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Justo es reconocer que las catástrofes naturales (en sus diferentes manifestaciones) dejan
secuelas de dolor, de angustia y desesperación. No somos la excepción. En México hemos
vivido estas manifestaciones de la naturaleza.
Ahora, hemos sido testigos del poder de la naturaleza materializado en uno de los países
más pobres del mundo y de América Latina: Haití. Ante el sismo, los que sobrevivieron
ahora son testigos de la desesperación al ver las casas y hospitales (principalmente) en
derrumbe. Ver que las avenidas por donde transitaba la gente ahora se convertían en
camilleros públicos y comedores comunes, donde se atendían a los heridos y comían las
familias el poco alimento que les quedaba para subsistir en el día.
Lo que es también justo y plausible reconocer es el apoyo e interés que han tenido con la
patria haitiana. No obstante, debemos reflexionar concienzudamente acerca de estos
eventos terribles como son las catástrofes naturales, y aun más: reflexionar
concienzudamente de los eventos terribles como son la pobreza, desigualdad, inequidad y
desamparo. Ya no estoy hablando sólo de Haití, estoy hablando de algo que tenemos más
cerca: nuestra ciudad de León.
Actualmente podemos ser testigos (incluso muy cercanos) de las condiciones en las que
sobreviven algunas familias de nuestra ciudad. Familias que no están a kilómetros de
distancia de nuestro territorio y que basta con abrir la puerta, caminar unos metros y
encontrarnos con una acción gubernamental que está olvidando poco a poco a su población,
a su razón primaria.
Más aun, no podemos mantenernos en la pasividad y permitir que el tiempo pase y que
las familias de nuestra localidad, sea cual fuere ésta, continúen deteriorándose más y más.
Muchas pueden ser las propuestas para mitigar este problema que venimos arrastrando
siglos atrás, y ante estas muchas propuestas necesitamos muchos los que se comprometan a
verdaderamente trabajar por una sociedad en donde las condiciones de vida y las
oportunidades de una mejor calidad de la misma estén al alcance de todos y todas sin
distinción de ningún tipo, ya sea por la raza, la religión, el idioma o cualquier otra.
Olvidarnos de los problemas que aquejan a nuestra localidad y exclamar a los cuatro
vientos de la ayuda que se ofrece al ciudadano extranjero, sería exponer que sólo la
democracia y la representación popular funciona sólo en las urnas y no en las políticas
públicas, los programas y las instituciones de gobierno que han sido instauradas para
beneficio de nuestra población. Ahora todos los ojos están en Haití, ¿cuándo estarán los
ojos de los mexicanos de los gobernantes y los ciudadanos, en nuestras colonias y
comunidades locales?