir que existe un campo
misterioso del que se deduce la masa de forma natural está muy bien, pero es simplemente otra manera
de llamar a la masa. ¿Cómo saber si este campo existe realmente o no?

Aquí es donde hace su aparición, por fin, la misteriosa partícula de hoy: puesto que la mecánica cuántica
asocia a cada campo (y las ondas que se propagan en él) una partícula, debería haber una partícula
asociada al campo de Higgs. Dicho de otra manera: cuando una onda recorre el “campo de hierba” de
Higgs haciendo oscilar las hojas de hierba, debe haber una partícula asociada a esa onda, de igual
manera que cualquier onda tiene asociada una partícula. Esa partícula asociada al campo de Higgs, que
representa la ondulación de las hojas de hierba de igual manera que el fotón representa la ondulación del
campo electromagnético, es el bosón de Higgs, propuesto por el físico para cumplir el requisito pedido por
Physical Review Letters. Una vez propuesta la nueva partícula, la teoría de Higgs sí era comprobable
experimentalmente y fue publicada.

Naturalmente, no basta con afirmar que “existe una partícula asociada al campo”: hace falta dar ciertas
características de esa partícula, para poder saber si la observamos o no. Las ecuaciones de Higgs
predicen ciertas propiedades de la partícula asociada a su campo, aunque no todas. Por ejemplo, su
espín debe ser nulo, con lo que es un bosón (de ahí que se llame bosón de Higgs). Debe tener masa,
aunque las ecuaciones no predicen cuánta. No puede tener carga y es su propia antipartícula.

Desde entonces, naturalmente, comprobar que el bosón de Higgs realmente existe ha sido una obsesión
de los físicos de partículas: si se ve alguna vez, la teoría de Higgs quedará demostrada (y el Modelo
Estándar, que se basa en ella, muy reforzado). Aunque aún no se ha logrado ninguna observación, sí se
han realizado experimentos indirectos que nos permiten saber, al menos, en qué intervalo está su masa
con cierta precisión. Los físicos están bastante seguros de que su masa debería estar entre la de un
átomo de hierro y el triple de la de un átomo de uranio — es decir, es una partícula muy pesada.

Por si te lo estás preguntando, sí, el bosón de Higgs debe tener masa de acuerdo con las ecuaciones del
modelo. Lo cual quiere decir que la partícula que proporciona la masa se la proporciona a sí misma: es
decir, la dirección de oscilación de la onda asociada a un bosón de Higgs no es paralela a las “hojas de
hierba”, contrariamente a lo que podría parecer lógico. Las cosas son así… o, al menos, parecen serlo.

La mayor esperanza de los defensores del Modelo Estándar y el bosón de Higgs se encuentra en el
potentísimo LHC, el acelerador de partículas del CERN del que ya hemos hablado en varias ocasiones. El
LHC puede acelerar partículas a velocidades tan gigantescas que puedan producir bosones de Higgs, por
ejemplo, al chocar un quark top con uno antitop, ambos producidos por la desintegración de gluones:
Diagrama de Feynman de la posible producción de un bosón de Higgs. Crédito: JabberWok/Wikipedia
(GPL).

Parte del problema es que, de acuerdo con las predicciones, el bosón de Higgs es una partícula de gran
masa, de modo que hace falta una enorme cantidad de energía para producirlos (de ahí que el futuro LHC
pueda conseguirlo). El segundo problema es que no es posible detectarlos directamente: entre otras
cosas, se estima que tienen una vida media de unos 0,0000000000000000000001 segundos; pero sí es
posible detectar las partículas en las que se desintegran.

Los físicos quieren, pues, calcular cuántas posibles combinaciones de partículas pueden producirse por la
desintegración de un bosón de Higgs, y con qué probabilidad se produce cada una de esas
combinaciones. Si se detectan esas combinaciones de partículas en el LHC y con una frecuencia similar a
las probabilidades predichas, será muy probable que se haya “observado” un bosón de Higgs. Los
sensores del LHC registrarán datos a un ritmo de unas 10.000 copias de la Enciclopedia Británica por
segundo durante los experimentos, que los científicos analizarán para tratar de descubrir el bosón de
Higgs escondido en ellos, si es que está ahí.

Así que puede que la noticia de la detección de esta partícula tan fascinante no sea inmediata, sino que
es posible que se anuncien observaciones compatibles con ella, que los científicos vayan calculando
probabilidades y combinaciones y, poco a poco, la comunidad científica se vaya convenciendo de que se
ha “visto” un bosón de Higgs. También es enteramente posible que no se vea absolutamente nada, que
los patrones de partículas producidas en el LHC sean completamente incompatibles con la teoría de
Higgs y que haya que buscar otras alternativas (hay físicos que no creen que el campo de Higgs exista).
Muy probablemente lo sepamos, en uno u otro sentido, en unos cuantos años.
Todas las partículas del Modelo Estándar vistas en la serie.

