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La histeria 14 de marzo de 1999 LO VIVIDO El nivel de histeria de algunas mujeres de esta ciudad me tiene po- drido —aunque sospecho que Till tiene razén cuando me dice eso de “no te has fijado en los hombres’. iia. EES Sere Después de histerequear un par largo de afios, una probable cita con Afmaial me imposibilitaba ir hasta casa y volver al centro, asf que me he dedicado a perder un par de horas en Notorius tomando café y escuchando discos. 73 Sobre las 21.30 h la he Hamado desde un locutorio que hay sobre Callao con Marcelo T. Sin demasiadas vueltas me ha propuesto acercarse a casa. Para mi sorpresa resulta que ha cortado con M@@ aig Cuando he llegado a casa ya estaba ahi, en el interior de un taxi guareciéndose de la lluvia que ha caido durante todo el dia. Después de tanto tiempo ha resultado un desastre. Este conflicto _que no me permite coger con forro ni sin el me tiene podrido. Al final no se me para y me siento como una mierda. , (@ Supongo que no habré una segunda oportunidad. /5 MOBI. LO SUCEDIDO, Llovia a mares. Me llamé a casa y fue directa: “Si querés coger conmigo ha de ser esta noche: he discutido con M. y lo hemos dejado, pero mafiana pienso arreglarlo”. Supongo que de este modo no le causaba conflicto. En cualquier caso me alegré: tenfamos algo pendiente desde que llegué a la ciudad. No recuerdo si tuvimos sexo, de hecho no recuer- do su cuerpo salvo su sexo y, en verdad, lo recuerdo (0 he reconstruido una imagen) por algo que me repitié varias veces: “Tengo los labios tan grandes porque me masturbo mucho”. El telo 16 de noviembre del 2000 LO VIVIDO ay ee 5 = = 4 al Con su pequefio cuerpo y su aspecto desvalli jem pre me ha despertado instinto de proteccién, auinque supongo que de algiin modo habia pensado en ella” £ como una posibilidad sexual, pero no dejaba de sorprender- ~S _ me ver nuestros cuerpos entrelazados en el techo, Con todo ~X lo que més me ha sorprendido es el rotundo par de tetas que So aeiees LO SUCEDIDO AD. le parecié gracioso el nombre del ‘telo’: Rampacar. Haciendo gala del nombre llegabas con el coche hasta la puerta de la habitacién. Se trataba de uno de esos hoteles por horas con habitaciones tematicas. Supongo que la que nos tocé queria ser una invitacién al sexo anal: decorada con figuras griegas de yeso coloreado me records la obra de cierto periodo de Hans-Peter Feldman (un artista al que admiro y cuya obra conocf, sin embargo, aiios después en la Fundacién Tapies de Barcelona). Disponia de bafiera redonda, espejo sobre la cama —recuer- do haber visto nuestros cuerpos en el espejo del techo en el video que grabé D. —y un artefacto con aspecto de bicicleta estatica supuestamen- te pensado para facilitar el sexo en diferentes posturas. Mientras follabamos D. parecia feliz grabandolo todo con la camara de video que le habia regalado. Me dio una copia de la cinta que pasé a DVD en un laboratorio fotografico cuando regresé a Barcelona y que nunca fui a recoger. La morocha Sin fecha LO VIVIDO No se ha encontrado ningtin texto relacionado con este recuerdo LO SUCEDIDO En aquella época solfa quedarme trabajando hasta altas horas de la ma- drugada en mi estudio, cuando me cansaba subia al coche y vagaba sin rumbo, a veces hasta el amanecer, por la ciudad. En este sentido Buenos Aires se me hacfa una ciudad ideal: perderse no era dificil. Un dia, de regreso a casa, descubri que en unas calles cercanas a casa se ejercia la prostitucién callejera. Desde entonces solfa pasar por ahi en mis paseos nocturnos. A veces me detenia y hablaba con las chicas y transexuales. Al pie de un seméforo una chica con una larga cabellera morena, precio- sa, muy joven, estaba sentada sobre la acera. Rodeaba con los brazos las piernas dobladas y apoyaba el mentén en las rodillas. Nos quedamos mirando: “Es mi primera vez, me ha trafdo una amiga que se ha subido con un tipo a un coche”, sonrefa sin levantar la barbilla de las rodillas. La invité a subirse al coche y fuimos a un telo de la zona. Le pregunté cuAnto tenfa pensado cobrar por un servicio completo y se lo he pagué. No hizo ningiin amago de quitarse la ropa, se senté sobre la cama del mismo modo que estaba en la calle —incluidos los zapatos~. Apagué las luces de la habitacién y nos quedamos en silencio. Por las ranuras de las persianas bajadas entraba la luz amarilla de una farola. Es una ilumina- cién que me retrotrae a una foto fija de mi infancia. Una hora después la devolvi a la misma esquina. Su amiga no estaba.

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