Y de una partícula hipotética a otra, sólo que la siguiente ni siquiera es parte del Modelo Estándar: en la
próxima entrada de la serie hablaremos del gravitón.

Para saber más: Bosón de Higgs, Higgs Boson, Desafío de Waldegrave (5 finalistas), Explicación en
viñetas del campo de Higgs.
Esas maravillosas partículas – El gravitón
En el anterior artículo de la serie Esas maravillosas partículas, en el que hablamos acerca del bosón de
Higgs, terminamos con la última partícula interesante del Modelo Estándar de partículas subatómicas. A
partir de hoy nos adentramos en aguas procelosas: estudiaremos partículas que no sólo no han sido
observadas experimentalmente, sino que están fuera del modelo que tantos éxitos ha tenido en sus
predicciones.

Por otro lado, estar fuera del Modelo Estándar no tiene por qué significar que la partícula en cuestión sea
una frívola suposición ni nada por el estilo: no es vergonzoso para una partícula estar fuera de él; para
empezar, los físicos saben que el Modelo Estándar no es una teoría completa del Universo y las
partículas que en él existen, pues no explica todo lo que hemos observado hasta ahora. Algunas de las
partículas de las que hablaremos a partir de hoy serán, en efecto, apuestas arriesgadas por parte de los
físicos teóricos que las han propuesto, pero otras son posibilidades muy reales y estamos ahora mismo
buscándolas. De hecho, hoy verás cómo puedes poner un granito de arena en esta búsqueda desde tu
propia casa.

En cualquier caso, la primera partícula más allá del Modelo Estándar de la que vamos a hablar es,
aunque hipotética, nombrada con relativa frecuencia. En gran parte esto se debe a que, como veremos,
todo sería tan bonito y simétrico si esta partícula existiese… hablaremos del gravitón.

Como suelo decir, si sabes del asunto puede que sufras, te muerdas las uñas y rechines los dientes al ver
las simplificaciones y la manera de hablar con la que me propongo atacar el asunto (puede que más que
“atacar” a ti te parezca “destruir”). Si sufres, lo siento, pero la filosofía de El Tamiz es “antes simplista que
incomprensible”. Hay muchos textos muy técnicos y completos por ahí, y si este estilo no te gusta, mejor
dejas de leer esta entrada.

Dicho esto –y soy consciente de que me repito, pero es inevitable–, recordemos algunas de las partículas
de las que hemos hablado en la serie. Si la has seguido desde el principio, tienes un conocimiento básico
pero espero que sólido sobre las partículas fundamentales que son responsables de casi todas las
interacciones que conocemos. Espero que recuerdes cómo el fotón era el responsable de la interacción
electromagnética, el gluón de la interacción nuclear fuerte (y los piones de la interacción nuclear fuerte
residual), y los bosones W y Z los que se encargaban de la interacción nuclear débil.

Es decir, cada una de estas interacciones puede ser modelada teóricamente mediante el intercambio de
partículas virtuales (en todos los casos, como también espero que recuerdes, bosones). Esto es
consecuencia de que el Modelo Estándar es el hijo de la teoría cuántica de campos. Todas esas
interacciones pueden producir ondas, y los bosones que las transmiten (como el fotón) no son más que la
cuantización de esas ondas. Si has seguido la serie de Cuántica sin fórmulas hasta el momento, deberías
estar ya familiarizado con este concepto para el caso de la radiación electromagnética y el fotón.

Hasta aquí, todo correcto. Pero, ¿y qué hay de la gravedad? Es la única interacción fundamental que no
hemos mencionado en el párrafo anterior. ¿Es que la pobre gravedad no tiene una partícula asociada que
es intercambiada y cuantiza sus ondas? La fuerza gravitatoria tiene un comportamiento
extraordinariamente similar, en algunos aspectos, a la electromagnética, aunque en otros es muy distinta.
¿No puede regirse por leyes físicas similares y tener su propia partícula?

Este razonamiento, aunque a un nivel y con una abstracción mucho mayores, lo han realizado muchos
físicos fundamentales, y el resultado ha sido una partícula hipotética que sería para la gravedad lo mismo
que el gluón es para la interacción fuerte, o el fotón para la electromagnética. No es muy original, pero el
nombre que se ha dado tradicionalmente a esta partícula es el de gravitón. Algunos físicos juran y
perjuran que debe existir, mientras que otros los miran arqueando las cejas con desdén. Sólo los
experimentos darán la razón a unos o a otros.

Como digo, el gravitón es una posible partícula fundamental, pero eso no quiere decir que no tengamos ni
idea de cómo puede ser. De existir, es probable que siga los mismos patrones que los otros bosones que
hemos mencionado antes. Por ejemplo, el gluón tiene masa y es inestable, con lo que la interacción
nuclear fuerte tiene un alcance muy corto. Sin embargo, el fotón tiene masa nula y es estable, por lo que
la interacción electromagnética, y por lo tanto la luz, tienen un alcance infinito.
Tú mismo, querido lector, puedes estimar entonces algunas de las características del gravitón, si es que
existe, sin usar una sola ecuación. Para empezar, notamos la fuerza gravitatoria de objetos
extraordinariamente lejanos, como vemos continuamente en astronomía: por ejemplo, el Sol orbita el
centro de la Vía Láctea, y las galaxias forman cúmulos globulares alrededor de su centro de gravedad
común. De modo que la gravedad tiene un alcance gigantesco — de hecho, pensamos que tiene un
alcance infinito, aunque no estamos completamente seguros.

De modo que el gravitón probablemente no tiene masa, y si la tiene será minúscula. Los cálculos a partir
del alcance medido de la interacción gravitatoria dan un máximo posible de masa al gravitón de unos 10-69
kg: es decir, que como mucho es cien billones de cuatrillones de veces más ligero que un electrón.
Pero vamos, la mayor parte de los físicos apuestan por un alcance infinito y una masa nula, lo mismo que
en el caso del fotón.

Además, puesto que sería el responsable de una interacción, el gravitón sería un bosón — tendría un
espín entero. Es posible que recuerdes que el fotón tenía un espín de 1, debido a la naturaleza de la
interacción electromagnética. Los físicos predicen que el gravitón tendría un espín de 2 porque la
gravedad es un campo tensorial de segundo orden, pero esa razón tan rimbombante es lo de menos: lo
importante es que sería un bosón, como el fotón.

No sólo eso: de tener masa nula, como creemos que la tiene, el gravitón se movería a la velocidad de la
luz, igual que el fotón. La fuerza gravitatoria tendría pues (como creemos que tiene) un alcance infinito y
se transmitiría a 300.000 km/s. De modo que un gravitón sería muy parecido a un fotón en varios
aspectos… pero muy diferente en otros.

Esto no debería ser sorprendente: para empezar, la fuerza electromagnética y la gravitatoria son de una
intensidad totalmente distinta. Por ejemplo, amable y paciente lector, ahora mismo tú estás notando la
interacción electromagnética en multitud de fenómenos: la luz que llega a tus ojos con las letras que lees,
el contacto de la silla y el suelo, los sonidos que oyes (pues la vibración se produce por la repulsión
eléctrica entre capas electrónicas)… estás interaccionando electromagnéticamente con docenas de otros
objetos.

Pero sólo notas la fuerza gravitatoria de un objeto: la Tierra. La gravedad es muy, muy débil, de modo
que hacen falta masas gigantescas para que puedas notarla. Sí, también eres atraído por otros objetos,
pero prácticamente no notas nada — desde luego, no con los sentidos, al contrario que en el caso de la
interacción electromagnética.

¿A dónde quiero llegar con esto? A que el gravitón transporta una energía muchísimo más pequeña que
el fotón y, por lo tanto, es muchísimo más difícil de detectar que el fotón. Para poder detectar uno haría
falta producir un gravitón de mucha energía — por ejemplo, en un acelerador de partículas como el LHC
en construcción.

Sin embargo, existe otra diferencia aún más importante entre ambas fuerzas, y esa diferencia es la clave
del asunto: la gravedad modifica el espacio-tiempo a su alrededor, la fuerza electromagnética no.

Claro, de acuerdo con la Teoría General de la Relatividad de Albert Einstein, las masas curvan el espacio-
tiempo a su alrededor. Seguro que has visto las imágenes de la Tierra en una especie de sábana curvada
por nuestro planeta. Es decir, aunque no vamos a entrar a discutir el asunto en profundidad, la gravedad
define qué forma tiene nuestro Universo, al completo o partes pequeñas de él. Por lo tanto, cualquier cosa
relacionada con la gravedad es más complicada que en el caso de las otras fuerzas. Piénsalo así: un
gravitón se mueve por el espacio a la velocidad de la luz, al mismo tiempo que determina la forma de ese
espacio. La cosa se vuelve rara.

De hecho, se vuelve tan rara que no la entendemos aún, al menos para todas las energías. Haría falta
una teoría que combinase la cuántica con la relatividad general para poder tener una teoría cuántica del
campo gravitatorio, y eso, como hemos comentado hace tiempo aquí mismo, es muy difícil. Pero algunas
de las teorías propuestas en esa línea utilizan los gravitones como cuantización del campo gravitatorio.

El problema teórico es grande, pero el experimental no lo es menos: ¿cómo “ver” un gravitón? La solución
no es conceptualmente complicada, pero llevarla a la práctica es más complejo. El mejor indicio de que
los gravitones podrían existir es que las ondas gravitacionales existen, y tal vez podríamos observar una.
No las hemos visto nunca directamente, pero las observaciones de un sistema binario por Russell Alan
Hulse y Joseph Hooton Taylor Jr. demostraron indirectamente que estas ondas existen (de hecho, Hulse y
Taylor recibieron el Premio Nobel de Física en 1993 por esas observaciones).
Onda gravitacional creada por un sistema binario. Crédito: K. Thorne (Caltech), T. Carnahan (NASA
GSFC).

Si pudiéramos observar y medir una onda gravitacional directamente, a partir de sus características sería
posible determinar las del gravitón y tal vez observar uno como partícula. El problema es que, al tener una
energía tan minúscula, las ondas gravitacionales son muy difíciles de detectar. Para que te hagas una
idea, el sistema Sol-Tierra en su movimiento emite ondas gravitacionales: ambos cuerpos se mueven
alrededor del centro de gravedad, y si estás por ejemplo en un punto alejado de ellos, la gravedad ahí
cambia rítmicamente dependiendo de la posición del Sol y la Tierra (pasa por un máximo y un mínimo con
un período constante, como una onda de otro tipo). No somos un sistema binario, pero la figura de arriba
te puede ayudar a entender lo que trato de decir.

De modo que podría ponerse un pequeño anillo de partículas flotando en el espacio y, según la onda
gravitacional pasara, las partículas se acercarían y alejarían unas de otras rítmicamente, algo parecido a
esto:
Pero claro, en la figura el movimiento está exagerado. Pero muy, muy exagerado: las partículas se
moverían una distancia máxima de unos 10-24 metros…¡menos de un billón de veces el tamaño de un
átomo! Las ondas gravitacionales son diminutas, y ésa es la razón de que aún no hayamos detectado
ninguna directamente. Piensa que la potencia total emitida por el sistema Tierra-Sol en forma de ondas
gravitatorias es de unos 300 watios — cinco bombillas de 60 w cada una. La potencia total emitida por el
Sol en forma de ondas electromagnéticas es de unos 3·1026 watios. Ahí tienes la diferencia.

Detectar estas ondas, y a partir de ellas los gravitones (si es que existen) es, como digo, muy difícil, pero
no imposible. Aparte del futuro LHC, existen varios proyectos funcionando ahora mismo que tratan de
detectar y medir las propiedades de estas ondas: el problema es que no basta con tener aparatos muy
precisos (suelen utilizarse interferómetros láser de una precisión tremenda). Las perturbaciones de estas
ondas son tan minúsculas que hace falta, para empezar, ser consciente de todos los otros efectos que
pueden alterar el aparato, calcularlos, restarlos de las medidas… para al final quedarse con lo que sí es la
onda gravitacional, si es que está ahí. Cualquier otro efecto (gravitatorio pero no ondulatorio, de vibración
del propio aparato, electromagnético…) debe ser descartado cuidadosamente.

Los observadores más prometedores para tratar de detectar ondas gravitacionales son el LIGO (Laser
Interferometer Gravitational-Wave Observatory, Observatorio de Ondas Gravitacionales por
Interferómetro Láser), una colaboración del MIT y de Caltech, y el GEO alemán, situado en Hannover.
Pero todo esto no es el reducto de los observatorios y universidades lejanos: puedes colaborar en este
proyecto desde tu propia casa. Si eres un habitual de El Tamiz conoces probablemente el programa
BOINC de computación compartida, del que hemos hablado antes aquí. Bien, utilizando BOINC puedes
añadir el proyecto Einstein@Home al programa y así donar parte del tiempo de proceso de tu ordenador a
realizar los cálculos necesarios para detectar ondas gravitacionales a partir de los datos de LIGO y GEO.
Si tienes un procesador pasadísimo de vueltas con refrigeración líquida para jugar a los últimos juegos
que han salido este año, ¿se te ocurre algo mejor que hacer con ese maquinón mientras no lo usas que
encontrar un gravitón?

También podría gustarte